SANTOS
Y PILLOS. El Opus Dei y sus paradojas
Joan Estruch
CAPÍTULO III. EL FUNDADOR DEL OPUS DEI Y EL DIOS
DEL FUNDADOR DEL OPUS
1. Las biografías de monseñor Escrivá
En un libro publicado originalmente en 1948, "El valor
divino de lo humano", que durante los años cincuenta
y sesenta fue en España casi tan leído como
Camino, Jesús Urteaga, sacerdote del Opus Dei, dedica
el primer capítulo a hablar de los santos y de las
"vidas de santos".
Da vergüenza, dice el autor, comprobar cuál es
la concepción que de un santo tienen muchos católicos,
como un fetiche al que recurrir "para pedirle favores"
(Urteaga, 1948, 30). Cuarenta años más tarde,
al leer la clase de documentación que llega al Archivo
de la postulación de la causa de monseñor Escrivá,
resulta inevitable la sensación de que el Opus Dei
corre el peligro de ver a su fundador convertido en uno de
esos "fetiches".
En cuanto a las biografías de monseñor Escrivá,
que en el capítulo anterior hemos utilizado y citado
repetidamente, se hace asimismo inevitable equipararlas a
las "vidas de santos" que criticaba Urteaga en 1948:
"¡Resulta tan difícil hallar las fragilidades
humanas de los biografiados en esos libros! ¡Cómo
las ocultan! Tienen verdadero temor a decirnos que fueron
hombres. ¡Con lo alentador que sería para nosotros
contemplar los defectos naturales de los santos y lo que hicieron
para superarlos!" (Urteaga, 1948, 32).
Por ello hay que dar la razón al benedictino Paulus
Gordan, cuando en su recensión del libro de Peter Berglar
escribe que no es más que la fabricación de
una "hagiografía apologética y de una leyenda
dorada", y que la personalidad indiscutiblemente significativa
de Escrivá "merecía algo más: merecía
una auténtica biografía" (citado en Rocca,
1985, 128). Otro tanto habría que decir de "todas
las biografías" del "fundador" publicadas
hasta hoy.
En otras palabras: no se ha escrito aún una verdadera
biografía de monseñor Escrivá. Los autores
que desde fuera del Opus Dei se han arriesgado a abordar el
tema, independientemente de su mayor o menor acierto y de
su intención más o menos polémica, han
tropezado con las mismas dificultades de acceso a los materiales
que han tenido igualmente cuantos se han propuesto hacer una
historia del Opus. Lo más lógico sería,
por consiguiente, esperar que esta "verdadera biografía"
la escribiera un historiador del Opus, que dispusiera de la
misma documentación de archivo de la que han dispuesto
todos los biógrafos "oficiales" -desde Bernal
(1 edición, 1976) hasta Sastre (1 edición, 1989)-
pero que no la convirtiera, como ellos, en una de esas "vidas
de santos" que tanto criticaba Urteaga.
Lo que está fuera de duda es que esta biografía
verdadera no puede escribirla quien no es historiador ni miembro
del Opus Dei. Nadie espere hallarla, pues, en estas páginas.
Sin embargo, en la medida en que la figura de monseñor
Escrivá es inseparable de la historia de los primeros
cincuenta años de vida del Opus Dei, y en la medida
en que ambas resultan igualmente indispensables para alcanzar
una comprensión de la significación del Opus,
como movimiento y como organización, trataremos de
aprovechar la lectura atenta y comparada de las biografías
"oficiales" para subrayar algunas de sus lagunas
y para apuntar algunos rasgos complementarios, a guisa de
contrapuntos musicales, por decirlo en la feliz fórmula
de un sugerente ensayo de Josep Dalmau (Contrapunts al Camíne
l'Opus Dei, 1969).
Partiendo del ejemplo de los nombres sucesivamente utilizados
por el Padre, el capítulo anterior ha permitido poner
de relieve un primer tema que requiere un análisis
mas rnatizado que el que nos ofrece la literatura de los socios
del Opus Dei: el terna de la complejidad y, según cómo,
del carácter enigmático incluso de la figura
del padre Escrivá, por contraposición al estereotipo
de su transparencia y de su coherencia sin fisuras.
Subyacente a esta cuestión hay un punto del que los
biógrafos oficiales de Escrivá parecen prescindir
muy deliberadamente y que en todo verdadero estudio biográfico
tendría que ser, en cambio, fundamental: nos referimos
al tema de la evolución del pensamiento de Escrivá,
de las influencias intelectuales que recibe y que contribuyen
a configurarlo, y del contexto social en el que dicho pensamiento
surge y se desarrolla.
En lugar de esto, se opta por presentar el pensamiento de
monseñor Escrivá como algo estático,
fijo e inmutable. Es perfecto y, por tanto, intocable e inmejorable.
Veamos un par de ejemplos. El libro de Urteaga al que antes
aludíamos se abre con una dedicatoria del autor...
a monseñor Escrivá, por supuesto: "Escribí
este libro, sobre todo, con la limpia ilusión de reproducir
lo más fielmente posible su doctrina y sus palabras,
y es natural que haya resultado escrito con palabras suyas,
muchas veces literales; ahora, ni yo mismo sabría precisar
cuáles SOn las que puse para unir o para glosar las
suyas, que repetía. Por fortuna, un medio hay para
distinguirlas. Quizá haya algunas que usted no reconozca
como propias o que acaso repudie: ésas son las que
yo he puesto" (Urteaga, 1948, 13).
Lo mismo, dicho de forma algo distinta, hallamos en el prólogo
de un libro de Salvador Canals, sacerdote del Opus como Urteaga:
"Cuando se lea "Ascética meditada" y
la mirada se pare en una frase que quema y remueve, no hay
que dudar: el agradecimiento debe ir a monseñor Escrivá
de Balaguer, porque es el principal autor de esos pensamientos
puestos ahora en papel" (Canals, 1962, 12).
Esa actitud del discípulo, que nada puede enseñar,
para con el maestro, que nada tiene que aprender, es el primer
paso hacia la reificación. No cabe aspirar a otra cosa
que a reproducir, en el mejor de los casos, aquello que es
ya perfecto: toda modificación ha de ser necesariamente
para empeorar. Un tercer sacerdote del Opus Dei, José
María Casciaro, lo expresa así: "Es impresionante
la claridad, fuerza expresiva y sencillez con que el primer
Gran Canciller de la Universidad de Navarra explica las verdades
más hondas de la existencia cristiana. Tan es así
que, al intentar comentar los textos, tiene uno la impresión
de que cualquier interpretación que se pretende hacer,
o no añade nada que no esté ya nítidamente
expuesto o, incluso, corre el peligro de estropear, con manos
toscas, lo que es obra de arte de una inteligencia prócer
y una experiencia pastoral y catequética del todo extraordinaria"
(Casciaro, 1982, 125).
Y esa reificación es ya total cuando el sucesor de
Escrivá afirma que su biografía "sólo
puede explicarse y entenderse en el ámbito de un designio
divino que, al atravesar toda su existencia, le configura
como instrumento de Dios, escogido precisamente para recordar
a la Humanidad lo que en su misma alma Dios fue grabando de
modo inequívoco" (Portillo y otros autores, 1976,
19). En esta frase, bastaría substituir el verbo "recordar"
por "revelar", para desembocar no ya en la beatificación,
sino en la divinización del fundador.
Parece evidente que desde semejantes coordenadas toda biografía
ha de convertirse necesariamente en una hagiografía.
O lo que es lo mismo: toda verdadera biografía de monseñor
Escrivá deberá abandonar estas coordenadas,
que pretenden suprimir las mediaciones humanas para poner
el acento exclusivamente en la relación directa e inmediata
entre Dios y el individuo que ha sido "escogido como
instrumento". De ahí que las "biografías
oficiales" del "Padre" no sean, hoy por hoy,
"verdaderas biografías". Y no sólo
eso, sino que la postura que adoptan los representantes del
Opus Dei es -según acabamos de ver- tan extrema, que
cualquier intento de enfocar la cuestión desde una
perspectiva distinta es automáticamente denegado como
sinónimo de incomprensión, de "falta de
sentido sobrenatural" como dicen ellos, y en definitiva
de una mala voluntad no demasiado distante de la blasfemia.
Frente al modelo de la complementariedad y del "contrapunto",
los dirigentes del Opus Dei suelen preferir el modelo sin
matices del "blanco o negro".
Tal es la razón por la que las biografías "oficiales"
no explican cuáles son las influencias intelectuales
que configuran el pensamiento de Escrivá ni el contexto
social en el que surge. Lo comprobaremos algo más adelante,
al tratar de la fundación del Opus Dei y de la forma
en que es oficialmente presentada. Pero el hecho es asimismo
patente en muchos otros acontecimientos de la vida del "Padre".
Con el pretexto de la necesidad de una clave "sobrenatural"
de interpretación, la estratagema suele consistir en
vincular su pensamiento y sus actuaciones a una "anécdota",
y no a las circunstancias concretas de su existencia.
Así por ejemplo, ¿cuáles son las razones
que inducen al joven José María, hijo de una
familia relativamente modesta y que acaba de sufrir un grave
contratiempo económico que ha obligado al padre a cambiar
de trabajo y a trasladarse a Logroño con toda la familia,
a ingresar en el seminario? En vez de ofrecernos un análisis
de las posibilidades objetivas de acceder a estudios de nivel
superior que en la España semi-rural y poco modernizada
de los años veinte se abrían a los muchachos
listos y ambiciosos, y un análisis de las repercusiones
que ello tuvo sobre las vocaciones eclesiásticas, las
biografías "oficiales" prefieren acudir a
la anécdota, elevada desde luego a la categoría
de símbolo. Nace así la leyenda de "las
huellas en la nieve", minuciosamente descrita en todas
las biografías y convertida incluso en el título
de una de ellas (Helming).
El esquema es siempre idéntico. Se toma como punto
de partida una descripción novelada de la escena: "La
campiña estaba blanca. La nieve ensabanaba totalmente
las calles. Un frío intenso había congelado
las aguas y cuajado carámbanos en árboles y
aleros" (Vázquez, 72). Nos hallamos en Logroño,
en invierno de 1917. Escrivá está a punto de
cumplir dieciséis años. "Durante una de
esas jornadas de frío intenso, con el suelo cubierto
de nieve, Josemaría Escrivá de Balaguer aún
adolescente (recordemos que el adolescente no se llamaba ni
"Josemaría", ni "de Balaguer"),
camina por las calles de-Logroño" (Illanes, 1982,
71). Llegamos así al acontecimiento simbólico:
"De repente algo llama poderosamente su atención:
las huellas dejadas sobre la nieve por los pies descalzos
de un fraile carmelita. Siente como un aldabonazo en su alma:
hay quien se enfrenta con el frío por amor de Dios,
y yo, ¿qué estoy haciendo por Cristo? Ese pensamiento
se clava en su alma y la aguijonea. No es algo pasajero, sino
una inquietud profunda que reclama una respuesta decidida"
(Illanes, 1982, 71). Es el nacimiento de la vocación
sacerdotal de Escrivá.
Con el fin de que no quepa duda alguna de que se trata literalmente
de una vocación, es decir de una llamada de Dios, convendrá
poner el acento no en aquellos factores que podrían
hacerla perfectamente comprensible, antes, al contrario, en
aquellos aspectos que la hacen imprevista, providencial y,
en definitiva, sobrenatural. "¿Tendría
que hacerse sacerdote...? Unos meses antes, sólo imaginarlo
le hubiese hecho sonreír" (Gondrand, 31). Efectivamente,
él jamás había pensado en la posibilidad
de ser sacerdote: "más aún: me molestaba
el pensamiento de poder llegar al sacerdocio algún
día, de tal manera que me sentía anticlerical"
(en Bernal, 61). Cuando en el bachillerato 1e obligaban a
estudiar latín, él pensaba: "el latín,
para los curas y frailes" (Gondrand, 22); "para
los frailes y para los curas" (Vázquez, 56). De
anécdota en anécdota, nos encontramos así
con un muchacho que no sueña en el sacerdocio ni quiere
tener nada que ver con el latín, pero que será
cura y rezará "en un latín morrocotudo
pero piadoso" (Escrivá, 1975, en Rodríguez
y otros autores, 26), y que terminará fundando una
asociación integrada por "cristianos corrientes"
y destinada a buscar "la santificación de simples
fieles que viven en medio del mundo, exactamente igual que
todos", pero que poseerá unas Constituciones redactadas
en latín, con la prohibición expresa de su traducción
en "lenguas vulgares" (Constituciones, 1950, art.
193).
