SANTOS
Y PILLOS. El Opus Dei y sus paradojas
Joan Estruch
CAPÍTULO IV. DESDE LA FUNDACIÓN OFICIAL
DEL OPUS DEI HASTA EL COMIENZO DE LA GUERRA ESPAÑOLA
(1928-1936)
1. Sinopsis de la versión oficial: la fundación
del Opus Dei
a) El mes de abril de 1927, José María
Escrivá llega a Madrid. El mes de junio es nombrado
"capellán del Patronato de Enfermos" y empieza
a "desarrollar una incansable labor apostólica"
(Berglar, 387). Se gana la vida dando clases, en la Academia
Cicuéndez. No es ya exactamente el período de
los "barruntos" (aquel "un buen día,
quién sabe cuándo, Dios le iba a exigir algo,
quién sabe qué", de Berglar, 37). Se trata
más bien del período en que espera, y ruega
a Dios que le manifieste su voluntad: "ut videam",
"que vea, Señor".
b) El año 1928, el día 2 de octubre,
"ve", "ve el Opus Dei", "Dios le
hace ver el Opus Dei". Lo ve "tal como Dios lo quería,
tal como iba a ser al cabo de los siglos" (Vázquez,
113). Y lo ve, además, con toda claridad: "no
fue una inspiración genérica, destinada a irse
concretando con el quehacer histórico, sino una iluminación
precisa y determinada" (Illanes, 1982, 87). Ve, en definitiva,
cuál es "la vocación específica
que la Providencia divina le había reservado desde
la eternidad" (Berglar, 68).
Sobre esta fecha y sobre su significación, los autores
del Opus Dei comentan, glosan y no acaban. Vázquez
de Prada explicará qué tiempo hacía aquel
día en Madrid (p. 16), qué noticias traían
los periódicos (p. 20), qué número había
salido premiado en el sorteo de la lotería (p. 21)
y qué películas echaban en los cines de Madrid
(p. 24), para concluir con una descripción del viaje
del "Zeppelín" aquel mismo 2 de octubre,
día en que Hindenburg cumplía los ochenta y
un años (p. 25).
A un nivel distinto, Fuenmayor, Gómez-Iglesias e Illanes
definen "la fisonomía de la Obra tal y como la
vio su Fundador", en una enumeración dc no menos
de doce rasgos fundamentales: llamada a la santificación
del mundo y a la "instauración del Reino de Cristo";
llamada a la valoración del trabajo profesional; llamada
a vivir la fe con radicalidad, en respuesta a la "intervención
de Dios en la historia" que supone la aparición
del Opus Dei; llamada a la santificación personal,
porque "no se trata de llevar adelante una empresa humana,
sino de participar en la aventura divina de la Redención";
llamada al apostolado; llamada a la unidad de vida; llamada
a hombres y a mujeres (aunque en este punto los autores admiten
que será en 1930 cuando Dios "le hizo comprender
que la luz recibida año y medio antes tenía
que ser comunicada también a mujeres"); llamada
a personas solteras y casadas (reservando a las primeras "determinadas
funciones de dirección o formación"); llamada
a sacerdotes y a seglares; llamada a la valoración
de la inteligencia (de ahí "el aprecio que don
Josemaría manifestó a las profesiones intelectuales,
consciente de su trascendencia social"); llamada al reconocimiento
de la "plena libertad de los miembros en todas las cuestiones
profesionales, sociales y políticas"; y, por último,
llamada a la universalidad o internacionalidad del Opus Dei
(Fuenmayor y otros autores, 39-47).
c) A partir de ese 2 de octubre de 1928 en que "Dios
se dignó iluminarle" (Berglar, 67), el padre Escrivá
no para quieto. Intensifica su vida de plegaria y de mortificación,
y empieza a buscar a "personas que pudieran entender
y vivir el ideal que Dios le había manifestado"
(Berglar, 387). Desde aquel mismo momento, dice Escrivá,
"no tuve ya tranquilidad alguna, y empecé a trabajar,
de mala gana, porque me resistía a meterme a fundar
nada; pero comencé a trabajar, a moverme, a hacer:
a poner los fundamentos" (citado en Illanes, 1982, 66).
Otros testimonios corroboran esa resistencia a emprender
una fundación nueva: "no me interesaba ser fundador
de nada" (citado en Vázquez, 115); "no quería,
no pensaba ni deseaba nunca hacer una fundación"
(citado en Sastre, 96). El "Padre" se pone a indagar
sobre algunas organizaciones católicas que habían
surgido hacía poco en Italia y en la Europa central,
"pensando que si alguna de ellas correspondía
a lo que Dios le había mostrado, se uniría a
ella para ser el último de todos" (Helming, 23).
Pero las informaciones que recibe le convencen de que éste
no es el caso; por lo tanto, no le queda otra solución
que "abrir brecha él solo" (ibíd.,
23).
En efecto, el Opus Dei no tiene precedentes inmediatos. Así
lo afirma Álvaro del Portillo: "Si se tiene en
cuenta el paréntesis -de muchos siglos- que había
entre la vida santa de los primeros seguidores de Cristo y
la espiritualidad de la Obra, se entenderá que no puedo
señalar ningún precedente inmediato del Opus
Dei" (Portillo, 1978, 40). ¿Cuál es ese
largo paréntesis que se cierra con la "visión"
del padre Escrivá? Que "al cabo de los siglos,
volvía a recordar a la humanidad entera que el hombre
había sido creado para que trabajara" (Sastre,
93). Esto es, según la versión "oficial",
lo que convierte a monseñor Escrivá en "un
pionero de la santidad de los laicos", y en "una
de esas almas excepcionales escogidas por Dios", cuya
misión "ha resultado uno de los elementos fundamentales
de la renovación eclesial suscitada por el Señor
durante los últimos decenios" (Alonso, 1982, 229).
d) El mes de febrero de 1930, al poco tiempo de haber
dejado escrito que nunca habría mujeres -"ni de
broma"- en el Opus Dei, Dios hace ver a Escrivá
que él sí quiere que en el Opus haya mujeres.
Luego tendrán que transcurrir otros trece anos para
que Dios, "metiéndose una vez más en su
vida", le muestre que quiere que exista asimismo "un
cuerpo o núcleo sacerdotal", puesto que "ésa
es la estructura de la Iglesia, y la que, a su modo, debía
reproducir también el Opus Dei" (Fuenmayor y otros
autores, 118s).
De esta forma quedará consolidada la triple fundación
del Opus Dei inicial, la sección femenina y la sociedad
sacerdotal. De la primera, Escrivá dirá: "Y
yo tengo que decir que no he fundado el Opus Dei. El Opus
Dei se fundó a pesar mío. Ha sido una voluntad
de Dios que se ha verificado y ya está. Yo soy un pobre
hombre que no he hecho más que estorbar, de modo que
no me llames fundador de nada" (citado en Vázquez,
472). De la sección de mujeres: "Os aseguro con
una seguridad física -así, física- que
sois hijas de Dios. Vosotras no habéis tenido fundadora:
vuestra Fundadora ha sido la Santísima Virgen"
(ibíd., 116). Y de la sociedad sacerdotal: "El
14 de febrero de 1943, después de buscar y no encontrar
la solución jurídica, el Señor quiso
dármela, precisa y clara" (ibíd., 233).
En resumen, y siempre según el "Padre": "La
fundación del Opus Dei salió sin mí;
la Sección de mujeres, contra mi opinión personal,
y la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, queriendo yo encontrarla
y no encontrándola" (ibid., 234).
