LO TEOLOGAL Y LO INSTITUCIONAL*
(REFLEXIONES ÍNTIMAS)
Autor: Antonio Ruíz Retegui, teólogo,
sacerdote numerario del Opus Dei
*Por institucional entiende el autor la institución
del Opus Dei
3. LA VIDA HUMANA PLENA: FELICIDAD,
ALEGRÍA Y SENTIDO DE LA VIDA
La tentación de la seguridad se apoya en la tendencia
que tenemos los hombres a la felicidad. Pero esta tendencia
es equívoca pues lleva muchas veces a un tipo de felicidad
que es excesivamente inmediata y provisional. Me refiero a
la tentación de buscar una situación de felicidad
como "bienestar", como situación "confortable",
que deriva muchas veces en la inclinación hacia la
seguridad. La búsqueda de la seguridad implica una
pretensión demasiado directa de la felicidad. Por eso
se conforma precisamente con la seguridad que se puede buscar
directamente.
A veces los hombres buscan la felicidad inmediata en el placer,
en las satisfacciones de los caprichos momentáneos,
en la sensualidad, en la vanidad, etc. En estos casos, los
moralistas fustigan severamente a los que así se comportan.
Pero la búsqueda de seguridad supone una claudicación
que no es tan diferente de ésa. "Imaginad por
un momento que el único propósito de nuestra
vida es vuestra felicidad. Entonces la vida deviene algo cruel
y sin sentido. Tenéis que abrazar la sabiduría
de la humanidad, vuestro intelecto y vuestro corazón
os dicen: que el sentido de la vida es servir a la fuerza
que os envió al mundo. Entonces la vida deviene un
goce constante" (Tolstoi).
La felicidad no debe ser buscada de manera inmediata pues
esa búsqueda falsearía la misma felicidad y,
además, como ha mostrado el pensamiento moderno, la
búsqueda directa de la felicidad engendra neurosis.
La alegría y la felicidad son necesariamente "consectarias",
es decir, sentimientos "concomitantes" que se advierten
cuando se cumple la propia verdad personal.
Lo expresaba con su talento peculiar Isak Dinesen en su libro
de memorias de África, cuando hablaba del "orgullo"
bueno que ella defendía:
"El orgullo es la fe en la idea que Dios tuvo cuando
nos creó. Un hombre orgulloso es consciente de esa
idea y aspira a realizarla. No lucha por la felicidad o
la comodidad, que quizá sean irrelevantes con respecto
a la idea que Dios tiene de él. Su realización
es la idea de Dios, plenamente lograda, y está enamorado
de su destino. Al igual que el buen ciudadano encuentra
su felicidad en el cumplimiento de su deber hacia la comunidad,
así el hombre orgulloso encuentra su felicidad en
el cumplimiento de su destino. La gente que no tiene orgullo
no es consciente de que Dios haya tenido una idea al crearla,
y a veces te hacen dudar de que haya existido una idea,
o de que si ha existido se perdió, y ¿quién
la encontrará de nuevo? Acepta como realización
lo que otros ordenan que lo sea, y toman su felicidad, e
incluso su propio ser, de la moda del día. Tiemblan,
y con razón, ante su destino. Ama el orgullo de Dios
por encima de todas las cosas y el orgullo de tus vecinos
como algo propio. El orgullo de los leones: no los encerréis
en zoológicos. El orgullo de vuestros perros: no
les dejéis engordar. Ama el orgullo de tus compañeros
y no les permitas la autocompasión. Ama al orgullo
de las naciones conquistadas y déjales honrar a sus
padres y a sus madres" (Isak Dinesen, "Lejos de
África" capítulo cuarto "De la agenda
de un emigrante", párrafo Sobre el orgullo").
