SER MUJER EN EL OPUS DEI
Autora: Isabel de Armas
INTRODUCCIÓN.
"La vida no puede ser comprendida sino
mirando hacia atrás
aun cuando deba ser vivida mirando hacia delante."
(S. Kierkegaard)
"No cabe duda de que el poder de recordar,
de poner en orden el caos disparatado de momentos aislados,
es un logro maravilloso del sentir humano. En cierto modo,
es el mayor logro del cerebro humano, que le da al hombre
una fuerza extraordinaria para sobrevivir y adaptarse a la
vida."
(Atan Watts)
"Las novelas darán paso, con
el tiempo, a diarios o autobiografías: libros cautivadores
siempre y cuando sus autores sepan escoger entre lo que llaman
sus experiencias y sepan reproducir la verdad de manera verdadera",
decía Ralph Waldo Emerson. La profecía de Emerson
se ha hecho realidad en la literatura actual, sobre todo en
obras realizadas por mujeres.
En una época en la que lo documental,
o lo que implique un testigo tiene una gran fuerza y atractivo,
a la hora de coger la pluma para hablar en primera persona,
he intentado ser auténtica en todo momento.
Recuerdo que cuando con todo el interés, desenfado
y espontaneidad de tus dieciocho años, me pediste que
te contara de mi experiencia del mundo interno de las asociadas
numerarias del Opus Dei -que yo viví desde el año
1966 hasta finales de 1974-, lo primero que me vino a la cabeza
fue una cita de Arthur Koestler: "Tengo una memoria estupenda
para olvidar". Además, después de tanto
tiempo, una amplia proporción de mis recuerdos se parecía
ya a los posos de una copa de vino, es decir, a sedimentos
deshidratados de experiencias cuyo saber ha desaparecido.
Tú no veías así las cosas, e insististe
en tus indagaciones con un montón de cartas -repletas
de preguntas- que me fuiste escribiendo a lo largo de un año:
"¿Por qué te vinculaste a la Obra y por
qué te desvinculaste? ¿La vida colectiva favorece
la espiritualidad? ¿Es cierto que las mujeres son allí
consideradas como "ciudadanas de segunda"? ¿Por
qué para los asociados el Padre y Fundador es como
Dios? ¿El acaparamiento total de la persona, es compatible
con la libertad? ¿La dependencia absoluta de los directores,
no es un dirigismo?..".
Lo que realmente me movió a responder a tu casi infinito
cuestionario fue el captar que tu interés respondía
a que te estabas planteando enrolarte en la institución.
Entonces, al notar que lo tuyo no era pura y simple curiosidad,
me esforcé por recordar, y he podido constatar que
todo ha ido dejando huellas en mí; en mi memoria y
en mi interior. Todo, cada acontecimiento salpica o mancha,
pero ocurre que, a veces, pasa mucho tiempo antes de darte
cuenta de que tal o cual episodio te ha marcado profundamente.
Es como si el recuerdo se congelara en algún lugar
de uno mismo y, de pronto, por algún mecanismo de asociación,
apareciera ante tus propios ojos con toda su intensidad.
Ahora, lo que me mueve a publicar el contenido de aquellas
cartas es el hecho anunciado de la inminente canonización
del fundador del Opus Dei. El pasado 9 de enero todos los
medios de comunicación se hicieron eco de la noticia:
Juan Pablo II ha firmado el decreto en el que reconoce la
realidad de un milagro atribuido a la intercesión de
monseñor Escrivá, abriendo de esta forma las
puertas a una próxima canonización. Esta veloz
subida a los altares me hace pensar que es tiempo oportuno
para recordar.
