Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?

El ser humano y su mundo
Índice
Introducción
1. El "sentido de la vida"
2. El hombre entre lo terreno y lo trascendente
3. La instancia institucional y sus pretensiones de absoluto
4. La formación y el gobierno de los hombres
5. Entender, explicar
6. El mundo interpretado
7. Educación
8. Calidad de vida - Vida de calidad
9. Autoaceptación y donación
10. Enamorarse
11. La referencia a la voluntad de Dios
12. La gracia y "su" naturaleza
13. La defensa de la fe
FIN DEL LIBRO
Inicio
Quiénes somos
Correspondencia
Libros silenciados

Documentos internos del Opus Dei

Tus escritos
Recursos para seguir adelante
La trampa de la vocación
Recortes de prensa
Sobre esta web (FAQs)
Contacta con nosotros si...
Homenaje
Links

Antonio Ruiz ReteguiEL SER HUMANO Y SU MUNDO
(Algunas claves de la antropología cristiana)
febrero 2000

Antonio Ruiz Retegui
Teólogo. Sacerdote numerario del Opus Dei

 

CAPÍTULO 8. CALIDAD DE VIDA - VIDA DE CALIDAD

1. Calidad de vida o vida de calidad

En los últimos años reaparece con frecuencia en los discursos políticos y sociales, la expresión "calidad de vida". Su sentido parece que debe ser claro y sustancialmente inequívoco, pues las dos palabras que la componen no son nada misteriosas. Sin embargo, la expresión se ha constituido en una referencia exclusiva a las condiciones materiales en que transcurre la existencia de las personas. Parece que la palabra vida se toma implícitamente en sentido unívoco y referido a la vida biológica. La calidad a la que se alude en esa expresión, queda, pues, restringida a los aspectos materiales, y entonces, la gradatoria de la calidad que se significa está constituida por los diversos niveles de condiciones materiales. Esto es de suyo bastante equívoco pues la vida tiene también otras dimensiones. Por eso, para recuperar el sentido real de las palabras, pongo junto a la expresión corriente, la formula "vida de calidad", para señalar que la vida en sí misma puede ser criterio de calidad precisamente en cuanto vida humana. En efecto, la manera de vivir su vida la pueden orientar los hombres según una u otra de las dimensiones o aspectos que tiene la compleja vida de los seres humanos. Entonces, según la dimensión que sea privilegiada, la vida humana de que se trate será de una calidad distinta. La cuestión con la que nos vamos a enfrentar es si entre esas diversas cualidades de vida es posible establecer una comparación que sea objetiva, es decir, que no remita simplemente a las preferencias de cada persona y que, por tanto sean inconmensurables.

2. Las formas de vida y la sociedad liberal

Las sociedades más avanzadas de occidente se caracterizan, entre otras cosas, porque en ellas se dan ejemplos de proyectos vitales muy diversos. Las formas de comunicación que hay en el medio social, permite que convivan personas con visiones muy distintas de la existencia y, en consecuencia, como modelos de vida muy dispares.

Las diferencias más profundas son, lógicamente, las que se refieren a la dimensión moral de la actuación humana. Hay personas que se comportan de un modo que para otras personas resulta completamente inaceptable. Sin embargo, esos modos de conducta se presentan públicamente sin que los que los rechazan en su proyecto personal se sientan especialmente conmovidos. Se ha ido induciendo progresivamente un sentido de cierta insensibilidad, que suele denominarse tolerancia, pero que quizá más exactamente habría que calificarlo de indiferencia.

Esos contrastes en el enfoque de la vida y en la visión del destino y de la felicidad humana, son los que suscitaron en el periodo clásico del pensamiento humano el nacimiento de la filosofía. En efecto, la filosofía tenía como uno de sus objetivos esenciales la búsqueda de una "medida" que permitiera dilucidar qué modo de vida era mejor y, en consecuencia, ordenar la convivencia social de manera que favoreciera lo más humano.

Sin embargo, en nuestro mundo la filosofía en sentido clásico ha perdida casi toda su vigencia y ya se da por supuesto que no es posible una comparación entre las distintas visiones de la felicidad que tienen las personas. Además se piensa que la manera de ordenar justamente la convivencia social es precisamente hacerlo de manera que cada cual puede perseguir la felicidad según su modo propio de concebirla. Esto supone un cambio radical en el modo de concebir la sociedad. Ya no se la puede ver desde el punto de vista que la consideraba una ayuda indispensable para la formación de las personas en orden a conseguir una felicidad o perfección que era comúnmente aceptada. La sociedad en su con junto debe ser indiferente respecto a la proposición de ningún modelo de perfección humana, y su única misión parece que debe ser, como se decía, el permitir que cada uno pueda tratar de hacer realidad el modelo de felicidad que se haya propuesto personalmente, sin que nada ni nadie se lo dificulte. Lo único que se exige de los demás es, en consecuencia, no interferir con el proyecto ajeno.

En esta visión pretendidamente neutral de la filosofía social o política, se sigue percibiendo, lógicamente, que la cultura es un elemento importante en la configuración de la persona. Por eso, se está atento para que la cultura no sea impositiva, sino que induzca en todas las personas un sentido práctico de tolerancia.

Lógicamente, a esta actitud de tolerancia no se le puede dar ningún contenido profundo en lo que se refiere a la visión del hombre, a su destino, a su perfección o a su felicidad, pues eso sería tratar de imponer una visión determinada de lo que es y debe ser el hombre. El contenido de la filosofía social dominante se reduce a la defensa de la libertad como condición para la realización de cualquier proyecto personal. Esta libertad no debe estar fundamentada en ninguna antropología profunda, sino que debe ser un valor social primario y evidente, que todos han de defender independientemente de la visión que tenga las preferencias de cada uno. Esto significa que la filosofía social se ha convertido en una democracia esencialmente "procedimental", es decir, que tiene por contenido la defensa de un cierto modo de proceder políticamente, y que carece, y debe carecer, de propuestas positivas.

En un principio parece que la tolerancia de la sociedad democrática procedimental, es una buena base para el establecimiento de la justicia en la convivencia humana. Incluso en personas de buena formación cristiana, se dan a veces expresiones que hablan de la libertad en sentido de no interferencia: "la libertad de cada uno llega hasta que topa con la libertad de los demás". Los únicos límites que se pueden reconocer a la libertad son "horizontales", es decir, proceden de la existencia de otras personas que tienen igual derecho a ser libres. No se admiten para la libertad ningún tipo de límites "verticales" que procedan de principios abstractos o de teorías éticas.

Pero la experiencia demuestra que esa libertad es insuficiente. La libertad es ciertamente una condición indispensable para el desarrollo personal, pero es esencialmente un bien "medial". La libertad sola no basta. Su valor reside precisamente en que es condición de posibilidad para la realización de los bienes propiamente humanos. Por esto, la filosofía social de los demócratas o liberales "procedimentales", cuando se presenta como una teoría completa de la justicia social, resulta un tanto fría y desangelada, por no decir vacía y triste. Las personas y las sociedades "en cuanto tales" necesitan también, además del respeto a la libertad, de valores sustanciales, positivos, humanos, que permitan una imagen de la excelencia humana. Las sociedades sin ideales, sin modelos de humanidad, sin una "épica", son sociedades invertebradas, aburridas, débiles.

Ciertamente en esta postura hay una parte muy importante de la verdad. En efecto, estos valores o bienes son tales que no se pueden poseer de una manera "mecánica" sino que han de ser asumidos personalmente, es decir, libremente. Sin libertad, la vida humana se hace estrictamente imposible, por muchos modelos o muchas visiones trascendentes que contenga. La cuestión está en articular una teoría de la justicia que reconozca el papel indispensable de la libertad, sin hacerlo a costa de prescindir de la necesidad de los valores positivos. Una teoría social que sea solamente una teoría de la libertad, es esencialmente incompleta. Además, si la libertad se concibe aisladamente es muy fácil que decaiga en planteamientos deformadores de la misma libertad.