La búsqueda directa de la felicidad es propia de la
existencia elemental de los niños, que instintivamente
se guían por lo que les gusta o les disgusta. En este
sentido, la argumentación de los educadores que pretenden
mantener siempre a las personas en la situación de
inmadurez, se ve apoyada por la tendencia a la búsqueda
de esa felicidad inmediata. Pero esa felicidad es, como decimos,
muy superficial y cambiante. Por eso asegura la dependencia
de las personas de esos educadores a los que constantemente
reclaman sus cuidados. Por su parte, esos educadores, a pesar
de su constante solicitud e indudable sacrificio por los demás,
se sienten indirectamente gratificados por el hecho de verse
siempre necesitados y de estar siempre en situación
de protagonismo.
Para vencer estos equívocos se debe tener presente
que "la finalidad inmediata que se debe buscar en la
vida, no debe ser la felicidad sino, como intuitivamente afirmaba
Isak Dinesen, la fidelidad al propio ser, es decir, el cumplimiento
del sentido de la vida. La felicidad es una recompensa que,
en esta vida, a veces se da pero que muchas veces no se alcanza.
Seria un error muy grave pensar que las buenas acciones han
de tener como consecuencia inmediata la felicidad. "Cuando
me encuentro en circunstancias difíciles, pido a Dios
que me ayude. Pero mi deber es servir al Señor, y no
el Suyo servirme a mí. En cuanto recuerdo esto, mi
carga se aligera" (Tolstoí)
La fe cristiana nos dice que Dios premiará a los que
hayan realizado el sentido de su existencia. Pero también
nos enseña que esa recompensa tendrá lugar en
la "otra vida", es decir, no en el mismo ámbito
de existencia en que realizamos nuestras acciones. Esa felicidad
futura debe ser conocida y debe ser objeto de esperanza, pero
no debe ser orientación concreta de la conducta. Las
teorías morales consecuencialistas adolecen precisamente
del error que aquí estamos tratando.
La noción de felicidad no debe, pues, presidir la
tarea educadora y formadora. Más bien debemos reconocer
que la noción de felicidad debe ser relativamente marginada
en el proceso de la educación y de la formación.
Las nociones que deben presidir la formación han ser
las de "fidelidad", "misión", "bien",
"solidaridad" y, en definitiva, "virtud"
y "amor".
Las fuerzas que mantienen a la persona en la seguridad del
sentido de su vida, no son las que nacen de sus satisfacciones
o de sus gozos, sino de la apasionada aceptación de
su destino. Estas fuerzas no hunden sus raíces en la
superficie de la existencia sino en el núcleo del ser,
y es por eso ahí a donde debe dirigirse la formación
de las personas verdaderamente maduras.
Hay personas que son peligrosamente inseguras en su vida,
precisamente por su afán inmediato de seguridad. La
búsqueda de la seguridad inmediata hace a las personas
tremendamente inseguras, porque las sitúa en un ámbito
extraordinariamente frágil.
En concreto, la educación que conduce a la madurez
de una vida humana que sea propia de quien es imagen e hijo
de Dios, ha de poner el acento en lograr la situación
adecuada de la persona ante la realidad. Esto tiene como condición
de posibilidad el adiestramiento y la disciplina de la potencias
operativas, pero, como vimos, ha de superar ese estadio para
dirigirse decididamente a la raíz de la acción
propiamente humana, a los grandes principios que se asientan
en la mente y en el corazón, y no solamente a las potencias
operativas.
El sentido de la vida no es algo que se alcance con el ejercicio
de las potencias en sí mismas. Ni siquiera es asunto
de la inteligencia sola, por eso no puede ser objeto propio
de "demostración". Encontrar el sentido de
la vida no es, primariamente asunto de razonamientos, sino
de un tipo de experiencia que involucra más plenamente
a la persona entera. Lo realmente decisivo es percibir y vivir
en un horizonte vital en el que el sentido de la existencia
esté asentado en un absoluto. Esto conlleva en sí
mismo, si es verdadero, percibir también el sentido
del sufrimiento y del dolor, es decir, encontrar el sentido
de la falta de sentido con que nos topamos tantas veces. Entonces
la felicidad personal se muestra como algo tremendamente secundario,
y paradójicamente la persona se dispone para experimentar
indirectamente una felicidad que va mucho más allá
de la que se puede buscar por sí misma.
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