Mi historia allí dentro es la de una militante de
base, y con esto quiero decir que, en una asociación
donde las jerarquías funcionan a tope, los que se encuentran
en el primer escalón, no disponen de ningún
tipo de información especial-confidencial o secreta-
y que, por tanto, lo que puedo contarte es una historia de
estar por casa; de vida cotidiana, de anécdotas. También
es cierto que lo anecdótico puede ser muy útil
para refrescar la memoria, y que las experiencias vividas
vienen a ser como icebergs; no son algo superfluo, ya que
tienen una enorme parte sumergida y, lo poco que asoman, dice
mucho de lo que va por dentro.
Ya sé que desde las tribus primitivas hasta las más
complejas burocracias, la posesión de secretos hace
a los dueños de los mismos que parezcan dotados de
una magia especial y, de ahí, que se les considere
superiores al hombre promedio. Para ti, tendría más
intríngulis el haber conectado con alguna de estas
personas ya que, como digo, mi información sobre el
Opus Dei es totalmente de mujer promedio. Por otra parte,
pienso que en la Obra, como en cualquier otra organización
de envergadura, son la excepción de unos cuantos los
que tienen acceso a los "secretos de Estado".
Al socio, en este caso a la asociada de base, la información
interna que le tiene que llegar, le viene a través
de los Consejos Locales -que son sus directoras inmediatas-,
que a su vez la reciben de la Delegación -otras que
son más directoras-, que a su vez la reciben de la
llamada Asesoría -otras que son todavía más
directoras-, que a su vez la reciben de la Asesoría
Central de Roma -que son las superioras máximas-.
Si esto quiere decir que mi visión no puede ser otra
que la del tonto útil, se puede añadir que siempre
es mejor que la del inútil, Y que mi aportación
no es ni más ni menos que la de la experiencia vivida
por una peatona llena de buena fe.
También quiero recordarte que desde que me fui de
la Obra han pasado más de veinte años y que,
por tanto, no he seguido de cerca las cosas concretas que
han podido cambiar desde entonces. Recuerdo que en los comienzos
de 1975 un grupo de amigos nos insistieron -a otras dos compañeras
periodistas, que también habían dejado la Obra,
y a mí, para que escribiéramos acerca de las
mujeres en el Opus Dei. El hecho de expresamos por escrito
parecía, en principio, que tenía que resultarnos
fácil; se trataba de trasladar al papel el monólogo
que mantuvimos durante años corriendo por nuestras
cabezas. Pero todo estaba demasiado reciente, y entonces ocurre
que te sientes seca y hasta el monólogo desaparece.
Escribir de lo que se ha vivido es pelarse la piel, y uno
tiene que estar preparado para sufrir el dolor de quedarse
en carne viva, hasta que salga una nueva piel.
Para poder utilizar estos recuerdos, ha sido necesario que
se alejaran primero de mí. Hace falta poner distancia;
proyectar ya otras luces, otras sombras. Cuando la ruptura
está muy próxima, una se encuentra demasiado
agobiada, lo que verdaderamente quiere es desobsesionarse
y pasar a otra historia. Más tarde, te dedicas tanto
a otras cosas, que parece que la historia anterior se desdibuja,
casi cae en el olvido. Digo casi, porque del todo no se olvida.
Sé de diferentes personas que, después de un
montón de años de haber salido de la Obra, continúan
soñando, de vez en cuando, con situaciones vividas
allí dentro, y dicen despertarse sobresaltadas. La
razón está en que todo lo que se vive con intensidad
deja huella, y pertenecer a la Obra como asociada numeraria
no es nada anecdótico en la vida de una persona, ya
que se trata de una dedicación plena en la que echas
alma, corazón y vida.
Y como me consta que es una experiencia muy fuerte, saber
que te has planteado pedir tu admisión como numeraria,
me ha movido a responder sinceramente a los interrogantes
y dudas que me has ido exponiendo en el carteo que ha durado
casi un año y que, algo corregido y aumentado, ha pasado
a ser el presente libro que conserva su forma epistolar original.
