SANTOS
Y PILLOS. El Opus Dei y sus paradojas
Joan Estruch
CAPÍTULO VII. LA IMPLANTACIÓN DEL OPUS DEI
EN ESPAÑA (1939-1946)
1. Sinopsis de la versión oficial: implantación
del Opus Dei y primer reconocimiento jurídico
Habíamos dejado al padre Escrivá entrando en
Madrid con las primeras tropas franquistas, en los últimos
días del mes de marzo de 1939 (Vázquez, 197),
y con una "no sé si ya nacida o planeada obra"
(Laín, 241) que contaba aproximadamente con tantos
miembros como años habían transcurrido desde
1928 (Helming, 44). Pero si hasta esa fecha hay razones más
que suficientes para dudar de la existencia real y concreta
del Opus Dei, a partir del año 1939 los acontecimientos
se precipitan: su existencia como grupo mínimamente
organizado será muy pronto incuestionable, aparecerá
ya oficialmente con el nombre de Opus Dei y comenzará
su proceso de implantación y de extensión por
España; todo ello, mientras Europa vive la tragedia
de la segunda guerra mundial y España sobrevive en
régimen de autarquía -una "isolation"
que tiene más de "miserable" que de "espléndida"-
bajo un franquismo lo bastante hábil como para evitar
verse directamente involucrado en el conflicto, pero lo bastante
fascista como para que no haga falta mucha imaginación
a fin de adivinar hacia quién se inclinan sus preferencias.
Por lo que respecta concretamente al Opus Dei, este período
se extiende, pues, desde un mero proyecto sin denominación
oficial clara, hasta su reconocimiento formal por parte de
la Iglesia en cuanto institución asumida como propia.
Si antes veíamos que en los momentos iniciales el Opus
Dei era, en palabras de Escrivá, comparable a un "manicomio"
con una docena de "locos" ("Eso -tu ideal,
tu vocación- es una locura. Y los otros -tus amigos,
tus hermanos- unos locos..."; Camino, n°. 910), el
punto siguiente de Camino podría ser considerado como
programático para todo ese período que ahora
vamos a analizar: "El deseo tan grande que todos tenemos
de que "esto" marche y se dilate parece que se va
a convertir en impaciencia. ¿Cuándo salta, cuándo
rompe, cuándo veremos nuestro al mundo? (...) El deseo
no será inútil si lo desfogamos en "coaccionar",
en importunar al Señor: entonces tendremos un tiempo
formidablemente ganado" (Camino, n. 911).
Los años comprendidos entre 1939 y 1946 son, efectivamente,
años de escasas preocupaciones de estilo ("coaccionar",
"importunar"), que hacen que el Opus Dei pase de
una situación de anonimato ("esto") a una
situación en la que el objetivo final ("ver nuestro
al mundo") empieza a ser percibido como relativamente
asequible, coincidiendo con el inicio de su proceso de expansión
internacional.
a) La progresiva implantación de los primeros
núcleos del Opus Dei en las grandes ciudades (universitarias)
españolas se halla relativamente bien documentada en
la literatura "oficial". El centro principal es
Madrid, donde se abren una primera residencia universitaria,
un piso para los que ya no son estudiantes, una gran casa
para la "formación intensiva" de los miembros
(Gondrand, 148) que será al mismo tiempo la vivienda
de Escrivá, de su madre y de sus hermanos (y que en
la actualidad sigue siendo la sede central del Opus Dei en
España) y, algunos años más tarde, una
nueva residencia universitaria mucho mayor que la primera.
Sólo en el transcurso del primer año después
de la guerra, de la docena de seguidores iniciales del "Padre"
se ha pasado a unos cuarenta miembros (Gondrand, 146). Paralelamente
se pone en funcionamiento la sección femenina. Empiezan
alquilando un piso, pero al poco tiempo ("no parecía
prudente que un sacerdote joven acudiese asiduamente a un
piso, en el que no vivía nadie, para formar a un grupo
de chicas también jóvenes"; Bernal, 149)
se trasladan al edificio de la sede central ("con plena
separación de los varones"; ibíd., 150),
hasta que en 1942 se abre un centro exclusivamente femenino.
Las primeras mujeres del Opus Dei son, en su mayor parte,
hermanas de algunos de los primeros miembros.
La irradiación desde Madrid hacia las otras ciudades
se efectúa siguiendo procedimientos diversos. En Valencia,
que durante estos años va a ser una cantera notabilísima
dc "vocaciones" (futuros sacerdotes, futuros catedráticos,
futuros políticos del franquismo e incluso alguno que
del franquismo se pasará al antifranquismo, futuros
preceptores del futuro rey de España), la penetración
se realiza básicamente a través de un colegio
de universitarios selectos. (Sobre el Colegio de Burjasot,
véase Calvo Serer, en Martí y Ramoneda, 39;
Laín, 41ss.) En Barcelona, en cambio, los primeros
miembros dcl Opus saldrán de entre los estudiantes
selectos de los jesuitas, organizados en las llamadas "Congregaciones
Marianas". El futuro ministro y comisario dcl Plan dc
desarrollo económico, López Rodó, lo
cuenta así en sus "Memorias": gracias a un
compañero de estudios, ha leído Camino; en enero
de 1941 se desplaza expresamente a Madrid para conocer a Escrivá,
y queda impresionado por la "breve y enjundiosa homilía"
de la misa que Escrivá celebra en el oratorio de la
residencia; en una posterior conversación, Escrivá
le presenta al Opus Dei -al parecer, sin referencia alguna
al "apostolado de penetración" universitaria
como medio para alcanzar el objetivo dc la "recristianización
de España"- y dos días más tarde,
mientras asiste a la misa de los jesuitas de Barcelona, "percibí
claramente la llamada de Dios y decidí pedir la admisión
en cl Opus Dei" (López Rodó, 1990, 22s).
Las biografías del "Padre" facilitan incluso
los nombres de muchas de las personas que en estos primeros
años ingresan en el Opus Dei (excepto en el caso de
que posteriormente lo hayan abandonado: éstos, aunque
durante algún tiempo hubiesen ostentado cargos de responsabilidad
dentro de la institución, jamás son mencionados).
Al finalizar el período el Opus Dei está presente,
además de las tres ciudades ya citadas (Madrid, Valencia
y Barcelona), en Valladolid, Zaragoza, Bilbao, Sevilla y Santiago
(Berglar, 389).
Pero el ámbito de actuación es, en todos los
casos, estrictamente universitario. Unas veces se trata de
pequeños centros de estudiantes, destinados a convertirse
a corto o a largo plazo en residencias. Otras veces la iniciativa
parte de catedráticos, socios del Opus Dei, que van
diseminándose por las distintas universidades (tal
es el caso de Santiago, por ejemplo). Es, pues, el período
de lo que se ha dado en llamar "la clara voluntad de
apoderamiento de la universidad" (Aranguren, 1962, 4),
"la conquista de la intelectualidad" (Sagarmínaga,
1945, citado en Ortuño, 1963, 46s), o "la conquista
de las cátedras universitarias" (Artigues, 52s).
El historiador francés Max Gallo sintetiza la situación
diciendo que el control del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas permite al Opus acceder al dominio de la
universidad, donde se forman las elites y los dirigentes del
país, y le permite intervenir asimismo en las designaciones
de los tribunales de oposición a cátedras (Gallo,
105 y 155). Para Laín, "el recién nacido
Opus Dei iniciaba así su penetración en la fortaleza
-tan unificadamente falangista, vista desde fuera- del Estado
Español de la Victoria" (Laín, 280; con
una acusación concreta sobre las "malas artes"
de algunos miembros del Opus en las oposiciones; ibid., 332s).
En idéntico sentido, Artigues afirma que merced a ese
control del Consejo Superior, "el Opus Dei ha podido
seleccionar becarios, enviarlos al extranjero, facilitar así
su éxito en las oposiciones a cátedra y transformarlos
finalmente en miembros colaboradores del Consejo" (Artigues,
50).
Todo esto, claro está, la literatura "oficial"
lo niega. Como mucho alude al rumor según el cual "el
Opus Dei quiere apoderarse de la universidad", para añadir
que semejante rumor "hace reír -y sufrir- a los
hijos de don Josemaría", e incluso que algunos
de ellos "tienen la impresión bien fundada de
que no han obtenido la cátedra precisamente por ser
del Opus Dei" (Gondrand, 161s). Nada dice al respecto,
en un libro titulado "La crisis de la Universidad en
España", José Orlandis, miembro del Opus
Dei, catedrático a los 24 años y ordenado sacerdote
algo más tarde (Orlandis, 1967). Y la "leyenda"
es desmentida por Antonio Fontán, miembro del Opus
Dei y catedrático a los 26 años, en su libro
"Los católicos en la Universidad española
actual" (Fontán, 1961, 60-66).
Lo único que la literatura "oficial" parece
dispuesta a reconocer es, a lo sumo, que Escrivá "había
llegado poco a poco a la conclusión de que, sin perder
jamás de vista el horizonte universal que percibió
el 2 de octubre de 1928, y para alcanzarlo lo antes posible,
resulta oportuno prestar una mayor atención a la labor
apostólica con universitarios, promoviendo entre éstos
la llamada a la santidad en medio del mundo, llegando hasta
un compromiso de celibato: se sentarían así
las bases para contar con un núcleo de personas, que
extenderían la labor luego a otras muchas -célibes
o casadas- de todas las condiciones sociales y profesiones"
(Fuenmayor y otros autores, 85; y más adelante: "el
Fundador vio necesario poner el acento en la labor con estudiantes
e intelectuales, con vistas a garantizar así la solidez
de los inicios del apostolado del Opus Dei y su consiguiente
difusión universal entre personas de todas las tareas
y profesiones"; ibíd., 133, nota 58).
En espera de la hora de esa ulterior difusión y extensión
del Opus Dei, durante todo el período que estamos considerando
su ámbito de actuación es estrictamente universitario.
Así lo confirman por lo demás los documentos
oficiales, reproducidos (eso sí: ¡en latín!)
en el apéndice documental del volumen de Fuenmayor
y sus colegas: e1 decreto de reconocimiento oficial ("decretum
laudis") de la Sagrada Congregación de Religiosos,
del mes de febrero de 1947, afirma por ejemplo que "el
doctor Escrivá de Balaguer se sintió fuertemente
llamado y suavemente inducido a un apostolado entre los alumnos
de la universidad civil y de las escuelas superiores madrileñas",
y que con los años el Opus Dei ha visto multiplicarse
el número de sus socios, "no sólo entre
los médicos, abogados, arquitectos, militares de carrera,
cultivadores de las ciencias y de las artes, escritores, profesores
de las universidades y escuelas superiores, etc., sino también
entre los alumnos de las facultades, los cuales ejercen un
apostolado fructífero entre sus compañeros"
(Fuenmayor y otros autores, 533).
b) Es precisamente el éxito de este apostolado
de sus profesionales y estudiantes el que provoca la inmediata
reacción enfurecida de los jesuitas.
Este es sin duda un capítulo de trascendental importancia
para toda la historia ulterior del Opus Dei. Pero la literatura
"oficial" es bien poco explícita al respecto
y se limita a proporcionar algún pequeño indicio
nada más: en este caso, la zona correspondiente del
"rompecabezas" ha quedado deliberadamente por construir.
La persecución a la cual se ve sometido e1 Opus Dei
a partir de 1941 es "una mezcla de malentendidos, calumnias
y celos": pero "don Josemaría prohibía
a sus hijos hablar de esos penosos hechos" (Helming,
46). A través de Gondrand sabemos que en 1940 Escrivá
deja de confesarse con e1 jesuita Sánchez Ruiz, a quien
considera sometido a presiones (Gondrand, 155), en una atmósfera
en la que ha estallado "un auténtico vendaval
de persecución alimentado por pérfidas calumnias"
(ibid., 154). Berglar resume la situación diciendo
que "durante este período de inmediata posguerra
arrecian las incomprensiones: algunos no entendían
la llamada universal a la santidad que enseñaba el
Fundador del Opus Dei. A pesar del ambiente adverso continuó
serenamente su labor, rezando por los que le atacaban y sufriendo
por e1 daño que esas calumnias causaban a las almas
y a la Iglesia" (Berglar, 389).
