LO TEOLOGAL Y LO INSTITUCIONAL*
(REFLEXIONES ÍNTIMAS)
Autor: Antonio Ruíz Retegui, teólogo,
sacerdote numerario de Opus Dei
*Por institucional entiende el autor la
institución del Opus Dei
1. LA ESTRUCTURA DE LA ACCIÓN
DE LA PERSONA MADURA
La persona humana se caracteriza frente a las demás
criaturas del mundo en que sus acciones son propias de una
manera especifica, pues le pertenecen de modo pleno en cuanto
que la persona, por su libertad, es principio de su actuación.
Las acciones, cuando son propia y plenamente de la persona,
no son como eslabones de una cadena de causalidades, es decir,
no se pueden retrotraer a una serie de causas previas, sino
que tienen un principio en cierto modo absoluto en la causalidad
especifica de la criatura racional. La existencia de la persona
humana es un factor de novedad en el mundo. Si el hombre no
existiese, conociendo la situación de todas las cosas
del universo en un momento dado, podríamos saber cómo
serán las cosas en cada momento del futuro, de la misma
manera que sabiendo la posición de los astros en un
instante determinado, podemos saber cuál será
la posición el cualquier momento del futuro.
La libertad humana consiste precisamente en eso, en la capacidad
de dar lugar a una "novedad". "Díos
creó al hombre para que en el mundo hubiera "inicios"
dice San Agustín. Por esto, cuando se trata de entender
el comportamiento de alguien no se debe remitir a la serie
de condiciones previas a ese comportamiento o a las influencias
que ha recibido, como se hace cuando priva el empeño
de buscar responsables de la conducta de otra persona. Ese
empeño es propio de una visión mecánica
del mundo. Las acciones humanas no se pueden "explicar"
refiriéndose a los factores antecedentes, sino que
hay que tener en cuenta como elemento decisivo la capacidad
de dar origen a una novedad radical, en que consiste la libertad.
Pero esto se cumple con todo su alcance solamente con aquellas
acciones que son propiamente humanas en sentido pleno. Hay,
en efecto, otras muchas acciones que sólo relativamente
pertenecen a la persona y que sí se pueden explicar
por influencias anteriores.
Por eso es decisivo entender que no todas las acciones que
realiza una persona le pertenecen de igual manera. Las acciones
de la persona humana, son propiamente suyas cuando esas acciones
no son realizadas de manera inducida o "causada"
desde una instancia exterior a la persona, sino que tienen
su origen en la forma de causalidad que denominamos libertad.
A este respecto decía conocida por ella. En cambio,
la persona no es libre cuando no alcanza la realidad sino
que recibe la orientación de su acción desde
una instancia externa a ella. En este sentido la acción
no libre es semejante a la de un ciego que no puede percibir
la realidad y es conducido por otro.
No basta, pues, remitirse a la bondad o a la malicia de la
acción en sí misma para que podamos calificarla
de libre: es decisivo tener en cuenta también que la
dinámica interna de la acción en la persona
sea tal que la acción le pertenezca en sentido pleno.
Hay muchas maneras de que la acción no pueda calificarse
propiamente de madura o libre. Estas maneras son tantas como
las formas que puede tener el hecho de que la acción
no nazca del conocimiento de la cualidad de la acción
por parte de la persona que actúa. Así, por
ejemplo, quien actúa "abandonándose"
simplemente a los "lugares comunes", o a las pautas
convencionales de comportamiento, no posee esas acciones en
plenitud y, por tanto, no puede ser considerado plenamente
libre. También, quien se deja llevar por el puro sentimiento
o por el estado de ánimo, no actúa desde la
raíz más auténtica de la acción
humana y, por eso, su comportamiento no es plenamente maduro
y libre.
Análogamente, quien, por la razón que sea,
actúa remitiéndose a las indicaciones de otra
persona, no es plenamente libre. Por esto, la obediencia,
para ser conforme a la libertad, debe llevar consigo un conocimiento
de la naturaleza de sus acciones y de las razones que le llevan
a aceptar la autoridad de aquel a quien obedece. Pero en todo
caso, la obediencia a una autoridad que impera acciones concretas,
no puede dar lugar a acciones tan plenamente propias como
las que nacen del conocimiento de la realidad: en cuanto que
esas acciones tienen su principio fuera del sujeto que actúa,
aunque, como dice santo Tomás, ese principio sea la
misma ley de Dios, son menos propias que las que nacen del
conocimiento de la realidad. Por eso, en la plenitud de la
revelación Dios no revela simplemente una ley, sino
que da conocimiento de la realidad. En la religión
cristiana, la revelación no remite primariamente a
una ley, como en el caso de la religión judía,
que se remite ante todo a "la Ley", la Torah, sino
que tiene primariamente el carácter de una "fe",
de un cuerpo de doctrina sobre la verdad de Dios, del hombre
y del mundo. De esta manera la acción del cristiano
puede y debe ser consecuencia de un conocimiento de la verdad
de su obrar.