La manera de hacer presentes propuestas positivas no puede ser el recurso a la mera ordenación jurídica. En efecto, las leyes jurídicas tienen un carácter "externo", mientras que los valores propiamente humanos han de ser asumidos "internamente". Esto hace que haya que recurrir a otros ámbitos para que sea en éstos donde se transmiten los valores sustanciales de la visión de la persona. En primer lugar, ésta es una misión indispensable de la familia. La familia no "impone" externa o violentamente los valores a los que nacen en ella, sino que les ofrece el medio vital en que cada ser humano puede iniciarse en la vida. Cada ser humano no nace ya con las cualidades que luego le permitirán elegir libremente, sino que adquiere esas cualidades de manera inseparable con unos contenidos. Un ejemplo puede aclarar esto. Me refiero al lenguaje. Hay una diferencia esencial entre el lenguaje que aprende quien ya tiene un lenguaje propio, y el lenguaje que aprende el niño que empieza a hablar. La lengua materna no llega sobre la base de unos conocimientos de lingüística o de gramática, sino que estos elementos se reciben simultáneamente a la lengua misma. Análogamente se debe reconocer que la persona no nace con una libertad neutral, o con una capacidad de establecer preferencias, sino que estas capacidades las adquiere al mismo tiempo que recibe vitalmente los valores que ya están presentes en la familia.

No obstante la familia no puede cargar en exclusiva con la tarea de transmitir esos valores. La familia es un grupo demasiado restringido y limitado en posibilidades; por eso recurre a los educadores de profesión y a la escuela. La escuela sería entonces el medio del que la familia se sirve para educar a sus hijos en la visión del mundo que ella tiene. No se puede acceder a la vida humana si no se recibe, junto con la vida física, una cierta educación.

Sin embargo, también a la escuela llega la presión a favor de la primacía de la libertad, y se pretende que la misma escuela no debería ser cauce para la transmisión de valores determinados. La escuela misma debería ser "democrática", en el sentido de democracia "procedimental". Su misión debería ser de transmisión de conocimientos neutrales y fomentar únicamente los valores humanos de la libertad y la tolerancia. La defensa de la escuela pública frente a las diversas formas de escuelas privadas que tienen "ideario", se basan precisamente en esta manera de ver.

En el fondo de esta visión de la filosofía social y de las teorías de la educación, se encuentra una doctrina que no es nada neutral, y cuyo contenido esencial consiste en la afirmación de la primacía de la libertad humana frente a cualquier tipo de fin objetivo de la persona. Desde ese punto de vista no se puede admitir que exista ninguna forma objetiva y universalmente válida de realización de lo humano. La vieja doctrina de la perfección humana como desarrollo de unas virtudes bien determinadas, parece que ha perdido completamente su valor. Ya no se puede pretender que una forma de existencia sea mejor que otra. Lo único que se afirma como indiscutible es que cada uno ha de realizar su proyecto "libremente". Esta doctrina lleva implícita pero eficazmente a la opinión de que aquello que se haga libremente, es de suyo bueno.

No se puede pretender hacer un discurso racional sobre lo que es más humano y sobre lo que es inhumano, fuera de la afirmación de la libertad. Los fines que las personas se proponen son asunto exclusivo de la elección incondicionada de cada uno, y no es posible ninguna comparación entre ellos. Los filósofos clásicos descubrieron la "naturaleza" precisamente como el punto de referencia que nos permite saber su algo es más o menos "humano". Pero esa noción parece que llevaba implícitas unos presupuestos que resultaban inaceptables para quienes querían prescindir de toda referencia exterior al mismo hombre. La noción de naturaleza, con lo que implica de significación propia y de finalidad, se consideraba algo oscuro, sobre lo que había discusiones interminables, y nunca acuerdos seguros. Por eso, la medida de la "naturaleza" tal como se estableció en los comienzos de la filosofía, se ha convertido en una especie de tabú en la cultura moderna.

En consecuencia, las propuestas de fines concretos se fue desplazando hacia ámbitos menos racionales como son la emotividad personal, la influencia de factores ambientales y culturales, o incluso la presión de las modas y de la propaganda. Así, de una manera paradójica, en las sociedades más liberales es donde encuentran un campo propicio las sectas y los movimientos políticos que se apoyan en la apelación al sentimiento, o a otros factores que no pueden ser objeto de discurso racional, o de tratamiento razonable. Las propuestas sobre los fines de la vida, se han convertido en asunto exclusivo de los sentimientos, y por tanto, algo completamente ajeno a la racionalidad.

Esta mentalidad también se ha introducido desde "hace décadas en el ámbito de las familias e incluso en la misma Iglesia Católica. Las familias ya no se encuentran seguras de poder proponer a sus hijos una visión de la vida. Toda forma de educación en algunos valores positivos es recriminada por algunos como manipulación, y en consecuencia engendra una especie de inevitable mala conciencia. En la Iglesia, se pretendía también retrasar el bautismo hasta que cada persona fuera capaz de decidir por sí mismo qué religión querría tener y qué formación querría recibir. Ciertamente en estas posturas se detectaban no pocas contradicciones, pero no se disponía de los argumentos intelectuales necesarios para desmontarlas y quitarles su virulencia anticristiana.

La consecuencia práctica de esta situación ha sido, por una parte, la proliferación de propuestas religiosas de tipo emotivo, fideísta y, en definitiva, sectario. En este sentido, hay que reconocer que el fenómeno del fanatismo es intrínsecamente afín a la defensa de la libertad como bien humano primario, anterior a cualquier concepción del hombre. La separación que se ha establecido en la modernidad, y que se formuló científicamente a comienzos del siglo XX, entre los juicios de hecho y los juicios de valor, restringió el ámbito de la racionalidad científica, que era la única que se consideraba racionalidad auténtica, sólo a los "juicios de hecho", mientras que los "juicios de valor" pasaron a ser dominio del sentimiento, nítidamente distinguido de la racionalidad. Por esto, como se decía, las cuestiones sobre los asuntos más vitales, que son los que afectan a los juicios de valor, han caído con facilidad en el campo de la irracionalidad emotiva y del fanatismo.

Es cierto que algunas formas de fanatismo tienen raíces históricas en determinadas formas de vivir la existencia religiosa, tal como sucedía en los tiempos pasados. Pero es muy importante tener en cuenta que, incluso en esos tiempos, sobre todo en el ámbito de la religión cristiana, se reconocía que la razón natural era un "lugar teológico". Esto significaba que la fe debía entrar en diálogo con la razón, y sus contenidos se presentaban en continuidad y unidad armónica con los conocimientos logrados por la razón en su ejercicio natural espontáneo. Por esto el fanatismo era de suyo un fenómeno marginal. En la misma fe se encontraba el medio para la superación de ese defecto. En el seno de la vida religiosa, al menos dentro de la vida propiamente cristiana, el fanatismo era un fenómeno marginal y claramente patológico. Las persecuciones religiosas tuvieron de hecho un carácter más oscuro y fanático en las zonas protestantes, en las que los procesos a los disidentes eran realizados sobre todo por creyentes iluminados, que en las zonas más católicas, cuando los jueces de los tribunales de inquisición eran religiosos que tenían, en general, buena formación teológica y filosófica.

Sin embargo, como hemos dicho, en el seno de una cultura que separa metodológica y radicalmente los juicios de hecho respecto de los juicios de valor, el fanatismo es una cadencia intrínseca. Por eso, en los descreídos de la cultura tecnológica, las religiones de tipo fideísta, como la religión musulmana o la religión judía, alcanzan un prestigio y una admiración singulares. En este sentido no carece de cierta razón lo que se ha dicho del hombre occidental cristiano: que cree en todas las religiones menos en la suya.