Que la campaña existe, nadie lo niega. (Especialmente
en Madrid y Barcelona: en una de mis entrevistas, un jesuita
de Madrid admitía que habían estado a punto
de expulsar a un alumno de la escuela por el hecho de haber
asistido a reuniones del Opus; y un antiguo miembro de las
Congregaciones Marianas de Barcelona reconocía haber
realizado turnos de vigilancia en la puerta del piso de los
muchachos del Opus, controlando las entradas y salidas.) El
desacuerdo empieza a la hora de explicitar los motivos de
la persecución; y la literatura "oficial"
siembra con toda probabilidad unas pistas más que dudosas
al decir que Escrivá era acusado de predicar la "santificación
de los casados en medio del mundo" (Vázquez, 224),
o que "la causa fundamental del escándalo fue
anticipar-se a la doctrina que, en 1965, recogería
el concilio Vaticano II" (Sastre, 263). El propio Escrivá,
en las raras ocasiones en que acepta referirse al tema, se
hace eco más bien de otro tipo de acusación:
"la acusación de secreto".
En efecto, a un periodista que le pregunta por la cuestión
del secreto que ha rodeado a menudo al Opus Dei, el "Padre"
responde que "podría decirle, punto por punto,
el origen histórico de esa acusación calumniosa"
para añadir que, de todos modos, prefiere no hablar
de la "poderosa organización" que durante
muchos años se dedicó "a falsear lo que
no conocía" y acusó al Opus de constituir
"una sociedad secreta" ("Conversaciones",
n°. 30). Y en otra ocasión, después de reiterar
que "no me gusta hablar de estas cosas", precisa
algo más: "Hubo quienes dijeron que trabajábamos
secretamente -esto quizá lo hacían ellos-, que
queríamos ocupar puestos elevados, etc. Le puedo decir,
concretamente, que esa campaña la inició un
religioso español que luego dejó su orden y
la Iglesia, contrajo matrimonio civil y ahora es pastor protestante"
("Conversaciones", n°. 64; el jesuita al que
alude Escrivá es Ángel Carrillo de Albornoz,
responsable durante aquellos años de las Congregaciones
Marianas en Madrid, y más adelante en Roma, y que en
el momento en que Escrivá contesta a la entrevista
(1968) llevaba muchos años al frente del Secretariado
para la libertad religiosa en el seno del Consejo Ecuménico
de las Iglesias, con sede en Ginebra).
Trabajar "secretamente" y con voluntad de ocupar
"puestos elevados": dice Escrivá que "esto
quizá lo hacían ellos". Nos inclinaríamos
más bien a pensar que el origen del conflicto entre
jesuitas y Opus Dei radica precisamente en el hecho de que
esto es lo que querían "unos y otros". Pero
vamos a dejar la cuestión para más adelante,
porque la versión "oficial" no explica gran
cosa más. Señalemos, no obstante, que al menos
en una ocasión un autor del Opus Dei apunta en esa
misma dirección, al afirmar que "quienes no entendían
lo nuevo que acababa de aparecer" atacaban al Opus Dei
por considerarlo "como una peligrosa competencia en el
campo del apostolado entre la juventud" (Gómez
Pérez, 1976, 255).
c) La conjunción de los dos factores hasta
aquí considerados -implantación progresiva del
Opus Dei, que por vez primera empieza a manifestar su existencia
de manera real y concreta, y reacciones hostiles, básicamente
procedentes del mundo jesuítico- da como resultado
un primer reconocimiento jurídico de la Obra del padre
Escrivá (convertido ahora ya en Escrivá de Balaguer).
Tampoco en este punto ha habido unanimidad, por parte de
la literatura "oficial", a la hora de presentar
los hechos. Así, Vázquez de Prada sostenía
en 1983 que era el obispo de Madrid, Leopoldo Eijo Garay,
quien había tomado la iniciativa de dar una aprobación
escrita al Opus Dei, contra la voluntad de Escrivá,
que no quería aprobación alguna: "fue iniciativa
afectuosa del prelado, sin que hubiera mediado para nada una
petición del Fundador" (Vázquez, 221).
Esta hipótesis debe quedar definitivamente descartada,
sin embargo, una vez que se ha publicado la reproducción
de la solicitud oficial dirigida por Escrivá al obispo,
diciendo "que dirige privadamente una labor de apostolado,
con la denominación de Opus Dei" y que "conviene
para la gloria de Dios y servicio de la Santa Iglesia dotar
a esta Obra de los caracteres de estabilidad y estado oficial
canónico que aseguren la permanencia de sus frutos",
razón por la cual le ruega que "se digne dar canónica
aprobación a la "Opus Dei" como Pía
Unión", que "se digne aprobar benignamente
los adjuntos Reglamento, Régimen, Orden, Costumbres,
Espíritu y Ceremonial que informan y por los que se
rige la "Opus Dei"", y, finalmente, que tenga
a bien "designar las personas de esa Curia que hayan
de conocer los Reglamentos de la "Opus Dei", dado
el carácter de la Obra" (Fuenmayor y otros autores,
511; el mismo documento había sido publicado unos años
antes por Rocca, 1985, 130, y no es imposible que sea ésta
la razón por la que la literatura "oficial"
haya cambiado de parecer y haya admitido su existencia).
Al cabo de un mes -el día 19 de marzo de 1941- el
obispo de Madrid firma la aprobación. De esta forma
tenemos, doce años y medio después de la fecha
"oficial" de la fundación, un primer documento
en el que consta el nombre del Opus Dei (o "la Opus Dei",
de acuerdo con la fórmula empleada en esos momentos
por Escrivá), consta asimismo la fecha de 1928 como
año de fundación del Opus, y éste obtiene
un reconocimiento oficial como institución diocesana
del obispado de Madrid. Por otra parte, y en respuesta a la
solicitud del padre Escrivá, el obispo dispone que
"teniendo en cuenta la discreta reserva que para mayor
gloria de Dios y eficacia de la Obra se debe guardar",
los documentos del "Reglamento, Régimen, Orden,
Costumbres, Espíritu y Ceremonial se custodien en Nuestro
Archivo Secreto" (Fuenmayor y otros autores, 514). Ha
transcurrido desde entonces más de medio siglo, pero
el conjunto de estos documentos no parece haber salido nunca
del Archivo Secreto episcopal, y no ha sido publicado. Los
autores de "El itinerario jurídico" consideraron
oportuno reproducir únicamente el primero (Reglamento;
Fuenmayor y otros autores, 511-513), el cual es de carácter
muy genérico y está redactado en un lenguaje
muy próximo al que emplea actualmente la literatura
"oficial" para presentar al Opus Dei: se habla en
él del Opus como de una "asociación católica
de hombres y de mujeres, que viven en medio del mundo y que,
mediante la santificación del trabajo ordinario, buscan
la perfección cristiana" (ibíd., 511s),
sin referir-se para nada, en cambio, al "apostolado universitario".
Con lo cual, si realmente se trata de un documento del año
1941, habría que pensar que los demás textos
que jamás han sido publicados tienen un tono radicalmente
distinto, ya que de otra forma se hace difícil entender
las razones por las que se mantienen secretos. Su publicación,
en efecto, ayudaría a deshacer muchos malentendidos,
a aclarar definitivamente prolongadas polémicas y a
postergar eventualmente hasta el año 1943 la especialización
exclusivamente universitaria de la Obra de Escrivá.
Así pues, por lo que a esta aprobación eclesiástica
inicial de 1941 se refiere, la información que proporciona
la literatura "oficial" sigue siendo insuficiente.
Por más que insista en querer convencernos de que el
Opus Dei "no tiene secretos", continúa imponiendo
el criterio de la "discreta reserva" sobre unos
documentos redactados hace más de cincuenta años
y custodiados en un "archivo secreto". Sabemos,
en una palabra, que en este archivo están guardadas
algunas de las piezas que faltan en el rompecabezas.
d) Lo que no constituye ningún secreto, en
cambio, es que a partir de este momento el obispo de Madrid
está dispuesto a asumir la defensa de la "Pía
Unión", recién aprobada, frente a todos
sus detractores. El mismo cardenal Pedro Segura, airzobispo
de Sevilla -quien por cierto no acusa al Opus Dei de otra
cosa más que de actuar secretamente- comunica al nuncio
Gaetano Cicognani que si desea información puede pedírsela
al obispo de Madrid (carta del año 1941; Rocca, 1985,
135). Y Federico Sopeña, que por lo demás dibuja
un retrato bien interesante de la figura de monseñor
Eijo Garay, afirma que se dio clara cuenta de que el obispo
"amparaba decisivamente una experiencia como la del Opus
Dei" (Sopeña, 35s).
La literatura "oficial" corrobora esta defensa
del Opus Dei por parte de Eijo Garay (cuyo único error
habría consistido -según la literatura nada
"oficial"- en querer enrolar a algunos de los primeros
seguidores de Escrivá en la División Azul, para
luchar en el frente ruso al lado de las tropas alemanas, iniciativa
a la que Escrivá se habría opuesto rotundamente).
Como prueba de esta defensa todos los biógrafos -excepto
Berglar- aducen una carta del obispo madrileño al abad
coadjutor de Montserrat, Aureli Escarré, fechada en
mayo de 1941. Se trata dc una carta que nos devuelve, por
consiguiente, al tema del conflicto del Opus Dei con el jesuita
padre Vergés y sus Congregaciones Marianas de Barcelona.
La carta, en respuesta a una solicitud dc información
que Escarré había dirigido a Eijo, comienza
con un estilo muy peculiar: "Ya sé el revuelo
que en Barcelona se ha levantado contra el Opus Dei. Bien
se ve la pupa que le hace al enemigo malo. Lo triste es que
personas muy dadas a Dios sean el instrumento para el mal;
claro es que lo hacen con la intención de servir a
Dios" (Bernal, 279, y Vázquez, 228. Por su parte,
Gondrand, 154, y Fuenmayor y otros autores, 92, optan por
eliminar la corta frase de "la pupa" y "el
enemigo malo"). Prosigue diciendo el obispo que lo sabe
todo, porque desde el primer momento ha estado al corriente,
de tal manera que "créame, Rmo. P. Abad, el Opus
es verdaderamente Dei, desde su primera idea y en todos sus
pasos y trabajos" (esta frase la copian todos los textos
antes citados, y también Sastre, 267).
Eijo Garay se deshace a continuación en grandes elogios
de las cualidades y virtudes del "sacerdote modelo"
que es el doctor Escrivá (en el original de la carta,
que se conserva en el archivo de la abadía de Montserrat,
el obispo escribe -por tres veces- "el Dr. Escribá":
Rocca, 1985, 132), para añadir que "la asociación
secreta, que dicen los denigradores", cuenta con su expresa
autorización, y que "la discreta reserva (nunca
secreto social) que el Dr. Escribá inculca a los miembros"
es una señal de humildad colectiva: "y sin embargo,
son hoy los buenos quienes lo atacan".
"No merece más que alabanzas el Opus Dei",
afirma en el párrafo siguiente: Bernal (p. 280), Vázquez
de Prada (p. 228) y Sastre (p. 267) lo reproducen en parte,
pero sólo Rocca (p. 132s) lo transcribe íntegro.
Las dos afirmaciones del obispo que "ninguno" de
los textos de la literatura "oficial" reproduce
son las siguientes: "no es obra de muchedumbres sino
de 'selección'"; y "dotar a todas las profesiones
"intelectuales" de grupos "escogidos"
que sin banderas al viento ni etiquetas llamativas vivan santamente
e influyan en el bien de los demás; ése es el
afán del Opus Dei" (los entrecomillados son nuestros).
