SANTOS
Y PILLOS. El Opus Dei y sus paradojas
Joan Estruch
CAPÍTULO IX. LA EXPANSIÓN INTERNACIONAL
DEL INSTITUTO SECULAR DEL OPUS DEI (1947-1958)
1. Sinopsis de la versión oficial: aprobación
del Opus Dei como instituto secular y expansión internacional
El nuevo período que ahora vamos a considerar se caracteriza
básicamente por la aprobación, primero provisional
(1947) y al poco tiempo definitiva (1950), del Opus Dei como
instituto secular de la Iglesia católica; por su notable
expansión internacional (Europa, América del
Norte y del Sur, y, hacia el final del período, Japón
y Kenya); y por una clara ampliación de su ámbito
de actuación, con la inclusión en el seno del
Opus Dei de miembros casados, de sacerdotes diocesanos y hasta
de cooperadores no católicos, con la creación
de instituciones propias en el terreno educativo (principalmente
los colegios romanos y la Universidad de Navarra), así
como con la aparición de socios de la Obra en lugares
muy destacados de la vida política y económica,
singularmente en el caso de España.
1) La aprobación pontificia del Opus Dei como
instituto secular
Por razones tanto cronológicas, como de mayor proximidad
temática con las cuestiones analizadas en el capítulo
anterior, abordaremos en primer lugar el aspecto más
jurídico del reconocimiento oficial del Opus Dei como
institución de derecho pontificio.
A comienzos del año 1947 la Santa Sede aprueba, mediante
el documento llamado "Provida
Mater Ecclesia", la creación de los institutos
seculares, que son "sociedades, clericales o laicales,
cuyos miembros, para adquirir la perfección cristiana
y ejercer plenamente el apostolado, profesan en el siglo los
consejos evangélicos" (art. 1). Tres semanas más
tarde, un decreto de la Sagrada Congregación de Religiosos
erige "la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus
Dei, abreviadamente llamada Opus Dei", como instituto
secular ("Primum Institutum Saeculare", reproducido
en Fuenmayor y otros autores, 532-535).
a) Dado que disponemos del texto (publicado en 1949,
pero no siempre muy tenido en cuenta en la literatura "oficial")
de una
conferencia pronunciada en Madrid, el año 1948,
por monseñor Escrivá de Balaguer, sobre la "Provida
Mater Ecclesia" y sobre "la naturaleza del Opus
Dei en cuanto estado de perfección evangélica"
(Escrivá, 1949, 5), vamos a utilizarlo aquí
como fuente básica. Escrivá, que pronuncia la
conferencia precisamente en la sede de la Asociación
Católica Nacional de Propagandistas y se dirige a su
auditorio diciendo que "es para mí gozo grande
difundir el conocimiento de la Obra entre los hijos buenos
de nuestra madre la Iglesia" (ibíd., 5), presenta
en primer lugar el documento pontificio ("Provida Mater
Ecclesia") como reconocimiento de una nueva forma de
vida de perfección, distinta de la de los religiosos.
La Iglesia es, según monseñor Escrivá,
un organismo que demuestra su vitalidad con un movimiento
que no es una mera "adaptación al ambiente: es
una intromisión en él, con animo positivo y
señorial" (ibíd., 7). Se trata de una antigua
idea del fundador del Opus, quien ya en Camino contraponía
la concepción según la cual "¡nfluye
tanto el ambiente!" a una situación en la que
quepa afirmar: "¡influimos tanto en el ambiente!"
(Camino, n°. 376). La Iglesia, guiada por el Espíritu
Santo, ha de ir por el mundo "con paso firme y seguro,
abriendo ella camino, y consciente, además, de que
trae en su seno el signo de contradicción para la ruina
y la salvación de muchos" (ibid., 7). Esta breve
introducción no es "una profesión de fe
en la presencia y acción del Espíritu Santo
en la comunidad cristiana" (Fuenmayor y otros autores,
21 8), sino también una buena síntesis de la
visión que de la iglesia en el mundo tiene el fundador
del Opus Dei.
El texto prosigue con una breve panorámica histórica
de las sucesivas maneras de vivir "el estado de perfección"
dentro de la Iglesia (ascetismo, vida rnonástica, órdenes
y congregaciones religiosas, sociedades de vida común
sin votos). Acerca de las últimas dice que se distinguen
netamente de las asociaciones de tipo laical y que se parecen
mucho, en cambio, a las congregaciones religiosas (vida común,
practica de los consejos evangélicos de pobreza, celibato
y obediencia, forma de apostolado y organización interna
centralizada). La única diferencia significativa entre
estas sociedades y las congregaciones de religiosos estriba
en la cuestión de los votos, que o no existen, o son
promesas y no votos, o son votos que carecen de carácter
público (Escrivá, 1949, 14). Todas estas observaciones
son particularmente interesantes, habida cuenta de que entre
1943 y 1947 la fundación del padre Escrivá había
gozado precisamente de ese estatuto de "sociedad de vida
común sin votos".
La novedad de los institutos seculares radica en el hecho
de que, con la "Provida Mater Ecclesia "se reconoce
un nuevo estado de perfección, distinto de los que
hasta aquí jurídicamente existían"
(ibíd., 16). Por primera vez se reconoce la posibilidad
de un estado de perfección cuyos miembros no sean religiosos.
En efecto, el rasgo distintivo de los religiosos es, o bien
"la vida contemplativa dedicada a la oración y
el sacrificio", o bien "la vida activa dedicada
a remediar desde fuera del mundo los males y necesidades de
éste" (ibíd., 16). Con los institutos seculares
aparece, en cambio, "una nueva forma de vida de perfección,
en la que sus miembros no son religiosos": al contrario.
"ahora es del mismo mundo de donde surgen estos apóstoles
que se atreven a santificar todas las actividades corrientes
de los hombres" (ibíd., 1 6s).
Ésta será, a partir del año 1947, una
buena definición de lo que son, según Escrivá,
los miembros del Opus Dei: "apóstoles que se atreven
a santificar todas las actividades corrientes de los hombres".
En este sentido los institutos seculares, y el Opus Dei el
primero, constituyen "el término en la evolución
de las formas de vida de perfección en la Iglesia"
(ibíd., 17). Los institutos seculares "constituyen
en el siglo un verdadero estado de perfección",
distinto sin duda del estado religioso, pero no menos distinto
"del mero estado secular" (Canals, 1954, 85). Cuando
años más tarde monseñor Escrivá
afirme que "el Opus Dei no es ni puede considerarse una
realidad ligada al proceso evolutivo del estado de perfección
en la Iglesia" y que "nuestra Asociación
no pretende de ninguna manera que sus socios cambien de estado,
que dejen de ser simples fieles iguales a los otros, para
adquirir el peculiar estado de perfección" ("Conversaciones",
n°. 20), la literatura "oficial" podrá
decir cuanto quiera, pero parece innegable que monseñor
Escrivá está literalmente "desdiciéndose"
de lo que había dicho en su conferencia del año
1948.
En la segunda parte de la conferencia,
en efecto, monseñor Escrivá presenta al Opus
Dei como primer instituto secular aprobado de acuerdo con
las normas de la "Provida Mater Ecclesia", "que
ha sido puesto como modelo de este nuevo tipo de vida de perfección
por el Santo Padre Pío XII" (Escrivá, 1949,
18). El texto es relativamente breve y recoge las principales
"notas características" del Opus Dei, en
la que bien puede ser considerada como una versión
oficial y autorizada de la época. En el apartado que
dedica a "las finalidades del Instituto" (apartado
curiosamente excluido del resumen que de la conferencia hacen
Fuenmayor y otros autores, 219), monseñor Escrivá
destaca los dos puntos siguientes:
- "El fin general del Instituto es la santificación
de sus miembros, por la práctica de los consejos evangélicos
y la observancia de las propias Constituciones. El específico
es trabajar con todas sus fuerzas para que los intelectuales
se adhieran a los preceptos y aun a los consejos de Cristo
Nuestro Señor, y que los lleven a la práctica;
y de este modo fomentar y difundir la vida de perfección
en el siglo entre las demás clases de la sociedad civil,
y formar a hombres y mujeres para el ejercicio del apostolado
en el mundo" (ibíd., 19). Pese a que a partir
de esta época empiezan a aparecer las referencias a
"las demás clases de la sociedad civil",
en continuidad con lo que desde el momento de su primera cristalización
ha sido siempre el Opus Dei se reitera una vez más
que éste trabaja específicamente entre los intelectuales,
quienes han de influir ("fomentar y difundir") sobre
"las demás clases", de acuerdo con el viejo
principio -propio de los Propagandistas a los que se dirige
Escrivá en su conferencia- de que aquel que haya alcanzado
"el dominio de las cumbres es dueño de la sociedad
entera" (Fontán, 45).
- "Los socios que se consagran temporalmente o a perpetuidad,
emiten votos privados, como puede hacerlo otro fiel cualquiera"
(Escrivá, 1949, 19). Al Opus Dei, dirá en cambio
monseñor Escrivá veinte años más
tarde, "no le interesan ni votos, ni promesas, ni forma
alguna de consagración para sus socios, diversa de
la consagración que ya todos recibieron con el bautismo"
("Conversaciones", n°. 20).
b) Tras esta síntesis de la situación,
debida al propio padre Escrivá de Balaguer, poco más
cabe añadir. El decreto de aprobación provisional
("Primum Institutum Saeculare", 24.2.1947) consagra
efectivamente la unidad de la Sociedad Sacerdotal de la Santa
Cruz y del Opus Dei, y reconoce incluso que el segundo nombre
es el que abreviadamente suele utilizarse para designar al
Instituto, presentado por lo demás como "modelo
de los institutos seculares" (Fuenmayor y otros autores,
534). El documento precisa asimismo que aunque por la condición
ordinaria de sus miembros habría de ser un instituto
laical, en razón de la Sociedad de la Santa Cruz (cuyos
miembros ostentan todos los cargos de dirección) queda
definido como prevalentemente clerical, habiéndose
de equiparar desde un punto de vista jurídico a los
institutos clericales (ibíd., 534). Si a primera vista
pudiera parecer que el Opus Dei había de poner todo
el empeño en ser reconocido como laical -dado el carácter
de "seglares corrientes" de sus miembros, y dada
la existencia de una rama femenina- de hecho su definición
como "clerical" le confería toda una serie
de ventajas desde el punto de vista de su autonomía
frente a las autoridades diocesanas (Rocca,
1985, 4Oss y 52ss).