Por otra parte, la educación se ha restringido a proporcionar a los jóvenes un tipo de conocimientos instrumentales, que son de suyo neutrales respecto de cualquier postura personal, y que a la vez, sean útiles para la opción que cada uno elija. En consecuencia, la educación se ha hecho fundamentalmente instrumental y técnica, y se ha despojado de toda posible propuesta sobre valores sustanciales humanos.

El resultado ha sido que en nuestro mundo cultural, las personas adquieren unas destrezas técnicas muy grandes, que las ayuda a integrarse en un mundo tecnológico de gran capacidad productiva, pero están poco educadas respecto a los fines que pueden o deben perseguir para desarrollar adecuadamente su propia humanidad. Esas personas se encuentran con muchos medios, pero con pocos fines que conseguir. Los únicos fines que se proponen serán, en consecuencia, aquellos que aparecen de manera inmediata en la vida, es decir, los fines de la vida corporal biológica. En las escuelas y universidades los jóvenes no suelen tener la experiencia de valores humanos profundos; lo único que se les da son destrezas técnicas instrumentales. Eso significa que en los años de la juventud las personas no tienen gozos profundos ni experiencia de la verdad en sí misma, sino solamente perspectivas de poder hacer lo que se quiera.

La vida humana en cuanto perfectible, se ve sobre todo en su aspecto biológico, cuyos bienes propios son el bienestar físico. Los valores humanos dominantes son lógicamente, sobre todo los del cuerpo: la salud, el bienestar, el placer, la espontaneidad, la libertad física. Las personas que aparecen como más logradamente humanas son aquellos que consiguen más riqueza de medios materiales, los que tienen posesiones más brillantes, mejores casas, coches más potentes, belleza física más deslumbrante, capacidad de placer más intensa. Los atletas del deporte, o los atletas sexuales, aparecen junto a los científicos, o los empresarios, como los triunfadores de este mundo, como los modelos humanos que todos admiran.

Aún persisten algunas valoraciones tradicionales sobre cosas como la cultura, pero también en este ámbito impone su ley la técnica. Las cosas de la cultura se han convertido en productos semejantes a los demás productos del homo faber, objetos sometidos a las leyes del comercio y del rendimiento económico. La misma ética, se presenta en ciertos discursos como una dimensión humana que hay que defender y cultivar porque es económicamente rentable en el ámbito de las empresas.

En resumen se puede decir, que la pasión por la libertad ha conducido, primero a la incapacidad para proponer ninguna visión del hombre y del desarrollo de que es capaz, y enseguida, a la aparición de unos modelos que restringen la visión del hombre a sus aspectos más materiales. Además esta reducción a lo material biológico acaba presentándose como una exigencia de la libertad, de manera que todo intento de alzar la mirada hacia dimensiones más espirituales, se convierte enseguida en sospechoso de ser enemigo de la libertad, de ser peligrosas fuentes de fanatismo.

3. Pretendida inconmensurabilidad de los proyectos vitales

En este mundo es inevitable que haya preferencias respectos a los proyectos vitales de más alcance y que se trate de vivir también en las dimensiones espirituales o culturales. Incluso puede que en determinadas circunstancias se plantee la necesidad de subrayar especialmente las dimensiones más altas de la vida.

Pero resulta muy difícil en estas circunstancias hacer un planteamiento de "bienes superiores", o de "dimensiones más altas" de la vida. Las diversas opciones vitales resultan inevitablemente "igualadas" o "niveladas" en la perspectiva que hemos descrito antes. La separación de los juicios de hecho y los juicios de valor, junto con "la afirmación de que lo único que puede ser objeto de conocimiento científico son los juicios de hecho, hace que los "valores" queden reducidos a asunto de elección sin presupuestos: no hay ningún racionamiento riguroso que pueda alzarse como juez entre los diversos valores. En cuanto que son mero objeto de elección emotiva, todos los valores han de ser considerados como absolutamente equivalentes.

Desde los tiempos de Sócrates los hombres se plantearon el problema de establecer cuáles entre los posibles placeres que el hombre puede conseguir, son más altos. Calicles, en el "Gorgias" de Platón defendió la opinión de que los placeres son todos equivalentes, pero Sócrates lo hizo caer en contradicciones evidentes y Calicles abandonó el diálogo. Desde aquel tiempo se planteó en la misma perspectiva cuáles entre las diversas sociedades que se encontraban era más humana, qué instituciones merecían ser imitadas, y cuáles deberían ser abolidas de toda convivencia social por ser inhumanas. La filosofía nació precisamente cuando en el encuentro entre culturas, los hombres no se limitaron a combatir lo que les era extraño, sino que se propusieron "medir" el grado de humanidad de los ordenamientos sociales o políticos y de las diversas instituciones que veían en esas culturas.

El desprecio de la filosofía griega en la modernidad y, de manera especial, el rechazo de la noción de naturaleza que está unido al nacimiento de la ciencia moderna, hizo volver a la situación anterior a la filosofía griega, es decir, al momento en que las culturas distintas se percibían simplemente como distintas, sin que fuera posible una comparación razonable entre ellas. El único modo de encuentro es o el enfrentamiento físico en la guerra, o la tolerancia absoluta en el reconocimiento de que cada una tiene el mismo derecho a existir que las demás. Si se advierte que en lugares distintos hay forma de convivencia distintas de las nuestras, si vemos que se organizan socialmente de maneras diversas, que persiguen objetivos distintos, que practican costumbres familiares o religiosas extrañas, etc. lo único que puede decirse razonablemente es que "esas culturas tiene valores distintos de los nuestros". Pero hacer un juicios de valor sobre esas formas de vida se considera una presunción imperdonable. Si además se alzara la pretensión de difundir los propios modos de convivencia o de organización social esto sería inmediatamente acusado de un colonialismo fanático.

La percepción de distintas culturas ha dado lugar en nuestro mundo intelectual a una ciencia de la cultura cuya misión es exclusivamente levantar acta de la existencia de esos modos de vida y de los elementos que lo componen. Ha dado lugar también a la convicción de que la actitud razonable ante esas formas de vida contrastantes con las nuestras, es la tolerancia.

En consecuencia, toda actitud de tratar de comunicar los propios logros a los demás pueblos, o la pretensión de introducirlos en nuestro mundo religioso es calificado como voluntad de dominio y arrogancia sin fundamento. Las "misiones" y el afán por convertir a los "paganos" son actitudes descalificadas automáticamente desde la afirmación de que cualquier postura ante Dios, es camino de salvación.

Con ocasión del quinto centenario del descubrimiento de América, se produjo un fenómeno que era más de rechazo de aquella irrupción de la cultura europea en las "riquísimas" civilizaciones que se habían desarrollado antes. Parece que nadie podía plantearse, porque no había ningún "término de comparación", que las civilizaciones precolombinas fueran menos "humanas" que la que llevaron los descubridores.

Esto mismo sucede en nuestro mundo. Las opciones de cada persona en favor de un modo de vida determinado, parece que no debe ser incondicionado por nadie. En cada caso se trata de una opciones inconmensurables con las opciones de los demás. Pretender hacer juicios de valor sobre esas opciones radicalmente subjetivas, sería tratar de hacer ciencia de los juicios de valor, y como ya hemos dicho, los juicios de valor son asunto exclusivo de los sentimientos; sobre ellos no puede darse conocimiento verdaderamente científico. Quien en nuestro mundo cultural opta por una forma de vida materialista, entregado a un trabajo técnico altamente productivo y consigue con ese trabajo una riqueza que luego, los fines de semana consume en grandes comidas con majares exquisitos, es una persona que ha hecho una opción vital tal respetable como el que se vuelca en estudios literarios, o en relaciones homosexuales. La respetabilidad de "haber hecho la propia opción" es absoluta y nadie tiene derecho a inquietarla.