La resistencia inicial de Escrivá (el traductor castellano
de Gondrand, 33, llega a utilizar el término "repugnancia")
sirve no sólo para poner el acento en el carácter
heroico de su final docilidad a la llamada, sino también
para introducir de paso una cierta "negociación"
de las condiciones en las que se hará sacerdote. Las
huellas en la nieve suponen el inicio de un prolongado período
de "barruntos" (Vázquez, cap. 2). ¿Qué
"barrunta" el muchacho? "Que Dios, un buen
día (quién sabe cuándo), le iba a exigir
algo (quién sabe qué)" (Berglar, 37; el
entrecomillado es nuestro). Pero cuando el fraile carmelita
que había dejado sus huellas en la nieve, y bajo cuya
dirección espiritual se coloca Escrivá (Vázquez,
73), le propone al cabo de unos meses que ingrese en el Carmelo,
"aunque no puede percibir con claridad qué es
lo que Dios quiere de él, advierte que no es esa la
voluntad divina" (Illanes, 1982, 72).
Pero, por otra parte, tampoco se ve a sí mismo "haciendo
carrera en los medios eclesiásticos"; no le entusiasma
la idea de llegar a párroco, canónigo, miembro
de la curia diocesana o director del Seminario (Gondrand,
33). "No le atrae la perspectiva de la carrera eclesiástica.
Su vocación es otra, aunque aún la ve inconcreta"
(Sastre, 50). Él mismo afirma que "no quería
ser sacerdote para ser sacerdote, el "cura", que
dicen en España. Yo tenía veneración
al sacerdote, pero no quería para mí un sacerdocio
así" (Vázquez, 76). Y es que, como dice
Berglar, "si no sabía lo que Dios quería
de él, sí conocía claramente lo que Dios
"no" quería" (Bergiar, 56). La conclusión
que el mismo monseñor Escrivá sacará
muchos años más tarde, rememorando este período
de su vida, es que "Dios se metió en mi vida sin
pedirme permiso", según repitió en muchísimas
ocasiones. De suerte que quien quisiera saber algo más
acerca de su vocación sacerdotal, tendría que
preguntárselo directamente a Dios. Es el argumento
del que se servirá durante los años sesenta
en una entrevista, al preguntarle un periodista por las razones
del éxito del Opus Dei. Responde monseñor Escrivá:
"¿Usted se lo explica? Yo, no. Humanamente, no
tiene explicación. Es obra de Dios, y sólo él
podría satisfacer su curiosidad" (citado en Berglar,
346).
Al cabo de un tiempo, José María Escrivá
es seminarista en Zaragoza y estudiante de derecho en la Universidad.
Tampoco en este caso se explicará el porqué
de esa inhabitual duplicidad de estudios; como no sea la explicación
"sobrenaturalizada" de Berglar: puesto que "Dios
le había elegido para una misión con profundas
y amplias implicaciones jurídicas" (Berglar, 56).
Sobre todo, se nos dirá muy poca cosa de las ideas
y de las influencias que recibe. Tendremos, sí, listas
de asignaturas cursadas y hasta las calificaciones obtenidas;
pero no sabremos qué clase de teología estudia,
qué clase de formación bíblica se imparte
en Zaragoza, ni qué clase de espiritualidad se les
propone a los seminaristas.
La anécdota de explicación obligatoria en todas
las biografías es, en este caso, la de su promoción
a la categoría de inspector o de superior dentro del
seminario. Se trata de un cargo que no queda claramente especificado,
pero que comporta en todo caso una función de vigilancia
de sus compañeros seminaristas. Vamos a seguir en este
punto el hilo de la exposición de Vázquez de
Prada, que sin ser substancialmente distinta de la de sus
colegas, es tal vez la más completa.
Escrivá no es como los demás seminaristas:
ante todo, porque destaca "por su distinción externa,
piedad y talento" (Vázquez, 75), y en segundo
lugar porque los otros "tan sólo" aspiraban
a ser curas, mientras que Escrivá "trascendía
este horizonte". Ello le permite al autor justificar
que los demás no entendieran su forma de ser y de hacer,
lo cual explica las malas relaciones de Escrivá con
sus compañeros. "Los ojos inquisidores de algunos
seminaristas (...) encontraron muy pronto motivos para criticarle"
(ibíd., 78). Le toman el pelo y le llaman "rosa
mística". Se produce incluso una pelea, culpa
sin duda "del otro", pero que aun así a Escrivá
"le valió un castigo" (ibíd., 87).
Nos quedaremos sin saber en qué consistió el
castigo. Del mismo modo que tampoco está muy claro
si la envidia de los compañeros se debe a "su
cultura humanística, su elegante desenvoltura, el cuidado
en el aseo y sus modos urbanos en la mesa" (ibíd.,
78), o más bien al hecho de que su cargo de superior
le da derecho a "mesa aparte, comida especial, dormitorio
separado y un fámulo encargado de hacer la cama y prestar
servicio" (ibíd., 82).
No son más que anécdotas; pero anécdotas
reveladoras de un clima que, tanto desde el punto de vista
humano como desde el punto de vista intelectual, si era el
clima predominante en los seminarios de los años veinte,
ayudaría a entender al clero español de las
primeras décadas del franquismo. Del mismo modo que
probablemente ayudaría también a comprender
al futuro monseñor Escrivá de Balaguer, que
desde este ambiente provinciano y cerrado "columbraba
otras lontananzas espirituales" (Vázquez, 75).
Entretanto, el futuro monseñor es ordenado sacerdote
el 28 de marzo de 1925 y dos días más tarde
celebra su primera misa. Otra vez la anécdota inevitable:
si la mayor ilusión del sacerdote era la de poder dar
la comunión a su madre la primera, otra persona se
le adelantó y Escrivá, "por no cometer
un desaire con la Sagrada Forma en la mano, tuvo que administrársela
antes a la desconocida" (Vázquez, 93).
Al día siguiente Escrivá, que no quería
ser párroco porque Dios no quería que lo fuese
(Berglar, 56), es destinado por el obispado a un ignoto pueblecito
de la diócesis. De nuevo el hoy Venerable * Josemaría
tiene la oportunidad de manifestar sus "virtudes heroicas",
pero nuestros autores no logran abstenerse de manifestar su
respetuosa protesta, reflejo sin duda de la "contrariedad"
del padre Escrivá. "Obedeció con prontitud,
pero era evidente que había algo raro en esta medida,
que tanto le perjudicaba" (Gondrand, 43). La curia diocesana
había tenido tiempo más que sobrado "para
haber tomado antes otra decisión" (Vázquez,
93).
La estancia de Escrivá en el pueblo de Perdiguera
es de un mes y medio tan sólo. Regresa a Zaragoza,
termina la carrera de derecho y da clases en una escuela privada
que prepara para el ingreso en la Academia General Militar.
El mes de enero de 1927 es licenciado en derecho; en primavera
es destinado a otro pueblo de la diócesis; pero casi
simultáneamente obtiene del obispo un permiso de dos
años para ir a Madrid a cursar el doctorado. El mes
de abril está ya en "la capital de España",
siguiendo siempre "las inspiraciones que Dios le dicta
en su oración" (Sastre, 78).
Podríamos proseguir así indefinidamente, de
anécdota en anécdota y de leyenda en leyenda.
Pero no tendría demasiado sentido continuar por ese
camino. A título de ejemplo puede haber sido ilustrativo
para este período inicial de la vida de Escrivá,
anterior a la fundación del Opus Dei. Pero a partir
de 1928, será sin duda más útil que tomemos
como hilo conductor la historia y evolución del movimiento,
por más que -como veremos- las fuentes oficiales tiendan
a seguir nutriendo esa evolución de anécdotas,
más que de intentos de explicación.
No obstante, antes de dejar de centrar la atención
exclusivamente en la figura del joven sacerdote destinado
a convertirse en "el Padre", habría que preguntarse
hasta qué punto es posible dibujar un perfil de la
personalidad de Escrivá distinto del perfil de las
hagiografías oficiales, distinto de la "vida de
santo" que sus biógrafos le han construido. Y
ello, no con el fin de contraponer ambos perfiles como dos
realidades radicalmente contradictorias, antes bien para yuxtaponerlos,
para procurar que mutuamente se complementen y que del conjunto
emerja una imagen algo más rica, algo más compleja
y, en último término, algo más realista.
2. Algunos aspectos de la personalidad del fundador
1) El fuego como símbolo
Vladimir Felzmann empieza la entrevista, que Hertel transcribe
y reproduce en apéndice a su estudio (Hertel, 1990,
194), recordando un texto evangélico que monseñor
Escrivá repetía muy a menudo: "Fuego he
venido a traer a la tierra, ¿y qué quiero sino
que arda?" (Lucas 12,49). Felzmann fue el primer checo
del Opus Dei y el traductor de Camino al checo; había
trabajado en Inglaterra, estudió teología en
Roma, fue ordenado sacerdote en 1969 y abandonó el
Opus Dei en 1982, después de haber pertenecido a él
durante veintidós años.
Podría escribirse una monografía entera sobre
las imágenes relacionadas con el fuego en la obra de
Escrivá. La cita de Lucas recién mencionada,
que le había impresionado hondamente siendo adolescente,
aparece en una de las máximas de Camino (n°. 801),
seguida de este comentario: "¿No te animas a propagar
el incendio?" Desde la primera página de Camino
esa atracción por el símbolo del fuego es patente:
"Borra, con tu vida de apóstol, la señal
viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio.
Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de
Cristo que llevas en el corazón" (n°. 1).
La misma atracción hallaríamos reflejada asimismo
en los volúmenes de homilías y otros textos.
Es realmente una constante (que alguien calificaría
tal vez de obsesión o de "piromanía"
espiritual).
Veamos, por ejemplo, los dos volúmenes de máximas
de Escrivá que se publicaron después de su muerte:
"Surco" (1986) y "Forja" (1987), este
último presentado por Alvaro del Portillo como "un
libro de fuego" (p. 16). "Has de ser una brasa encendida,
que lleve fuego a todas partes" (Surco, n°. 194).
"¡Qué llamadas más claras quieres
que el "fuego he venido a traer a la tierra", y
la consideración de esos dos mil quinientos millones
de almas que todavía no conocen a Cristo!" (n°.
211). "El mundo está frío, hace efecto
de dormido. Muchas veces, desde tu observatorio, lo contemplas
con mirada incendiaria. ¡Que despierte, Señor!
Encauza tus impaciencias con la seguridad de que, si sabemos
quemar bien nuestra vida, prenderemos fuego en todos los rincones...,
y cambiará el panorama" (n°. 297). "Pide
a Jesús que te conceda un Amor como hoguera de purificación,
donde tu pobre carne -tu corazón- se consuma, limpiándose
de todas las miserias terrenas..." (n°. 814; véanse
igualmente los números 213, 455, 462, 613, 736, 744,
789).
"Derrite y enciende mi corazón de bronce, quema
y purifica mi carne inmortificada, llena mi entendimiento
de luces sobrenaturales..." (Forja, n°. 3). "?Que
nos purifiquemos, que nos encendamos, que nos sintamos empapados
en tu Sangre!" (n°. 5). "Señor, que tus
hijos sean como una brasa encendidísima... Tú
harás que ese chispazo se convierta en un incendio...
" (n°. 9). "Dulce Señora María:
que el amor no sea, en nosotros, falso incendio de juegos
fatuos, producto a veces de cadáveres descompuestos...:
que sea verdadero incendio voraz, que prenda y queme cuanto
toque" (n°. 57; véanse igualmente los números
25, 31, 41, 44, 52, 61, 122, 375, 426, 490, 496, 570, 620,
790, 916, 923, 933, 937, 947, 968, 985, 1019, 1026).
2) ¿Arquitecto?
Monseñor Escrivá, y muy especialmente el joven
padre Escrivá, es un hombre ambicioso: "un hombre
de grandes pasiones y grandes ambiciones". Cuando era
un muchacho, quería ser arquitecto. Pero en la España
rural y subdesarrollada de comienzos de siglo, el hijo de
una familia sin medios económicos no puede permitirse
según qué carreras. Aun así, Escrivá
no va a conformarse con los estudios eclesiásticos
y cursará simultáneamente la carrera de derecho
en la Universidad de Zaragoza. Habrá de ganarse la
vida dando clases en una escuela que prepara para el ingreso
en la Academia militar. Al llegar a Madrid, reanudará
ese mismo tipo de actividad, en la Academia Cicuéndez,
fundada y dirigida por un sacerdote. Será el modelo
en el que se inspirará para establecerse por su cuenta
al cabo de unos años, fundando una academia similar
que pasará a la "historia oficial" como la
primera "iniciativa apostólica" del Opus
Dei. La academia de Escrivá se llamará "Derecho
y Arquitectura". "¿Levantar magníficos
edificios?... ¿Construir palacios suntuosos?... Que
los levanten... Que los construyan... ¡Almas! ¡Vivificar
almas..., para aquellos edificios... y para estos palacios!
