CONTRAPUNTOS AL CAMINO DEL
OPUS DEI
Autor: Mosén Josep Dalmau
PRÓLOGO
Como cristiano que soy, sé que lanzar este libro es
una aventura; difícilmente el juicio de los lectores
no irá más allá que la intención
del autor. Me temo que me hagan decir más cosas de
las que realmente pienso. A pesar de todo, hay que afrontar
el riesgo.
Hablar hoy del Opus Dei, o de alguna cosa relacionada con
este producto de la Iglesia hispana, no es igual que hablar
de la experiencia religiosa de los anacoretas de la Tebaida
de los primeros siglos. Estos quedan muy lejos de nosotros.
Tampoco es igual que hablar de las diversas especies de cangrejos
marinos o de las variedades de la trucha. El Opus existe ahora
y apasiona, a favor o en contra, lo mismo que puede apasionar
un equipo de fútbol o un partido político. La
importancia que se le atribuye y la atención que provoca
son ellas mismas señal de una capacidad y de unos valores,
que otros muchos grupos no han conseguido, por las causas
que fueren, y que tal vez envidian. Dicho sea esto como de
paso. Por todo ello es muy importante definir el alcance que
he querido dar a este trabajo y también las razones
y la historia de su origen.
EL INTENTO
En primer lugar me apresuro a decir que en ningún
momento ha pasado por mi cabeza atacar a este fenómeno
religioso contemporáneo que se llama Opus Dei. Y exijo
que nadie cite este libro como un arma contra el Opus.
Quiero, más bien, que lo lean los mismos miembros
de la Obra, para que descubran algunos de los elementos importantes
que la limitan y que la hacen poco viable tanto para las esferas
intelectuales como para el hombre con conciencia social temporánea,
sea obrero o no. Si de paso lo leen otros y les ayuda a replantearse
su reflexión religiosa, será una segunda parte
del resultado que he querido conseguir.
Estoy convencido de que el fenómeno del Opus Dei es
debido no tanto a sus fundadores o dirigentes responsables,
como a las "condiciones objetivas" o esquemas mentales
vigentes dentro de nuestro país. Esquemas mentales
favorecidos ciertamente por el resultado victorioso de un
bando beligerante de nuestra guerra civil, pero no creados
por esta misma victoria.
Más bien, la geografía y el clima mental de
la Península Ibérica han sido el campo de cultivo
del Opus Dei, en el que la tarea del productor consiste más
en regular los diversos elementos ya existentes que en crear
unas condiciones mentales y sociológicas en las que
sea fácil distribuir este producto del mercado español.
Por esto mismo es una actitud pueril demasiado fácil
y errónea el lanzar diatribas contra el Opus y sus
miembros. El Opus no tiene demasiado mérito de haber
nacido; ha sido empujado por todo un clima mental y después
ayudado por una causa externa favorable. El mérito
se lo debieran atribuir a sí mismos aquellos santos
varones que hoy se lamentan de este fenómeno, tanto
eclesiástico como civil, de nuestro país. Son
ellos los que han de criticarse por no haber sabido prever
esta posibilidad y por no haber conseguido destruir los elementos
que favorecían su génesis.
Muchas de las críticas contra el Opus no son más
que una demostración de la impotencia para cambiar
las condiciones que lo crean o lo favorecen. Además,
esta actitud de simple rabieta no aporta nada a la solución
del problema que está en juego; estas críticas
airadas y sin sentido convierten a sus vociferadores más
en víctimas resentidas de una situación religiosa
que no les va, que en militantes creadores de nuevos y más
anchos condicionamientos cristianos y sociológicos.
Hay un subsuelo mental que provoca estas experiencias religiosas
entre nosotros. Y éste no se cambia queriendo encubrir
sus manifestaciones, sino intentando directamente cambiar
los esquemas mentales ancestrales que las motivan.
Es, por lo tanto, más objetivo no enojarse demasiado
contra el Opus. Tiene derecho a existir -es una necesidad-
mientras haga falta; mientras represente una parte -mayoría
o minoría- dentro de la Iglesia y dentro de la nación.
Los que creemos que el Opus lleva consigo algunos elementos
básicos constitucionales que frenan -más que
promueven- la expansión y los beneficios de la fe y
de la vida social, tenemos el deber de intentar noblemente
corregidos por un lado, y de contribuir por otro a crear las
nuevas plataformas, en las que apoyar el fenómeno religioso
y social a niveles más profundos y más auténticos.