Por lo demás, el "decreto de aprobación"
de 1947 hace una breve presentación histórica
del Opus Dei que, aun sin aportar novedad alguna, resulta
sumamente útil para confirmar todas las hipótesis
sobre el carácter exclusivamente universitario de la
obra de apostolado del padre Escrivá. "El doctor
Escrivá de Balaguer -dice el texto del decreto- se
sintió fuertemente llamado y suavemente impulsado al
apostolado entre los alumnos de la universidad laica y de
las escuelas superiores madrileñas". En los "tiempos
difíciles" anteriores a la guerra española,
"trabajó en el apostolado entre estudiantes universitarios
y hombres cultos, y a través de ellos entre toda la
sociedad de los intelectuales y de los dirigentes" (Fuenmayor
y otros autores, 533; obsérvese que aquí no
se hace aún referencia alguna a "las demás
clases de la sociedad civil"). Con su consolidación
y con el inicio de su expansión internacional sus socios
se han multiplicado: el decreto menciona explícitamente
a "médicos, abogados, arquitectos, militares,
científicos, artistas, escritores, profesores y estudiantes"
(ibíd., 533). Especifica a continuación el decreto
cuáles son los fines del Instituto, en los términos
que Escrivá reproduce en su texto del año 1949,
y añade que por esta razón conviene que todos
los socios posean el doctorado en alguna disciplina (ibíd.,
534). Sólo después de haber hecho esta importante
puntualización se habla de "la santificación
del trabajo ordinario de los miembros". Convendrá
tenerlo en cuenta ya que, en otras palabras, ello significa
que cada vez que la literatura "oficial" habla de
la "santificación del trabajo ordinario"
de los socios del Opus Dei, habrá que recordar que
se trata del trabajo "ordinario" de individuos que
están en posesión del título académico
de doctor.
c) Si en 1947 el Opus Dei es el primer instituto secular
provisionalmente aprobado por la Santa Sede, exactamente tres
años más tarde (un período francamente
corto, habida cuenta de las costumbres de la Curia, según
reconocen las fuentes "oficiales") monseñor
Escrivá solicita su aprobación definitiva. Tenemos
ahí tres elementos igualmente importantes: la "iniciativa"
es de monseñor Escrivá; la "prisa"
que se da ("prisa por dar este nuevo paso, tan importante,
en el "itinerario" jurídico de la Obra; Fuenmayor
y otros autores, 220); y el carácter "definitivo"
de la aprobación del Opus Dei como instituto secular,
la cual es efectivamente concedida por la Santa Sede en junio
de 1950 (decreto "Primum ínter Instituta Saecularia,
reproducido en Fuenmayor y otros autores, 544-553).
Decimos que los tres elementos son igualmente importantes,
porque ponen de manifiesto, además del probable deseo
de volver a ser los primeros en recibir la aprobación,
la voluntad de continuar apareciendo como "modelo".
Es decir que ponen también de manifiesto, por consiguiente,
la conformidad del Opus Dei con la figura jurídica
de los institutos seculares, que continúa pareciendo
a sus dirigentes adecuada y plenamente satisfactoria. En síntesis,
en 1950 se sigue considerando que "el Opus Dei encarnaba
el tipo perfecto de instituto secular" (Canals, 1954,
82). De ahí que se trate de obtener "cuanto antes
esta nueva y definitiva aprobación" (Fuenmayor
y otros autores, 221), que equivaldrá a "una definitiva
sanción pontificia". Según el propio Escrivá,
"la aprobación definitiva asentará de nuevo
los principios fundamentales de la Obra" (ibíd.,
221). En la literatura "oficial" más reciente
se lee, en cambio, que el año 1950 "la Santa Sede
otorgó al Opus Dei las aprobaciones necesarias, aunque
el marco jurídico que se le atribuyó no era
lo que el Fundador tenía pensado" (Helming, 52);
o bien que "el estatuto jurídico de instituto
secular fue considerado siempre por el Opus Dei como un traje
que no estaba hecho a su medida" (West, 187).
En sí mismo, el decreto "de aprobación
definitiva del Opus Dei y de sus Constituciones" aporta
escasas novedades (puede consultarse el largo comentario que
le dedican Rocca, 1985, 66ss, y Fuenmayor y otros autores,
237-244, además del texto íntegro reproducido
-en latín- en ambos volúmenes). Se indica que
la solicitud ha sido cursada por el fundador y su consejo
general, con el aval de ciento diez cartas de recomendación
de obispos (entre ellos, doce cardenales y veintiséis
arzobispos). Se explicitan una vez más los objetivos
del Opus Dei. Se distinguen sus diversas categorías
de miembros, tanto entre los hombres como entre las mujeres
(numerarios, que son propiamente los miembros en sentido estricto,
oblatos y supernumerarios; con una distinción suplementaria,
en el caso de las mujeres, entre numerarias y numerarias auxiliares,
que son las que se dedican a los trabajos manuales domésticos).
Se presenta una relación de las principales obras de
apostolado, se subrayan las características básicas
del espíritu del Instituto y, por último, se
habla de la formación de los socios y del régimen
del Instituto.
En este último apartado, el decreto precisa que el
Presidente general, cuyo cargo es vitalicio, ha de gozar de
plena potestad: entre otras cosas porque "al ser intelectuales
todos los miembros numerarios", la autoridad del Presidente
peligraría en el caso de poder ser discutida (Fuenmayor
y otros autores, 554). Por otra parte, el decreto es casi
como un resumen de las Constituciones
de 1950, excepto tal vez en lo relativo a las "obras
de apostolado de los miembros". Destacaremos aquí
en particular aquellos puntos que con menor frecuencia suele
mencionar la literatura "oficial".
Todos, y en especial los hombres, ejercen el apostolado:
- mediante la santificación del trabajo profesional,
procurando la edificación y el bien de las almas de
sus compañeros de profesión y de quienes trabajan
con ellos o bajo sus órdenes. Han de ejercer una auténtica
acción social con los obreros, los ayudantes y los
colaboradores que les están subordinados;
- mediante una actuación ejemplar en los cargos civiles
y políticos que las autoridades públicas les
encomienden;
- mediante la educación religiosa, científica
y profesional de los jóvenes, especialmente universitarios.
Pese a que en ciertos casos podría llegar a tener instituciones
propias, el Opus Dei prefiere, "en la medida de lo posible,
prestar su colaboración anónima en los establecimientos
públicos". Esta forma de apostolado incluye la
docencia en las universidades ("si es posible, públicas"),
la educación moral y religiosa en residencias universitarias,
y la educación social, artística, física,
etc. en toda clase de organizaciones juveniles;
- mediante la difusión de la cultura cristiana, recurriendo
a todos los medios "más modernos de emisión
y reproducción, oral y escrita, de la palabra y de
la imagen";
- mediante la investigación científica, la
publicación de libros y artículos, la colaboración
en congresos científicos;
- de forma especial se hace hincapié en el apostolado
entre quienes están en la ignorancia y en el error,
quienes se encuentran fuera de la casa paterna (léase,
protestantes) y quienes se muestran hostiles a la Iglesia.
Son los "cooperadores", que pueden colaborar profesional
y económicamente con las obras del Instituto, en espera
de su conversión;
- y, por último, mediante la disposición obediente
a trabajar en aquellas regiones donde la Iglesia padece persecución
(Fuenmayor y otros autores, 548s).
En el caso de las mujeres, además de colaborar en
esas mismas obras apostólicas, según convenga
a su condición femenina, el decreto destaca como peculiares
las siguientes obras de apostolado:
- la dirección y administración de casas de
ejercicios espirituales;
- el trabajo en editoriales, librerías y bibliotecas;
- la formación apostólica de otras mujeres;
- la promoción y defensa de la modestia cristiana
de la mujer;
- la dirección de residencias de estudiantes (femeninas);
- la fundación de escuelas agrarias y de centros de
formación de empleadas del hogar;
- y la administración y gestión económica
de todas las casas del Opus Dei (Fuenmayor y otros autores,
549).
d) En cuanto a las Constituciones de 1950, objeto
asimismo de la aprobación definitiva de la Santa Sede,
que con algunas modificaciones ulteriores permanecerán
en vigor hasta el año 1982, se trata de un texto al
mismo tiempo fundamental y peculiar.
Peculiar, más que nada por la especie de "secreto"
en el que siempre han estado envueltas estas Constituciones.
A pesar de las reiteradas protestas de la gente del Opus Dei
en el sentido de que no es correcto hablar de secreto ("cualquier
persona medianamente informada sabe que no hay secreto alguno";
"informarse sobre el Opus Dei es bien sencillo";
jamás se han puesto trabas a la labor informativa,
"contestando a sus preguntas o dando la información
adecuada"; Escrivá, "Conversaciones",
n°. 30), lo cierto es que "las Constituciones no
pueden ser divulgadas, ni siquiera pueden traducirse del latín
a las lenguas vulgares sin permiso del Padre" ("Constituciones",
1950, art. 193). Incluso algunas personas que durante muchos
años habían sido miembros del Opus Dei se quejan
a menudo del hecho de no haber podido leer nunca las Constituciones.
