LO TEOLOGAL Y LO INSTITUCIONAL* (REFLEXIONES
ÍNTIMAS)
Autor: Antonio Ruíz Retegui, teólogo,
sacerdote numerario del Opus Dei
*Por institucional entiende el autor
la institución del Opus Dei
12. EL DIFÍCIL
EQUILIBRIO
Estas consideraciones que hago son verdaderas aunque un tanto
esquemáticas y quizá por eso sus aristas resulten
un poco duras. Pero expresan unos riesgos en los que no rara
vez se incurre. Lógicamente los errores que aquí
se señalan tienen muchos matices. De todas formas es
bueno señalarlos de forma precisa para entenderlos
con claridad y estar en disposición de no quedar aprisionado
por la perplejidad. Lo importante es dar una respuesta acertada
a esta situación, sin tener que recurrir al simple
rechazo global.
Me parece que lo importante será siempre defender
el espíritu y relativizar el estilo. Esto implica saber
con nitidez cuál es la situación sobre todo
de los que gobiernan y saber "ponerlos en su sitio"
interiormente.
Aunque a veces puedan resultar situaciones dolorosas, conviene
saber que estos son riesgos que tienen siempre las instituciones
humanas. No es la primera vez que tienen lugar, ni será
la última. A este respecto hay que tener presente que
Dios conduce la historia y a su Iglesia, también a
través de las debilidades humanas. Los santos no se
escandalizaron de los defectos de la Iglesia o de las arbitrariedades,
a veces clamorosas, de los que en ella mandaban. Sabían
que la ley natural, la ley de Dios y la propia conciencia
están muy por encima de la autoridad humana. Por eso,
cuando experimentaban las consecuencias de esos errores o
las dificultades de un gobierno arbitrario se reconocía
que a través de esos hechos brutos Dios mismo estaba
presente.
Los mártires de los primeros tiempos no vieron en
las persecuciones del Imperio Romano un mero absurdo, o una
simple manifestación brutal de la maldad humana. Ellos
supieron ver una providencia especial de Dios, que actuaba
incluso a través de los errores y pecados de los hombres.
Y lo mismo puede decirse de grandes instituciones eclesiales
que sufrieron ataques muy difícilmente justificables
de la misma autoridad suprema de la Iglesia. Es que el amor
a las instituciones eclesiásticas, aunque sean de origen
muy garantizadamente divino, debe ser no tan "entusiasta"
y más "teológico".
En cualquier caso es siempre una muestra de rectitud el no
poner demasiado el acento en estas limitaciones, aunque ciertamente
debamos defendernos frente a ellas. En la práctica,
bastará saber situar cada cosa en su sitio. Especialmente
es importante saber que el lugar que corresponde a la autoridad
humana es secundario y relativo.
Cuando se experimenta la presión agobiante de la primacía
del estilo, el refugio seguro es la afirmación apasionada
del espíritu... y de la propia conciencia, procurando
liberarse, en la medida de lo posible, de la persecución
de los institucionales.
En cualquier caso, siempre es importante recordar que lo
verdaderamente decisivo es la unión con Cristo en la
Iglesia, escapando de toda pretensión de absolutizar
las instancias institucionales. La misma Iglesia da ejemplo
de estos matices en la delicada interpretación que
hace del principio "Extra Ecclesía nulla salus".
Ni siquiera la pertenencia a la Iglesia, en cuanto institución
visible, debe considerarse un absoluto.
Lo expresaba elocuentemente Newman en un texto memorable:
"Ya he referido las palabras del Lateranense IV que
citaba el cardenal Gousset, que "el que actúa
contra su conciencia, pierde su alma". Este díctum
es citado con singular amplitud y fuerza en los tratado
morales de los teólogos. La famosa escuela conocida
como los Salmanticenses, o Carmelitas de Salamanca, establecen
la liberal proposición de que la conciencia ha de
ser obedecida siempre, ya dictamine verdadera o erróneamente,
y esto es así sea o no sea el error culpa de la persona
que yerra (OAliqui opinantur quod conscíentia erronea
non oblígat; secundam sententiam, et certam, asserentein
esse peccatum discordare a conscientia erronea, invincibili
aut vincibili, tenet D. Thomas quem sequuntur omnes Scholastici"-
Algunos son de la opinión que la conciencia errónea
no obliga. Santo Tomás tiene una opinión diferente,
y es la cierta, a saber, que actuar de modo contrario a
la conciencia errónea, vencible o invencible, es
pecado. En esto, Santo Tomás es seguido por todos
los autores Escolásticos - Theol. Moral., t. v. p.