Pero todo esto no quiere decir que las personas incorporadas
a la Obra se encuentren incapacitadas de raíz para
estar presentes dentro de las nuevas formas de convivencia
social y religiosa que apuntan en el horizonte histórico
de nuestra Península. Dentro del Opus la evolución
mental y el ensanchamiento de miras religiosas, sociales y
políticas son posibles; más aún, son
ya un hecho. El Rafael Calvo Serer de hace veinte años,
jefe de Departamento del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, no es el mismo Calvo Serer, director del
diario "Madrid" del año 1968.
El Opus Dei es un fenómeno vivo y, como tal, cambiante.
Hasta no hace mucho era la experiencia más típica
de una forma moderna de vida religiosa dentro de la Iglesia,
que se llamó "Instituto Secular". Sus miembros
provocaron en buena medida el nacimiento de este concepto
canónico para legalizar así su existencia social.
Ahora, en cambio, el mismo Opus Dei está luchando para
escapar de esta clasificación -le queda harto prieta-,
y busca afanosamente un nuevo cliché jurídico
que lo ejemplarice, para poder moverse con más holgura
dentro de la Iglesia. Pretende ahora ser una mera asociación
de laicos.
¿Que esta mayor libertad le dará más
posibilidades de marginarse de los intereses de los pobres,
con los cuales no sabe qué hacer sino explotados por
el trabajo manual o servirse de ellos para recalcar su talante
paternalista? ¿Que su compromiso global, religioso
y cívico, lleva de contrabando -lo quiera o no- la
defensa de los grandes intereses económicos de unas
minorías a las que pertenece?
Puesto que el Opus es un fenómeno socio-religioso
vivo, quisiera hacer notar, aunque sólo sea de paso,
que el libro "Camino", que me ha servido de telón
de fondo, no sería el mismo si monseñor Josemaría
Escrivá de Balaguer lo hubiera escrito el año
1969. De todas maneras, "Camino" se vende en 1969
y nadie -que yo sepa- se ha dedicado a retocado o a ponerlo
al día. Debe de ser porque su contenido todavía
está en vigor en muchas capas de la población
hispana. Posiblemente juego yo con una pizca de ventaja. Espero
que se me perdone. Además, no pretendo ganar la partida;
simplemente hago una especie de contraoferta. Ya he dicho
que no se trata de un libro contra el Camino de monseñor
Escrivá de Balaguer, sino al revés. Y esto es
cosa harto diversa: es cargar de religiosidad el otro platillo
de la balanza para crear un nuevo equilibrio. Es no querer
dejar fuera de la fe a los hombres que se encuentran en otras
coordenadas mentales y vitales. No pretendo destruir, sino
completar. En todo caso, se trataría de acabar con
la exclusiva: La Fe de Jesucristo es para "todos los
hombres", no para "unos cuantos".
ORIGEN DEL LIBRO
Todas las cosas tienen su origen y este libro también.
La idea de escribirlo se remonta al año 1959.
Hacía tiempo que un amigo cura de mi curso, cada vez
que me encontraba en Barcelona, me invitaba a comer. En la
conversación me sacaba siempre el tema del Opus Dei.
Me decía que trataba a alguno de sus miembros, que
eran gente muy seria y que se preocupaban de veras de la vida
apostólica y sacerdotal de sus afiliados o simpatizantes.
Él se había encontrado muy solo sacerdotalmente
hasta que entró en relación con la Obra. Entre
paréntesis, el cura sigue encontrándose muy
solo, lejos de sus superiores, que sólo suelen llamado
para echarle alguna reprimenda, tras alguna denuncia de mala
ley.
Este amigo conocía algunas de mis tensiones con la
jerarquía, que habían surgido de la actitud
pastoral que hacía tiempo había adoptado yo
ante la ineficacia de las formas tradicionales de cara al
pueblo en general, y, sobre todo, de cara al mundo intelectual
y obrero.
Él creyó que me encontraba solo e intentó
echarme una mano y meterme en su cenáculo, donde encontraba
él ayuda y sentía acogidas sus preocupaciones
apostólicas por personas bien preparadas intelectualmente.
Desde este punto de vista tengo que agradecer su interés
por mí -otros que se llamaban amigos míos hacían
exactamente lo contrario por aquel entonces-. Me gustaba dialogar
con él, aunque en muchos puntos el desacuerdo era evidente.
