EL
SER HUMANO Y SU MUNDO
(Algunas claves de la antropología cristiana)
febrero 2000
Antonio Ruiz Retegui
Teólogo. Sacerdote numerario del Opus Dei
CAPÍTULO 8. CALIDAD DE VIDA - VIDA DE CALIDAD
1. Calidad de vida o vida de calidad
En los últimos años reaparece con frecuencia
en los discursos políticos y sociales, la expresión
"calidad de vida". Su sentido parece que debe ser
claro y sustancialmente inequívoco, pues las dos palabras
que la componen no son nada misteriosas. Sin embargo, la expresión
se ha constituido en una referencia exclusiva a las condiciones
materiales en que transcurre la existencia de las personas.
Parece que la palabra vida se toma implícitamente en
sentido unívoco y referido a la vida biológica.
La calidad a la que se alude en esa expresión, queda,
pues, restringida a los aspectos materiales, y entonces, la
gradatoria de la calidad que se significa está constituida
por los diversos niveles de condiciones materiales. Esto es
de suyo bastante equívoco pues la vida tiene también
otras dimensiones. Por eso, para recuperar el sentido real
de las palabras, pongo junto a la expresión corriente,
la formula "vida de calidad", para señalar
que la vida en sí misma puede ser criterio de calidad
precisamente en cuanto vida humana. En efecto, la manera de
vivir su vida la pueden orientar los hombres según
una u otra de las dimensiones o aspectos que tiene la compleja
vida de los seres humanos. Entonces, según la dimensión
que sea privilegiada, la vida humana de que se trate será
de una calidad distinta. La cuestión con la que nos
vamos a enfrentar es si entre esas diversas cualidades de
vida es posible establecer una comparación que sea
objetiva, es decir, que no remita simplemente a las preferencias
de cada persona y que, por tanto sean inconmensurables.
2. Las formas de vida y la sociedad liberal
Las sociedades más avanzadas de occidente se caracterizan,
entre otras cosas, porque en ellas se dan ejemplos de proyectos
vitales muy diversos. Las formas de comunicación que
hay en el medio social, permite que convivan personas con
visiones muy distintas de la existencia y, en consecuencia,
como modelos de vida muy dispares.
Las diferencias más profundas son, lógicamente,
las que se refieren a la dimensión moral de la actuación
humana. Hay personas que se comportan de un modo que para
otras personas resulta completamente inaceptable. Sin embargo,
esos modos de conducta se presentan públicamente sin
que los que los rechazan en su proyecto personal se sientan
especialmente conmovidos. Se ha ido induciendo progresivamente
un sentido de cierta insensibilidad, que suele denominarse
tolerancia, pero que quizá más exactamente habría
que calificarlo de indiferencia.
Esos contrastes en el enfoque de la vida y en la visión
del destino y de la felicidad humana, son los que suscitaron
en el periodo clásico del pensamiento humano el nacimiento
de la filosofía. En efecto, la filosofía tenía
como uno de sus objetivos esenciales la búsqueda de
una "medida" que permitiera dilucidar qué
modo de vida era mejor y, en consecuencia, ordenar la convivencia
social de manera que favoreciera lo más humano.
Sin embargo, en nuestro mundo la filosofía en sentido
clásico ha perdida casi toda su vigencia y ya se da
por supuesto que no es posible una comparación entre
las distintas visiones de la felicidad que tienen las personas.
Además se piensa que la manera de ordenar justamente
la convivencia social es precisamente hacerlo de manera que
cada cual puede perseguir la felicidad según su modo
propio de concebirla. Esto supone un cambio radical en el
modo de concebir la sociedad. Ya no se la puede ver desde
el punto de vista que la consideraba una ayuda indispensable
para la formación de las personas en orden a conseguir
una felicidad o perfección que era comúnmente
aceptada. La sociedad en su con junto debe ser indiferente
respecto a la proposición de ningún modelo de
perfección humana, y su única misión
parece que debe ser, como se decía, el permitir que
cada uno pueda tratar de hacer realidad el modelo de felicidad
que se haya propuesto personalmente, sin que nada ni nadie
se lo dificulte. Lo único que se exige de los demás
es, en consecuencia, no interferir con el proyecto ajeno.
En esta visión pretendidamente neutral de la filosofía
social o política, se sigue percibiendo, lógicamente,
que la cultura es un elemento importante en la configuración
de la persona. Por eso, se está atento para que la
cultura no sea impositiva, sino que induzca en todas las personas
un sentido práctico de tolerancia.
Lógicamente, a esta actitud de tolerancia no se le
puede dar ningún contenido profundo en lo que se refiere
a la visión del hombre, a su destino, a su perfección
o a su felicidad, pues eso sería tratar de imponer
una visión determinada de lo que es y debe ser el hombre.
El contenido de la filosofía social dominante se reduce
a la defensa de la libertad como condición para la
realización de cualquier proyecto personal. Esta libertad
no debe estar fundamentada en ninguna antropología
profunda, sino que debe ser un valor social primario y evidente,
que todos han de defender independientemente de la visión
que tenga las preferencias de cada uno. Esto significa que
la filosofía social se ha convertido en una democracia
esencialmente "procedimental", es decir, que tiene
por contenido la defensa de un cierto modo de proceder políticamente,
y que carece, y debe carecer, de propuestas positivas.
En un principio parece que la tolerancia de la sociedad democrática
procedimental, es una buena base para el establecimiento de
la justicia en la convivencia humana. Incluso en personas
de buena formación cristiana, se dan a veces expresiones
que hablan de la libertad en sentido de no interferencia:
"la libertad de cada uno llega hasta que topa con la
libertad de los demás". Los únicos límites
que se pueden reconocer a la libertad son "horizontales",
es decir, proceden de la existencia de otras personas que
tienen igual derecho a ser libres. No se admiten para la libertad
ningún tipo de límites "verticales"
que procedan de principios abstractos o de teorías
éticas.
Pero la experiencia demuestra que esa libertad es insuficiente.
La libertad es ciertamente una condición indispensable
para el desarrollo personal, pero es esencialmente un bien
"medial". La libertad sola no basta. Su valor reside
precisamente en que es condición de posibilidad para
la realización de los bienes propiamente humanos. Por
esto, la filosofía social de los demócratas
o liberales "procedimentales", cuando se presenta
como una teoría completa de la justicia social, resulta
un tanto fría y desangelada, por no decir vacía
y triste. Las personas y las sociedades "en cuanto tales"
necesitan también, además del respeto a la libertad,
de valores sustanciales, positivos, humanos, que permitan
una imagen de la excelencia humana. Las sociedades sin ideales,
sin modelos de humanidad, sin una "épica",
son sociedades invertebradas, aburridas, débiles.
Ciertamente en esta postura hay una parte muy importante
de la verdad. En efecto, estos valores o bienes son tales
que no se pueden poseer de una manera "mecánica"
sino que han de ser asumidos personalmente, es decir, libremente.
Sin libertad, la vida humana se hace estrictamente imposible,
por muchos modelos o muchas visiones trascendentes que contenga.
La cuestión está en articular una teoría
de la justicia que reconozca el papel indispensable de la
libertad, sin hacerlo a costa de prescindir de la necesidad
de los valores positivos. Una teoría social que sea
solamente una teoría de la libertad, es esencialmente
incompleta. Además, si la libertad se concibe aisladamente
es muy fácil que decaiga en planteamientos deformadores
de la misma libertad.
La manera de hacer presentes propuestas positivas no puede
ser el recurso a la mera ordenación jurídica.
En efecto, las leyes jurídicas tienen un carácter
"externo", mientras que los valores propiamente
humanos han de ser asumidos "internamente". Esto
hace que haya que recurrir a otros ámbitos para que
sea en éstos donde se transmiten los valores sustanciales
de la visión de la persona. En primer lugar, ésta
es una misión indispensable de la familia. La familia
no "impone" externa o violentamente los valores
a los que nacen en ella, sino que les ofrece el medio vital
en que cada ser humano puede iniciarse en la vida. Cada ser
humano no nace ya con las cualidades que luego le permitirán
elegir libremente, sino que adquiere esas cualidades de manera
inseparable con unos contenidos. Un ejemplo puede aclarar
esto. Me refiero al lenguaje. Hay una diferencia esencial
entre el lenguaje que aprende quien ya tiene un lenguaje propio,
y el lenguaje que aprende el niño que empieza a hablar.
