Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

SANTOS Y PILLOS.
El Opus Dei y sus paradojas.
Santos y pillos. El Opus Dei y sus paradojas
Joan Estruch
ÍNDICE

Prefacio

Introducción
Parte primera:
I. Hacia una sociología histórica del Opus Dei: el estado de la cuestión
II. José María Escrivá
III. El fundador del Opus Dei y el Dios del fundador del Opus
IV. Desde la fundación oficial hasta el comienzo de la guerra española (1928-1936)
V. Los tres años de guerra (1936-1939)
VI. 1939: "Camino"
VII. La implantación del Opus Dei en España (1939-1946)
VIII. 1946: Roma
IX. La expansión internacional del instituto secular del Opus Dei (1947-1958)
X. 1958: "Non ignoratis", una carta de monseñor Escrivá
XI. La consolidación del Opus Dei
Parte segunda. La ética del Opus Dei y el "espíritu del capitalismo":
XII. La España de Franco, entre Fátima y Bruselas
XIII. La formación de empresarios y la dirección de empresas
XIV. El ascetismo intramundano del Opus Dei
XV. Conclusiones: el tradicionalismo y la modernidad del Opus Dei
Bibliografía
FIN DEL LIBRO
 
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SANTOS Y PILLOS. El Opus Dei y sus paradojas
Joan Estruch

CAPÍTULO XI. LA CONSOLIDACIÓN DEL OPUS DEI

1. Una nueva época

Aun suponiendo que tuviera un valor meramente simbólico, lo cierto es que la fecha de la carta de monseñor Escrivá, de la que nos hemos ocupado en el capítulo anterior, no podía haber sido elegida con mayor acierto, al menos desde nuestra perspectiva concreta. En efecto, era como si el presente trabajo hubiese necesitado hallar, en torno a estas fechas, un hecho con valor de símbolo que nos permitiera separar el período a partir del cual será posible centrar fundamentalmente la atención en la temática concreta de la segunda parte de este estudio, del primer período analizado hasta aquí, que nos habrá proporcionado los antecedentes históricos de la cuestión, al mismo tiempo que la ha contextualizado.

La fecha del mes de octubre de 1958 satisface efectivamente, para nuestro propósito, todos los requisitos de semejante delimitación. En la historia de la Iglesia católica supone el verdadero fin de toda una época y el inicio de una etapa nueva por muchos conceptos. Durante ese mes se produce el fallecimiento de Pío XII (el día 9) y la elección de Juan XXI1I (el día 28). El anuncio de la convocatoria del concilio Vaticano II, al cabo de menos de tres meses, representará en el seno del catolicismo una convulsión de consecuencias importantísimas, tanto "ad intra" como "ad extra". En este sentido, el cambio de pontífice simboliza una transformación que va mucho más allá del mero (aunque significativo) cambio de apariencia y de estilo personal entre dos figuras tan heterogéneas como las de Pío XII y Juan XXIII. La transformación afectará a importantes aspectos de la autodefinición de la propia Iglesia, y singularmente a los modos de ejercicio de la autoridad y al tipo de relaciones entre el laicado y el clero, así como entre este último y la jerarquía. La transformación afectará asimismo a las relaciones entre el catolicismo y los demás grupos religiosos, cristianos y no cristianos. Y supondrá, en último término, la adopción de un nuevo modelo de "presencia de la Iglesia en el mundo", por decirlo en el lenguaje de la época, o, en terminología más habitual en sociología, un nuevo modelo de inserción de la institución eclesiástica dentro de la sociedad global.

Ese nuevo modelo de inserción de la Iglesia en la sociedad tiene, para la España de Franco, graves consecuencias, en la medida precisamente en que la legitimación del régimen político de Franco se había apoyado, en muy buena parte, en otro modelo distinto de inserción que en cierto modo la propia Iglesia católica va a desautorizar. Estado oficialmente católico, el Estado español podía justificar la ausencia de toda modalidad de "pluralismo" en nombre de la necesaria lucha contra los perniciosos efectos del "proceso de secularización", que en otros países estaban contribuyendo decisivamente a la decadencia inherente, según el lenguaje oficial, a las democracias liberales. Recordemos una vez más la fórmula de Rafael Calvo Serer, miembro del Opus Dei, en un artículo periodístico del año 1957 (diario "ABC", 23 de mayo): "La libertad de conciencia conduce a la pérdida de la fe, la libertad de expresión a la demagogia, a la confusión mental y a la pornografía, y la libertad de asociación al anarquismo y de rechazo al totalitarismo".

A partir del momento en que la Iglesia católica admita de forma oficial el "pluralismo" -y bendiga la libertad de conciencia, la libertad de expresión y la libertad de asociación- el régimen de Franco quedará súbitamente deslegitimado, para aparecer progresivamente como lo que era en realidad: un verdadero anacronismo en medio de la Europa occidental de la segunda mitad del siglo XX. (Ésta es la razón por la cual, de entre todos los documentos del concilio Vaticano II, el relativo a la "libertad religiosa" fue el que mayor crispación provocó a nivel político y mayores resistencias suscitó entre los obispos españoles más próximos al régimen.)

En este sentido, pues, el mes de octubre del año 1958 es una fecha que simboliza el momento crucial de un cambio de enormes repercusiones, que generará incomodidad y reticencias en la España franquista, como habrá de generarlas, por lo demás, en la por definición conservadora burocracia de la Iglesia.

Ahora bien: lo cierto es que por más que con el inicio de su proceso de expansión internacional el Opus Dei empiece a tener ya muchas patas (el chiste del "Octopus Dei" o "pulpo de Dios" no tardó en ponerse en circulación), sus dos apoyos fundamentales, no obstante, siguen asentados en el Madrid de Franco y en la Curia vaticana. Lo cual implica que todo el conjunto de cambios prefigurados por la elección de Juan XXIII le pillan, literalmente, a contrapié. Hasta tal punto, que durante las décadas de los años sesenta y setenta la historia entera del Opus podría leerse como la historia de la tensión entre la resistencia y la adaptación a dichos cambios.

Con todo, no se agota aquí la significación simbólica de la fecha del mes de octubre de 1958. En efecto, éste es exactamente el momento en que inicia sus actividades el Centro de estudios empresariales que el Opus Dei establece en Barcelona, aunque vinculado a la Universidad que el propio Opus Dei posee en Navarra. Simultáneamente la Compañía de Jesús se encarga de poner en funcionamiento un centro similar, también en Barcelona. Ambas instituciones, que llegarán a adquirir notable importancia, se hallan hoy situadas a unos pocos centenares de metros una de otra. Por último, ese mismo mes de octubre de 1958 es el del comienzo de las actividades de la Escuela de administración pública creada por Laureano López Rodó, miembro del Opus Dei, en las proximidades de Madrid (López Rodó, 1990, 156).

De este modo resulta posible fechar en octubre de 1958 -aunque sea sólo simbólicamente- la institucionalización de dos procesos conceptualmente distintos, desarrollo económico y modernización (Berger, 1986), pero que en la España de los años sesenta serán concomitantes y estrictamente paralelos: las Escuelas de estudios empresariales simbolizarán la incorporación de la economía española al sistema capitalista moderno, por la vía de la modernización de las empresas, mientras que la Escuela de administración pública jugará un papel de primera magnitud en la modernización del aparato estatal, por la vía de la formación tecnocrática, impulsada desde las instancias responsables de los Planes de desarrollo económico.

Dado todo este conjunto de factores, en los que el Opus Dei está de un modo u otro implicado, el hecho de que el mes de octubre de 1958 se inicie con la carta "Non ignoratis" de monseñor Escrivá, y con la manifestación de su voluntad de desmarcarse de la figura jurídica de los "institutos seculares" y de las formas del llamado "estado de perfección" reviste un valor simbólico incuestionable.

Así pues, en la conmemoración de los treinta años de la (no menos simbólica) fecha de fundación del Opus Dei, el documento que en el capítulo anterior hemos analizado simbolizaría la toma de posición del movimiento fundado por Escrivá ante todos los cambios que se avecinan. En este sentido habría que decir de la carta del 2 de octubre de 1958, y sobre todo de su fecha, aquello de "se non é vero é ben trovato".

De ahí que en este punto preciso cupiera abandonar el rompecabezas del Opus Dei, con el fin de centrarnos exclusivamente de ahora en adelante en el tema de las relaciones entre su ética económica y su ascética profesional, por una parte, y la modernización y el desarrollo económico, por otra.

Al mismo tiempo sin embargo no quisiéramos dejar súbitamente interrumpida aquí una mínima visión panorámica de la que ha sido la evolución histórica del Opus Dei hasta nuestros días. Siquiera de forma esquemática, por tanto, reanudaremos el hilo de los distintos aspectos de la vida y la actuación del Opus donde la habíamos dejado en las páginas anteriores, para ver cuáles son los acontecimientos principales que desde entonces hasta hoy tienen lugar.

Por otra parte, y en la medida en que lo que básicamente caracteriza la evolución del Opus Dei a lo largo de todos estos años es la progresiva ampliación de sus bases de reclutamiento, la consolidación y extensión de su implantación internacional, y la creciente diversificación de las actividades que directa o indirectamente patrocina, hay un elemento básico y decisivo que a partir de ahora será preciso tomar en consideración y al que hasta aquí, en cambio, no había sido indispensable prestar atención. Concretamente nos referimos al hecho de que, como consecuencia de su crecimiento y de su diversificación, va a producirse en el seno del Opus un lógico fenómeno de relativa distanciación entre "las bases", cada vez más numerosas, y "la cúpula", cada vez más especializada en las tareas de dirección.

Se trata de un distanciamiento que no tiene por qué implicar forzosamente la aparición de conflictos internos, hasta cierto punto inevitables en toda gran organización, pero de los que el Opus Dei ha sabido preservarse en muy buena medida (excepto tal vez en algún momento particularmente critico, como por ejemplo en las postrimerías de la década de los sesenta, en que una serie de sacerdotes jóvenes abandonan el Opus por desacuerdo con sus "compromisos políticos", y "nueve responsables solicitan ser relevados de sus funciones"; Hermet, 1981, II, 470). Nos referimos más bien, sencillamente, al hecho de que si entre el "grupo de amigos" de los años cuarenta y buena parte de la década de los cincuenta existía una relativa posibilidad de conocimiento recíproco y de colaboración más o menos estrecha, en la organización compleja e internacional que es ahora el Opus Dei dichas relaciones son necesariamente mucho más tenues. Y ello comporta una doble consecuencia, que a nuestro modo de ver deberá ser especialmente tenida en cuenta.

Por un lado, explica la que va a ser la evolución ideológica del Opus Dei: aquello que en los textos estatutarios había quedado definido como "objetivo específico" del instituto va a resultar cada vez más incómodo, por cuanto el grupo se hace demasiado numeroso y demasiado diverso como para poderse sentir plenamente identificado con el recurso a la etiqueta de los "intelectuales" y de la "parte directiva de la sociedad": de donde la progresiva insistencia en "la santificación del trabajo" (sin mayores precisiones) como único denominador común de todos los socios de la Obra. Y en segundo lugar se hará cada vez mayor hincapié en la "libertad" de cada uno de los miembros en su actuación, por cuanto nuevamente el Opus Dei se halla confrontado al hecho de que sus socios son demasiado diversos y demasiado numerosos como para poder imponer criterios homogeneizadores.

En cuanto a la segunda consecuencia, se trata de que en cada uno de los ámbitos de actuación del Opus Dei van a surgir los correspondientes "expertos", muchas veces con escasas conexiones mutuas: entre un sacerdote del Opus Dei en el Perú, una socia numeraria que trabaja en una librería universitaria en Pamplona, aquel que dirige una residencia o un club en Chicago o en un país africano, y el economista que se dedica a la formación de empresarios en Manila, las relaciones son, como apuntábamos, mucho más tenues que en un periodo histórico anterior.