Yo nunca lo hacía patente; lo presentaba en forma de
preguntas, después no discutía su respuesta,
que no solía satisfacerme. Pero reconocía su
buena fe y su interés por ayudarme. Por eso le hice
caso una vez y me fui a unos ejercicios que el Opus Dei organizaba
para sacerdotes en su finca de Castelldaura de Premiá
de Mar.
Éramos, creo, unos 35 sacerdotes de todas las diócesis
catalanas. Mientras estábamos unos cuantos de tertulia,
se nos presentó el sacerdote del Opus que iba a dirigir
la tanda. Debía de andar por los 35 o 40 años,
una pizca calvo, pequeño él, atentísimo
y siempre dispuesto a servir; un poco tímido, cosa
que lo hacía más atractivo; el traje con el
cuello clerical y los puños blancos postizos eran impecables.
Intentaba llevar la conversación con la sonrisa en
la cara para dar un aire de libertad y naturalidad que no
existía, porque muchos no nos conocíamos de
nada y nos encontrábamos en una casa que nos venía
un tanto grande. Al menos a mí. Pero yo estaba dispuesto
a sacar de estos ejercicios todo el jugo posible. La hora
de llegada era al atardecer y charlábamos bajo las
palmeras de un gran jardín, delante de la casa señorial
y frente al mar, mientras esperábamos que llegasen
los últimos.
Los ejercicios eran un puro calco de los de San Ignacio.
No tenían nada de original. ¡Tal vez tampoco
era necesario! Nuestro "Don" nos explicó
el principio y fundamento: "Dios nos ha creado para amarle
y servirle en esta vida y mediante esto salvar el alma".
No sé si porque el tema me era más que archisabido
o porque la forma con que nuestro "Don" lo exponía
era un tantico apagada, lo cierto es que llegué a alarmarme:
todo lo que estaba escuchando no me decía prácticamente
nada. ¡Yeso que nuestro "Don" hacía
sus escapadas e intentos eruditos citando a Sartre y Ortega
y Gasset! Pensé que mis muchas inquietudes debían
de haberme embotado la sensibilidad religiosa; que quizá,
si hubiera hecho ejercicios todos los años -hacía
ya tres que no los practicaba-, no me encontraría ahora
tan al margen; tal vez tenía demasiado presentes, como
absorbiéndome el seso, los compromisos que me ligaban
a mi parroquia y con los movimientos de Iglesia en los que
estaba metido... ¡No sé...! La verdad es que
sentí por primera vez la sensación de frío
religioso, y esto me asustó. Estaba sentado en el primer
banco de la capilla y pensaba en los amigos que tenía
detrás, algunos de los cuales conocía desde
el Seminario y que tenían, sin duda, unas fichas inmaculadas
en el Obispado. Pensaba que ellos estaban siguiendo con gran
interés y aprovechamiento el discurso del "Don"
que nos hablaba y que a mí me sonaba como el zumbido
de un moscardón.
Para cerciorarme bien de mis buenos pensamientos miré
de reojo hacia atrás. Las dudas personales sobre mi
insensibilidad religiosa se esfumaron de un golpe. Había
errado el camino divagando con mi imaginación solitaria:
la absoluta mayoría de los santos varones que tenía
a mi espalda dormían plácidamente. De repente
me sobrepuse y me sentí importante: ¡yo, al menos,
prestaba atención y no me dormía!
Recuerdo que era la primera plática de la mañana,
después de haber dormido ocho horas. En mayor o menor
grado, esta somnolencia continuó durante los cinco
días restantes.
Otro detalle que me desorientó fue la lectura del
comedor. Nos leían la "Vida del cura de Ars",
de no sé qué autor. Nos hacía reír
mucho. El "Don" nos dijo que iba bien una lectura
ligera como aquélla, porque actuaba de válvula
de escape.
A mí me daba una cierta pena reírme de un santo
tan de continuo. Estoy convencido de que los santos no hacen
reír precisamente, sino que nos entusiasman y nos descubren
situaciones nuevas en la vida, abriéndonos caminos
nuevos para abordarlos. Aguanté al principio sin decir
palabra. Pero a medida que iba dominando la situación,
cobré confianza y al fin intervine. Recuerdo la última
anécdota que me sirvió de disparadero. El capítulo
se titulaba: "El Santo predice el futuro". El lector
leía:
"Una mujer fue un día a visitar al cura de Ars
y le dijo:
"-Padre, tengo muchos dolores de cabeza.
"El cura le contestó:
"-No se preocupe: dentro de un año todo habrá
pasado.
"Efectivamente, la mujer se murió"
El libro no era otra cosa que un mal zurcido de pequeñas
historias como ésta. Entonces le dije al "Don"
que estaba a mi lado:
-¿No se podría cambiar el libro de lectura?