El obispo termina su carta diciendo que "duele el descrédito
de los buenos que así persiguen lo bueno" (Gondrand,
154), y poniendo en tela de juicio las afirmaciones de algún
jesuita en el sentido de que "es difamar a la Compañía
de Jesús asegurar que ésta persigue al Opus
Dei y busca su destrucción" (Rocca, 133).
e) En 1943 se produce un hecho importantísimo
en la evolución histórica del Opus Dei, que
desembocará en una primera modificación del
estatuto jurídico que había obtenido dos años
antes, pero que es más importante incluso que esta
misma aprobación, por cuanto constituye la culminación
de la obra fundacional de José María Escrivá
de Balaguer.
Si el día 14 de febrero de 1930 el Señor le
había hecho "ver" la sección de mujeres
del Opus Dei, exactamente en la misma fecha del año
1943, mientras celebra la misa en un centro de la sección
femenina, el Señor "le ilumina" de nuevo
y le da, "precisa y clara", la solución jurídica
que "buscaba y no encontraba" (Vázquez, 233):
la creación de aquello que en terminología poco
rigurosa cabría llamar la sección sacerdotal
del Opus Dei, y que en el lenguaje oficial se traducirá
en Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. De este modo queda
completada la "visión sobrenatural" de 1928,
que ya entonces era completa ("recibí la iluminación
"sobre toda la Obra"", en Fuenmayor y otros
autores, 26) sin serlo ("mujeres, ni de broma"),
y que al cabo de quince años se hace "más
completa" (Fuenmayor y otros autores, 118), pese a que
fuera ya completa desde el principio. Acaso todo ello resulte
un poco complicado de entender, pero a estas alturas estamos
ya suficientemente familiarizados con el misterio aparentemente
inherente a monseñor Escrivá y a su Obra como
para no sorprendernos en exceso.
También nos hemos familiarizado ya bastante con el
estilo florido de las biografías de Escrivá,
como para no haber de entretenemos en todo el anecdotario
con el que adornan la descripción y la explicación
del nacimiento de la Sociedad Sacerdotal. Limitémonos
a presentar la relación cronológica de los hechos,
a partir del texto más sobrio de "El itinerario
jurídico del Opus Dei", no sin completarlo cuando
sea preciso con algún elemento tomado de otras fuentes.
Pese a su "mentalidad plenamente laical" (Vázquez,
235), Escrivá había tenido muy claro desde el
primer día que "en el Opus Dei debería
haber no sólo seglares, sino también sacerdotes"
(Fuenmayor y otros autores, 29). Mas aunque antes de 1943
algunos sacerdotes le habían ayudado, "la actuación
de esos primeros colaboradores no constituyó una experiencia
positiva. (ibíd., 16; habían sido incluso su
"corona de espinas", según Vázquez,
232).
Escrivá llega así a la conclusión de
que los sacerdotes del Opus Dei forzosamente deben proceder
"de las filas de los socios laicos de la Obra".
(Fuenmayor y otros autores, 116). El problema es que, una
vez ordenados, pasan automáticamente a depender del
obispo diocesano y están obligados "a aceptar
cualquier ministerio que éste les encomendara".
(ibíd., 117). Mientras que Escrivá quiere que
sean sacerdotes "del" Opus Dei y "para"
el Opus Dei, y que en vez de depender del obispo "dependieran
del Presidente General (es decir, del propio Escrivá)
para el ejercicio de su ministerio". (ibíd., 1
19s).
En principio, ello sólo es factible en el caso de
los institutos religiosos, o bien de unas asociaciones, previstas
en el Código de Derecho Canónico, llamadas "sociedades
de vida común sin votos", más o menos equiparadas
a los institutos religiosos sin llegar a serlo exactamente:
en ciertos casos, estas sociedades "podrían gozar
de la facultad de adscribir sacerdotes, ya que el Código
efectuaba una equiparación limitada de su régimen
jurídico al propio de los institutos religiosos".
(Fuenmayor y otros autores, 120).
Por esa estrecha rendija va a filtrarse la luz con la cual
Dios, "metiéndose de nuevo en su vida", ilumina
a Escrivá el 14 de febrero de 1943. La iluminación
es "precisa y clara". (Vázquez, 233), pero
el problema "no era de fácil solución".
(Fuenmayor y otros autores, 119). De forma que "don Josemaría
Escrivá de Balaguer comenzó enseguida a pensar".
(ibíd., 119). "Al día siguiente",
propone a Alvaro del Portillo, José María Hernández
de Garnica y José Luis Múzquiz que sean sacerdotes.
Y el día 13 de junio del mismo año solicita
del obispo de Madrid la erección de la Sociedad Sacerdotal
de la Santa Cruz como sociedad de vida común sin votos
(después de haber enviado a Alvaro del Portillo a Roma
para explorar -y probablemente, preparar- el terreno).
Nueve días más tarde, monseñor Eijo
Garay pide el permiso a Roma, concretamente a la Sagrada Congregación
de Religiosos, de la cual depende la autorización de
esta clase de asociaciones. El mes de octubre Roma concede
la autorización, y antes de terminar el año,
el día 8 de diciembre de 1943, el obispo de Madrid
firma el decreto de erección de la Sociedad Sacerdotal.
Todo este conjunto de documentos (reproducidos en Fuenmayor
y otros autores, 515-529) nos ayudarán a aclarar una
serie de interrogantes, si bien es verdad que al mismo tiempo
nos plantearán otros nuevos.
Finalmente, el mes de junio de 1944 los tres primeros sacerdotes
del Opus Dei son ordenados presbíteros. Si alguien
nos preguntara cuál es la razón por la que el
padre Escrivá reunció a asistir a la ceremonia,
no sabríamos qué responder.
2. Algunas cuestiones
A lo largo de estas páginas hemos visto ya que son
numerosas las cuestiones que en la literatura "oficial"
quedan mal resueltas, o resueltas de forma poco satisfactoria.
Hemos procurado señalar unas cuantas, y no repetiremos
ahora los interrogantes que han quedado ya mínimamente
planteados. Vamos a detenernos tan sólo en dos problemas:
en primer lugar trataremos de explicitar el que nos parece
más importante, en relación precisamente con
la aprobación de la Sociedad Sacerdotal de la Santa
Cruz, y, en segundo lugar, destacaremos la curiosa escasez
de referencias que cabe detectar en la literatura "oficial"
en torno a los acontecimientos de la segunda guerra mundial,
que coincide de lleno con el período que aquí
estamos considerando. Por último, concluiremos el capítulo
con algunas informaciones complementarias acerca del conflicto
entre el Opus Dei y la Compañía de Jesús.
1) La Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz
La aprobación de la Sociedad Sacerdotal de la Santa
Cruz supone. para un movimiento que quiere presentarse como
eminentemente laical, un cambio importante, tanto desde el
punto de vista de su orientación como de su organización.
De hecho, durante muchos años al Opus Dei no le va
a resultar fácil justificar ese cambio. Por otra parte,
todos los conflictos que se derivarán de su voluntad
de diferenciarse de los religiosos, y que no quedarán
resueltos hasta el año 1982, arrancan de aquí.
Asimismo, durante un cierto tiempo va a producirse una notable
ambigüedad en lo que respecta a las relaciones existentes
entre la Sociedad Sacerdotal y el Opus Dei. Según la
versión oficial, no se trata de "que el Opus Dei,
en cuanto tal y en su totalidad, se transformase en una Sociedad
de vida común, sino que una pequeña parte de
la Obra, formada por los sacerdotes y algunos laicos, fuese
erigida en Sociedad de vida común, a la que quedaría
estrechamente unida, bajo el nombre de Opus Dei, la asociación
de fieles aprobada con esta denominación en 1941, de
la que siguen siendo socios los miembros de la Sociedad Sacerdotal
de la Santa Cruz" (Fuenmayor y otros autores, 131). Ello
no obstante, en la solicitud dirigida al obispo de Madrid,
el "Padre" escribe (en latín), como "Presidente
de la Pía Unión llamada Opus Dei", que
"todos y cada uno de los socios" de esta Pía
Unión piden que sea "erigida en asociación
de fieles de vida común sin votos, de derecho diocesano,
con el nombre de Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz"
(ibíd., 516). Y en su decreto de erección el
obispo Eijo Garay escribe (igualmente en latín) que
el incremento del número de miembros de la institución
(Opus Dei) y la extensión de su ámbito de actuación
muestran que no puede continuar siendo una simple asociación,
sino que conviene que se transforme en una verdadera sociedad
eclesiástica legítimamente erigida y constituida,
y que por ello erige y constituye la pía asociación
previamente aprobada en una sociedad de vida común
sin votos, con el nombre de Sociedad Sacerdotal de la Santa
Cruz (ibíd., 526).
Ante esta aparente contradicción, los interrogantes
se multiplican. Si el antiguo Opus Dei se transforma ahora
en Sociedad Sacerdotal, ¿quiere decirse que el Opus
Dei desaparece?
La literatura "oficial" lo niega rotundamente.
¿Coexisten simultáneamente la Sociedad de vida
común y la Pía Unión? Al aprobar las
Constituciones del año 1944, el obispo afirma expresamente
que se trata de las Constituciones de la Sociedad Sacerdotal
"y de su instrumento específico de apostolado,
llamado Opus Dei" (Fuenmayor y otros autores, 529). Es
de suponer que en las Constituciones se precisa cuál
es la articulación concreta entre la Sociedad y "su
instrumento". Pero las Constituciones de 1944 nunca han
sido publicadas. ¿Se trata ya de la misma articulación
que hallaremos reflejada en las Constituciones de 1950? No
es seguro, ya que en 1950 se hablará siempre de "Sociedad
Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei", mientras que
en 1943 y 1944 se hace referencia exclusivamente a la primera.
¿En qué situación queda durante todo
este tiempo la sección femenina?
La prueba de que en todo este asunto existen notables ambigüedades
la tenemos en el hecho de que incluso los miembros del Opus
Dei incurren con frecuencia en errores y confusiones. Así
por ejemplo, Dominique Le Toumneau sitúa en 1943 "la
erección del Opus Dei", en lugar de la erección
de la Sociedad Sacerdotal (Le Toumneau, 58). Otro autor afirma
que "en 1943 la Santa Sede dio la primera aprobación
al Opus Dei como realidad para toda la Iglesia" (Gómez
Pérez, 1976, 254), lo cual constituye un error manifiesto
puesto que la institución continúa siendo de
derecho diocesano. También parece equivocarse Berglar
al escribir que monseñor Escrivá fundó
la Sociedad Sacerdotal "como una asociación inseparable,
propia del Opus Dei" (Berglar 75), cuando en 1943 la
situación sería, en todo caso, la inversa: el
Opus Dei, como "instrumento" propio de la Sociedad.
Mejor será, sin embargo, renunciar a deshacer el embrollo,
dejándolo en manos de juristas y canonistas. Giancarlo
Rocca por un lado, y Amadeo de Fuenmayor y sus colegas por
otro, han aportado elementos suficientes para posibilitar
el debate y alguna clarificación. Es de lamentar con
todo, que los autores del Opus Dei lo hayan hecho sin querer
entrar en diálogo con Rocca, lo cual obstaculiza esa
deseable clarificación. Rocca se queja de ello, y en
este punto lleva sin duda más razón que un santo
(Rocca, 1989, 384).
Otros aspectos, en cambio, sí quedan relativamente
aclarados, gracias a la documentación reproducida y
publicada por dichos autores. Así, de la solicitud
presentada el 13 de junio de 1943 por el padre Escrivá
de Balaguer al obispo de Madrid se desprende claramente que
a partir del año 1928 él había concebido
su tarea como una "obra apostólica entre los jóvenes
que frecuentan las universidades civiles" (Fuenmayor
y otros autores, 515). En su escrito a Roma pidiendo el "nihil
obstat" para la Sociedad Sacerdotal, el obispo repite
ese mismo argumento y presenta la obra de Escrivá como
destinada a cultivar la piedad cristiana de la juventud universitaria,
y a inculcarle la máxima perfección en sus estudios
profesionales, a fin de que "bien formados e imbuidos
de sincera religiosidad, ejerzan un influjo eficaz sobre el
pueblo desde los diversos grados de la administración
civil" (ibíd., 520).