La lengua materna no llega sobre la base de unos conocimientos
de lingüística o de gramática, sino que
estos elementos se reciben simultáneamente a la lengua
misma. Análogamente se debe reconocer que la persona
no nace con una libertad neutral, o con una capacidad de establecer
preferencias, sino que estas capacidades las adquiere al mismo
tiempo que recibe vitalmente los valores que ya están
presentes en la familia.
No obstante la familia no puede cargar en exclusiva con la
tarea de transmitir esos valores. La familia es un grupo demasiado
restringido y limitado en posibilidades; por eso recurre a
los educadores de profesión y a la escuela. La escuela
sería entonces el medio del que la familia se sirve
para educar a sus hijos en la visión del mundo que
ella tiene. No se puede acceder a la vida humana si no se
recibe, junto con la vida física, una cierta educación.
Sin embargo, también a la escuela llega la presión
a favor de la primacía de la libertad, y se pretende
que la misma escuela no debería ser cauce para la transmisión
de valores determinados. La escuela misma debería ser
"democrática", en el sentido de democracia
"procedimental". Su misión debería
ser de transmisión de conocimientos neutrales y fomentar
únicamente los valores humanos de la libertad y la
tolerancia. La defensa de la escuela pública frente
a las diversas formas de escuelas privadas que tienen "ideario",
se basan precisamente en esta manera de ver.
En el fondo de esta visión de la filosofía
social y de las teorías de la educación, se
encuentra una doctrina que no es nada neutral, y cuyo contenido
esencial consiste en la afirmación de la primacía
de la libertad humana frente a cualquier tipo de fin objetivo
de la persona. Desde ese punto de vista no se puede admitir
que exista ninguna forma objetiva y universalmente válida
de realización de lo humano. La vieja doctrina de la
perfección humana como desarrollo de unas virtudes
bien determinadas, parece que ha perdido completamente su
valor. Ya no se puede pretender que una forma de existencia
sea mejor que otra. Lo único que se afirma como indiscutible
es que cada uno ha de realizar su proyecto "libremente".
Esta doctrina lleva implícita pero eficazmente a la
opinión de que aquello que se haga libremente, es de
suyo bueno.
No se puede pretender hacer un discurso racional sobre lo
que es más humano y sobre lo que es inhumano, fuera
de la afirmación de la libertad. Los fines que las
personas se proponen son asunto exclusivo de la elección
incondicionada de cada uno, y no es posible ninguna comparación
entre ellos. Los filósofos clásicos descubrieron
la "naturaleza" precisamente como el punto de referencia
que nos permite saber su algo es más o menos "humano".
Pero esa noción parece que llevaba implícitas
unos presupuestos que resultaban inaceptables para quienes
querían prescindir de toda referencia exterior al mismo
hombre. La noción de naturaleza, con lo que implica
de significación propia y de finalidad, se consideraba
algo oscuro, sobre lo que había discusiones interminables,
y nunca acuerdos seguros. Por eso, la medida de la "naturaleza"
tal como se estableció en los comienzos de la filosofía,
se ha convertido en una especie de tabú en la cultura
moderna.
En consecuencia, las propuestas de fines concretos se fue
desplazando hacia ámbitos menos racionales como son
la emotividad personal, la influencia de factores ambientales
y culturales, o incluso la presión de las modas y de
la propaganda. Así, de una manera paradójica,
en las sociedades más liberales es donde encuentran
un campo propicio las sectas y los movimientos políticos
que se apoyan en la apelación al sentimiento, o a otros
factores que no pueden ser objeto de discurso racional, o
de tratamiento razonable. Las propuestas sobre los fines de
la vida, se han convertido en asunto exclusivo de los sentimientos,
y por tanto, algo completamente ajeno a la racionalidad.
Esta mentalidad también se ha introducido desde "hace
décadas en el ámbito de las familias e incluso
en la misma Iglesia Católica. Las familias ya no se
encuentran seguras de poder proponer a sus hijos una visión
de la vida. Toda forma de educación en algunos valores
positivos es recriminada por algunos como manipulación,
y en consecuencia engendra una especie de inevitable mala
conciencia. En la Iglesia, se pretendía también
retrasar el bautismo hasta que cada persona fuera capaz de
decidir por sí mismo qué religión querría
tener y qué formación querría recibir.
Ciertamente en estas posturas se detectaban no pocas contradicciones,
pero no se disponía de los argumentos intelectuales
necesarios para desmontarlas y quitarles su virulencia anticristiana.
La consecuencia práctica de esta situación
ha sido, por una parte, la proliferación de propuestas
religiosas de tipo emotivo, fideísta y, en definitiva,
sectario. En este sentido, hay que reconocer que el fenómeno
del fanatismo es intrínsecamente afín a la defensa
de la libertad como bien humano primario, anterior a cualquier
concepción del hombre. La separación que se
ha establecido en la modernidad, y que se formuló científicamente
a comienzos del siglo XX, entre los juicios de hecho y los
juicios de valor, restringió el ámbito de la
racionalidad científica, que era la única que
se consideraba racionalidad auténtica, sólo
a los "juicios de hecho", mientras que los "juicios
de valor" pasaron a ser dominio del sentimiento, nítidamente
distinguido de la racionalidad. Por esto, como se decía,
las cuestiones sobre los asuntos más vitales, que son
los que afectan a los juicios de valor, han caído con
facilidad en el campo de la irracionalidad emotiva y del fanatismo.
Es cierto que algunas formas de fanatismo tienen raíces
históricas en determinadas formas de vivir la existencia
religiosa, tal como sucedía en los tiempos pasados.
Pero es muy importante tener en cuenta que, incluso en esos
tiempos, sobre todo en el ámbito de la religión
cristiana, se reconocía que la razón natural
era un "lugar teológico". Esto significaba
que la fe debía entrar en diálogo con la razón,
y sus contenidos se presentaban en continuidad y unidad armónica
con los conocimientos logrados por la razón en su ejercicio
natural espontáneo. Por esto el fanatismo era de suyo
un fenómeno marginal. En la misma fe se encontraba
el medio para la superación de ese defecto. En el seno
de la vida religiosa, al menos dentro de la vida propiamente
cristiana, el fanatismo era un fenómeno marginal y
claramente patológico. Las persecuciones religiosas
tuvieron de hecho un carácter más oscuro y fanático
en las zonas protestantes, en las que los procesos a los disidentes
eran realizados sobre todo por creyentes iluminados, que en
las zonas más católicas, cuando los jueces de
los tribunales de inquisición eran religiosos que tenían,
en general, buena formación teológica y filosófica.
Sin embargo, como hemos dicho, en el seno de una cultura
que separa metodológica y radicalmente los juicios
de hecho respecto de los juicios de valor, el fanatismo es
una cadencia intrínseca. Por eso, en los descreídos
de la cultura tecnológica, las religiones de tipo fideísta,
como la religión musulmana o la religión judía,
alcanzan un prestigio y una admiración singulares.
En este sentido no carece de cierta razón lo que se
ha dicho del hombre occidental cristiano: que cree en todas
las religiones menos en la suya.
Por otra parte, la educación se ha restringido a proporcionar
a los jóvenes un tipo de conocimientos instrumentales,
que son de suyo neutrales respecto de cualquier postura personal,
y que a la vez, sean útiles para la opción que
cada uno elija. En consecuencia, la educación se ha
hecho fundamentalmente instrumental y técnica, y se
ha despojado de toda posible propuesta sobre valores sustanciales
humanos.