¡Esto parece " La Codorniz" y no la vida de
un santo!
-¿Qué libro pondrías tú? -El
cura hablaba castellano.
-No sé... Alguno de la colección Patmos. Por
ejemplo, la vida de Tomás Moro, un santo que no era
obispo ni fraile sino seglar, tema hoy tan interesante en
el mundo cristiano.
A partir de entonces nos leyeron la vida de Tomás
Moro. Dicho sea en favor del director de la tanda.
Durante las meditaciones y pláticas de los ejercicios
oí citar muchas veces el slogan "Dirección
espiritual y examen particular". Algo así como
el "beba Coca-Cola" de nuestra televisión.
Y por si fuera poco, .la plática de un mediodía
estuvo destinada exclusivamente a hablar de la "Dirección
espiritual y el examen particular". El "Don"
lanzó una frase o pensamiento al comienzo, que repetía
luego como un estribillo durante toda .la charla. Decía:
"Quien obedece (al director) es mártir sin morir".
Sospeché que esta frase estaba arrancada de Camino
de monseñor Escrivá, fundador del Opus. Y al
tiempo que la repetía pensaba que también podía
tener sentido volviéndola al revés: "Quien
obedece (al director) muere sin ser mártir".
Tanto decir amén, amén, amén, se moría
uno de inanición. En este momento concebí la
posibilidad de hacer girar 180 grados casi todos los pensamientos
de Camino. Y no porque estuviera en general en desacuerdo
con ellos, como, sobre todo, por su exclusivismo monolítico
y su excesiva seguridad ortodoxa.
Había otro elemento que bullía al fondo de
aquel telón religioso sin acabar de expresarse. Otro
momento de incomodidad personal me lo hizo descubrir, sin
yo proponérmelo. Me explico: nuestro "Don",
al acabar una de sus pláticas -debía de ser
al final del tercer día-, nos anunció que tenía
interés en charlar particularmente con cada uno de
nosotros, y que a partir de entonces la puerta de su habitación
quedaba abierta de par en par.
Yo no tenía nada concreto que decir ni que preguntar:
las divergencias eran demasiado hondas como para ponerlas
en la superficie del diálogo en unos ejercicios y decidí
no visitarlo.
Pero durante los ratos libres vi que no iba nadie a visitarlo.
Me desagradó. Pensé en el vacío que debía
de notar el director, en la situación violenta en que
esto nos ponía a todos, etc., y viendo que ninguno
se decidía a abrir el fuego del diálogo, decidí
abrirlo yo. Aquella tensión silenciosa, inconsciente
o no, por parte de todos no la podía soportar.
Al entrar, me espetó el director:
-¿Qué tal, Dalmau? ¿Qué te ha
parecido el Opus?.
-Me quedé de una pieza. No me esperaba una pregunta
como ésta. Nadie nos había hablado todavía
del Opus. No sabiendo qué decir, pero para salir del
paso, le contesté:
-Si usted cree que todo lo que he oído y visto en
esta finca maravillosa es bastante para tener elementos de
juicio y poder opinar, tengo que decirle que ahora empiezo
a comprender por qué el Opus es tan popular en algunos
sectores de nuestro cristianismo.
-¿Por qué es popular?
-La tarea de ustedes consiste en coger al cristiano corriente,
quitarle un poco el polvo, ponerle algún colorín
y lanzado a la circulación. Claro que ya es algo esto
de atender a los clientes y ponerlos presentables. Pero no
es lo que habitualmente hago yo; en la vida, sin quererlo,
me he encontrado rodeado de gente no religiosa o sin ninguna
preocupación personal por esta dimensión de
la existencia, y me ha parecido que en este ambiente tenía
más sentido mi presencia que retirarme del mundo y
dedicarme a quitar el polvo a los de casa.
-En la Obra también se hace esta clase de apostolado;
en España, no tanto; pero en el extranjero, por ejemplo,
una persona de la Obra monta una Sociedad Anónima con
un no creyente, y a través del roce del quehacer diario
da testimonio de su fe y de su cristianismo.
La conversación se alargó. Recuerdo aún
los puntos principales.
Terminamos amistosamente. Pero después recordé
que algunos de los ejemplos que habían salido en las
meditaciones comenzaban así, más o menos: "Supongamos
una empresa de veinte millones de capital..."