Por esto, encontramos en nuestro mundo un esfuerzo casi titánico por hacer aparecer respetables una opciones que desde el punto de vista de la formación tradicional y cristiana, eran juzgadas como descabelladas, inmorales, inhumanas, deshumanizantes. Actualmente toda opción vital tiene el mismo derecho a ser respetada. Pero esto significa en la práctica que aquellas opciones que tradicionalmente eran consideradas más nobles, han de ser rebajadas, y las que eran juzgadas como abyectas han de ser sublimadas. Lógicamente, como no se puede establecer el momento en que se produce el equilibrio de posiciones, el resultado es que lo que era considerado como noble y humanamente excelente, ha de ser siempre vejado, y los que era considerado inmoral o desviado, ha de ser exaltado sin límites.

La cadencia de este proceso lleva por sí mismo a poner en primer plano aquellos "valores" que son inmediatamente perceptibles en esta cultura, es decir, los valores que se imponen son los que significan el cultivo de lo biológico, de lo sentimental, de lo placentero. Ciertamente se puede cultivar la religión, o la vida familiar, o el respeto a los mayores, o la filosofía, pero de ninguna manera se puede pretender que esas formas de vida son más altas que el cultivo de, por ejemplo, la mera productividad y la vida desenfrenada. Más aún, en la medida en que esas posturas son tradicionales, se las considera sospechosas de querer imponerse y de dificultar la libertad de las otras opciones. Así se pasa primero al desprecio y enseguida a rechazarlas.

En ambientes muy amplios de nuestro mundo cultural, incluso entre personas formadas en escuelas presuntamente cristianas, las figuras que despiertan admiración son los "triunfadores", los que han conseguido situarse en el mundo empresarial y han logrado éxitos económicos, que son los éxitos sociales. Las profesiones que se prestigian son aquellas que posibilitan situarse en los lugares de enriquecimiento material, y no tanto las que suponen un ejercicio más humano y personalmente enriquecedor de los propios talentos. Incluso muchas veces, no se trata solamente de creadores de riqueza industrial, sino de los hábiles "financieros" que saben utilizar en su provecho las leyes del funcionamiento, "fisiología" del sistema.

4. Criterio para comparar

A pesar de la presión ambiental en favor de la indiferencia de los valores y de las distintas formas de vida, la realidad se impone tercamente. El "derecho natural", es decir, la organización social y política que favorece el desarrollo de los más humano, es un tema recurrente, aunque se trate de eliminarlo constantemente. Y es que la "naturaleza" como término de comparación para medir el grado de humanidad de esas distintas posiciones, no fue una "creación" de los filósofos griegos, sino el "descubrimiento" de algo que advirtieron que estaba presente ante la mirada de todos. Por eso se podía alzar una pretensión de universalidad con la convicción de que se estaba comunicando algo bueno para todos.

No todo empeño por difundir la propia visión es "colonialismo". Cuando lo que se conoce se percibe como algo propio de lo humano en cuanto tal, se advierte el impulso de comunicarlo a quienes no lo conocen. Se podría poner como una comparación el empeño de los marxistas en difundir los descubrimientos de Marx sobre las leyes sociales. Ellos sabían que muchos pueblos se han organizado de formas diversas a través de siglos de vida, pero pensaban al mismo tiempo que tenían un conocimiento inequívoco de cuáles son las leyes de la historia y de la liberación del hombres de todas sus alienaciones. Por eso se sentían autorizados para llevar a todas las latitudes y a todas las civilizaciones lo que pensaban que eran un bien universal, no solo válido para la Europa capitalista del siglo XIX, sino para el hombre en cuanto tal.

El mundo occidental de nuestro tiempo, lo único que se considera autorizado a transmitir a todas la latitudes es el desarrollo tecnológico, porque es lo único que piensa que es un bien incuestionable para el hombre. Nadie duda que es un gran bien transmitir a todos los pueblos la democracia liberal, o difundir la medicina moderna o los medios de producción de alimentos. Se está seguro que estos bienes no son bienes sólo para algunas mentalidades y latitudes, sino para el ser humano en cuanto tal.

En el fondo estas actitudes son la muestra de que la noción de "naturaleza humana" como medida de humanidad no ha desaparecido. Si se la expulsa por la puerta vuelve a entrar por la ventana. Simplemente se ha reducido a la dimensión más material y corporal. Por eso resulta evidente que a quien no tiene alimentos, o medicinas, o casas, o vestidos, hay que proporcionárselos. Es muy evidente que quien carece de esos bienes está en una situación precaria, y sería una negligencia grave por parte de quienes tiene los conocimientos necesarios, abandonados en su situación.

La cuestión entonces es qué es lo que nos aparece como precario y por qué. Si la situaciones de falta de democracia nos aparecen clamorosas, es porque nos hemos hechos muy sensibles al gran bien se la libertad social y política, y esta sensibilidad es un desarrollo importante del hombre occidental. Sin embargo, otras sensibilidades parecen adormecidas o casi inexistentes. Y, no obstante, cuando se ven jóvenes que no saben querer, que no saben escuchar a los mayores, que actúan movidos por sus impulsos más inmediatos, muchos afirman que se les debe dejar así, porque actuar de otro modo sería imponerles las propias convicciones.

En nuestro mundo, se encuentran muchas situaciones que resulta difícil contemplar con indiferencia. Personas de gran inteligencia, se centran en un uso de sus talentos exclusivamente encaminado a ganar más dinero, permaneciendo cerrados a los goces más nobles y más capaces de alegrar los y de cumplirlos como personas, jóvenes de muy buena posición viven casi insensibles a la presencia en sus vida de otras personas que les podrían proporcionar conocimientos maravillosos, y abrirles a mundos que casi ni sospechan, muchachas y muchachos encantadores viven sumidos en una superficialidad que las va incapacitando para poder gozar del amor, artistas dotadísimos ponen su arte al servicio de prejuicios que los dejan a mitad de camino en el ejercicio de sus posibilidades, una generación entera de jóvenes pasan por la escuela y por la universidad sin la experiencia de haber escuchado a los grandes maestros y se limitan a aprender cosas útiles, instrumentales, que están todas en función de algo ulterior.

Una persona bien formada en sentido clásico, vería este panorama con un sentimiento de desolación porque advertiría claramente que esas personas no se han limitados a hacer opciones distintas de las suyas, sino que son personalidades truncadas, empobrecidas, menos humanas.

En su libro sobre "Lo pequeño es hermoso" Schumacher se negaba a considerar como equivalentes la ignorancia del Segundo Principio de la Termodinámica, y la ignorancia de la obra de Shakespeare. Quien ignora la ciencia termodinámica no se pierde nada substancial, en cambio quien ignora lo que Shakespeare decía, se pierde la vida. Esta observación es muestra de que ese autor veía la vida como algo que puede vivirse de maneras muy diversas, que no son meras opciones arbitrarias, sino que marcan la intensidad misma de la vida.

Las palabras de Jesucristo -"he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia"- no tienen sentido solamente en el ámbito cristiano-sobrenatural. También Henry David Thoureau escribió, desde una perspectiva natural humana, su miedo a llegar al momento de la muerte y darse cuente de que no había vivido. La vida humana no es algo unívoco. Hay multitudes que pasan por la vida "viviendo o semiviviendo" como decían la mujeres del coro en "Asesinato en la catedral" de T. S. Eliot. Y este espectáculo no debería dejar indiferente a quien lo sabe.

La percepción de la frustración en la vida de las personas debe ser, en primer lugar, origen de una reacción de malestar. No se puede contemplar una realidad tan rica como la persona humana, que se cumple sólo a medias y quedar indiferente. Si la vista de un cadáver es tan inquietante es porque tiene ojos y rostro y manos, que "dicen" vida, pero no la tienen. "Nunca pensé que la muerte hubiera destruido a tantos" decía Dante al contemplar la innumerable multitud de los que estaban en el vestíbulo del infierno. Y Eliot, en "La tierra baldía" se siente movido a aplicar la misma exclamación a los que circulan perdidos por nuestras ciudades productivas.