El resultado ha sido que en nuestro mundo cultural, las personas
adquieren unas destrezas técnicas muy grandes, que
las ayuda a integrarse en un mundo tecnológico de gran
capacidad productiva, pero están poco educadas respecto
a los fines que pueden o deben perseguir para desarrollar
adecuadamente su propia humanidad. Esas personas se encuentran
con muchos medios, pero con pocos fines que conseguir. Los
únicos fines que se proponen serán, en consecuencia,
aquellos que aparecen de manera inmediata en la vida, es decir,
los fines de la vida corporal biológica. En las escuelas
y universidades los jóvenes no suelen tener la experiencia
de valores humanos profundos; lo único que se les da
son destrezas técnicas instrumentales. Eso significa
que en los años de la juventud las personas no tienen
gozos profundos ni experiencia de la verdad en sí misma,
sino solamente perspectivas de poder hacer lo que se quiera.
La vida humana en cuanto perfectible, se ve sobre todo en
su aspecto biológico, cuyos bienes propios son el bienestar
físico. Los valores humanos dominantes son lógicamente,
sobre todo los del cuerpo: la salud, el bienestar, el placer,
la espontaneidad, la libertad física. Las personas
que aparecen como más logradamente humanas son aquellos
que consiguen más riqueza de medios materiales, los
que tienen posesiones más brillantes, mejores casas,
coches más potentes, belleza física más
deslumbrante, capacidad de placer más intensa. Los
atletas del deporte, o los atletas sexuales, aparecen junto
a los científicos, o los empresarios, como los triunfadores
de este mundo, como los modelos humanos que todos admiran.
Aún persisten algunas valoraciones tradicionales sobre
cosas como la cultura, pero también en este ámbito
impone su ley la técnica. Las cosas de la cultura se
han convertido en productos semejantes a los demás
productos del homo faber, objetos sometidos a las leyes del
comercio y del rendimiento económico. La misma ética,
se presenta en ciertos discursos como una dimensión
humana que hay que defender y cultivar porque es económicamente
rentable en el ámbito de las empresas.
En resumen se puede decir, que la pasión por la libertad
ha conducido, primero a la incapacidad para proponer ninguna
visión del hombre y del desarrollo de que es capaz,
y enseguida, a la aparición de unos modelos que restringen
la visión del hombre a sus aspectos más materiales.
Además esta reducción a lo material biológico
acaba presentándose como una exigencia de la libertad,
de manera que todo intento de alzar la mirada hacia dimensiones
más espirituales, se convierte enseguida en sospechoso
de ser enemigo de la libertad, de ser peligrosas fuentes de
fanatismo.
3. Pretendida inconmensurabilidad de los proyectos vitales
En este mundo es inevitable que haya preferencias respectos
a los proyectos vitales de más alcance y que se trate
de vivir también en las dimensiones espirituales o
culturales. Incluso puede que en determinadas circunstancias
se plantee la necesidad de subrayar especialmente las dimensiones
más altas de la vida.
Pero resulta muy difícil en estas circunstancias hacer
un planteamiento de "bienes superiores", o de "dimensiones
más altas" de la vida. Las diversas opciones vitales
resultan inevitablemente "igualadas" o "niveladas"
en la perspectiva que hemos descrito antes. La separación
de los juicios de hecho y los juicios de valor, junto con
"la afirmación de que lo único que puede
ser objeto de conocimiento científico son los juicios
de hecho, hace que los "valores" queden reducidos
a asunto de elección sin presupuestos: no hay ningún
racionamiento riguroso que pueda alzarse como juez entre los
diversos valores. En cuanto que son mero objeto de elección
emotiva, todos los valores han de ser considerados como absolutamente
equivalentes.
Desde los tiempos de Sócrates los hombres se plantearon
el problema de establecer cuáles entre los posibles
placeres que el hombre puede conseguir, son más altos.
Calicles, en el "Gorgias" de Platón defendió
la opinión de que los placeres son todos equivalentes,
pero Sócrates lo hizo caer en contradicciones evidentes
y Calicles abandonó el diálogo. Desde aquel
tiempo se planteó en la misma perspectiva cuáles
entre las diversas sociedades que se encontraban era más
humana, qué instituciones merecían ser imitadas,
y cuáles deberían ser abolidas de toda convivencia
social por ser inhumanas. La filosofía nació
precisamente cuando en el encuentro entre culturas, los hombres
no se limitaron a combatir lo que les era extraño,
sino que se propusieron "medir" el grado de humanidad
de los ordenamientos sociales o políticos y de las
diversas instituciones que veían en esas culturas.
El desprecio de la filosofía griega en la modernidad
y, de manera especial, el rechazo de la noción de naturaleza
que está unido al nacimiento de la ciencia moderna,
hizo volver a la situación anterior a la filosofía
griega, es decir, al momento en que las culturas distintas
se percibían simplemente como distintas, sin que fuera
posible una comparación razonable entre ellas. El único
modo de encuentro es o el enfrentamiento físico en
la guerra, o la tolerancia absoluta en el reconocimiento de
que cada una tiene el mismo derecho a existir que las demás.
Si se advierte que en lugares distintos hay forma de convivencia
distintas de las nuestras, si vemos que se organizan socialmente
de maneras diversas, que persiguen objetivos distintos, que
practican costumbres familiares o religiosas extrañas,
etc. lo único que puede decirse razonablemente es que
"esas culturas tiene valores distintos de los nuestros".
Pero hacer un juicios de valor sobre esas formas de vida se
considera una presunción imperdonable. Si además
se alzara la pretensión de difundir los propios modos
de convivencia o de organización social esto sería
inmediatamente acusado de un colonialismo fanático.
La percepción de distintas culturas ha dado lugar
en nuestro mundo intelectual a una ciencia de la cultura cuya
misión es exclusivamente levantar acta de la existencia
de esos modos de vida y de los elementos que lo componen.
Ha dado lugar también a la convicción de que
la actitud razonable ante esas formas de vida contrastantes
con las nuestras, es la tolerancia.
En consecuencia, toda actitud de tratar de comunicar los
propios logros a los demás pueblos, o la pretensión
de introducirlos en nuestro mundo religioso es calificado
como voluntad de dominio y arrogancia sin fundamento. Las
"misiones" y el afán por convertir a los
"paganos" son actitudes descalificadas automáticamente
desde la afirmación de que cualquier postura ante Dios,
es camino de salvación.
Con ocasión del quinto centenario del descubrimiento
de América, se produjo un fenómeno que era más
de rechazo de aquella irrupción de la cultura europea
en las "riquísimas" civilizaciones que se
habían desarrollado antes. Parece que nadie podía
plantearse, porque no había ningún "término
de comparación", que las civilizaciones precolombinas
fueran menos "humanas" que la que llevaron los descubridores.
Esto mismo sucede en nuestro mundo. Las opciones de cada
persona en favor de un modo de vida determinado, parece que
no debe ser incondicionado por nadie. En cada caso se trata
de una opciones inconmensurables con las opciones de los demás.
Pretender hacer juicios de valor sobre esas opciones radicalmente
subjetivas, sería tratar de hacer ciencia de los juicios
de valor, y como ya hemos dicho, los juicios de valor son
asunto exclusivo de los sentimientos; sobre ellos no puede
darse conocimiento verdaderamente científico. Quien
en nuestro mundo cultural opta por una forma de vida materialista,
entregado a un trabajo técnico altamente productivo
y consigue con ese trabajo una riqueza que luego, los fines
de semana consume en grandes comidas con majares exquisitos,
es una persona que ha hecho una opción vital tal respetable
como el que se vuelca en estudios literarios, o en relaciones
homosexuales. La respetabilidad de "haber hecho la propia
opción" es absoluta y nadie tiene derecho a inquietarla.
Por esto, encontramos en nuestro mundo un esfuerzo casi titánico
por hacer aparecer respetables una opciones que desde el punto
de vista de la formación tradicional y cristiana, eran
juzgadas como descabelladas, inmorales, inhumanas, deshumanizantes.
Actualmente toda opción vital tiene el mismo derecho
a ser respetada. Pero esto significa en la práctica
que aquellas opciones que tradicionalmente eran consideradas
más nobles, han de ser rebajadas, y las que eran juzgadas
como abyectas han de ser sublimadas. Lógicamente, como
no se puede establecer el momento en que se produce el equilibrio
de posiciones, el resultado es que lo que era considerado
como noble y humanamente excelente, ha de ser siempre vejado,
y los que era considerado inmoral o desviado, ha de ser exaltado
sin límites.
