SANTOS
Y PILLOS. El Opus Dei y sus paradojas
Joan Estruch
CAPÍTULO VIII. 1946: ROMA
1. Observaciones generales
El año 1946 es un año absolutamente decisivo
en la historia del Opus Dei. Es el año del "grand
tournant", el año al final del cual nada será
ya como antes, el año después del cual el Opus
Dei comenzará a parecerse en muchos aspectos a lo que
es en la actualidad.
Al comenzar el año 1946, el Opus Dei tiene "centros"
(casas o residencias de estudiantes) en ocho o nueve ciudades
españolas, y cuenta con unos doscientos cincuenta socios
y cuatro sacerdotes. Al acabar el año, los sacerdotes
ordenados son ya diez, y ha empezado -o está a punto
de empezar- la implantación de la Obra en Portugal,
Italia, Inglaterra, Irlanda y Francia. Al comenzar el año
1946, el padre Escrivá no ha salido nunca de la Península
(si exceptuamos el breve recorrido por la vertiente norte
de los Pirineos, durante la guerra, para pasar de la zona
republicana a la zona franquista); cuando acaba el año,
ha hecho dos viajes a Italia, ha sido recibido dos veces por
el Santo Padre, ha fijado su residencia en Roma y está
a punto de recibir el nombramiento de "prelado doméstico"
que le otorga el derecho al tratamiento de "monseñor".
También Álvaro del Portillo reside en Roma,
así como Salvador Canals y algunos otros (Sastre, 329);
y los últimos días del año llegan cinco
mujeres de la sección femenina, "que habían
de atender el piso", cargadas de maletas y con "una
tortilla de patatas, que hizo los honores de la cena"
(Vázquez, 245). Ya dentro del año 1947, la revista
"Arbor" informa que "se proyecta instalar en
Roma una delegación del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, con el fin de que la Ciudad Eterna quede
íntimamente vinculada con la inquietud cultural de
nuestros hombres de ciencia" ("Arbor", n°.
21, 1947, 569; la noticia es ampliada en el n°. 23, 1947,
324s).
La internacionalización del Opus Dei es, pues, un
hecho que arranca del año 1946. Si hasta entonces los
documentos oficiales especificaban que "Opus Dei unicum
habet domicilium nationale" (Fuenmayor y otros autores,
513), a partir de ahora la literatura "oficial"
podrá comenzar a proclamar que "el Opus Dei nació
con entraña universal, católica". Los más
atrevidos incluso podrán llegar a afirmar que Escrivá
abandona "una España en la que no existía
la necesaria libertad, que para él era un derecho natural
y una condición indispensable para poder dirigir el
Opus Dei en todo el mundo" (Berglar, 235). Más
que un ejemplo de "alternación", la frase
parece mas bien una pura tergiversación de los puntos
de vista de Escrivá; pero ello le permitirá
a Berglar calificar al "Padre" de "apóstol
universal", equiparándole a san Pablo, san Ignacio,
san Francisco Javier, san Agustín, santo Tomás
de Aquino y san Francisco de Sales (ibíd., 235).
A otro nivel, al comenzar el año 1946 el padre Escrivá
es "un sacerdote sincero, honesto, sencillo, ingenuo",
que en Roma descubrirá "la intriga" y un
estilo de actuación y de gobierno, en el seno de la
Iglesia, que le persuadirán de que también él
puede saltarse o esquivar ciertas normas de comportamiento
siempre que le convenga (Walsh, 58). Apresurémonos
a precisar que, a nuestro juicio, los adjetivos utilizados
por Walsh -más o menos basados en declaraciones de
Raimon Panikkar- son poco adecuados y en exceso ambiguos.
Según el uso que se quiera hacer de las palabras, también
podría decirse que con toda la experiencia acumulada
de un hombre que hace veinte años que es sacerdote,
que ha pasado por la guerra, ha fundado el Opus, ha padecido
persecuciones y ha dado ejercicios espirituales a Franco,
el "Padre" no es "ingenuo". Ni es "sencillo"
el epíteto que mejor encaja para designar a un hombre
que ha ennoblecido su nombre y se ha convertido en el padre
Escrivá de Balaguer. Por otro ., negarle la "honestidad"
y la "sinceridad" a partir de 1946 parece excesivo
y, muy probablemente, erróneo: al referirnos a la figura
de Escrivá en los capítulos iniciales ya habíamos
dicho que daba más bien la impresión de ser
un hombre perfectamente "sincero", en medio de sus
pasiones y de sus ambiciones.
A fin de distanciarnos, pues, de la ambigüedad de estos
calificativos y de esta clase de juicios, lo que nos parece
importante retener es la única afirmación textual
de Panikkar, reproducida igualmente en el texto de Walsh.