La cultura dominante puede presionar para que admiremos a los triunfadores en las empresas tecnológicas, pero la conciencia humana y la educación buena debe llevar a sentir una profunda inquietud ante ese fenómeno. Ciertamente no se trata de advertir lo malo. La buena percepción de lo malo y defectuoso debe ser siempre consectaria y derivada de la capacidad para percibir lo bueno. La medida de lo humano brilla allí donde se cumple con cierta plenitud. La naturaleza humana, en cuanto que es principio de reposo y de finalidad, la percibimos sobre todo, en aquellas personas donde ese reposo y esa teleología la vemos esplendorosa.

La medida de lo humano la conoce quien sabe ver una persona que es querida en su trabajo, que no está ansioso por ganar siempre más, una vez que ha conseguido lo necesario para una vida digna, sino que tiene muchos amigos que confían en él y con los que tiene una comunión humana al más alto nivel. Ciertamente se podría decir que para ver esos ejemplos de plenitud de lo humano hay que tener ya una cierta sintonía. Pero el punto de partida de esa sintonía es la misma naturaleza humana que todos tenemos por el hecho de pertenecer a la especie, una vez que hemos contemplado ejemplos egregios, la sintonía crece y la sensibilidad, la capacidad de detectar esos ejemplos, y el gozo correspondiente, se van haciendo también mayores.

5. Las imposiciones de la tecnología

El gran desarrollo de la tecnología ha hecho nacer una cantidad notable de actividades humanas que parecen tener una gran relevancia porque cuando se desempeñan esas tareas se tiene presente el elevado número de consecuencias que puede tener ese trabajo. Además frecuentemente se trata de trabajos en equipo, con lo cual la posibilidad de entender el trabajo como parte de un contexto muy amplio, y, por tanto, rico de significado, aumentan. En otro de los capítulos de este libro se hacen analizan los riesgos de las actividades que se realizan en contextos amplios, y especialmente la posibilidad de pensar que se entiende bien lo que se hace cuando en realidad el objeto directo de la propia acción es muy pobre. Numerosas personas muy inteligentes que se integran en empresas muy complejas realizan tareas muy banales en sí mismas, aunque requieran una gran preparación técnica. Sin duda estas personas caen en errores importantes al valorar su propia tarea, pues quizá la juzgan desde la perspectiva del equipo en que están integrados, sin advertir que lo que en realidad hacen es muy trivial.

En este sentido es importante detener la mirada cuidadosamente a la hora de valorar las diversas ocupaciones profesionales, para no ser engañados por la valoración social de la situación empresarial, sin atender a la auténtica consistencia de la propia ocupación. Desde luego, quien realiza un trabajo administrativo rutinario en el seno de una gran empresa, o quien desempeña una tarea de tipo lógico-matemática en una empresa de prestigio, tiene una ocupación más tenue que quien trabaja en un ámbito creativo o de muchas relaciones humanas en centros laborales menos prestigiados. La sociedad científico técnica, tiende a inducir valoraciones que tienen su punto de referencia en la productividad o el prestigio social o económico de las empresas en general, pero es importante que la persona singular pueda entender el sentido de su actividad.

Además hay actividades que son de suyo más ricas humanamente, aunque sean poco productivas económicamente. La mirada debería dirigirse sobre todo al tipo de actividad en sí misma, distinguiendo lo que es mera ayuda al proceso de la vida, como son los cocineros, o los encargados de limpieza, o los médicos, de lo que es producción de cosas materiales artefactos, y lo que es una actividad que se sitúa en el centro de relaciones propiamente humanas.

Quien ayuda al mero proceso de la vida realiza una tarea que en sí misma es poco consistente, aunque sea un médico de prestigio. Quizá por la conciencia de la limitación intrínseca de su tarea los médicos, solían desarrollar un particular sentido de la dignidad, superando de esa manera la mera capacidad de interferencia en el sistema bioquímico del organismo humano. Desde luego, la actividad del médico puramente técnico, es poco humanizante para el que lo realiza. Especialmente si además se centra en la productividad económica de su actividad. En este sentido el hecho de tratar con la salud humana puede ser algo ambiguo, pues aunque podría ser origen de un sentido más profundo de lo humano, también puede ser mero medio para cobrar más por su actividad. No obstante, indirectamente puede enriquecerse por el sentido de la relación con las personas de los enfermos y su contacto con el sufrimiento humano. Por eso, la profesión médica es de las más sensibles a la ética, y a los problemas humanos en general. En muchos países, hay una larga tradición de médicos humanistas que da fe de esta conciencia.

Las actividades que se ordenan a la producción de artefactos han logrado en los últimos siglos un prestigio como no lo tuvieron nunca. Contribuye a esto el hecho de que el desarrollo de la técnica permite que los artefactos actuales sean de una perfección y de una funcionalidad como nunca se había sospechado, y que puedan contribuir a mejorar notablemente.1as condiciones de vida de los hombres. Hasta tal punto se ha impuesto la perspectiva de la producción técnica que el hombre moderno ha llegado a autodefinirse como "homo faber", e incluso en el ámbito de la visión cristiana del trabajo, la manera de colaborar con la providencia, es decir, el trabajo que Dios ha encargado al ser humano se entiende frecuentemente en términos de dominio de la naturaleza y de arte en la construcción de artefactos.

Las actividades más humanas son las que caracterizábamos como inscritas en el ámbitos de las relaciones interpersonales en la pluralidad humana. Estas actividades hacen que el ser humano ponga en juego lo que define más propiamente su condición. "Para Aristóteles ser vivo racional y ser vivo dotado de lenguaje significan lo mismo. Hablar se diferencia de cualquier otra conducta expresiva en que, en el primer caso, el hablante dirige sus palabras a un oyente, y en que anticipa al hablar la noticia que recibe el oyente. Aquél quiere ser entendido por éste de un determinado modo. Así pues, el hablar no puede ser ningún modo de manifestación natural de la vida, sino un sistema convencional de signos que hay que aprender siempre socialmente. El que aprende experimenta que el otro no es para él solamente medio circundante, objeto intencional, sino que también él es medio circundante para el otro: capta la mirada del otro dirigida a sí mismo. La vida significa centralidad en sí, en un medio orgánico. El viviente es un dentro que se aísla frente a un fuera. Transforma todo lo que le afecta en medio, otorgándole de ese modo significado. El viviente "entiende" el mundo dando significado a todo lo que le afecta en el contexto de la propia autoafirmación y autorrealización. Lo que queda absolutamente sin comprender no existe para él. Para el ser racional se invierte la dirección. "Fieri aliud inquantum aliud" es una vieja definición de su comportamiento cognoscitivo frente al mundo. "Hacerse lo otro en tanto que otro" significa captarlo como no entendido, como algo que no sólo tiene sentido en mi mundo, sino que él mismo es sujeto para el que existe un significado. La razón comienza sabiendo que existe algo de lo que no se sabe nada, o que, al menos, no se comprende. Las palabras "ser", "existe" y "hay" abren un horizonte cuya extensión es infinita y cuyo centro se halla en todas partes, por tanto, no exclusivamente en el lugar en que yo mismo me encuentro" (Spaemann). La capacidad de ponerse en lugar del otro, es lo que hace que el ser humano, que es también un cuerpo vivo, sea imagen del Absoluto. Ciertamente una persona no puede estar en todos los lugares, pero en la medida en que puede salir de su propia perspectiva, y situarse en la perspectiva del otro, está mostrando la capacidad de estar de ese modo en todos los lugares, y, de esa forma, ser imagen del absoluto.