Esta visión de la acción humana libre, es esencial
para poder juzgar la actuación de las personas y el
grado de "propiedad" que tienen sus acciones. Ciertamente
no son excesivamente frecuentes los casos en que las personas
actúan con una libertad tan plena, pero es importante
tener en cuenta que las realidades y las situaciones imperfectas,
deben ser conocidas desde lo que es su perfección y,
por eso, sólo cuando se entiende cómo debe ser
la acción humana "cumplida" de la persona,
se pueden entender adecuadamente las acciones humanas menos
plenas.
Además de las condiciones "internas" en
la persona que actúa, es necesario un "ambiente"
propicio a la acción libre, que es el ámbito
de la libertad. Los hombres más ricos de vida detectan
cuándo se encuentran en un ámbito libre. Pero
casi todas las personas experimentan el gozo de un ambiente
en que pueden actuar libremente. Por eso cuando se habla de
libertad hay que distinguir la mera libertad interior del
ser espiritual, y la libertad en cuanto cualidad de un determinado
ambiente o sociedad. Así, hay veces que se dice que
el hombre es siempre libre, pero otras veces se clama pidiendo
libertad. La relación entre estos dos significados
de la palabra "libertad" se encuentra en que la
falta de libertad ambiental no sólo impide el despliegue
pleno de la libertad personal sino que además suele
repercutir en las condiciones orgánicas de la libertad
de la persona humana.
Es difícil definir cómo son los componentes
de estos ámbitos de libertad, pues no es estrictamente
algo concreto que pueda añadirse como un ingrediente
más a un ambiente ya dado. Son ámbitos en que
las capacidades de acción y de vida se ven estimuladas
y favorecidas. Un ejemplo de ese tipo de ambiente es el, que
se suele encontrar en algunas de las grandes universidades.
Allan Bloom describió expresivamente lo que encontró
cuando llegó a la Universidad de Chicago:
"Se respiraba una atmósfera de libre investigación,
y por eso, se excluía lo que no la ayudaba o lo que
le era hostil. Allí se podía distinguir lo
que es importante de lo que no lo es. La universidad protegía
la tradición, pero no en cuanto tal, sino en cuanto
que ésta proporcionaba ejemplos de debates de nivel
exclusivamente elevado. Contenía maravillas y hacía
posibles amistades basadas sobre la experiencia común
de tales maravillas. Sobre todo había allí
algunos pensadores verdaderamente grandes, pruebas vivientes
de la existencia de la vida especulativa, y cuyas motivaciones
no podían ser precipitadamente reducidas a ninguna
de aquellas que la gente gusta de considerar universales.
Éstos tenían una autoridad que no se basaba
sobre el poder, el dinero o la familia, sino sobre una cualidades
naturales que, con toda justicia, imponían respeto.
Las relaciones entre ellos, y entre ellos y los estudiantes,
eran la revelación - de una comunión en la
que hay un verdadero bien común. ( ... ) Los años
me han hecho ver que gran parte de todo esto existía
solamente en mi imaginación entusiasta y juvenil,
pero no tanto como se podría suponer. Las instituciones
eran mucho más ambiguas de cuanto hubiera podido
sospechar y ante el embate de vientos contrarios se han
mostrado mucho más frágiles de lo que parecían.