Vladimir Felzmann: "He estado veintidós años
en el Opus Dei. Fui a Roma, me doctoré, fui ordenado
sacerdote. Pero jamás he visto las Constituciones"
(en Hertel, 1990, 227; véase igualmente Moreno, 1976,
25s; Steigleder,1983, 261ss). Las Constituciones las publicó
por primera vez Ynfante, en 1970, en el apéndice documental
de su libro (Ynfante, 397-452), provocando un revuelo considerable;
durante un tiempo se insinuó incluso que no eran las
verdaderas Constituciones del Opus Dei. En 1986 se publicó
una edición bilingüe (latín-español),
con una traducción hecha -ironías de la historia-
por el secretario del Instituto de Filología del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, hogar durante
tantos años de muchos jóvenes universitarios
del Opus Dei. Precisemos, finalmente, que el volumen "El
itinerario jurídico del Opus Dei" reproduce en
apéndice sus doce primeros artículos -sobre
un total de 479- en latín (Fuenmayor y otros autores,
553-555).
Por lo que a las biografías de monseñor Escrivá
se refiere, la de Salvador Bernal no incluye en su índice
analítico ni la palabra "Constituciones"
ni la expresión "instituto secular", mientras
que en la cronología no hay referencia alguna a la
aprobación definitiva del año 1950 (Bernal,
366). Gondrand, en un apartado titulado "Una aprobación
decisiva", dice que en 1950 "el Papa firma el decreto
de aprobación definitiva y solemne del Opus Dei",
y añade que "Radio Vaticana difunde un amplio
comentario sobre el decreto en cada una de sus treinta emisiones
en distintos idiomas" (Gondrand, 197), pero sin mencionar
para nada la figura jurídica de los institutos seculares
y sin decir una sola palabra acerca de las Constituciones.
Lo mismo hace Vázquez de Prada: dos breves alusiones
a la "aprobación definitiva" (Vázquez,
257 y 259), sin mencionar las Constituciones ni los institutos
seculares en la cronología ni en el índice analítico.
Berglar, para quien "la aprobación del Opus Dei
se basaba en una nueva fórmula jurídica especial
que tuvo que ser creada ex profeso", dedica media página
a hablar en términos generales de los institutos seculares
(Berglar, 237), que no aparecen en el índice, del mismo
modo que tampoco aparecen en él las Constituciones.
Con la más reciente de las biografías, de Ana
Sastre, la pauta no se ha modificado.
Así, el único texto de la literatura "oficial"
que presta una mínima atención a las Constituciones
de 1950 es el estudio de Fuenmayor, Gómez-Iglesias
e Illanes. De su contenido, el primer elemento que subrayan
como significativo es el hecho de la unidad del Instituto:
para decir que si anteriormente aparecía en un primer
plano la Sociedad de la Santa Cruz, ahora la denominación
"Opus Dei" corresponde a todo el conjunto, dentro
del cual existe una agrupación de socios formada por
los sacerdotes y por aquellos laicos que, según el
criterio del "Padre", mayores probabilidades tienen
de llegar a ser sacerdotes ("Constituciones", 1950,
art. 1). "Advertiremos -comentan los tres autores- que
las cosas se han, literalmente, invertido con respecto a los
textos de 1943 y años sucesivos" (Fuenmayor y
otros autores, 248), confirmando indirectamente con ello que
éste era en efecto, según nuestra hipótesis
del capítulo anterior, el gran problema de fondo del
año 1946.
En segundo lugar, y de forma no menos eufemística,
afirman que con la aprobación definitiva se cierra
el período "durante el cual (monseñor Escrivá)
vio necesario concentrar preferentemente su actividad en el
apostolado con los universitarios" (ibíd., 248).
Pocas veces la literatura "oficial" había
proporcionado una formulación tan relativamente próxima
a la realidad del Opus Dei de los primeros años. Aun
así, subsiste el hecho de que las Constituciones siguen
hablando del trabajo entre los intelectuales como finalidad
específica del Opus Dei, en un artículo (art.
3) que los autores reproducen íntegro en latín
en el apéndice (p. 553), pero no así en el texto
(p. 250), donde unos puntos suspensivos substituyen la frase
en la que se afirma que la clase llamada intelectual "es
la que dirige la sociedad civil, tanto por su mayor instrucción,
como por los cargos que ejerce, como por su prestigio".
Ahora, prosiguen los autores de "El itinerario jurídico",
con la autorización concedida por la Santa Sede de
admitir a hombres y mujeres, "solteros o casados, de
cualquier profesión, clase o condición social",
el Opus Dei queda descrito en las Constituciones "como
camino de santidad y apostolado, en medio del mundo, sin establecer
limitación o concreción alguna, y abierto por
tanto a hombres y mujeres de cualquier condición"
(Fuenmayor y otros autores, 248). Indirectamente, ello equivale
a reconocer que esta forma de describir lo que es el Opus
Dei, a pesar de todas las reiteradas afirmaciones de la literatura
"oficial" en sentido contrario, es válida
tan sólo "a partir" de esta fecha. E incluso
así, habría que preguntarse hasta qué
punto se ajusta rigurosamente a la realidad la afirmación
según la cual a partir de 1950 queda abierto a personas
de cualquier "profesión, clase o condición
social", sin "limitación alguna", teniendo
en cuenta que los miembros numerarios "han de estar en
posesión de un título universitario" (art.
35), que "han de cursar estudios eclesiásticos
de nivel superior" y "de orientación tomista"
(art. 135 y 136, y Fuenmayor y otros autores, 252), y que
son ellos los únicos miembros "stricto sensu"
del Instituto (art. 16). Como decía el decreto de aprobación
al que antes hicimos referencia, "todos los miembros
numerarios son intelectuales" (Fuenmayor y otros autores,
554); y así sigue siendo después del año
1950.
Bien es cierto que las mismas Constituciones especifican
que la distinción entre categorías diversas
de socios se efectúa con el fin de que cada uno conozca
sus obligaciones, y de que todos los socios se comprometan
igualmente en la búsqueda de la perfección (Fuenmayor
y otros autores, 255). Pero no es menos cierto que ese mismo
artículo de las Constituciones dice -y Fuenmayor, Gómez-Iglesias
e Illanes no lo mencionan- que los socios supernumerarios
han de saber que "la vocación de los numerarios
es más alta y más plena" (art. 44.1). Por
otra parte, las vocaciones de no numerarios pueden reclutarse
"entre personas de cualquier condición social"
incluidas aquellas que "padecen alguna enfermedad crónica"
(art. 41). Por el contrario, los socios numerarios del Opus
Dei, que tienen "precedencia sobre los no numerarios"
(art. 31), ni pueden ser enfermos crónicos, ni pueden
estar casados, ni pueden ser de "cualquier condición
social": para aquellos numerarios que no son sacerdotes,
las Constituciones prevén las siguientes actividades
profesionales: cargos de la administración pública
y de docencia universitaria; abogados, médicos y similares;
comercio y actividades económicas" (art. 15).
Además, incluso entre los miembros numerarios del
Opus Dei existen categorías: algunos de los numerarios,
llamados "inscritos", son destinados a "cargos
de dirección del Instituto" (art. 16.3), por "designación
directa del "Padre"" (art. 19). De entre estos
"inscritos", algunos tienen voz y voto en la elección
del presidente general: el propio presidente general es quien
les nombra (art. 22), y reciben el título de "electores"
(art. 16.3). Finalmente, hay numerarios que son al mismo tiempo
miembros numerarios de la Sociedad Sacerdotal de la Santa
Cruz, bien porque son sacerdotes, o bien porque "el "Padre"
les considera candidatos al sacerdocio" (art. 1); y también
dentro de este grupo algunos constituyen una categoría
especial (art. 70). Es exclusivamente el "Padre"
quien determina qué personas han de ordenarse: aquellos
que "lo desearían, pueden expresar dicho deseo
al "Padre", pero sometiéndose a su decisión"
(art. 273).
Las Constituciones de 1950, detalladas y hasta meticulosas,
abordan muchas otras cuestiones en las que no vamos aquí
a detenernos. En todo aquello que respecta a las obligaciones
de los miembros (obediencia, castidad, pobreza), a las costumbres
y las devociones, al régimen de gobierno, y a la sección
de mujeres, recorreremos al texto de las Constituciones cuando
así lo aconseje el tema concreto que estemos considerando.
(Para un comentario global sobre las Constituciones, más
sintético pero acaso también más preciso
que el de Fuenmayor y otros autores, véase Rocca,
1985, 68-74.)
2) La expansión internacional
Desde una perspectiva distinta, cabe destacar un segundo
gran rasgo característico de este período (1947-1958),
que no es menos importante que el de la aprobación
definitiva del Opus Dei: nos referimos a su expansión
internacional.
Durante estos años, el Opus Dei deja de ser un fenómeno
exclusivamente -y típicamente- español. Bien
es verdad que siguen siendo españoles la mayoría
de sus miembros y, sobre todo, la práctica totalidad
de sus dirigentes. Mas aun cuando sean generalmente españoles
los primeros que implantan el Opus en los distintos países,
el hecho es que el instituto secular se internacionaliza,
tanto en lo que concierne a su ámbito de actuación
como a los socios que lo integran.
En muy raras ocasiones facilitan cifras concretas los autores
del Opus Dei. El año 1950 los miembros son unos 3.000
en total (más del 80 %, hombres); lógicamente
la mayor parte son numerarios, dado que la incorporación
de los supernumerarios al Instituto es todavía muy
reciente, y los sacerdotes son 23 en total (Fuenmayor y otros
autores, 195s). De los cerca de 2.400 socios masculinos, 1.500
son españoles (260 portugueses, un centenar de italianos
y de mexicanos, etc.) (Rocca, 1985, 63s). Once años
más tarde, los miembros del Opus Dei sumarán
más de 30.000, con una pequeña mayoría
de hombres tan sólo y con una netísima inversión
de proporciones entre numerarios y no numerarios. Los numerarios
serán, en 1961, 3.000 mujeres y 3.500 hombres (300
de ellos, sacerdotes) (Rocca, 1985, 81).