En el curriculum vitae de Escrivá que el obispo auxiliar,
Casimiro Morcillo, remite a la Santa Sede a título
de información complementaria, le atribuye como méritos
sus conferencias en la Universidad de Verano de Jaca, recordando
a la Santa Sede que en aquella ocasión ella misma "concedió
el privilegio de un altar portátil" (1940); y
destaca asimismo que Escrivá es el único sacerdote
del clero secular que forma parte del Consejo Nacional de
Educación, al lado de tres obispos y de unos pocos
religiosos (la sombra de Albareda y de su Consejo Superior
de Investigaciones Científicas es alargada), así
como el hecho de que es profesor de ética y moral en
la Escuela de Periodismo (la sombra de Herrera Oria y de la
Asociación Católica Nacional de Propagandistas
tampoco es de despreciar). El curriculum termina reproduciendo
un fragmento de la carta de Eijo Garay al abad Escarré,
ya mencionada con anterioridad: "sacerdote ejemplar,
escogido por Dios para santificación de muchas almas
(...), apóstol de la formación cristiana de
la juventud universitaria" (Fuenmayor y otros autores,
522s).
En el esbozo de las futuras Constituciones de la Sociedad
Sacerdotal (¿qué sentido tiene que Fuenmayor
y otros autores publiquen el "esbozo" en su apéndice
documental, p. 516-520, en lugar de publicar el texto definitivo?),
la Sociedad de la Santa Cruz es presentada como una sociedad
básicamente, o preferentemente, clerical ("praeferenter
clericalis"). ¿Cómo conectar esta afirmación
con el hecho de que, en el momento de redactar el texto, en
la Sociedad haya un solo clérigo, el cual propone además
"una espiritualidad eminentemente laical"?
El artículo segundo del esbozo especifica que el fin
general de la Sociedad "es la santificación de
sus miembros mediante la práctica de los consejos evangélicos",
mientras que su fin "específico es el de trabajar
con vistas a que los intelectuales y los dirigentes de la
sociedad civil practiquen los preceptos, e incluso los consejos,
de Jesucristo" (Fuenmayor y otros autores, 516). En este
punto no cabe ser más explícitos, y es de agradecer
que la literatura "oficial", después de tantísimos
rodeos, nos proporcione un texto tan claro, aunque sea en
latín. Podrían destacarse aún otros aspectos
de ese esbozo de las Constituciones: el hecho, por ejemplo,
de que no pueden ser miembros de la Sociedad Sacerdotal quienes
hayan recibido el bautismo de adultos, ni quienes carezcan
de antepasados católicos durante un mínimo de
tres generaciones (art. 14); o bien que han de estar en posesión
de un título académico universitario (art. 15).
Pero todos ellos son aspectos secundarios, en comparación
con la afirmación fundamental de que la obra de Escrivá
se propone como fin específico el trabajo entre "los
intelectuales y los dirigentes de la sociedad civil".
Tenemos así corroborada, desde los mismos textos oficiales,
la tesis de la "recristianización de España"
como objetivo primordial del padre Escrivá durante
los años cuarenta. Por si fuera poco, el texto del
decreto de erección de la Sociedad acaba de confirmarlo
(Fuenmayor y otros autores, 526s). Y finalmente, en un documento
del obispado de Madrid que Rocca reproduce, se explica que
la creación de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz
fue motivada por la desviación del mundo intelectual
hacia unas doctrinas y unas formas de vida contrarias a la
Iglesia católica, así como por el deseo de llevar
a todos, y principalmente a los intelectuales, a la vida cristiana
y religiosa. En cuanto a la finalidad primera de la Sociedad,
consiste en alcanzar "la perfección cristiana
por medio de la santificación del trabajo profesional,
ya en el ejercicio de sus profesiones, ya en el desempeño
con espíritu apostólico de los cargos públicos
que el Estado les confíe". El texto precisa igualmente
que "los socios sacerdotes llevan los puestos principales
de la Obra" y que ésta obtiene los recursos de
"los ingresos económicos de los seglares en sus
profesiones, como catedráticos, arquitectos, abogados,
etc." (Rocca, 1985, 147).
A mediados de la década de los cuarenta, y a pesar
de todas las ambigüedades subsistentes sobre la existencia
del Opus Dei al lado de la Sociedad Sacerdotal, sobre el estatuto
oficial del primero y sobre las relaciones entre uno y otra,
así como entre ambos y la sección femenina,
queda claro como mínimo un dato esencial: los objetivos
de la asociación aprobada en la diócesis de
Madrid, con la autorización de la Santa Sede, son los
que se especifican en los documentos "oficiales"
que acabamos de reseñar.
2) La segunda guerra mundial
En comparación con esta cuestión de la aparición
de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, de fundamental
importancia para la comprensión de la historia del
Opus Dei, el segundo tema al cual queremos referirnos puede
parecer puramente anecdótico. Pero habría que
tener muy presente que, si aparece como anecdótico,
es sencillamente porque los hechos y acontecimientos de la
segunda guerra mundial la literatura "oficial" no
los aborda más que para explicar, precisamente, algunas
anécdotas relativas al padre Escrivá y a sus
"hijos" durante este período.
La guerra es presentada, básicamente, como un "obstáculo"
que retrasa el proceso de expansión del Opus. Si en
1936, según los biógrafos de Escrivá,
el estallido de la guerra española había impedido
por primera vez la realización de sus proyectos internacionales
(proyectos totalmente inexistentes, según nuestra hipótesis),
la guerra mundial supone ahora otro retraso. Vázquez
de Prada, el único que dedica casi "dos"
páginas enteras a la guerra, plantea la cuestión
en los siguientes términos: "Acababa España
de salir a duras penas de una guerra civil, cuando se vio
a punto de zambullirse en una zarabanda internacional. Sobrevino
la brutal invasión de Polonia y el maquiavélico
reparto de su territorio entre Rusia y Alemania. Con las manos
libres, Hitler se lanza a la campaña de occidente"
(Vázquez, 218). Y concluye un poco más adelante
que, para Escrivá, "su dedicación era el
consagrarse al cabal cumplimiento de la Voluntad divina. Ningún
otro asunto le interesaba. (...) Había mucho por hacer.
La campaña apostólica presentaba varios frentes
simultáneos: formación de los nuevos miembros,
expansión por España y problemática salida
al extranjero" (ibíd., 220).
Hasta cierto punto podríamos decir que resulta lógico,
por tanto, que la literatura "oficial" no nos cuente
nada acerca de las actitudes adoptadas ante la guerra. Habrá
de ser alguien "de fuera", como Vladimir Felzmann
(que fue sacerdote del Opus Dei) quien explique que Escrivá
vio en la guerra una cruzada contra el marxismo, y que "los
miembros del Opus Dei se presentaron como voluntarios para
la llamada "División Azul"" con ánimo
de luchar al lado del ejército alemán contra
los soviéticos, aunque no llegaron a incorporarse.
Y que una vez finalizada la guerra Escrivá negaba que
Hitler que tanto había ayudado a Franco, pudiese haber
sido responsable de la muerte de seis millones de judíos.
"Seguro que no habían sido más de tres
o cuatro millones", dice Felzmann que le dijo Escrivá
a él (Hertel, 205s). Las declaraciones de Hertel podrán
parecer muy "fuertes". (Con posterioridad a la redacción
inicial de estas líneas esas mismas declaraciones de
Felzmann, reproducidas en la revista "Newsweek",
suscitaron a comienzos de 1992 un revuelo considerable a escala
internacional.) Es cierto que Felzmann no conocio a monseñor
Escrivá hasta bastante después de terminada
la guerra; pero también es cierto que sostiene que
fue el propio Escrivá quien le había hablado
personalmente en estos términos. Y finalmente, no es
menos cierto que el "filonazismo" fue una actitud
harto extendida en muchos ambientes de la España franquista
de aquellos años, como bien puntualiza un miembro del
Opus Dei, Rafael Gómez Pérez, con citas y ejemplos
concretos; aunque, desde luego, ninguno de sus ejemplos se
sitúa en el ámbito del Opus Dei (Gómez
Pérez, 1986, l6ss).
Ante este tipo de cuestiones, el argumento sistemáticamente
esgrimido por la literatura "oficial" es el de la
radical negativa de Escrivá a tomar partido en asuntos
políticos. No sin un cierto riesgo de terminar mezclando
el principio de la libertad de actuación de los miembros
del Opus con sus propias convicciones personales, a las que
obviamente tenía plenamente derecho, aun cuando no
tuviera el derecho de imponerlas sobre los demás. Así
se quiere justificar, por ejemplo, "su porfiada negativa
a ponerse al servicio de regímenes o ideologías
sociales", en nombre de su "hondo respeto a la libertad
de las conciencias" (Vázquez, 290).
Resulta curioso observar por lo demás, que este autor,
Vázquez de Prada, es el único de los biógrafos
españoles de monseñor Escrivá que en
el índice analítico de su volumen cita el nombre
de Franco (ni Bernal ni Sastre lo mencionan): en un caso para
hablar de "la España franquista" (Vázquez,
240), y en una segunda ocasión de "la dictadura
franquista" (ibíd., 290). En cambio, ni él
ni los demás aluden al hecho de que en 1944 Escrivá
dio unos ejercicios espirituales a Franco (Calvo Serer, en
Martí y Ramoneda, 113); tan sólo en los biógrafos
no españoles hallamos alguna referencia a ello: de
forma muy indirecta en Gondrand (p. 173), tan indirecta en
realidad, que sería insuficiente si no la viéramos
explícitamente confirmada en el libro de Bergiar: "Cuando
monseñor Escrivá de Balaguer, en los años
cuarenta, dirigió unos días de retiro espiritual
al Jefe de Estado y a su familia..." (Berglar, 173).
En definitiva, pues, en torno a la situación de la
segunda guerra mundial lo único que nos brinda la literatura
"oficial" es la pura anécdota. Aprovechemos
al menos un par de ellas, que de paso nos conducirán
hacia el destino que ha de ser el de nuestro próximo
capítulo: Roma.
Los primeros miembros del Opus Dei que se desplazan a Roma
son el mallorquín José Orlandis y el valenciano
Salvador Canals, en las postrimerías del año
1942. El primero tiene 24 años y acaba de obtener una
cátedra de derecho; el segundo, aún no ha cumplido
los 22 años y es ya doctor en derecho. Ambos han obtenido
una beca para ampliar estudios en Roma (nadie precisa si lograron
la beca a través del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, aunque bien pudiera ser). "Cuando
José y Salvador llegan, Roma es un hervidero de tropas
alemanas. La marina de guerra ocupa las ciudades de la costa
y los ataques de los aliados no pueden tardar. El clima de
la ciudad traspira tensión. Pero ninguna circunstancia
les hace desistir: la ampliación de estudios que van
a realizar será muy importante para su futura labor
profesional" (Sastre, 320; precisemos que los dos serán
ordenados sacerdotes; uno será catedrático en
Zaragoza, y el otro entrará a trabajar en la Curia
vaticana). Además, esta "ampliación de
estudios" servirá también para "que
la Obra comience a ser conocida en los ambientes romanos":
Sastre establece toda una lista de obispos, abades, cardenales,
etc., que "comienzan a conocer el Opus Dei", y en
enero de 1943 Orlandis y Canals son recibidos en audiencia
por Pío XII. El maestro de ceremonias "se asombra
de la juventud de los dos españoles: ¡tan jóvenes
y ya profesores!" (Sastre, 320).