Panikkar ha comentado en varias ocasiones que el "Padre",
después de su primera estancia en Roma, dijo textualmente
a un pequeño grupo de los suyos: "Hijos míos,
en Roma yo he perdido la inocencia." Raimon Panikkar
fue uno de los seis sacerdotes del Opus Dei ordenados en 1946:
resulta curioso observar que mientras "todas" las
biografías de Escrivá mencionan los nombres
de los tres primeros ordenados el año 1944, "ninguna"
de ellas menciona los nombres de los ordenados en 1946, a
pesar de que tres de entre ellos son discípulos "de
la primera hora" (Francisco Botella, Pedro Casciaro,
Ricardo Fernández Vallespín); no es nada improbable
que el hecho de que no todos hayan continuado dentro del Opus
Dei sea el motivo de este sorprendente silencio. (Acerca de
la visión actual que Panikkar tiene del Opus Dei, tema
del que le agrada tan poco hablar que, respetando su actitud,
recurriremos a él mucho menos de lo que hubiésemos
deseado, véanse las que tal vez sean las mejores páginas
de todo el libro "Historia oral del Opus Dei"; Moncada,
1987, 129-138.)
"Hijos míos, en Roma yo he perdido la inocencia":
a pesar de su experiencia acumulada, Escrivá continúa
teniendo una visión particular, local, y según
cómo hasta provinciana, de la Iglesia y de la sociedad.
No conoce más que la Iglesia y la sociedad españolas
de la época: ¡y qué sociedad y qué
Iglesia!
En Roma, todo tiene otra dimensión, completamente
distinta. Si Escrivá llega más o menos convencido
de la relativa originalidad del Opus Dei, en Roma descubre
rápidamente que dentro de la Iglesia católca
proliferan movimientos e iniciativas hasta cierto punto paralelos
(el padre Gemelli, misioneros de la Regalitá, Milites
Christi, grupos de NotreDame-de-Vie, Compañía
de San Paolo, etc.; véase Rocca, 1985, 34-47). Y descubre
también aquello que Walsh llama "la intriga":
los tejemanejes que hay en la Curia vaticana, no porque se
trate del Vaticano, sino porque se trata de la Curia, porque
se trata de una burocracia que sociológicamente funciona
como funcionan todas las burocracias. Descubre, en otras palabras,
lo que Max Weber llama "los secretos del oficio",
propios de cualquier burocracia.
En este sentido ha de entenderse la frase de Escrivá,
"he perdido la inocencia": la experiencia de Roma
es una experiencia dura, pero al mismo tiempo profundamente
liberadora. A partir de 1946 ya no ha de reprimir de la misma
manera que antes sus ambiciones: los medios que emplea el
Vaticano, también él puede emplearlos. "De
cara a Dios Nuestro Señor tengo el deber de poner todos
los medios limpios sobrenaturales y humanos para cumplir la
Santa Voluntad de Dios, en lo que concierne al establecimiento
de su Obra, tal como Él me la ha dado a entender"
(Fuenmayor y otros autores, 345). Si el mundo pertenece a
los "pillos", e incluso en la Iglesia se actúa
con "pillería", quiere decir que Dios pide
que "seamos pillos". La "pérdida de
la inocencia" para Escrivá equivale, no a la adquisición,
pero sí a "la santificación de la pillería":
en Roma, a partir del año 1946, la "pillería"
del "Padre" se transforma en una "santa pillería",
puesto que Dios mismo "escribe derecho con líneas
torcidas" (Fuenmayor y otros autores, 295).
Finalmente, el año 1946 resulta decisivo en la historia
del Opus Dei, porque si al comenzar el año es simplemente
una institución de derecho diocesano, erigida en el
obispado de Madrid, a partir de febrero de 1947 se convertirá
en una institución de derecho pontificio, es decir,
de toda la Iglesia. Más aun: como hemos visto en el
capítulo anterior, al comenzar el año 1946 ni
siquiera se sabe bien cuál es el estatuto jurídico
concreto del Opus Dei, ni cuál es su articulación
exacta con la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, que es
la que realmente fue aprobada el año 1943 como "sociedad
de vida común sin votos" de régimen diocesano.
Y como veremos en seguida, esta dificultad estará muy
presente a lo largo de todas las negociaciones llevadas a
cabo en Roma, durante el año 1946, por Portillo y Escrivá.
En cambio, y a partir de la segunda mitad del año 1946,
los documentos oficiales comenzarán a hablar definitivamente
de la "Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei"
como de una institución única, y oficialmente
reconocida como tal.
2. Cronología de un año decisivo
Muy esquemáticamente, la cronología de los
acontecimientos "romanos" del año 1946 es
la siguiente:
-El mes de enero regresa a Roma Salvador Canals, tras haber
pasado las Navidades en España.
- El mes de febrero vuelven a Roma Alvaro del Portillo y
José Orlandis. Portillo lleva los documentos para la
solicitud de un régimen de derecho pontificio, y no
diocesano, además de unas sesenta cartas de recomendación.
"La acogida fue cordial", pero "el balance
inicial de las gestiones no fue positivo" (Fuenmayor
y otros autores, 148).