Al comenzar el período (1947) el Opus Dei tiene algunos
centros en Portugal, Italia e Inglaterra. Durante ese mismo
año 1947 se inicia la implantación en Irlanda
y Francia, y a lo largo de los años siguientes en México,
Estados Unidos, Chile y Argentina (Le Tourneau, 11). El año
1950 el Opus Dei posee unos 70 centros masculinos, 50 de los
cuales en España, además de unos 20 centros
femeninos (Rocca, 1985, 63). Al llegar al final del período
(1958), ha abierto centros en otros países europeos
(Alemania, Suiza, Austria), en el Canadá, y sobre todo
en América Latina (Venezuela, Colombia, Perú,
Guatemala, Ecuador Uruguay, Brasil y El Salvador, además
de los anteriores de México, Chile y Argentina), y
está empezando a operar en Africa (Kenya) y en el Japón
(Le Tourneau, 11; Fuenmayor y otros autores, 301).
El proceso, particularmente bien descrito en la obra de Ana
Sastre, sigue casi siempre una misma pauta: inicialmente se
trata de algún miembro del Opus Dei que va a ampliar
estudios a otro país, o bien de alguien (en general
sacerdote) que es directamente enviado por el "Padre"
para empezar "la Obra". Del apartamento o piso inicial
se pasa, en la mayoría de las ocasiones, a la organización
de una residencia de estudiantes. Llega entonces el momento
de la incorporación de un pequeño grupo de la
sección de mujeres, para hacerse cargo de la intendencia.
Tan sólo en algunos casos, sobre todo al final ya del
período, se comienza ya directamente con la creación
de instituciones propias: un centro de estudios en el caso
de Kenya, o un instituto de idiomas en el del Japón.
(Véase Sastre, 363-471, sin aportar cifras, pero con
muchas indicaciones de nombres propios.)
Por otra parte, en 1948 monseñor Escrivá erige
en Roma el Colegio de la Santa Cruz, centro internacional
de formación para los miembros de la sección
masculina. De esta forma los miembros numerarios, y aquellos
que se preparan para el sacerdocio, pueden realizar sus estudios
eclesiásticos en común y sin salir jamás
de la atmósfera del instituto secular. Esta parece
haber sido una antigua idea de Escrivá, quien ni siquiera
en el caso de los tres primeros sacerdotes del Opus Dei (ordenados
en Madrid en 1944) quiso que estudiaran mezclándose
con otros seminaristas.
Otra de las ideas fijas del "Padre" es la de la
radical separación entre hombres y mujeres. Y así,
cinco años después del Colegio romano de la
Santa Cruz se erige (1953) el Colegio de Santa María,
"centro análogo al anterior, pero destinado a
la sección de mujeres" (Fuenmayor y otros autores,
301s). Acerca de esta cuestión de la separación
entre hombres y mujeres, Rocca reproduce un curioso documento,
fechado en 1947 y titulado "Reglamento interno de la
administración", en el que se estipula entre otras
cosas que "a las casas de la sección femenina
no van jamás, ni de visita, los varones de nuestro
Instituto"; que éstos no ven nunca "a las
sirvientas que forman parte de la administración (las
"numerarias auxiliares"), no saben sus nombres y
no hablan para nada con el servicio"; que en el caso
de existir un oratorio único "las asociadas asisten
a los actos de culto detrás de una reja, como se usa
para las monjas de clausura cuando sus iglesias están
abiertas al público"; y que la limpieza de la
residencia se efectúa cuando los hombres están
ausentes, "y las sirvientas pasarán siempre en
grupo, a hacer la limpieza; nunca aisladamente" (Rocca,
1985, 163-165; en castellano en el original italiano).
Lo más significativo de este período es, de
todos modos, que paralelamente al proceso de expansión
internacional se produce la posibilidad de incorporación
al Opus Dei (siempre como no numerarios) de personas casadas
y de sacerdotes diocesanos. La conjunción de ambos
hechos es la que provoca en el transcurso de la década
de los años cincuenta una transformación notable
de la fisonomía del instituto secular. Aunque la mayor
parte de sus miembros sigan siendo españoles, paulatinamente
empezará a prevalecer una percepción del Opus
Dei como institución de origen español, pero
ya no exclusivamente española sino universal. Y aunque
los miembros del Instituto en sentido estricto sean los numerarios,
con compromiso de celibato, y los únicos susceptibles
de ocupar cargos de dirección, cuantitativamente serán
cada vez más una minoría ("estado mayor")
frente a la creciente mayoría de los supernumerarios
("clase de tropa", en la terminología de
Camino, n°. 28). De esta forma irá ampliándose
gradualmente el ámbito de actuación del Opus
Dei y, si bien con alguna "limitación" más
de la que admiten Fuenmayor, Gómez-Iglesias e Illanes
(p. 248), cabrá empezar a hablar efectivamente tanto
de personas de "condiciones sociales diversas" como
de "trabajo ordinario".
Al mismo tiempo, sin embargo, comenzará a emerger
igualmente una problemática nueva, que como es lógico
va a manifestarse ante todo en España, que es el país
en el que la implantación del Opus Dei es mayor y más
antigua. En efecto, si en los países donde se inicia
el proceso de expansión el apostolado primordial sigue
siendo el universitario, en España muchos de los primeros
miembros están ya en plena carrera profesional. Y en
segundo lugar, la admisión en el Opus Dei de personas
casadas va a suscitar rápidamente un problema hasta
esos momentos inédito: la socialización de una
segunda generación, es decir, la educación de
los hijos de los miembros del Opus Dei.
3) La ampliación del ámbito de actuación
Sociológicamente, los procesos de institucionalización
constituyen un lugar privilegiado de verificación del
principio de las consecuencias no previstas de toda acción.
Con esa fórmula del principio de las consecuencias
imprevistas de la acción, los sociólogos solemos
apuntar a cualquiera de los dos fenómenos siguientes,
que el lenguaje popular expresa de forma más gráfica:
a saber, que en ciertas ocasiones "el éxito sorprende
a la propia empresa", mientras que en otros casos "el
tiro sale por la culata".
Si el período 1939-1946 supuso para el Opus Dei en
España el inicio de su proceso de institucionalización,
a lo largo del período 1947-1958 dicho proceso alcanza
su culminación, y la institucionalización se
completa, en el marco de un régimen político
que a su modo va institucionalizándose también
y que progresivamente pasa de la autarquía económica
a un cierto desarrollo, y del aislamiento internacional de
los años inmediatamente posteriores a la segunda guerra
mundial a una paulatina aceptación que halla en el
año 1953 sus dos manifestaciones más espectaculares:
la firma del tratado con los Estados Unidos y el concordato
con la Santa Sede.
En el caso concreto del Opus Dei en España, ¿de
qué modo se manifiestan a lo largo de la década
de los años cincuenta estas consecuencias no previstas
de la acción (en general, en forma de "éxitos
sorprendentes", mucho más que de "tiros por
la culata")?
a) En lo que concierne a la persona del fundador,
que con su nombramiento como prelado doméstico del
Santo Padre se convierte, en 1947, en monseñor Escrivá
de Balaguer, si bien por un lado va diciendo -o le hacen decir,
o dicen que decía- que "lo mío es ocultarme
y desaparecer", por otro lado es nombrado "hijo
predilecto de Barbastro", su ciudad natal (1947), y es
condecorado con la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio (1951),
la Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort (1954) y la
Gran Cruz de Isabel la Católica (1956).
b) Desde el punto de vista del logro de sus "objetivos
apostólicos", algunos autores estiman que al finalizar
este período los miembros del Opus Dei ocupaban hasta
un 30 % de las cátedras universitarias (Valverde, 546).
Pero simultáneamente se produce una lenta, y en cierta
medida lógica, penetración de ciertos miembros
del Opus Dei en los órganos de la Administración
del Estado, mientras otros pasan a ocupar puestos destacados
desde los que influyen en el mundo de la economía y
de la política.
Ante este doble fenómeno, la versión oficial
que desde el Opus Dei suele darse es francamente ambigua y
en algún caso poco coherente al parecer con el texto
de las Constituciones del año 1950. Así por
ejemplo, cuando monseñor Escrivá se defiende
de la acusación de que "queríamos ocupar
puestos elevados" ("Conversaciones", n°.
64), no parece estar teniendo en cuenta el artículo
de las Constituciones que habla de los "cargos públicos,
y especialmente de aquellos que implican el ejercicio de una
dirección. (art. 202), ni el contenido general del
decreto pontificio de aprobación del Opus Dei como
instituto secular.
El tema es uno de los que harán verter ríos
de tinta a partir de la década de los años sesenta.
Pero el detonante lo constituye un hecho acaecido en 1957,
con la entrada en el gobierno español de dos ministros
(Comercio y Hacienda) que pertenecen al Opus, dos meses después
de que Laureano López Rodó haya accedido a la
secretaría general técnica de la Presidencia,
y al mismo tiempo que otros socios de la Obra ocupan cargos
de responsabilidad en los ministerios de Información,
Obras Públicas y Educación (Tamames, 1973, 512).
Inmediatamente después de la constitución del
primer gobierno de Franco que cuenta con ministros pertenecientes
al Opus Dei, un sacerdote del Opus, Julián Herranz,
publica un artículo, "El Opus Dei y la política",
que durante mucho tiempo va a marcar la pauta de la 'versión
oficial. (Herranz, 1957). Esta versión "oficial"
gira en torno al doble argumento de que la Obra no interviene
para nada en las opciones políticas de sus miembros,
los cuales actúan con toda libertad ("en todo
lo temporal los socios de la Obra son libérrimos",
declara el "Padre"; "Conversaciones",
n°. 48) y sin comprometer, por consiguiente, al Opus Dei.