¡Qué hermosas casas nos preparan!" (Camino,
n°. 844).
Concluida la guerra española, algunos de los primeros
"discípulos", arquitectos de profesión,
reciben importantes encargos oficiales. Tal es el caso de
las obras del Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
y de la adyacente iglesia del Espíritu Santo, por ejemplo.
El número 3 de la revista "Arbor" (mayo-junio
1944), que se abre con la reproducción de una carta
de Pío XII al ministro de Educación (20.5.43)
en la que afirma que el Consejo es una "benemérita
institución, llamada a contrarrestar el pernicioso
influjo desgraciadamente producido en el campo del saber español
por los sembradores de la mala semilla, y a sentar firmemente
los cimientos de una restauración científica
que restituya al pensamiento español su profundo y
glorioso sentido tradicional y católico", incluye
en la sección de "Noticias" (p. 509) la información
de que el Consejo "dedica un oratorio al Espíritu
Santo", obra del "joven arquitecto D. Miguel Fisac",
donde se celebrarán "los actos religiosos del
alto organismo que inspira y coordina a la cultura española".
La posterior deserción de Fisac será vivida
por Escrivá como singularmente dolorosa, hasta el punto
de que su nombre acabará siendo "tabú"
en la literatura "oficial" del Opus Dei; cuando
Gondrand narra las peripecias de la huida de Escrivá
desde Barcelona hacia Francia, el mes de noviembre de 1937,
enumera así a todos los que le acompañan: "Juan
Jiménez Vargas, Pedro Casciaro, Francisco Botella,
José María Albareda y Miguel, un estudiante,
antiguo alumno de la Academia (Derecho y Arquitectura)"
(Gondrand, 124).
Más adelante, Escrivá vigilará personalmente
y controlará muy de cerca las obras de la sede central
del Opus Dei en Roma. Con posterioridad, contemplará
emocionado la creación de todo un campus universitario,
obra del Opus Dei, en Pamplona. Y la de tantos otros "magníficos
edificios" en el mundo entero, que culminarán
en la construcción, poco antes de su fallecimiento,
del faraónico santuario mariano de Torreciudad, a escasa
distancia del lugar de su nacimiento.
El joven sacerdote que hubiese deseado ser arquitecto terminará
siendo, paradójicamente, el constructor de uno de los
"edificios" más singulares de la Iglesia
católica de las últimas décadas.
3) ¿ Catedrático?
El ambicioso sacerdote de veinticinco años llega a
Madrid huyendo de un mundo que le resulta pequeño.
Huye de una diócesis como la de Zaragoza, donde la
carrera de los curas como él pasa obligatoriamente
por la atención a unas parroquias rurales en unos pueblecitos
perdidos en el mapa: Perdiguera, Fombuena... Por eso su viaje
a Madrid no es un viaje de ida y vuelta. Aunque cuente sólo
con un permiso de dos años, a los pocos meses traslada
a Madrid a su familia entera. Y aunque el permiso que se le
ha concedido es para cursar el doctorado en derecho, inmediatamente
emprende una actividad frenética: clases para ganarse
la vida, visitas a enfermos, catecismo en barrios extremos
de la ciudad, además de las actividades sacerdotales
clásicas.
Pero viejos, enfermos y habitantes de los suburbios no son
las únicas personas con las que se relaciona. Entra
asimismo en contacto con universitarios (varones todos, inicialmente)
y con el mundo de la aristocracia aposentada en Madrid (véase
la lista de marquesas y condesas, por ejemplo, en Sastre,
85 y 87), y también con las "fuerzas vivas"
del catolicismo de la capital española, entre las que
la Compañía de Jesús ocupa un lugar preeminente:
tan preeminente en realidad, que si por una parte Escrivá
no podrá sino inspirarse muy directamente en los jesuitas
a la hora de diseñar su Opus Dei, por otra parte convertirá
a la Compañía en el enemigo más encarnizado
-y más persistente- de su obra, a partir del momento
en el que los jesuitas perciban en el Opus de los años
cuarenta una amenaza potencial a su monopolio.
Antes de la guerra española, no obstante, la ambición
de Escrivá no ha cristalizado todavía en un
objetivo preciso: quiere mandar, quiere tener poder, quiere
ser importante. Pero no sabe cómo; ni dónde.
¿En la política o en la Iglesia? ¿Quiere
ser obispo, o quiere ser noble? (Véase el capítulo
anterior: llegará a ser tanto monseñor como
marqués.) ¿O bien quiere ser catedrático
de universidad? Los biógrafos "oficiales"
de monseñor Escrivá afirman expresamente que
su madre había hecho gestiones cerca del obispo de
Cuenca, pariente lejano de la familia, y que éste le
había ofrecido una canonjía, que Escrivá
rechazó (Vázquez, 139; Sastre, 168). Pero esos
mismos biógrafos son mucho menos explícitos
en lo que respecta al posible proyecto de una cátedra
universitaria, pese a que son numerosos los testimonios orales
que habían oído hablar del tema. Sastre atribuye
la iniciativa, también en este caso, a la madre de
Escrivá: "¿por qué no haces oposiciones
a cátedra?" (Sastre, 167), mientras que otros
la atribuyen a "unos amigos", sin mayores precisiones
(Vázquez, 353). Hay quien considera, de todos modos,
que tal era su propósito inicial al trasladarse a Madrid
y pretender hacer el doctorado, y que en el cambio de orientación
que supone el hecho de dedicarse a la dirección de
jóvenes universitarios en vez de dedicarse directamente
a la docencia habría desempeñado un papel decisivo
el padre Pedro Poveda, fundador de la Institución Teresiana,
con unas finalidades y una trayectoria bastante paralelas
a las del Opus Dei de los primeros años. (El estudio
de las relaciones entre Poveda y Escrivá, que aparecen
muy desdibujadas en las biografías "oficiales",
sería otra monografía posible de indudable interés;
con el inconveniente de que toda la documentación que
existía en los archivos de la Institución Teresiana
les fue solicitada desde la sede central del Opus en conexión
con la recopilación de material para la introducción
de la causa de beatificación de monseñor Escrivá,
a lo que las responsables de la Institución accedieron
-"ingenuamente", dicen ellas ahora, "sin sacar
siquiera fotocopia"-; pero con la incomparable ventaja
de que, si la hipótesis se viera mínimamente
confirmada, tendríamos por esta vía una explicación
de los orígenes del Opus algo menos inconcreta que
la de la pura y simple revelación divina a monseñor
Escrivá, sin intermediario alguno.)
En todo caso, si el adolescente deseoso de ser arquitecto
terminó convirtiéndose en "Padre"
de arquitectos, el hipotético candidato a catedrático
se convertirá, después de la guerra española,
en "Padre" de toda una hueste de catedráticos
de la universidad española.
4) El líder
Si el padre Escrivá es un hombre ambicioso, también
es al mismo tiempo una persona exuberante, cordial y simpatiquísima.
No hace falta acudir a las biografías "oficiales"
para que nos lo confirmen. En este punto coinciden desde muchos
que le conocieron, sin haber pertenecido nunca al Opus Dei,
hasta otros que habían sido miembros y lo abandonaron.
Entre estos últimos probablemente haya quien llegó
a odiar al "Padre"; pero no es ésta la tónica
dominante. Artigues afirma que aun sus adversarios reconocían
su "magnetismo", habla del ambiente "de afecto
confiado que el padre Escrivá consigue establecer con
frecuencia en torno suyo", y destaca el aprecio personal
que muchas personas que han sido miembros del Opus Dei conservan
para con el fundador, "no a causa de sus méritos
intelectuales, sino por el indiscutible calor humano que emana
de su persona" (Artigues, 93s).
Otros autores destacan sus extraordinarias cualidades de
"mise en scéne" (Carandell), o su capacidad
de "dominio de las masas" (Bernabé Dalmau).
Del libro de María Angustias Moreno, "El
Opus Dei. Anexo a una historia", miembros de la Obra
han dicho a veces que era el libro de una persona resentida,
cuando lo que en él llama la atención es más
bien su obsesión por la figura de Escrivá, por
su omnipresencia y su poder absoluto en el seno del Opus.
Aunque de formas distintas, todos ellos coinciden en reconocer
en monseñor Escrivá los rasgos característicos
del que Max Weber llama "líder carismático".
Se trata claramente de un caso típico de lo que Richard
Hutch estudia y analiza bajo la categoría genérica
de los "religious Leaders" (Hutch, 1991). Los desacuerdos
surgen, en todo caso, a la hora de querer clasificar a Escrivá
dentro de una tipología específica de tales
líderes religiosos. Así, para Casanova fue "un
profeta religioso típico que dedicaba su vida a proclamar
una verdad religiosa de salvación obtenida, según
él, gracias a una revelación personal"
(Casanova, 1982, 140). La noción de profeta es usada
aquí en el sentido que le confiere Weber en su "Sociología
de la religión"; ahora bien, dado que Weber justamente
contrapone esta noción a la del sacerdote y afirma
que raras veces surgen profetas de la clase sacerdotal, Casanova
se ve obligado a admitir que "en este sentido, Escrivá
fue un profeta atípico, ya que era sacerdote",
y trata de arreglarlo añadiendo que "no era en
absoluto un sacerdote católico típico"
(ibíd., 141), con lo cual se corre el riesgo de acabar
cayendo en la trampa que consiste en considerar típico
aquello que encaja en la definición previa, y atípico
aquello que no conseguimos encajar.
Cuando, por su parte, Vladimir Felzmann comenta que conserva
una profunda estimación por el fundador del Opus Dei
(en un artículo precisamente titulado "Why I left
Opus Dei"; Felzmann, 1983, 288), Michael Walsh lo interpreta
como una especie de equivalente del "síndrome
de Estocolmo" en el caso de los "movimientos religiosos
autoritarios o sectas" (Walsh, 1 8s). Aunque volveremos
sobre ello, anticipemos ya que a nuestro modo de ver la voluntad
de clasificar a monseñor Escrivá dentro de una
determinada tipología de líderes religiosos,
o de discutir el posible carácter de "secta"
de un movimiento como el Opus Dei, es un mal camino para adentrarse
en la comprensión del personaje y de su obra.
5) El hombre impulsivo
Al mismo tiempo, este personaje simpático y cordial
es también un individuo muy impulsivo, que fácilmente
se irrita, irascible. "Modérese, Padre",
es una expresión oída a menudo de labios de
sus colaboradores, que intervenían para calmarle. Escrivá
es un hombre perfectamente capaz, en un momento dado, de insultar,
de soltar palabrotas (y de pedir perdón luego): aunque
el contexto no sea exactamente el mismo, en Camino habla en
una ocasión del "apostolado de la mala lengua";
y precisa luego: "cuando te vea ya te diré al
oído un repertorio" (n°. 850).
"Desde su juventud se distinguió por su carácter
fuerte y amable", se dice en el texto del decreto de
introducción de su causa de beatificación. Las
biografías ilustran ese rasgo del "carácter
fuerte" con anécdotas extraídas de episodios
de su juventud. Todavía niño, de vez en cuando
tenía "un arranque" (Vázquez, 50).
Como por ejemplo el día en que "estrelló
contra la pizarra el trapo porque el profesor de matemáticas
le preguntó algo que no había explicado en clase"
(Gondrand, 22): en guisa de justificación, se precisa
que Escrivá consideraba que "el profesor había
sido injusto con él" (Sastre, 36). Antes nos referimos
ya a su pelea con otro seminarista, que "le valió
un castigo" (Vázquez, 87). Podrían añadirse
otras muchas anécdotas posteriores: algunas consignadas
por escrito (a uno que llega con dos minutos de retraso a
una reunión: "que mis hijos lleguen tarde no lo
puedo y no lo quiero soportar"; Sastre, 346); y la mayoría
explicadas con una auténtica mezcla de fascinación
y terror por quienes fueron víctimas de los "arranques"
del "Padre". Coleccionadas, darían lugar
a una verdadera antología: acaso divertida a ratos,
probablemente inútil en definitiva.
Más útil sería, en cambio, un estudio
de la profunda irritación, derivada de la incomprensión,
con la que monseñor Escrivá vivió los
acontecimientos del concilio Vaticano II. (Para no ser injustos
habría que añadir que ese estudio está
por hacer, no sólo en el caso de Escrivá y del
Opus Dei, sino en el de todo un sector significativo del catolicismo
español, encabezado por buena parte del episcopado.)