La cadencia de este proceso lleva por sí mismo a poner
en primer plano aquellos "valores" que son inmediatamente
perceptibles en esta cultura, es decir, los valores que se
imponen son los que significan el cultivo de lo biológico,
de lo sentimental, de lo placentero. Ciertamente se puede
cultivar la religión, o la vida familiar, o el respeto
a los mayores, o la filosofía, pero de ninguna manera
se puede pretender que esas formas de vida son más
altas que el cultivo de, por ejemplo, la mera productividad
y la vida desenfrenada. Más aún, en la medida
en que esas posturas son tradicionales, se las considera sospechosas
de querer imponerse y de dificultar la libertad de las otras
opciones. Así se pasa primero al desprecio y enseguida
a rechazarlas.
En ambientes muy amplios de nuestro mundo cultural, incluso
entre personas formadas en escuelas presuntamente cristianas,
las figuras que despiertan admiración son los "triunfadores",
los que han conseguido situarse en el mundo empresarial y
han logrado éxitos económicos, que son los éxitos
sociales. Las profesiones que se prestigian son aquellas que
posibilitan situarse en los lugares de enriquecimiento material,
y no tanto las que suponen un ejercicio más humano
y personalmente enriquecedor de los propios talentos. Incluso
muchas veces, no se trata solamente de creadores de riqueza
industrial, sino de los hábiles "financieros"
que saben utilizar en su provecho las leyes del funcionamiento,
"fisiología" del sistema.
4. Criterio para comparar
A pesar de la presión ambiental en favor de la indiferencia
de los valores y de las distintas formas de vida, la realidad
se impone tercamente. El "derecho natural", es decir,
la organización social y política que favorece
el desarrollo de los más humano, es un tema recurrente,
aunque se trate de eliminarlo constantemente. Y es que la
"naturaleza" como término de comparación
para medir el grado de humanidad de esas distintas posiciones,
no fue una "creación" de los filósofos
griegos, sino el "descubrimiento" de algo que advirtieron
que estaba presente ante la mirada de todos. Por eso se podía
alzar una pretensión de universalidad con la convicción
de que se estaba comunicando algo bueno para todos.
No todo empeño por difundir la propia visión
es "colonialismo". Cuando lo que se conoce se percibe
como algo propio de lo humano en cuanto tal, se advierte el
impulso de comunicarlo a quienes no lo conocen. Se podría
poner como una comparación el empeño de los
marxistas en difundir los descubrimientos de Marx sobre las
leyes sociales. Ellos sabían que muchos pueblos se
han organizado de formas diversas a través de siglos
de vida, pero pensaban al mismo tiempo que tenían un
conocimiento inequívoco de cuáles son las leyes
de la historia y de la liberación del hombres de todas
sus alienaciones. Por eso se sentían autorizados para
llevar a todas las latitudes y a todas las civilizaciones
lo que pensaban que eran un bien universal, no solo válido
para la Europa capitalista del siglo XIX, sino para el hombre
en cuanto tal.
El mundo occidental de nuestro tiempo, lo único que
se considera autorizado a transmitir a todas la latitudes
es el desarrollo tecnológico, porque es lo único
que piensa que es un bien incuestionable para el hombre. Nadie
duda que es un gran bien transmitir a todos los pueblos la
democracia liberal, o difundir la medicina moderna o los medios
de producción de alimentos. Se está seguro que
estos bienes no son bienes sólo para algunas mentalidades
y latitudes, sino para el ser humano en cuanto tal.
En el fondo estas actitudes son la muestra de que la noción
de "naturaleza humana" como medida de humanidad
no ha desaparecido. Si se la expulsa por la puerta vuelve
a entrar por la ventana. Simplemente se ha reducido a la dimensión
más material y corporal. Por eso resulta evidente que
a quien no tiene alimentos, o medicinas, o casas, o vestidos,
hay que proporcionárselos. Es muy evidente que quien
carece de esos bienes está en una situación
precaria, y sería una negligencia grave por parte de
quienes tiene los conocimientos necesarios, abandonados en
su situación.
La cuestión entonces es qué es lo que nos aparece
como precario y por qué. Si la situaciones de falta
de democracia nos aparecen clamorosas, es porque nos hemos
hechos muy sensibles al gran bien se la libertad social y
política, y esta sensibilidad es un desarrollo importante
del hombre occidental. Sin embargo, otras sensibilidades parecen
adormecidas o casi inexistentes. Y, no obstante, cuando se
ven jóvenes que no saben querer, que no saben escuchar
a los mayores, que actúan movidos por sus impulsos
más inmediatos, muchos afirman que se les debe dejar
así, porque actuar de otro modo sería imponerles
las propias convicciones.
En nuestro mundo, se encuentran muchas situaciones que resulta
difícil contemplar con indiferencia. Personas de gran
inteligencia, se centran en un uso de sus talentos exclusivamente
encaminado a ganar más dinero, permaneciendo cerrados
a los goces más nobles y más capaces de alegrar
los y de cumplirlos como personas, jóvenes de muy buena
posición viven casi insensibles a la presencia en sus
vida de otras personas que les podrían proporcionar
conocimientos maravillosos, y abrirles a mundos que casi ni
sospechan, muchachas y muchachos encantadores viven sumidos
en una superficialidad que las va incapacitando para poder
gozar del amor, artistas dotadísimos ponen su arte
al servicio de prejuicios que los dejan a mitad de camino
en el ejercicio de sus posibilidades, una generación
entera de jóvenes pasan por la escuela y por la universidad
sin la experiencia de haber escuchado a los grandes maestros
y se limitan a aprender cosas útiles, instrumentales,
que están todas en función de algo ulterior.
Una persona bien formada en sentido clásico, vería
este panorama con un sentimiento de desolación porque
advertiría claramente que esas personas no se han limitados
a hacer opciones distintas de las suyas, sino que son personalidades
truncadas, empobrecidas, menos humanas.
En su libro sobre "Lo pequeño es hermoso"
Schumacher se negaba a considerar como equivalentes la ignorancia
del Segundo Principio de la Termodinámica, y la ignorancia
de la obra de Shakespeare. Quien ignora la ciencia termodinámica
no se pierde nada substancial, en cambio quien ignora lo que
Shakespeare decía, se pierde la vida. Esta observación
es muestra de que ese autor veía la vida como algo
que puede vivirse de maneras muy diversas, que no son meras
opciones arbitrarias, sino que marcan la intensidad misma
de la vida.
Las palabras de Jesucristo -"he venido para que tengan
vida y la tengan en abundancia"- no tienen sentido solamente
en el ámbito cristiano-sobrenatural. También
Henry David Thoureau escribió, desde una perspectiva
natural humana, su miedo a llegar al momento de la muerte
y darse cuente de que no había vivido. La vida humana
no es algo unívoco. Hay multitudes que pasan por la
vida "viviendo o semiviviendo" como decían
la mujeres del coro en "Asesinato en la catedral"
de T. S. Eliot. Y este espectáculo no debería
dejar indiferente a quien lo sabe.
La percepción de la frustración en la vida
de las personas debe ser, en primer lugar, origen de una reacción
de malestar. No se puede contemplar una realidad tan rica
como la persona humana, que se cumple sólo a medias
y quedar indiferente. Si la vista de un cadáver es
tan inquietante es porque tiene ojos y rostro y manos, que
"dicen" vida, pero no la tienen. "Nunca pensé
que la muerte hubiera destruido a tantos" decía
Dante al contemplar la innumerable multitud de los que estaban
en el vestíbulo del infierno. Y Eliot, en "La
tierra baldía" se siente movido a aplicar la misma
exclamación a los que circulan perdidos por nuestras
ciudades productivas.
La cultura dominante puede presionar para que admiremos a
los triunfadores en las empresas tecnológicas, pero
la conciencia humana y la educación buena debe llevar
a sentir una profunda inquietud ante ese fenómeno.
Ciertamente no se trata de advertir lo malo. La buena percepción
de lo malo y defectuoso debe ser siempre consectaria y derivada
de la capacidad para percibir lo bueno. La medida de lo humano
brilla allí donde se cumple con cierta plenitud. La
naturaleza humana, en cuanto que es principio de reposo y
de finalidad, la percibimos sobre todo, en aquellas personas
donde ese reposo y esa teleología la vemos esplendorosa.