Un mes después de haber fundado la sección
de mujeres, el 24 de marzo de 1930, el "Padre" escribe
una primera carta a cuantos, a partir de ahora, llamará
"hijos míos". Berglar hace singular hincapié
en la significación de dicho documento, del que reproduce
y comenta bastantes fragmentos (Berglar, 94-101). La carta,
que tiene "una gran importancia para la historia de la
Iglesia", ha sido traducida al latín, "idioma
de la Iglesia", y se conoce como "Singuli dies"
ya que, "como es normal en estos casos", tales cartas
suelen citarse por sus primeras palabras (Berglar, 94; las
cursivas son nuestras). Puede resultar oportuno recordar que
éste es, en efecto, el procedimiento que suele usarse
en el caso de las encíclicas de los Santos Padres.
Tampoco es del todo inoportuno llamar la atención sobre
el hecho de que el "Padre" redacta la carta "Singuli
dies" en un momento en el que aún no hay nadie,
"ni un solo miembro", en el Opus Dei, lo cual no
deja de suponer una innovación con respecto a las costumbres
pontificias.
e) En las postrimerías del año 1930
comienzan a llegar los primeros miembros del Opus Dei, "como
fruto de la ingente labor del Fundador con personas de toda
condición: hombres, mujeres, sacerdotes, estudiantes,
obreros, enfermos" (Berglar, 387). En la cronología
establecida por este autor al final de su volumen, para el
período 1931-1932 hace constar tan sólo que
Escrivá deja de ser capellán del "Patronato
de Enfermos" para pasar a serlo de "las Agustinas
Recoletas del convento de Santa Isabel", así como
que "los domingos va con un grupo de estudiantes a visitar
a los enfermos del Hospital General" (Berglar, 387).
j) El mes de diciembre de 1933, ya en plena república,
y seis meses después de la aprobación de una
ley que prohíbe a las congregaciones religiosas la
creación o el mantenimiento de escuelas privadas (Vázquez,
135), Escrivá inaugura su primera obra apostólica:
"la primera labor corporativa fue la Academia que llamábamos
DYA -Derecho y Arquitectura- porque se daban clases de esas
dos materias; pero significaba Dios y Audacia, para nosotros"
(Escrivá, 1975, 27).
La academia "funciona como centro cultural y de enseñanza";
además de las clases "de temas profesionales,
se organizan algunos ciclos de formación religiosa
y apologética", de los que no se encarga Escrivá,
sino un sacerdote amigo (Sastre, 173; véase igualmente
Bernal, 197). Al comenzar el curso siguiente, la academia
se traslada a unos locales más espaciosos, al mismo
tiempo que se convierte en residencia de estudiantes, "en
un barrio distinguido" de Madrid (Pérez Embid,
1963). Con este motivo Escrivá solicita al obispado
un permiso para poder instalar un oratorio en el edificio.
La petición figura como primer documento en el apéndice
documental del volumen colectivo de Fuenmayor (1989, p. 509).
En ella, Escrivá se presenta como director espiritual
de la academia-residencia, cuyo director técnico es
el arquitecto Ricardo Fernández Vallespín, uno
de los primeros "discípulos" del "Padre".
Es interesante comprobar de qué forma presenta Escrivá
las actividades de esta "primera obra apostólica
del Opus Dei". De acuerdo con lo expuesto en la solicitud,
en la academia se dan clases de religión, "además
de los fines culturales que le son propios". Por otra
parte, "se procura hacer obras de celo con los alumnos
y residentes de la casa y con otros estudiantes de todas las
Facultades y Escuelas Especiales, explicándoles el
Santo Evangelio, practicando el retiro mensual, atendiendo
a catequesis en los barrios extremos, etc ."; y es por
todo ello que desean poder tener en la casa "Capilla
y Sagrario con su Divina Majestad Reservado" (Fuenmayor
y otros autores, 509).
A finalizar el curso 1935-1936 la residencia se traslada
de nuevo, "a un noble palacio de esa misma calle de Ferraz"
(Pérez Embid, 1963); pero al cabo de una semana de
haber solicitado la autorización para trasladar asimismo
el oratorio (Fuenmayor y otros autores, 510) estalla la sublevación
militar del mes de julio de 1936, y en el ataque a un cuartel
próximo el edificio queda destruido.
g) Por último, preciso es señalar que
en 1934 Escrivá publica, además de "Santo
Rosario", obra "profundamente poética e intimista"
(Berglar, 168), un librito que lleva el título de "Consideraciones
espirituales", editado en la Imprenta Moderna, la antigua
imprenta del Seminario de Cuenca, ciudad cuyo obispo, pariente
lejano suyo, le había ofrecido tiempo atrás
una canonjía.
"Consideraciones espirituales", obra en la actualidad
prácticamente ilocalizable, es presentada por la literatura
"oficial" del Opus Dei como una primera versión
de Camino, el cual vendría a ser simplemente su reedición
ampliada. Así por ejemplo, se dice que "Consideraciones
espirituales", "en su segunda edición, sin
modificaciones y con algunos capítulos más,
aparecida en 1939, recibió el nombre de Camino"
(Gómez Pérez, 1976, 253). El propio Escrivá
afirma: "Escribí en 1934 una buena parte de ese
libro (Camino), resumiendo para todas las almas que trataba
-del Opus Dei o no- mi experiencia sacerdotal" (Conversaciones,
n°. 36). En la advertencia preliminar de "Consideraciones",
Escrivá había dicho que eran "apuntes,
escritos sin pretensiones literarias ni de publicidad, respondiendo
a necesidades de jóvenes seglares universitarios dirigidos
por el autor". Y el mismo año 1934, en carta dirigida
al vicario general de la diócesis de Madrid, le comunica
la inminente aparición de un "folletico",
explica que son "notas que empleo para ayudarme en la
dirección y formación de los jóvenes",
y añade que "no tienen pretensiones, ni importancia"
y que "sólo son útiles para determinadas
almas, que quieran de veras tener vida interior y sobresalir
en su profesión" (Bernal, 199).
En todo caso, el librito de 1934 "consta de 438 puntos
de meditación" (Gondrand, 94), mientras que Camino
tiene 999, es decir algo más del doble. Jamás
se ha efectuado un análisis comparativo de ambos textos:
sería sin duda muy interesante.
2. Algunas cuestiones pendientes
Es lógico que para este período inicial, y
relativamente lejano, sean numerosas las cuestiones no resueltas,
o no resueltas de modo satisfactorio. Cabría subdividirlas
-aunque sólo sea en orden a una mayor claridad expositiva,
ya que de hecho todas ellas están estrechamente emparentadas-
en cuestiones que básicamente afectan a la trayectoria
personal del "Padre", cuestiones relacionadas con
el Opus Dei en cuanto movimiento u organización naciente,
y cuestiones relativas a la aparición de los primeros
seguidores de Escrivá y primeros miembros, por tanto,
del Opus.
1) El padre Escrivá en Madrid
Aunque aparentemente se trate de cuestiones menores, en el
caso de la trayectoria del padre Escrivá durante esos
años habría que tomar en consideración,
por una parte el tema dc su incardinación en la diócesis
de Zaragoza y de la licencia que se le concede para residir
en Madrid, y, por otra parte, el tema de las razones y del
objetivo del traslado de Zaragoza a Madrid.
El primero de ambos aspectos fue planteado con cierta insistencia
por Giancarlo Rocca (1985, 9-14), según el cual pudiera
haberse producido alguna irregularidad en la situación
jurídica del padre Escrivá. A partir del momento
en que expira el permiso de dos años que se le había
otorgado en abril de 1927, sin que haya regresado a Zaragoza
ni tenga intención de hacerlo, no se sabe exactamente
cuál es la situación oficial de Escrivá.