Esta capacidad se cumple de manera singular en la situación de diálogo, por eso, el momento en que se actualiza esa capacidad, la vida humana alcanza su más alto nivel de calidad. "Éstas son las sesiones de oro: cuando cuatro o cinco de nosotros, después de un día de duro caminar, llegamos a nuestra posada, cuando nos hemos puesto las zapatillas, y tenemos los pies extendidos hacia el fuego y el vaso al alcance de la mano, cuando el mundo entero, y algo más allá del mundo, se abre a nuestra mente mientras hablamos, y nadie tiene ninguna querella ni responsabilidad alguna frente al otro, sino que todos somos libres e iguales, como si nos hubiésemos conocido hace apenas una hora, mientras al mismo tiempo nos envuelve un afecto que ha madurado con los años. La vida, la vida natural, no tiene don mejor que ofrecer. ¿Quién podría decir que lo ha merecido?" (C. S. Lewis).

Por supuesto hay personas que apenas vislumbran esta calidad de vida, aunque quizá piensen que la situación más deseable es la del reconocimiento social o la de la riqueza económica, o la de las situaciones más inmediatamente placenteras. Y no obstante, esta superioridad no es algo válido sólo para el que sabe valorarla, sino para todos. Todos tienen, en virtud de la común condición humana, la capacidad y la finalidad a esta forma de vida superior. Si no la alcanzan, o la alcanzan sólo muy esporádicamente, su vida permanece objetivamente truncada y, más o menos conscientemente, insatisfecha. Este truncamiento está, sin duda, en la base de muchas situaciones personales de crisis y de inquietud de fondo.

La vida humana es ciertamente funcionamiento biológico, y es también uso y producción de cosas materiales, pero la vida humana es sobre todo, relación personal, diálogo con los demás, relación amorosa. Cuando una persona tiene una actividad de este tipo se siente más "vivo", con una vida que es de más calidad intrínseca que lo que puede ser la vida basada en las dimensiones anteriores.

Todo esto se refiere a la calidad de vida tal como se inscribe en la dimensión terrena de la existencia humana. Por supuesto, las situaciones de precariedad son compatibles con una situación de plenitud en la dimensión trascendente. Hay muchas personas que han sido grandes santos viviendo una vida que, según la naturaleza, han sido vida carentes de calidad. La privación de una situación material suficiente, o la marginación social ha sido para muchos la ocasión para dirigirse a Dios con mayor confianza y abandono. Pero eso no significa que no debamos considerar atentamente la calidad de la vida como algo que debemos ayudar a conseguir. Nuestra actitud ante los demás no debe estar orientada exclusiva ni primariamente por el empeño en hacerlos santos, sino por hacerlos felices. Y la felicidad, como se dice en algún otro lugar de estos escritos, está medida directamente por el cumplimiento de la tendencia inscrita en la naturaleza.

6. El deber de levantar la calidad de vida de los demás

La objetividad de los criterios que hemos apuntado para establecer los nivel de calidad de vida, hace que quien los tienen bien asimilados, no pueda ver la vida de los demás con indiferencia. Si se sabe que la vida de algunas personas se mantienen a un nivel precario, aunque esa precariedad esté disimulada por un cierto bienestar material o social, no se puede permanecer indiferente. Percibir la vida en cuanto tal, es percibirla como orientada a una plenitud y, en consecuencia, sentir el impulso de ayudar para que esa plenitud se alcance.

La actitud de indiferencia respecto de las opciones vitales que los demás han hecho sería muestra de la vida de ellos no se percibe teleológicamente, es decir, que no se percibe propiamente como vida, sino como mero mecanismo biológico susceptible de cualquier modo de realización. Este modo de ver está, como hemos dicho, presente en la mayor parte de nuestro mundo cultural como una consecuencia directa de la perspectiva científica moderna.

Cuestión delicada será sin duda encontrar el modo adecuado de dar esa ayuda, pues las dimensiones más altas de la persona no se pueden imponer a través de una mera acción eficaz desde fuera. Pero la dificultad o la complejidad de la ayuda, o lo problemático del modo de darla, no significa que esa ayuda no debe ser advertida como un deber claro respecto de los demás.

Este problema está íntimamente relacionado con la naturaleza del apostolado cristiano, y especialmente con el apostolado que deben realizar las personas que no tienen en la Iglesia una misión pública de formación o de santificación. Los cristianos corrientes participan de la misión de Cristo, y esta participación es un aspecto de la gracia de la comunión con Él. Por eso, el cumplimiento de esa misión, no es un añadido extraño a su vida: como toda gracia cristiana, es una perfección de la naturaleza. Por esto, el apostolado cristiano no sería entendido correctamente si se viera como una obligación añadida a los deberes que respecto de los demás nacen de la misma condición humana.

Buena parte de las reservas sobre la acción apostólica de los cristianos, procede del hecho que muchas veces se vive como una actitud extraña a la forma de conducta que brota de la mera condición humana y, en consecuencia, aparece como una injerencia violenta en la intimidad de los demás, como si fuera el empeño por comunicar a los demás algo que se considera muy bueno, pero para lo que no existe una inclinación natural en cada uno. Esto es lo que expresaba alguien, con cierto tono de burla, cuando decía que él quería ayudar a los demás, pero que éstos no se dejaban. Efectivamente las personas suelen defenderse cuando advierten que alguien pretende introducirse en su intimidad y plantear les problemas de conciencia.

La entrada en la intimidad ajena puede ser una bendición, pero puede ser también una invasión avasalladora. Es una bendición, cuando tiene lugar de manera natural, es decir, cuando las personas se encuentran en un ámbito de entendimiento mutuo, de comunión profunda que alcanza los niveles más hondos de la personalidad. En la Trinidad divina, el Padre y el Hijo comunican en el Amor del Espíritu Santo. El Espíritu de Amor es como el medio en que se abren mutuamente Padre e Hijo. Entre las personas humanas, la comunicación requiere también un ámbito, un espíritu común en que se abran a la comunión. Cuando lo que hay es simplemente transferencia de información o afección mecánica corporal no hay propiamente comunión personal. Toda situación en la que hay posibilidad de entendimiento personal, diálogo verdadero y profundo, es imagen de la comunión divina. El reconocimiento de "el otro" que tiene lugar en esos casos, es un reconocimiento de su realidad autónoma, y no la simple advertencia de algo a lo que puedo afectar o que me afecta. Por eso, implica que el otro es percibido "en sí mismo" y no sólo desde la óptica de los propios intereses. Pero percibirlo en sí mismo, significa conocerle como alguien que también tiene intereses, es decir, que es sujeto de finalidad, de inclinaciones. Esto es una forma de amor auténtico. Por eso, el verdadero diálogo supone una cierta presencia del espíritu de amor; en definitiva, del Espíritu Santo.

El amor que abre una personas a otras tiene grados o niveles de intensidad. Según estos niveles, las personas se abren más o menos profundamente a la que tiene ante sí. La experiencia de esta comunicación es altamente letificante, porque implica una situación que es muy propiamente humana. Es, como decíamos antes, "vida" en su sentido más alto. En cambio, la afección por vía de mera afección material, se percibe como invasión de la propia persona. Esto es lo que sucede cuando se alcanza a la otra persona por la vía de la violencia física. Pero es también lo que sucede cuando se le dirigen palabras que no se dicen en el seno de la comunión personal auténtica, sino que se dirigen desde fuera. La persona puede efectivamente ser alcanzada por unos significados, independientemente de la comunión personal, y esos significados pueden tener un efecto parecido a una agresión. Las frases que inducen la duda, o el miedo o la inquietud de conciencia son agresiones de este tipo. Sobre la realidad de este riesgo se basa la resistencia de algunas sociedades a las actividades apostólicas que pretenden introducir inquietudes de conciencia por un camino que no presupone una comunión personal proporcionada a esa intimidad.

Por eso puede afirmarse que el verdadero apostolado presupone la amistad. Si el ambiente de amistad no está logrado, las palabras que hablan de salvación, de conversión o de Dios, resultan agresivas y son percibidas como tales por quien las recibe. También quien las pronuncia se siente como invasor porque es consciente de que está invadiendo al otro con unos contenidos mentales que aunque sean en sí mismos buenos, son tratados al modo de mercancías, es decir, sin contar con las inclinaciones profundas del que escucha. Evidentemente esto no sucede cuando se trata de una predicación pública, pues entonces la situación de relaciones humanas es manifiestamente distinta y el que escucha lo hace porque quiere.