Estaba visto que su trabajo apostólico lo centraban,
queriéndolo o no, en la zona dominadora de la sociedad
del dinero, del poder, del prestigio social, etc., zona a
la que yo había renunciado por fidelidad -me parece-
a mi fe.
Esto, en segundo lugar, me hizo intuir que el libro Camino
debía de tener como trasfondo ideológico una
potenciación del poder en todas sus manifestaciones
y una desatención, como mínimo -si no un menosprecio-
hacia todas las personas que forman el grupo de las "capas
bajas" de la sociedad. Me vi a mí mismo en las
antípodas de sus intereses y atenciones. Se trataba,
pues, de demostrar que podía escribirse un libro piadoso,
aparente y realmente religioso, con un espíritu diametralmente
opuesto al suyo.
Este es, pues, el origen del libro que tienes entre manos.
UNA ÚLTIMA OBSERVACION
Al Opus se le ataca continuamente estos últimos tiempos
por hacer política y por dedicarse a ella; sobre todo,
a partir de la incorporación al Gobierno de algunos
miembros de este Instituto Secular. La Obra se ha defendido
siempre con el mismo argumento: el Instituto es una obra eminentemente
religiosa; los compromisos políticos son de la competencia
y de la responsabilidad exclusiva de cada persona, no de la
Obra.
En este trabajo he querido demostrar que Camino es realmente
un libro político, aunque no se lo proponga su autor,
en el sentido de que lleva incorporada una ideología:
la misma que vertebra la clase dominante de la sociedad occidental;
clase burguesa, como se la llama vulgarmente. Con otras palabras,
toda persona que se encuentre incorporada al pensamiento religioso
del Opus Dei no tiene más salida política que
esta sola dirección o pequeñas variantes de
la misma. Hay líneas políticas que se encuentran
radicalmente excluidas de su punto de vista: todas las llamadas
de izquierda.
Y admito, de entrada, que mi libro religioso, esencialmente
religioso, lleva detrás de su tramoya una única
salida política o ciertas variantes de ésta:
la que está con el pueblo y pretende al mismo tiempo
hacer desaparecer las clases sociales, porque esta división
entre explotadores y explotados no beneficia a nadie desde
el punto de vista religioso, siendo, además, los poderosos,
los más perjudicados. y humanamente tampoco beneficia
a nadie, destroza a los pobres y deshumaniza a los ricos,
porque su situación de bienestar material sólo
resulta posible a expensas del bien común, a expensas
de las necesidades de los otros.
Esta misma reflexión hace Albert Camus cuando escribe
que los hombres se dividen en dos bloques: en víctimas
y culpables. En esta división de explotados y explotadores,
los primeros son las víctimas y los segundos los culpables.
y si Cristo vino un día a acabar de alguna manera con
la culpa, lo que ya no tiene sentido es que se pueda seguir
llamándose cristiano manteniendo a la vez la explotación
y potenciándola.
Admitiendo como válida esta simplificación
de bandos entre opresores y oprimidos, hay que decir, por
lo menos, que el Camino de Josemaría Escrivá
de Balaguer, sin remover para nada los subsuelos estructurales
de nuestra sociedad, pretende teñir de cristianismo
-y lo consigue bastante bien- el nivel opresor en bloque y,
al mismo tiempo, las capas inconscientes del nivel inferior:
los infelices que no tienen aún conciencia de su desgracia.
Mi estudio religioso pretende coincidir con el inconformismo
de los de abajo en bloque, y, de rechazo, entablar el diálogo
con los más conscientes de las capas dominantes, que
han renegado interiormente -por fidelidad a su fe y a sus
análisis- de la injusticia que los devora y que se
identifica con su misma clase. Ésta es la diferencia.
[Quisiera aclarar, no obstante, que este libro no es "mi"
Camino. Exactamente es el contrapunto al del Padre Josemaría
Escrivá, que no es igual].
Diría, pues, que entre nuestros dos libros -ambos
profundamente religiosos, ambos escritos por sacerdotes católicos,
el cristiano puede optar políticamente bajo su exclusiva
responsabilidad, sin que ello suponga compromiso alguno por
parte de la Iglesia universal. :Ésta potencia, con
sus motivos de orden religioso, cualquier estado de conciencia
hipotéticamente honesto. En cambio, no es cierto que
los miembros del Instituto Secular Opus Dei, que se mueven
educativa y formativamente dentro de las coordenadas mentales
del Camino de Josemaría Escrivá, dejen de comprometer
la Obra al tomar sus responsabilidades en el orden político.