La medida de lo humano la conoce quien sabe ver una persona
que es querida en su trabajo, que no está ansioso por
ganar siempre más, una vez que ha conseguido lo necesario
para una vida digna, sino que tiene muchos amigos que confían
en él y con los que tiene una comunión humana
al más alto nivel. Ciertamente se podría decir
que para ver esos ejemplos de plenitud de lo humano hay que
tener ya una cierta sintonía. Pero el punto de partida
de esa sintonía es la misma naturaleza humana que todos
tenemos por el hecho de pertenecer a la especie, una vez que
hemos contemplado ejemplos egregios, la sintonía crece
y la sensibilidad, la capacidad de detectar esos ejemplos,
y el gozo correspondiente, se van haciendo también
mayores.
5. Las imposiciones de la tecnología
El gran desarrollo de la tecnología ha hecho nacer
una cantidad notable de actividades humanas que parecen tener
una gran relevancia porque cuando se desempeñan esas
tareas se tiene presente el elevado número de consecuencias
que puede tener ese trabajo. Además frecuentemente
se trata de trabajos en equipo, con lo cual la posibilidad
de entender el trabajo como parte de un contexto muy amplio,
y, por tanto, rico de significado, aumentan. En otro de los
capítulos de este libro se hacen analizan los riesgos
de las actividades que se realizan en contextos amplios, y
especialmente la posibilidad de pensar que se entiende bien
lo que se hace cuando en realidad el objeto directo de la
propia acción es muy pobre. Numerosas personas muy
inteligentes que se integran en empresas muy complejas realizan
tareas muy banales en sí mismas, aunque requieran una
gran preparación técnica. Sin duda estas personas
caen en errores importantes al valorar su propia tarea, pues
quizá la juzgan desde la perspectiva del equipo en
que están integrados, sin advertir que lo que en realidad
hacen es muy trivial.
En este sentido es importante detener la mirada cuidadosamente
a la hora de valorar las diversas ocupaciones profesionales,
para no ser engañados por la valoración social
de la situación empresarial, sin atender a la auténtica
consistencia de la propia ocupación. Desde luego, quien
realiza un trabajo administrativo rutinario en el seno de
una gran empresa, o quien desempeña una tarea de tipo
lógico-matemática en una empresa de prestigio,
tiene una ocupación más tenue que quien trabaja
en un ámbito creativo o de muchas relaciones humanas
en centros laborales menos prestigiados. La sociedad científico
técnica, tiende a inducir valoraciones que tienen su
punto de referencia en la productividad o el prestigio social
o económico de las empresas en general, pero es importante
que la persona singular pueda entender el sentido de su actividad.
Además hay actividades que son de suyo más
ricas humanamente, aunque sean poco productivas económicamente.
La mirada debería dirigirse sobre todo al tipo de actividad
en sí misma, distinguiendo lo que es mera ayuda al
proceso de la vida, como son los cocineros, o los encargados
de limpieza, o los médicos, de lo que es producción
de cosas materiales artefactos, y lo que es una actividad
que se sitúa en el centro de relaciones propiamente
humanas.
Quien ayuda al mero proceso de la vida realiza una tarea
que en sí misma es poco consistente, aunque sea un
médico de prestigio. Quizá por la conciencia
de la limitación intrínseca de su tarea los
médicos, solían desarrollar un particular sentido
de la dignidad, superando de esa manera la mera capacidad
de interferencia en el sistema bioquímico del organismo
humano. Desde luego, la actividad del médico puramente
técnico, es poco humanizante para el que lo realiza.
Especialmente si además se centra en la productividad
económica de su actividad. En este sentido el hecho
de tratar con la salud humana puede ser algo ambiguo, pues
aunque podría ser origen de un sentido más profundo
de lo humano, también puede ser mero medio para cobrar
más por su actividad. No obstante, indirectamente puede
enriquecerse por el sentido de la relación con las
personas de los enfermos y su contacto con el sufrimiento
humano. Por eso, la profesión médica es de las
más sensibles a la ética, y a los problemas
humanos en general. En muchos países, hay una larga
tradición de médicos humanistas que da fe de
esta conciencia.
Las actividades que se ordenan a la producción de
artefactos han logrado en los últimos siglos un prestigio
como no lo tuvieron nunca. Contribuye a esto el hecho de que
el desarrollo de la técnica permite que los artefactos
actuales sean de una perfección y de una funcionalidad
como nunca se había sospechado, y que puedan contribuir
a mejorar notablemente.1as condiciones de vida de los hombres.
Hasta tal punto se ha impuesto la perspectiva de la producción
técnica que el hombre moderno ha llegado a autodefinirse
como "homo faber", e incluso en el ámbito
de la visión cristiana del trabajo, la manera de colaborar
con la providencia, es decir, el trabajo que Dios ha encargado
al ser humano se entiende frecuentemente en términos
de dominio de la naturaleza y de arte en la construcción
de artefactos.
Las actividades más humanas son las que caracterizábamos
como inscritas en el ámbitos de las relaciones interpersonales
en la pluralidad humana. Estas actividades hacen que el ser
humano ponga en juego lo que define más propiamente
su condición. "Para Aristóteles ser vivo
racional y ser vivo dotado de lenguaje significan lo mismo.
Hablar se diferencia de cualquier otra conducta expresiva
en que, en el primer caso, el hablante dirige sus palabras
a un oyente, y en que anticipa al hablar la noticia que recibe
el oyente. Aquél quiere ser entendido por éste
de un determinado modo. Así pues, el hablar no puede
ser ningún modo de manifestación natural de
la vida, sino un sistema convencional de signos que hay que
aprender siempre socialmente. El que aprende experimenta que
el otro no es para él solamente medio circundante,
objeto intencional, sino que también él es medio
circundante para el otro: capta la mirada del otro dirigida
a sí mismo. La vida significa centralidad en sí,
en un medio orgánico. El viviente es un dentro que
se aísla frente a un fuera. Transforma todo lo que
le afecta en medio, otorgándole de ese modo significado.
El viviente "entiende" el mundo dando significado
a todo lo que le afecta en el contexto de la propia autoafirmación
y autorrealización. Lo que queda absolutamente sin
comprender no existe para él. Para el ser racional
se invierte la dirección. "Fieri aliud inquantum
aliud" es una vieja definición de su comportamiento
cognoscitivo frente al mundo. "Hacerse lo otro en tanto
que otro" significa captarlo como no entendido, como
algo que no sólo tiene sentido en mi mundo, sino que
él mismo es sujeto para el que existe un significado.
La razón comienza sabiendo que existe algo de lo que
no se sabe nada, o que, al menos, no se comprende. Las palabras
"ser", "existe" y "hay" abren
un horizonte cuya extensión es infinita y cuyo centro
se halla en todas partes, por tanto, no exclusivamente en
el lugar en que yo mismo me encuentro" (Spaemann). La
capacidad de ponerse en lugar del otro, es lo que hace que
el ser humano, que es también un cuerpo vivo, sea imagen
del Absoluto. Ciertamente una persona no puede estar en todos
los lugares, pero en la medida en que puede salir de su propia
perspectiva, y situarse en la perspectiva del otro, está
mostrando la capacidad de estar de ese modo en todos los lugares,
y, de esa forma, ser imagen del absoluto.
Esta capacidad se cumple de manera singular en la situación
de diálogo, por eso, el momento en que se actualiza
esa capacidad, la vida humana alcanza su más alto nivel
de calidad. "Éstas son las sesiones de oro: cuando
cuatro o cinco de nosotros, después de un día
de duro caminar, llegamos a nuestra posada, cuando nos hemos
puesto las zapatillas, y tenemos los pies extendidos hacia
el fuego y el vaso al alcance de la mano, cuando el mundo
entero, y algo más allá del mundo, se abre a
nuestra mente mientras hablamos, y nadie tiene ninguna querella
ni responsabilidad alguna frente al otro, sino que todos somos
libres e iguales, como si nos hubiésemos conocido hace
apenas una hora, mientras al mismo tiempo nos envuelve un
afecto que ha madurado con los años. La vida, la vida
natural, no tiene don mejor que ofrecer. ¿Quién
podría decir que lo ha merecido?" (C. S. Lewis).