El sistema epistolar me parece una buena fórmula para
contar experiencias vividas, para hacer reflexiones y refrescar
recuerdos. Especifico que el contenido de mis cartas se encuentra
aquí corregido y aumentado, porque las que te escribí
a ti fueron mucho más escuetas, contestando concisa
y parcamente a lo que tú me preguntabas -de lo que
no me preguntaste, creo que nunca te hablé-.
¿Puede decirse, de alguna forma, que trato de saldar
una vieja cuenta pendiente? No se me había ocurrido,
como tampoco quiero seguir la pauta del oportunismo. No es
mi intención el curtirme en el deporte de derribar
estatuas; ni quiero hacer chismorreo ni crear tensiones. En
estas cartas recojo vivencias, testimonios, anécdotas
significativas, cotidianeidad, ilusiones, decepciones, asombros,
descubrimientos, tensiones, distensiones, sufrimientos, alegrías
y sinsabores. No se trata de una historia escrita en blanco
y negro, como si el mundo de las mujeres del Opus Dei fuese
de buenas y malas, y las que aparecen como buenas son malas
de película. Al dirigir mi crítica frente a
una forma de entender el mundo que no me gusta, no quiero
caer en el error de la descalificación demagógica
y plana de meter todo en el mismo saco.
Tampoco quisiera caer en el tópico desarrollado por
los disidentes del tipo de Solyenitsin, que sostienen que
un colectivo generoso, inteligente y bueno esté oprimido
y manipulado por una pandilla de desalmados, pues esto no
es cierto, ya que el Opus Dei parece seguir conviniendo a
muchos miles de personas para la búsqueda de su mejora
y realización personal y se encuentran bien bajo esa
forma de gobierno, como muchos en su día aclamaron
a Stalin y otros muchísimos amaron a Hitler. Estos
Gobiernos tienen la ventaja de suprimir en sus mayorías
la necesidad de pensar y les solventan problemas de carácter
espiritual, y a algunos también material. Por otra
parte, el saber que siempre hay alguien más arriba
que hace el porqué y cómo de las cosas, a depende
quién, le da mucha paz, o mejor, tranquilidad.
Libres de la obligación de pensar, los súbditos
llegan a creer que la mejor libertad es aquella que consiste
en obedecer siempre. Es cuando alguien difiere de esa opinión,
cuando se topa inexorablemente con la "policía
política" de turno, cuyo principio de base reside
en la creencia de que los intereses de la colectividad son
siempre superiores a los del individuo. Por esto supongo que
son muchos quienes ven un claro sentido a este tipo de organización,
y que la aceptan y aman sin resignación.
Hasta aquí vale, pero lo que ocurre es que todo esto
no te lo cuentan de entrada, sino que cada quien va abriendo
los ojos a medida que va viviendo los acontecimientos; y entonces,
al ir hilando, es cuando uno se puede llevar la desagradable
sorpresa de verse atrapado en un régimen de vida totalitario
que no se esperaba, pues por lo que se había sentido
atraído, en principio, era por máximas de búsqueda,
apertura, libertad interior, respeto a la individualidad,
etcétera, y se sufre mucho al encontrarse con una realidad
no esperada ni anunciada, que va acogotando gradualmente,
privando a las personas de esas pequeñas parcelas de
libertad que necesitan para realizar su vida sin asfixiarse.
Pero llegar a sistematizar lo que vas asimilando y viviendo
es tarea costosa, y en ese proceso es fácil despistarse
y no llegar a aclararse nunca. También la buena fe
propia dificulta el poder ver que se dice una cosa y se hace
otra; que el control de las conductas individuales llega a
ser total; que las asociadas, en cuanto personas, han de perder
toda libertad y toda autonomía de pensamiento, palabra
y obra, y que su vida se haya íntegramente ordenada
a lo que se considera que es el fin corporativo. Hay un dueño
de todo y de todos -el Padre-, que puede imponer su voluntad
del modo más absoluto: o te callas o te vas. O me acatas,
o fuera... "Obedecer o marcharse" es, en definitiva,
el lema que rige. Eso sí, aliñado con todo tipo
de comentarios y aditivos referentes al respeto a la persona,
amor a la libertad, pluralismo, variedad, responsabilidad
personal, etcétera.