Y, en segundo lugar, que de hecho los socios adoptan en este
terreno posiciones diversas, lo cual es perfectamente lícito,
y el Opus lógicamente nada tiene que decir al respecto.
Por lo que a la primera cuestión se refiere -el Opus
Dei nunca interviene en política; son en todo caso
algunos de sus miembros quienes lo hacen, bajo su personal
responsabilidad y sin comprometer a la institución-
el aspecto más problemático lo constituye la
eventual aplicación del artículo 58 de las Constituciones
de 1950, que afirma que los socios (numerarios y supernumerarios)
juran que "consultarán con los superiores toda
clase de cuestiones importantes de tipo profesional y social,
aunque no constituyan materia directa del voto de obediencia".
En este punto resulta poco convincente la réplica,
tantísimas veces reiterada, en el sentido de que "en
cuestiones políticas ser del Opus Dei es como ser socio
de un club de tenis" (López Rodó, 1991,
18; véase igualmente Escrivá, "Conversaciones",
n°. 49), ya que en principio un club de tenis no tiene
entre sus objetivos el de hacer apostolado a través
del ejercicio de cargos públicos, ni obliga a sus socios
a consultar asuntos de tipo profesional. No más convincente
resulta el razonamiento según el cual los miembros
del Opus continúan gozando de total libertad de decisión
tras haber recibido de los superiores los consejos correspondientes,
ya que "de hecho, y de derecho, el compromiso obligaba
a solicitar consejo, que no se transformaba en mandato"
(Fuenmayor y otros autores, 244, nota 32). El año 1971,
Alvaro del Portillo comunicará a la Sagrada Congregación
de Religiosos la supresión de este artículo
de las Constituciones, aduciendo que la experiencia ha demostrado
que "estos juramentos no son necesarios para preservar
nuestro peculiar carisma fundacional" (en Fuenmayor y
otros autores, 586).
En cuanto a la segunda cuestión -el pluralismo de
las opciones políticas de los socios de la Obra- el
único matiz que sería preciso introducir es
que no hay que perder de vista cuál es el contexto
histórico concreto de estos años cincuenta,
con el fin de no caer en confusiones acerca de las dimensiones
y el alcance real de dicho "pluralismo". Rafael
Calvo Serer, uno de los primeros miembros del Opus que interviene
directamente en el mundo de la política (Calvo Serer
1947), dirá años más tarde que "la
gente parte del prejuicio de que el Opus Dei es como una organización
política que actúa de modo planificado en la
vida pública", cuando "la realidad es que,
a estos efectos, hay que olvidarse del Opus Dei si quieren
entenderse las cosas" (Pániker, 85; véanse,
en el mismo volumen y en idéntico sentido, las declaraciones
de López Rodó: Pániker, 327s). "Hay
que olvidarse del Opus Dei": es lo que hará literalmente
Rafael Gómez en su "El franquismo y la Iglesia",
cuando tras mencionar por vez primera a los ministros que
entran en el gobierno en 1957, incluye una nota en la que
dice: "Ullastres y Navarro Rubio eran miembros del Opus
Dei, la conocida institución católica. En páginas
anteriores han aparecido los nombres de otras personas que
también eran miembros del Opus Dei: Pérez Embid,
Calvo Serer, Rodríguez Casado, López Rodó
y López Bravo. No mencioné esta circunstancia
porque no tuvo específica relevancia política"
(Gómez Pérez, 1986, 74, nota 5).
Sin duda puede afirmarse que existen entre todos ellos (y
otros que habría que añadir: Albareda, Fontán,
López Amo, Suárez Verdeguet, etc.) diferencias
de puntos de vista y, por tanto, un cierto "pluralismo";
y puede admitirse asimismo la tesis de que el Opus Dei no
funciona "como una organización política
que actúa de forma planificada en la vida pública",
y hasta la hipótesis de que en la central romana del
Opus esta implicación visible de ciertos miembros destacados
suscitó cierta inquietud y preocupación (Artigues,
170). Pero aun así, preciso es insistir una vez más
en que la situación no deja de ser una consecuencia
lógica y previsible del proceso de institucionalización
del Opus Dei en España, y del éxito en el logro
de los objetivos que se había propuesto. La paradoja
radica más bien, en este caso, en el hecho de que ese
mismo éxito parece pillar desprevenidos a los responsables
de la Obra, los cuales se ven obligados a elaborar una estrategia
con el fin de no tener que asumir como institucionales los
éxitos de unos objetivos que sí habían
sido definidos como institucionales. Tampoco puede dejar de
tenerse en cuenta, por otra parte, que el pluralismo político
de los miembros del Opus Dei es, durante los años cincuenta,
un pluralismo francamente limitado: en su mayor parte utilizan
la plataforma común de la revista "Arbor"
(sobre "Arbor", y especialmente las figuras de Calvo
Serer y Pérez Embid, véase Artigues, 147-177,
y Casanova, 1982, 251-279, así como el número
monográfico que la revista dedicó en 1985 a
su propia historia: Pasamar y otros autores, 1985, 13-137);
varios de ellos desempeñan un papel directísimo
e importante en la formación del entonces príncipe
Juan Carlos, y todos ellos coinciden en la afirmación
del catolicismo como elemento esencial y "vertebrador"
de la invertebrada España orteguiana, así como
de un franquismo sencillamente dado por supuesto.
Dentro de estos estrechos márgenes puede -si se quiere-
hablarse de pluralismo. Pero, si se quisiera, también
se podrían hallar unos paralelismos y unos acuerdos
muy básicos. Un solo ejemplo: el año 1952 Ángel
López Amo, historiador, preceptor del futuro príncipe
y rey, escribe que "la libertad de expresión,
la libertad de sufragio y la libertad de cultos son la libertad
de la destrucción y del rebajamiento" (López
Amo, 313). Cinco años más tarde Rafael Calvo
Serer, convertido ya en una especie de "enfant terrible"
del franquismo por sus escritos polémicos y supuestamente
inconformistas, afirma en un artículo periodístico:
"La libertad de conciencia conduce a la pérdida
de la fe, la libertad de expresión a la demagogia,
a la confusión mental y a la pornografía, la
libertad de asociación al anarquismo y de rechazo al
totalitarismo" (citado por Artigues, 189s).
c) En tercer lugar, y a nivel institucional, el crecimiento
del Opus Dei, el éxito de su implantación en
España y la ampliación de sus bases gracias
a la incorporación de miembros no numerarios y, sobre
todo, de personas casadas, tiene otra consecuencia imprevista
pero que lentamente transformará la fisonomía
entera del Instituto de monseñor Escrivá: la
creación de obras propias en el campo de la educación.
Durante los años iniciales, el padre Escrivá
se había manifestado contrario a la creación
de esta clase de obras propias. Su modelo había de
ser muy distinto del de tantas congregaciones religiosas dedicadas
a la enseñanza, y distinto también del modelo
de los jesuitas, con sus escuelas para hijos de familias ricas.
Ni siquiera compartía Escrivá la idea de los
Propagandistas, de Herrera Oria y del jesuita Ayala, sobre
la conveniencia de las universidades católicas (véase,
por ejemplo, el capítulo "Apostolado dc la enseñanza"
del libro "Formación de selectos" de Ángel
Ayala, 260-282). Para Ayala la universidad católica
es "la institución por excelencia formadora de
la juventud": "mientras los católicos carezcamos
en España de nuestra propia universidad, será
imposible haya entre nosotros una generación de jóvenes
integralmente formados en las doctrinas de la Iglesia, e imposible
la creación del pensamiento nacional único en
los problemas vitales de la nación" (Ayala, 260).
En cambio, en los documentos de aprobación del Opus
Dei (1950) se afirma todavía que el Opus Dei prefiere
"prestar su colaboración anónima en los
establecimientos públicos", y que los miembros
de la Obra que sean profesores universitarios ejercerán
su apostolado en las universidades, "si es posible, públicas"
(Fuenmayor y otros autores, 548).
Ello no obstante, el año 1951 se inaugura la primera
escuela del Opus Dei, cerca de Bilbao. Y en 1952 comienzan
las actividades del Estudio General de Navarra, núcleo
inicial de la que será unos años más
tarde la Universidad de Navarra (la cual no lleva oficialmente
el título de Universidad Católica, pero aparece
clasificada entre las universidades católicas en el
apartado correspondiente del "Annuario Pontificio").
Aranguren interpretó la creación de la Universidad
de Navarra como una consecuencia del fracaso del Opus Dei
en "su empeño de adueñamiento espiritual
de la universidad" (Aranguren, 1962, 15). Y es cierto
que a partir del año 1951, con el nombramiento de Joaquín
Ruiz Giménez como ministro español de Educación,
los vientos dejan de ser sistemáticamente favorables
al Opus; que paralelamente a los primeros esfuerzos liberalizadores
del nuevo ministro la universidad se tornará progresivamente
conflictiva, y que por primera vez se expresarán críticas
a los profesores y estudiantes del Opus Dei. Ello explicaría
la posibilidad, puesta de relieve por Aranguren, de interpretar
la creación de la Universidad de Navarra como una maniobra
de retirada estratégica.
Mas aun sin descartarla, creemos que esta explicación
debe complementarse con un segundo elemento no menos importante.
A saber, que con la ampliación de su base de reclutamiento
se le empieza a plantear al Opus Dei un problema hasta entonces
desconocido: el de la socialización de las nuevas generaciones.
Durante todo el período inicial, el reducido grupo
de los primeros miembros del Opus se había dedicado
de lleno a aquello que en lenguaje católico tradicional
suele llamarse "el apostolado de penetración".