Pero éste es, sin lugar a dudas, uno de los capítulos
más impenetrables de la historia del Opus Dei.
a) En primer lugar, porque la literatura "oficial"
no habla de ello, lógicamente. Tan sólo leyendo
entre líneas un texto como el de Berglar, por ejemplo,
se observa cómo respira todo él contrariedad
(Berglar, 293-305). Otro tanto cabría decir del propio
Escrivá cuando, hablando del Concilio y del "aggiornamento",
afirma que el Opus Dei "no tendrá nunca problemas
de adaptación al mundo: nunca se encontrará
en la necesidad de ponerse al día. Dios Nuestro Señor
ha puesto al día la Obra de una vez para siempre"
("Conversaciones", n°. 72). Ni siquiera es seguro
que un análisis minucioso de los textos escritos por
miembros del Opus Dei durante la primera mitad de la década
de los sesenta aportara muchas pruebas concretas; al fin y
al cabo, sabido es que durante el Concilio hubo en Roma, entre
determinados grupos de obispos (recuérdese el famoso
"Coetus Internationalis Patrum"), entre algunos
sectores de expertos conciliares, y en ciertos ambientes de
la Curia vaticana, intentos sistemáticos y reiterados
de sabotear los trabajos del Concilio: pero de este tipo de
actuaciones no suele quedar, casi por definición, ninguna
constancia escrita.
b) En segundo lugar decimos que se trata de un capítulo
impenetrable, porque el Opus Dei ha desmentido sistemáticamente
todas las manifestaciones de la irritación de monseñor
Escrivá en este terreno. Las relaciones del "Padre"
con Juan XXIII y, sobre todo, con Pablo VI fueron francamente
malas. Todas las biografías afirman y argumentan exactamente
lo contrario. El juicio de Escrivá sobre el papel desempeñado
por esos dos papas era negativo. ¡Ni hablar! Es falso
que monseñor Escrivá hubiese dicho, después
de la elección de Juan XXIII y de la convocatoria del
Concilio, que el demonio estaba colándose dentro de
la Iglesia (Moncada,
1987, 26); o que en su rabieta por la elección
del cardenal Montini -que siendo arzobispo de Milán
había tenido algún enfrentamiento serio con
el régimen franquista, en un momento en el que varios
ministros de Franco eran miembros del Opus- hubiese afirmado
"que todos los que habían cooperado en esa elección
se iban a condenar al infierno" (Moncada,
1987, 27). Es igualmente falso que hubiese pedido a sus
hijos, refiriéndose de nuevo a Pablo VI, que rezaran
para que en su misericordia Dios se lo llevara (Walsh,
78). Hertel relata, en una larga nota a pie de página,
el rocambolesco episodio y de la substitución de un
documento, en cuya edición original monseñor
Escrivá había escrito que "parece como
si el Cuerpo Místico de Cristo fuese un cadáver
en descomposición, que hiede" (Hertel, 15-18)
c) Y en tercer lugar, porque a partir de 1965 el discurso
"oficial" de monseñor Escrivá y del
Opus Dei no sólo deja de ser el discurso de la irritación,
sino que inicia todo un nuevo proceso que va desde los juicios
serenos y ponderados sobre el Concilio y sobre la situación
de la Iglesia católica después del Concilio
(por ejemplo Escrivá, "Conversaciones", n°
1, 2, 23), hasta la afirmación, que se hará
cada vez más frecuente, según la cual en definitiva
el Concilio no hizo más que corroborar aquello que
monseñor Escrivá había dicho desde siempre.
La mutación constituye una ilustración perfecta
de algo que yo mismo había escrito por aquellos años
-sin referirme para nada al Opus- al afirmar que en la Iglesia
católica la introducción de toda novedad pasa
por tres etapas distintas: primero se dice que lo nuevo es
falso; en un segundo momento se dice que aunque no sea totalmente
falso, es sumamente peligroso; y finalmente se dice que la
Iglesia lo ha afirmado desde siempre (Estruch, 1972, 10).
Desde el Opus Dei comienza así a construirse una imagen
de monseñor Escrivá como precursor del concilio
Vaticano II. Ése es una especie de "leitmotiv"
del conjunto de entrevistas reunidas en e1 volumen "Conversaciones":
precisamente en una recensión de dicho libro, su autor
escribe que para la doctrina del Fundador "la puesta
a punto del concilio ecuménico Vaticano II no ha supuesto
más que una confirmación de lo que hace cuarenta
años sonaba a muchos como toda una herejía"
(Benito, 1968, 634). Esta imagen, propagada con gran insistencia,
acabará cuajando. Hasta el punto de que en el decreto
de introducción de su causa de beatificación
hallamos la siguiente frase, que sintetiza bien la que constituye
hoy la versión oficial: "Por haber proclamado
la vocación universal a la santidad, desde que fundó
el Opus Dei en 1928, monseñor Josemaría Escrivá
de Balaguer ha sido unánimemente reconocido como un
precursor del Concilio precisamente en lo que constituye el
núcleo fundamental de su magisterio, tan fecundo para
la vida de la Iglesia" (Seco, 1986, 196).
Cuando sabemos que en 1928 monseñor Josemaría
Escrivá de Balaguer no era monseñor ni se llamaba
Josemaría, ni se apellidaba de Balaguer; cuando se
albergan serias dudas de que, hablando en rigor, quepa situar
en 1928 la fecha de fundación del Opus Dei, y cuando
se espera poder demostrar que el núcleo del magisterio
de Escrivá no era, en 1928, la proclamación
de la vocación universal a la santidad, cuesta no interpretar
todo este proceso evolutivo en términos de simple estrategia.
La misma estrategia, en el fondo, que adoptaba Laureano López
Rodó, uno de los miembros del Opus Dei más públicamente
conocidos de entre los estrechos colaboradores de Franco,
cuando en una audiencia el día 15 de diciembre de 1965
le decía al general: "Las reformas exigidas por
los documentos conciliares es una bandera que no podemos dejarnos
arrebatar" (López Rodó, 1990, 591).
6) El hombre de escrúpulos
Este individuo ambicioso e impulsivo es al mismo tiempo un
hombre con una formación católica muy tradicional
y defensor de una espiritualidad no menos tradicional. Los
escrúpulos religiosos le obligan a refrenar sus ambiciones,
a sublimar, a reprimir y hasta a negar sus impulsos. Textos
como Camino, o como las antiguas Constituciones del Opus Dei,
se prestan lógicamente a una lectura hecha desde esta
perspectiva. Es una lectura en la que la literatura "crítica"
se ha recreado a menudo, de suerte que no hace falta insistir
en ello. Los llamados actos de "desagravio y reparación",
las mortificaciones de todo tipo, los cilicios y las disciplinas
"ad corpus castigandum", "para castigar el
cuerpo y reducirlo a servidumbre" (Constituciones, 1950,
art. 260) son prácticas habituales y "costumbres
piadosas" que el propio Escrivá se impone a sí
mismo, como nos recuerdan todas las biografías "oficiales"
(sin ahorrar los detalles: salpicaduras de sangre a consecuencia
de las flagelaciones, etc.). Todo esto, Escrivá lo
hace "para domar el potro" (citado en Vázquez,
278), según una expresión que es exactamente
la misma que usaba Freud al hablar de la dominación
y la represión de las pulsiones, y básicamente
de la sexualidad.
Pero al hablar de los escrúpulos que obligan a refrenar
las ambiciones no estamos refiriéndonos exclusivamente
a este tema de la sexualidad (como mínimo, en sus dimensiones
manifiestas). Una de las expresiones consagradas por toda
la literatura hagiográfica del "Padre", hasta
hacer de ella una especie de eslogan, casi un lema de su vida
entera, es la afirmación según la cual "ocultarme
y desaparecer es lo mío, que sólo]esús
se luzca". Todos la mencionan; hasta ocho veces repite
la frase Vázquez de Prada (p. 560); Gondrand (p. 284)
la pone en boca de monseñor Escrivá muy poco
antes de morir, como en una recapitulación de su vida;
Helming (p. 79) termina su libro diciendo que en vida logró
efectivamente "ocultarse", pero que después
de su muerte ha fracasado en su voluntad de "desaparecer";
Bernal (p. 14) la introduce ya en las páginas de presentación
de su volumen.
"Ocultarme y desaparecer es lo mío": argumento
supremo empleado por los biógrafos con el fin de ponderar
la humildad de monseñor Escrivá. Se trata, por
consiguiente, de la negación de cualquier ambición
de poder y de prestigio. "Negación" incluso
en el sentido más estricto, cuando un autor como Berglar
explica que si monseñor Escrivá permitió
que se le filmara durante sus grandes "viajes catequéticos",
"lo hizo por un solo motivo: para que Cristo se luciera,
también bajo los focos y las cámaras" (Berglat
260s).
"Que sólo Jesús se luzca": ese "lucirse"
es, por otra parte, una expresión típicamente
"torera". Ha habido por lo menos un "torero"
dentro del Opus Dei, y parece ser que el lenguaje taurino
no desagradaba a Escrivá (Sastre, 607ss): "...el
Padre se marca una verónica, y continúa, bromeando:
...Recrearse en la suerte, como un artista, ¡con amor!
Esto es también lo que hay que hacer con Dios Nuestro
Señor". En otra ocasión habría dicho,
según Alvaro del Portillo: "Cuando muera, rezad
mucho por mí, para que pueda saltarme a la torera el
purgatorio" (Bernal, 167). Y en México, ante la
imagen de la Virgen de Guadalupe: "¡Que se vea
que eres nuestra Madre! ¡lúcete!" (Gondrand,
257). Según este mismo autor, en otra ocasión
habló de la necesidad de "llevar la cruz con garbo"
(ibíd., 276).
Un estudio del lenguaje y el estilo de monseñor Escrivá
sería indudablemente otra de las monografías
que algún día habría que hacer. Pero
no ahora, ni aquí.
Son muchos los ejemplos a partir de los cuales cabría
ilustrar este mecanismo de negación de los impulsos
(véanse todas las entradas de la voz "humildad",
en el índice analítico de Vázquez, 259s).
Elegiremos tan sólo uno más, no menos profusamente
ilustrado en todas las biografías: a saber, la costumbre
de monseñor Escrivá de compararse a un asno:
un "borrico" o, más exactamente, un "burrito
sarnoso".
Paciencia, docilidad y humildad serían las grandes
virtudes de este animal, que trabaja sin cesar hasta la hora
de su muerte. "Así le gustaba ver a los miembros
de la Obra, así quería que fueran" (Berglar,
306). Joven aún, firmaba las cartas que escribía
a su director espiritual con el nombre, "seguido de un
"b.s". (burrito sarnoso)" (Vázquez,
318). Más adelante, ya en Roma, en el momento de despedirse
alguien le pide una fotografía suya, y monseñor
Escrivá le regala la figurilla de un borrico: "ése
soy yo". (En mis entrevistas con miembros del Opus encontré
con frecuencia -no puedo ser más preciso, porque no
siempre me fijé- con "fotografías"
de este tipo.)
Pero al mismo tiempo, "como un día se dirigiese
al Señor diciéndole en su oración: "Aquí
tienes a tu burrito sarnoso"; oyó en respuesta
estas palabras: "Un borrico fue mi trono en Jerusalén""
(Vázquez, 123; véase igualmente Gondrand, 73s).
El asno humilde, negación de toda ambición personal;
pero a la vez, sublimación de los impulsos, que convierte
a monseñor Escrivá en un elegido de Dios.
7) El hombre escogido
En ciertas ocasiones podría hablarse casi de "mesianismo"
en el caso del fundador del Opus Dei. Y no sólo por
los términos utilizados por la literatura "oficial"
para referirse a su iluminación o visión del
año 1928, presentándole como "el instrumento
elegido por Dios para realizar en la tierra la empresa divina
del Opus Dei" (Bernal, 109). Es todo el conjunto de la
vida de Escrivá, "consagrado ya como uno de los
clásicos de la espiritualidad de todos los tiempos"
(Orlandis, 1974, 131), el que aparece repleto de intervenciones
divinas, de lo que los biógrafos llaman las "locuciones
divinas" (véase de nuevo el útil índice
analítico de Vázquez: "locuciones divinas",
p. 562, y "hechos sobrenaturales", p. 559).
Ya su primera infancia estuvo presidida por una "curación
milagrosa" cuando contaba dos años (legitimación
en cierto modo de la construcción del santuario mariano
de Torteciudad), e incluso el nacimiento de su hermano menor,
en 1919, reviste según los biógrafos un carácter
"milagroso". Esas intervenciones milagrosas se reproducirán,
en efecto, a lo largo de la vida entera de Escrivá;
y no todas nos son conocidas puesto que, "por humildad",
en general prefería no hablar de ellas. Pero realmente,
sentencia el propio Escrivá, "ha habido intervenciones
extraordinarias, "cuando era menester"" (Vázquez,
124; el entrecomillado es nuestro).