Como resultado de todo ello se produce así el distanciamiento al que hacíamos referencia, y que implica que la mayor parte de los miembros de la Obra (las "bases") no necesariamente tienen por qué estar al corriente de las actuaciones de sus dirigentes, y en especial de "la cúpula" romana. Más aún si se tiene en cuenta que la literatura "oficial" se preocupa por divulgar determinados tipos de actividades, a la par que otros quedan en una discretísima penumbra.

2. Expansión y diversificación

Aunque sea de forma esquemática, vamos a tratar de ver cómo se lleva a cabo, a partir de 1958, el continuado proceso de internacionalización del Opus Dei. Para ello vamos a fijarnos tanto en su expansión como en la creciente diversificación de sus actividades, y vamos a distinguir tres grandes tipos o modelos de implantación: el de los países no europeos donde ésta es mas reciente (de entre los que, sin pretensiones de exhaustividad, elegiremos cuatro como muestra), el del continente sudamericano, que presenta unas características netamente diferenciadas, y el de los países europeos (con la salvedad de España y del caso peculiar de Roma y del Vaticano, que serán abordados posteriormente en unos apartados específicos).


1) Cuatro países de nueva implantación: Australia, Filipinas, Japón, Kenya

a) Australia. Presencia del Opus Dei desde 1963; los primeros miembros son españoles y norteamericanos. En 1965, primer grupo femenino de tres españolas (numerarias auxiliares).

Actividades: Inauguración del primer centro cultural el año 1965 (objetivo: preparar a estudiantes para su ingreso en la universidad). Inauguración, en 1971, de una residencia para 200 estudiantes universitarios, cerca de Sidney (Warrane College), que es simultáneamente un centro docente. Con posterioridad se abren una residencia femenina, un centro de formación en labores domésticas y, para los muchachos, dos centros de estudios y un club para estudiantes, así como un colegio de niñas y otro de niños, promovidos por miembros del Opus, aunque no constan oficialmente como centros del Opus (Sastre, 495ss; West, l6lss).

Conflictos: A los tres años de haberse inaugurado el Warrane College, la universidad abre una investigación oficial a raíz de una serie de protestas estudiantiles: porque estaba prohibida la entrada de mujeres en las habitaciones, según West; por la censura de periódicos y televisión, y por las presiones a las que son sometidos los estudiantes a fin de que ingresen en el Opus, según Walsh (Walsh, 72); ninguna referencia a conflicto alguno en el libro de Sastre.

Cifras: En 1987, unos 300 miembros y nueve sacerdotes. Los miembros "ejercen las más variadas profesiones, unas científicas, académicas y altamente intelectuales, y otras manuales" (West, 173).

b) Filipinas.

Presencia a partir de 1964; llegada de las primeras mujeres en 1965.

Actividades: Un centro cultural, un centro de conferencias, una escuela de formación profesional para futuras criadas y camareras; y sobre todo, el Centro de Investigación y Comunicación, fundado en 1967, que es un instituto de estudios económicos y de formación empresarial, y que ha terminado convirtiéndose casi "en una universidad especializada en economía, ciencias empresariales, pedagogía y humanidades" (West, 151). De esta institución dependen, por su parte, dos centros de formación profesional obrera (mecánica, electricidad, electrónica), uno de los cuales está subvencionado desde Alemania por una fundación estrechamente vinculada al Opus Dei (Hertel, 65s).

c) Japón. En 1958 uno de los primeros discípulos de Escrivá es enviado al Japón; al poco tiempo le siguen otros dos españoles, sacerdotes como él. Las primeras mujeres llegan en 1960.

Actividades: La obra más importante es un instituto de idiomas, con locales para unos 1.500 alumnos, y una residencia, en Ashiya. En Nagasaki abren una escuela, con dos secciones (masculina y femenina). Concebido para universitarios y profesionales, el Centro de idiomas "pone en contacto a los japoneses con las lenguas y la civilización occidentales", a la vez que constituye un "foco de evangelización entre las personas que acuden a estudiar idiomas" (Sastre, 466s). También en este caso, pues, se da prioridad al "apostolado de la inteligencia" porque, como decía monseñor Escrivá, "a los hombres, como a los peces, hay que cogerlos por la cabeza" (Vázquez, 354).

d) Kenya. Idéntica pauta que en el caso anterior: inicialmente el "Padre" envía (1958) a uno de sus primeros discípulos, en este caso Pedro Casciaro, español y sacerdote. Tras las primeras gestiones preliminares, llega el primer grupo estable, que ha de hacerse cargo de las actividades; y posteriormente, un grupito de mujeres.

Actividades: Creación de un colegio universitario y residencia, ampliado luego con una escuela comercial (1966), una escuela secundaria (1978) y una escuela primaria (1987). Para las chicas, asimismo en Nairobi, escuela de secretariado, residencia, colegio, y en otro edificio una escuela de formación femenina. También aquí la pauta es, pues, la misma: formación de líderes y evangelización. En su libro West menciona sus entrevistas con antiguos alumnos del colegio universitario: un ingeniero, que trabaja para el gobierno y es cooperador del Opus; un profesor de contabilidad del propio colegio; un dirigente de una compañía petrolífera; un profesor de física y matemáticas. Y entre las mujeres, una jurista, miembro del Tribunal Supremo, convertida al catolicismo y socia del Opus; una asistenta social que trabaja en otro ámbito, "porque no podía aceptar la política anticonceptiva del gobierno" (West, 71); y un matrimonio con seis hijos, uno de los cuales se llama "Josemaría" (ibíd., 72).

Conflictos: En el caso de Kenya se produjo inicialmente un conflicto interesante, al considerar las autoridades eclesiásticas locales que el grupo promotor del Opus era un "grupo religioso misionero", con lo cual la subvención gubernamental para la retribución del personal docente quedaba automáticamente reducida en un 50 %. Ello provocó en 1960 una protesta del Opus a la Sagrada Congregación correspondiente, a fin de que no se tratara "a los miembros de los "verdaderos" institutos seculares como si fueran religiosos" (Fuenmayor y otros autores, 566s; cursiva en el original). El documento es sumamente interesante, en parte porque es una de las pocas pruebas concretas que tenemos de la confusión entre institutos seculares y religiosos, de la que tanto se lamentan los dirigentes del Opus Dei; pero en parte también porque "un año y medio después" de la carta de monseñor Escrivá diciendo que "no somos un instituto secular, ni se nos puede aplicar este nombre", el Procurador general del Opus Dei presenta a su instituto como un "verdadero instituto secular".

Basten estos cuatro países como muestra de un primer modelo de implantación del Opus Dei, a través de la creación de obras corporativas, de orden básicamente docente.

Preciso es añadir que la literatura "oficial" es enormemente selectiva, en el sentido de que sólo proporciona información acerca de determinados países, mientras que no explica absolutamente nada de otros. Así por ejemplo, los autores coinciden en hablar de Kenya con cierto detalle (Sastre, 460-463; West, 57-74), a la vez que de otro país africano, Nigeria, se dice simplemente que el Opus Dei está presente en él, sin ninguna otra indicación. Igualmente, se habla, aunque de forma vaga, de los Estados Unidos (Sastre, 388-392; West, 125-142), mientras que sólo se menciona la presencia del Opus Dei en el Canadá, sin ninguna explicación.

2) América Latina

a) La literatura "oficial" da de la implantación en los países de América Latina una visión que parece responder a un modelo de tipo muy distinto al que acabamos de comentar. Además de las residencias y colegios habituales en todos los países, se emprenden en el continente latinoamericano otras clases de iniciativas.

En el caso de México, por ejemplo (West, 111-123), el complejo de Montefalco (en el estado de Morelos) comprende un centro de promoción campesina, una casa de retiros, dos colegios, una escuela de capacitación agraria y una escuela femenina de "ciencias domésticas". Además de algunos otros centros, en la ciudad de México existe igualmente una clínica oftalmológica vinculada a la Universidad Panamericana, que es una universidad "fundada por miembros y amigos del Opus Dei" (West, 121).

También en el Perú el Opus Dei crea, además de un Instituto rural (con emisora de radio propia), la Universidad de Piura, al norte del país, con estudios de ingeniería, administración de empresas y periodismo (Sastre, 450). Otra Universidad es la de La Sabana, en Colombia (Seco, 165).

b) En segundo lugar, en diversos países de América Latina se ha acusado al Opus Dei de involucrarse directamente en la política, igual que en el caso de España. E igual que en el caso de España, oficialmente se ha dicho que el Opus Dei en cuanto a tal no interviene jamás en política, mientras que sus miembros gozan de entera libertad de actuación en este campo. Se han formulado acusaciones muy duras, que no se han podido probar, en el caso de Chile: vinculación con la CIA y con la dictadura de Pinochet. Dos autores alemanes llegaron a relacionar al Opus Dei con el tráfico de armas y con los "escuadrones de la muerte" y la llamada triple A argentina (Roth y Ender, 1984): pero perdieron el proceso judicial abierto a instancias del Opus Dei. También en Colombia se han hecho acusaciones semejantes.

Creemos que no seria incorrecto ni excesivo afirmar que en varios países de la América Latina algunos miembros del Opus Dei han asumido compromisos políticos -como lo habían hecho en España y "no" suelen hacerlo en la mayor parte de países europeos- y, por otra parte, que el Opus Dei en cuanto tal ha sido claramente beligerante en el conflicto que durante años ha enfrentado a las autoridades romanas y a los representantes de la llamada "teología de la liberación".

c) Un tercer rasgo característico de la implantación del Opus Dei en América Latina lo ha constituido su presencia institucional asumiendo responsabilidades pastorales. El año 1957 Pío XII confió al Opus Dei una "prelatura territorial" en el Perú (se trata de territorios que, sin constituir jurídicamente una diócesis, poseen su propio clero, con un "prelado" que ejerce las funciones de obispo). Al terminar el año 1988 había entre los miembros del Opus Dei (según los datos del "Annuarzo Pontificio") un total de once obispos, todos ellos en América Latina. Cinco en el Perú: un vasco, Ignacio María de Orbegozo, que había sido en 1957 el primer prelado de Yauyos, actualmente obispo de Chiclayo; y un peruano, Luis Sánchez Moreno, obispo desde 1961 y en la actualidad en la prelatura de Yauyos. (Estos dos miembros del Opus son los únicos que participaron en las sesiones del concilio VaticanoII como "padres conciliares", hecho sin duda no fácil de asimilar para los miembros de la "cúpula romana" y en especial para monseñor Escrivá; véase Moncada, 1987, 29). Los otros tres son un catalán, Enric Pelach, obispo de Abancay desde 1968, y dos peruanos, Juan Antonio Ugarte, auxiliar de Cuzco, y Juan Luis Cipriani, auxiliar de Ayacucho.

En el Perú se hallan, pues, casi la mitad de los obispos del Opus Dei. Los seis restantes estaban, en el año 1988, en seis países distintos: Francisco de Guruceaga, obispo de Laguaira (Venezuela); Juan Ignacio Larrea, de origen argentino, obispo de Guayaquil (Ecuador); Hugo Puccini, obispo de Santa Marta (Colombia); Fernando Sáenz, español de origen, obispo auxiliar de Santa Ana (El Salvador); Alfonso Delgado, obispo de Santo Tomé (Argentina), y Adolfo Rodríguez, de origen español, obispo de Los Ángeles (Chile).