Pero cuando el grupo deja de ser reducido, y además
se reproduce, porque cuenta con miembros casados, se plantea
la necesidad de educar a quienes han nacido ya dentro de la
organización y no fuera de ella. No se trata todavía,
ciertamente, de la fase en la que monseñor Escrivá
rechazará radicalmente el apostolado de penetración
y osará afirmar que "espero que llegue un momento
en el que la frase "los católicos penetran en
los ambientes sociales" se deje de decir, y que todos
se den cuenta de que es una expresión clerical"
("Conversaciones", n°. 66). Esta proclamación
data de 1968, y por ahora nos hallamos más próximos
aún de aquella otra, según la cual es precisa
"una intromisión en el ambiente, con ánimo
positivo y señorial", que citábamos al
iniciar el capítulo (Escrivá, 1949, 7). Pero,
como mínimo, se le empieza a plantear al Opus Dei la
necesidad de un nuevo estilo complementario de apostolado:
la "memoria biográfica" de los primeros miembros
ya no es suficiente; a partir de ahora hay que empezar a "transmitir
una tradición" (Berger y Luckmann, 93). Dicho
en otras palabras: sociológicamente es muy distinto
el problema del "apóstol que convierte a los paganos"
del problema del "apóstol que intenta que sus
propios hijos crean". A nuestro modo de ver, también
por esta vía ha de explicarse el origen de las obras
educativas del Opus Dei.
En cualquier caso, con la creación de estos dos centros
a principios de la década de los cincuenta se inicia
un nuevo tipo de actividad, que a su vez contribuirá
a ampliar el ámbito de actuación del Opus Dei.
El Estudio General de Navarra será la primera -y todavía
hoy la más importante- de toda "una amplia gama
de instituciones universitarias en todo el mundo" ("Conversaciones",
n°. 84); mientras que el Colegio de Bilbao, presentado
en un primer momento como excepcional, será el precursor
de una vasta red de escuelas -del Opus Dei, dirigidas por
personas del Opus Dei, o que confían al Opus Dei las
tareas de dirección espiritual- organizadas en "sociedades
y cooperativas de padres para promover y dirigir centros de
enseñanza. A la muerte de monseñor Escrivá
de Balaguer, una de estas instituciones (existen varias y
en diversos países) contaba con más de veinte
colegios masculinos y femeninos, por los que habían
pasado ya miles de alumnos" (Sastre, 427).
Obsérvese que, con todo ello, el Opus Dei se mantiene
en situación de competencia con la Compañía
de Jesús. Pero si en el capítulo anterior veíamos
cómo en los años iniciales esa competencia -aun
siendo una realidad, y una realidad percibida como peligrosa
por los jesuitas- era francamente desigual, dadas la fuerza
y la tradición de los unos, y las dimensiones reducidas
y la escasa institucionalización de los otros, a partir
de ahora los acontecimientos confirman el acierto de las aprensiones
de los jesuitas. En muchos terrenos se encontrarán
en competencia, pero ya en condiciones de igualdad. En el
terreno de las escuelas -y más específicamente
de las escuelas "para hijos de familias ricas"-
el Opus Dei no se quedará precisamente atrás,
antes bien al contrario. Y en otros ámbitos, ya a partir
de esos años, los jesuitas empezarán incluso
a ir a remolque del Opus Dei.
Así por ejemplo, en las postrimerías de la
década de los años cuarenta un grupo de universitarios,
que gira en torno a los jesuitas Llanos, Díez Alegría,
etc., proyecta la creación de una residencia "que
reuniera a un grupo selecto de universitarios con vista a
la creación de un instituto secular" (González
Estefani, 59). Habíamos dicho al comienzo que Escrivá
y el Opus Dei se inspiraban netamente en el modelo jesuítico:
¡ahora ya no está tan claro quién copia
de quién! Y el lenguaje de unos y otros sigue siendo
el mismo: "Queremos dar a nuestra actitud ante todo una
línea de austeridad e "intolerancia profundamente
católica y española"; "deseamos dar
a nuestro empeño de perfección la nota de "un
fanatismo" por la caridad más unitiva hacia todas
las clases, entidades e individuos de la Iglesia y de las
Españas"; "queremos, como auténticos
seglares católicos y españoles de nuestro tiempo,
vivir la más perfecta armonía entre los dos
servicios de la Iglesia y de la Patria" (González
Estefani, 57; el entrecomillado es nuestro). El autor de estas
líneas programáticas (del año 1947) no
es el padre Escrivá, sino el jesuita padre Llanos.
La evolución ulterior de uno y otro será radicalmente
distinta: ¡pero el "pluralismo" de la España
católica de la época no da para más!
Un segundo ejemplo de ese paralelismo entre Compañía
de Jesús y Opus Dei guarda relación precisamente
con la Universidad de Navarra. De hecho los jesuitas habían
abierto en Bilbao un centro de estudios superiores (1886),
y existían en España otros centros eclesiásticos
de estudios. El Concordato de 1953 entre España y la
Santa Sede reconocía el derecho de la Iglesia a crear
centros de enseñanza de nivel superior, mas era el
Estado el que había de establecer los criterios para
la homologación de los estudios y los títulos
emitidos por dichos centros. Tras la erección de la
Universidad de Navarra como universidad de la Iglesia (1960),
será el Opus Dei, y no la Compañía de
Jesús y su Universidad de Deusto, quien logrará
que en 1962 el Estado reconozca la validez oficial de los
estudios y de los títulos emitidos por las universidades
de la Iglesia.
Último, y significativo, ejemplo de paralelismo: al
finalizar el período que estamos considerando (1958),
la Compañía de Jesús crea en Barcelona
una Escuela Superior de Administración y Dirección
de Empresas (ESADE) y simultáneamente el Opus Dei crea,
también en Barcelona, un Instituto de Estudios Superiores
de la Empresa (IESE), instituciones de las que en la segunda
parte nos ocuparemos con mayor detalle.
2. Algunas cuestiones no resueltas: del proyecto del padre
Escrivá de abandonar el Opus Dei (1948-1949), al intento
de echarle del Opus Dei (1951-1952)
Aunque el perfil básico de estos "diez años
de éxitos" en la historia del Opus Dei, caracterizados
por su aprobación definitiva como instituto secular,
por su internacionalización y por la notable ampliación
de sus ámbitos de actuación, pudiera inducir
a considerar que para los seguidores de Escrivá todo
marcha sobre ruedas y que su instituto secular es un verdadero
oasis de paz, algunos datos y algunos indicios obligan a pensar
que la superación de la grave crisis del año
1946, milagrosamente bien resuelta coincidiendo con la llegada
a Roma del "Padre", no representa con todo la definitiva
superación de los obstáculos que se interponen
en la triunfal trayectoria de la Obra.
Durante la primera mitad del período 1947-1958 se
producen al menos dos episodios que constituyen, para los
dirigentes del Opus Dei, una fuente de disgustos y de quebraderos
de cabeza. Ambos ilustran perfectamente aquel tipo de situaciones
-con las que nos hemos encontrado ya en alguna otra ocasión-
en que la literatura "oficial" se limita a advertirnos,
con lenguaje eufemístico, que el rompecabezas no está
completo y que por alguna razón no está dispuesta
a colocar encima de la mesa las piezas que faltan.
a) En 1948 y 1949 monseñor Escrivá "siente
una gran preocupación por la santidad y por la santificación
de los sacerdotes", hasta el extremo de llegar a la conclusión
de que "sería necesario emprender una nueva fundación
con el fin de ayudar a los sacerdotes diocesanos, incluso,
aunque esto le exigiera tener que abandonar el Opus Dei"
(Fuenmayor y otros autores, 229s). Llega incluso -dicen- a
plantear la cuestión a sus familiares, a los miembros
del consejo general del Opus Dei, así como a determinadas
personalidades de la Curia: "Fui a la Santa Sede y dije
que estaba dispuesto a hacer una fundación para sacerdotes.
Con gran sorpresa, allí me respondieron que sí"
(citado en Sastre, 298). Según Berglar, Alvaro del
Portillo habría comparado esta decisión del
"Padre" con "el sacrificio de Abraham":
e igual que en el caso de Abraham, "el Señor le
dio la solución", en forma de incorporación
de los sacerdotes seculares al Opus Dei a título de
miembros no numerarios de la Sociedad Sacerdotal de la Santa
Cruz (Berglar 410, nota 53). La aprobación definitiva
del año 1950, al contemplar la posibilidad de integración
de los sacerdotes no procedentes de las filas del Opus Dei,
le ahorra "aquella nueva fundación, que hubiera
escindido su corazón de padre y de madre dolorosamente"
(Vázquez, 257; Bernal, 158).
Como puede comprobarse, todos nuestros autores habituales
hablan del tema, pero ninguno de ellos lo hace de una forma
concreta. ¿Qué se oculta tras la decisión
de Escrivá de emprender una nueva fundación,
aun a costa de abandonar el Opus Dei? ¿Cómo
y por qué halla súbitamente una solución
aparentemente muy sencilla, pero que pese a haberla "buscado
durante tanto tiempo, nadie le había sugerido"
(Gondrand, 196), y que consiste simplemente en incorporar
a los sacerdotes que lo deseen a la fundación ya existente?
¿Puede guardar todo ello alguna relación con
la aprobación definitiva del Opus del año 1950,
en el sentido de que alguien hubiese planteado, como condición
para aprobar el Opus Dei, que el "Padre" se dedicara
a otra cosa distinta? ¿Existe acaso alguna relación
entre ese proyecto y el asunto de la "mitra episcopal"
del fundador objetivo que Alvaro del Portillo había
perseguido insistentemente durante un tiempo y que estuvo
a punto de alcanzar, pero que la literatura "oficial"
jamás menciona siquiera, y que quedó frenado
en el último momento por intervención de algunos
miembros de la Compañía de Jesús muy
próximos a Pío XII?