Por supuesto hay personas que apenas vislumbran esta calidad
de vida, aunque quizá piensen que la situación
más deseable es la del reconocimiento social o la de
la riqueza económica, o la de las situaciones más
inmediatamente placenteras. Y no obstante, esta superioridad
no es algo válido sólo para el que sabe valorarla,
sino para todos. Todos tienen, en virtud de la común
condición humana, la capacidad y la finalidad a esta
forma de vida superior. Si no la alcanzan, o la alcanzan sólo
muy esporádicamente, su vida permanece objetivamente
truncada y, más o menos conscientemente, insatisfecha.
Este truncamiento está, sin duda, en la base de muchas
situaciones personales de crisis y de inquietud de fondo.
La vida humana es ciertamente funcionamiento biológico,
y es también uso y producción de cosas materiales,
pero la vida humana es sobre todo, relación personal,
diálogo con los demás, relación amorosa.
Cuando una persona tiene una actividad de este tipo se siente
más "vivo", con una vida que es de más
calidad intrínseca que lo que puede ser la vida basada
en las dimensiones anteriores.
Todo esto se refiere a la calidad de vida tal como se inscribe
en la dimensión terrena de la existencia humana. Por
supuesto, las situaciones de precariedad son compatibles con
una situación de plenitud en la dimensión trascendente.
Hay muchas personas que han sido grandes santos viviendo una
vida que, según la naturaleza, han sido vida carentes
de calidad. La privación de una situación material
suficiente, o la marginación social ha sido para muchos
la ocasión para dirigirse a Dios con mayor confianza
y abandono. Pero eso no significa que no debamos considerar
atentamente la calidad de la vida como algo que debemos ayudar
a conseguir. Nuestra actitud ante los demás no debe
estar orientada exclusiva ni primariamente por el empeño
en hacerlos santos, sino por hacerlos felices. Y la felicidad,
como se dice en algún otro lugar de estos escritos,
está medida directamente por el cumplimiento de la
tendencia inscrita en la naturaleza.
6. El deber de levantar la calidad de vida de los demás
La objetividad de los criterios que hemos apuntado para establecer
los nivel de calidad de vida, hace que quien los tienen bien
asimilados, no pueda ver la vida de los demás con indiferencia.
Si se sabe que la vida de algunas personas se mantienen a
un nivel precario, aunque esa precariedad esté disimulada
por un cierto bienestar material o social, no se puede permanecer
indiferente. Percibir la vida en cuanto tal, es percibirla
como orientada a una plenitud y, en consecuencia, sentir el
impulso de ayudar para que esa plenitud se alcance.
La actitud de indiferencia respecto de las opciones vitales
que los demás han hecho sería muestra de la
vida de ellos no se percibe teleológicamente, es decir,
que no se percibe propiamente como vida, sino como mero mecanismo
biológico susceptible de cualquier modo de realización.
Este modo de ver está, como hemos dicho, presente en
la mayor parte de nuestro mundo cultural como una consecuencia
directa de la perspectiva científica moderna.
Cuestión delicada será sin duda encontrar el
modo adecuado de dar esa ayuda, pues las dimensiones más
altas de la persona no se pueden imponer a través de
una mera acción eficaz desde fuera. Pero la dificultad
o la complejidad de la ayuda, o lo problemático del
modo de darla, no significa que esa ayuda no debe ser advertida
como un deber claro respecto de los demás.
Este problema está íntimamente relacionado
con la naturaleza del apostolado cristiano, y especialmente
con el apostolado que deben realizar las personas que no tienen
en la Iglesia una misión pública de formación
o de santificación. Los cristianos corrientes participan
de la misión de Cristo, y esta participación
es un aspecto de la gracia de la comunión con Él.
Por eso, el cumplimiento de esa misión, no es un añadido
extraño a su vida: como toda gracia cristiana, es una
perfección de la naturaleza. Por esto, el apostolado
cristiano no sería entendido correctamente si se viera
como una obligación añadida a los deberes que
respecto de los demás nacen de la misma condición
humana.
Buena parte de las reservas sobre la acción apostólica
de los cristianos, procede del hecho que muchas veces se vive
como una actitud extraña a la forma de conducta que
brota de la mera condición humana y, en consecuencia,
aparece como una injerencia violenta en la intimidad de los
demás, como si fuera el empeño por comunicar
a los demás algo que se considera muy bueno, pero para
lo que no existe una inclinación natural en cada uno.
Esto es lo que expresaba alguien, con cierto tono de burla,
cuando decía que él quería ayudar a los
demás, pero que éstos no se dejaban. Efectivamente
las personas suelen defenderse cuando advierten que alguien
pretende introducirse en su intimidad y plantear les problemas
de conciencia.
La entrada en la intimidad ajena puede ser una bendición,
pero puede ser también una invasión avasalladora.
Es una bendición, cuando tiene lugar de manera natural,
es decir, cuando las personas se encuentran en un ámbito
de entendimiento mutuo, de comunión profunda que alcanza
los niveles más hondos de la personalidad. En la Trinidad
divina, el Padre y el Hijo comunican en el Amor del Espíritu
Santo. El Espíritu de Amor es como el medio en que
se abren mutuamente Padre e Hijo. Entre las personas humanas,
la comunicación requiere también un ámbito,
un espíritu común en que se abran a la comunión.
Cuando lo que hay es simplemente transferencia de información
o afección mecánica corporal no hay propiamente
comunión personal. Toda situación en la que
hay posibilidad de entendimiento personal, diálogo
verdadero y profundo, es imagen de la comunión divina.
El reconocimiento de "el otro" que tiene lugar en
esos casos, es un reconocimiento de su realidad autónoma,
y no la simple advertencia de algo a lo que puedo afectar
o que me afecta. Por eso, implica que el otro es percibido
"en sí mismo" y no sólo desde la óptica
de los propios intereses. Pero percibirlo en sí mismo,
significa conocerle como alguien que también tiene
intereses, es decir, que es sujeto de finalidad, de inclinaciones.
Esto es una forma de amor auténtico. Por eso, el verdadero
diálogo supone una cierta presencia del espíritu
de amor; en definitiva, del Espíritu Santo.
El amor que abre una personas a otras tiene grados o niveles
de intensidad. Según estos niveles, las personas se
abren más o menos profundamente a la que tiene ante
sí. La experiencia de esta comunicación es altamente
letificante, porque implica una situación que es muy
propiamente humana. Es, como decíamos antes, "vida"
en su sentido más alto. En cambio, la afección
por vía de mera afección material, se percibe
como invasión de la propia persona. Esto es lo que
sucede cuando se alcanza a la otra persona por la vía
de la violencia física. Pero es también lo que
sucede cuando se le dirigen palabras que no se dicen en el
seno de la comunión personal auténtica, sino
que se dirigen desde fuera. La persona puede efectivamente
ser alcanzada por unos significados, independientemente de
la comunión personal, y esos significados pueden tener
un efecto parecido a una agresión. Las frases que inducen
la duda, o el miedo o la inquietud de conciencia son agresiones
de este tipo. Sobre la realidad de este riesgo se basa la
resistencia de algunas sociedades a las actividades apostólicas
que pretenden introducir inquietudes de conciencia por un
camino que no presupone una comunión personal proporcionada
a esa intimidad.
Por eso puede afirmarse que el verdadero apostolado presupone
la amistad. Si el ambiente de amistad no está logrado,
las palabras que hablan de salvación, de conversión
o de Dios, resultan agresivas y son percibidas como tales
por quien las recibe. También quien las pronuncia se
siente como invasor porque es consciente de que está
invadiendo al otro con unos contenidos mentales que aunque
sean en sí mismos buenos, son tratados al modo de mercancías,
es decir, sin contar con las inclinaciones profundas del que
escucha. Evidentemente esto no sucede cuando se trata de una
predicación pública, pues entonces la situación
de relaciones humanas es manifiestamente distinta y el que
escucha lo hace porque quiere.