Este monopolio hispanoamericano se romperá por vez primera en 1989, al ser consagrado obispo un sacerdote europeo del Opus Dei, tras un conflicto que duró más de dos años (Hertel, 1 84ss): Klaus Küng, obispo de Feldkirch (Austria). Con posterioridad fueron consagrados un obispo en el Brasil, así como el prelado del Opus, Álvaro del Portillo, y Julián Herranz, residente igualmente en Roma y con un cargo importante en la Curia.

d) Finalmente, un último rasgo diferencia asimismo la presencia del Opus Dei en América Latina de la de los demás países (excepto España): las grandes concentraciones masivas con motivo de los viajes de monseñor Escrivá. Tales manifestaciones no se producen jamás en los distintos países europeos recorridos por el "Padre". En cambio, ésta es una de las características de sus tres viajes americanos (México, 1970; Brasil, Argentina, Chile, Perú, Ecuador, Venezuela, 1974; Venezuela y Guatemala, 1975): además del dato obvio de la posibilidad de comunicación en una lengua común, probablemente hay que ver en ello un reflejo del tipo de implantación que acabamos de comentar, con una presencia más visible del Opus Dei en la vida de estos países y, por ende, con una posibilidad objetiva de congregar a unos millares de personas. Si el Opus Dei había empezado en la España de los años cuarenta como obra "no de muchedumbres, sino de selección", y si en la mayoría de los países continúa siéndolo todavía hoy, en América Latina se transforma gradualmente en obra de selección y "también" de muchedumbres.

3) Europa

Esta distinción entre "selección" y "muchedumbres" constituye con toda probabilidad el mejor indicador para entender la diversidad de las iniciativas promovidas por el Opus Dei en los distintos países europeos. Residencias, centros culturales y clubs recreativos para jóvenes, son siempre el denominador común y el lugar privilegiado desde el que se propaga la influencia de la Obra y se lleva a cabo la selección de los candidatos a ingresar en ella. De todos modos, y como reconoce Luis Ignacio Seco, que es miembro de la Obra, "no he encontrado ninguna publicación exhaustiva de estas labores, lo cual me parece natural, dada la poca afición de los miembros del Opus Dei a las estadísticas y a las gráficas de crecimiento" (Seco, 151).

El grado siguiente, dentro del proceso de expansión, lo constituyen los centros docentes propiamente dichos: escuelas primarias y secundarias, escuelas de formación profesional y de capacitación agraria, y escuelas de formación femenina. Así como, a otro nivel, las actividades relacionadas con los medios de comunicación: editoriales, librerías, revistas, etc.

a) La implantación del Opus Dei en la Gran Bretaña e Irlanda está mínimamente documentada merced a West (p. 97-109), Seco (p. 152s) y, desde una óptica no "oficial", Walsh (p. 159-165). Entre los hechos importantes no explicados por la literatura oficial es de destacar el documento publicado el año 1981 por el cardenal Basil Hume, obispo de la diócesis de Westminster. Tras haber "estudiado atentamente determinadas críticas públicas sobre las actividades del Opus Dei en la Gran Bretaña, así como la correspondencia que sobre este tema he ido recibiendo", con cartas de crítica y cartas de elogio, y después dc haber "celebrado reuniones con los responsables del Opus Dei", el cardenal decide hacer públicas unas recomendaciones, que previamente les han sido comunicadas a dichos responsables. El principio fundamental que las inspira es, de acuerdo con el obispo benedictino inglés, la necesidad de que cualquier movimiento internacional respete las características tradicionales y las formas de actuación habituales de las sociedades concretas en las cuales trabaja. Las cuatro recomendaciones son las siguientes: que no se exijan votos ni compromisos a los menores de edad; que los padres o tutores tengan conocimiento de la relación de los jóvenes con el Opus Dei; que se garantice la libertad individual de asociarse y de abandonar la organización sin coacciones, así como la libertad de elección de un director espiritual sin que éste haya de ser forzosamente del Opus Dei; y, finalmente, que en todas sus iniciativas y actividades el Opus Dei indique claramente quién las dirige o quién las patrocina (puede verse el texto íntegro del documento en Rocca, 1985, 205s).

Menores de edad, coacciones y secreto: el documento del cardenal Hume es especialmente interesante por cuanto permite precisar con bastante exactitud el tipo de acusaciones de las que el Opus Dei suele ser objeto. Justamente en el caso de la Gran Bretaña, y ante "la cerrazón de los ingleses en cuestiones personales" y su resistencia "ante cualquier conversación que tocara el ámbito privado de cada uno, en especial el tema religioso", monseñor Escrivá había instruido así a sus hijos británicos: "tenéis que meteros en la vida de los demás como Jesucristo se metió en la mía, sin pedirme permiso" (en Berglar, 282).

h) Un foco de implantación que recientemente ha adquirido gran importancia, y al que la literatura "oficial" apenas alude, es el de los países germánicos: concretamente, el norte de Suiza, Austria y el sudeste de Alemania. La razón del interés por esta zona, a la vez que la razón del discretisimo silencio, podría ser doble: en primer lugar, la hasta hace poco estratégica situación de Viena como "ciudad frontera entre las dos Europas" (Sastre, 442), que hacía exclamar a monseñor Escrivá que "seréis mis hijos austríacos los que deis un buen empujón, desde vuestra tierra, a toda la labor en la Europa oriental".

Indudablemente esta "labor" ha comenzado ya, y no es imposible que se convierta en los próximos años en uno de los objetivos prioritarios del Opus Dei. Incluso pudiera dar lugar a un nuevo episodio de su histórica confrontación con la Compañía de Jesús. En una entrevista publicada en 1990 el jesuita francés Pierre de Charentenay, tras recordar la vocación de "formación de elites" de la Compañía, que se traduce en una "voluntad de estar presentes donde pueden decidirse las cuestiones importantes" (Charentenay, 71), comentaba que en 1990 no había ningún jesuita en Rusia, pero que posiblemente iría pronto un equipo; que en los países bálticos había ya algunos jesuitas, los cuales "sin duda recibirían refuerzos", y que otro tanto iba a suceder en Checoslovaquia y en Hungría (ibíd., 72).

En segundo lugar, preciso es decir que la implantación en esta zona germánica se ha producido, en parte al menos, mediante una penetración en las estructuras eclesiásticas diocesanas de los obispados, prácticamente contiguos, de Feldkirch (Voralberg, Austria), Augsburgo (Alemania) y Chur (región suiza de los Grisones y Liechtenstein). El autor que más abundante documentación aporta sobre esta área relaciona el hecho con la constitución de un importante centro financiero vinculado al Opus Dei y que gira básicamente en torno a dos grandes fundaciones (Hertel, 168-1 87).

c) En el caso de Italia, y prescindiendo momentáneamente del mundo relacionado con el Vaticano, además de las iniciativas habituales en otros lugares, debe destacarse, aunque sólo sea porque todos los autores del Opus Dei hablan expresa y largamente de él, el centro Elis (Educazione, lavoro, ístruzione, sport) inaugurado el año 1965. Erigido en un barrio periférico de Roma, el centro comprende una escuela de formacion profesional, una residencia y un club deportivo para muchachos, así como las instalaciones equivalentes para las chicas. La originalidad del centro Elis no radica tanto, por consiguiente, en el contenido de sus actividades, similares a las de tantos otros, antes bien en dos hechos simbólicamente significativos para el Opus Dei.

El primero de ellos tiene que ver con el origen de la iniciativa: con motivo del octogésimo aniversario de Pío XII se organizó en el mundo entero una colecta, cuyo fruto le fue ofrecido como obsequio. El papa murió sin haber dispuesto de los fondos, y una oportuna filtración hizo saber a los dirigentes del Opus Dei que Juan XXIII deseaba dar a aquel dinero un destino concreto. Tras elaborar y presentar un proyecto muy detallado, los dirigentes del Opus obtuvieron la adjudicación de los fondos para la creación del centro Elis. (Un dignatario eclesiástico explicó en reiteradas ocasiones que al ser recibido un día por Juan XXIII, éste exclamó: "Ahora mismo acaban de marcharse los del Opus; todo el rato han estado hablando de dinero, tanto, que aún me da vueltas la cabeza.") El segundo hecho, no menos significativo para el Opus Dei, es que el acto oficial de inauguración del centro, en 1965, fue presidido personalmente por Pablo VI. Ninguno de los autores de la literatura "oficial" omite el detalle: probablemente porque les proporciona una de las escasísimas oportunidades en que pueden reproducir unas palabras, obviamente elogiosas en este caso, de Pablo VI acerca del Opus Dei.

Otro acontecimiento igualmente referido a Italia, pero mucho menos aireado por la literatura "oficial", lo constituye el proceso de investigación ordenado en 1986 por el ministro del Interior, Scalfaro, a raíz de una interpelación parlamentaria sobre el tema -una vez más- del secreto y del hipotético carácter de "sociedad secreta" del Opus Dei. El asunto fue ampliamente divulgado por la prensa, y con mayores o menores dosis de sensacionalismo se terminó vinculando entre ellas cuestiones como la de Marcinkus y el IOR, Calvi y la Banca Ambrosiana, Ruiz-Mateos y Rumasa, Gelli y la Logia P2, las fundaciones relacionadas con el Opus, etc. (véase por ejemplo Walsh, 167ss y, sobre todo, desde la propia Italia, Magister, 1986). Uno de los raros autores del Opus que hace referencia al tema (West, 24s) concluye que todo ello respondía al interés de unos pocos por fomentar el escándalo y calumniar al Opus Dei, pero que la investigación ordenada por el ministro Scalfaro demostró claramente que "el Opus Dei no era una asociación secreta". Sin embargo, opta por silenciar un dato que Giancarlo Rocca, en cambio, precisa: a saber, que el ministro italiano basa su argumentación en un oficio de la Santa Sede que afirma que "cuantos pertenecen al Opus Dei (sacerdotes y laicos) están obligados a evitar el secreto y la clandestinidad", y que "tienen el deber de manifestar su pertenencia siempre que sean legítimamente preguntados" (Rocca, 1989, 389). El mismo autor comenta que ello supone un cambio importante, no ya respecto a las antiguas Constituciones de 1950, sino respecto incluso a los Estatutos de la prelatura hoy vigentes, los cuales especifican que sólo "a petición del obispo, se facilitan los nombres de los sacerdotes y de los directores de los centros de la diócesis correspondiente" ("Estatutos", 1982, art. 89.2).

3. España

Por razones obvias, e1 caso español ha sido siempre y constituye todavía hoy un caso especial en la historia del Opus Dei. Desde el punto de vista que en este momento nos ocupa, de la expansión y diversificación de sus actividades a lo largo de los últimos decenios, las características diversas que acabamos de observar en algunos países europeos, americanos, asiáticos, etc., las encontramos todas reunidas en el caso de España. Con "una única excepción": pese a que algunos miembros españoles del Opus son obispos, jamás ha habido ningún obispo del Opus en una diócesis española. De otro modo, y aunque sin llegar tal vez a la exageración de la que se hace eco el australiano William West: "Se dice que en algunas ciudades españolas hay un centro del Opus Dei casi en cada esquina" (West, 95), puede convenirse con este autor que en España el Opus, "como el grano de mostaza del Evangelio, ha crecido hasta convertirse en un árbol frondoso, donde anidan "toda clase de pájaros"" (ibíd., 96; el entrecomillado es nuestro).

a) De acuerdo con los datos oficiales del "Annuario Pontificio", al empezar la década de los años noventa la prelatura del Opus Dei tenía unos 1.400 sacerdotes, cerca de 350 seminaristas y 75.000 laicos en el mundo entero (el "Anuario" publica estas cifras a partir de la edición de 1987: en el quinquenio comprendido entre 1987 y 1991, el crecimiento global del número de sacerdotes ha sido de un 9.5 %, y el de los laicos de un 0.5 %). Aunque éstas son las únicas cifras oficiales de que se dispone públicamente, se considera que de cada diez miembros, cuatro son españoles. Por otra parte, si se tiene en cuenta que los miembros numerarios representan aproximadamente un 20 % del total (Hertel, 158), cabría preguntarse si a este nivel la proporción de españoles aumenta o disminuye. En este terreno parece como si estuvieran aún en vigor las viejas Constituciones del Opus Dei del año 1950, que decían que "a los extraños, se les oculta el número de los socios" (art. 190): mas nuestra hipótesis sería que el porcentaje de miembros españoles aumenta a medida que se pasa de las cifras globales a las de los numerarios, y de estas últimas a las de los sacerdotes. Dicho en otras palabras: cuanto más nos acercamos a la "cúpula", más patente resulta que el Opus Dei sigue siendo, todavía hoy, un movimiento fundamentalmente español, o, como mínimo, fundamentalmente dirigido y controlado por españoles.