Se trata claramente de una primera cuestión no resuelta,
y planteada desde la literatura "oficial", además,
en unos términos que denotan una decidida voluntad
de no resolverla por ahora.
b) El segundo episodio es igualmente oscuro, pero
parece revestir mayor gravedad que el de 1949. Se trata en
esta ocasión de una iniciativa exterior, que se produjo
en los años 1951 y 1952, con el objetivo "de alejar
a monseñor Escrivá de Balaguer del Opus Dei,
y de dividirlo en dos institutos diferentes, uno de hombres
y otro de mujeres" (Fuenmayor y otros autores, 317).
Pese a dedicarle varias páginas, Gondrand no es más
explícito: es "un proyecto de desmantelamiento
de la Obra... un plan verdaderamente diabólico: se
trata de escindir las dos secciones del Opus Dei -masculina
y femenina- y de obligar al fundador no sólo a renunciar
a su cargo de Presidente general, sino a apartarse de la Obra",
lo cual hace exclamar a Escrivá, "con lágrimas
en los ojos: si me echan, me matan; si me echan, me asesinan"
(Gondrand, 206).
¿De dónde surge esta iniciativa, que "hace
peligrar la existencia de la Obra y pone al Fundador en una
situación casi desesperada" (Berglar, 44)? En
el punto de partida podrían hallarse los familiares
de algunos miembros italianos del Opus Dei, alarmados por
las denuncias que llegan hasta ellos, relativas a la Obra
(Vázquez, 259); pero tras estos familiares obviamente
han de hallarse quienes organizan "la campaña
de denuncias y calumnias", que habrían iniciado
"la tramitación secreta de falsa documentación
presentada a la Santa Sede" y que según todas
las apariencias siguen siendo los mismos de siempre: "Aquellos
benditos varones de antaño porfiaban con terquedad;
y no por motivos ejemplares. Le hostigaban con lengua falsa,
pegajosos como moscas cuando se avecina tormenta" (Vázquez,
261).
La referencia de Vázquez de Prada a "antaño"
permite suponer que los "benditos varones" en cuestión
pertenecían posiblemente a la Compañía
de Jesús. Pero es sólo una suposición,
no confirmada enteramente por la literatura oficial ("se
produjeron sucesos análogos a los ocurridos antes en
España"; Fuenmayor y otros autores, 303). Sobre
todo, no se nos dice ni palabra acerca del porqué de
las denuncias, ni en torno al contenido de la "falsa
documentación". Se nos explica tan sólo
que monseñor Escrivá decide "consagrar
el Opus Dei al Dulcísímo Corazón de María"
(1951), y posteriormente "al Sagrado Corazón de
Jesús" (1952), hasta que, por intervención
directa del Santo Padre, "el asunto quedó zanjado"
(Fuenmayor y otros autores, 304).
La conclusión no puede ser otra que la de Berglar:
"Sólo dentro de algún tiempo, cuando haya
avanzado suficientemente el proceso de sedimentación
histórica y se abran los archivos, sabremos más
concretamente de qué tipo fueron los peligros y cómo
se pudieron superar" (Berglar, 269). Esta es probablemente
la ocasión en que de forma más explícita
alguien que ha tenido acceso a los documentos inéditos
reconoce que, efectivamente, existen zonas del rompecabezas
que no se van a poder construir hasta que no aparezcan una
serie de piezas que, hoy por hoy, permanecen escondidas.
3. La teoría del "terzo piano": un pequeño
ejercicio de vaticanología
La "vaticanología" es una disciplina de
notable complejidad, que cuenta con expertos excelentes y
muy competentes, además de un nutrido grupo de "amateurs
éclairés" y de la inevitable caterva de
curiosos que tienden a confundir el conocimiento con el mero
cotilleo esporádico. Si no se pertenece a ninguna de
las dos primeras categorías, y no se quiere ser acusado
de formar parte de la tercera, mejor es andar con mucho tiento.
Vamos a partir, pues, de un esquema elemental y clásico,
que aun sin captar todos los matices tiene la ventaja de la
claridad y, sobre todo -según nos han confirmado varios
expertos con quienes nos hemos asesorado- la ventaja de ser
fundamentalmente correcto. De acuerdo con dicho esquema, para
entender mínimamente cuanto acontece en el Vaticano,
es preciso distinguir tres ámbitos: 1) las masas ("la
clase de tropa", en el lenguaje de Escrivá), los
colectivos movilizables e identificables, con sus gritos y
banderitas, en medio de una gran concentración en la
plaza de San Pedro; 2) la curia, es decir, todo el complejo
burocrático de la Iglesia romana, aparentemente silencioso
y discreto para quien lo contempla desde fuera, y con un funcionamiento
en general bastante eficaz si se tiene en cuenta que se trata
de una burocracia, de una burocracia muy compleja y de una
burocracia que trabaja en unas condiciones de más que
notable precariedad; y finalmente 3) "el terzo piano",
el tercer piso, o sea el mundo cerrado y de acceso reservado
en el que se mueven el Papa y sus colaboradores más
inmediatos.
En la época del pontificado de Pío XII (hoy,
seguramente, ya no tanto), había que añadir
a esos tres un cuarto elemento no menos indispensable: el
"castillo", el "Borgo di Santo Spirito",
la casa generalícia de los jesuitas donde reside el
que por aquel entonces solía ser denominado "el
papa negro". Durante todo aquel período, en efecto,
los jesuitas -como nadie y más que nadie- además
de disponer de sus propias masas (seglares que a través
de múltiples asociaciones giraban en torno a la órbita
de la Compañía), estaban presentes prácticamente
en todos los organismos de la Curia y tenían acceso
al "terzo piano".
Si nos propusiéramos escribir una página imitando
el estilo literario de los biógrafos del "Padre",
podríamos decir que durante la noche del 23 de junio
de 1946, su primera noche en Roma, que pasa "rezando
y contemplando alternativamente la cúpula de la basílica
de San Pedro... y las ventanas tras las cuales habita su sucesor"
(Gondrand, 176), Escrivá medita sobre todas esas cosas
y reflexiona sobre la situación del Opus Dei. "El
Padre" sueña en el día que los suyos van
a ser capaces de movilizar masas: "la primera vez que
el Fundador estuvo con verdaderas muchedumbres" no será
hasta 1960, con motivo de la ceremonia de erección
de la Universidad de Navarra. Durante los últimos años
de su vida, "el maratón sobrenatural" (Sastre,
528) de los viajes por España y por diversos países
de América Latina, serán "baños
de multitudes". Tras su fallecimiento, con ocasión
del viaje de Juan Pablo II a España (1982), la capacidad
de movilización de masas del Opus Dei alcanzará
uno de sus hitos más espectaculares: a lo largo de
aquellas jornadas las ciudades aparecían tan rebosantes
de pancartas con la salutación del Opus al Papa, "totus
tuus", que daba la impresión de que los españoles
eran "totus Opus". Y desde hace tiempo unos cuantos
millares de estudiantes se reúnen anualmente en un
congreso en Roma, los días de semana santa, y aclaman
al papa mientras éste les habla "calurosamente
del Opus Dei y de su fundador" (West, 17). Pero aquella
noche del mes de junio de 1946 Escrivá aún no
puede convocar a millares de jóvenes del Opus en la
plaza de San Pedro. El Opus Dei todavía "no es
obra de muchedumbres, sino de selección", según
había escrito el obispo de Madrid, Eijo Garay, al abad
coadjutor de Montserrat (Rocca, 1985, 132).
En segundo lugar, es evidente que el padre Escrivá
no tiene acceso directo al "terzo piano". Mientras
va "contemplando sus ventanas", reflexiona sobre
la abismal diferencia que media entre el hecho de ser recibido
en audiencia por el Santo Padre y el hecho de poder subir
hasta el tercer piso por la escalera trasera. Que se hubiera
hecho formar a la guardia suiza para dar entrada a Alvaro
del Portillo "por la gran escalinata que conduce a la
sala de audiencias" (Sastre, 322) tiene, sin duda, su
gracia. Pero por la otra escalera suben y bajan con entera
libertad unos cuantos jesuitas. En su meditación el
"Padre" se da perfecta cuenta de que a él
el acceso le está vedado. Tampoco logrará acceder
a ella con Juan XXIII, y mucho menos aún durante los
larguísimos años del no tan largo pontificado
de Pablo VI. El papa siguiente será el fugaz Juan Pablo
I: de no ser porque murió al cabo de un mes, quién
sabe...
El sueño de Escrivá en la veraniega noche romana
queda tal vez bien reflejado en las palabras de Joaquín
Navarro Valls, el miembro del Opus Dei que en 1984 fue nombrado
director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, cuando
explica que "es tanta la informalidad que el Santo Padre
da al trato con sus colaboradores más inmediatos, que
yo he de hacer un esfuerzo para recordar a menudo que estoy
hablando con el Papa"; en concreto, prosigue diciendo
que para conocer mejor el alcance de una noticia que acaba
de difundirse, "llamé al apartamento y el secretario
me dijo: venga a cenar esta noche" (declaraciones a "Catalunya
Cristiana", 25.4.1991, p. 16). ¡A eso se le llama
subir, por la escalera trasera, directamente al "terzo
piano"! El único problema -concluye monseñor
Escrivá en su imaginaria meditación- es que
cuando por fin algunos "hijos" suyos tienen acceso
a ella, se cruzan con frecuencia, con demasiada frecuencia
en realidad, con los "hijos" de monseñor
Giussani y su "Communione e Liberazione". Especialmente
si se confirma el acierto de aquella definición de
Juan Pablo II como papa que "escucha a mucha gente, habla
con muy poca y decide él solo" (Grootaers, 211).