- Entre el mes de febrero y el mes de junio viven en un piso
amueblado en el centro de Roma ("todos los balcones se
asoman a la belleza de la Piazza Navona"; Sastre, 325),
obtenido gracias al cónsul de España. El mes
de mayo Orlandis regresa a España.
- El 10 de junio Portillo escribe a Escrivá pidiéndole
que acuda a Roma; dos días más tarde reitera,
en una segunda carta, da necesidad de su presencia en la Ciudad
Eterna" (Fuenmayor y otros autores, 156s). Los días
20 y 21 de junio Escrivá está en Barcelona,
donde embarca con Orlandis hacia Génova. Llega a Roma
el día 23 y es acogido en el nuevo piso que han alquilado,
junto al Vaticano ("el comedor se asoma a la plaza de
San Pedro (...) y, muy cerca, se ve la ventana iluminada de
la Biblioteca privada del Papa"; Sastre, 329).
- El 16 de julio, el padre Escrivá es recibido en
audiencia por Pío XII.
- El 31 de agosto, Escrivá viaja a Madrid, con un
documento "en que se aprobaban los fines de la Obra",
y con "las reliquias de Santa Mercuriana y San Sínfero,
dos niños martírizados en el siglo II"
(Vázquez, 244). A finales de septiembre tiene lugar
la ordenación de seis nuevos sacerdotes del Opus Dei
(o de la Sociedad de la Santa Cruz).
- El 8 de noviembre, después de pasar otra vez por
Barcelona, regresa definitivamente a Roma.
- El mes de diciembre es recibido de nuevo en audiencia por
Pío XII. Antes de acabar el año, llegan a Roma
"las (cinco) de la Obra que habían de atender
el piso", pese a que éste "era reducidísimo
de espacio" (Vázquez, 245); las mujeres irán
"a dormir a una residencia próxima" (Sastre,
335).
Si bien las anécdotas ocupan páginas y páginas
de las diversas biografías de monseñor Escrivá,
aquí nos limitaremos exclusivamente a tratar de encontrar
algún elemento de respuesta a dos interrogantes: ¿en
qué consisten las gestiones de Alvaro del Portillo
entre los meses de marzo y junio de 1946, y por qué
razones reclama la presencia del "Padre" en Poma?
3. La actividad de Álvaro del Portillo en Roma
En lo que respecta a la ida y estancia de Alvaro del Portillo
en Roma, nuestras habituales obras de referencia son, además
de breves, confusas.
Según Vázquez de Prada, el "secretario
general del Opus Dei" llega a Roma, "bien provisto
dc cartas comendaticias de casi todos los prelados españoles",
se entrevista "con tenacidad y audacia" con obispos
y cardenales, se persona cada día en el Vaticano, insiste
una y otra vez, pero "las gestiones embarrancaron",
momento en el cual escribe al "Padre" pidiéndole
que vaya (Vázquez, 240). No especifica cuál
es exactamente "la aprobación definitiva"
que busca el fundador, y sobre todo no parece tener en cuenta
que oficialmente el cargo de Portillo es el de "secretario
general y procurador de la Sociedad Sacerdotal de la Santa
Cruz", y no "del Opus Dei".
Ana Sastre da alguna precisión suplementaria: las
cartas de recomendación provienen de sesenta obispos
españoles y acompañan a "la solicitud del
"decretum laudis" de la Santa Sede para el Opus
Dei". Añade, además, que Portillo, al desembarcar
en Génova, tiene prisa por llegar a Roma antes de que
marchen diversos obispos recién nombrados cardenales,
a fin de conseguir también de ellos nuevas cartas de
recomendación. Aun así, "la gestión
no va a ser fácil", "será una empresa
ardua", y en último término parece "conducir
hasta un callejón sin salida" (Sastre, 325). Prescindiendo
de la cuestión menor de saber si las sesenta cartas
salen con Portillo desde Madrid, o si "habían
ido llegando a la Santa Sede a lo largo de estos meses"
(Fuenmayor y otros autores, 154), subsiste una ambigüedad
mucho más esencial: la solicitud del "decretum
laudis -requisito para poder convertirse en institución
de derecho pontificio- ¿es para el Opus Dei o para
la Sociedad Sacerdtal? Según un documento que Rocca
reproduce parcialmente, fechado el 23 de enero de 1946, Escrivá,
en su calidad de "presidente general de la Sociedad Sacerdotal
de la Santa Cruz", pide al Santo Padre que "se digne
conceder el decreto, así como la aprobación
de las constituciones de esta Sociedad, la cual fue fundada
el día 2 de octubre de 1928, y canónicamente
aprobada como Pía Unión el día 19 de
marzo de 1941" (Roca, 1989, 390; y 1985, l0s).
Aquí radica, según todos los indicios, el nudo
del problema.No se trata de la imposibilidad legal de aprobar
una institución integrada por laicos y sacerdotes (como
reza la tesis de Gondrand, 177, desmentida por Rocca, 1985,
33, quien afirma que en Roma existían precedentes).