Las escasas informaciones oficiales que pueden extraerse del "Annuario Pontificio" confirman al menos la plausibilidad de la hipótesis: no sólo es español el prelado, sino que también lo es el vicario general de la prelatura. En el Ateneo Romano de la Santa Cruz (instituto de estudios superiores), son españoles el rector, el vicerrector, los dos decanos (Filosofía y Teología) y el director de la Biblioteca, e italianos el secretario y el administrador ("Annuario Pontificio", 1991, 1612). Entre las personalidades que ostentan algún título honorífico (prelado de honor, etc.) observamos la presencia de una neta mayoría de españoles (ibíd., 1909-2276). También entre los miembros del Opus que ocupan algún cargo en la Curia vaticana hallamos un claro predominio de españoles.

b) Entre las obras "corporativas" o asumidas como propias, y las promovidas por la libre iniciativa de miembros o amigos del Opus Dei, que no menos libremente confían su dirección espiritual a la prelatura, hallamos en España instituciones docentes de todo tipo: escuelas primarias, escuelas secundarias, escuelas de formación profesional, escuelas de educación especial, escuelas de capacitación agraria, etc. (de estas últimas, West afirma que existen en España "unas 36"; West, 82). A ello deben añadirse residencias, centros culturales, escuelas de idiomas, escuelas femeninas de formación doméstica, casas de convivencias y de retiros, clubs, centros recreativos y escuelas deportivas que "junto a la formación y entrenamiento deportivos ofrecen formación espiritual y cultural" (West, 83). Varias editoriales, una red de librerías, revistas (pese a que en nombre de la "humildad colectiva", "el Opus Dei no edita publicaciones con el nombre de la Obra", de acuerdo con el artículo 89.3 de los Estatutos de 1982); o incluso algunas tiendas donde alquilar películas de vídeo "moralmente aceptables".

Todo ello -conviene no olvidarlo- se aplica a una institución que en el momento de su aprobación pontificia (1950), sin excluir la creación "de escuelas propias", afirmaba que "prefería, en la medida de lo posible, prestar su colaboración anónima en escuelas públicas" (Fuenmayor y otros autores, 548).

c) "Last but not least", por supuesto, a esta lista de iniciativas preciso es añadir la Universidad de Navarra, que había iniciado sus actividades en 1952 como centro dependiente de la Universidad civil de Zaragoza con el nombre de "Estudio General", pero que a partir de 1960 "añade a su primitivo nombre el prestigioso título de Universidad Católica con que le ha honrado la Iglesia" (Fontán, 148). La homologación de los títulos de la Universidad del Opus a los de cualquier universidad española, lograda en el año 1962 tras un laborioso proceso que culminó en la firma de un convenio entre la Santa Sede y el Estado español, fue en un primer momento motivo de polémica y de protestas en el mundo universitario de la época. Pero la Universidad de Navarra ha ido consolidándose paulatinamente, y algunos de sus centros (Medicina y Periodismo, por ejemplo) han llegado a gozar en algunos momentos de muy buena reputación. El coste de la matrícula es ciertamente más elevado que en las universidades estatales: entre cinco y seis veces más caro, por ejemplo, en el caso concreto de los estudios de la Facultad de Económicas para el curso 1989-1990. Pero el valor de este dato ha de relativizarse, sin duda, en función del grado de racionalidad del sistema de distribución de becas. Por lo demás, el diseño del plan de estudios es estrictamente paralelo al de todas las otras universidades, con la única salvedad de la inclusión de una asignatura anual suplementaria de teología: tomando otra vez el ejemplo de los estudios de la Facultad de Económicas, un alumno de tercer curso de la sección de Empresariales tenía que matricularse (en 1989-1990) de teoría económica II, estadística, hacienda pública y sistemas fiscales, organización y administración de empresas, contabilidad de costos y teología II.

Con frecuencia se ha esgrimido el argumento de que los estudiantes de la Universidad de Navarra no están autorizados a consultar libremente toda clase de libros, lo cual puede plantear notables dificultades en el caso de los estudios de humanidades y de ciencias sociales, por ejemplo. Se trata, según todos los indicios, de una especie de perpetuación del ya desaparecido "indice de libros prohibidos" antiguamente en vigor dentro de la Iglesia católica. El argumento parece silenciado, pero no desmentido, por la literatura "oficial"; e indirectamente confirmado, en cambio, por el hecho de que un manual de sociología publicado por Ediciones Rialp incluye una bibliografía que da orientaciones sobre veinte títulos seleccionados, con observaciones como las siguientes: "En su exposición incluye teorías no acordes con la visión cristiana del hombre", razón por la que la obra en cuestión se recomienda a "lectores especializados con sólidos criterios doctrinales"; o bien: "obra basada en una concepción que aboga por el retorno del hombre a los valores del espíritu; no obstante, en algunos pasajes hay valoraciones ambiguas" (Carreño, 333y 334).

En relación con la Universidad de Navarra, uno de los conflictos más espectaculares tuvo lugar en 1968, con motivo de un debate en las "Cortes españolas" (sucedáneo del Parlamento durante el franquismo) sobre la Ley de Presupuestos. Un diputado, Femando Suárez, denunció el hecho de que el Estado concediera una subvención de un millón de pesetas a la Universidad Pontificia de Salamanca, dos a la de los jesuitas de Deusto y cien a la del Opus Dei en Navarra. Recientemente, López Rodó ha contado que muy pocas horas después de los hechos le expuso la situación a Franco (López Rodó, 1991, 28S). Según él, la cifra era de treinta millones tan sólo; nada dice, sin embargo, de la desigualdad respecto de las demás universidades no estatales, y, en cualquier caso, confirma la existencia de la subvención estatal, cuando menos de seis meses antes monseñor Escrivá de Balaguer había afirmado que "el Estado español no ayuda a atender los gastos de sostenimiento de la Universidad de Navarra" ("Conversaciones", n°. 83), y anteriormente, dentro del mismo año 1967, en una entrevista para la revista "Time", había declarado que "en pocos sitios hemos encontrado menos facilidades que en España" y que "gobiernos de países donde la mayoría de los ciudadanos no son católicos, han ayudado con mucha más generosidad que el Estado español a las actividades docentes y benéficas promovidas por miembros de la Obra" ("Conversaciones", n°. 33).

d) Aunque monseñor Escrivá reside habitualmente en Roma, viaja con frecuencia a España. Y como en el caso de la América Latina, si no más, algunos de estos viajes son preparados por sus "hijos" de tal forma que se conviertan en ocasión de multitudinarias asambleas y de actos de homenaje al fundador del Opus.

La erección de la Universidad de Navarra, e1 año 1960, es precisamente la primera oportunidad en la que el "Padre" se encuentra "con verdaderas muchedumbres" (Fuenmayor y otros autores, 307). En un viaje de diez días, durante el mes de octubre, visita Madrid, Zaragoza y Pamplona. En Madrid "la nave de la iglesia (en la que celebra la misa) está abarrotada por miembros del Opus Dei" (Sastre, 473). En Zaragoza es nombrado doctor "honoris causa": "El paraninfo se llena de público hasta en sus más insólitos rincones" (ibíd., 474). En Pamplona, el Gran Canciller de la Universidad (más adelante lo será también de la de Piura, en el Perú) es nombrado "hijo adoptivo" de la ciudad: "La multitud le ovaciona calurosamente" (Gondrand, 222). También en 1960 es condecorado con la Gran Cruz de Carlos III (Vázquez, 550).

Durante el verano del año 1964 es nombrado hijo adoptivo de Barcelona (Vázquez, 356). Pero aunque durante aquellas mismas fechas monseñor Escrivá se halla en el País Vasco (López Rodó, 1990, 473) y aunque en noviembre viaja de nuevo a Pamplona (Sastre, 488), hasta el otoño de 1966 no se celebrará el acto de entrega del título: un "acto íntimo" esta vez (López Rodó, 1991, 86), que representa "algo más que un gesto de agradecimiento por parte de la ciudad", pero que monseñor Escrivá no quiere que pueda ser interpretado "como una revancha", veinticinco años después de un conflicto que en Barcelona había revestido particular gravedad (López Rodó, 1991, 88).

En 1967, otra vez en su Universidad, "hablará en el campus, ante una multitud de más de veinte mil personas" (Sastre, 503). El texto del sermón que pronuncia, reproducido íntegramente en el volumen de "Conversaciones" (p. 233-247), es como un documento programático de esta nueva etapa histórica del Opus Dei, tras el concilio Vaticano II. Escrivá habla en su homilía de la "santificación de la vida ordinaria", de una "mentalidad laical" opuesta a un inaceptable "catolicismo oficial", de libertad contrapuesta a "la intolerancia y el fanatismo", y del rechazo de la "mentalidad de selectos". El mismo año en que monseñor Escrivá hace estas afirmaciones, el "Annuario Pontificio" (1967, 905) sigue presentando al Opus Dei como un instituto secular que tiene como finalidad "promover entre todas las clases de la sociedad civil, y especialmente entre los intelectuales, la búsqueda de la perfección cristiana en medio del mundo".

En su homilía el "Padre" añade todavía que "también las obras que -en cuanto asociación- promueve el Opus Dei, tienen esas características eminentemente seculares: no son obras eclesiásticas" ("Conversaciones", n°. 119): así lo afirma, en pleno campus de una Universidad de la Iglesia, quien ha sido nombrado Gran Canciller de la misma por un decreto de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades (Fuenmayor y otros autores, 307).

e) En 1972 tiene lugar el más espectacular de los viajes del "Padre" por la península Ibérica. Un viaje presentado como "decisión heroica" por Sastre (p. 528) y como "correría apostólica" por Vázquez de Prada (p. 387). Un viaje de dos meses ("dos meses de catequesis", Gondrand, 264), justificado por la "crisis que Dios permite en la Iglesia" (Sastre, 529), una Iglesia que "está por dentro tan mal" que "sentía el "Padre" que el cuerpo le pedía pelea" (Vázquez, 387).