En mayo de 1943 es Alvaro del Portillo quien efectúa
un viaje a Roma, previo a la presentación de la solicitud
de erección de la Sociedad Sacerdotal. Durante el trayecto,
"se dieron cuenta de que volaban por encima de una escuadrilla
de aviones. (...) De repente estalló el bombardeo y
la acción antiaérea. (...) En medio del sobresalto
general, don Alvaro permanecía tranquilo. Los papeles
que guardaba en la cartera eran la garantía de la seguridad
del avión y de que los alarmados pasajeros no acabarían
como pasto de peces" (Vázquez, 234; otra vez la
idea fija de Escrivá y los suyos, según la cual
era "el Cielo quien estaba empeñado" en la
realización de "la Obra"). También
Portillo es recibido en audiencia por Pío XII. Y también
en este caso provoca admiración: "¡Tan joven
y ya almirante!, comentaron entre sí dos señores
en el tranvía" (Vázquez, 234). Pero es
que para esta magna ocasión Portillo ha vestido "uniforme
azul marino, con galones, botonadura dorada y bicornio",
que es el "traje de gala de ingeniero de caminos"
(Sastre, 322). Referencia a la guerra: "los romanos de
estos días ya habían visto desfilar mucha pompa
y plumaje de colores" (Vázquez, 234). Pero el
centinela de la guardia suiza, al verle llegar con semejante
indumentaria, da orden de formar la guardia, "y don Alvaro,
dejando que las cosas siguieran su curso, pasó revista
a la tropa" (Vázquez, 235). De esta guisa, sentencia
Sastre, Alvaro del Portillo hace "su primera entrada
en el Vaticano".
Un mes y medio más tarde Roma es azotada por "un
bombardeo estremecedor"; "barrios enteros de Roma
se han cubierto de escombros" y el aeropuerto "arde
por los cuatro costados": pero "en medio de esta
situación caótica, los trámites para
la concesión del "nihil obstat" a la Obra
siguen su curso" (Sastre, 323). Y es que, como decíamos
hace un instante, la Obra es de Dios, y es Dios quien "está
empeñado en que se realice".
Cuando haya terminado la segunda guerra mundial, será
el fundador en persona quien viajará a Roma. "Videre
Petrum": a ver al Santo Padre. Y a partir de ese mismo
año de 1946, Roma se convertirá en la residencia
permanente de Escrivá.
3. El Opus Dei y la Compañía de Jesús
No quisiéramos concluir el análisis de este
período (1939-1946) sin añadir algo más
acerca del conflicto que, a partir de esos momentos y a lo
largo de muchos años, va a oponer entre sí a
jesuitas y seguidores de Escrivá de Balaguer. En modo
alguno pretendemos zanjar la cuestión; muy al contrario:
esta es una cuestión que forzosamente va a tener que
permanecer abierta mientras sigan faltando tantas piezas del
rompecabezas como hasta ahora. Por otra parte, es evidente
que en este caso el problema es de falta de información;
el propio "Padre" es bien explícito al respecto:
"no me gusta hablar de estas cosas" ("Conversaciones",
n°. 64); y en los años cuarenta, los socios del
Opus Dei tenían instrucciones precisas de no hablar
dcl tema (López Rodó, 1990, 24).
En realidad, no sólo sabemos que en esta zona del
rompecabezas faltan muchas piezas, sino que sabemos incluso
dónde permanecen escondidas, al menos en buena parte.
Además de la carta ya mencionada del obispo de Madrid
al abad coadjutor de Montserrat, que es el único documento
de este tipo que la literatura del Opus Dei decidió
publicar (aunque no íntegro), antes incluso de que
lo reprodujera Rocca, tenemos la certeza de que los archivos
de muchos obispados españoles contienen más
documentación. Otro tanto cabe decir del archivo de
la nunciatura, puesto que se recibieron denuncias y puesto
que, como Rocca ha demostrado, el propio nuncio había
escrito cartas en solicitud de información acerca del
pequeño grupo de hombres de Escrivá, casi desconocido
por aquel entonces, y acusado de "secreto" según
unos (cardenal Segura, en Rocca, 1985, 134) y de "secta
herética" según otros (véase López
Rodó, 1990, 24). Finalmente, claro está, muchas
de las piezas del rompecabezas han de hallarse en el archivo
de las Congregaciones Marianas de los jesuitas, además
del propio archivo del Opus Dei. Prescindiendo ahora del grado
de dificultad que pueda entrañar el acceso a todos
estos materiales, lo que es indudable es que ésta sería
una posible investigación a realizar, nada sencilla,
pero de innegable interés.
Para llegar a entender la historia, en buena parte todavía
oculta, de las tempestuosas relaciones entre la Compañía
de Jesús y el Opus Dei, nos parece que es imprescindible
tomar como punto de partida el paralelismo y la competencia
entre ambas instituciones. "Paralelismo y competencia":
hipótesis doble en apariencia tan sólo, ya que
si existe competencia entre una y otra, es en realidad porque
son sumamente parecidas; mientras que su enorme paralelismo
no podía conducir sino a un enfrentamiento radical
en una situación como la del catolicismo español
de la época, que lo era todo excepto una situación
de pluralismo religioso.
Este es un tema en el que jamás se insistirá
bastante: la influencia de la literatura sociológica
anglosajona ha hecho que al hablar de "pluralismo"
demos por supuesto que se trata de la coexistencia pacífica,
y hasta de la cooperación fructífera, entre
tradiciones religiosas distintas. Cuando lo cierto es que
en el caso de los países de la Europa meridional la
irrupción de una situación de pluralismo religioso
ha significado algo totalmente distinto: la progresiva "desmonopolización"
de una tradición religiosa determinada. Tanto es así,
que en el caso del catolicismo español de los primeros
años del franquismo la única posibilidad concreta,
para un grupo religioso emergente, de llegar a coexistir con
otros grupos preexistentes, pasaba necesariamente por la vía
del "gueto" y de la "insularización".
Ahora bien: el Opus Dei fue desde el primer momento demasiado
ambicioso y demasiado beligerante como para resignarse a ocupar
dentro del panorama católico una posición aislada
y marginal. Y en el terreno concreto en el que se proponía
actuar ("apostolado universitario", "núcleos
dirigentes de la sociedad"), ineluctablemente había
de chocar de modo frontal con e1 grupo que en este terreno
aspiraba a preservar una situación privilegiada de
monopolio y que no era otro que e1 de los jesuitas.
La tesis básica del paralelismo y la competencia entre
jesuitas y Opus Dei debe ir acompañada, de todas formas,
de ciertas matizaciones. En primer lugar, el hecho de afirmar
la existencia de este paralelismo fundamental no equivale
a negar toda diferencia entre ambas instituciones. Las diferencias
existen, y los miembros del Opus Dei no han dejado de ponerlas
de relieve; pero se trata de diferencias de matiz, mas que
de fondo. En segundo lugar tanto la Compañía
de Jesús como el Opus Dei han evolucionado con el paso
de los años: sin embargo, no sólo no lo han
hecho al mismo ritmo, sino tampoco en una misma dirección.
De tal modo que, en la actualidad, la competencia entre unos
y otros a menudo (aunque no siempre) obedece menos al paralelismo
entre ambas instituciones que al hecho de estar ocupando posiciones
contrapuestas en el seno de la Iglesia católica. En
el momento en que se desencadena el conflicto en la España
de los años cuarenta, en cambio, no hay tal contraposición:
y si una de las dos adopta posturas más "nuevas",
o más "atrevidas", en aquellas circunstancias
se trata sin duda del Opus Dei y no de la Compañía
de Jesús. Por consiguiente, todo se reduce en definitiva
a algo tan elemental -pero tan fundamental- como esto: e1
análisis de los paralelismos y de los enfrentamientos
debe situarse en cada caso dentro de un contexto histórico
concreto y determinado.
a) Antes de iniciarse el proceso de implantación
real del Opus Dei, el padre Escrivá no deja de referirse
en diversas ocasiones a san Ignacio, y siempre en términos
elogiosos. "Que eres... nadie. Que otros han levantado
y levantan ahora maravillas de organización, de prensa,
de propaganda. ¿Que tienen todos los medios, mientras
tú no tienes ninguno? Bien: acuérdate de Ignacio.
Ignorante, entre los doctores de Alcalá. Pobre, pobrísimo,
entre los estudiantes de París. Perseguido, calumniado...
Es el camino: ama y cree y ¡sufre!: tu Amor y tu Fe,
tu Cruz son los medios infalibles para poner por obra y para
eternizar las ansias de apostolado que llevas en tu corazón"
(Camino, n°. 474).
San Ignacio y sus primeros compañeros aparecen a menudo
como un modelo o un precedente del pequeño grupo inicial
de seguidores de Escrivá. Incluso en la forma de presentar
la historia y las vicisitudes de los primeros años,
por parte de los biógrafos del "Padre", hallamos
con frecuencia sorprendentes paralelismos (pese a que el nombre
de Ignacio no aparece en el índice onomástico
de los libros de Bernal, Vázquez ni Sastre) con la
historia del período fundacional de la Compañía
(véanse, por ejemplo, entre tantas otras referencias
posibles, la buena síntesis de Woodrow, 1984, 23-65,
o la gran obra de Lacouture, 1991). Algunos autores han encontrado
paralelismos entre Camino y los "Ejercicios espirituales"
de san Ignacio (Artigues, 127). Otros -antes lo vimos- hablan
de "ascética jesuítica trivializada"
en el caso del Opus Dei. Con todo, seguramente podría
aducirse también, por una parte, que las historias
más o menos legendarias de los comienzos de todas las
fundaciones religiosas presentan rasgos comunes (sobre todo
cuando son narradas por discípulos fieles y fervorosos),
y por otra parte que la espiritualidad de los jesuitas ha
sido tan dominante dentro de la Iglesia católica moderna,
que hasta el Código de derecho canónico del
año 1917 afirmaba expresamente que "al hacer ejercicios
espirituales se diera preferencia al método ignaciano"
(Moll, 1991, 2). En este sentido, por tanto, la afirmación
de que sin los jesuitas nunca hubiese podido aparecer el Opus
Dei, además de impopular (para los unos, porque no
quisieran ser acusados de una "paternidad" tan poco
"responsable", y para los otros, porque rechazarían
una "filiación" tan poco "divina"),
resulta tan cierta como obvia.
Lo que sí resulta significativo, en cambio, es que
Escrivá recoja de la espiritualidad ignaciana un rasgo
específico y muy característico: el de la "selección";
el de la "formación de selectos", de acuerdo
con el título de la obra del jesuita Angel Ayala, el
fundador precisamente de la Asociación Católica
Nacional de Propagandistas que tantos paralelismos presenta
con el Opus Dei del padre Escrivá. Ya en su libro "Ejercicios
espirituales", en efecto, san Ignacio prescribe expresamente
que se "seleccione a los que los quieren practicar",
por considerar que "no todo el mundo es idóneo
para seguirlos, y que la buena voluntad no basta" (Moll,
12). Si fuera mínimamente legítimo efectuar
la transposición, salvando las lógicas diferencias
de lenguaje, diríamos que para Ignacio de Loyola, como
para Escrivá, sus seguidores no pueden ser "del
montón", porque "han nacido para caudillos"
(Camino, n°. 16).
Cuando en la última parte del estudio nos planteemos
la cuestión de las posibles relaciones entre la ética
económica del Opus Dei y la ética de los puritanos
analizada por Max Weber, éste será un elemento
importante a tener en cuenta. Si efectivamente existen rasgos
comunes entre la concepción del trabajo como vocación
de unos y otros (la noción de "Beruf": Weber,
1904, cap. 3; "ut operaretur", como mensaje que
Escrivá redescubre en el Génesis); si ello conduce
en ambos casos a una percepción del éxito como
garantía de elección; y si ello desemboca en
una interpretación de "la moralidad cristiana
como estrategia de mejora del mundo" (Moll, 21) que obliga
a plantearse el problema de los medios y el problema de la
táctica como cuestiones pertinentes en el ámbito
de la espiritualidad y de la ética (y Camino les dedica
sendos capítulos), habrá que preguntarse hasta
qué punto existe una conexión directa entre
el puritanismo y el Opus Dei, o si esta conexión no
se establece más bien entre puritanos y jesuitas por
un lado, y entre jesuitas y Opus Dei por otro. (La polémica
entre ética económica puritana y ética
jesuítica es antigua, y la tenemos bien ilustrada en
la obra de Robertson, 1933, criticando la tesis weberiana,
así como en la réplica del jesuita Brodrick,
1934.)