La literatura hagiográfica destaca y magnifica este
carácter de la figura de monseñor Escrivá
como "elegido", como "enviado", como "ungido".
Pero es el propio fundador del Opus quien, con sus manifestaciones,
contribuye con frecuencia a ello. En el último período
de su vida, básicamente con dos tipos de comparaciones:
por una parte, al presentar al Opus Dei como "el pequeño
resto de Israel", como el grupo de aquellos que por su
fidelidad y por su ortodoxia han sido escogidos por Dios con
la misión de preservar la fe de la Iglesia (una elección
y una misión de las que Escrivá es, históricamente,
el instrumento por excelencia). Y, por otra parte, al poner
de relieve que el Opus Dei supone en la vida de la Iglesia
una realidad nueva, equiparable sólo a la de las primeras
comunidades cristianas. Dentro de la Iglesia católica,
en efecto, esta pretensión de conexión directa
con las comunidades cristianas primitivas, por inspiración
divina no menos directa, ha sido una de las características
de todos los movimientos de tipo "mesiánico".
Ya en su juventud Escrivá solía hacer, en un
lenguaje distinto y más explícito, esa misma
clase de comparaciones, en las que en último término
él mismo acaba identificándose no sólo
con una figura profética, sino con la propia figura
de Cristo. ("Ser otro Cristo" es, en él,
una expresión no inhabitual.) Así por ejemplo,
al recordar los inicios de la Obra, dice Escrivá: "Comenzaba
por no hablar de la Obra a los que venían junto a mí:
les ponía a trabajar por Dios, y ya está. Es
lo mismo que hizo el Señor con los apóstoles:
si abrís el Evangelio, veréis que al principio
no les dijo lo que quería hacer. Los llamó,
le siguieron, y mantenía con ellos conversaciones privadas;
y otras, con pequeños o grandes grupos...; así
me comporté yo con los primeros. Les decía:
venid conmigo... " (citado en Fuenmayor y otros autores,
35).
Durante los años cuarenta, a los jóvenes que
ingresaban en el Opus se les hablaba de los años iniciales,
en los que la Obra se reducía al grupo formado por
el "Padre" y los "primeros doce", entre
los que hubo también un Judas. Y Sastre escribe que,
a partir de 1937, Escrivá llama a Álvaro del
Portillo "con el afectuoso nombre de Saxum: roca"
(Sastre, 158). Cual nuevo Pedro, en efecto, monseñor
del Portillo ha sido el sucesor de Escrivá y el primer
prelado del Opus Dei.
8) El dinero
Instrumento escogido por Dios y objeto de favores especiales,
monseñor Escrivá es un hombre tan baturramente
convencido de que cuanto hace es voluntad divina, de que es
la "Obra de Dios" ("Dios está empeñado
en que se realice"), que quien actúa contra él
y contra el Opus actúa contra Dios. Por esta razón
se producen a lo largo de toda su vida intervenciones sobrenaturales
-según antes veíamos- "cuando era menester".
Este "cuando era menester" denota una singular
concepción del tipo de relación que Escrivá
mantiene con Dios. Sin querer entrar en una discusión
teológica del tema (aunque bueno sería que los
teólogos entraran en ella algún día),
diríamos que en la medida en que Escrivá es
un instrumento de Dios, Dios ha de hacerse cómplice
de Escrivá. Puesto que Dios "no me pidió
permiso para meterse en mi vida" (en Bernal, 63), ahora
Dios va a tener que atenerse a las consecuencias.
Una de las anécdotas favoritas de los biógrafos
de Escrivá es la siguiente: cuando tiene doce o trece
años, su hermana y unas amigas han estado haciendo
"un castillo de naipes con difícil equilibrio.
Josemaría entra de pronto en la habitación y
con un pequeño golpe se lo tira. Las chicas no pueden
ni creerlo; no va con su carácter. "¿Por
qué haces eso?", le preguntan enfadadas. Respuesta:
"Eso mismo hace Dios con las personas: construyes un
castillo y, cuando casi está terminado, Dios te lo
tira"" (Sastre, 40).
Este Dios arbitrario e incomprensible -que ha permitido la
muerte de tres hermanas pequeñas y una grave crisis
económica de la familia- es un Dios al que hay que
domesticar y convertir en manipulable. Son muy numerosas a
lo largo de la vida de Escrivá expresiones como ésta:
"Si haces esto, Dios se pondrá contento";
o bien las oraciones del tipo: "Señor, no me hagas
esto." Otro tanto podría decirse en el caso de
la Virgen y de los que Escrivá llama "Ángeles
Custodios": "Gánate al Ángel Custodio
de aquel a quien quieras traer a tu apostolado. Es siempre
un gran "cómplice"" (Camino, n°.
563); "Acostúmbrate a dar gracias anticipadas
a los Ángeles Custodios..., para obligarles más"
(Forja, n°. 93).
La relación con Dios se convierte así, con
harta frecuencia, en una relación de mercadeo. Acaso
la biografía de Sastre sea la que mayor número
de ejemplos reúne. El año 1943, en vísperas
de la muerte de Isidoro Zorzano, un joven ingeniero que había
sido el primero de todos los discípulos, "el Padre
le hace un encargo urgente. En estos momentos tiene una moneda
de cambio importante para pedirle favores a Dios: va a entregar
su vida, todavía en pleno rendimiento. Isidoro anota
en su mente y en su corazón las necesidades de la Obra:
lo primero, el inmueble donde montar, definitivamente, una
residencia universitaria en Madrid" (Sastre, 273).
Dos años antes, Escrivá había tenido
que desplazarse a Lérida, para dirigir unos ejercicios
espirituales. Deja a su madre en Madrid, gravemente enferma.
Al llegar a Lérida, "acude al sagrario de la capilla:
"Señor cuida de mi madre, puesto que estoy ocupándome
de tus sacerdotes"" (Sastre, 280).
Cuando en 1947, en Roma, quieren comprar el edificio de la
que será la sede central del Opus Dei y no tienen bastante
dinero, Escrivá considera que "si Dios necesita
este lugar para su obra", ya se encargará de lograrlo
(Sastre, 341). Y es que en definitiva, dice Escrivá,
en el Opus Dei "hacemos un buen cambio de moneda: cambiamos
fidelidad por felicidad" (Sastre, 388).
No es de extrañar que en el lenguaje a través
del cual se expresa esta relación de mercadeo, el dinero,
el "cambio de moneda", desempeñe un papel
importante. Como es bien sabido, el tema del Opus Dei y el
dinero es uno de los que mayor número de comentarios
ha suscitado en relación con la obra de monseñor
Escrivá. En cierto modo, y precisamente para defenderse
quizás, el tema está asimismo presente en todas
las biografías del fundador: Bernal, por ejemplo, le
dedica todo el último largo capítulo de su volumen,
con el título de "Padre de familia numerosa y
pobre" (Bernal, 313-351). En nuestro caso, todavía
no es éste el momento de ocuparnos globalmente de él;
la pregunta que por ahora habría que formularse sería
más bien la de la relación personal de monseñor
Escrivá con el dinero. La ambición de poder
y de prestigio de Escrivá, ¿incluye igualmente
una ambición de dinero? ¿Cabe hablar, en el
caso del "Padre", de la "sacra aurifames"
(el hambre de dinero, o afán por enriquecerse) de la
que trata Max Weber en "La ética protestante y
el espíritu del capitalismo"
La pregunta sólo admitiría una respuesta afirmativa
en el caso de preservar el adjetivo usado por Weber y de poner
en él el acento: el ansia de dinero es en todo caso,
para Escrivá, un ansia "sagrada". Sacralizada
incluso. Dicho de otro modo: nunca como en este caso se hace
tan evidente el recurso a la sublimación como mecanismo
de defensa, contra unos impulsos que los escrúpulos
religiosos le obligan a rechazar. Leyendo las biografías
del "Padre", se saca la conclusión de que
toda su vida anduvo falto de dinero y de que toda su vida
estuvo mendigando; con el método del "sablazo"
y con el sistema del mercadeo de que hablábamos: a
cambio del dinero que le da, la víctima del "sablazo"
recibirá "su dinero en el cielo, multiplicado
por cien... y la vida eterna" (Sastre, 172).
Así pues, Escrivá nunca tiene dinero (es "pobre
de solemnidad", dirá Bernal, 327); o nunca tiene
bastante. Si no tiene bastante, es porque el dinero que quiere
no ha de ser para él, sino para Dios. Tratándose
de las cosas de Dios -el culto, por ejemplo- "todo el
lujo, la majestad y la belleza me parecen poco" (Camino,
n°. 527). En el Antiguo Testamento, Dios había
dispuesto que "todo tenía que ser de oro. ¡Todo
de oro!" (en Bernal, 349). Y eso que en el Templo de
Salomón "no estaba Jesucristo real y verdaderamente
presente, como se encuentra en nuestros altares y en nuestros
sagrarios" (ibíd., 347). Con la riqueza en los
objetos de culto, comenta ese autor, monseñor Escrivá
"quería manifestar su cariño de enamorado";
Escrivá actúa igual que los enamorados, que
se regalan cosas preciosas, "lo mejor que tienen".
"Cuando ellos cambien, cambiaremos de parecer nosotros"
(en Bernal, 347).
Con las cosas de Dios, pues, no hay que escatimar. Al contrario:
el lema de Escrivá es en estos casos que "se gasta
lo que se debe, aunque se deba lo que se gaste". Y si
no hay más remedio, el "Padre" "solicita
ayuda económica, con inmenso dolor de su alma, pero
sin reparar en vergüenzas": es la hora de los "sablazos
a amigos, a allegados y a desconocidos" (Vázquez,
255).
Por lo demás, es evidente que el mismo Opus Dei forma
parte de este conjunto de cosas que son de Dios. Al fin y
al cabo, si el Opus Dei es voluntad de Dios y es la Obra de
Dios, que "se hizo a pesar mío" (Vázquez,
471), porque es Dios quien "está empeñado
en que se realice", de acuerdo con la lógica del
mercadeo es natural que también Dios tenga que poner
algo de su parte. Por esto, "cuando en 1944 surgieron
problemas económicos especialmente graves", con
su proverbial buen humor el "Padre" "solía
decir: Pedidle al Señor que nos dé dinero, que
nos hace mucha falta, pero pedidle millones, porque si todo
es suyo, lo mismo da pedir cinco que cinco mil millones y,
puestos a pedir..." (Berglar, 334; al parecer la cita
está tomada del texto del postulador de la causa de
beatificación de monseñor Escrivá).
Pocos años más tarde, en el momento de la adquisición
del edificio de la sede central romana, los propietarios exigen
e1 pago en francos suizos, y Escrivá exclama: "Como
no tenemos nada, ¡qué más le da al Señor
facilitarnos francos suizos que liras italianas!" (Vázquez,
250). La anécdota la recogen todos los biógrafos.
Ninguno considera necesario recordar, sin embargo, cuál
era en aquella época la legislación española
por lo que respecta a la posibilidad (o mejor dicho, la imposibilidad)
de sacar dinero del país. Y puesto que el dinero había
de salir fundamentalmente de España, algunos hijos
del "Padre", además de rezar, tuvieron que
dedicarse a "abrir caminos al Señor" (vía
Portugal, vía Andorra) para que llegasen, transformados
en francos suizos, hasta Roma. "¿Acaso trabajamos
para nosotros? ¡No! Pues, entonces, digamos sin miedo:
Jesús de mi alma, trabajamos para Ti, y... ¿nos
vas a negar los medios materiales?" (Forja, n°. 218).
Dennis Helming, quien en su biografía ilustrada de
monseñor Escrivá es otro de los que recuerdan
la existencia de "intervenciones extraordinarias, cuando
era menester" (Helming, 69), sitúa una de ellas
en la "City" de Londres, "el barrio de los
bancos y de los grandes negocios", el año 1958.
Escrivá está visitando el barrio y "le
sobrevino un sentimiento de impotencia viendo tanta manifestación
de riqueza y poderío"; oye entonces la voz, que
dice: "¡Tú no! (puedes); ¡Yo sí!
(puedo)" (Helming, 66).
9) La sexualidad
Habíamos dicho que monseñor Escrivá
era un hombre que refrenaba sus ambiciones y hemos tratado
de indicar -siquiera de forma fragmentaria- de qué
modo negaba y sublimaba sus impulsos. Pero pese a que hasta
aquí hayamos evitado el tema, es obvio que la represión
de las pulsiones tiene un componente sexual básico
y que cuando monseñor Escrivá habla de la necesidad
de "domar el potro" esta dimensión está
muy presente.