Así pues, ante la crisis postconciliar de los últimos años del pontificado de Pablo VI, "pelea". En Pamplona, en "su" Universidad, afirma que "todos los apostolados del Opus Dei se reducen a uno solo: dar doctrina" (Gondrand, 264). Y eso es lo que hará en todas y cada una de las etapas del viaje:

Bilbao, Madrid, Oporto, Lisboa, Jerez, Valencia y Barcelona. "Doctrina" acerca de los sacerdotes: "Hay sacerdotes que, en lugar de hablar de Dios, que es de lo único que tienen obligación de tratar, hablan de política, de sociología, de antropología. Como no saben una palabra, se equivocan; y, además, el Señor no está contento" (Gondrand, 268). Por consiguiente, declara, "vamos a salvar sacerdotes" (Vázquez, 390). "Doctrina" acerca del matrimonio (y el divorcio): "Si se tuviera la manga ancha, y se les dejara, a la primera riña, ¡adiós! En cambio, están de morros ocho días, y después vuelven a quererse, y ya son felices toda la vida" (Vázquez, 393). "Doctrina" sobre la confesión, práctica que algunos católicos están abandonando, y en la que durante estos años el Opus Dei va a insistir enormemente. "Doctrina" sobre la liturgia, que ha de estar bien hecha, sin prisas, y no como algunos que "se ponen en mangas de camisa, de cualquier forma" (Gondrand, 269). Y "doctrina" acerca de los hijos, en unos momentos en los que hay quien "comete crímenes horrendos, verdaderos infanticidios" (Vázquez, 394).

La España que Escrivá había querido "recristianizar" treinta años antes, es en estos momentos una España en pleno "proceso de secularización", que dirige su mirada cada vez más hacia la Europa del Mercado Común y cada vez menos hacia la Europa de los santuarios de Fátima y de Lourdes.

Y es que, "desde que se clausuraron las sesiones del Concilio Vaticano II, la Iglesia ha sufrido violentas sacudidas" (Sastre, 528). Como dice Berglar, "la inspiración del Espíritu Santo no le faltó al Concilio. Pero esto no quiere decir que cada uno de los padres conciliares fuera, en cada momento de las cuatro sesiones, receptáculo y portavoz del Espíritu Santo, ni tampoco que todos los documentos están inspirados "por igual" y de tal manera por el Espíritu Santo que no necesiten una interpretación" (Berglar, 296). Por esta razón monseñor Escrivá había podido afirmar, en 1970, ante los miembros del consejo general del Opus: "Sufro muchísimo, hijos míos. Estamos viviendo un momento de locura. Las almas, a millones, se sienten confundidas" (ibíd., 305).

Trasladémonos, pues, a Roma, el otro gran centro de implantación y de actividad del Opus Dei, y el foco de este "momento de locura" que según Escrivá le toca vivir a la Iglesia.

4. Roma

1) El concilio Vaticano II

En varios otros momentos hemos hecho referencia ya a este tema del Concilio: tanto al escaso entusiasmo con el que el Opus Dei acogió la idea de su convocatoria y su preparación, como a la imagen no demasiado positiva ni seria que la literatura "oficial" parece presentar de la figura de Juan XXIII (una imagen y una falta de entusiasmo harto extendidas, por lo demás, en determinados ambientes de la Curia vaticana). Por otra parte, y pese a que retroactivamente se nos querrá presentar a Escrivá como un precursor del Concilio y su mensaje como una anticipación de algunos documentos conciliares, hemos visto igualmente que el balance global que del Concilio hace Berglar no es demasiado positivo. Lo mismo cabría decir de Vázquez de Prada, quien comienza el capítulo 10 de su libro recordando la máxima según la cual todo concilio pasa por tres fases -la primera, del demonio; la segunda, de los hombres; y la tercera, de Dios- para añadir que en el caso del Vaticano II "la primera secuencia se alargó en demasía" (Vázquez, 361).

En la aplicación de las declaraciones conciliares, Vázquez habla de "desmadre". De desconcierto de los fieles cristianos. Discretamente alude al disgusto o contrariedad de monseñor Escrivá por la reforma litúrgica. En muchos lugares, "con mayor o menor descalabro, se iba resquebrajando la fe". El "Padre" alecciona a sus hijos y les pone en guardia. "Evitar que el mal se infiltrara en sus almas", "eliminar posibles desorientaciones", "alertar sobre la peligrosidad de ciertas teorías", procurar que no "les alcanzasen ni siquiera las salpicaduras de los errores": tal parece haber sido el programa del Opus Dei en los años del postconcilio (Vázquez, 362).

Si otras instituciones sufren "una especie de cataclismo religioso", en cambio "el espíritu del Opus Dei permanecía, por supuesto, en su prístina identidad". Aun así, ante "el desconcierto doctrinal y la desbandada eclesiástica", al "Padre" "el temperamento se le sublevaba" porque, siempre según ese autor, "le parecían inadmisibles la pasividad y los titubeos, sin que nadie se atreviera a poner remedio a la situación. Más le molestaba la tendencia a convertir en problemático cualquier asunto, dejándose llevar del fatalismo, en lugar de buscar soluciones" (Vázquez, 363). Pese a que su nombre no es mencionado, el juicio sobre el dubitativo y "hamletiano" papa Montini es casi tan explícito como duro.

A lo largo de otras tres páginas más, Vázquez de Prada no se anda con rodeos. Algunos "sectores del clero" reclaman libertad, equivalente a poder "imponer su propio criterio". Se trata de sacerdotes "contaminados por una propaganda social de tinte marxista", que hablan de "la Iglesia de los pobres", "malcolgando la sotana en cualquier percha", suponiendo que no lleguen hasta el extremo de "alistarse en la guerilla". El autor critica sucesivamente "las homilías de los domingos", los "insensatos experimentos litúrgicos" y el abandono de la "indumentaria tradicional" del sacerdote. Subraya las "defecciones en las comunidades religiosas", el vaciamiento de los seminarios, "las prácticas arbitrarias" en la administración de los sacramentos. Por culpa de la "incuria" de muchos obispos, los fieles son "como ovejas sin pastor" (Vázquez, 364-366).

En este período de "derrocamiento eclesiástico" (ibíd., 366), el Opus Dei tiende a concebirse a si mismo como "el pequeño resto de Israel", el núcleo fiel que debe salvar a la Iglesia del naufragio provocado por el concilio Vaticano II.

¿Cuál fue, de todos modos, la participación concreta de los miembros de la "cúpula" del Opus en las tareas del Concilio? Conociendo el estilo de los biógrafos de Escrivá queda claro que al fundador le supo muy mal no poder participar directamente en él. Efectivamente, Gondrand afirma que "de acuerdo con la Santa Sede, no participará como padre conciliar en las tareas del Vaticano II, pero las seguirá de cerca" (Gondrand, 231). ¡Como si la decisión de asistir al Concilio -como "padre conciliar"- fuera fruto de unos pactos establecidos entre la Santa Sede y los interesados! Los padres conciliares son los obispos "et alii a Summo Ponttfice ad Concilium vocati" ("Actae Apostolicae Sedis", 1962, 612): Escrivá no era obispo ni fue convocado por el Santo Padre. Berglar es algo más cauto, pero aun así no logra evitar la tentación de afirmar -sin aportar pruebas, evidentemente- que "en realidad, a Juan xxIII le hubiese gustado nombrar consultores del Concilio tanto al Presidente general como al Secretario general del Opus Dei, pero esto hubiera supuesto una sobrecarga enorme de trabajo y una dedicación de tiempo por parte del Fundador a quien se le exigía un esfuerzo que superaba casi lo humano" (Berglar, 299). En una palabra: el "Padre" no es tenido en cuenta y su nombre no aparecerá jamás en conexión directa con el Concilio.

Mas no terminan aquí los embrollos de la literatura "oficial". Alvaro del Portillo sí va a participar directamente en algunas tareas preparatorias del Concilio, "como presidente de una de las comisiones previas, la de los laicos", además de ser, durante el Concilio, secretario de la Comisión "sobre la disciplina del clero" y "experto, también, de otras comisiones" (Gondrand, 231; véase, en el mismo sentido, el curriculum de Alvaro del Portillo en Rodríguez y otros autores, 34; Portillo, 1981, 11; etc.). También en este punto Berglar es más ambiguo: "Don Alvaro del Portillo participó desde el primer momento en la preparación del Concilio, especialmente en lo referente al tema "los laicos en la Iglesia"; más tarde fue nombrado secretario de la Comisión conciliar "De disciplina cleri et populi chnistiani" y perito de algunas otras comisiones" (Berglar, 299). Efectivamente, la Comisión conciliar sobre la disciplina del clero la preside e1 cardenal Ciriaci, que es a la vez el "cardenal protector" del Opus Dei; el secretario es del Portillo, y el secretario de actas, Julián Herranz, también del Opus. Por lo demás, en los volúmenes de las "Actae Apostolicae Sedis" correspondientes a estos años, Alvaro del Portillo aparece al final de una relación de expertos (1962, 784) y figura asimismo como miembro de la "Pontificia Comissione "dei Religiosi" per la preparazione del Concilio Vaticano II" ("Actae Apostolicae Sedis", 1960, 844; el entrecomillado es nuestro); Amadeo de Fuenmayor es consultor de esta misma Comisión "de religiosos" (ibíd., 845). En cambio, en la relación de miembros y consultores de la "Comissione dell'Apostolato dei laici" (ibíd., 852s), no figura ningún miembro del Opus Dei.

La otra fuente que refleja esos nombramientos y cargos, el "Annuario Pontificio", nos proporciona los siguientes datos acerca de la participación de los miembros del Opus Dei en las tareas del Concilio: en la edición del año 1961 se confirma que Alvaro del Portillo es miembro de la Comisión de religiosos, y que Amadeo de Fuenmayor es consultor de esa misma Comisión preparatoria, mientras que José María Albareda, entonces rector de la Universidad Católica de Navarra, es consultor de la Comisión de estudios y seminarios. El "Annuario" de 1962 presenta a Salvador Canals como consultor de la "Secretaría de Prensa y Espectáculo" de preparación del Concilio. Pero en la relación nominal de los integrantes de la Comisión preparatoria de apostolado de los laicos tampoco aparece ningún miembro del Opus Dei.

Parece haber aquí, por tanto, una cierta incongruencia. O bien las fuentes oficiales de la Santa Sede no documentan suficientemente la presencia del Opus en las comisiones conciliares, o bien no se acaba de entender de qué forma su participación se efectúa "especialmente en lo referente al tema de los laicos en la Iglesia" (Berglar, 299). Claro está que será fundamentalmente éste el tema en el que el Opus Dei querrá presentarse más tarde como movimiento que se había anticipado al Concilio, con una línea de pensamiento que éste terminó reconociendo y oficializando (Benito, 1967, 566). En este sentido no deja de resultar curioso que a lo largo de las 1.300 páginas del "Diario del Concilio", de Henri Fesquet, el Opus Dei sea mencionado una sola vez, en relación precisamente con el tema de los laicos. Pero Fesquet cita al Opus para decir que si el reconocimiento de la madurez del laicado es condición de una auténtica presencia de la Iglesia en el mundo moderno, lo cierto es que "hasta ahora no se han tomado aún medidas suficientes para asegurarla de otra manera que por medio de unos institutos seculares tan sospechosos como el Opus Dei" (Fesquet, 610).

2) El Opus Dei y la Curia vaticana

Pero si el grado de participación directa de la cúpula del Opus Dei en las tareas del concilio Vaticano II es en definitiva harto menguado, menor de lo que la literatura "oficial" pretende aparentar y posiblemente menor de lo que los dirigentes del Opus Dei hubiesen deseado, no cabe decir lo mismo de su progresiva penetración en los organismos de la Curia vaticana.

A lo largo de los años de preparación y celebración del Concilio, en efecto, el aparato burocrático de la Iglesia continúa funcionando: en parte con la inercia inherente a toda burocracia, en muy buena parte poniéndose al servicio del Concilio, pero en parte también al servicio de los diversos intentos de boicot del Concilio. La reorganización y reestructuración de la Curia no se llevará a cabo hasta las postrimerías de la década de los sesenta: y hasta tanto no se produzca esa reforma de la burocracia vaticana, el Opus Dei va a incrementar de modo notable su presencia en ella.