La muestra de que se ha logrado establecer una relación de amistad, es que se reconoce al otro en cuanto capaz de una vida mejor. Ya en el ámbito puramente natural los amigos se presentan mutuamente a los otros amigos, se comunican las cosas que les han gustado, se dan noticias sobre los libros interesantes que han leído, las películas que han descubierto como valiosas. No sería buena amistad la relación entre personas que no se tratan de esta manera. A veces, cuando la comunicación entre los amigos es muy profunda, se llega no rara vez a comprarle directamente un ejemplar del libro interesante o la entrada para la película valiosa. En estos casos la intimidad de la comunión en ese aspecto, hace que esa entrada en la intimidad no sea una invasión violenta, porque ya se le ha abierto naturalmente el alma. Todos eso implica que la intimidad de comunión tiene como expresión suya propia, la percepción de la calidad de la vida del otro, y la correspondiente ayuda para mejorarla. Los amigos se dan noticias sobre circunstancia favorables en asuntos de trabajo, o de posibilidades de adquisición de bienes necesarios. Quien no detecta que la calidad de vida es una cuestión importante, es que no percibe que hay diferencias entre las diversas formas de vida y que es mejor la vida de calidad más alta.

Es en este ámbito donde se puede dar sin violencia la comunicación sobre los asuntos de conciencia. En efecto, la noticia sobre la salvación en Cristo, sobre su Persona, sus palabras, su perdón, su Iglesia o sus sacramentos, no son un bien extraño. El corazón humano clama por ello, de manera análoga a como clama por mejorar la calidad de su vida. Si en cada persona no hubiera una teleología inscrita en lo más íntimo, el anuncio de Cristo, sería el anuncio de un bien grande, pero extraño; algo así como una mercancía de la que se hace propaganda. En realidad esa teleología está presente, y la muestra de que se reconoce será el empeño por ayudar a alcanzarla en todos los niveles. La ayuda a lograrla en los niveles propiamente humanos es señal necesaria de que es recto el empeño por ayudar a conseguirla en los niveles más altos.

Ciertamente es Dios quien abre el corazón para que cada persona preste asentimiento de fe al anuncio de Jesucristo. Pero esa acción de la gracia del Espíritu, tiene imágenes naturales que son como instrumentos de su acción. Y una imagen egregia del amor de Dios es el amor de amistad.

Por eso se entiende que algunas personas especialmente sensibles a la dinámica propia del asentimiento sobrenatural a la fe, se resistan a todo lo que pueda aparecer como un actuar desde fuera sobre otros, y sean a veces acusados de tener poco empeño por hacer conversos, como comentaba Newman había experimentado en sí mismo todo esto con especial intensidad. En su "Apología" escribió a este respecto: "Yo era muy severo cuando algunos católicos, animados por las mejores intenciones, se inmiscuían en nuestros asuntos de Oxford, o trataban de alguna manera de ayudarme. Verdaderamente, en aquel período no había nada que me echase más para atrás. "¿Por qué os entrometéis? ¿Por qué no me dejáis en paz? No podéis ayudarme; no sabéis absolutamente nada de mí; más aún podéis hacerme daño; estoy en manos mejores que las vuestras. Sé de la sinceridad de mis propósitos, y estoy decidido a tomarme tiempo. Después de mi paso al catolicismo, he sido acusado algunas veces de ser reticente a hacer prosélitos. Y los protestantes han deducido que no tengo muchas ganas de hacerlos. Actuar de otra manera sería contrario a mi naturaleza. Sería, además, olvidar las lecciones que me ha dado mi propia historia personal".

7. Las condiciones para las formas de vida más nobles

La percepción y la realización de los bienes más altos requiere una preparación cuidadosa por parte de quien debe percibirlo y rea1izarlo en su vida. No basta estar destinados naturalmente a ciertos bienes, y tenerlos presentes, al alcance de la propia actividad. Hay que estar preparados en concreto para la percepción de esos bienes. Esa preparación es la virtud. Por eso la virtud se definía algunas veces como una segunda naturaleza, es decir, como una disposición interna respecto del propio fin. Si esta virtud falta, los bienes más altos que constituyen nuestro destino y que, por tanto, están inscritos en nuestro propio ser, quedan como extraños y pasan inadvertidos.

No se trata de crear, en la indiferenciada constitución del hombre, unas aficiones o inclinaciones que le sean impuestas desde fuera. Es decisivo entender que la preparación para los bienes más altos no es manipulación de las personas, sino "afinamiento" de su ser natural para estar adecuadamente dispuestos respecto del fin que está ya inscrito en su interior. Por eso, esa preparación para los fines más altos no perfecciona a la persona solamente respecto de algo externo y, por tanto, relativamente indiferente, sino que perfecciona a la persona en sí misma. No es como dar alas a un ser que naturalmente no tiende a volar, sino perfeccionar lo sobrenatural y gratuitamente en lo que ya es. La gracia hace al hombre no sólo semejante a Dios. Para entenderla correctamente es esencial advertir que, al darle la participación en la naturaleza divina, lo hace al mismo tiempo más humano.

El camino de ese perfeccionamiento de la persona, debe ser, como se anunció ya anteriormente, tal que respete el modo de ser del hombre. Las perfecciones más altas debe recibirlas libremente, es decir, reconociéndolas como tales y experimentándolas en su capacidad de cumplir su teleología íntima. Por esto es tan inútil el mero consejo externo. Las recomendaciones teóricas y generales hacia "las riquezas de la cultura", o las insinuaciones sobre la lectura de ciertos libros "elevados" suena huecas y pedantes si no hay previamente una confianza personal bien establecida que engendra cierta autoridad en quien hace esas propuestas.

Los antiguos decían que la virtud no puede "enseñarse", es decir, no es objeto propio de lecciones teóricas, puede "mostrarse". La cuestión es en qué consiste este "mostrar". Hay maneras de presentar la virtud que, aún siendo exactas, son, sin embargo, completamente inútiles o incluso contraproducentes. No se trata solamente de dar conocimiento de la vida de calidad, sino que hay que llegar a hacer que esa vida sea percibida por los demás como efectivamente "de calidad", es decir, deseable.

Para alcanzar este objetivo, hay que presuponer entre quienes proponer la vida de calidad y los que han de ser movidos a ella, una vinculación personal de afecto, de confianza, de "autoridad" verdadera y no de poder. Es necesario que la propuesta llegue a su destinatario en su realidad de bien interpelante, atractivo. Ésta es una cuestión profundamente personal. Hay personas que tiene capacidad de difundir su propio "espíritu", es decir, de crear en torno a sí un ambiente de comunicación personal, de entendimiento mutuo, que es el cauce adecuado para los contenidos más altos. Son esas personas que "inspiran" confianza, que se hacen escuchar naturalmente, que respetan escrupulosamente la conciencia de los otros y al mismo tiempo facilitan que esas conciencias se les abran. Estas personas son los grandes maestros. Los grandes maestros no se limitan a dar lecciones teóricas o a transmitir contenidos objetivamente valiosos o útiles. Más bien presentan la verdad con toda su fuerza arrebatadora, hacen que la vida de calidad "brille" ante la mirada de los que escuchan o ven. Por esto el contacto con esas personas tiene un cierto carácter de experiencia estética: el bien y la verdad se hacen esplendorosos, arrebatadores.

Esto significa en la práctica que la educación debe tratar de poner a las personas que amanecen a la vida en contacto con los bienes que ellos mismos desean, y debe ponerlos en contacto de manera que puedan percibir esos bienes como realmente constitutivos de la propia perfección, es decir, como atractivos, como hermosos.