Para quienes persistimos en la costumbre de llamar "hombres"
a los mamíferos bípedos dotados de libertad
en su intimidad y de responsabilidad en su comportamiento,
pienso que después de haber vivido un tiempo la disciplina,
la generosidad, la entrega, la apertura interior a los directores
y el estruje personal, llega un momento en el que notas que
allí dentro te quitan la respiración, hasta
notarte oprimida y ahogada. Éste es mi punto de vista,
y ni por un momento descarto que se puedan tener otros. Parto
de la premisa de que la infalibilidad no es propia de la especie
humana, y por eso pienso que la diversidad de opiniones no
es un mal, sino un bien. Permitir la libre expresión
de los distintos caracteres, me parece saludable y positivo.
La experiencia de comunicarme contigo, que al principio se
me hacía tan cuesta arriba, me ha gustado y me ha parecido
interesante -aunque no sé de cierto hasta qué
punto te puede servir mi manera de funcionar, tan poco categórica-.
Tú te estás planteando el apuntarte con los
más categóricos -con los que siguen a rajatabla
una idea-, mientras que a mí me guían a la vez
ideas y aversiones. No hablo en nombre de ninguna escuela
ni grupo, y tampoco pretendo dedicarme a desmontar lo que
otros hacen. Me has preguntado acerca de mi historia, y de
otras historias de mujeres, en el Opus Dei, y he ido respondiendo
a tus interrogantes sobre aquellos tiempos de militancia,
de afirmación, de dudas, de desafirmación, de
ruptura.
Mi razón de ser allí dentro, que en un principio
vi clara, se fue desdibujando hasta plantearme una cuestión
clave: para ser cristiano en medio del mundo, ¿es necesario
todo este montaje cada vez más enorme?; para aspirar
a una mejora personal y ayudar a los de tu entorno a hacerse
mejores, ¿hace falta seguir engordando este gran tinglado?
Mi respuesta, como bien sabes, es que no. Pero para llegar
a esta conclusión tan sencilla me fue preciso pasar
por un largo, doloroso y complejo proceso, ya que significaba
tirar por la borda lo que entonces era mi vida, y quedarme
a la intemperie.
El recorrido de aclararte y de tomar decisiones por tu cuenta
y riesgo es difícil, complicado y, como digo, duele;
porque es preciso sufrir fuertes y serios desgarrones.
Una vez más me asalta la duda de la utilidad que para
ti pueda tener esta abultada correspondencia, porque no sé
hasta qué punto son efectivos los esfuerzos de querer
ahorrar sufrimientos a otro. No sé, ya que con frecuencia
la realidad se encarga de decirnos que cada uno precisa de
su propia experiencia; necesita vivir su propia vida, y sufrir
y pagar el precio de sus desaciertos y equivocaciones. Tú
misma tendrás que darte la respuesta.
Te he contado un montón de hechos, de vivencias, de
pensares y sentires. Ahora bien, también quiero insistir
en que no olvides que los "hechos", como señala
Eric Fromm, "son interpretaciones de acontecimientos,
y la interpretación presupone ciertos intereses que
conforman la pertinencia del acontecimiento". Una cuestión
importante es darse cuenta de cuáles son esos intereses
y también conocer todos los detalles del episodio.