Rocca explica que pese a sus múltiples intentos de
aclararlo, ni en el obispado de Madrid saben decirle si Escrivá
pasó a formar parte del clero de la diócesis
de Madrid, ni en la curia diocesana de Zaragoza existe constancia
alguna de que hubiese dejado de pertenecer a dicho obispado
(Rocca, 1985, 13). El autor llega a la conclusión de
que Escrivá no queda incardinado a la diócesis
de Madrid hasta 1942: es decir, trece años después
de la finalización del permiso, y con la guerra española
de por medio. El libro de Fuenmayor y otros autores, sin referirse
en ningún momento a las preguntas suscitadas por Rocca,
confirma este último extremo (Fuenmayor y otros autores,
26, nota 2). Antes de la publicación del libro de Rocca,
la literatura "oficial" nunca había aludido
para nada a la cuestión (Gondrand, 47; Berglar, 59);
posteriormente, en cambio, la mencionan, aunque sin precisión
alguna: el plazo inicial de dos años "irá
ampliándose" (Sastre, 82); Escrivá habría
visto renovadas "las oportunas autorizaciones canonicas"
los años 1929, 1930 y 1931, "la última,
para un período de cinco años" (Fuenmayor
y otros autores, 26).
Todo ello no revestiría aquí para nosotros
particular interés, si no fuera porque la cuestión
podría estar estrechamente relacionada con el porqué
de la voluntad de Escrivá de marchar de Zaragoza. Al
parecer, el seminarista Escrivá había mantenido
excelentes relaciones con el entonces arzobispo, el cardenal
Soldevila. Pero Soldevila muere en 1924 (víctima de
un atentado), y su sucesor, monseñor Rigoberto Doménech,
no trata a Escrivá con tanta deferencia. De suerte
que Escrivá, que quería ser sacerdote pero no
quería, según vimos ya, "ser el cura, que
dicen en España" (Bernal, 65), al día siguiente
de haber cantado la primera misa es destinado a una pequeña
parroquia rural. Al cabo de un mes y medio está ya
de regreso en Zaragoza, posiblemente con el pretexto de que
debe terminar los estudios de la carrera de derecho. Poco
después de haberse licenciado, es destinado a otro
pueblo, al cual llega el día 1 de abril, para permanecer
en él hasta el 17 del mismo mes; el día 19 sale
hacia Madrid, con el famoso permiso para hacer el doctorado.
Prescindiendo del hecho de que una vez en Madrid se dedica
a muchas otras actividades, pero sin sacar adelante la tesis
doctoral, habría que preguntarse para qué quiere
el título de doctor. Y parecería que, o bien
se trata de un mero pretexto para huir de Zaragoza, o bien
lo quiere porque en aquellos momentos su objetivo es el de
dedicarse a la enseñanza. Podría ser una pura
casualidad, pero no es seguro que sea mera casualidad: de
la época del Seminario y de la Universidad de Zaragoza,
Ana Sastre menciona exclusivamente los nombres de tres amigos
de Escrivá: don Félix Lasheras, el profesor
Legaz Lacambra y monseñor José López
Ortiz (Sastre, 68). El primero, sacerdote y capellán
castrense, fue durante muchos años catedrático
de latín (huelgan en este caso las referencias bibliográficas:
fue profesor mío en un instituto de Barcelona); el
segundo, catedrático de derecho (véase López
Rodó, 1990, 27), además de ser -¿otra
casualidad?- el traductor castellano de "La ética
protestante y el espíritu del capitalismo" de
Weber, y el tercero, también catedrático (López
Rodó, 1990, 29), antes de ser obispo y vicario general
castrense.
2) La fecha de la fundación
No obstante, éstas son todavía cuestiones relativamente
menores. En lo que respecta a este período (1928-1936)
es evidente que el tema básico es el de la fundación
del Opus Dei, fechada oficialmente en 1928. Y también
en este caso existen problemas no resueltos, o bien no resueltos
de forma tan satisfactoria.
Del análisis de la literatura oficial se deduce que
antes del día 2 de octubre de 1928 Escrivá no
tiene intención alguna de fundar nada. En ningún
momento se nos habla de la existencia de proyecto alguno,
previo a la "iluminación" divina. Sin dejar
de admitir la posibilidad de que realmente así fuera,
no hay duda de que el argumento sirve, de paso, para ahorrarse
el reconocimiento de la existencia de cualquier tipo de influencia
en el origen de la idea de Escrivá. Planteadas así
las cosas, en efecto, la atmósfera que Escrivá
descubre a su llegada a Madrid no va a tener absolutamente
nada que ver con la fundación del Opus, ya que (quod
erat demonstrandum) el Opus es la manifestación directa
de la voluntad de Dios.
¿Cuál es, sin embargo, esta atmósfera?
Fieles al principio de basarnos en toda la medida de lo posible
en autores pertenecientes al Opus Dei, veamos cómo
describe Antonio Fontán el ambiente de aquella universidad
madrileña en la que Escrivá se matricula de
los cursos de doctorado: "Los sectores dinámicos
del profesorado universitario español son predominantemente
prorrevolucionarios, acatólicos o neutrales en el orden
religioso, y en algunos casos muy notables, abiertamente anticatólicos"
(Fontán, 1961, 22). "Los profesores miembros de
organizaciones católicas eran muy escasos, y en las
universidades más importantes, como por ejemplo la
de Madrid, el movimiento cultural y científico lo dirigían
hombres de izquierdas o agnósticos y secularistas,
e incluso marxistas" (ibíd., 23). Hay un "descenso
de vitalidad creadora intelectual entre los católicos
españoles... (que olvidan) que tenían por misión
una presencia activa en las cosas de este mundo, y especialmente
en las más nobles y fecundas: la ciencia, la educación,
la cultura" (ibíd., 27).
Nos hallamos, prosigue Fontán (basándose en
este punto en un libro de Suñer, "Los intelectuales
y la tragedia española", 1937), con una auténtica
revolución, obra "de los ideólogos políticos
que conquistan la universidad en el primer tercio del siglo
", y que se propone "la implantación de una
España nueva, secularizada, contradictoria con la tradición
católica, que había sido columna vertebral de
toda la tradición nacional española" (Fontán,
1961, 31). Pues bien: "El punto de partida de esta revolución
profunda es Giner y la Institución Libre de Enseñanza",
un movimiento inicialmente pedagógico que se politizó,
que luchó contra el general Primo de Rivera y contra
la monarquía, y que contribuyó al establecimiento
del régimen republicano aliándose "con
los extremistas del socialismo y del anarquismo español",
y convirtiéndose en definitiva en "una "dique"
revolucionaria de dudosa sinceridad intelectual, que se proponía
apoderarse de todos los puestos de dirección de la
cultura española, sin reparar en la limpieza o calidad
de los medios que empleara para ello" (ibíd.,
31).
Leyendo esta última frase, se entiende que Aranguren
sostuviera hace ya muchos años que el Opus Dei era
exactamente una "parodia de la Institución Libre
de Enseñanza" (Aranguren, 1962, 12) y que el proyecto
de Escrivá consistía en último término
en copiar el modelo, invirtiendo sus objetivos. Si la Institución
fundada por Giner, con su Junta de Ampliación de Estudios,
había contribuido a la descristianización de
España, el Opus Dei de los años cuarenta, con
su control del Consejo Superior de Investigaciones Científicas
(¡que ocupaba incluso los mismos locales!), había
de "recristianizar de arriba a abajo a España,
desde la universidad" (Aranguren, 1962, 4).