El tema, no obstante, es suficientemente delicado como para
ser prudentes y cuidadosos. Y no sólo porque el Opus
Dei se ha erigido en baluarte defensor de unas posturas muy
tradicionales en este terreno (¡y a fe que, en el seno
de la Iglesia católica, no es fácil destacar
en ortodoxia en materias de moral sexual!), sino porque, precisamente
desde unas posturas algo menos ortodoxas tal vez, cabe considerar
que una investigación no tiene derecho alguno a interferir
en un ámbito tan íntimo, que pertenece estrictamente
a la conciencia del individuo. En este apartado, pues, prescindiré
de todos los elementos de información procedentes de
otras fuentes, orales o escritas (y ni que decir tiene que
las habladurías" no escasean), para limitarme
exclusivamente a las informaciones "oficiales" que
varios miembros del Opus Dei se han considerado autorizados
a divulgar en sus publicaciones, además, por supuesto,
de los textos del propio monseñor Escrivá.
Quizá la más famosa de todas las máximas
del "Padre" sea la que se halla recogida en el número
28 de Camino: "El matrimonio es para la clase de tropa
y no para el estado mayor de Cristo." Para alcanzar a
comprender el sentido de la afirmación de Escrivá,
preciso es situarla en su contexto. Muchos años después
de haber escrito esa frase, él mismo hizo que le preguntaran,
en una de las entrevistas publicadas luego en el volumen de
"Conversaciones", sobre la compatibilidad entre
esta afirmación y su "doctrina sobre el matrimonio
como camino de santidad" y como vocación (Conversaciones,
n°. 92). En su respuesta, Escrivá explica: a)
que "la mayor excelencia del celibato no es una opinión
teológica mía, sino doctrina de fe en la Iglesia";
b) que cuando él escribió la
frase se tendía a valorar exclusivamente el celibato,
en detrimento del matrimonio, mientras que en el Opus Dei
se han valorado siempre ambas vocaciones, y c)
que al escribir que el matrimonio es para la clase de tropa
"no hacía más que describir lo que ha sucedido
siempre en la Iglesia" y que ello no quita que "en
un ejército la tropa es tan necesaria como el estado
mayor, y puede ser más heroica y merecer más
gloria".
Es de suponer que lo que sí es "opinión
teológica" suya, y no "doctrina de fe",
es esa equiparación de la Iglesia a un ejército,
donde los obispos constituirían el estado mayor y los
seglares la clase de tropa. Tratándose de todo un "precursor"
del Concilio que hablará de la Iglesia como "pueblo
de Dios", el recurso a este modelo piramidal del ejército
puede resultar sorprendente. No es tan sorprendente, sin embargo,
si se tiene en cuenta el contexto histórico en el que
se publica Camino, así como el tipo de personas a quienes
va dirigido. En efecto, Camino se publica en 1939, inmediatamente
después de concluir la guerra española ("Año
de la Victoria", según consta en la primera edición).
Y el Opus Dei se estructurará a partir de esa fecha
de acuerdo con un modelo piramidal, fuertemente jerarquizado,
con categorías distintas de miembros (como queda especificado
en las Constituciones de 1950), hasta el punto de que el propio
Escrivá lo definirá en más de una ocasión
como un "ejército ordenado" ("acies
ordinata").
Por más que en la actualidad se insista en que Camino
se dirige a hombres y mujeres, solteros y casados, de toda
clase social y de cualquier profesión, lo cierto es
que fue redactado pensando fundamentalmente en hombres, jóvenes,
de buena familia, universitarios, y dispuestos a comprometerse
a una vida de celibato. Unos hombres llamados justamente a
no ser "clase de tropa", antes, muy al contrario,
"caudillos". "¡Has nacido para caudillo!"
(Camino, n°. 16); "Viriliza tu voluntad para que
Dios te haga caudillo" (n°. 833); "Me dijiste
que querías ser caudillo" (n°. 931).
Cierto es que en el punto anterior a aquel en que habla del
matrimonio "para la clase de tropa", el "Padre"
emplea la expresión "vocación matrimonial"
(n°. 27). Pero no es menos cierto que más adelante
(n°. 360) vuelve a reproducir ese mismo punto íntegro,
para añadir la broma de que la mujer sea "buena,
guapa y rica", así como el consejo de que previamente
se pregunte uno si Dios no le pide más: es decir, la
renuncia al matrimonio.
También es cierto que en la actualidad el Opus Dei
cuenta con miembros solteros y casados, hombres y mujeres.
Pero durante sus primeros veinte años de existencia
(contando a partir de la fecha "oficial" de fundación)
admitió sólo a personas solteras. En cuanto
a las mujeres, inicialmente no entraban para nada en los proyectos
de Escrivá. "Nunca habrá mujeres -ni de
broma- en el Opus Dei" (citado en Gondrand, 63). A los
pocos días de escribir esta frase, una de aquellas
intervenciones sobrenaturales a las que antes aludíamos
le hace ver la necesidad de incluir a mujeres en el marco
del Opus Dei. "Por voluntad de Dios, pues, el Opus Dei
pasa a tener desde este día dos secciones, una de hombres
y otra de mujeres" (Sastre, 102). De tal forma que, según
Escrivá, si "la fundación del Opus Dei
salió sin mí, la sección de mujeres,
contra mi opinión personal" (Berglar, 83), "contra
mi inclinación y contra mi voluntad" (Sastre,
101). La sección femenina del Opus Dei, de todos modos,
quedará "radicalmente separada" de la masculina
(Constituciones, 1950, art. 437), porque, según decía
Escrivá recordando un proverbio castellano, "entre
santa y santo, pared de cal y canto" (Forja, n°.
414; Vázquez, 264).
Cabe preguntarse, desde luego, por las razones que hacen
necesaria la existencia de esta sección de mujeres,
que fue recibida con la ilusión y la sorpresa "de
un hijo no esperado" (Vázquez, 264). Cabría
incluso tener la tentación de explicarla a partir de
las funciones que a las mujeres les son atribuidas en las
Constituciones del Opus Dei: "la administración
de las casas" del Opus Dei en el caso de las "numerarias"
(art. 444.7), y "los trabajos manuales y el servicio
doméstico" en las casas del Opus Dei en el de
las "numerarias auxiliares" (en latín, "inservientes",
art. 440.2). Pero este tipo de explicaciones nos obligaría
a recurrir a la literatura "crítica", y en
este apartado nos habíamos comprometido a no hacer
uso mas que de las fuentes "oficiales"... Tales
fueron, en cualquier caso, las tareas básicas de la
madre y la hermana de Escrivá, "que quisieron
encargarse de la administración de nuestros primeros
centros" (Vázquez, 212). Al mismo tiempo, no obstante,
ninguna de las dos perteneció jamás a la Obra.
¿Por qué? Porque no tenían "vocación
al Opus Dei" (Vázquez, 211), pese a que ese mismo
autor había escrito, cinco paginas más arriba,
que en Burgos, en 1938, "el Padre manifestó a
Alvaro del Portillo un pensamiento que le venía rondando
con insistencia: si "meter" o no a la madre y a
la hermana en la Obra" (ibíd., 206).
Sea como sea, aunque la fundación "oficial"
de la sección femenina del Opus data de 1930, la mujer
está prácticamente ausente de un libro como
Camino. Puede decirse que todo el volumen fue concebido en
forma de reflexiones y consejos dirigidos a un "tú".
Y ese "tú" es siempre un hombre. "Que
vuestra oración sea viril. Ser niño no es ser
afeminado" (n°. 888). De la mujer apenas se habla,
y cuando se habla de ella no es, salvo en raras excepciones,
en segunda sino en tercera persona, como en aquel otro famoso
punto de Camino: "ellas no hace falta que sean sabias:
basta que sean discretas" (n°. 946).
Aun cuando "no es posible desdeñar la colaboración
de la mujer en el apostolado" (Camino, n°. 980),
en efecto, el papel de la mujer aparece en los textos y en
el pensamiento de monseñor Escrivá no sólo
como distinto, sino como subordinado al del hombre. Si en
el caso del hombre, "al que pueda ser sabio no le perdonamos
que no lo sea" (Camino, n°. 332), en el de la mujer
"no hace falta que sean sabias: basta que sean discretas"
(n°. 946). A las mujeres que llevan los centros de la
Obra, el "Padre" les da consejos sobre la forma
de preparar la comida, les recomienda "revistas de cocina",
y al regresar de sus viajes les proporciona "recetas
nuevas" (Helming, 55). En cuanto a la mujer casada, los
consejos del "Padre" son, según Gondrand,
"los de un confesor experimentado, lleno de sentido común
y de sentido sobrenatural": han de arreglarse y deben
preocuparse, "sobre todo con los años, de remozar
un poco la fachada, utilizando los cosméticos previstos
al efecto. Será un gesto de caridad para todos y un
medio de parecer más jóvenes ante sus maridos"
(Gondrand, 278). El hogar se convierte así en "un
remanso de paz, de alegría, de cariño y de belleza"
(Bernal, 57).
¿Nos hallamos muy lejos de aquel estereotipo cultural,
tan español por lo demás, de la mujer como "reposo
del guerrero"? Víctor García Hoz, presentado
por Sastre (p. 597) como una de las primeras "vocaciones
matrimoniales" del Opus, escribe en 1945, en una recensión
del libro "Santo Rosario" de Escrivá: "Es
un acierto más de D. José María Escrivá
presentar de nuevo el Rosario, no como pasatiempo cansino
de mujerucas, sino como arma, como algo que han de utilizar
los hombres que andan ocupados en cosas de guerra" (en
la revista "Arbor", n°. 9, 1945, p. 594). Y
Urteaga, al glosar el punto n°. 22 de Camino ("Sé
recio. Sé viril. Sé hombre"), hace una
apología de la "reciedumbre" y de la "virilidad"
(Urteaga, 1948, 63-70), a la vez que se pregunta "por
qué hemos dejado en muchas almas que se afemine esa
maravillosa intimidad del alma con Dios" (ibíd.,
66).
Aun así Ana Sastre, que es mujer, afirma que "Don
Josemaría tiene, ya en estos años, una visión
amplia y certera del papel que la mujer ha de jugar en el
mundo y en la Iglesia" (Sastre, 103).
Las palabras "sexo" y "sexualidad", monseñor
Escrivá las utiliza muy pocas veces. En general suele
abordar el tema indirectamente, evitando el uso explícito
del término, hecho que por sí solo podría
ser ya significativo. "No te asustes al notar el lastre
del pobre cuerpo y de las humanas pasiones: sería tonto
e ingenuamente pueril que te enterases ahora de que eso existe"
(Surco, n°. 134). "Eso" es "el aguijón
de la pobre carne, que a veces ataca con violencia" (Forja,
n°. 317, el remedio es "besar el Crucifijo");
son "las tentaciones de la carne" (Surco, n°.
847; el remedio es "juntarnos estrechamente a Nuestra
Madre en el Cielo"); son las "bajas tendencias"
(Surco, n°. 849; hay que "rezar despacio a la Virgen
Inmaculada"); es "la concupiscencia sucia y seca"
de "los afectos de la tierra" (Forja, n°. 477);
el "cieno vil de las pasiones" (Surco, n°. 414);
son, en definitiva, "instintos de machos y de hembras"
(Surco, n°. 835).
En una de las raras oportunidades en que Escrivá emplea
expresamente la palabra "sexualidad", es para afirmar:
"En estos momentos de violencia, de sexualidad brutal,
salvaje, hemos de ser rebeldes. Tú y yo somos rebeldes:
no nos da la gana dejarnos llevar por la corriente, y ser
unas bestias" (Forja, n°. 15). Pero "ni son
más hombres, ni son más mujeres, por llevar
esa vida desordenada. Se ve que, quienes así razonan,
ponen su ideal de persona en las meretrices, en los invertidos,
en los degenerados..., en los que tienen el corazón
podrido y no podrán entrar en el Reino de los Cielos"
(Surco, n°. 848). Si afirmara que tienen mayores probabilidades
de contraer el sida... ¡todavía!; pero por lo
que respecta a entrar en el Reino de los Cielos, según
el Evangelio también lo tienen difícil los ricos
(Mateo 19,23), e incluso pudiera ser que algunas "meretrices"
precedieran en él al amable lector, y a un servidor,
y al propio monseñor Escrivá (Mateo 21,31).
De todo ello se deduce, para el "Padre", la conveniencia
de tratar al cuerpo "con caridad, pero no con más
caridad que la que se emplea con un enemigo traidor"
(Camino, n°. 226).