¿Cuáles son mis intereses? Los de una persona
que, desde su fe cristiana, se esfuerza por llegar a ser más
verdadera, más creativa, más sincera, más
honesta, y lo desea así también para los otros;
los de una persona que, a pesar de los pesares, continúa
creyendo en la existencia de esa fuerza interior, a veces
difícilmente identificable, que impulsa a los seres
humanos a querer vivir en su humanidad más completa
y a construir un mundo algo mejor; los de una persona que
parte del punto de una realidad convincente porque es compleja,
humana porque es múltiple, y que no deja de contar,
por supuesto, con su considerable margen de error; los de
una persona sola y al tiempo vinculada a todo por la amistad,
la comunicación auténtica, el amor y el deseo
de mejora. Y lo digo teniendo ya en mi haber una buena dosis
de "noche oscura del alma", tan necesaria para llegar
a descubrirse, un poco más en profundidad, a una misma
y a su entorno.
Marguerite Yourcenar lo resume maravillosamente con pocas
y bellas palabras: "Deshacerse de las sombras que se
llevan con uno mismo, impedir que el vaho de un aliento empañe
la superficie del espejo; atender sólo a lo duradero,
a lo más esencial que hay en nosotros".
No sé si mis cartas pueden sonar a reconstrucción
de un ayer perdido; hechos pasados, recuerdos marcados por
una interpretación personal. A mí me gustaría
que sonaran a "tiempo recobrado", a toma de posesión
de un mundo interior-exterior que fue.
Cualquiera que tuviera que escribir su propia existencia,
tendría que reconstruida desde fuera, penosamente,
como si se tratase de la de otro sujeto, remitiéndose
a escritos, a recuerdos propios y ajenos, charlas y entrevistas,
para así ir fijando lo que sino se quedaría
en imágenes flotantes.
Por mi parte, entre otras cosas, he de agradecerte el ejercicio
de memoria y de voluntad que me has hecho realizar. Después
de un largo periodo de reposo e inactividad de aquella importante
etapa de mi vida, al ponerme a recordar y a tomar notas, yo
misma me he asombrado de todo lo que ha ido saliendo. También
he llegado a tener una profunda sensación de que aquel
tiempo no pasó en balde. Todo depende de la medida:
¿salvación o negocio? Si el objetivo era religioso
-salvación-, nada cayó en saco roto. Si el objetivo
era profano -negocio-, desde luego fue un tiempo ruinoso.
Nuestro encuentro epistolar ha supuesto para mí un
estímulo. A medida que te iba escribiendo, he ido pasando
sin cesar de la esperanza al desánimo, y de nuevo a
la esperanza, porque estoy convencida de que nuestras fuerzas
y nuestras debilidades son complementarias.
Considero útil mi trabajo si puede contribuir, aunque
sólo sea indirecta y débilmente, a aclararnos
todos un poco más; si sirve para echar un pequeño
cable en la tarea de gobernarnos a nosotros mismos y de aprender
a gobernar los acontecimientos en que podemos vivir inmersos;
si anima a hacernos más responsables, conociéndonos
y tratando de conocer el entorno, librándonos de dependencias;
si te ayuda a no dejarte obnubilar, a hacerte exigente en
cuanto a responsabilidad personal, a no dejarte teledirigir,
a ser crítica -sobre todo contigo misma-, a caminar
con los ojos abiertos, a confiar en la suerte que Dios reparte.
No quiero dejar de decirte que, en la intención de
mis cartas, nunca he perdido de vista a las personas que dentro
de la Obra se encuentran defraudadas o engañadas, pero
que les falta decisión y valor para llegar al fondo
de las cuestiones y dar el salto. A lo largo de nuestra comunicación,
también he tenido especialmente presentes a quienes
fueron capaces de salirse de la institución pero que
aún no han superado amarguras y sinsabores, tal vez
porque se encuentran demasiado solas o desamparadas. Y es
que la persona, cualquiera, no puede andar por ahí
sin rumbo. No sólo los ciegos precisan de bastón
o perro adiestrado para caminar hacia delante, también
el ser humano con sus dos ojos intactos precisa de una luz
como punto de referencia, algo en qué creer o a qué
aspirar.