Abandonemos, no obstante, la imitación del estilo
literario -mezcla de realidad y de fantasía- de los
biógrafos del "Padre". En el panorama romano
de los doce últimos años de Pío XII (1947-1958),
descartadas las masas por inexistentes y el tercer piso por
inaccesible, subsiste una única posibilidad: la Curia.
Consecuente con su modelo de Iglesia, "que demuestra
su vitalidad con un movimiento que no es una mera adaptación
al ambiente", monseñor Escrivá dirigirá
los esfuerzos de los miembros del Opus que residen en Roma
hacia "una intromisión, con ánimo positivo
y señorial" (Escrivá, 1949, 7) dentro de
los organismos de la Curia vaticana.
En el momento de establecer el balance de lo que para el
Opus Dei representa la aprobación pontificia de 1950,
Fuenmayor, Gómez-Iglesias e Illanes concluyen que "en
síntesis, los inconvenientes de la solución
de 1950" son dos: "la dependencia de la Congregación
de Religiosos, y el hecho de que la figura de instituto secular
estuviera situada en el ámbito del concepto de estado
de perfección" (Fuenmayor y otros autores, 295).
Al segundo "inconveniente" nos hemos referido ya
antes: concretamente hemos podido comprobar que al menos inicialmente
los autores del Opus Dei, empezando por el propio Escrivá
de Balaguer, más bien parecen felicitarse por el hecho
de haber quedado incluidos dentro del "ámbito
del concepto de estado de perfección". En el próximo
capítulo, en todo caso, volveremos sobre esta cuestión;
centrémonos por ahora en el primer "inconveniente",
el de la "dependencia de la Congregación de Religiosos",
para ver cómo es justamente ahí donde se produce
sobre todo "la intromisión, con ánimo positivo
y señorial", del Opus Dei dentro de la Curia vaticana.
Utilizando como fuente básica los volúmenes
del "Annuario Pontificio", comprobamos que en la
edición del año 1948 aparecen por vez primera
algunos nombres relacionados con el Opus: Giuseppe Escrivá
de Balaguer y Albás figura en la lista de los "Prelati
domestici di S.S.", y José María Albareda
es miembro de la Academia Pontificia de Ciencias. En el volumen
publicado en 1949, y en las páginas correspondientes
precisamente a la Sagrada Congregación de Religiosos,
leemos lo que sigue: 1) En la sección de asuntos ordinarios,
existe una subsección dedicada a las sociedades sin
votos e institutos seculares, con un único nombre,
"D. Alvaro del Portillo, dell'Opus Dei"; 2) en una
segunda sección, llamada de asuntos especiales, aparece
una lista de cuatro nombres, uno de los cuales es Alvaro del
Portillo; 3) la comisión jurídica, por su parte,
comporta una lista de trece nombres, el segundo de los cuales
es Portillo; 4) en una última comisión, de "gobierno
y disciplina religiosa", la segunda sección "para
las relaciones quinquenales" incluye una lista de siete
nombres, el primero de los cuales es el de Alvaro del Portillo.
El año 1950, Portillo continúa en las tres
comisiones, y es substituido como miembro único del
"III Ufficio" de la sección de asuntos ordinarios
por Salvador Canals, también del Opus Dei. En la edición
del año 1951 queda reflejada la aprobación definitiva
del Opus Dei como instituto secular: se dice que el Opus Dei
tiene como finalidad "difundir entre todas las clases
de la sociedad civil, y especialmente entre los intelectuales,
la vida de perfección evangélica". Al lado
del Opus Dei aparece la Compagnia di San Paolo, que tiene
como finalidad "el apostolado social y de penetración"
("Annuario Pontificio", 1951, 793s). En 1952 se
invierte el orden de presentación, y a continuación
de la Compagnia di San Paolo y del Opus Dei se añaden
otros dos institutos seculares aprobados: los Sacerdotes Operarios
del Sagrado Corazón de Jesús (fundación,
año 1883), con la "formación de los aspirantes
al sacerdocio" como objetivo, y la Sociedad del Corazón
de Jesús (fundación, año 1791), que tiene
por finalidad "hacer practicar la perfección evangélica".
En cuanto a la Sagrada Congregación de Religiosos,
Salvador Canals continúa en su cargo, y se produce
una reorganización de las distintas comisiones; en
la comisión para las constituciones de los institutos
seculares aparece el nombre de Alvaro del Portillo. En otro
lugar del mismo "Anuario" (1952, 1188) figura la
relación de institutos seculares femeninos de derecho
pontificio: cinco en total -entre ellos la Institución
Teresiana fundada por Pedro Poveda- y del Opus se dice simplemente:
"Opus Dei. Sezzione Femminile. Madrid".
De acuerdo con los datos de la edición del año
1953, en el marco de la Congregación de Religiosos
se crea una Comisión para la aprobación de los
institutos y de las constituciones, con dos secciones: una
para congregaciones, y otra para sociedades sin votos e institutos
seculares; Alvaro del Portillo es miembro de la segunda. No
se producen cambios durante los dos años siguientes,
salvo que el "Anuario" de 1955 dice que el encargado
de "la estadística" de la sección
general de la Sagrada Congregación es e1 "Rey.
Alberto Taboada, dell'Opus Dei"; su nombre constaba ya
en el "Anuario" desde el año 1949, pero como
"Signore" y no como "Reverendo", y sin
especificar que perteneciera al Opus Dei. En 1956 ocho peronas
son promovidas al rango de "consultores" de la Sagrada
Congregación de Religiosos, y se añaden así
a la lista de los anteriores consultores: e1 octavo es Alvaro
del Portillo.
Veamos como ejemplo, para este año 1956, el texto
íntegro de las líneas que el "Annuario
Pontificio" dedica al Opus Dei:
Societá Sacerdotale della Santa Croce (Opus Dei):
Societas Sacerdotalis Sanctae Crucis et Opus Dei (fond. 2.10.1928;
decr. lod. 24.2.1947; appr 16.6.1950).
Scopo: Diffondere fra tutte le classi della societá
civile, e specialmente fra gli intelettuali, la vita di perfezione
evangelica.
Protettore, Emo. Sig. Cardinale Tedeschini.
Mons. Escrivá de Balaguer Giuseppe Maria, Presidente
Generale.
Botella, D. Francesco, Secretario Generale.
Del Portillo, D. Álvaro, Procuratore Generale.
Hernández de Garnica, D. Giuseppe, Consultore.
Moles, Dott. Odone, Consultore.
Fuenmayor, Prof Amadeo, Consultore.
Barturen, Ing. Emanuele, Consultore.
Pérez, Avv. Antonio, Administratore Generale.
Albareda Herrera, Prof. Giuseppe Maria, Prefetto degli Studi.
La nota termina con las direcciones y teléfonos de
las sedes de Madrid y Roma ("Annuario Pontificio",
1956, 880). Si nos hemos detenido en este año es porque
se trata del último antes de toda una serie de cambios.
Al año siguiente, en efecto, desaparecerá la
dirección de Madrid y quedará ya sólo
la de Roma. Habrá una renovación de los cargos
directivos, entre los que por vez primen figurarán
nombres de socios no españoles del Opus, mientras que
en la lista de 1956 todos los nombres (excepto el del "cardenal
protector") son aún españoles, y más
de la mitad pertenecen al grupito inicial de los años
de la guerra española. Señalemos, de paso, que
el año 1956 es el de la primera edición alemana
de Camino, y también allí el Opus Dei es presentado
como "un instituto secular que tiene como finalidad la
difusión del estado de perfección entre persona
de todas las clases sociales, y especialmente entre los intelectuales"
(entre los "Akademiker", se dice en el texto alemán).
En la edición de 1957 del "Annuario Pontificio",
Salvador Canals sigue en la Sagrada Congregación de
Religiosos, pero figura asimismo como como consultor de la
Comisión Pontificia para la Cinematografía,
la Radio y la Televisión. En el volumen correspondiente
al año 1958, monseñor Escrivá aparece
como consultor de la Sagrada Congregación de Seminarios
y Universidades (recordemos que el decreto de erección
de la Universidad de Navarra es del año 1960). Y en
el "Annuario de 1959 -que refleja, como siempre, los
datos correspondientes al año anterior- consta la incorporación
a la Congregación de Religiosos, como "comisado",
de otro miembro dele Opus Dei, Javier de Silió, a la
vez que Salvador Canals continúa trabajando en ella
y que Alvaro del Portillo sigue como consultor.
A partir de esta fecha, que coincide con el inicio del pontificado
de Juan XXIII y con el anuncio de la convocatoria del concilio
VaticanoII, pero que queda fuera ya del período que
estamos analizando, se producirá una creciente diseminación
de socios del Opus Dei por otros organismos curiales, iniciada
ya en realidad con los recientes nombramientos de Canals y
de monseñor Escrivá. Pero no adelantemos acontecimienos
y limitémonos a constatar por ahora la existencia de
una aparente contradicción entre, por una parte, la
afirmación según la cual "la dependencia
de la Congregación de Religiosos es uno de los inconvenientes"
de la solución jurídica a la cual se llega en
1950 (Fuenmayor y otros autores, 295), y, por otra parte,
la presencia activa de destacados miembros del Opus Dei en
las tareas de esta misma Sagrada Congregación. Contradicción
aparente que tan sólo podrá resolverse en el
caso de que sea posible aclarar e1 interrogante básico
subyacente a ella: la aprobación del Opus Dei del año
1950, oficialmente calificada de "aprobación definitiva",
¿fue considerada como realmente definitiva por los
dirigentes del Opus Dei durante los años cincuenta,
o fue más bien considerada, ya entonces, como una etapa
más en el itinerario jurídico de la Obra? Esta
es la cuestión que abordaremos en el próximo
capítulo.
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