Convendría poder confirmar este primer paralelismo
fundamental entre Compañía de Jesús y
Opus Dei como grupos de "selectos", de "llamados
a ser perfectos". Trataremos de hacerlo desde la sociología,
pero es evidente que por sí sola la sociología
aquí no basta y que sería precisa una elaboración
teológica complementaria, indispensable pero no posible
en estas páginas. Por más que Escrivá
recuerde que "todo el mundo está llamado a ser
perfecto", no puede ahorrarse la distinción entre
los "del montón" y los "caudillos",
ni puede dejar de reconocer, al hablar de los "consejos
evangélicos", que "a mí el Señor
me ha pedido más". ¿Tiene esto algo que
ver con las acusaciones de gnosticismo o de pelagianismo de
que el Opus Dei ha sido objeto a veces? Desde una perspectiva
teológica, ¿existe la posibilidad de hablar
de una "vida de perfección" sin que ello
implique automáticamente hacer profesión de
una vida "más perfecta que la de los demás"?
¿Nos hallamos una vez más -con predestinación
o sin ella- ante la clásica distinción entre
los "santos escogidos de Dios" y "la masa"?
En el caso del puritanismo protestante, la llamada a la perfección
y su consecuencia lógica, la emergencia de los grupos
de "selectos", comportó la desaparición
de las órdenes religiosas. En el caso de la Compañía
de Jesús, Xavier Moll cita a Kierkegaard, quien afirma
que en el seno del catolicismo "las órdenes religiosas
se acabaron con los jesuitas: en ellos han terminado convirtiéndose
en un negocio completamente mundano" (Moll, 12). ¿Es
ésta una de las razones por las que el Opus Dei, continuador
de la tradición católica iniciada por los jesuitas,
rechaza sistemáticamente toda asimilación a
los religiosos? ¿Sería teológicamente
correcto decir que el Opus Dei es, en la terminología
de Kierkegaard (un pensador protestante que algunos autores
del Opus Dei, por cierto, citan a menudo) "un negocio
completamente mundano"?
b) Pero si antes de iniciarse el proceso de implantación
real del Opus Dei en España el padre Escrivá
se refiere elogiosamente a san Ignacio, a partir del final
de la guerra civil sus relaciones con los jesuitas se deterioran
rápidamente. No tarda mucho en romper con el que durante
muchos años había sido su confesot~ el jesuita
Sánchez Ruiz (Gondrand, 155), a la vez que se desencadenan
contra él y contra el naciente Opus Dei una persecución
y una campaña ("de calumnias" según
la literatura "oficial") desenfrenadas, que no es
imposible que en su momento influyeran decisivamente en la
adopción, por parte del Opus Dei, de su "secretismo"
(según los detractores) o su "discreta reserva"
(según los defensores).
Hoy en día pueden leerse declaraciones como las que
siguen del holandés padre Kolvenbach, actual general
de los jesuitas: preguntado por la escasa cordialidad de las
relaciones entre la Compañía y el Opus responde
que "es sólo un rumot alimentado continuamente
por la prensa. Probablemente se debe al hecho de que al principiar
el Opus Dei en España hubo alguna dificultad con los
jesuitas, entre otras cosas a causa de los tiempos, políticamente
muy tensos. Al presente, puedo decir que mis relaciones con
el prelado del Opus Dei son muy cordiales y cuando existen
dificultades las abordamos con franqueza. Por otra parte,
las relaciones entre la Compañía y el Opus Dei
no pueden ser frecuentes y constantes, porque nuestras respectivas
misiones en la Iglesia son diversas" (Kolvenbach, 1990,
153). Por su parte, el prelado del Opus Dei, monseñor
Alvaro del Portillo, ha hecho declaraciones similares (véase
igualmente, en el caso de Escrivá, "Conversaciones",
n°. 54).
Ante tanta cortesía y tanta diplomacia, cuesta imaginar
que monseñor Escrivá pudiera llegar a afirmar,
ni siquiera en un momento de acaloramiento, "que sería
mejor morir sin los últimos sacramentos antes que recibirlos
de manos de un jesuita" (Walsh, 125). Pero no menos difícil
de imaginar es la ferocidad del ataque de que es objeto Escrivá
a partir de los años cuarenta: los jesuitas le persiguen,
le maltratan, le denuncian. Las familias de los muchachos
que ingresan en el Opus, o que simpatizan con él, reciben
presiones y amenazas. Y Escrivá se ve obligado a escribir
a esas familias, a menudo con papel oficial del obispado de
Pamplona, para tratar de demostrar que goza de protección
y bendición oficiales. Se habla mucho del papel de
defensor del Opus Dei desempeñado por el obispo de
Madrid, mientras que la literatura "oficial" habla
relativamente poco del obispo de Pamplona, Marcelino Olaechea,
en cuya casa Escrivá halla refugio. Si Alvaro del Portillo
quisiera, podría explicarlo, porque él estaba
también. Olaechea es quien se entrevista con el padre
Vergés, de las Congregaciones Marianas de Barcelona;
y es Olaechea quien habla con el obispo de Barcelona, Gregorio
Modrego, del conflicto y de las denuncias. El argumento formal
dado por el jesuita Vergés es de tipo legal: según
los estatutos de las Congregaciones Marianas nadie puede pertenecer
a otra organización religiosa sin ponerlo en conocimiento
de los superiores. Y los chicos que Escrivá "pesca"
(los jesuitas dicen: "roba") de las Congregaciones
Marianas no quieren decir nada (o no están autorizados
a hablar de ello).
Todo esto acontece en un momento en el cual los jesuitas,
que durante la república habían visto clausurados
sus centros de enseñanza, habían sido oficialmente
expulsados y se habían exiliado en buena parte en Bélgica,
acaban de regresar a la España franquista, triunfantes,
sin haber padecido las bajas de tantas otras congregaciones
religiosas, y dispuestos a ejercer una especie de monopolio
sobre la juventud intelectualmente más valiosa.
En una tesis doctoral sobre "la socialización
de los líderes católicos" en la Barcelona
de los años cuarenta, Francisco J. Carmona analiza
el funcionamiento del Colegio de San Ignacio y de las Congregaciones
Marianas, basándose principalmente en documentos de
la época. Aunque en ningún momento hace referencia
al Opus Dei, su trabajo nos resulta sumamente útil
para fundamentar la hipótesis del paralelismo entonces
existente entre los objetivos que se proponía la potente
Compañía de Jesús y los de la incipiente
Obra del padre Escrivá (Carmona, 1991).
El autor defiende la tesis según la cual la Compañía
se propone, a través de su colegio, "formar minorías
de líderes católicos que, insertos entre las
elites de Barcelona, hicieran posible que la Organización
Católica aumentase su influencia y control sobre la
sociedad de Barcelona" (Carmona, 31s). Por su parte,
el Opus Dei afirma en sus Constituciones que "uno de
sus medios de apostolado lo constituyen los cargos públicos,
particularmente aquellos que suponen el ejercicio de una dirección;
y que para conseguirlo, conviene que sus miembros destaquen
profesionalmente y se preocupen por la adquisición
de una formación científica" ("Constituciones",
1950, art. 202 y 203).
El apartado que Carmona dedica al tema del "Reinado
de Jesucristo" y al "Mensaje del Sagrado Corazón
de Jesús" puede leerse como una explicación
de las que fueron las fuentes de inspiración del pensamiento
del padre Escrivá. Se trata de un "proyecto de
control e influencia sobre todas las instituciones sociales".
Atacada en su rol de legitimadora del "Ancien Régime",
la Iglesia católica reorganiza su proyecto de acción
"bajo la bandera dcl reinado social del Sagrado Corazón".
Frente a todos los errores del modernismo, se propone "un
programa de lucha para imponer en la sociedad el proecto social
católico" (Carmona, 207). Da la casualidad, además,
de que una de las obras repetidamente citadas por Carmona
en este apartado es el "Catecismo social" del jesuita
Valentín Sánchez Ruiz, director espiritual y
confesor de José María Escrivá desde
la fecha "oficial" de la fundación del Opus
Dei hasta 1940. También da la casualidad de que la
aprobación definitiva del Opus Dei como instituto secular
de la Iglesia católica lleva la fecha de la "fiesta
del Sagrado Corazón de Jesús" del año
1950 (Berglar, 390). El libro entero de Camino está
basado en esta concreta visión de la función
de la Iglesia en el mundo.
Por lo que concretamente respecta a las Congregaciones Marianas,
no abiertas a cualquier alumno de los jesuitas sino únicamente
a los mejores, a los "más selectos" que aspiran
a una "mayor perfección" (también
el obispo de Madrid definía al Opus Dei como obra "no
de muchedumbres sino de selección"; Rocca, 1985,
132), la primera de sus Reglas las define como unas asociaciones
destinadas a hacer de sus miembros unos "cristianos de
verdad, que traten sinceramente de la propia santificación
en su propio estado, y trabajen con gran empeño, según
lo permita su condición social, en salvar y santificar
a los demás" (Carmona, 288s). El texto del escrito
de postulación para la causa de beatificación
de monseñor Escrivá habla de los miembros del
Opus Dei como cristianos que "se esfuercen por buscar
la santidad y ejerciten el apostolado entre sus compañeros
y amigos, cada uno en su propio ambiente, profesión
y trabajo en el mundo, sin cambiar de estado" (Berglar,
76). Santificación propia y de los demás, trabajo
y preservación del estado (que significa no hacerse
religioso, seguir siendo seglar): si éste es igualmente
el principio de todo "congregante", ¿dónde
está la radical novedad y originalidad del mensaje
de Escrivá de Balaguer?
c) Algunas de las páginas más interesantes
del estudio de Carmona son sin duda las que dedica a las relaciones
de la Compañía de Jesús con el franquismo,
con Franco y con el ejército, durante toda la década
de los años cuarenta. "En el marco de inflación
de ejercicios espirituales de la época, se hizo norma
que las altas autoridades civiles y militares, incluido el
general Franco, participasen en los ejercicios espirituales
anuales" (Carmona, 84). Sabemos que en 1944 fue el padre
Escrivá quien dirigió los ejercicios espirituales
del "Caudillo"; pero habitualmente se encargaban
de ellos los padres jesuitas, "expertos en estos medios
de espiritualidad ignaciana" (ibíd., 85).
"La colaboración y simpatía entre las
altas autoridades franquistas (de forma especial, los militares)
y la Compañía de Jesús eran grandes.
De hecho, estas personalidades y sus familias eran vistos
por los padres jesuitas como el material humano que era necesario
moldear en bien de la Iglesia y de la Patria; y a su vez,
para muchos de estos personajes la comunicación y trato
con los padres de la Compañía o era fruto de
la herencia familiar o era una práctica social aneja
a su nuevo "status"" (Carmona, 85).
De la lectura de la "Revista" del Colegio de San
Ignacio de Barcelona se desprende la veneración y la
cordial adhesión de los jesuitas a la figura de Franco.
Carmona da unos cuantos ejemplos concretos y concluye diciendo
que "para los jesuitas, como para la jerarquía
católica y la gran mayoría dcl clero catalán,
el franquismo aparecía como el salvador de la Iglesia
y el destructor del laicismo y el anticlericalismo de la época
republicana" (Carmona, 88). En el caso de los miembros
del Opus Dei, esa adhesión y veneración por
la figura de Franco no eran menores. Mas, en esto como en
tantas otras cosas, era menos ostensible, menos ruidosa y
más "discreta". Y ahí radica, paradójicamente,
una de las claves del éxito del Opus Dei de los años
cuarenta (y más en un país como Cataluña).