Todos tenemos necesidad de camino, de ése que tanto
menciona en su obra la filósofa María Zambrano:
"Camino que ordena el paisaje y permite moverse hacia
una dirección". Y fuera de ese camino ya conocido,
¿no será todo silencio por falta de horizontes
racionales en los que encajarse, por falta de coordenadas
adecuadas a las que referirse? La vida nos ha puesto a muchos
en situación de plantearnos estas preguntas.
Desde la soledad y el silencio se puede descubrir bien, con
razón y pasión recuperadas, las razones de ser
y de vivir con fe, esperanza y amor. Desde una situación
de respiro, no es tan difícil aclararse y ayudar a
que otros se aclaren.
Todos tenemos necesidad de "idea informadora" -repito
con María Zambrano-, de punto de referencia. Y ella
también nos recuerda que en la vida son necesarias,
sea cual sea la circunstancia, dos condiciones últimas:
la aceptación y la resistencia. La vida de cada quien
ha de estar abierta para aceptar y, a la vez, ha de ser fuerte
para resistir. La aceptación lleva a ponerse en movimiento,
en transformación siempre. La resistencia conduce a
perseverar en ciertos cánones y medidas. La primera
es acción, la segunda conservación. La filósofa
granadina advierte: "Toda vida, aún la más
activa, tiene necesidad de andar encerrada en una forma, y
sólo dentro de ella se hace actuante. Lo informe es
también inactivo y estéril". Entiende por
forma de cada vida -y esto me parece importantísimo-,
la manera de vivir: su ética, su estética, los
valores en que cada vida se mueve y es.
Al salirse uno de la Obra, supongo que como ocurre al romper
con cualquier otro tipo de institución que abarque
a la persona entera, cabe el individualizarse más y
el descubrirse mejor, o por el contrario, ser víctima
de la propia perplejidad; por haberse quedado sin guía;
por haber perdido la visión de la propia vida en unidad
con lo demás; por haberse quedado sólo con la
posibilidad de acción pero sin canon ni medida, sin
cauce.
Hacerse más individualizado supone crecer más
en conciencia, en capacidad personal, en energía individual.
También te hace más exigente contigo misma,
porque ya no hay nadie que te mande de una manera inmediata;
ni paño de lágrimas, ni delegación de
responsabilidades, ni cobijo próximo.
En la actualidad, son ya muchas las mujeres que en la Obra
se han ido sintiendo gradualmente mutiladas, al notar que
se les hacía imposible vivir la individualidad que
se integra; que se trataba de integración y punto.
En el transcurso de este proceso, la persona afectada se siente
víctima. Pero superada la etapa de victimización,
uno ha de sentir contento por haber contado con fuerzas suficientes
para ser capaz de salir de aquella situación opresiva,
por haber tenido energía suficiente para decir adiós
a la seguridad, a los conductos reglamentarios, al asfixiante
espíritu grupal y a los excesos doctrinarios.
Hay que alegrarse, sentir contento por cosas como el hecho
de poderte escribir ahora desde la inseguridad y la duda,
desde un querer seguir entendiendo las cosas -a veces un poco
más, a veces un poco menos-, enterándome algo
de mí misma y del mundo que me rodea. En definitiva,
creo que hay motivos para ser agradecida; para dar gracias
por no pertenecer ya al Opus Dei, y también por haber
pertenecido. Gracias por, de alguna forma, seguir soñando
con un mundo más auténtico, donde recobren fuerza
los valores del espíritu.
Salirse de la Obra, ¿significa apartarse del camino
recto?, ¿se trata de una vocación frustrada?,
¿es una falta de entrega y de amor? Son preguntas que
tú me has ido planteando, y que yo también me
las fui planteando en muy señaladas ocasiones. Pero
mi respuesta hoy es que salirse de esta institución
significa, simplemente, que hay que seguir caminando; significa
que hay que apuntar para otro lado, con todas las dificultades
que supone el volver a empezar cuando ya se pensaba que todo
estaba arrancado; significa que se ha perdido la fe en esa
institución; significa, en fin, que hay que asumir
un fracaso, o mejor dicho, una adversidad, o una equivocación
o, simplemente, el propio desencanto.