12, ed. 1728). Dicen que esta opinión es cierta y
refieren, como coincidentes con ellos, a Santo Tomás,
San Buenaventura, Cayetano, Vázquez, Durando, Navarro,
Córdoba, Layman, Escobar, y otros catorce. Dos de
ellos dicen incluso que esta opinión es de fide.
Por supuesto, si un hombre es culpable de estar en el error
que podría haber evitado si hubiera sido más
diligente, tendrá que dar cuenta ante Dios por ese
error, pero aún así el deberá actuar
de acuerdo con ese error mientras se encuentre en él,
puesto que esa persona, con plena sinceridad, piensa que
ese error es la verdad.
"Si, por ejemplo, el Papa dijera a los obispos ingleses
que manden a sus sacerdotes que se movilicen enérgicamente
en favor del abstencionismo, y un sacerdote concreto estuviera
absolutamente persuadido de que la abstinencia del vino,
etc. fuera prácticamente un error gnóstico,
y que por tanto él no podía empeñarse
en eso sin pecar; o supongamos que existiera una orden Papal
de organizar loterías en cada misión para
objetivos religiosos, y un sacerdote dijera en la presencia
de Dios que él creía que las loterías
son moralmente inaceptables. Ese sacerdote, en uno u otro
caso, cometería un pecado "híc et nunc"
si obedeciera al Papa, esté él acertado o
equivocado en su opinión, y, caso de que esté
equivocado, aunque él no se haya tomado las molestias
necesarias para alcanzar la verdad en el asunto de que se
trate.
"Bosenbaum, de la Compañía de Jesús,
cuyo trabajo he tenido ya la ocasión de citar, escribe
lo siguiente: "Un hereje, en la medida en que considera
su secta más o igualmente merecedora de fe, no tiene
obligación de creer (en la Iglesia)". Y continúa,
"cuando hombres que han sido criados en la herejía,
son persuadidos desde la infancia de que nosotros impugnamos
y atacamos la palabra de Dios, que somos idólatras,
pestilentes engañadores y que por tanto -se debe
huir de nosotros como de la peste, mientras esta persuasión
dure, ellos no pueden, con conciencia segura, prestarnos
oído".- t. 1, p. 54.
"Antonio Córdoba, franciscano español,
expone esta doctrina con más detalle aún,
porque hace mención de los superiores. "De ningún
modo es lícito actuar contra conciencia, incluso
aunque una Ley o un Superior lo ordene".- "De
Conscíent"., p. 138.
"Y el domínico francés, Natalis Alexander:
"Si en el juicio de conciencia, aunque sea de una conciencia
equivocada, una persona estuviera persuadida de que el mandato
de su Superior disgusta a Dios, está obligado a no
obedecer". "Theol." t. 2, p. 32.
"La palabra "Superior" incluye ciertamente
al Papa. El Cardenal Jacobatius subraya este punto claramente
en su autorizado trabajo sobre los Concilios, que se contiene
en la Labbe's Collection nombrando explícitamente
al Papa: "Si hubiera duda", dice él, "de
si un precepto (del Papa) es pecado o no, debemos determinarnos
así: que, si aquel a quien el precepto va dirigido
tiene conciencia de que eso es pecado e injusticia, lo primero
que debe hacer es salir de esa situación de conciencia;
pero si no puede, ni estar de acuerdo con el juicio del
Papa, en ese caso su deber es seguir su propia conciencia
privada y sufrir pacientemente si el Papa lo castiga."
lib. iv. p. 241. (...)
"Añado una observación. Ciertamente,
si yo fuera obligado a involucrar mi religión en
un brindis después de la cena (lo cual no me parece
realmente muy indicado), yo, con su permiso, brindaría,
sí, por el Papa. Pero primero por la conciencia,
y por el Papa en segundo lugar".
Antonio Ruíz Retegui
Madrid, 2000
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