Se trata de la cuestión de la articulación entre
Sociedad Sacerdotal y Opus Dei. La solicitud de Escrivá
antes mencionada pide de manera expresa la aprobación
de la "Sociedad"; pero hay algo más: o bien
comete un error al decir que la Sociedad Sacerdotal fue fundada
el año 1928 y aprobada como Pía Unión
el año 1941 -cuando toda la literatura "oficial"
sitúa su fundación, "por iluminación
divina", en el año 1943- o bien presupone que
la transformación jurídica de 1943, erigiendo
la "sociedad de vida común", afecta a la
totalidad de la fundación anterior, con lo cual a estas
alturas de 1946 el Opus Dei sencillamente no tendría
ninguna existencia legal.
Que aquí estamos efectivamente ante el "callejón
sin salida" que hace "embarrancar las gestiones",
parecen confirmarlo, aunque de manera muy indirecta y demasiado
fragmentaria, los documentos que aporta la obra "El itinerario
jurídico del Opus Dei". Los autores de este estudio
explican "el balance inicial" poco positivo de las
gestiones de Alvaro del Portillo (Fuenmayor y otros autores,
148) a partir de las conclusiones a las que llegan, después
de estudiar el caso, dos de los juristas que en aquellos momentos
más hicieron a fin de ayudar a los hombres de Escrivá
(los dos españoles, y los dos claretianos: el padre
Larraona y el padre Goyeneche) En un informe que da la impresión
de ser fundamental par auna clara comprensión del problema,
pero que inexplicablemente Fuenmayor, Gómez-Iglesias
e Illanes no publican íntegro en el apéndice
documental, sino que se limitan a reproducir algunos fragmentos,
alternados con sus propios comentarios, en el texto del libro,
el padre Goyeneche empieza diciendo que "el Opus Dei
fue el origen de la actual Sociedad" y "es inseparable
de ella" (Fuenmayor y otros autores, 152). Parece ciertamente
legítimo preguntarse si no es esta duplicidad de instituciones
la que suscita la falta de acuerdo entre los miembros de la
Sagrada Congregación vaticana respecto a la viabilidad
de la aprobación pedida por Escrivá. Los tres
autores del Opus, en todo caso, concluyen por un lado que
el padre Larraona deriva la cuestión del Opus Dei hacia
la nueva normativa que ya se está estudiando y que
dará lugar a la creación de la figura de los
institutos seculares (Fuenmayor y otros autores, 155), y que
Alvaro del Portillo por otro lado decide reclamar la presencia
en Roma del fundador (ibíd, 156).
En cambio, estos mismos autores curiosamente nada dicen acerca
de toda una serie de otras gestiones simultáneamente
emprendidas por Portillo en cuanto llega a Roma, y que tan
sólo conocemos gracias a un conjunto de documentos
reproducidos en el estudio de Giancarlo Rocca.
Entre el día 19 de marzo y el día 10 de junio
de 1946, Álvaro de Portillo eleva un total de nueve
peticiones a la "Sacra Penitenzieria Apostólica"
(Rocca, 1985, 148-156, documentos n°. 15 a 23), pidiendo
sucesivamente:
1) Que los sacerdotes de la Sociedad de la Santa Cruz
puedan bendecir, con la señal de la cruz, rosarios
y crucifijos, con las indulgencias habituales para dichos
casos.
2) Que puedan erigir el vía crucis en todos
los oratorios de la Sociedad.
3) Que se pueda imponer a todos los socios el escapulario
de la Virgen del Carmen.
4) Que al igual que los religiosos en su profesión
perpetua, tanto en el Opus Dei como en la Sociedad de la Santa
Cruz se otorgue indulgencia plenaria para los actos de admisión,
"oblación" y "fidelidad" (¡obsérvese
la mención aquí del Opus Dei!).
5) Que los sacerdotes de la Sociedad puedan impartir
la bendición apostólica, con indulgencia plenaria,
a quienes hacen ejercicios espirituales bajo su dirección.
6) Indulgencia de 500 días cada vez que se
bese o venere con la oración la cruz erigida en los
oratorios de la Sociedad, e indulgencia plenaria para los
que visiten el oratorio los días de la Invención
y Exaltación de la Santa Cruz.
7) Indulgencias diversas para las horas dedicadas
al estudio.
8) Indulgencia plenaria en determinadas fiestas del
año, en el día de la emisión o renovación
de los votos ("al Opus Dei no le interesan ni votos,
ni promesas, ni forma alguna de consagración",
dirá monseñor Escrivá el año 1967;
"Conversaciones", n°. 20), y en las fiestas
de los patrones de la Obra.
9) Que los socios de las dos ramas de la Sociedad
puedan recibir en determinadas fiestas la absolución
general.