Podrán elegir los miembros de este Instituto entre
la sopa Avecrem o Maggi, pero estarán incapacitados
radicalmente para pedir otro menú que no tenga como
primer plato forzoso una sopa preparada. Por esto no se puede
decir que Camino de Josemaría Escrivá no es
un libro político, por más que tenga a la vez
una forma y un calado auténticamente religiosos. Y
lo mismo hay que decir, pero al revés, de este libro
que presento hoy a la opinión pública. Con él
pienso hacer un servicio positivo al espíritu universal
de la Iglesia, ayudándole a Ella misma a despojarse
de su compromiso político, excesivamente favorable
a los poderosos.
El mismo título que he puesto al libro, "Contrapuntos",
no quiere decir que va en "contra" de los puntos
de Camino. La palabra "contra-puntos" procede originariamente
de la misma raíz que "contra-maestre", que
no es una persona que tenga por oficio ir en contra del maestro,
sino que le sirve de complemento; es decir, que está
a su lado, desdoblándole la personalidad por el lado
técnico.
Mis contrapuntos pretenden cubrir la zona ideológica,
sociológica y política de profundas raíces
religiosas que ha dejado al descubierto y como desamparadas
el Camino de monseñor Escrivá de Balaguer. Son
como su contrapunto musical; no tienen la pretensión
de anular la nota contraria. La presuponen. Intentan llenar
el hueco o el silencio que, como contraste, hace destacar
la nota ruidosa o musical que ha sonado primero. Quiero decir
primordialmente que ser religioso significa también
ser hombre político. Toda persona que es fiel a una
fe religiosa impulsa, quiéralo o no, una determinada
actitud política que puede ser de izquierda, de derecha
o de centro. O, dicho de otra manera, alguna línea
política contabiliza a su favor la presencia existencial
religiosa del cristiano.
Ser cristiano quiere decir fundamentalmente dar un sentido
de eternidad el fenómeno de la vida humana, personal
y colectivamente. Ahora bien, prolongar las raíces
de la propia vida y del fenómeno vital en sí
hasta la trascendencia o la eternidad puede hacerse de tres
maneras:
1) Identificación legal. (Como Santiago, primer
obispo de Jerusalén.) Como lo hacen los cristianos,
que tienen una visión de la vida del hombre, de su
comportamiento individual Y social, coincidente con las directrices
y los funcionamientos de la estructura mental socio-política
vigente, que el poder establecido representa o personaliza.
Estos cristianos, profundamente convencidos tal vez, dan a
las leyes civiles, morales y políticas un hondo sentido
que llega hasta las mismas entrañas de la estructura
mental sociopolítica vigente. El Dios vivo se comunica
con ellos por medio de este estado de conciencia y de mentalidad
de orden, tanto a través de las leyes canónicas
y de las rúbricas sacramentales, como a través
de las leyes civiles. Se diría que estos cristianos
respiran religiosamente con el pulmón de la estructura
política social vigente. Su visión religiosa
de esta vida comienza y acaba con las leyes en vigor, pero
se alarga hasta la vida eterna.
La diferencia con la gente de orden no creyente radica sólo
en estas hondas raíces que llevan en su conducta y
en su compromiso y que llegan hasta la eternidad, hasta Dios.
2) Enfrentamiento legal. (Como Pablo respecto a la
ley de Moisés.) Como lo hacen los cristianos, que tienen
una visión de la vida del hombre que responde a unas
exigencias profundas de libertad, de fraternidad, de igualdad
y de justicia, y que no satisfacen ni de lejos las actuales
estructuras político-sociales y culturales; al contrario,
creen que las actuales estructuras son una camisa de fuerza,
o, al menos, un freno de estos valores profundamente humanos.
Poner raíces, que van hasta la eternidad, a estas
exigencias profundas del hombre es dar un contenido religioso
a una estructura fundamentalmente distinta de la que estamos
viviendo. Por esto, este tipo de hombre -y este tipo de cristiano,
por añadidura- frecuentemente vive al margen, cuando
no en contra, de las leyes establecidas dentro de la actual
situación.
Son hombres que tienen la misma actitud en la vida y toman
parecidos compromisos. Los diferencia a lo más. este
sabor de eternidad viva que los cristianos paladean ya en
esta vida y que los otros no captan; lo ignoran o menosprecian,
o simplemente respetan.