De todo esto, sin embargo, los estudios "oficiales"
sobre monseñor Escrivá y sobre la fundación
del Opus Dei no dicen ni una sola palabra. Si algún
miembro del Opus Dei escribe acerca de la Institución
Libre de Enseñanza, lo hace en un contexto en el que
no cabe comparación alguna con el Opus (además
del libro de Fontán, 1961, ya citado, véanse,
en un tono mucho menos crítico, Orlandis, 1967, y Cacho,
1962); mientras que cuando escriben sobre los orígenes
del Opus Dei, ni siquiera mencionan la Institución
(sobre las posibles relaciones entre Institución y
Opus véanse, además del texto ya citado de Aranguren,
1962, Casanova, 1982, 152ss; y, sobre todo, Artigues, 1971,
20ss).
Asimismo, al referirse a la fundación del Opus Dei
la literatura "oficial" tampoco señala las
múltiples iniciativas de los jesuitas con las que Escrivá
entra en contacto a su llegada a Madrid. Hablaremos de ello
más adelante, al tratar concretamente del papel que
desempeña la Compañía en la historia
del Opus Dei. Por ahora, limitémonos a constatar que
un personaje como Ángel Ayala, fundador de la Asociación
Católica Nacional de Propagandistas, movimiento en
muchos aspectos paralelo al Opus Dei y al que pertenecen muchos
de los primeros discípulos de Escrivá, no es
mencionado ni una sola vez en las biografías del "Padre".
El año de la fundación oficial del Opus, el
presidente de los Propagandistas era otro personaje clave,
Ángel Herrera Oria. Bernal y Sastre tampoco le mencionan;
Vázquez lo hace en una sola ocasión, para decir
que en 1933 Herrera le ofrece un cargo a Escrivá y
que éste humildemente lo rechaza (Vázquez, 139).
Y Berglar tiene la osadía de pretender que Herrera
propuso una alianza de su Asociación con el Opus Dei,
porque "los jóvenes de la Obra que había
conocido le habían impresionado y quería ganarlos
para su movimiento" (Berglar, 231), cuando lo cierto
es que algunos de estos jóvenes habían ingresado
en el Opus Dei procedentes de la Asociación de Propagandistas.
El año 1932 (un año antes de la creación
de la academia Derecho y Arquitectura de Escrivá),
los miembros de la Asociación habían fundado
en Madrid otra academia (Centro de Estudios Universitarios)
para estudios de derecho: en ninguna de las biografías
aparece mencionada.
Un caso singular lo constituye el de otro jesuita, el padre
Valentín Sánchez Ruiz. La figura del padre Sánchez
es significativa por dos razones: en primer lugar porque fue,
según la leyenda, quien dio nombre al Opus Dei al preguntarle
un día a Escrivá, "¿y cómo
va esa obra de Dios?" (Gondrand, 62, quien prosigue:
"Fue como una revelación. Si debía tener
un nombre, que fuera ése: la Obra de Dios, en latín
"Opus Dei""). Y en segundo lugar, porque el
padre Sánchez fue el confesor de Escrivá, su
director espiritual desde 1927, es decir desde antes de la
fecha oficial de la fundación (Vázquez, 106).
Ingenuamente cabría pensar, pues, que el padre Sánchez
desempeñara algún papel en el origen del Opus
Dei.
Pero no. Viendo cómo habla de él Vázquez
de Prada desde el primer momento, se intuye en seguida que
no. Cuando el joven Escrivá iba a visitarle, para empezar
tenía que hacer "una larga caminata"; al
llegar, le hacían esperar, y a veces "la espera
era larga". Había días en que incluso "la
tardanza resultaba interminable. Nadie aparecía. Nadie
daba excusas". Y al final, podía suceder que después
de haber aguardado tanto le dijeran "que el padre Sánchez
Ruiz no podría verle". Vázquez exclama:
"Cualquier otro lo hubiera tomado corno una desatención
grave" (Vázquez, 106). Don Josemaría no,
por supuesto.
Dada la situación, Vázquez de Prada opta por
quitarle al jesuita el mérito de haber encontrado -aun
involuntariamente- en nombre del Opus Dei. Al explicar la
anécdota, no precisa quién hizo aquella pregunta,
"¿cómo va esa obra de Dios?" (ibíd.,
117). Bernal ya había hecho otro tanto: ""Alguien"
le preguntó: ¿cómo va esa obra de Dios?"
(Bernal, 116). Según Le Tourneau, fue "un amigo
de Josemaría" (Le Tourneau, 8). Y en el índice
onomástico de los volúmenes de Berglar y Sastre,
el pobre jesuita no aparece.
Aun así, sabiendo cómo las gasta el Opus Dei
tratándose del sacramento de la confesión, y
sabiendo qué dice monseñor Escrivá en
Camino acerca de la figura del director espiritual ("se
precisa mucha obediencia al Director", n°. 56; "Director.
-Lo necesitas. -Para entregarte, para darte..., obedeciendo.
-Y Director que conozca tu apostolado...", n°. 62),
es de suponer que si Sánchez Ruiz no tuvo intervención
directa en el origen del Opus, por lo menos había de
estar enterado del apostolado iniciado por el "Padre".
Pues tampoco: "Por supuesto, el confesor no se metía
en asuntos del Opus Dei; y don Josemaría no hubiera
permitido, por otra parte, interferencia alguna" (Vázquez,
116).
Ya puede empezarse a prever que el asunto va a terminar como
el rosario de la aurora. Efectivamente, así es. Puesto
que le debemos a Gondrand que haya sido el único en
explicar que fue el padre Sánchez quien le sugirió
al "Padre" el nombre del Opus Dei, dejemos que sea
también él quien nos cuente el final: concluida
la guerra, don Josemaría "se vuelve a confesar
habitualmente con él"; pero un buen día
el jesuita le dice que "la Santa Sede no aprobará
nunca el Opus Dei". "Don Josemaría queda
consternado ante este súbito cambio, ya que su confesor
siempre se había mostrado convencido del origen divino
de lo que había pasado en su alma aquel 2 de octubre
de 1928." Escrivá no logra explicarse ese cambio
de actitud si no es porque el jesuita "ha sido presionado
para que le disuada de fundar el Opus Dei" (en este punto
se plantea, por lo demás, un curioso interrogante:
¿cómo podría, en efecto, querer "disuadirle
de fundar" una Obra que "oficialmente" hacía
doce años que había sido fundada?). Y el padre
Escrivá cambia de confesor (Gondrand, 115).
En síntesis, pues, el año 1928 Escrivá
no tiene intención alguna de fundar nada, y la atmósfera
y la gente con las que se encuentra en Madrid no ejercen ninguna
influencia sobre un acontecimiento que se produce por intervención
directa de Dios. Más aún, incluso después
de esta intervención el "Padre" sigue resistiéndose
a hacer una fundación nueva. No se decidirá
a ello hasta que, después de haber buscado en vano
la existencia de alguna iniciativa similar, llegue a la conclusión
-como decía monseñor del Portillo- de que "no
hay precedentes". No entraremos aquí en el debate
sobre la existencia o la no existencia de precedentes: los
especialistas habrían de decir si, sin salir de Madrid,
una iniciativa como la de la Institución Teresiana
del padre Poveda presenta semejanzas con el Opus Dei, o si,
fuera de España, se asemejaban más o menos a
él otras fundaciones anteriores.