Si nos fijamos estrictamente en el contenido de las solicitudes,
y sin entrar por ahora en otras consideraciones, creemos que
estos documentos que aporta Rocca tienen una gran importancia
-mayor incluso de la que el propio autor parece otorgarles-
y ello por diversas razones:
a) En primer lugar, nos parece que desautorizan radicalmente
cualquier afirmación en el sentido de que la fundación
de Escrivá fuera, el año 1946, una institución
de "cristianos corrientes", impregnada de espiritualidad
secular y de mentalidad laical, etc. El modelo de "santificación
de la vida ordinaria" que aquí se propone es perfectamente
legítimo y respetable; pero quererlo presentar como
un modelo comparable únicamente al de los primeros
cristianos, a la vez que como una anticipación del
concilio Vaticano II, es simplemente -y no quisiéramos
excedemos en el lenguaje- una impostura.
b) Por otra parte, algunos de estos documentos vuelven
a poner de manifiesto algo que, aunque resulte evidente, la
literatura "oficial" se empeña en negar:
el año 1946 no puede hablarse "de hombres y mujeres
de todas las profesiones y de todas las clases sociales",
sino únicamente "de intelectuales y universitarios"
(doc. n°. 19), "de intelectuales y hombres cultos
que por naturaleza conforman la parte directiva de la sociedad
civil" (doc. n°. 21).
c) En contra de las protestas del Opus Dei, que más
tarde se multiplicarán cada vez que alguien les asimile
o equipare a los religiosos, en 1946 es Alvaro del Portillo
quien establece el paralelismo con los religiosos (doc. n°.
18) y habla explícitamente de "la emisión
y la renovación de los votos" (n°. 22).
d) Finalmente, y en lo que respecta al tema del "secreto",
que nunca existió según monseñor Escrivá
y la literatura "oficial", uno de estos documentos
(n°. 22) nos proporciona una interesante ilustración.
Alvaro del Portillo escribe -por motivos que no tardaremos
en intentar averiguar- que "la Sagrada Congregación
de Religiosos aprobó un boceto de las constituciones
de la Sociedad (de la Santa Cruz), de la cual adjunto un ejemplar".
El latín del texto no permite confusión: el
ejemplar que adjunta es del esbozo y no de las Constituciones.
El mes de diciembre de 1943 el obispo Eijo Garay había
escrito a Escrivá pidiéndole "que redacte
y Nos presente las Constituciones de la Sociedad Sacerdotal
de la Santa Cruz canónicamente erigida por Nos en el
día de hoy, desarrollando como mejor convenga el boceto
de constituciones que enviamos a la Santa Sede" (Fuenmayor
y otros autores, 527). Al cabo de un mes y medio (el 25 de
enero de 1944), el obispo de Madrid firma el decreto de aprobación
de dichas Constituciones (Fuenmayor y otros autores, 529).
Si antes nos extrañaba el hecho de que "El itinerario
jurídico" publicara en el apéndice documental
el boceto (ibíd., 516-520) y no el texto definitivo,
ahora vemos cómo el mes de junio de 1946 Portillo envía
a la Sacra "Penítenzieria Apostólica"
una copia del boceto y no de las Constituciones.
A pesar de todo ello, subsiste la posibilidad de formular
una hipótesis alternativa: ¿y si estos datos
más o menos interesantes no fueran aún los únicos
datos realmente interesantes? ¿Si se tratara, en definitiva,
de pistas falsas? ¿Podría ser que Alvaro de
Portillo, al pedir todas estas "indulgencias", en
el fondo buscara otra cosa que no fueran las indulgencias?
¿Que buscara, pongamos por caso, un documento oficial
del Vaticano que pudiera ser presentado como una muestra de
benevolencia, de simpatía e incluso -de cara a un público
poco entendido- de aprobación? Habría, como
mínimo, dos indicios que apuntarían en favor
de esta hipótesis: el primero es que la respuesta a
todas las peticiones de Portillo podía hacerse, según
explica Rocca, por la "vía normal" de la
propia "Sacra Penitenzieria", o bien "de manera
más solemne", en forma de documento emitido por
la Secretaría de Estado del Vaticano, y fue esta última
la fórmula elegida (Rocca, 1985, 37). Por lo tanto,
podríamos decir que no interesaban únicamente
las indulgencias como tales, sino también la apariencia
formal con la cual se concedían. El segundo indicio
es que durante muchos años la literatura "oficial"
mencionará este documento (breve "Cum Societatis",
del 28 de junio de 1946) como si se tratase de un documento
de mayor alcance en cuanto al reconocimiento jurídico
del Opus Dei, y no de una simple concesión de indulgencias.
Así, Le Tourneau afirma que con la concesión
de las indulgencias el Santo Padre "aprueba implícitamente
el espíritu y la finalidad del Opus Dei" (Le Tourneau,
58).
Se observará inmediatamente que estamos volviendo
a adoptar el "modelo epistemológico del padre
Brown". Y puestos a dejarnos guiar por el "pillo"
personaje de Chesterton, podríamos dar todavía
un paso más allá en la formulación de
la hipótesis alternativa. Podríamos preguntarnos
en efecto -sin traspasar el nivel de la pura interrogación-
si detrás de toda la retahíla de indulgencias
y escapularios que parecen preocupar a Alvaro del Portillo
no subyace el que habíamos visto que era el problema
del Opus Dei en estos momentos: a saber, el problema de su
estatuto y de su articulación con la Sociedad Sacerdotal.