La muestra de que se ha logrado establecer una relación
de amistad, es que se reconoce al otro en cuanto capaz de
una vida mejor. Ya en el ámbito puramente natural los
amigos se presentan mutuamente a los otros amigos, se comunican
las cosas que les han gustado, se dan noticias sobre los libros
interesantes que han leído, las películas que
han descubierto como valiosas. No sería buena amistad
la relación entre personas que no se tratan de esta
manera. A veces, cuando la comunicación entre los amigos
es muy profunda, se llega no rara vez a comprarle directamente
un ejemplar del libro interesante o la entrada para la película
valiosa. En estos casos la intimidad de la comunión
en ese aspecto, hace que esa entrada en la intimidad no sea
una invasión violenta, porque ya se le ha abierto naturalmente
el alma. Todos eso implica que la intimidad de comunión
tiene como expresión suya propia, la percepción
de la calidad de la vida del otro, y la correspondiente ayuda
para mejorarla. Los amigos se dan noticias sobre circunstancia
favorables en asuntos de trabajo, o de posibilidades de adquisición
de bienes necesarios. Quien no detecta que la calidad de vida
es una cuestión importante, es que no percibe que hay
diferencias entre las diversas formas de vida y que es mejor
la vida de calidad más alta.
Es en este ámbito donde se puede dar sin violencia
la comunicación sobre los asuntos de conciencia. En
efecto, la noticia sobre la salvación en Cristo, sobre
su Persona, sus palabras, su perdón, su Iglesia o sus
sacramentos, no son un bien extraño. El corazón
humano clama por ello, de manera análoga a como clama
por mejorar la calidad de su vida. Si en cada persona no hubiera
una teleología inscrita en lo más íntimo,
el anuncio de Cristo, sería el anuncio de un bien grande,
pero extraño; algo así como una mercancía
de la que se hace propaganda. En realidad esa teleología
está presente, y la muestra de que se reconoce será
el empeño por ayudar a alcanzarla en todos los niveles.
La ayuda a lograrla en los niveles propiamente humanos es
señal necesaria de que es recto el empeño por
ayudar a conseguirla en los niveles más altos.
Ciertamente es Dios quien abre el corazón para que
cada persona preste asentimiento de fe al anuncio de Jesucristo.
Pero esa acción de la gracia del Espíritu, tiene
imágenes naturales que son como instrumentos de su
acción. Y una imagen egregia del amor de Dios es el
amor de amistad.
Por eso se entiende que algunas personas especialmente sensibles
a la dinámica propia del asentimiento sobrenatural
a la fe, se resistan a todo lo que pueda aparecer como un
actuar desde fuera sobre otros, y sean a veces acusados de
tener poco empeño por hacer conversos, como comentaba
Newman había experimentado en sí mismo todo
esto con especial intensidad. En su "Apología"
escribió a este respecto: "Yo era muy severo
cuando algunos católicos, animados por las mejores
intenciones, se inmiscuían en nuestros asuntos de Oxford,
o trataban de alguna manera de ayudarme. Verdaderamente, en
aquel período no había nada que me echase más
para atrás. "¿Por qué os entrometéis?
¿Por qué no me dejáis en paz? No podéis
ayudarme; no sabéis absolutamente nada de mí;
más aún podéis hacerme daño; estoy
en manos mejores que las vuestras. Sé de la sinceridad
de mis propósitos, y estoy decidido a tomarme tiempo.
Después de mi paso al catolicismo, he sido acusado
algunas veces de ser reticente a hacer prosélitos.
Y los protestantes han deducido que no tengo muchas ganas
de hacerlos. Actuar de otra manera sería contrario
a mi naturaleza. Sería, además, olvidar las
lecciones que me ha dado mi propia historia personal".
7. Las condiciones para las formas de vida más
nobles
La percepción y la realización de los bienes
más altos requiere una preparación cuidadosa
por parte de quien debe percibirlo y rea1izarlo en su vida.
No basta estar destinados naturalmente a ciertos bienes, y
tenerlos presentes, al alcance de la propia actividad. Hay
que estar preparados en concreto para la percepción
de esos bienes. Esa preparación es la virtud. Por eso
la virtud se definía algunas veces como una segunda
naturaleza, es decir, como una disposición interna
respecto del propio fin. Si esta virtud falta, los bienes
más altos que constituyen nuestro destino y que, por
tanto, están inscritos en nuestro propio ser, quedan
como extraños y pasan inadvertidos.
No se trata de crear, en la indiferenciada constitución
del hombre, unas aficiones o inclinaciones que le sean impuestas
desde fuera. Es decisivo entender que la preparación
para los bienes más altos no es manipulación
de las personas, sino "afinamiento" de su ser natural
para estar adecuadamente dispuestos respecto del fin que está
ya inscrito en su interior. Por eso, esa preparación
para los fines más altos no perfecciona a la persona
solamente respecto de algo externo y, por tanto, relativamente
indiferente, sino que perfecciona a la persona en sí
misma. No es como dar alas a un ser que naturalmente no tiende
a volar, sino perfeccionar lo sobrenatural y gratuitamente
en lo que ya es. La gracia hace al hombre no sólo semejante
a Dios. Para entenderla correctamente es esencial advertir
que, al darle la participación en la naturaleza divina,
lo hace al mismo tiempo más humano.
El camino de ese perfeccionamiento de la persona, debe ser,
como se anunció ya anteriormente, tal que respete el
modo de ser del hombre. Las perfecciones más altas
debe recibirlas libremente, es decir, reconociéndolas
como tales y experimentándolas en su capacidad de cumplir
su teleología íntima. Por esto es tan inútil
el mero consejo externo. Las recomendaciones teóricas
y generales hacia "las riquezas de la cultura",
o las insinuaciones sobre la lectura de ciertos libros "elevados"
suena huecas y pedantes si no hay previamente una confianza
personal bien establecida que engendra cierta autoridad en
quien hace esas propuestas.
Los antiguos decían que la virtud no puede "enseñarse",
es decir, no es objeto propio de lecciones teóricas,
puede "mostrarse". La cuestión es en qué
consiste este "mostrar". Hay maneras de presentar
la virtud que, aún siendo exactas, son, sin embargo,
completamente inútiles o incluso contraproducentes.
No se trata solamente de dar conocimiento de la vida de calidad,
sino que hay que llegar a hacer que esa vida sea percibida
por los demás como efectivamente "de calidad",
es decir, deseable.
Para alcanzar este objetivo, hay que presuponer entre quienes
proponer la vida de calidad y los que han de ser movidos a
ella, una vinculación personal de afecto, de confianza,
de "autoridad" verdadera y no de poder. Es necesario
que la propuesta llegue a su destinatario en su realidad de
bien interpelante, atractivo. Ésta es una cuestión
profundamente personal. Hay personas que tiene capacidad de
difundir su propio "espíritu", es decir,
de crear en torno a sí un ambiente de comunicación
personal, de entendimiento mutuo, que es el cauce adecuado
para los contenidos más altos. Son esas personas que
"inspiran" confianza, que se hacen escuchar naturalmente,
que respetan escrupulosamente la conciencia de los otros y
al mismo tiempo facilitan que esas conciencias se les abran.
Estas personas son los grandes maestros. Los grandes maestros
no se limitan a dar lecciones teóricas o a transmitir
contenidos objetivamente valiosos o útiles. Más
bien presentan la verdad con toda su fuerza arrebatadora,
hacen que la vida de calidad "brille" ante la mirada
de los que escuchan o ven. Por esto el contacto con esas personas
tiene un cierto carácter de experiencia estética:
el bien y la verdad se hacen esplendorosos, arrebatadores.
Esto significa en la práctica que la educación
debe tratar de poner a las personas que amanecen a la vida
en contacto con los bienes que ellos mismos desean, y debe
ponerlos en contacto de manera que puedan percibir esos bienes
como realmente constitutivos de la propia perfección,
es decir, como atractivos, como hermosos.
También aquí, como en otros campos, las actuales
teorías de la educación que pone el acento en
los medios técnicos, está gravemente descaminada.