Casi todos los autores que han escrito sobre el Opus Dei de
aquellos años, sin pertenecer a él, coinciden
en este punto: los hombres de Escrivá aparecen como
menos abiertamente comprometidos con el régimen, y
el tono que adoptan -tratándose de un movimiento emergente
y que tiene a los jesuitas en contra- es menos triunfalista,
menos declaradamente totalitario y, por lo tanto, en apariencia
más liberal.
Frente a los afanes totalitarios de la Falange y frente a
una Acción Católica que arrastra la hipoteca
de sus anteriores compromisos políticos, "el Opus
Dei aparece como algo nuevo, distinto a la vez de la Acción
Católica y de la Falange" (Hermet, 1981, II, 182):
en el caso concreto de Cataluña, el Opus se presenta
como un movimiento avanzado con respecto al catolicismo tradicional
de los jesuitas. Su implantación en Barcelona se ve
favorecida por su apariencia poco franquista y no necesariamente
anticatalana (Hermet, 1980, 1, 266). El Opus Dei ofrece a
la flor y nata de "la juventud burguesa e intelectual
un marco y una mística más atrayentes que los
jesuitas o la Falange" (Gallo, 105). En Cataluña,
"el primer grupo que se desmarcó, con ganas de
purificar aquel fárrago de banderas de Acción
Católica, de insignias y de imposiciones y desafíos
de toda clase, fue el Opus Dei" (Dalmau, 1979, citado
en Casañas, 146).
En definitiva, si durante los primeros años del franquismo
el Opus Dei aparece como un movimiento innovador, es realmente
porque -como dice Carmona- aunque "en aquellos años
de postguerra la tendencia pastoral nacionalcatólica
era la tendencia mayoritaria en la Iglesia española,
(...) fueron los miembros de la Compañía de
Jesús los que más eficazmente la apoyaron"
(Carmona, 102). Tenerlo en cuenta es particularmente importante,
dado que la evolución posterior de la Compañía
de Jesús (sobre todo a partir de los años sesenta)
hará que, desde nuestra perspectiva actual, tendamos
a ver tan sólo aquello que distingue o incluso contrapone
a jesuitas y Opus Dei, y no aquello que hizo que durante muchos
años siguieran una trayectoria estrictamente paralela.
Cuando se habla hoy de competencia o de conflictos entre ambas
instituciones, lo más frecuente es que sea como consecuencia
del hecho de que hoy están defendiendo, dentro de la
Iglesia católica, unas posiciones ideológicas
contrapuestas. En la época que aquí analizamos,
por el contrario, la competencia se debía a que unos
y otros sostenían posturas fundamentalmente idénticas.
En la actualidad son numerosos los autores que presentan al
Opus Dei como continuador del papel histórico que durante
mucho tiempo desempeñó la Compañía
de Jesús: instituciones educativas, "formación
de selectos", obras sociales, influencia en el mundo
de la política y la economía, presencia en el
mundo de los medios de comunicación, y, a un nivel
más estrictamente eclesiástico, posición
de poder en las instancias de la burocracia vaticana. Suponiendo
que admitiéramos que todo ello es cierto (y la literatura
"oficial" del Opus Dei tiende más bien a
negarlo, aunque los hechos, que son muy tozudos, apunten exactamente
en esa dirección), habría que ver sin duda en
ello un acierto y un éxito de la estrategia del Opus
Dei ("¡Qué hermosas casas nos preparan!",
exclamaba Escrivá al contemplar cómo los demás
"levantaban magníficos edificios y construían
palacios suntuosos"; Camino, n°. 844). Pero en parte
habría que ver también en ello una consecuencia
de la evolución reciente de la Compañía
de Jesús, que ha cedido algunos edificios y algunos
palacios a quien quisiera ocuparlos.
Dicho en otras palabras: desde la Compañía
ha habido quien ha entonado un "réquiem por el
jesuitismo" (Coy, 1974). También el Opus Dei ha
evolucionado y no es hoy el mismo que en los años cuarenta:
pero ni ha evolucionado del mismo modo, ni lo ha reconocido
en voz alta. Hasta hoy, nadie ha entonado, desde el Opus Dei,
un "réquiem por el opusdeísmo" de
aquellos años.
d) Básicamente coincidiríamos con la
tesis de Artigues -al menos en lo que a este período
inicial se refiere- cuando afirma que "la Institución
Libre de Enseñanza, por un lado, y la Asociación
Católica Nacional de Propagandistas, por otro, representan
en cierto modo dos prefiguraciones del Opus Dei o, si se prefiere,
dos arquetipos, dos modelos a partir de los cuales el padre
Escrivá y sus discípulos van a concebir su propia
empresa, dándole, desde luego, modalidades peculiares"
(Artigues, 23).
Definida por Hermet como "prototipo de las asociaciones
de laicos concebidas para la elite católica" (Hermet,
1980, 1, 245), la ACNP fundada en 1908 por el jesuita Ángel
Ayala como una prolongación del modelo de las Congregaciones
Marianas (el mismo autor la llama "filial laica de la
Compañía de Jesús"; ibíd.,
262), se propone como objetivo primordial "formar una
minoría escogida de universitarios católicos
capaces de jugar un papel en los asuntos públicos"
(Hermet, 1980, 1, 246). Hasta aquí el paralelismo con
el Opus Dei es claro e indiscutible ("Constituciones",
1950, art. 202: el ejercicio de "cargos públicos
como medio de apostolado"). ¿Dónde radican
entonces las diferencias y en qué consisten las "modalidades
peculiares"?
Según monseñor Escrivá, "nunca
ha dejado de molestarme la actitud del que hace de llamarse
católico una profesión, como la de quienes quieren
negar el principio de la responsabilidad personal, sobre la
que se basa toda la moral cristiana. El espíritu de
la Obra y el de sus socios es servir a la Iglesia, y a todas
las criaturas, sin servirse de la Iglesia. Me gusta que el
católico lleve a Cristo no en el nombre, sino en la
conducta, dando testimonio real de vida cristiana. Me repugna
el clericalismo y comprendo que -junto a un anticlericalismo
malo- hay también un anticlericalismo bueno, que procede
del amor al sacerdocio, que se opone a que el simple fiel
o el sacerdote use de una misión sagrada para fines
terrenos" ("Conversaciones", n°. 47).
El lenguaje de Escrivá no es tan críptico como
a primera vista pudiera parecer. "Filial laica de la
Compañía de Jesús", la Asociación
Católica Nacional de Propagandistas "lleva a Cristo
en el nombre" y puede ser considerada como una forma
camuflada de "clericalismo". Según su fundador
Ayala, la Asociación quiere que los católicos
influyan en la vida pública y quiere proporcionar hombres
a la vida pública. Pero aunque diga -exactamente igual
que Escrivá- que la Asociación en cuanto a tal
no tiene una política, sino que son sus miembros a
título individual quienes pueden y deben tenerla, la
diferencia estriba en el hecho de que estos hombres "necesarios
para actuar en los círculos dirigentes del poder y
de la sociedad" (Hermet, 1980, 1, 247), la ACNP se los
suministra "a la Iglesia", y más concretamente
a la jerarquía eclesiástica, cosa que no sucede
en cambio en el caso del Opus Dei.
Desde el Opus Dei se tiende a argumentar que éste
es precisamente "el anticlericalismo bueno" que
informa el principio de la libertad y la responsabilidad personales
("Sois libérrimos, hijos míos", gustaba
de repetir monseñor Escrivá).
Desde el otro lado la defensa consistirá en afirmar
que "la ACNP nunca intentó actuar al margen de
la jerarquía española, como lo hará más
tarde el Opus Dei" (Saez Alba, 29). "En ningún
momento -dice la réplica- se le ocurrió a monseñor
Escrivá de Balaguer separar a los miembros del Opus
Dei de la jurisdicción de los obispos diocesanos. Quien
afirme lo contrario propalaría falsedades" (Berglar,
1 7). Pero a pesar de la vehemente protesta de Berglar, lo
cierto es que un año sí y otro también
el Opus Dei será acusado de pretender actuar al margen
de la jerarquía diocesana. En idéntico sentido
será interpretada la discreción recomendada
en las Constituciones de 1950 (especialmente, artículos
189 a 191), que estipulan que los socios "no revelarán
nunca a nadie que pertenecen al Opus Dei, sin permiso expreso
del director local" (art. 191). Se han publicado documentos
oficiales, firmados por Álvaro del Portillo en 1949,
en los que consulta al Vaticano si es precisa o no una autorización
del obispo de la diócesis para emprender iniciativas
diversas (Rocca, 1985, 170s). Y todavía en 1979 el
cardenal Baggio, quien en razón de su cargo coordina
los estudios previos a la transformación del Opus Dei
en prelatura, solicita de monseñor del Portillo un
"suplemento de información", y explícitamente
le pide que diga "qué criterios concretos"
piensan adoptar para impedir que el Opus Dei pueda convertirse
en "una Iglesia paralela, en el seno de las jurisdicciones
territoriales" (Fuenmayor y otros autores, 613).
Menos críptico aún que el lenguaje de Escrivá
es el de otro sacerdote del Opus Dei, Juan B. Torelló,
cuando afirma que "la espiritualidad jesuítica",
con su principio de obediencia total y absoluta, jamás
podrá dar lugar a "una espiritualidad auténticamente
laical". Al no estar fundamentada en la libertad y la
responsabilidad personales, en efecto, fácilmente desemboca
en un "espíritu de cuerpo" y en una "instrumentalización
de los valores temporales": con lo cual los laicos acaban
siendo tan sólo la "longa manus mundana"
de la Compañía (Torelló, 1965, 23).
Que la Compañía de Jesús se ha caracterizado
desde el primer día por su "espíritu de
cuerpo", ni siquiera los jesuitas podrían negarlo.
(Al propio Escrivá, por lo demás, eso era algo
que no le preocupaba en absoluto: "no te importe si dicen
que tienes espíritu de cuerpo"; Camino, n°.
381.) Pero aunque pueda haber diferencias reales entre "la
espiritualidad jesuítica" y "la espiritualidad
del Opus Dei", conviene no olvidar que en 1950 el Opus
Dei se define como "una familia, pero también
una milicia" ("Constituciones", art. 197).
Según Otto Roegele, un autor citado en las bibliografías
de la literatura "oficial" (por ejemplo, Le Tourneau,
123; Mateo Seco, 529), el Opus Dei, que "trata de influir
en las masas a base de ocupar puestos clave en la sociedad",
se caracterizaría básicamente por su "espíritu
aristocrático y caballeresco" (Roegele, 1963,
398 y 392).
Sobre el tema del "espíritu de cuerpo",
no obstante, dejemos la última palabra a Giampaolo
Bonani, quien en un artículo publicado en 1971 en la
revista "Nuestro Tiempo", de la Universidad de Navarra,
describe detalladamente todas las realizaciones del Opus Dei
en Italia y afirma: "Empleando otro parangón gráfico,
se puede decir que la inmensa mayoría de los socios
de la Obra, si bien son "soldados de Cristo" -como
todo hombre de la calle que se encuentre bautizado y confirmado-
no tienen vocación alguna para actuar como un "cuerpo
de ejército"; en cambio, conocen bien las "técnicas
de la "guerrilla" mediante la cual nos ganamos en
la vida diaria, "con sobrenatural violencia", el
camino del cielo" (Bonani, 63; las cursivas son nuestras).
e) Pese a todas las posibles diferencias seguiríamos
insistiendo, pues, en que la historia de la rivalidad entre
la Compañía de Jesús y el Opus Dei se
origina en una situación de competencia provocada por
la semejanza y no por la divergencia.
En su estudio sobre la Asociación de Propagandistas,
Sáez Alba afirma que "las relaciones ACNP-Opus
Dei no son tan malas como se cree", y que en ambas organizaciones
"se encuentra el mismo elitismo con vocación dirigente
y los mismos objetivos de apoderamiento de los puestos desde
donde se puede influir". Los fundamentos ideológicos
son idénticos, y las dos instituciones recurren a los
mismos argumentos para sostener que son los miembros a título
individual, y no las instituciones en cuanto a tales, los
que intervienen en la política (Sáez Alba, 97s;
para una formulación reciente de esta tesis en un destacado
político del franquismo, y miembro del Opus Dei, véanse
las reiteradas afirmaciones de López Rodó, 1990
y 1991).