Leídos desde esta nueva óptica, los documentos
reproducidos por Rocca resultan interesantes por razones distintas
de las mencionadas con anterioridad, y convierten en plausibles
los interrogantes. Los cuatro primeros documentos dirigidos
a la "Sacra Penitenzieria" llevan todos la misma
fecha (19 de marzo). Los tres primeros están escritos
en papel impreso de la "Sociedad Sacerdotal de la Santa
Cruz", y en ellos Portillo se presenta como "sacerdote,
secretario general y procurador de la Sociedad Sacerdotal
de la Santa Cruz". El cuarto, en cambio, (doc. n°.
18), bajo el membrete impreso lleva añadido, a máquina,
"y Opus Dei": el secretario general y procurador
lo es "de la consociación llamada de la Sociedad
Sacerdotal de la Santa Cruz y de la Obra de Dios", y
habla de "nuestra Sociedad..., y de su obra propia, llamada
Opus Dei".
En todas las solicitudes siguientes de estos meses del año
1946 volverá a presentarse exclusivamente como procurador
general de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Dos nuevos
documentos llevan la fecha de 3 de mayo: en uno habla sólo
de la Sociedad, y en el otro de "nuestra Institución"
y "nuestra Consociación" (doc. n°. 19
y 20). En el siguiente, del 27 de mayo, se refiere a "nuestro
Instituto". El día 5 de junio redacta otro documento,
en el cual habla de "nuestra Sociedad", de "nuestra
Institución" y de los "Patrones de la Obra"
(doc. n°. 22). Y en el último de la serie, redactado
el 19 de junio -el mismo día en que escribe a Escrivá
pidiéndole que vaya a Roma- se refiere a los "socios
de las dos ramas de la Sociedad", y al día 14
de febrero como "aniversario de la fundación".
Nuestra hipótesis es que todo este embrollo de denominaciones
y de fechas "no es casual". Y nuestra pregunta es
si no responde, por el contrario, a una "estrategia"
muy calculada. El día 14 de febrero es la fecha de
fundación de la Sociedad Sacerdotal (no es, por tanto,
el famoso 2 de octubre de 1928). Las "dos ramas de la
Sociedad" ¿cuáles son? ¿Quién
tiene "ramas": la "Sociedad" o el "Opus"?
¿Por qué tan pronto se habla de "Sociedad"
como de "Institución", de "Instituto"
o de "Consociación"? ¿Por qué
en una ocasión, que no se vuelve a repetir, se refiere
a la "Sociedad" y "Opus Dei"?
En seguida nos ocuparemos de estos interrogantes. Pero para
ello hay que introducir antes en escena a un nuevo protagonista:
el fundador en persona llega a Roma.
4. El padre Escrivá en Roma
El día 10 de junio de 1946 Alvaro del Portillo escribe
al "Padre". "No encontraba salida en aquel
laberinto, temiendo que el asunto quedase en la estacada"
(Vázquez, 240). "Su presencia personal en Roma
era necesaria, para tratar de sacar adelante lo que, humanamente,
parecía imposible" (Bernal, 256). Dos días
después vuelve a escribir, insistiendo (Fuenmayor y
otros autores, 157). El "Padre" recibe la primera
carta el día 16 de junio (Vázquez, 240).
Toda la literatura "oficial" introduce aquí
un entreacto, a veces largo, para explicar que el "Padre"
padecía diabetes; que el médico le desaconseja
formalmente el viaje: no quiere asumir "la responsabilidad
de lo que pudiera ocurrir" (Bernal, 257); "no responde
de su vida" (Sastre, 326). Aun así, el "Padre"
prepara sus cosas y tramita el visado. Reúne en Madrid
a los miembros del Consejo General "que llevaban, con
él, la dirección del Opus Dei, siempre colegiada"
(Gondrand, 178). "Les lee la carta de don Alvaro y pide
su opinión" (Sastre, 326). El Consejo da una "opinión
favorable al viaje" (Fuenmayor y otros autores, 157).
Escrivá "se lo agradeció, no sin hacerles
considerar que ya había decidido de antemano el marcharse,
porque Dios así lo quería" (Vázquez,
240). "Os lo agradezco; pero hubiese ido en todo caso:
lo que hay que hacer, se hace" (Gondrand, 178). ¡Maravillas
de una "dirección siempre colegiada"!
Tan sólo han transcurrido "tres días".
El 19 de junio el "Padre" sale de Madrid, en coche,
con su "chófer" (Sastre, 673). Lleva una
carta del superior de los claretianos para el claretiario
padre Larraona, en la que dice que don José María
Escrivá es "el fundador de la Sociedad Sacerdotal,
Opus Dei". (Como no fuera "en virtud de santa obediencia",
como dicen los religiosos, el padre Larraona, que conocía
como nadie el intríngulis del año 1946, difícilmente
podía admitir que la "Sociedad Sacerdotal"
"era" "el Opus Dei".) "Es un buen
amigo nuestro", continúa la carta. "Su Obra
va tomando grande incremento. Da mucha gloria a Dios",
etc. (Rocca, 158). El "Padre" pasa la noche en Zaragoza.