Para abreviar (y con el consiguiente riesgo de simplificar
un tanto), si la especificidad del Opus Dei consistiera realmente
en aquello que proclaman hoy sus representantes más
autorizados ("promover entre personas de todas las clases
de la sociedad el deseo de la perfección cristiana
en medio del mundo", Escrivá, "Conversaciones",
n°. 24; "desde el primer momento el objetivo único
del Opus Dei ha sido el que le acabo de describir: contribuir
a que haya en medio del mundo hombres y mujeres de todas las
razas y condiciones sociales que procuren amar y servir a
Dios y a los demás hombres en y a través de
su trabajo ordinario", ibíd., n°. 26), tal
vez lo mejor fuera invertir los términos de la pregunta.
Tal vez, en lugar de preguntarse si existe o no algún
precedente del Opus Dei, habría que preguntarse más
bien si existe en el Opus Dei algún elemento verdaderamente
original.
Por lo que al tema de la fundación del Opus Dei se
refiere, las cuestiones no resueltas podrían sintetizarse
en definitiva en un triple interrogante: ¿Cuál
es la originalidad de la fundación de Escrivá
del año 1928? ¿Coincide la fundación
de 1928 con la visión que dan hoy de ella los miembros
del Opus? ¿En qué sentido puede decirse que
el año 1928 es el año de la fundación
del Opus Dei?
3) Los primeros discípulos
Para acabar de poner difíciles las cosas, dejando
expresamente cuestiones por resolver, ni siquiera el tema
de los primeros discípulos del padre Escrivá
es de fácil solución. Si se pretende establecer
la lista, preciso es reconstruirla pacientemente a partir
del laberinto de nombres y datos que figuran en las distintas
biografías, en una desordenada mezcla que parece deliberadamente
destinada a crear confusión, y no claridad, ya sea
con el fin de no precisar con exactitud cuántos y quiénes
son los miembros del Opus durante estos primeros años,
ya sea en aplicación del principio -no escrito, pero
fácilmente verificable- según el cual no deben
mencionarse los nombres de aquellos que han abandonado la
Obra.
Veíamos más arriba que, según Berglar,
a partir de 1930 empieza a haber en el Opus Dei "personas
de toda condición: hombres, mujeres, sacerdotes, estudiantes,
obreros, enfermos" (Berglar, 387). De acuerdo con el
esquema más claro de Fuenmayor y otros autores (p.
36s), vamos a fijarnos en las primeras tres categorías,
y ya veremos luego si son estudiantes u obreros (enfermos,
en principio, tanto pueden estarlo unos como otros). Según
estos autores, en efecto, "el conjunto de los que han
escuchado su mensaje y le siguen" (Fuenmayor y otros
autores, 36) son:
-Siete u ocho sacerdotes, a quienes ha hablado de la Obra
"y con cuya colaboración cuenta, en mayor o menor
grado". Un único nombre propio: José María
Somoano, que fallecerá en 1932, "seguramente envenenado"
(Vázquez, 135). En las biografías se menciona
algún otro nombre: Lino Vea, "otro sacerdote que
quiso unirse a la Obra" (Berglar, 118), fallecido al
estallar la guerra española; o bien Norberto Rodríguez
(Sastre, 121). Los demás nombres podría ser
que no fueran mencionados porque, corno dice Vázquez,
"algunos de aquellos buenos sacerdotes resultaron su
"corona de espinas", por no ajustarse al mismo espíritu
que el Fundador" (Vázquez, 232). En cualquier
caso, lo cierto es que el día antes de la ordenación
sacerdotal de Álvaro del Portillo y otros dos miembros,
en 1944, el único sacerdote del Opus Dei es José
María Escrivá.
-"Algunas mujeres" (Fuenmayor y otros autores,
36), sin dar nombres ni precisar la cifra. La primera de todas
parece haber sido María Ignacia García Escobar
(Sastre, 114), fallecida en 1933. Pero ninguna de ellas "asimila
el espíritu específico del Opus Dei": en
1939 Escrivá "decide recomenzar esta labor casi
desde cero" (Fuenmayor y otros autores, 37). Como puede
comprobarse, pues, al finalizar el período inicial
que estamos considerando el Opus Dei tiene entre los sacerdotes
y las mujeres a sus primeros "mártires" (Berglar,
118s), pero ni un solo miembro.
-"Un grupo reducido de varones, miembros de la Obra"
(Fuenmayor y otros autores, 36). De los llegados antes de
1933, uno muere en 1932 -Luis Gordon-, y "los restantes
no perseveran", con la única excepción
de Isidoro Zorzano, que fallecerá en 1943. Pero a partir
de 1933 "el panorama cambia", y al estallar la guerra
Escrivá "cuenta ya con diez o doce hombres"
(ibíd., 36; es tan inverosímil que los autores
no sepan si eran diez o eran doce, que la única conclusión
posible es que no quieren precisarlo).
¿Quiénes son esos diez o doce?
Isidoro Zorzano. "Fuera de la Obra, su
nombre será conocido en cuanto concluya su causa de
beatificación, iniciada en 1948" (Berglar, 131).
Dado que la espera puede ser larga, ya que es evidente que
la "causa" de Zorzano no va al mismo ritmo que la
del "Padre", adelantemos entretanto que había
sido un condiscípulo de Escrivá en Logroño
y que poseía la nacionalidad argentina, hecho que permite
que desde 1930 don Josemaría, atento siempre a la "entraña
universal" de la Obra, exclame: "Ya tenemos en el
Opus Dei personas de los dos hemisferios" (Sastre, 144).
Era ingeniero.
Juan Jiménez Vargas. Cuando conoce al
Padre es estudiante de medicina. Miembro del Opus Dei desde
el mes de enero de 1933 (Gondrand, 87). Al estallar la guerra
vivirá con el "Padre", escondido; será
detenido y encarcelado (Sastre, 199s); acompañará
al "Padre" en su huida por Barcelona y los Pirineos;
alcanzada la zona franquista, será movilizado (Sastre,
220). Catedrático a los 27 ó 28 años
(Barcelona, 1941), será uno de los promotores de la
Facultad de medicina de la Universidad del Opus Dei en Navarra,
a partir de 1954 (Sastre, 422).
José María González Barredo.
Estudiante de química. Miembro del Opus Dei en 1933.
Es quien pone el dinero para pagar el alquiler del primer
piso donde se instala la academia DYA (Sastre, 150). En los
meses iniciales de la guerra, es quien proporciona a Escrivá
la llave que terminará en una alcantarilla (Sastre,
198), y posteriormente uno de los que se refugian con él
en la Legación de Honduras en 1937 (Berglar, 172).
Catedrático de física y química, y profesor
en dos universidades norteamericanas (Sastre, 148). Traductor
de Camino al alemán y al inglés (Sastre, 150s).
Ricardo Fernández Vallespín.
Estudiante de arquitectura, conoce al "Padre" en
mayo de 1933. Año y medio más tarde, Escrivá
le habla de la Obra, "de la cual no tiene aún
noticia alguna" (Sastre, 154), y él decide "ser
de eso" (un "eso" al cual "no acierta
a poner un nombre concreto", Sastre, 155). Director de
la academia DYA. El día antes de estallar la sublevación
militar, viaja a Valencia donde tenía que organizar
otra residencia (le substituía, en Madrid, Zorzano).
Hijo de militar, tiene a dos hermanos en la cárcel
por haber participado en el "pronunciamiento" militar
de 1932 (Sastre, 152). Catedrático de universidad.