Esto explica que vayan juntos demócrata-cristianos
y liberales en Bélgica, o que cristianos y comunistas
estuvieran codo con codo en Francia y en Italia durante el
periodo de la resistencia contra la ocupación y la
opresión de los nazis. Tenían todos el mismo
anhelo: los unos sentían vibrar simplemente el sentido
patriótico y el contenido ideológico (liberales,
marxistas), y a los otros les movía, "además",
la vibración específica que llamamos religiosa.
Daban un sentido trascendente a aquella misma lucha.
Este tipo de hombre se esfuerza en crear unas estructuras
político-sociales que respondan a sus actuales exigencias
mentales y a sus vivencias a pequeño nivel. Hay países
donde esto se ha hecho posible. Por ejemplo, Cuba. En este
caso, un cristiano (el embajador de Cuba en el Vaticano lo
es) respira a través del "nuevo orden" social,
al que quiere dar una hondura de eternidad. Un día
su fe coincidirá con el orden establecido. Su actitud
religiosa de cara a la ley es similar a la del primer tipo
de cristiano. Los diferencian, sin embargo, el contenido y
el funcionamiento diverso de cada uno de los órdenes
político-sociales.
3) Vinculación legal evolutiva. (Como la actitud
de Pedro en el Primer Concilio de Jerusalén.) Como
lo hacen los cristianos, que por un lado viven dentro de las
leyes establecidas y por otro sienten deseos de mejorarlas,
pero a través de los mismos esquemas más o menos
retocados. No están de acuerdo en mantener y conservar
el orden establecido, porque encubre muchos elementos de desorden
y de injusticia, pero tampoco quieren -por miedo, por falta
de convicción, etc.- borrón y cuenta nueva.
Creen que con la evolución se pueden resolver igualmente
los problemas, sin pasar por el riesgo que exige una revolución
o un cambio radical. También entre estos hombres los
hay quienes se mueven por motivos culturales o ideológicos
exclusivamente y quienes añaden a esto el elemento
religioso o trascendente dentro del tiempo.
Siendo esto así -y no parece que sea de otra manera-,
la Iglesia que es y pretende ser monopolizadora de la salvación
del hombre en el sentido profundo que incluye otras parciales
liberaciones, está obligada a defender y a dinamizar,
estando presente en ella, toda la superficie humana a partir
de este nivel y solamente en este nivel religioso. Tiene que
descubrir que no puede hacer diferencias o establecer privilegios
y segregaciones ideológicas y políticas. Ella
arranca de la fe en Jesucristo y permanece en este nivel,
alto y profundo al mismo tiempo: temporal, hasta concretarse
en cualquier partido político, y trascendente, hasta
centrarse en un mismo Dios vivo, aquí y más
allá del espacio y del tiempo.
Cuando la Iglesia, como cuerpo social, se concreta exclusivamente
dentro de una sola de estas zonas mentales y políticas,
comete una gran infidelidad a su misión, que es la
de salvar a "todos" los hombres, sean amarillos,
negros o blancos, políticamente hablando.
Hay que reconocer que la Iglesia ha vivido épocas
históricas demasiado exclusivamente en favor de una
de las tres maneras de ser cristiano. Podríamos decir
que al comienzo se encontraba en el tipo del cristiano número
dos (Pablo); unos siglos antes del Concilio Vaticano II se
encontraba anclada dentro de la corriente mental del tipo
número I (Santiago), y ahora, después del crujido
de las viejas estructuras, intenta moverse dentro del tercer
esquema de la vida (Pedro).
Es menester evitar toda segregación ideológica
y política dentro de la Iglesia, si se quiere vivir
fielmente la fe con un mínimo de seguridad cristiana.
Quedarse a medias tintas, como parece insinuarse, marginando
a los conservadores y a los avanzados, sería otra manera
de vivir la misma situación anterior de pecado. La
Iglesia es universal, católica (permítaseme
esta palabra que molesta un poco por los ecos históricos
que suscita).
En estos Contrapuntos al Camino del Opus Dei me sitúo
dentro del planteamiento del universalismo y del pluralismo
cristiano. Dejo para otra ocasión el estudio de este
nuevo estallido de conciencia cristiana, que pretende ser
-teológica, sociológica y bíblicamente-
sabiamente fundada, según la cual, el conservadurismo
a ultranza quedaría excluido del verdadero sentido
evangélico. Más aún: solamente podría
tener la pretensión de interpretarlo correctamente
aquella actitud de vida que arrancase de los pobres, se encontrase
entre ellos o, como mínimo, estuviera a favor de los
mismos, de todos los oprimidos y perseguidos por causa de
la justicia.
Esta concepción cristiana cambiaría radicalmente
las actitudes y perspectivas de la fe que hemos recibido.