En su caso personal, ya desde muy joven "su porte atractivo
debió causar impresión en las muchachas; y,
por ello, comenzó a cuidar la vista, sin dejar que
la mirada se enturbiase en la curiosidad" (Vázquez,
71). Una vez definida su vocación sacerdotal, para
él está claro que si bien "yo bendigo ese
amor (de los matrimonios) con las dos manos.., a mí
el Señor me ha pedido más" ("Amigos
de Dios", homilías, n° 84). Y pese a que "las
malas inclinaciones de nuestra naturaleza se sienten lo mismo
a los veinte años que a los cincuenta", la castidad,
prosigue monseñor Escrivá, es "un triunfo,
que nos da una paternidad maravillosa, muy superior a la de
la carne" (Berglat 52). Lo mismo había escrito
ya en Camino, precisamente en aquella reflexión sobre
"el matrimonio para la clase de tropa" con la que
iniciábamos este conjunto de observaciones y que termina
así: "¿Ansia de hijos? Hijos, muchos hijos,
y un rastro imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el
egoísmo de la carne" (Camino, n°. 28).
Como es bien comprensible, los biógrafos son parcos
en sus comentarios sobre la sexualidad en la vida personal
de. monseñor Escrivá. Según Berglar,
"es sabido que hay mujeres para las que nada es tan atractivo
como los hombres que quieren vivir el celibato, que quieren
ser sacerdotes o que ya lo son. No vamos a profundizar ahora
en el tema. Sólo diremos que tampoco el joven Josemaría
estuvo libre de tales acechanzas. Como cualquier persona joven,
tuvo que superar las tentaciones" (Berglar, 52).
Pero aunque este autor concluye que "en este terreno
no hay nada sensacional que valga la pena señalar",
lo cierto es que hay algún episodio que, sin ser "sensacional",
puede resultar no obstante bastante ilustrativo. Como por
ejemplo el hecho, comentado por Vázquez, de que cuando
Escrivá iba con su madre por la calle, en el Madrid
de los años treinta, la obligaba a caminar separada
de él: "No podemos ir juntos por la calle -le
decía- porque no llevo escrito en la frente que sea
hijo tuyo y no quiero correr el riesgo de escandalizar a alguien"
(Vázquez, 136).
En 1936, poco después del estallido de la guerra española,
el "Padre" tiene que esconderse y debe cambiar a
menudo de domicilio; por el mero hecho de ser sacerdote, corre
el riesgo de ser fusilado. En un momento especialmente delicado,
en que no tiene donde refugiarse, se produce el siguiente
episodio (Gondrand, 118; Sastre, 198; Vázquez, 170):
un amigo le ofrece la llave de una casa; la familia está
fuera de Madrid y el portero es un hombre de confianza. En
el piso hay sólo una criada, también de toda
confianza, que podrá cuidar de él. Escrivá
pregunta por la edad de la sirvienta. Veintidós o veintitrés
años. "El Fundador mira a este hombre que quizá
ha caminado la ciudad entera para buscar un escondite en el
que proteger la vida del Padre y le dice: "Hijo mío,
¿no te das cuenta de que soy sacerdote y de que, con
la guerra y la persecución, está todo el mundo
con los nervios rotos? No puedo ni quiero quedarme encerrado
con una mujer joven, día y noche. Tengo un compromiso
con Dios, que está por encima de todo. Preferiría
morir antes que ofender a Dios, antes que fallar a este compromiso
de Amor"" (Sastre, 198). "Con delicadeza y
energía le hizo entender que, teniendo un compromiso
de Amor con Dios, era temerario estar encerrado día
y noche con una mujer, más aún habida cuenta
de las circunstancias de desgaste físico y moral en
tiempo de persecuciones" (Vázquez, 170). De este
modo rechaza el ofrecimiento. Pero no le devuelve la llave
al amigo. Sino que "añade: "¿Ves esta
llave que me has dado? Pues va a ir a parar a aquella al-cantarilla."
Y acercándose al sumidero la deja caer" (Sastre,
198). ""¿Ves esta llave?", le dijo.
Se acercó a la boca de una al-cantarilla y la dejó
caer por su negrura. Arrojada la llave, desaparecía
la más remota ocasión de tentaciones" (Vázquez,
170).
"Por defender su pureza san Francisco de Asís
se revolcó en la nieve, san Benito se arrojó
a un zarzal, san Bernardo se zambulló en un estanque
helado... Tú, ¿qué has hecho?",
pregunta Escrivá (Camino, n°. 143). ¡Arrojar
una llave a la alcantarilla!
En ese mismo capítulo de Camino, dedicado a la "santa
pureza", hay dos puntos consecutivos (n°. 121 y 122)
que parecen inspirados en aquel "Pensamiento" de
Pascal: "L'homme n'est ni ange ni béte..."
Dice Escrivá: "Hace falta una cruzada de virilidad
y de pureza que contrarreste y anule la labor salvaje de quienes
creen que el hombre es una bestia" (n°. 121). Y continúa:
"Muchos viven como ángeles en medio del mundo.
Tú, ¿por qué no?" (n°. 122).
Porque -proseguía Pascal- "...et qui veut faire
l'ange fait la bete".
3. La originalidad de monseñor Escrivá
Llegados a este punto, alguien podría preguntar: ¿y
que hay de original en todo esto? Mejor dicho, llegados a
este punto, yo desearía que alguien preguntase: ¿y
qué hay de original en todo esto?
Pues no gran cosa, con franqueza. Por supuesto que un lector
geográficamente muy alejado del mundo ibérico,
culturalmente poco familiarizado con la que ha sido la historia
de España en el siglo xx, o religiosamente desconectado
del catolicismo romano tradicional, podría encontrar
muy originales la figura, el talante y las formas de actuar
de un personaje que sin lugar a dudas ha de parecerle sumamente
exótico. En cambio, a un lector católico, español
y de sesenta años, la figura de monseñor Escrivá
le parecería mucho menos original, precisamente porque
el contexto no le resultaría tan exótico.
Más que "un clásico de la espiritualidad
de todos los tiempos", Escrivá de Balaguer es
en el fondo "un hijo de su tiempo": el producto
de un país determinado y de una época y de una
Iglesia determinadas. La España del general Franco
y la Iglesia del papa Pío x. Si el Opus Dei no se hubiese
"visto nunca en la necesidad de ponerse al día",
como sostenía Escrivá, el Opus sería
hoy una organización paramilitar y profascista, antimodernista
e integrista. Si no lo es, es porque ha ido evolucionando
con el tiempo; como ha evolucionado la Iglesia católica,
como evolucionó el régimen franquista y como
evolucionó también monseñor Escrivá.
Con todo, la evolución jamás borra de golpe
el pasado, como si nunca hubiese existido. El pasado deja
huella ("deja poso", como decía Escrivá;
Camino, n°. 1). La Iglesia católica actual es heredera
de la de antes del concilio Vaticano II, y aun en los ambientes
más progresivos y progresistas cabe detectar tics de
un autoritarismo y un clericalismo más propios de una
situación de monolitismo cultural y de régimen
monopolístico que de un verdadero pluralismo. El sistema
monárquico y democrático español actual
conserva numerosos y notables tics heredados del largo período
de la dictadura franquista, en cuyo seno fueron socializados
-con bastante escasas excepciones- sus actuales líderes
políticos. Y en la capilla ardiente de monseñor
Escrivá de Balaguer, convertido en un supuesto "precursor"
del Concilio, se le puso entre las manos el crucifijo que
al morir tenía Pío X (Sastre, 632; Vázquez,
486), el papa del integrismo católico más beligerante.
Tras haber afirmado, por lo tanto, que en la figura de Escrivá
no hay gran cosa original y que es fundamentalmente el producto
de un país, de una época y de una Iglesia concretas,
habría que procurar no caer en el otro tópico,
que consistiría en presentarle como un "producto
típico" de esa Iglesia, de esa época y
de ese país. Las ideas, los comportamientos, la espiritualidad,
las devociones del padre Escrivá son fruto de un conjunto
de influencias, sociales e intelectuales, que sus biógrafos
sistemáticamente nos han escamoteado. Pero ello no
significa que Escrivá sea un integrista "típico"
ni un franquista "típico". Ni siquiera es
"typically Spanish". Y no lo es porque, por más
que sea hijo de su tiempo, no es un hijo "cualquiera"
de su tiempo. La suya es una personalidad fuerte y acusada;
guste o no, es un auténtico líder religioso;
y la obra que ha dejado en herencia no es simplemente una
más de las tantas fundaciones de la Iglesia católica
en el siglo xx.
Por inspiración divina, por habilidad personal o por
todo un conjunto de esas bromas, imprevistas e imprevisibles,
que suele gastar la historia, monseñor Escrivá
fue un hombre que generalmente supo estar en el lugar adecuado
en el momento oportuno. A principios de siglo la carrera eclesiástica
proporcionaba una de las plataformas de promoción social
para jóvenes ambiciosos de ciertas clases sociales
y de determinadas regiones españolas: pero Escrivá
fue seminarista en Zaragoza y no en su diócesis de
origen. Ordenado sacerdote, encontró la forma de irse
a Madrid, donde logró crearse una red de relaciones.
En 1938 está en Burgos, donde se ha instalado el estado
mayor de los vencedores de la guerra; regresa a Madrid el
día mismo de la entrada de las tropas franquistas en
la capital. Su incipiente organización comienza a extenderse
por toda la península: dirige residencias universitarias,
es una cantera de catedráticos de universidad y ejerce
un control casi monopolístico sobre los recursos destinados
a la investigación. En 1944 Escrivá dirige los
ejercicios espirituales de Franco.
En 1946 se traslada a Roma. Al poco tiempo, el Vaticano crea
una nueva figura jurídica de organización eclesiástica,
los institutos seculares, y el Opus Dei se convierte en el
primer instituto aprobado por la Santa Sede. En pocos años,
el organismo fundado por monseñor Escrivá ha
pasado de tener un estatuto de asociación diocesana
a otro de carácter pontificio. Y el Opus Dei se extiende
efectivamente a nivel internacional. Paralelamente a esta
siembra de socios del Opus Dei (casi todos españoles,
todavía) por el mundo entero, otros ocupan puestos
clave en la universidad así como, paulatinamente, en
el mundo de la economía y de la banca, en el mundo
de la administración pública española
y en el mundo de los medios de comunicación. Con la
incorporación de miembros casados, se amplían
sus bases de reclutamiento. Simultáneamente, algunos
miembros de la Obra penetran en el mundo de la Curia vaticana
y de sus diversas "sagradas congregaciones".
¿Para qué seguir? El desarrollo posterior está
relativamente documentado en la literatura "oficial".
Creación de centros de formación, escuelas,
clubs, residencias; centros de formación sacerdotal
propios; universidades propias. El "ropaje" jurídico
de los institutos seculares queda pequeño o deja de
ser el más adecuado. Pacientemente, el Opus Dei emprende
un camino de reconversión que le llevará a ser
la primera -y hasta ahora única- prelatura personal
de la Iglesia católica. En el momento de solicitar
formalmente esta transformación jurídica el
Opus Dei tenía -según un informe firmado por
el presidente general, Alvaro del Portillo- 72.375 miembros
de 87 nacionalidades distintas, que trabajaban en 479 universidades
y escuelas superiores, 604 periódicos y revistas, 52
emisoras de radio y televisión, 38 agencias de información
y publicidad, y 12 productoras y distribuidoras cinematográficas,
entre otras (citado en Fuenmayor y otros autores, 601 y 609;
véase asimismo la larga -y encomiástica- relación
de actividades y realizaciones en el librito de William West,
"Opus Dei. Exploding a myth").
Y todo esto, ¿es obra de un solo hombre? Por supuesto
que sí, dicen unos, deslumbrados por su carisma, por
su poder de atracción, por la sensación de seguridad
que inspira, por la fascinación que ejerce. Claro está
que no, dicen otros: Escrivá es el hombre impulsivo,
elemental, primitivo, de los rosarios y los cilicios, de los
sagrarios, los confesionarios, las mortificaciones y las penitencias,
de los "Ángeles Custodios" y de la "Virgen
Santa del Amor Hermoso", progresivamente manipulado por
unos individuos fríos y calculadores, distantes y controladores,
listos, buenos estrategas, que le escriben cuanto quieren
que diga y hasta le enseñan de qué forma tiene
que peinarse. Ni lo uno ni lo otro, tercian los de más
allá: cuando es manipulado, es porque él mismo
se deja manipular, porque le conviene y le interesa, y porque
en definitiva ello le beneficia. Falso todo de arriba abajo,
dice la versión "oficial" del Opus Dei. La
pregunta inicial estaba mal planteada. ¿Qué
quiere decir si es "obra de un solo hombre"? Basta
fijarse en el nombre: es "Obra de Dios".
4. Conclusión
Obra de Escrivá, Obra de Dios a través de Escrivá,
o bien Obra del "entourage" de Escrivá, lo
cierto es que la historia del Opus Dei, de la que vamos a
ocuparnos en los próximos capítulos, no es menos
paradójica que la historia personal de monseñor
Escrivá de Balaguer.