Al iniciarse el pontificado de Juan XXIII, Alvaro del Portillo es consultor de la Congregación de Religiosos y de la Congregación del Concilio (atención: esta congregación curial nada tiene que ver con el Vaticano II, sino que se trata del organismo que habitualmente se ocupaba de las cuestiones de disciplina del clero, así como de la supervisión de cofradías y asociaciones, de la Acción Católica, de las fundaciones y de los beneficios y bienes eclesiásticos). El prefecto de dicha congregación es el cardenal Ciriaci, futuro "protector" del Opus Dei. Y al año siguiente entrará a trabajar en ella Julián Herranz, en la "sección de actividad pastoral y catequética" ("Annuario Pontificio", 1961; el trío Ciriaci-Portillo-Herranz será el que en el Concilio asumirá la dirección de la Comisión de disciplina del clero, según antes vimos). En la Congregación de Religiosos continúan trabajando Salvador Canals (oficina jurídica de los institutos seculares) y Javier de Silió (comisario); mientras que Escrivá es consultor de la Congregación de Seminarios y Universidades.

De acuerdo con los datos del "Anuario" de 1961, además del ingreso en el mundo curial de Julián Herranz, que ya no volverá a abandonarlo, se produce la entrada de Portillo en la "Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio". Salvador Canals, por su parte, deja al cabo de muchos años su trabajo en la Congregación de Religiosos y se convierte en consultor de la Comisión Pontificia de Cine, Radio y Televisión; es también "auditor" del Tribunal de la Santa Rota.

Al año siguiente el Opus Dei aparece por vez primera en un ámbito que va a tener para ellos, posteriormente, una importancia fundamental: monseñor Escrivá es nombrado consultor de la Comisión para la interpretación auténtica del Código de derecho canónico. Simultáneamente, el nombre de Canals vuelve a aparecer en la Congregación de Religiosos, pero ahora como consultor, junto a Portillo. Continúa trabajando en dicha Congregación Javier de Silió, a la vez que se incorpora a ella otro miembro del Opus, Severino Monzó: todo ello en el momento en que oficialmente el Opus Dei está haciendo gestiones para dejar de depender de la Congregación de Religiosos... A ese cargo en dicha Congregación, Salvador Canals acumula el de la Santa Rota y el de la Comisión de medios de comunicación audiovisuales, e ingresa además como consultor en la Congregación del Concilio, donde estaban ya, como hemos visto, Portillo y Herranz ("Annuario Pontificio", 1962).

Esta situación va a mantenerse hasta la terminación del Vaticano II. Son, pues, años de expansión del Opus Dei dentro del mundo de la Curia. Inmediatamente después del Concilio, el Opus Dei tiene una intervención muy escasa en los nuevos organismos creados en el Vaticano como fruto de los aspectos más renovadores del Concilio (Secretariados para la unidad, para los no cristianos, para los no creyentes, Consejo de laicos, etc.), los cuales son mayoritariamente ocupados por los representantes de las corrientes más "abiertas" o "avanzadas", que viven durante estos años unos momentos de euforia. Estos mismos sectores, en cambio, menosprecian la importancia de otro ámbito, que les resulta poco atractivo y al que nadie quiere dedicarse: el derecho canónico. Desde el Opus Dei, por el contrario, se fomenta el cultivo de esta disciplina; Navarra se convierte en cantera de una escuela de canonistas, y desde el mismo momento de la creación de la Comisión para la revisión del Código de derecho canónico, el Opus está muy presente en ella. Inicialmente el secretario de la Comisión es un jesuita vasco, Bidagor, poco amigo del Opus; pero el secretario adjunto es un profesor belga de Lovaina, que al poco tiempo será nombrado doctor "honoris causa" de Navarra; y uno de los dos primeros "oficiales" que trabajan en la comisión es Julián Herranz, sacerdote del Opus, a la vez que Portillo figura como consultor (Annuario Pontificio, 1966). Ambos se mantendrán en ella hasta la aprobación del nuevo Código (entretanto, en Navarra, Fuenmayor será decano de la Facultad de Derecho Canónico), momento en el que Herranz se convierte en secretario de la Comisión "para la interpretación auténtica del Código" (Annuario Pontificio, 1964), transformada más adelante en Consejo Pontificio para la interpretación de los textos legislativos (Annuario Pontificio, 1989), un tipo de cargo que suele comportar la concesión de la mitra episcopal, que Herranz obtiene en 1990.

Los otros organismos curiales en los que la presencia de miembros del Opus es constante son la Congregación de Religiosos -pese a la voluntad de la Obra de independizarse de ella- y la antigua Comisión de cine, radio y televisión, convertida después del Concilio en Comisión para las comunicaciones sociales. En la Congregación de Religiosos, Alvaro del Portillo figura como consultor hasta 1967, y Salvador Canals hasta los años setenta, mientras que Julio Atienza substituye a Severino Monzó, en 1965, en la oficina de institutos seculares. En cuanto a la Comisión para las comunicaciones sociales, además de Salvador Canals ingresa en ella como consultor laico Ángel Benito (Annuario Pontificio, 1966); al terminar la década de los ochenta, Portillo aparecerá en ella como consultor, a la vez que Joaquín Navarro Valls ocupará el cargo de director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

De acuerdo con la tesis de Grootaers, después de la clausura del Concilio el sector más conservador de la Curia, que anteriormente había empleado "diversas estrategias para imposibilitar la renovación, comienza a actuar con ataques indirectos: se denuncian ante el Papa los abusos que se están cometiendo, y se le ruega que reaccione" (Grootaers, 95). Ello habría provocado en Pablo VI una inquietud creciente, convertida en alarma a partir de 1967, y que alcanzó su punto más crítico al año siguiente, con motivo de las reacciones hostiles a la publicación de la encíclica "Humanae vitae". En la medida en que quepa poner en relación a la cúpula romana del Opus con estos sectores más conservadores de la Curia, éste sería muy exactamente el contexto en el que habría que situar la irritación de monseñor Escrivá cuando encuentra "inadmisibles la pasividad y los titubeos sin que nadie se atreviera a poner remedio a la situación" (Vázquez, 363). Pero éste es asimismo el momento en que monseñor Benelli, el principal colaborador de Pablo VI, se convierte en el promotor de la reestructuración de la Curia (Grootaers, 128, nota 1).

El acceso de Benelli -enemigo acérrimo del Opus, según veremos en el próximo apartado- a la Secretaría de Estado del Vaticano coincide con el momento de máxima implantación del Opus Dei en los organismos de la Curia: Portillo es consultor y juez de la Congregación para la Doctrina de la Fe (el antiguo Santo Oficio), consultor de la Congregación del Clero y de la Comisión de revisión del Código de derecho canónico; Canals es comisario de la Congregación de Disciplina de los Sacramentos (sección de causas de dispensa matrimonial), auditor de la Rota y consultor de las Congregaciones de Religiosos y del Clero, y de la Comisión de comunicaciones sociales; Herranz trabaja en la Comisión de revisión del Código; Atienza trabaja en la sección de institutos seculares de la Congregación de Religiosos; Benito es consultor de la Comisión de comunicaciones sociales. Monseñor Escrivá, en cambio, deja de ser consultor de la Congregación de Seminarios y Universidades y, por vez primera en muchos años, no ostenta ningún cargo vinculado a los organismos curiales (Annuario Pontificio, 1969).

Pero la reestructuración de la Curia promovida por Benelli supone un freno a este proceso de constante expansión del Opus Dei, el cual paulatinamente irá perdiendo posiciones, en estricto paralelismo con la paralización del proceso de resolución de su estatuto jurídico, que seguidamente analizaremos. Y será precisamente en el momento del desbloqueo de dicho proceso, coincidente con la elección de Juan Pablo II, cuando se producirá una nueva modificación de su presencia en los organismos curiales, esta vez en lugares y con objetivos distintos a los de los años sesenta.

En efecto, después de la muerte de Canals y Escrivá (1975), del alejamiento de Benelli hacia la sede de Florencia (1977), del fallecimiento de Pablo VI y de Juan Pablo I (1978), y de la consiguiente elección del cardenal Wojtyla, el Opus Dei consigue encauzar definitivamente la resolución de su estatuto jurídico hacia el reconocimiento como "prelatura personal". Una vez alcanzado dicho objetivo, pasa a depender de la Congregación de los Obispos. Por otra parte, la introducción del proceso de beatificación de su fundador es competencia de la Congregación para las Causas de los Santos. Esos dos organismos curiales, junto con la Comisión que se ocupa del Código de derecho canónico, constituirán durante los años ochenta y noventa la base de la presencia institucional del Opus en los organismos curiales.

En el Annuario Pontificio del año 1982 el Opus Dei aparece registrado todavía como instituto secular ("veinticuatro años después" de que Escrivá hubiera afirmado que "en lo sucesivo no se nos puede aplicar ese nombre"; Fuenmayor y otros autores, 564). Al año siguiente figura ya en el Annuario como prelatura personal (aprobada el 28 de noviembre de 1982). Javier Echevarría, vicario general de la prelatura, es consultor de la Congregación para las Causas de los Santos. El prelado, Alvaro del Portillo, también. El y Herranz están al mismo tiempo en la Comisión para la revisión del Código de derecho canónico (Annuario Pontificio, 1983). Algo más tarde, Herranz es nombrado consultor de la Congregación de los Obispos, de la que depende la prelatura (Annuario Pontificio, 1984). Y al terminar la década de los ochenta e iniciarse la de los noventa, el obstáculo que había supuesto la presencia poco amistosa de monseñor Benelli ha quedado superado, y la cúpula romana del Opus Dei vuelve a estar sólidamente implantada en la Curia. Monseñor del Portillo, Prelado, y obispo desde 1991, además de Gran Canciller de las Universidades de Navarra (España), Piura (Perú) y La Sabana (Colombia), es asimismo Gran Canciller del Ateneo Romano della Santa Croce y consultor de la Congregación para las "Causas de los Santos", de la del Clero, y del Consejo para las comunicaciones sociales. Julián Herranz, igualmente obispo desde 1991, es el secretario del Consejo para la interpretación de los textos legislativos, y consultor de la Congregación de Obispos. Javier Echevarría, vicario general de la prelatura, es consultor de la Congregación para las "Causas de los Santos". También lo es Joaquín Alonso, mientras que José Luis Gutiérrez es uno de los siete miembros del Colegio de relatores de la "misma" Congregación. En la Congregación para la Doctrina de la Fe están Fernando Ocáriz y Antonio Miralles, que es a la vez decano de la Facultad de Teología del Ateneo Romano de la Santa Cruz. Amadeo de Fuenmayor es consultor del Consejo para la interpretación de los textos legislativos. En la Comisión para la educación católica está Ignacio Carrasco de Paula, consultor asimismo del Consejo Pontificio para la familia y rector del Ateneo Romano de la Santa Cruz (cuyo vicerrector es Valentín Gómez-Iglesias, coautor con Fuenmayor e Illanes del volumen "El itinerario jurídico del Opus Dei"). Por su parte, Javier García de Cárdenas es rector del Colegio Internacional Romano de la prelatura (Annuario Pontificio, 1990 y 1991).

La relación no tiene pretensiones de exhaustividad. Nos hemos limitado exclusivamente a aquellos sacerdotes del Opus Dei que son españoles y tienen algún cargo en el mundo vaticano, con la intención de mostrar que la implantación es importante y, en segundo lugar, que la cúpula de la prelatura sigue siendo básicamente española.