Ordenado sacerdote en 1949. Pionero de la expansión
del Opus Dei en la Argentina (Sastre, 398).
Álvaro del Portillo. Entra en contacto
con Escrivá a través de una familiar: a todas
las señoras que colaboran benéficamente en el
Patronato de Enfermos Escrivá "les pregunta si
tienen algún pariente joven, estudiante" (Sastre,
120). Ingeniero de caminos. Miembro del Opus Dei en 1935.
Escondido con el "Padre" en Madrid durante la guerra.
En 1938, tanto la madre de Portillo como Escrivá se
hallan en Burgos: "El Fundador, por iluminación
divina, le anunció tajantemente: El día 12 se
pasa su hijo" (Vázquez, 196). En la fecha "intuida",
en efecto, cruza la línea divisoria de la España
republicana; es movilizado y destinado a un pueblo cercano
a Valladolid. Ordenado sacerdote en 1944: uno de los tres
primeros. Compañero inseparable del fundador, reside
en Roma desde los años cuarenta, y se convierte en
el sucesor de Escrivá en 1975.
José María Hernández de Garnica.
Conoce el Opus Dei en 1935. Estudiante de ingeniería
de minas, "pollo pera, y madrileño hasta la médula"
(Vázquez, 155). Encarcelado en Madrid en 1936, está
a punto de ser fusilado, es trasladado a un penal de Valencia
(Sastre, 159) y se incorpora al ejército republicano
(Vázquez, 191). Ordenado sacerdote al mismo tiempo
que Portillo, en 1944, se ocupará inicialmente de la
sección femenina del Opus. Más tarde irá
a Francia y a Inglaterra (Vázquez, 298), y durante
los años sesenta será uno de los pioneros del
Opus en Alemania (Berglar, 168).
Francisco Botella. Estudiante de arquitectura
cuando conoce al "Padre", en 1935 (Vázquez,
161; de ciencias exactas y arquitectura, precisa Sastre, 162);
es uno de los residentes en la academia DYA. Desde Valencia,
acude a Barcelona "con documentación falsa"
(Sastre, 210; es un "desertor del ejército republicano",
según Berglar, 178), para añadirse al grupito
del "Padre" en el periplo a través de los
Pirineos rumbo a la España franquista. Movilizado y
con destino en Pamplona, al cabo de un mes es destinado a
Burgos, donde se aloja en el hotel Sabadell, junto a Escrivá.
Catedrático de geometría analítica (Barcelona,
1941), en 1946 es ordenado sacerdote.
Pedro Casciaro. Compañero del anterior,
estudia lo mismo que él, y su trayectoria inmediatamente
antes y durante la guerra es idéntica a la de Botella.
Son los "Jaimitos" del Opus Dei de esos años
(Berglar, 189). Casciaro es hijo de un catedrático
de convicciones republicanas (Bernal, 49), y sus antecedentes
familiares le hacen sospechoso entre los militares de Burgos
(Vázquez, 190s). Un hermano menor, José María,
será decano de la Facultad de teología de Navarra
(Bernal, 294). A partir de 1940 dirigirá una residencia
en Valencia, cantera de futuros destacados miembros del Opus
(Sastre, 255s). Ordenado sacerdote en 1946, tres años
más tarde será enviado a América, donde
se convertirá en el primer promotor de la expansión
del Opus Dei en México (Berglar, 92).
Hasta aquí todas las biografías de Escrivá
coinciden. Las informaciones que aportan son diversas pero,
una vez reordenadas cronológicamente, complementarias.
Se trata de ocho hombres, jóvenes, solteros (y con
compromiso de celibato). Pese a la insistencia del Opus Dei
en el carácter "laical" de su espiritualidad,
a partir de 1944 la mayoría de estos primeros discípulos
se ordenarán sacerdotes. Por más que, según
Berglar, entre los primeros miembros del Opus había
ya "personas de todas las condiciones", son todos
universitarios. Y a pesar del pluralismo ideológico
que el Opus Dei dice haber reivindicado siempre, está
claro de qué lado se decantan sus preferencias en el
contexto de la situación española de la época:
algunos son detenidos en el Madrid republicano; se esconden,
posiblemente para rehuir la movilización militar; en
algunos casos expresamente se reconoce que son "desertores";
y tras su paso de la España "roja" a la España
"franquista", se desvanece toda resistencia a la
militarización inmediata.
Pero para el período que abarca hasta el comienzo
de la guerra teníamos que haber dado con "diez
o doce" (según Fuenmayor y otros autores), y lo
cierto es que hasta ahora las biografías de Escrivá
tan sólo nos han proporcionado ocho nombres indiscutidos.
Así por ejemplo, no figura en la lista José
María Albareda, porque no conoce al "Padre"
hasta el año 1937 (algunas fuentes hablan de 1936;
Alvaro d'Ors, 1974). El doctor Albareda, que no sólo
es uno de los que integran la expedición que por los
Pirineos cruza hasta la zona "nacional", sino que
juega un papel destacado para posibilitarla, es ya en ese
momento un científico de prestigio, que ha estado en
Alemania, en Suiza y en Inglaterra. A partir de 1939 será
la pieza clave del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
No se ordenará sacerdote hasta 1959. En 1962, cuatro
años antes de morir, será rector de la Universidad
de Navarra. (Sobre Albareda, véase Gutiérrez
Ríos, 1970.)
En la misma situación inicial se halla Tomás
Alvira. Amigo de Albareda, también él
integra la expedición que en 1937 huye de la España
republicana. En el caso de Alvira se da, sin embargo, un factor
decisivo que le impide formar parte de la lista de los primeros
del Opus: tiene "vocación matrimonial" (Camino,
n°. 27).
Uno de los que podrían figurar en la lista (y de hecho
algunos autores parecen incluirlo, como por ejemplo Vázquez,
155) es José Luis Múzquiz. Su
trayectoria es muy similar a la de cuantos hemos venido considerando:
conoce a Escrivá en 1934 ó 1935 (Bernal, 303);
durante la guerra aparece de vez en cuando por el hotel de
Burgos en el que se aloja el "Padre" (Bernal, 133).
Ingeniero de caminos, será sacerdote en 1944 (uno de
los tres primeros, por tanto). Muy relacionado con los primeros
contactos del Opus Dei con gente de Barcelona (Sastre, 261)
y de Valladolid (Sastre, 259). El año 1946 es enviado
a Portugal (Sastre, 366), y el año 1949 a Estados Unidos
(Nueva York, Chicago), donde se convierte en pionero del trabajo
del Opus Dei ("Father loe", Sastre, 388s), antes
de iniciar la implantación en el Japón nueve
años más tarde (Sastre, 464). Pero Berglar afirma
expresamente que sólo se hace miembro del Opus Dei
después de haber finalizado la guerra española
(Berglar, 219).
En orden a completar la lista de los "diez o doce"
primeros, tendremos que buscar pues otros nombres, pese a
que la información proporcionada por las biografías
de monseñor Escrivá es mucho más escasa.
Así por ejemplo, Pepe Isasa, quien conoce
al "Padre" desde el año 1932 y muere en el
frente durante la guerra. Su nombre no es citado en la mayor
parte de las biografías; de hecho, la única
que le menciona es Sastre, pero ella parece considerarle miembro
del Opus (Sastre, 146).
También esa autora es la única que parece situar
antes de la guerra la relación de Escrivá con
Fernando Maycas (Sastre, 120), el hombre que
iniciará el trabajo del Opus Dei en París (Sastre,
376).