Así pues, llegado el momento de cerrar esta primera
sección, ¿podemos afirmar que hemos llegado
a algún tipo de conclusiones?
a) Las páginas que anteceden no son, ni han
tenido jamás la pretensión de ser, una biografía
del padre Escrivá. En el mejor de los casos constituyen
una aproximación fragmentaria, parcial, incompleta
y provisional a su figura, a algunos de los aspectos más
interesantes de su personalidad. Al mismo tiempo demuestran,
no obstante, que tampoco son verdaderas biografías
lo que oficialmente, desde el Opus Dei, se presentan como
estudios biográficos del fundador. Bromeando, el Padre
escribía en una ocasión que como muchas veces
había tenido que dormir "debajo de la mesa del
comedor con un libro de teología por cabezal, a la
fuerza soy buen teólogo" (Vázquez, 256).
Los biógrafos "oficiales" han tenido quizás
el privilegio de dormir con la cabeza encima de los documentos
del "Registro Histórico del Fundador", pero
no se han dado cuenta de que con esto no bastaba. Han querido
mitificar al "Padre" y lo han convertido en un "fetiche"
(Urteaga, 1948, 30), un "ser deforme", un "caso
para que lo estudie un médico modernista" (Camino,
n°. 133). No existe aún un buen estudio sobre monseñor
Escrivá de Balaguer. Y el personaje lo merece.
b) Bromeando otra vez, a un obispo amigo suyo que
le muestra un papel en el que se le ataca duramente, Escrivá
le dice que si le conocieran más "quizás
hubieran podido decir cosas peores" (Vázquez,
223). El buen estudio que Escrivá merece no habría
de servir para poder decir de él "cosas peores",
sino para comprenderle mejor. Para deshacer el engaño
de su transparencia, de su "coherencia y continuidad
inalterables" (Berglar, 327), y para adentrarse en su
complejidad. La personalidad de Escrivá es una personalidad
rica y complicada, y eso es lo que estas páginas han
procurado poner de manifiesto: "las paradojas" de
monseñor Escrivá. Si tuviésemos que arriesgarnos
a formular un juicio temerario como los de Berglar, más
bien nos atreveríamos a decir que si algo hay en Escrivá
que sea inalterable, es su sinceridad. Por lo menos hasta
el año 1946 (a partir de esta fecha ya no estaríamos
tan seguros y titubearíamos algo más: en los
próximos capítulos se verá por qué),
Escrivá es un hombre de una sinceridad radical. "No
hace teatro. Es imposible que sea teatro" (Calvo Serer,
en Martí Gómez y Ramoneda, 28). Y es sincero
en el sentido de que él es el primer convencido de
cuanto dice y cuanto hace: es, por decirlo así, el
primero en creer en su propia "propaganda".
c) Dado este carácter complejo, rico y paradójico
del personaje, pretender resumir su pensamiento en unas pocas
frases es imposible, porque la selección de los aspectos
subrayados contiene inevitablemente muchas dosis de arbitrariedad.
Aun así, y admitiendo la simplificación en la
que incurrimos, pero comprobando al mismo tiempo que la selección
es muy paralela a la que hace Raimon Panikkar (desde el distanciamiento,
pero desde un conocimiento muy directo; véase Moncada,
1987, 135s), propondríamos una síntesis basada
en dos textos muy complementarios de Escrivá, respectivamente
tomados de Camino y de Forja.
En esta oportunidad, evidentemente, el "Padre"
no bromea: "¡Caudillos!... viriliza tu voluntad
para que Dios te haga caudillo. ¿No ves cómo
proceden las malditas sociedades secretas? Nunca han ganado
a las masas. -En sus antros forman unos cuantos hombres-demonios
que se agitan y revuelven a las muchedumbres, alocándolas,
para hacerlas ir tras ellos, al precipicio de todos los desórdenes...
y al infierno. -Ellos llevan una simiente maldecida.
"Si tú quieres..., llevarás la palabra
de Dios, bendita mil y mil veces, que no puede faltar. Si
eres generoso..., si correspondes, con tu santificación
personal, obtendrás la de los demás: el reinado
de Cristo: que todos vayan con Pedro a Jesús por María"
(Camino, n°. 833; la cita es íntegra; los puntos
suspensivos, en el original; las últimas palabras,
en latín en el original: "omnes cum Petro ad Iesum
per Mariam").
"Los enemigos de Dios y de su Iglesia, manejados por
el odio imperecedero de Satanás, se mueven y se organizan
sin tregua. -Con una constancia "ejemplar", preparan
sus cuadros, mantienen escuelas, directivos y agitadores y,
con una acción disimulada -pero eficaz- propagan sus
ideas, y llevan a los hogares y a los lugares de trabajo su
semilla destructora de toda ideología religiosa. "¿Qué
no habremos de hacer los cristianos por servir al Dios nuestro,
siempre con la verdad?" (Forja, n°. 466).
De no ser porque antes habíamos adelantado que en
una selección como ésta la simplificación
es inevitable, bien tendríamos la tentación
de exclamar: ¡aquí está todo! 1)
La división del mundo en buenos y malvados, en cristianos
y enemigos de Dios y de la Iglesia. Unos: santos, generosos,
viriles, apostólicos, devotos; otros: demoníacos,
destructivos, marcados por el odio, por la agitación,
el desorden. 2) El lenguaje, cargadísimo
de connotaciones negativas: sociedades "secretas y malditas",
"antro, precipicio, infierno", "simiente maldecida",
"odio imperecedero", "acción disimulada",
"semilla destructora"; y el "caudillo"
de "voluntad viril" como único instrumento
capaz de hacer frente a la situación. 3)
Los medios "sobrenaturales" que este "caudillo"
debe emplear: la "santificación personal",
el apostolado ("llevar la palabra de Dios"), la
fidelidad a la Iglesia romana ("cum Petro"), la
devoción a la Virgen. 4) Los medios "materiales":
"qué no habremos de hacer los cristianos...".
Reconstruyamos la frase de Escrivá, modificando tan
sólo la adjetivación: los miembros del Opus
Dei, "con una constancia ejemplar (sin comillas), preparan
sus cuadros, mantienen escuelas, directivos y apóstoles
(no agitadores) y, con una acción eficaz y discreta
(en vez de disimulada), propagan sus ideas y llevan a los
hogares y a los lugares de trabajo la semilla bendita (en
lugar de destructora) de la religión". No es en
absoluto una mala definición de la pauta de conducta
de los miembros del Opus: los "buenos" han de oponerse
a los "malos" con los mismos medios que éstos
usan, única garantía de poderse enfrentar a
ellos con éxito. 5) El objetivo final
de Escrivá: "el reinado de Cristo", muy vinculado
a toda la tradición de la devoción al "Sagrado
Corazón de Jesús", vehiculada en España
sobre todo por la espiritualidad jesuítica de la época:
"reinaré en España", símbolo
y eslogan del integrismo, del antimodernismo, del esfuerzo
desesperado por frenar lo que posteriormente se ha dado en
llamar "proceso de secularización". Frenarlo,
como sea: "¡A golpe de látigo!", si
es preciso (Urteaga, 1948, 97-108): "Si en tu Patria
hay mano cobarde que acerca su tea encendida a la Iglesia
del Poderoso, no temas empuñar el arma. ¡No podemos
dejarnos matar! Que nadie se ría de un cristiano"
(ibid., 97), porque "los cristianos de hoy no tenemos
vocación de mártires, sino de guerreros"
(ibid., 98), y conviene que todo el mundo sepa que "los
cristianos de esta generación están dispuestos
a morir matando" (ibíd., 99).
¿Es esto el Opus Dei? Si admitiéramos, de acuerdo
con la literatura "oficial", que el Opus Dei no
ha cambiado desde el día de su fundación, el
Opus Dei sería "esto". Nuestra tesis es que
ha cambiado y que hoy no lo es. Pero lo fue en la España
de los años cuarenta.
d) Ya que no menos arbitrarios en la selección,
seamos muchísimo más breves en la presentación
de un texto que nos sirva como síntesis de algunos
de los principales rasgos de la personalidad de Escrivá.
En un encuentro con los primeros franceses que han ingresado
en el Opus, monseñor Escrivá les dice en 1959:
"Os quiero piadosos, alegres, optimistas, trabajadores
y pillos" (Sastre, 381). No está mal, como aproximación
al retrato del "Padre". Todas ellas son cualidades
de ese paradójico personaje; y la última constituye
acaso una buena clave para entender precisamente su carácter
paradójico. En Camino afirma Escrivá que "el
plano de la santidad que nos pide el Señor está
determinado por estos tres puntos: la santa intransigencia,
la santa coacción y la santa desvergüenza"
(n°. 387). Habría que añadirle una nueva
virtud: la de la "santa pillería", muy vinculada
a la cuestión de los medios antes mencionada. "Donde
no te llegue la inteligencia, pide que te alcance la santa
pillería, para servir mas y mejor a todos" (Surco,
n°. 942).
Pese a que en las devociones católicas tradicionales
existen ya santos patronos para casi todo, con el buen humor
contagioso del "Padre" propondríamos que
si la Iglesia decide efectivamente canonizarle algún
día, y si la sede está vacante, el nuevo san
Josemaría se convierta en el patrón de los pillos...
Alguien podría pensar tal vez que éste habría
sido un final divertido. Me apresuro a añadir que ni
me parece especialmente divertido, ni creo que pueda ser el
final. El buen humor del "Padre" no es lo único
contagioso. También las paradojas lo son. Como en las
piezas musicales en las que, llegados a un aparente final,
es preciso acudir de nuevo a las frases iniciales del movimiento,
también en este caso hay que volver a repetir algo
que ha sido dicho ya. El conjunto es más exótico
que realmente original; monseñor Escrivá es
un hijo de su país, de su época y de su Iglesia.
La "pillería" no es patrimonio exclusivo
de monseñor Escrivá; "santa" o "secularizada",
es cultivada entre los españoles como un deporte nacional.
El tráfico de influencias, el fraude en las declaraciones
de impuestos, la utilización de los mismos medios que
el adversario con objeto de combatirle con mayor eficacia,
son virtudes practicadas "discretamente" pero "descaradamente",
con "santa desvergüenza", del mismo modo que
se defienden con "santa intransigencia" aquellas
realidades definidas como intocables: monarquía, constitución,
ejército y "sagrada unidad de la Patria".
Toda la "modélica" transición política
española, a raíz de la muerte del general Franco,
se efectuó sobre la base del consenso tácito
de camuflar el pasado, de olvidarlo como si no hubiese existido
jamás. Alexander y Margarethe Mitscherlich hablaban
de la "Unfahigkeit zu Trauern", de la incapacidad
de proceder a lo que los psicoanalistas denominan el trabajo
del duelo, de asumir el pasado separándose de él
y de romper con el pasado asumiendo a la vez sus consecuencias,
como si se tratara de un fenómeno característico
del pueblo alemán en su relación con el nazismo.
Ese mismo fenómeno y esa misma incapacidad han podido
detectarse en la sociedad española de los años
setenta y ochenta, y son detectables todavía hoy en
las filas del Opus Dei.
Por último, en lo que respecta a los "caudillos"
y a los "golpes de látigo", a los "cristianos
generosos" y "dispuestos a morir matando",
monseñor Escrivá y el Opus Dei tampoco son especialmente
originales. Buena parte del clero español de los años
cuarenta pensaba y decía lo mismo. Los obispos españoles
aplaudían a Escrivá. Y algunos de los que no
aplaudían, así como los que se volvían
contra él, encabezados por los jesuitas, si atacaban
a Escrivá no era para manifestar así el radical
desacuerdo con sus ideas: le atacaban porque les hacía
la competencia y porque querían ser ellos quienes tuvieran
prioridad absoluta a la hora de dar palos.
Así pues, si a alguien le apetece interpretar estas
páginas como una crítica "devastadora"
de la figura de monseñor Escrivá, sepa al menos
que no ha sido esa nuestra intención.
Queríamos tratar de comprender, y, para llegar a comprender,
tan engañosa resulta la simple descalificación
como la pura mitificación. Escrivá es hijo de
una Iglesia y de una sociedad determinadas. Los españoles
de hoy son igualmente, si no sus hijos, sus nietos; incluyendo
a aquellos que, sin ser hoy católicos, fueron socializados
en aquella cultura. La sociedad española actual, de
derechas o de izquierdas, y la Iglesia española actual,
la "restauracionista" y la "progresista",
están repletas de pequeños imitadores del "Padre".
Si tras haber intentado comprenderle alguien le pretende juzgar
y quiere distribuir méritos y defectos, premios y castigos,
habrá de procurar que el reparto sea equitativo.
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