Pero vi allí auténticos pensadores que me
abrieron mundos nuevos. La sustancia de mi ser ha sido plasmada
por libros que he aprendido a amar. Me acompañan
cada minuto de cada día de mi vida, haciéndome
ver y ser mucho más de lo que habría podido
ver y ser si la suerte no me hubiese colocado en una gran
universidad en uno de sus momentos más grandes. He
tenido maestros y discípulos de esos con los que
se sueña. Y, sobre todo, tengo amigos con los cuales
compartir pensamientos sobre lo que es la amistad, con los
que hay una comunión de almas y en los cuales está
activo el bien común del que acabo de hablar. Todo
esto, naturalmente, mezclado con las debilidades y las fealdades
que la vida conlleva. Nada de todo esto borra las bajezas
que hay en el hombre. Pero también sobre ésas
deja su impronta. Ninguna de las desilusiones que he padecido
en la universidad (...) me ha hecho dudar jamás de
que la vida que me ha permitido ha sido la mejor que hubiera
podido vivir. Nunca pensé que la universidad debiera
depender de la sociedad que la rodea. En todo caso he pensado
y pienso que es la sociedad la que depende de la universidad,
y bendigo la sociedad que permite para unos cuantos una
especie de eterna infancia, una infancia cuya alegría
y fecundidad puede ser a su vez una bendición para
la sociedad. Enamorarse de la idea de la universidad no
es ninguna locura, porque sólo con ella se puede
vislumbrar lo que uno puede llegar a ser. Sin ella todos
los espléndidos resultados de la vida especulativa
se deslizan hacia el barro primordial, sin poder volver
a salir. Las desmitificaciones fáciles de nuestro
tiempo no puede destruir su imprescriptible belleza. Pero
puede oscurecerla, y de hecho la ha oscurecido" (The
Closíng of the Amerícan Mínd)
Un ambiente de libertad no puede ser fruto solamente de la
organización material. Y menos aún de las meras
disposiciones legales. Se podría decir que es necesariamente
fruto de un espíritu personal. Hay personas que engendran
alrededor de sí un ámbito específico
de alegría de vivir y de libertad que es maravilloso.
Este espíritu no se puede dar por el hecho de tener
muchos conocimientos o por un simple "dejar hacer".
El espíritu de libertad es algo esencialmente positivo,
que procede de la riqueza vital de quien lo da. Sólo
puede darlo un "maestro" de libertad. Además
para dar ese espíritu la persona que es su fuente ha
de darse, a semejanza de Cristo que, desde su sacrificio en
la Cruz, entregó "su espíritu".
Como decía, la criatura humana tiene una dinámica
interna propia que hace que si sus acciones no son conformes
a su naturaleza libre, su misma naturaleza orgánica
puede llegar a resentirse gravemente. Aunque los elementos
de la naturaleza como principio de operaciones sea compleja,
constituyen una unidad, y si se estimulan o se imperan separadamente,
la unidad activa de la persona se distorsiona, y la fuerza
vital de la naturaleza decae. Puede asegurarse que buena parte
de las depresiones que abundan en ciertos ambientes tienen
su origen en estas "violaciones" de los principios
activos de las personas.
El ser humano no es un espíritu separado, necesariamente
vive en un "mundo", en una historia, y, por eso,
este ambiente de libertad es condición indispensable
para que se desarrolle la vida en toda su riqueza. Esto se
insinúa ya incluso en la vida infrahumana. Hay muchas
especies animales que cuando viven en cautividad casi nunca
se reproducen. Las funciones más complejas se paralizan
cuando se advierte la falta de libertad. En la cautividad
esos animales pueden tener una seguridad mayor, y pueden tener
cubiertas más plenamente las necesidades puramente
biológicas de alimentación y salud, pero perciben
"algo" que les anula las funciones vitales más
delicadas. Esto es una muestra de que la libertad no es solamente
una cualidad que radique en el espíritu separado, sino
que tiene su incidencia en las dimensiones inferiores de la
existencia, hasta en la mera biología.
Cuando los seres humanos están en un ámbito
en que la libertad es dificultada, su constitución
anímico corporal se resiente de diversas maneras. Una
de ellas es, sin duda, la depresión. Pero otros trastornos
funcionales, especialmente los que radican en las funciones
digestivas, como la anorexia, tienen seguramente el mismo
origen. Entonces para curar estas disfunciones, no bastan
los remedios farmacológicos o psicológicos concretos,
porque su raíz se encuentra en el modo como la persona
se sitúa en el mundo o en la existencia.
Los psiquiatras son expertos en el funcionamiento del complejo
principio activo de la persona o en la intervención
farmacológica en ese funcionamiento. Pero dado que
el conocimiento en que se apoyan suele ser la mayoría
de las veces de tipo técnico, es decir, consideran
las fuerzas activas de la persona al modo de los artefactos,
sus remedios no suelen superar el nivel técnico. Es
necesario un conocimiento de la naturaleza humana en su alcance
unitario y teleológico. Si la naturaleza teleológica
humana no es fielmente respetada, sus disfunciones podrán
repararse relativamente en el nivel biofisiológico,
pero los desequilibrios de fondo quedarán intactos
y continuarán distorsionando más o menos gravemente
los componentes o elementos vitales de la persona en cuestión.
Una úlcera de estómago, cuando es detectada,
puede y debe ser tratada directamente con fármacos
adecuados, pero, si tiene su origen en una tensión
psicológica excesiva, el tratamiento bioquímico
será insuficiente.
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