3) El Opus Dei y el pontificado de Pablo VI

La insistencia de la literatura "oficial" en querer presentar bajo un aspecto amable y positivo las relaciones entre los máximos dirigentes del Opus Dei y Pablo VI no logra disimular el caractcr dificil, y a menudo conflictivo, de tales relaciones. Por más que se ponga en labios del "Padre" la frase según la cual monseñor Montini fue "la primera mano amiga que encontré en Roma" (Sastre, 483), o bien que Pablo VI "estaba profundamente convencido de la extraordinaria importancia de monseñor Escrivá de Balaguer en la historia de la iglesia" (Beglar, 236), está claro que las actitudes de Pablo VI fueron en realidad bastante menos favorables a los intereses del Opus Dei y que, por su parte, las de Escrivá hacia Pablo VI estuvieron escasamente presididas por la comprensión y la simpatía.

La elección de Pablo VI provocó según Antonio Pérez, sacerdote por entonces del Opus Dei, la indignación de Escrivá, quien llegó a exclamar que "todos los que habían cooperado en esa elección se iban a condenar al infierno" (Moncada, 1987, 27). Ese mismo autor sostiene que, siendo arzobispo de, monseñor Montini había negado la autorización para la apertura de una residencia del Opus (Moncada, 1987, 27). No es fácil conciliar esas afirmaciones con la versión según la cual "sabemos que Pablo VI utilizaba Camino para su meditación personal" (Berglar, 249). En cualquier caso, lo que es incuestionable, y está perfectamente documentado, es que monseñor Montini sentía escasas simpatías por el régimen franquista y que veía con preocupación el hecho de que ciertos sectores de la Iglesia española desempeñaran el papel de instancia legitimadora de dicho sistema. Y ello sucedía en un momento en el que la presencia de algunos miembros del Opus en el gobierno español era notoria y visible. Por expresarlo en los términos sobrios de la "Historia de la Iglesia en España", "el nombramiento de Montini fue acogido, sobre todo en los amplios sectores del régimen, con frío respeto y sin una brizna de aquel entusiasmo patriótico-religioso de los tiempos de Pío XII" (García Villoslada, dir., 686).

Por otra parte, las relaciones entre Pablo VI y Escrivá están fuertemente condicionadas por la voluntad del Opus Dei de modificar su estatuto jurídico, alejándose de la figura de los institutos seculares. Y en este sentido preciso es reconocer que los quince años del pontificado de Pablo VI representan, para el Opus Dei, la paralización de su proyecto.

En efecto, con independencia del modo como llegue a reolverse algún día el enigma del alcance, la difusión y la datación de la carta de Escrivá "Non ignoratis", de la que nos hemos ocupado en el capítulo anterior, lo cierto es que durante el pontificado de Juan XXIII monseñor Escrivá procede a un primer intento formal de modificar el estatuto jurídico de su instituto secular. En los primeros días del año 1962, se dirige simultáneamente al Papa y al cardenal secretario de Estado y, si bien en un lenguaje mucho menos radical que el de la carta "Non ignoratis", solicita que se considere la posibilidad de conferir a su instituto secular un nuevo estatuto que evite toda equiparación de sus miembros a los religiosos, ya que este hecho perjudica gravemente "el apostolado de penetración del instituto" (Fuenmayor y otros autores, 570; seis años más tarde monseñor Escrivá declarará que esa fórmula del apostolado de "penetración" "no se aplica para nada al apostolado del Opus Dei"; "Conversaciones", n°. 66). La solución concreta que propone -una prelatura en la cual quedarían incardinados todos los sacerdotes del instituto- es denegada por la Santa Sede, la cual recuerda por escrito a monseñor Escrivá que en el momento de su aprobación se otorgaron al Opus Dei una serie de "privilegios que en la actualidad difícilmente podrían ser concedidos", y que una independización con respecto a la Congregación de Religiosos supondría automáticamente "la pérdida de dichos privilegios", que posee en la medida en que "es un estado de perfección" (Fuenmayor y otros autores, 572).

Así pues, las razones por las que las negociaciones desembocan en un punto muerto parecen bastante diáfanas. El Opus Dei, por un lado, no quiere seguir siendo "instituto secular" y "estado de perfección", ni desea permanecer bajo la dependencia de la Congregación de Religiosos; pero por otro lado, en absoluto quiere renunciar a los privilegios de que goza, básicamente en lo que a su autonomía respecto de las estructuras eclesiásticas diocesanas se refiere. Y la Santa Sede da a entender a Escrivá, sin rodeos, que si deja de ser instituto secular y estado de perfección, "quedará reducido a una simple asociación de sacerdotes y laicos, y perderá sus privilegios" (Fuenmayor y otros autores, 572). "La negativa recibida fue, para monseñor Escrivá de Balaguer, causa de profundo dolor" (ibíd., 338).

El tema no volverá a ser abordado hasta los comienzos del pontificado de Pablo VI. Y habida cuenta de la forma en que es tratado en la literatura "oficial" del Opus Dei, claramente se deduce que queda planteado en unos términos nada favorables a sus intereses. Pese a las alusiones a la "mano amiga" y a la "amable sonrisa" de Pablo VI, lo cierto es que la posible transformación jurídica del Opus quedará totalmente paralizada durante el resto de ese pontificado, y que -como dice Artigues- "cabe pensar que los primeros meses de 1964 han sido para el Opus Dei un período especialmente difícil" (Artigues, 134).

Aunque no sea el único, uno de los ejes básicos en torno a los cuales giran estas dificultades puede situarse en la audiencia de Pablo VI a Escrivá del día 24 de enero de 1964 (al cabo de medio año de su elección como papa). Primer dato sintomático: al comentar las "excelentes" relaciones entre Escrivá y la Santa Sede, Berglar escribe que los diversos papas "concedieron importantes audiencias privadas a monseñor Escrivá de Balaguer"; mas en su listado de tales audiencias, omite la del mes de enero de 1964 (Berglar, 412, nota 27). Otros autores la mencionan, pero limitándose a hablar del "cariñoso abrazo" (Gondrand, 232; Sastre, 483), sin referirse para nada al contenido de la entrevista. Unos días más tarde, Escrivá recibe una carta de Pablo VI: "Hay en ella términos elogiosos" (Vázquez, 332). Además de los elogios y los abrazos, se abordó igualmente "el problema institucional de la Obra" (Fuenmayor y otros autores, 350).

A través de una carta de Escrivá a Pablo VI (del 14 de febrero de 1964, reproducida en Fuenmayor y otros autores, 574s) sabemos, por ejemplo, que e1 Santo Padre le había pedido expresamente el texto de las Constituciones del Opus Dei.

Sabemos asimismo que Escrivá añadió algunos otros documentos; entre ellos la carta "Non ignoratis", según la versión "oficial", si bien este extremo no parece confirmado, antes bien, desmentido (véase la contradicción entre la lista de documentos tal como aparece descrita en Fuenmayor y otros autores, 350, y tal como la describe Monseñor Escrivá, Ibíd.., 574s, contradicción que hemos observado en el capítulo anterior). Por lo demás, la única alusión que la carta hace al "problema institucional" es para decir "que no tenemos prisa" (Ibíd.., 575). Hasta el punto que al cabo de tres meses Escrivá queda "un tanto sorprendido" al enterarse de la forma indirecta de que Pablo VI "ha hecho estudiar" los documentos que él le había mandado (Ibíd.., 351).

El "no tenemos prisa" parece responder más bien al hecho de que en esos momentos el Opus Dei está atravesando por horas de crisis. La calculadísima ambigüedad del lenguaje empleado en la literatura "oficial" así lo confirma. Curiosamente, "el mismo día" en que escribe a Pablo VI la carta a la que acabamos de hacer referencia, el "Padre" afirma, según Vázquez de Prada, que "arreciaba la persecución", que "no hay otra palabra en el diccionario para expresar lo que ocurría" y que se sentía tratado como si fuera "ya no el cacharro de la basura, sino la escupidera de todo el mundo" (Vázquez, 512s).

Por lo que cuenta López Rodó, monseñor Escrivá le había comentado personalmente que Pablo VI "le dijo cosas que ni su madre se las hubiera dicho" (López Rodó, 1990, 160). Ciertamente, las madres se deshacen a veces en elogios de los hijos; pero suelen ser más bien cuando los hijos no están escuchando. Y no es menos cierto que nadie suele reñir a los hijos tanto como la madre.

En todo caso, el que nos consta que por esta misma época "le dijo cosas" a monseñor Escrivá fue el teólogo suizo Hans Urs von Baltasar. Unas pocas semanas antes de la audiencia de Pablo VI a Escrivá, había publicado un denso e importante artículo en el cual revisaba la trayectoria de las principales corrientes intregristas dentro de la Iglesia Católica, y afirmaba que "sin duda, la más poderosa de todas ellas es hoy el Opus Dei" (Von Balthasar, 1963, 742). Unos meses más tarde, mientras "la persecución arrecia" según Escrivá, y mientras Pablo VI está "haciendo estudiar" los documentos que Escrivá le ha remitido, von Balthasar publica un segundo artículo en el cual, dirigiéndose directamente al Opus Dei, escribe: "Que tengáis mucho poder, mucho dinero, muchos cargos políticos y culturales; que empleéis una táctica inteligente y discreta con el fin de alcanzar esas posiciones por la vía más rápida y directa; no hay nada que decir. En sí mismo, el poder no es malo. Toda la cuestión, la cuestión decisiva, es ésta: ¿para qué queréis el poder? ¿Qué pensáis hacer con él? ¿Cuál es el espíritu que pretendéis propagar con estos medios?" (Von Balthasar, 1964, 117).

Son varios los autores que coinciden en afirmar que la fase más tempestuosa de la crisis se cierra en octubre de 1964, fecha en la cual Escrivá es recibido de nuevo por Pablo VI. ¿Armisticio? En cierto modo, sí: la ofensiva cesa; pero a cambio de ciertas exigencias. A partir de este momento el Opus Dei habría cedido en la cuestión del secreto o la discreción, habría empezado a hablar abundantemente de libertad y habría substituido su antiguo silencio por una creciente propaganda de sus actividades y obras sociales (Artigues, 136; Hermet, 1980, 1, 267; Piñol, 4lss). Por lo demás, se habría acordado una pausa de espera antes de volver a plantear la cuestión jurídica (así lo admite incluso la literatura "oficial"; Fuenmayor y otros autores, 353). En concreto, ello significa que durante otros dieciocho años el Opus Dei va a seguir siendo un instituto secular.

Con motivo de esta misma audiencia del mes de octubre de 1964, Pablo VI entrega a monseñor Escrivá una carta, al parecer elogiosa. Dado que nunca ha sido publicada (el apéndice de Fuenmayor y otros autores no la reproduce, y en el texto ni siquiera es mencionada) cabe preguntarse, de todos modos, si se trata exclusivamente de una carta de elogio del Opus Dei. Puestos a preguntar, cabría incluso la posibilidad -tal como nos ha sucedido ya en otras ocasiones- de que se tratara efectivamente de una carta elogiosa, pero no de elogio del Opus Dei: en efecto, resulta que en el primer párrafo (reproducido en Vázquez, 333), Pablo VI hace referencia a "los miembros de esta Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz". Bien es verdad que otros autores reproducen un fragmento distinto del documento (Sastre, 484; Seco, 58), en el que el Opus Dei es mencionado. Pero únicamente una lectura íntegra permitiría saber si la carta contiene otras afirmaciones acaso no tan elogiosas, o bien si el Papa -la "mano amiga" que Escrivá encontró en Roma en 1946, cuando la entidad oficialmente reconocida era la Sociedad Sacerdotal y no el Opus Dei- continúa estableciendo alguna clase de distinción entre Sociedad Sacerdotal y Opus Dei. Se ha comentado, en este sentido, que incluso en el momento de la muerte de monseñor Escrivá, en 1975, Pablo VI envió a la sede central del Opus unas líneas de pésame en las que aludía al difunto en cuanto fundador de la Sociedad Sacerdotal, sin más. Y lo cierto es que aunque todas las biografías del "Padre" mencionan la existencia de la carta, ninguna de ellas la reproduce íntegra.