Supongo que pensarás que en la última parte
de esta carta, más que dirigirme a ti, me estoy transportando
mentalmente al interior de otras personas que se encuentran
más próximas a mi onda. En este momento me resulta
inevitable hacerla. Una constante que he tenido en mi cabeza
cada vez que he cogido la pluma para escribirte, ha sido que
desearía ser constructiva, que no escribo para atacar
ni para defender, aunque unas veces ataque y otras defienda:
ni idealización ni destrucción. Me gustaría
-te lo he dicho en distintas ocasiones-, colaborar en una
tarea desmitificadora que ayude a que personas que se encuentran
en los dos extremos -o en la idealización excesiva
o en la triste situación de miedo-, pierdan un poco
de sus alas o de su encogimiento y se planteen más
en profundidad las tres líneas fundamentales de una
vida humana -líneas sinuosas, perdidas, próximas
y divergentes-: lo que creo ser, lo que quiero ser, lo que
soy.
No es mi intención molestar a quienes puedan sentirse
criticados en sus costumbres; no deseo introducirme en su
terreno ni quitarles clientela. Sin embargo, sí quisiera
colaborar en abrir un pequeño claro en el bosque a
quienes se sientan perdidos entre mitos, doctrina autosuficiente,
pensamientos unidimensionales y, en ocasiones, concepciones
mutilantes.
Hay que seguir tanteando, buscando, y en el mejor de los
casos encontrando aquello que no sea sombra ni reflejo, que
te ayude a ser alguien por ti misma, a ser más plenamente
lo que eres.
La dialéctica belleza-amar-gozo que el ser humano
tanto desea y busca, para mí nunca se hubiera vislumbrado
de haber seguido allí dentro. Lo vi con claridad suficiente
en el verano de .1974, porque entonces ya eran demasiadas
las cosas que me iban ahogando hasta no dejarme respirar.
De todo esto te he ido hablando en las cartas que forman
el presente volumen. Como verás, he ordenado los textos
en diferentes tiempos: de seducción, de adoctrinamiento,
de exaltación, de lucidez, de desengaño, de
ruptura, de resurgimiento y de reflexiones. Esto no quiere
decir que las etapas se sucedieran en riguroso orden y concierto;
que acababa una y comenzaba otra. En todos y cada uno de los
tiempos hubo conatos de lucidez, entre desengaño y
desengaño reaparecía la seducción, y
en la etapa de ruptura ya había notas de resurgimiento.
Lo que es del todo cierto es que estos tiempos estuvieron
sensiblemente presentes.
No he escrito con meticulosidad ni con excesivas correcciones,
sino como me ha ido fluyendo. También soy consciente
de que cualquier historia contada es una reducción,
ya que ha de simplificarse, allanarse y reducirse al tamaño
de un libro. Finalmente, y como tú misma has podido
comprobar, no se trata de una historia contada por una vencedora
-todo vencedor se mueve guiado por intereses-, pero tampoco
está contada por una vencida, ya que los vencidos no
suelen contar historias porque, o no viven o prefieren olvidar.
Esta carta es el final de nuestra correspondencia y el principio
del libro que recoge mis vivencias como mujer en el Opus Dei.
Vivencias de las que aún me acuerdo.
Autobiografía, confesión, memorias... Y me
pregunto una vez más, ¿no se trata de cosas
privadas que poco importan al vecino? ¿Son algo más
que puro ombliguismo? Sigo pensando que la vida que vivíamos
y que viví allí dentro carece de toda importancia
y que tan sólo vale algo si "sirve" para
que otros extraigan de ella conclusiones útiles. Con
esa esperanza, ahí quedan, pues, algunos datos, reflexiones
y múltiples anécdotas más o menos significativas
y sabrosas.
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