Los actuales medios de acceso a los grandes logros de la cultura
acercan esas grandezas a las personas pero no las pertrecha
para percibirlas como tales. En cambio, el trato personal
con una persona que sea rica de espíritu, da algo completamente
distinto. Por eso, cuando el sentido de la autoridad en su
acepción más noble ha casi desaparecido, la
sociedad se encuentra en un estado de precariedad de "espíritu".
Entonces, lo que puede aunar a la pluralidad de las personas
ya no pueden ser contenidos concretos, pues se percibe con
claridad que no pueden ser inducidos legalmente. Si faltan
grandes testimonios de humanidad, lo único que queda
es la pasión por la libertad, y la teoría política
correspondiente es el liberalismo político a que nos
referíamos antes.
La importancia del "espíritu" a que venimos
refiriéndonos se manifiesta también en que se
puede encontrar no sólo en el trato directo con la
persona del gran maestro. Este espíritu, a veces, configura
un ambiente y se encuentra ya en el ámbito que está
entre las personas que conviven allí. Muchas veces
es un espíritu que procede no sólo de un maestro,
sino de muchas grandes personalidades. El relato de Allan
Bloom sobre la Universidad de Chicago a la que llegó
cuando era un muchacho, y que hemos transcrito en el capítulo
sobre la formación, es más expresivo que todas
los intentos de descripción analítica que podamos
hacer.
Ese espíritu se puede encontrar también en
ciertas obras intelectuales o artísticas. Ciertos libros,
películas o historias populares son sede del espíritu
que han dado a un pueblo quienes lo configuraron como tal.
Esas obras se alimentan a su vez de la acción del espíritu
en los que viven en él. Al acceder a esas manifestaciones,
las personas singulares afinan y purifican su gusto. No sólo
aprenden lecciones teóricas sobre las cuestiones más
importantes, sino que se disponen íntimamente respecto
de ellas. Esto es la virtud.
No basta, pues, con decir que hay cosas que son muy importantes,
es necesario que se engendre en el alumno la sensibilidad
de esa importancia o de esa grandeza. Eso lo hacen las obras
catárticas. En este sentido, es preocupante la situación
actual cuando el gusto es de películas "de acción",
o se engendra el gusto no por lo bueno sino por desvelar los
presuntos falsos
La cultura se concebía en la educación clásica
como el cultivo de la mente de acuerdo con la propia naturaleza
de la mente. No se trata sólo de cultivar la dimensión
práctica o productiva del hombre, tampoco se trata
de cultivar las capacidades lógicas o instrumentales
de la mente. Todo eso no hace justicia a la naturaleza de
la mente humana. "Ser racional" recordábamos
con Aristóteles, es sobre todo, ser capaz de diálogo,
y esta capacidad implicaba el reconocimiento del otro en cuanto
que otro, es decir, en sí mismo. La naturaleza de la
mente humana es la contemplación. se la cultiva cuando
se la ayuda en su capacidad de relacionarse adecuadamente
con los demás. Este objetivo de la educación
no excluye las capacidades técnicas, les destrezas
útiles, pero va más allá.
"Si se debe asignar un fin práctico a un curso
universitario, diré que ese fin es educar buenos miembros
de la sociedad. Su arte es el arte de la vida social, su fin
es "convenir" con el mundo. Por un lado esto hace
que sus opiniones no queden confinadas a profesiones particulares,.
pero por otro no es creadora de héroes ni inspirador
a de genios. La obras del genio no caen bajo la competencia
de arte alguna; las mentes heroicas no están sometidas
a ninguna regla; una universidad no es el lugar para el nacimiento
de poetas o de autores inmortales, de fundadores de escuelas,
de fundadores de colonias, o de conquistadores de naciones.
La universidad no puede prometer una generación de
Aristóteles o de Newton, de Napoleones o de Washington,
de Rafaeles o de Shakespeare, aún cuando hasta ahora
ella haya albergado entre sus muros tales milagros de la naturaleza.
Pero por otra parte tampoco se conforma con formar crítico
o físicos experimentales, economistas o ingenieros,
aunque incluya también a estos en su radio de acción.
Lo que es la Universidad se expresaría diciendo que
la educación universitaria es el gran medio ordinario
para alcanzar un fin grande pero ordinario; lo que se propone
es elevar el tono intelectual de la sociedad, cultivar la
mente del público, purificar el gusto nacional, proporcionar
principios auténticos al entusiasmo popular y objetivos
estables a las aspiraciones populares, dar amplitud y sobriedad
a las ideas de la época, facilitar el ejercicio del
poder político y hacer más refinadas las relaciones
en la vida privada. Es la educación la que proporciona
al hombre una clara visión consciente de sus propias
opiniones y de sus propios juicios, autenticidad al desarrollarlos,
elocuencia al expresarlos y fuerza al imponerlos. Enseña
a ver las cosas como son, a ir derechos al núcleo del
asunto, a aclarar los pensamientos confusos, a descubrir los
sofismas y a eliminar lo que es carente de relieve. Prepara
a las personas para ocupar puestos con honor y a dominar los
argumentos con facilidad. Les muestra cómo adaptarse
a los otros, cómo ponerse en la situación mental
de ellos, cómo presentarles la propia, cómo
influenciarles, cómo entenderse con ellos, cómo
soportarlos. Se encuentra cómodo en cualquier sociedad,
y encuentra terreno común con todas las clases; sabe
cuando hay que hablar y cuando hay que callar; es capaz de
conversar y es capaz de escuchar; sabe presentar una cuestión
en la forma pertinente y aprender oportunamente una lección,
cuando él mismo no tiene nada que enseñar; está
siempre listo, y sin embargo no es nunca un obstáculo;
es un compañero grato, y un colega del que uno se puede
fiar; sabe cuando estar serio y cuando son oportunas las bromas;
tiene un tacto seguro que le permite bromear con donaire y
estar serio con eficacia" (Newman).
8. El sentido del presente y sus condiciones
La calidad de la vida de las personas se podría quintaesenciar
diciendo que lo más propiamente constitutivo de la
vida humana es su relación con lo absoluto, y que esto
se expresa en la práctica en el sentido del "presente".
La dimensión de presente es una dimensión de
eternidad. Cuando una vida es rica en su sentido más
auténtico, no está simplemente tendida hacia
el futuro, como a la espera de momentos más agradables
que den sentido a lo que se vive ahora, sino que está
en presente. En cada momento se percibe la plenitud de la
vida. Para el ser humano es esencial percibir que él
es un absoluto que tiene esta condición en todo momento
de su vida. En efecto, la afirmación del carácter
absoluto de la persona humana, se traduce naturalmente en
que cada momento que vive está pleno de sentido. Ser
un absoluto es en cierta medida, ser "infinito"
en un sentido muy verdadero. Esto se ve especialmente en que
es un bien que puede llenar completamente la ilimitada indiferencia
de la libertad, como acontece cuando tiene lugar el enamoramiento:
una sola mujer es capaz de llenar la ilimitada apertura del
corazón humano.
Pero se expresa también en la capacidad que tiene
la persona humana de llenar de sentido cualquier situación,
sea triunfadora o precaria en las dimensiones inferiores de
la vida. Ser "un triunfador" en la vida social,
no es el criterio definitivo de tener una vida de calidad.
El triunfo puede ser deseado en cierta medida, precisamente
en la medida en que es ayuda para la dimensión superior.
Entonces es esta dimensión superior la que da sentido
al triunfo. Pero si da sentido al triunfo, puede dar sentido
también al fracaso, si éste se produce.
"Tiene la tranquilidad de una mente que vive en sí
misma, mientras vive en el mundo, y que tiene los recursos
para su felicidad interior cuando no le es posible salir de
sí misma. Posee un don que le es útil en público,
y que le es de apoyo en la soledad, un don sin el cual la
buena fortuna es sólo vulgar, y con el cual tanto el
fracaso cuanto el éxito tienen su atractivo. El arte
que se propone hace del hombre todo esto; es en el objetivo
que busca tan útil cuanto el arte de la riqueza y el
arte de la salud, aunque sea menos susceptible de encuadrar
en un método, y menos tangible, menos cierto, menos
completo en sus resultados"
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