El día 20 sube a Montserrat, "para saludar a la
Moreneta" (Vázquez, 240), y llega a Barcelona.
El día 21, después de haber celebrado la misa
en un centro del Opus Dei y de haber visitado la basílica
de la Merced, embarca con destino a Génova, acompañado
por José Orlandis.
Nuevo largo interludio de toda la literatura "oficial",
con el fin de describir la auténtica "odisea"
del viaje. Si ha de ir por mar, es porque "el transporte
aéreo de la línea Madrid-Roma estaba interrumpido,
y la frontera francesa cerrada, como resultas de las presiones
diplomáticas contra la España franquista"
(Vázquez, 240). El barco es un "viejo cascarón"
(Berglar, 196), "en edad de desguace" (Vázquez,
241), y "a pesar de los buenos oficios de la Compañía
Transmediterranea, no se ha podido encontrar más que
un camarote interior para que el Fundador vaya a Italia"
(Sastre, 328). Por si fuera poco, se desata un temporal: "un
furioso temporal, impropio del Mediterráneo" (Bernal,
259). La narración de Vázquez de Prada supera
a todas las demás en espectacularidad: "los vientos
y las olas traían clamores y presagios de borrasca.
(...) Oíanse lloros y chillidos de niños y mujeres,
entre el estruendo de la vajilla destrozada y los bultos que
iban de un lado a otro. El agua que se colaba de cubierta
corría por las entrañas del barco, inundando
las salas", etcétera (Vázquez, 241). Total,
que el "Padre" pasa muy mala noche; "sufrió
lo indecible" (Bernal, 259); pero "sin perder en
ningún momento el buen humor" (Sastre, 329).
El comentario de Escrivá es: "¡Hay que
ver de qué manera el diablo ha metido el rabo en el
golfo de León! ¡Está visto que no 1e hace
ninguna gracia que lleguemos a Roma!" (Sastre, 329).
Una frase que, no sé por qué, me recuerda la
de Freud a Jung, también a bordo de un barco, momentos
antes de llegar a Nueva York: "¡Poco se imagina
esta gente que vamos a inocularles la peste!"
El día 22, al anochecer, e1 barco atraca en Génova.
(Hoy se conservan, en la casa central del Opus Dei en Madrid,
"la rueda del timón y bitácora con la aguja
que señala su rumbo camino de Roma; esta ruta difícil
que era, sin embargo, él camino de Dios"; Sastre,
331.) En el puerto de Génova le aguardan Álvaro
del Portillo y Salvador Canals. Al día siguiente efectúan
en coche el trayecto de Génova a Roma, donde el padre
Escrivá llega por vez primera el domingo, 23 de junio
de 1946. A pesar del cansancio del viaje, y a pesar de los
vanos intentos por hacerle reposar, "pasa toda la noche
rezando y contemplando alternativamente la cúpula de
la basílica de San Pedro, bajo la cual se halla la
tumba del primer Papa, y las ventanas tras las cuales habita
su sucesor, el vicario de Cristo en la tierra" (Gondrand,
176).
Volvamos ahora a la pregunta fundamental. ¿Por qué
se desplaza a Roma? "En 1946, el fundador se trasladó
a Roma para, entre otras cosas, dirigir e impulsar el largo
proceso destinado a encontrar una estructura legal conveniente
para el Opus Dei dentro de la Iglesia", escribe William
West (1989, 52). "A Roma le llevó la Providencia,
porque e1 Opus Dei nació romano", concluye Vázquez
de Prada (p. 248), citando una expresión del propio
Escrivá.
Concretemos, pues, un poquitín más la pregunta.
¿Por qué la urgencia? ¿Por qué,
tras recibir la primera carta de Portillo el 16 de junio,
pese a la enfermedad y pese a las dificultades, el día
19 ha salido ya de Madrid y el 23 está ya en Roma?
De nuevo nos hallamos en medio de un mar de interrogantes,
que es preciso enlazar con los interrogantes sobre el trasfondo
de los documentos mandados por Alvaro del Portillo a la "Sacra
Penitenzieria Apostólica", con todo aquel embrollo
de "Sociedad", "Institución", "Instituto"
y "Consociación", de "ramas" y
"fechas de aniversario de la fundación",
de mezcla entre la "Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz"
y el "Opus Dei".
Es principalmente esta última mezcla -que por orden
cronológico es la primera en producirse (Rocca, doc.
n°. 18, del 19.3.1946)- la que mayor desconcierto parece
provocar, ya que la Sagrada Penitenciaría solicita
de la Congregación de Religiosos un complemento de
información sobre la "denominación exacta"
de la institución que había sido aprobada en
1943 (Rocca, 1985, 37).