Dejaría de lado el ala derecha de la Iglesia -el grueso
de su cuerpo social actualmente- porque prácticamente
la encontraría identificada con la seguridad de los
poderosos, con su egoísmo, con su lujo provocador y
con la explotación de la que viven.
Parece que históricamente caminamos en esta dirección.
¿Tiene posibilidades de imponerse por convicción
masiva?
La fe tendrá siempre enemigos. La verdad y el esfuerzo
generoso de liberación los han tenido siempre, y una
fe auténtica pasa por estos mismos difíciles
caminos. Es posible que el error que hemos vivido y padecido
los cristianos haya sido situar al enemigo allí donde
no estaba. Lo hemos localizado y atacado a la izquierda y
se encontraba a la derecha. El acierto y la bondad los hemos
convertido en malicia -¡se ha perseguido a los que estaban
en favor de los pobres!-, y del error y del vicio hemos hecho
una virtud -se ha favorecido la explotación del hermano
por el hermano, y se ha honrado a los criminales de guerra
en el mundo entero-. Por todo esto, la Iglesia se encuentra
hoy en una situación tan confusa, desde América
del Sur a Asia, pasando por África y Europa.
El noble gesto de la Iglesia del Concilio Vaticano II es
propio de un momento desesperado. Por una parte, toda ella
en bloque se encuentra vertebrada en estructuras, tanto mentales
como sociológicas, de derecha. Y de golpe y porrazo
se da cuenta de que tiene que abandonar a toda prisa -como
las ratas- el barco donde está instalada con todo su
histórico cargamento, porque el barco se va a pique.
Por otra parte, la torpe y pesada carga de sus errores y pecados
seculares no le dejan dar un salto bastante largo para salvar
"el depósito de la fe" del que es responsable.
Y por ello se ha visto obligada a descargado en la plataforma
de la "vía de en medio", alejada igualmente
del punto de donde viene y del punto a donde tenía
que haber llegado. Es una solución o situación
de emergencia.
Pero en el interior del Pueblo de Dios se está gestando
ya un nuevo estallido de lucidez colectiva. En virtud de él,
se identificará el ala derecha con el enemigo del hombre,
de la verdad y de Dios, al mismo tiempo que se incorporará
sincera y abiertamente -sin recelos, como ahora mismo- el
ala izquierda. A partir de este momento habremos tocado fondo.
La fe en Jesucristo sólo podrá nacer y desarrollarse,
si asume vitalmente el interés por los oprimidos y
perseguidos por la justicia. Esta será la línea
divisoria entre la fe y el ateísmo, entre el amor y
el odio, entre el egoísmo y la generosidad, entre la
opresión y la liberación.
Este punto de vista clarificador de la fe comprometida -estar
en favor de los oprimidos- se podrá llevar a cabo históricamente
sólo de dos maneras: o desde el corazón de las
masas, como hizo Jesucristo, o desde fuera, como José
de Arimatea. Es decir, o por el camino de la revolución
o por el camino de la evolución. Y esto por aquello
de que la distancia más corta entre dos puntos no es
necesariamente la del camino recto; a veces se llega antes
dando un rodeo. Pero la fe no se podrá mantener de
ningún modo estando del lado conservador o inmovilista,
como estuvo el Sanedrín.
De momento, mientras esta total clarificación no llega,
quiero hacer constar que estos puntos o contrapuntos de contenido
religioso, que se escribieron directamente en favor de los
pobres y de los oprimidos, no pretenden tener la exclusiva
de la interpretación de la fe ni de la salvación
en Jesucristo. No pretenden descalificar a ninguno que se
encuentre en otra corriente de pensamiento. Afirmar, eso sí,
bien alto -y éste es mi compromiso personal, por el
que estoy dispuesto a dar todo lo que soy y tengo, y hasta
la misma vida, si las fuerzas no me abandonan- que los pobres
tienen como mínimo el mismo derecho que los que no
lo son a sentarse a la mesa eucarística y a decir su
palabra en las reuniones de fe, aunque huelan a sudor, o vayan
sucios, o no sepan expresarse correctamente, o se encuentren
perseguidos. Su opinión ha de pesar, como mínimo,
tanto como la de los poderosos.
Mi libro intenta defender este derecho eclesial, inalienable
e intransferible, del hombre apabullado por cualquier orden
establecido, sea del Este o del Oeste, del Norte como del
Sur.
Santa Cecilia de Montserrat, 8 de julio de 1969
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