Se dice de Jenaro Lázaro, artista y
escultor (Bernal, 344), que era uno de los que acompañaba
a Escrivá en sus iniciales visitas a los enfermos del
hospital (Vázquez, 133). Por una vez tendríamos
a alguien que no era ingeniero, ni arquitecto, ni médico;
pero no hay constancia alguna de que fuese jamás miembro
del Opus Dei.
Otro tanto cabría decir de Pepe Romeo,
otro de "los chicos que le acompañan en visitas
a hospitales" (Sastre, 143). Desconocemos su profesión,
pero sabemos que Escrivá era amigo de la familia (Bernal,
162). Y, sobre todo, que el "Padre" había
ido a su casa el día en que se encontró luego
con Isidoro Zorzano, así como que Romeo tuvo igualmente
una intervención indirecta en el primer encuentro de
Escrivá con Ricardo Fernández Vallespín.
Nadie afirma, sin embargo, que hubiese sido nunca miembro
del Opus.
¿Llegó a formar parte de él Manuel
Sainz de los Terreros? Ingeniero, había acompañado
al "Padre" en algunas ocasiones señaladas
antes de la guerra (Sastre, 184; Bernal, 288), así
como en la expedición de 1937. Berglar, por ejemplo,
menciona repetidamente su nombre a lo largo de todo este episodio
(Berglar, 176-183), pero a partir de esa fecha desaparece
definitivamente de todas las biografías.
¿Fue miembro del Opus otro estudiante "que frecuentaba
la residencia DYA" (Sastre, 201), llamado Eduardo
Alastrué? Será uno de los que con el
"Padre" se refugiarán en la Legación
de Honduras, el mes de marzo de 1937. Más aún,
durante este período él es quien pone por escrito
"las charlas y meditaciones de don Josemaría"
(Sastre, 202). En 1938, acompaña a Álvaro del
Portillo en su huida hacia Burgos (Sastre, 236).
¿Por qué razón su nombre no es ni siquiera
mencionado por el resto de la literatura "oficial"?
Si, de acuerdo con la leyenda de los años cuarenta,
hubo un "Judas" entre los "doce apóstoles"
del "Padre", es probablemente uno de esos nombres
que ahora estamos considerando.
Finalmente, quedarían aún otras dos personas,
que sin duda fueron miembros del Opus Dei, pero de las que
las biografías apenas hablan. Vicente Rodríguez
Casado, hijo de militar, es otro de los que viven
escondidos en Madrid al estallar la guerra. Cerca de dos años
permanece encerrado en la Embajada de Noruega (Sastre, 236),
hasta que huye con Portillo y Alastrué (Vázquez,
196). Por Bernal sabemos que fue catedrático (Bernal,
164); y por Sastre, que pertenecía ya al Opus Dei en
1936 (Sastre, 199; véase igualmente Gondrand, 111).
En cuanto a Miguel Fisac, estudiante de arquitectura,
a partir de la literatura "oficial" sabemos sólo
que desde el comienzo de la guerra vivía escondido
en su casa, en la región manchega (Berglar, 178), y
que fue otro de los integrantes de la expedición pirenaica
del año 1937. Si de Vázquez de Prada hubiese
dependido, ignoraríamos hasta su nombre, ya que se
limita a decir que se juntaron a la expedición Pedro
(Casciaro), Francisco (Botella) "y otro estudiante"
(Vázquez, 179). Miguel Fisac ha contado algunas cosas,
de su paso por el Opus Dei y de su posterior salida, en uno
de los libros de Alberto Moncada (1987).
3. Una hipótesis alternativa
A lo largo de estas últimas páginas progresivamente,
y de forma casi imperceptible, pero consciente y deliberada,
hemos estado adoptando lo que habíamos convenido en
llamar el "modelo epistemológico de Sherlock Holmes".
Quisiéramos cerrar ahora el capítulo relativo
al período inicial de la historia del Opus Dei proponiendo
una hipótesis alternativa, basada en el otro modelo,
el "modelo del padre Brown".
Efectivamente, a partir de los indicios dispersos y poco
sistemáticos que nos proporciona la literatura "oficial"
cabe la posibilidad de intentar reconstruir unos cuantos hechos:
como, por ejemplo, la lista de los primeros miembros del Opus
Dei y la fecha de su compromiso con la Obra de monseñor
Escrivá. Con lo cual se termina dando por supuesto,
sin querer, el elemento decisivo: la existencia misma del
Opus Dei, desde el momento mismo de su fundación oficialmente
fechada en 1928.
Si todo ello lo contempláramos desde una perspectiva
distinta, en cambio, podría ser que no llegásemos
a la conclusión de que la literatura "oficial"
del Opus Dei nos proporciona mezquinamente unas pocas pistas
dispersas e insuficientes, antes al contrario, que innecesariamente
está proporcionándonos demasiadas pistas, con
e1 objetivo tal vez de desviarnos del tema principal.
Por consiguiente, en vez de preguntarnos quiénes son
los "diez o doce" primeros miembros del Opus, y
si son diez o son doce, y cuándo ingresan en el Opus,
y si son todos universitarios o bien "de todas las condiciones
sociales", ¿por qué no preguntarnos sencillamente
"qué es" el Opus Dei en este período,
si es que algo es?
Invertida así la perspectiva, un primer dato sorprendente
es que si por un lado, "a partir del 2 de octubre de
1928 el Fundador del Opus Dei predica, con clarividencia y
fuerza inconmovibles, la santidad de los laicos en el mundo,
en el trabajo profesional, en la familia, en todas las encrucijadas
de los hombres" (Sastre, 93), por otro lado resulta que
"durante largos años" no habla de este 2
de octubre de 1928, por "humildad" y por "prudencia"
(Berglar, 69).
Así, con los jóvenes con quienes inicialmente
se reúne, "el Padre no habla todavía de
esa Obra de Dios cuyos cimientos está colocando"
(Gondrand, 58). Durante los primeros años, su punto
de encuentro es la casa de la madre dc Escrivá, donde
hacen "tertulias y meriendas" (Vázquez, 140);
pero del Opus Dei no se habla. Poco antes de ser designado
director de la academia DYA, Ricardo Fernández Vallespín
"no tiene aún noticia alguna del Opus", y
reacciona diciendo que "quiere ser de eso", sin
acertar a darle "un nombre concreto" (Sastre, 154).
Ni siquiera la propia familia de Escrivá está
enterada: "a su familia no le dice nada" (Gondrand,
56); todavía en 1933, ante las preguntas de su madre,
Escrivá "responde de manera evasiva", porque
"no le ha revelado lo ocurrido en su alma en aquel 2
de octubre" (Gondrand, 87). La madre y la hermana permanecerán
en la ignorancia hasta 1934: sólo entonces "les
habla con claridad de ese querer divino" (Gondrand, 99).
¿Y cuál es, en este momento, "la razón
por la que les cuenta todo eso"? En Aragón ha
fallecido recientemente un tío de Escrivá, sacerdote,
mosén Teodoro. Ha dejado unos bienes, unas tierras
(Vázquez, 141). Se trata ahora de vender estas propiedades
y de pedir a la familia que "renuncie a su patrimonio",
ya que con el producto de la venta "se podrían
sufragar los gastos de la residencia que piensa abrir en octubre"
(Gondrand, 99).
La primera conclusión es, pues, que durante cerca
de seis años el padre Escrivá no habla del Opus
Dei; y ni siquiera puede tenerse la certeza de que, al hacerlo
por vez primera con sus familiares, les hable más que
del proyecto de abrir una residencia de estudiantes.