No obstante, antes de que llegue la respuesta de la Congregación
de Religiosos, la Oficina de indulgencias de la Penitenciaría
Apostólica remite (el día 18 de junio) a la
Secretaría de Estado del Vaticano una resolución
contestando a las diversas peticiones de Alvaro del Portillo,
a fin de que sea la Secretaría de Estado la que redacte,
oficial y solemnemente, el documento de concesión de
las indulgencias. En dicha resolución la Penitenciaría
atribuye a la Sociedad el título de "Sanctae Crucis
et Operis Dei".
Diez días más tarde, la Secretaría de
Estado emite efectivamente el documento de concesión
de indulgencias (Cum Societatis, 28.6.1946), se refiere a
la "Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei",
y sitúa su fundación el día 2 de octubre
de 1928 (Fuenmayor y otros autores, 529s).
En el transcurso de la semana siguiente, en cambio, la Sagrada
Congregación de Religiosos responde a la Penitenciaría
Apostólica diciendo que la autorización otorgada
en 1943 era para la erección "en instituto de
derecho diocesano de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz,
a la cual va unida, según el boceto de Constituciones,
una obra llamada Opus Dei, que es el medio del que se sirve
dicha Sociedad en su apostolado". La misma nota añade
que las denominaciones oficiales "no pueden ser modificadas"
sin previa autorización de la propia Congregación"
(Rocca, doc. n°. 26, del 2.7.1946, p. 159; el entrecomillado
es nuestr).
Pero entretanto el padre Escrivá ha llegado ya a Roma.
Inmediatamente antes de embarcar hacia Italia, en el transcurso
de la misa que aquella misma mañana había celebrado
en Barcelona, pronunciaba unas palabras que todas las biografías
reproducen: " ¡¿Señor, Tú
has podido permitir que yo de buena fe engañe a tantas
almas!? ¡Si todo lo he hecho por tu Gloria y sabiendo
que es tu Voluntad! ¿Es posible que la Santa Sede diga
que llegamos con un siglo de anticipación? (...) Nunca
he tenido la voluntad de engañar a nadie. No he tenido
más voluntad que la de servirte. ¿¡Resultará
entonces que soy un trapacero!?" (Fuenmayor y otros autores,
157; Bernal, 258; Gondrand, 178; Vázquez, 241, Sastre,
327).
Un "trapacero" es, según el diccionario,
un tramposo, alguien que con astucia trata de defraudar o
de engañar. En la frase de Escrivá, pues, la
palabra "engaño" aparece por tres veces consecutivas.
¿De qué supuesto engaño está hablando?
En todos los documentos que hemos estado manejando en este
capítulo, ¿quién ha empleado la palabra
engaño? ¿"Quién" le ha acusado,
"cuándo", de engañar "en qué"?
¿Contendrá acaso alguna referencia a la cuestión
la carta de Alvaro del Portillo reclamando su presencia en
Roma? ¿Cabría la posibilidad de que "el
engaño" tuviera algo que ver con todo el asunto
de las indulgencias, interpretado como un pretexto para tratar
de lograr el reconocimiento de la existencia del Opus Dei
junto a la Sociedad de la Santa Cruz, única entidad
oficialmente aprobada? ¿Podría explicarse así
la urgencia del viaje de Escrivá a Roma? ¿Podría
ser que la acusación de engaño, formulada por
algún organismo de la Santa Sede, constituyera una
expresión de desacuerdo ante una exhibición
de "santa pillería" por parte de Alvaro del
Portillo?
Muchos interrogantes, y pocos elementos ciertos de respuesta,
desde luego. Lo que en todo caso parece incuestionable, es
que la misma Congregación de Religiosos que el día
2 de julio de 1946 había afirmado que "no pueden
modificarse las denominaciones oficiales sin previa autorización",
un mes y medio más tarde redacta un documento dirigido
al "Reverendísimo Padre José María
Escrivá de Balaguer y Albás, Fundador y Presidente
General de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y del Opus
Dei", en el que se dice que "al cabo de un tiempo
de haber concedido la erección canónica de la
Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y del Opus Dei llegan
desde lugares diversos documentos abundantes y ciertos y auténticos
que alaban y recomiendan a Su Instituto", y se le estimula
a continuar trabajando en "una Obra tan noble y tan santa"
(Fuenmayor y otros autores, 532).
Un éxito por todo lo alto, según todas las
apariencias. Donde inicialmente hubo un "Opus Dei"
(1941), posteriormente transformado en "Sociedad Sacerdotal"
(1943), de ahora en adelante habrá una entidad denominada
"Sociedad Sacerdotal y Opus Dei".
Después de algo más de dos meses de estancia
en Roma, el día 31 de agosto de 1946 el "Padre"
regresa a Madrid: con este documento "de aprobación
de los fines de la Obra" y con las "reliquias de
Santa Mercuriana y San Sínfero" (Vázquez,
244). Y al llegar a Madrid dice: "Hijos míos,
en Roma yo he perdido la inocencia."
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