El mismo Consejo Superior de Investigaciones Científicas
sería, según e1 autor del largo prólogo
de este estudio sobre la ACNP una obra conjunta de los "propagandistas"
y de los miembros del Opus; y durante los años cuarenta
habrían sido frecuentes los casos de doble militancia,
es decir de pertenencia simultánea a ambas instituciones
(Sáez Alba, prólogo, 44-46), tesis que lógicamente
obligaría a relativizar la clara diferenciación
que entre unos y otros establecía monseñor Escrivá
("Conversaciones", n°. 47).
Sin embargo, y pese al indudable interés del estudio
de Sáez Alba, también en este caso preferimos
mantenernos fieles a nuestro método de utilizar, siempre
que nos sea posible, fuentes más próximas al
Opus Dei mismo. Y en este sentido nos resulta más que
suficiente, para apoyar nuestra hipótesis, el análisis
que de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas
hace Antonio Fontán, miembro del Opus, en su librito
del año 1961 sobre "Los católicos en la
Universidad española actual".
Fontán se basa principalmente en declaraciones de
tres personajes clave de la ACNP: su fundador ex jesuita Angel
Ayala; Angel Herrera, que fue su presidente entre 1909 y 1935,
y el sucesor de éste, Fernando Martín-Sánchez
Juliá, que presidió la Asociación entre
1935 y 1953. Tres años antes de la fecha oficial de
fundación del Opus Dei, en 1925, Herrera afirma que
el tema de la enseñanza ha de ser una preocupación
prioritaria y que "enseñanza y prensa son las
dos grandes fortalezas enemigas" (Fontán, 43s):
a partir de aquí, los propagandistas proponen una estrategia
de "penetración en las cátedras",
a la vez que proclaman la necesidad de una "universidad
de la Iglesia".
Enseñanza y prensa, pues, como primer punto. Significativamente,
en el informe que monseñor del Portillo redacta en
1979 para solicitar la transformación del Opus Dei
en prelatura, las actividades profesionales de los socios
de la Obra que menciona en primer lugar son el trabajo "en
479 universidades y escuelas superiores de los cinco continentes;
en 604 periódicos, revistas y publicaciones científicas;
en 52 emisoras de televisión y radio, 38 agencias de
información y publicidad, y 12 productoras y distribuidoras
cinematográficas" (en Fuenmayor y otros autores,
609). Enseñanza y prensa...
El mismo Herrera Oria afirma, en 1935, que "aquel que
dentro de una misma sociedad llegue a alcanzar el dominio
de las cumbres, al fin y al cabo, es dueño de la sociedad
entera"; "el día que tengamos hecho el apostolado
de la Universidad, hemos hecho todos los demás apostolados";
"désenos la Universidad y todo lo demás
se nos dará por añadidura" (Fontán,
45s). Y terminada la guerra española Martín-Sánchez
dice que "los católicos tienen un derecho de presencia
en todas partes y que los propagandistas pueden y deben, por
tanto, ir a la cátedras" (Fontán, 47).
"Conquista de la universidad" y "preparar
cátedras" son, así, las consignas de la
Asociación de Propagandistas. Fontán concluye
que los propagandistas, en efecto, "han realizado una
activa, consciente y ordenada acción de penetración
en el profesorado universitario" (ibíd., 52).
No hace falta recordar de nuevo que también Escrivá
se dedica fundamentalmente, al terminar la guerra, al "apostolado
universitario", y hasta qué punto las "consignas"
de la ACNP se aplican igualmente a la actuación de
los miembros del Opus Dei durante la década de los
cuarenta. Paradójicamente, no obstante, cuando Fontán
empieza a hablar del Opus Dei su tono cambia súbitamente,
se pone a la defensiva, critica la leyenda que les acusa de
hacer lo mismo que la ACNP (Fontán fue catedrático
a los veintiséis años) y se limita a decir que
"el programa" de Escrivá es "sencillo,
sobrenatural y claro: vida espiritual de hijos de Dios y trabajo"
(Fontán, 56), y que no hay en el caso del Opus Dei
una "táctica de apostolado", sino "un
principio fundamental de ascética, hijo de una profunda
inspiración teológica. (ibid., 57).
Dado que este autor se resiste a reconocer el paralelismo
existente entre la organización fundada por el jesuita
Ayala y la fundada por el padre Escrivá, acudamos a
otros textos, igualmente escritos por miembros del Opus Dei.
Jesús Urteaga observa en 1948 que "muchos cristianos
no han entendido lo que es el cristianismo": entienden
tan sólo el cristianismo pasivo, de aquel que se limita
a ir a misa, pero no "un cristianismo influyente en la
vida pública y privada de los hombres. Entienden a
los cristianos más celosos que frecuentan a diario
el templo de Dios, pero apenas se figuran a esos mismos hombres
ambientando con sentido católico la política,
la enseñanza, la economía del país".
(Urteaga, 19s).
En un texto mucho más tardío, Rafael Gómez
Pérez afirma que "aunque parezca insólito,
busco prosélitos. Y no sólo entre "la masa"
(...) sino también entre esa cenefa de encajes que
en toda sociedad forman los intelectuales". (Gómez
Pérez; 1976a, 94s). "Buscar prosélitos
para lo sobrenatural entre les intelectuales. (ibid., 95)
¿no equivale al fin y al cabo a ir en búsqueda
de "las cumbres" de las que hablaba Herrera? Y si
Martín-Sánchez reivindicaba e1 derecho de presencia
de los católicos "en todas partes", Florentino
Pérez Embid, miembro del Opus Dei, es aún mucho
más explícito cuando, hablando en nombre de
"los católicos que quieren dejar huella en la
vida colectiva y contribuir a la configuración del
porvenir nacional", escribe que se trata "de ocupar
sencillamente, por propio derecho, el puesto de dirección
que al cristiano le corresponde en la vida colectiva. En España,
concretamente, a esa razón se unen otras", entre
las que destacan las dos primeras, que son respectivamente
"la victoria en una guerra justa" y "el empuje
de las minorías intelectuales católicas".
(Pérez Embid, 1955, 153s).
Cabría proceder a un estudio comparativo entre un
libro como "Formación de selectos", del padre
Ayala, y el Camino del padre Escrivá. Los dos fueron
escritos prácticamente al mismo tiempo, y aunque el
volumen de Ayala es mucho más extenso, alguno de sus
capítulos, como por ejemplo el Sexto, "Cualidades
de los selectos: tenacidad y carácter", permitiría
sin duda comprobar cuál es la "variedad"
de espiritualidad jesuítica que Escrivá básicamente
comparte. Hacia el final ya de su obra, Ayala considera que
"no se puede separar la religión de la política.
Si lo político es el arte de bien gobernar, ¿cómo
la religión podría desentenderse de ese gobierno
del cual depende la prosperidad material y religiosa, el bien
temporal y eterno de los hombres? En este sentido, la religión
es esencialmente política; no puede prescindir de ella;
como no pueden ni deben prescindir de ella los ciudadanos,
no sólo los seglares, sino menos aún los sacerdotes
y religiosos" (Ayala, 1940, 407s).
Pese a su voluntad de distanciarse de la filosofía
de Ayala, Fontán afirma en el capítulo de conclusiones
de su libro que "la España católica de
hoy no es, como torcidamente se ha dicho, un resultado de
la "coacción política" o de "un
grupo de católicos que se han encaramado en el poder".
Por el contrario, el catolicismo oficial del Estado es una
consecuencia de la realidad católica de España
y una condición "sine qua non" para el mantenimiento
del mismo Estado y de la paz pública" (Fontán,
1961, 156; en su caso, y a diferencia de lo que se dice que
ocurre con monseñor Escrivá, Fontán difícilmente
podría ser considerado "un precursor del concilio
Vaticano II"). Y prosigue: "es una realidad, demostrada
por la experiencia, que en España no se puede gobernar
"contra" los católicos, es más, que
no se puede gobernar "sin" los católicos"
(ibíd., 156).
Ya antes hicimos referencia a los artículos 202 y
203 de las Constituciones del Opus Dei (1950): necesidad de
destacar profesionalmente y de adquirir una sólida
formación científica, con el fin de alcanzar
el medio de apostolado del Opus Dei que son los cargos públicos,
y en especial aquellos que implican el ejercicio de una dirección.
Por su parte, en un discurso a la asamblea general de la ACNP
su presidente pregunta en 1944: "¿No decimos y
pensamos que la Asociación quiere ser una minoría
selecta de hombres apostólicos con capacidad de dirección?
Pues, ¿qué puestos más directivos puede
haber que los que tienen la función augusta de gobernar
a los demás?" (Martín-Sánchez, 392).
j) Independientemente de las diferencias que puedan
separarles, en la España de los años cuarenta
Opus Dei y Compañía de Jesús recorren
caminos estrictamente paralelos. Los jesuitas cuentan todavía
con mayores medios, y con muchísimo más poder,
que el incipiente Opus Dei. Pero aun así se dan cuenta
de que los hombres de Escrivá representan una competencia
temible ("una peligrosa competencia en el campo del apostolado
entre la juventud", según Gómez Pérez,
1976, 255). Y los jesuitas se defienden atacando. Y los socios
del Opus Dei pagan con la misma moneda. Porque ni unos ni
otros tienen "vocación de mártires".
Como escribe en esa época Jesús Urteaga: "Los
cristianos de hoy no tenemos vocación de mártires,
sino de guerreros. No es que por el mero hecho de estar en
la verdad tengamos que morder al que no la conoce; pero sí,
por el mero hecho de haber sido agraciados con ella, tenemos
que defenderla con los dientes contra quien la ofenda. Si
los enemigos declarados de Dios creen que se van a encontrar
en el cristianismo espíritus pusilánimes y escurridizos
que levantarían sus manos para que los apunten mejor
al corazón, se equivocan. Si los hombres de ese mar
bermejo y amoratado por la envidia y el rencor buscan sangre
que apague su mentira y su odio, que sepan que los cristianos
de esta generación están dispuestos a morir
matando" (Urteaga, 1948, 98s). Un jesuita español
de los años cuarenta difícilmente lo hubiera
expresado mejor...
Habíamos empezado este capítulo, sobre la etapa
de la implantación del Opus Dei en España (1939-1946),
citando un punto de Camino que considerábamos programático
para este período: "El deseo tan grande que todos
tenemos de que "esto" marche y se dilate... ¿Cuándo
salta, cuándo rompe, cuándo veremos nuestro
al mundo?" (Camino, n°. 911). Para el Opus Dei de
los años cuarenta, como para los ideólogos jesuitas
de la "formación de selectos", la primera
conquista ha de ser la de la universidad, la de "las
cumbres". Pero ésta es sólo una primera
etapa, la etapa que da acceso a "los puestos clave en
la sociedad" (Roegele, 1963, 398). Quien quiere "ver
nuestro al mundo" no puede conformarse con esto: "puedes
-teniendo a Cristo contigo- sentir e1 orgullo de un conquistador
de cien mundos. El mundo es nuestro porque es de Cristo"
(Urteaga, 1948, 113).
En 1946, Escrivá de Balaguer y sus seguidores más
"selectos", al mismo tiempo que preparan el inicio
de la expansión internacional del Opus Dei, partirán
a la conquista de un nuevo mundo: un mundo difícil
y un mundo en el cual la Compañía de Jesús
les ha precedido y les lleva una ventaja muy notable: Roma.
A partir de 1946, la ciudad de Roma va a convertirse en el
lugar de residencia de monseñor Escrivá, el
centro de operaciones del Opus Dei y el escenario de las nuevas
batallas del conflicto que de forma permanente le opone a
la Compañía de Jesús.
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