En segundo lugar, ha de tenerse presente el hecho de que
durante todo este tiempo el Opus Dei no tiene nombre. "Ni
quiso en un principio el Fundador que su obra apostólica
llevara siquiera nombre" (Vázquez, 117). Bien
es cierto que según la leyenda el jesuita Sánchez
Ruiz habría "bautizado" involuntariamente
al Opus Dei, al formularle a Escrivá aquella pregunta:
"¿cómo va esa obra de Dios?" Y no
es menos cierto que simultáneamente habría empezado
a escribir aquellas cartas, como la "Singuli dies"
a que se refiere Berglar, y otras repetidamente citadas por
Fuenmayor, Gómez-Iglesias e Illanes en la primera parte
de su estudio. Pero mientras no exista una edición
pública e íntegra de toda esta documentación,
por más que en ella se hable del Opus Dei resulta difícil
saber exactamente en qué términos y con qué
fecha fueron redactadas las cartas. En cambio, en los demás
documentos de que se dispone el nombre del Opus Dei jamás
aparece para nada. En la correspondencia de Escrivá
con el vicario general de la diócesis de Madrid, por
ejemplo, hay alusiones al libro "Consideraciones espirituales"
y a la academia DYA, a "nuestro apostolado sacerdotal
entre intelectuales" (Vázquez, 143) y a las "obras
de celo con estudiantes" (Fuenmayor y Otros autores,
509): pero el nombre del Opus Dei no es mencionado.
Diversos autores (Artigues, Hermet, Walsh, Ynfante) han hecho
referencia a una denominación, "Socoin" (Sociedad
de cooperación -o de colaboración- intelectual),
como el posible nombre que Escrivá habría dado
inicialmente a su proyecto. Berglar es el único de
los "oficiales" que se hace eco de ello -aunque
sin citar expresamente a ningún autor- y comenta que
se trata de una asociación que "habían
fundado algunos miembros del Opus Dei para dar personalidad
jurídica a sus actividades culturales y apostólicas"
(Berglar, 228).
En todo caso, el hecho de que en el libro entero de Camino
(cuya primera edición es, como se recordará,
del año 1939) "no haya una sola referencia al
Opus Dei", el hecho de que la expresión "Opus
Dei" no aparezca ni una sola vez, parecería otorgar
plausibilidad a nuestra hipótesis alternativa: si durante
todos estos años Escrivá no habla del Opus Dei,
y si el Opus Dei carece de nombre, es porque el Opus Dei no
existe.
Plantear la cuestión en estos términos equivale
a tomar el rompecabezas de nuestra parábola inicial,
a comprobar que demasiadas piezas no acaban de encajar o están
mal colocadas y a deshacerlo en buena parte. Cabe la posibilidad
de que al proceder de esta forma estemos eliminando más
piezas de la cuenta. Estaríamos dispuestos a admitir
que probablemente es así, e incluso que con ello sacamos
del puzzle algunas piezas que tal vez estaban bien colocadas,
siempre que se quisiera reconocer a cambio que, tal como lo
presenta la literatura "oficial", al rompecabezas
le sobran piezas. En otras palabras: pretender suprimir "totalmente"
la fecha del 2 de octubre de 1928 de la historia del Opus
Dei, es probablemente excesivo; pero sería preciso
que se nos explicara el alcance real de esta fecha, sin magnificarla
y sin hacer de ella un mito en el peor sentido de la palabra
mito.
Bastaría que se nos dijera que los relatos fundacionales
del Opus Dei deben ser leídos como quien lee el primer
capítulo del libro del Génesis. Porque entonces
sabríamos que no han de ser juzgados de acuerdo con
los criterios "habituales" de lo que es "verdad"
o "mentira". Pero mientras se pretenda que el género
literario de dichos relatos es el de la tradición historiográfica
occidental, habrá que decir que lo que queda de nuestro
(incompleto) rompecabezas es lo siguiente:
Antes de 1936, el Opus Dei no existe. El padre Escrivá,
un joven sacerdote que no quiere ser exclusivamente sacerdote
y que desea dedicarse a la enseñanza, llega a Madrid
el año 1927. En Zaragoza había adquirido ya
la experiencia de dar clases en una academia; en Madrid reanuda
la experiencia, dando clases en una academia fundada por un
sacerdote, José Cicuéndez, dedicada "exclusivamente
a la preparación de asignaturas de la licenciatura
de derecho", y que funciona a la vez como residencia
para unos ocho estudiantes internos (Sastre, 81). Escrivá,
que realiza este trabajo "para conseguir el dinero necesario
para vivir y mantener a su familia" (Sastre, 103), concibe
la posibilidad de imitar el modelo, creando por su cuenta
una academia semejante. El objetivo sería el de lograr
que, al igual que en el caso de la academia Cicuéndez,
"muchos alumnos de esta academia llegaran a ocupar posiciones
notables en la vida profesional" (Berglar 81).
Por otra parte, con la proclamación de la república
(1931) y con la aprobación de una serie de leyes que
desmontan el sistema católico de enseñanza (expulsión
de los jesuitas y prohibición de los centros escolares
dirigidos por órdenes religiosas), dicho objetivo adquiere
carácter de mayor urgencia aún para alguien
como Escrivá, que sueña -igual que las fuerzas
católicas con las que está en contacto- en la
posibilidad de una "recristianización de España".
De este modo nace la academia-residencia DYA ("Derecho
y Arquitectura" "Dios y Audacia"). Persuadido
de la conveniencia de "prestar una mayor atención
a la labor apostólica con universitarios" (Fuenmayor
y otros autores, 85), el padre Escrivá hace suyos los
argumentos de un Ramiro de Maeztu:
"Nos encontrábamos con que lo que más
necesitábamos en aquel momento no eran razones, sino
espadas, pero para tener las espadas, necesitábamos
las razones; habíamos cultivado durante décadas
las espadas y al mismo tiempo habíamos permitido que
los hombres que las llevaban fueran educados en centros de
enseñanza donde no les enseñaban lo que era
la monarquía española, lo que era el catolicismo
en la vida nacional, lo que representaban en la unidad nacional
y en la defensa y conservación del espíritu
religioso de España" (citado en Fontán,
37).
El programa de gente como Maeztu, combinado con las limitaciones
impuestas por la legislación republicana, da lugar
al proyecto de Escrivá, quien en 1933 se lo comenta
a Juan Jiménez Vargas en los siguientes términos:
"habría que hacer, entre otras cosas, centros
docentes no oficiales, impregnados de sentido cristiano desde
el principio al fin, pero sin llamarse nunca católicos"
(Bernal, 196).
El estallido de la guerra española hará que
durante tres años tengan la palabra "las espadas",
por encima de "las razones". Escrivá y los
universitarios que le siguen percibirán muy claramente
al servicio de cuál de los dos bandos han de poner
tanto "espadas" como "razones". Y el resultado
de la guerra va a modificarlo todo: no hará ya ninguna
falta pensar en "centros docentes no oficiales".
El Opus Dei, inexistente en cuanto a tal antes de 1936, nacerá
durante los últimos meses de la guerra, o inmediatamente
después, con una fuerza arrolladora.
Repetimos que en el estado en que acabamos de dejar el rompecabezas
faltan piezas y que seguramente hemos eliminado alguna más
de la cuenta. Pero al menos las que ahora quedan encajan todas.
Y, como decía el padre Brown, acaso estamos empezando
a "ver por primera vez cosas que desde siempre hemos
conocido": acaso hemos "descubierto" algo en
el sentido más literal de la palabra, a base de eliminar
aquello que, "recubriéndolo", lo estaba "encubriendo".
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