Finalmente, estas observaciones sobre la mayor o menor cordialidad de las relaciones entre la "cúpula" romana del Opus y el "terzo piano" de la Plaza de San Pedro exigen algún comentario relativo a uno de los principales colaboradores personales de Pablo VI, sobre el cual los autores del Opus descargan la agresividad que nunca descargarán -o que no se atreven a descargar abiertamente- sobre la figura del Papa. Nos referimos, claro está, a monseñor Benelli, a quien hicimos ya alusión más arriba en cuanto "promotor de una reestructuración de los servicios curiales" (Grootaers, 128) al final de la década de los sesenta, reestructuración que frenó la gradual expansión de los dirigentes del Opus dentro de los organismos de la burocracia vaticana.

Sorprende, por inhabitual, el lenguaje utilizado por algunos autores del Opus Dei para hablar de un alto dignatario eclesiástico como monseñor Benelli. En un capítulo de su obra "El franquismo y la Iglesia", dedicado a la deterioración de las relaciones entre el primero y la segunda, Gómez Pérez acusa a Benelli de "apoyo indirecto, pero eficaz" de los conflictos protagonizados por una "activa minoría de sacerdotes y religiosos". Considera incluso que "monseñor Benelli alentaba -o por lo menos no frenaba- el enfrentamiento de los movimientos (de Acción Católica) con la jerarquía (Gómez Pérez, 1986, 160). Algo más adelante, reproduce varias notas publicadas en la prensa internacional con motivo del fallecimiento de Benelli, el año 1982, en las que se dice de él que era "un hombre con puntos de vista conservadores", que tenía "mucho poder en el Vaticano" y que "leía todas las cartas dirigidas al Papa y todos los informes; organizaba las audiencias, proponía los nombramientos de nuncios y de obispos" (ibíd., 160; véase igualmente 162s).

En las "Memorias" del político y diplomático López Rodó, la figura de monseñor Benelli no corre mejor suerte. Un ministro de Franco le espeta: "usted manda en la Iglesia y yo en España" (López Rodó, 1991, 234). Con motivo de una enfermedad de Pablo VI, el año 1967, el entonces embajador español dice que no juzga que Benelli tenga "la experiencia y la madurez necesarias" para hacerse cargo de determinados asuntos (ibíd., 237). Y dos años más tarde, el nuevo embajador español afirma que hay que decirle "a ese Monseñor (Benelli) que deje de entrometerse en cuestiones políticas y de opinar de lo que no entiende" (ibíd., 481).

Lo que resulta singularmente significativo no son tanto los juicios sobre (o contra) monseñor Benelli en sí mismos, como el hecho de que unos autores que suelen ser tan exquisitamente prudentes en sus apreciaciones cuando se trata de personalidades eclesiásticas, se permitan en este caso reproducir unas observaciones y unos comentarios tan hostiles. (Señalemos, de paso, que en las diversas biografías del "Padre" el nombre de Benelli no aparece para nada, con las dos únicas excepciones que algo más adelante veremos.)

Lo cierto es que la historia de los enfrentamientos entre Benelli y el Opus es larga y que sus orígenes son lejanos. Antes de ser nombrado en 1967 por Pablo VI para trabajar en la Secretaría de Estado, Benelli había pasado unos años en Madrid como consejero de la nunciatura, a raíz de la substitución del nuncio Antoniutti (amigo del Opus y amigo de Franco) por el nuncio Riberi (no tan amigo e ninguno de los dos). En un libro publicado en 1985 Paul Hofman, que había sido corresponsal del "New York Times" en Madrid, aplica cómo monseñor Riberi le había comentado que en la nunciatura era imposible hablar abiertamente en presencia del personal doméstico, que la nunciatura estaba llena de "monjas" del Opus y que se había visto obligado a substituir a algunas telefonistas porque tenía la convicción de que escuchaban todas las conversaciones (Hofman, 229s). En una de las entrevistas realízadas durante la investigación, un obispo me dijo exactamente 1o mismo: amigo personal de Benelli, ambos habían convenido en dar un nombre falso cuando telefoneaba a la nunciatura, porque estaban persuadidos de que las conversaciones eran escuchadas por las numeradas "inservientes" del Opus Dei. También en la mesa quedaban automáticamente interrumpidas las conversaciones sobre temas "delicados", cuando entraban en el comedor las numerarias auxiliares del Opus Dei en funciones de camareras.

Aun prescindiendo de la posible discusión sobre la veracidad objetiva de tales informaciones, lo que nos interesa subrayar aquí es la "sensación" de monseñor Benelli y de los demás implicados de estar siendo espiados. Y, por consiguiente, la hostilidad de las relaciones entre Benelli y los dirigentes del Opus Dei. Pues bien: ese mismo monseñor Benelli es quien se convierte a partir de 1967 en un estrecho colaborador de Pablo VI, y quien -según Gómez Pérez, miembro del Opus- 'lee las cartas y los informes dirigidos al Papa, organiza las audiencias', etc. Al morir monseñor Escrivá (1975) el representante personal que Pablo VI envía a los funerales será precisamente... ¡monseñor Benelli (Sastre, 632 y 635; Gondrand, 293).

Por más que la literatura "oficial" quiera persuadimos de lo contrario, las relaciones entre Pablo VI y el Opus Dei fueron siempre difíciles y tensas. Y ello aplica que diecisiete años después de haber escrito solemnemente que "no somos un instituto secular, ni en lo sucesivo se nos puede aplicar ese nombre" (en la carta "Non ignoratis"; Fuenmayor y otros autores, 564), monseñor Escrivá fuese todavía, al morir, el presidente general del instituto secular del Opus Dei.

4) El Opus Dei, prelatura personal

Si tras la segunda audiencia de Pablo VI a Escrivá, en 1964, el tema del estatuto jurídico del Opus Dei entra en un prolongado compás de espera, poco después de la muerte del fundador los acontecimientos se aceleran. El año 1977 monseñor Benelli es nombrado arzobispo de Florencia y abandona Roma. El año siguiente es el de la muerte de Pablo VI y el de la elección de Juan Pablo I y de su muerte al cabo de un mes. En el segundo cónclave del año 1978 está probablemente en juego, entre muchas otras cosas, el futuro del Opus Dei. Monseñor Benelli es uno de los cardenales que cuenta con mayores probabilidades de ser elegido papa, su candidatura estuvo a punto de reunir los necesarios dos tercios de los votos (Grootaers, 124-133). Pero el elegido es finalmente el cardenal polaco Wojtyla, quien declara casi inmediatamente que juzga necesario resolver "la cuestión de la configuración jurídica del Opus Dei".

A partir de este momento, el resto del proceso hasta llegar a la erección de la prelatura del Opus Dei está suficientemente documentado, y no vamos a detenernos en él, si bien es preciso decir que durará aún otros cuatro años y que no va estar exento de ciertas dificultades. También sobre las prelaturas personales y sus características la bibliografía es abundantísima y ha sido producida sobre todo por miembros del Opus, única prelatura personal hasta hoy existente. (Véase Rocca, 1985, 103-128, con muchas referencias bibliográficas y con indicación de algunos aspectos jurídicos no del todo resueltos, además del apéndice documental correspondiente, p. 207-227; Fuenmayor y otros autores, 421-503 y, sobre todo, los documentos de las p. 594-627; véanse asimismo Walsh, 83-113 y Hertel, 132-141, como síntesis en versión "no oficial', por contraposición a las síntesis "oficiales" de Berglar, 361 -384, Lo.Tourneau, 62-68, o a los estudios incluidos en el volumen de Rodríguez y otros autores, 403-465.)

Con la publicación del documento pontificio de erección del Opus Dei en prelatura personal y de sus Estatutos ("Código de derecho particular del Opus Dei"), llega a su fin el largo y complejo "itinerario jurídico" del movimiento fundado por monseñor Escrivá de Balaguer. Los autores "críticos' ponen de relieve el hecho de que los dirigentes del Opus Dei afirman, en esta oportunidad, exactamente lo mismo que habían afirmado ya en 1950, en el momento de la aprobación del instituto secular a saber, que el Opus Dei hallado su solución jurídica "definitiva".

· * * * * * * * * *

Pero el itinerario jurídico del Opus no es el único que llega así a su fin. Aquí finaliza igualmente el extraordinario ejercicio de "alternación" al que hemos asistido y que hemos tratado de ir resiguiendo a lo largo de todas estas páginas.

En la constitución apostólica "Ut sit" (de erección de la prelatura), después de reconocer que el Opus Dei fue fundado en Madrid el día 2 de octubre de 1928 por José María Escrivá de Balaguer, guiado por la inspiración divina, se afirma que "desde sus comienzos, esta institución se ha esforzado, no sólo en iluminar con luces nuevas la misión de los laicos en la Iglesia y en la sociedad humana, sino también en ponerla por obra; se ha esforzado igualmente en llevar a la práctica la doctrina de la vocación universal a la santidad, y en promover entre todas las clases sociales la santificación del trabajo profesional y por medio del trabajo profesional' (en Rodríguez y otros autores, 395s).

Para una organización eclesiástica, resulta difícilmente concebible un ejercicio de alternación que culmine en un éxito más rotundo que aquel que logra poner en labios de un Pontífice la propia reinterpretación del pasado y su adecuación a las circunstancias del presente. No son los discípulos del "Padre", sino que es Juan Pablo II quien atribuye a la "inspiración divina" una fundación, con una fecha concreta "del año 1928", realizada por "Escrivá de Balaguer". ¡Cualquiera se atreve a poner en tela de juicio el nombre, la fecha y la inspiración!

Habíamos iniciado esta recapitulación histórica del Opus Dei partiendo de la tesis, que considerábamos elemental y de sentido común, según la cual el Opus Dei había ido evolucionando gradualmente y adaptándose a las nuevas circunstancias a medida que se modificaba el contexto de su inserción española (de la república y la guerra civil al franquismo y al postfranquismo), internacional (del fascismo y la guerra mundial a la guerra fría y la distensión), y eclesiástica (del preconcilio al postconcilio). Desde esta perspectiva resulta comprensible que el Opus Dei hable hoy de "la misión de los laicos en la Iglesia", de "vocación universal a la santidad", de "santificación del trabajo" y de "todas las clases sociales", y que durante los primeros años hablara en cambio de "caudillos", de "universitarios e intelectuales" y de "santa intransigencia, santa coacción y santa desvergüenza". Pero hemos podido comprobar que la literatura que aquí hemos denominado "oficial" se negaba sistemáticamente a adoptar esta perspectiva, afirmando que el Opus Dei jamás había cambiado y jamás tendría que cambiar. Después de haber contemplado las numerosas vicisitudes de todo tipo por las que ha atravesado el Opus Dei en el transcurso de su breve pero compleja historia, el hecho de conseguir que un solemne documento pontificio afirme que "desde sus comienzos" el Opus Dei ha dicho y hecho aquello que hoy dice que hace, supone no sólo el éxito de un ejercicio de alternación, sino también el triunfo de la "santa pillería" en la que tanto se distinguió monseñor Escrivá de Balaguer.

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Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?