También aquí, como en otros campos, las actuales teorías de la educación que pone el acento en los medios técnicos, está gravemente descaminada. Los actuales medios de acceso a los grandes logros de la cultura acercan esas grandezas a las personas pero no las pertrecha para percibirlas como tales. En cambio, el trato personal con una persona que sea rica de espíritu, da algo completamente distinto. Por eso, cuando el sentido de la autoridad en su acepción más noble ha casi desaparecido, la sociedad se encuentra en un estado de precariedad de "espíritu". Entonces, lo que puede aunar a la pluralidad de las personas ya no pueden ser contenidos concretos, pues se percibe con claridad que no pueden ser inducidos legalmente. Si faltan grandes testimonios de humanidad, lo único que queda es la pasión por la libertad, y la teoría política correspondiente es el liberalismo político a que nos referíamos antes.

La importancia del "espíritu" a que venimos refiriéndonos se manifiesta también en que se puede encontrar no sólo en el trato directo con la persona del gran maestro. Este espíritu, a veces, configura un ambiente y se encuentra ya en el ámbito que está entre las personas que conviven allí. Muchas veces es un espíritu que procede no sólo de un maestro, sino de muchas grandes personalidades. El relato de Allan Bloom sobre la Universidad de Chicago a la que llegó cuando era un muchacho, y que hemos transcrito en el capítulo sobre la formación, es más expresivo que todas los intentos de descripción analítica que podamos hacer.

Ese espíritu se puede encontrar también en ciertas obras intelectuales o artísticas. Ciertos libros, películas o historias populares son sede del espíritu que han dado a un pueblo quienes lo configuraron como tal. Esas obras se alimentan a su vez de la acción del espíritu en los que viven en él. Al acceder a esas manifestaciones, las personas singulares afinan y purifican su gusto. No sólo aprenden lecciones teóricas sobre las cuestiones más importantes, sino que se disponen íntimamente respecto de ellas. Esto es la virtud.

No basta, pues, con decir que hay cosas que son muy importantes, es necesario que se engendre en el alumno la sensibilidad de esa importancia o de esa grandeza. Eso lo hacen las obras catárticas. En este sentido, es preocupante la situación actual cuando el gusto es de películas "de acción", o se engendra el gusto no por lo bueno sino por desvelar los presuntos falsos

La cultura se concebía en la educación clásica como el cultivo de la mente de acuerdo con la propia naturaleza de la mente. No se trata sólo de cultivar la dimensión práctica o productiva del hombre, tampoco se trata de cultivar las capacidades lógicas o instrumentales de la mente. Todo eso no hace justicia a la naturaleza de la mente humana. "Ser racional" recordábamos con Aristóteles, es sobre todo, ser capaz de diálogo, y esta capacidad implicaba el reconocimiento del otro en cuanto que otro, es decir, en sí mismo. La naturaleza de la mente humana es la contemplación. se la cultiva cuando se la ayuda en su capacidad de relacionarse adecuadamente con los demás. Este objetivo de la educación no excluye las capacidades técnicas, les destrezas útiles, pero va más allá.

"Si se debe asignar un fin práctico a un curso universitario, diré que ese fin es educar buenos miembros de la sociedad. Su arte es el arte de la vida social, su fin es "convenir" con el mundo. Por un lado esto hace que sus opiniones no queden confinadas a profesiones particulares,. pero por otro no es creadora de héroes ni inspirador a de genios. La obras del genio no caen bajo la competencia de arte alguna; las mentes heroicas no están sometidas a ninguna regla; una universidad no es el lugar para el nacimiento de poetas o de autores inmortales, de fundadores de escuelas, de fundadores de colonias, o de conquistadores de naciones. La universidad no puede prometer una generación de Aristóteles o de Newton, de Napoleones o de Washington, de Rafaeles o de Shakespeare, aún cuando hasta ahora ella haya albergado entre sus muros tales milagros de la naturaleza. Pero por otra parte tampoco se conforma con formar crítico o físicos experimentales, economistas o ingenieros, aunque incluya también a estos en su radio de acción. Lo que es la Universidad se expresaría diciendo que la educación universitaria es el gran medio ordinario para alcanzar un fin grande pero ordinario; lo que se propone es elevar el tono intelectual de la sociedad, cultivar la mente del público, purificar el gusto nacional, proporcionar principios auténticos al entusiasmo popular y objetivos estables a las aspiraciones populares, dar amplitud y sobriedad a las ideas de la época, facilitar el ejercicio del poder político y hacer más refinadas las relaciones en la vida privada. Es la educación la que proporciona al hombre una clara visión consciente de sus propias opiniones y de sus propios juicios, autenticidad al desarrollarlos, elocuencia al expresarlos y fuerza al imponerlos. Enseña a ver las cosas como son, a ir derechos al núcleo del asunto, a aclarar los pensamientos confusos, a descubrir los sofismas y a eliminar lo que es carente de relieve. Prepara a las personas para ocupar puestos con honor y a dominar los argumentos con facilidad. Les muestra cómo adaptarse a los otros, cómo ponerse en la situación mental de ellos, cómo presentarles la propia, cómo influenciarles, cómo entenderse con ellos, cómo soportarlos. Se encuentra cómodo en cualquier sociedad, y encuentra terreno común con todas las clases; sabe cuando hay que hablar y cuando hay que callar; es capaz de conversar y es capaz de escuchar; sabe presentar una cuestión en la forma pertinente y aprender oportunamente una lección, cuando él mismo no tiene nada que enseñar; está siempre listo, y sin embargo no es nunca un obstáculo; es un compañero grato, y un colega del que uno se puede fiar; sabe cuando estar serio y cuando son oportunas las bromas; tiene un tacto seguro que le permite bromear con donaire y estar serio con eficacia" (Newman).

8. El sentido del presente y sus condiciones

La calidad de la vida de las personas se podría quintaesenciar diciendo que lo más propiamente constitutivo de la vida humana es su relación con lo absoluto, y que esto se expresa en la práctica en el sentido del "presente".

La dimensión de presente es una dimensión de eternidad. Cuando una vida es rica en su sentido más auténtico, no está simplemente tendida hacia el futuro, como a la espera de momentos más agradables que den sentido a lo que se vive ahora, sino que está en presente. En cada momento se percibe la plenitud de la vida. Para el ser humano es esencial percibir que él es un absoluto que tiene esta condición en todo momento de su vida. En efecto, la afirmación del carácter absoluto de la persona humana, se traduce naturalmente en que cada momento que vive está pleno de sentido. Ser un absoluto es en cierta medida, ser "infinito" en un sentido muy verdadero. Esto se ve especialmente en que es un bien que puede llenar completamente la ilimitada indiferencia de la libertad, como acontece cuando tiene lugar el enamoramiento: una sola mujer es capaz de llenar la ilimitada apertura del corazón humano.

Pero se expresa también en la capacidad que tiene la persona humana de llenar de sentido cualquier situación, sea triunfadora o precaria en las dimensiones inferiores de la vida. Ser "un triunfador" en la vida social, no es el criterio definitivo de tener una vida de calidad. El triunfo puede ser deseado en cierta medida, precisamente en la medida en que es ayuda para la dimensión superior. Entonces es esta dimensión superior la que da sentido al triunfo. Pero si da sentido al triunfo, puede dar sentido también al fracaso, si éste se produce.

"Tiene la tranquilidad de una mente que vive en sí misma, mientras vive en el mundo, y que tiene los recursos para su felicidad interior cuando no le es posible salir de sí misma. Posee un don que le es útil en público, y que le es de apoyo en la soledad, un don sin el cual la buena fortuna es sólo vulgar, y con el cual tanto el fracaso cuanto el éxito tienen su atractivo. El arte que se propone hace del hombre todo esto; es en el objetivo que busca tan útil cuanto el arte de la riqueza y el arte de la salud, aunque sea menos susceptible de encuadrar en un método, y menos tangible, menos cierto, menos completo en sus resultados"

 

Anterior - Siguiente

Arriba

Volver a Libros silenciados

Ir a la página principal

Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?