LOS HIJOS DEL OPUS: LA SOCIALIZACIÓN
DE LAS SEGUNDAS GENERACIONES DEL OPUS DEI
Autora: Esther Fernández Mostaza
Editorial: Mediterrania
CAPÍTULO III. El carácter
receptivo de los miembros del Opus Dei
Cuando se propone el estudio de un movimiento religioso desde
el punto de vista de su significación psicológica,
surgen dos tipos de planteamientos: a) estudiar la estructura
psicológica del individuo que crea una nueva doctrina,
e intentar comprender qué rasgos de su personalidad
son responsables de la dirección peculiar de su pensamiento;
b) estudiar los motivos psicológicos no del creador
de la doctrina, sino del grupo social al que ésta va
dirigida. Si nos centramos en este segundo tipo de planteamiento,
el éxito o fracaso de una doctrina determinada dependerá
de la respuesta que ésta dé a las necesidades
psíquicas de la estructura psicológica de los
destinatarios de tal doctrina: "Sólo si la idea
responde poderosamente a las necesidades psicológicas
de determinados grupos sociales, puede convertirse en una
fuerza potente dentro de la historia." [Erich Fromm,
Per una ètica humanística (Barcelona: Edicions
62, 1995), 64-65]
En este tercer capítulo del libro, nuestro interés
se centrará en la estructura psicológica de
aquellas personas que, de manera voluntaria, acceden a participar
en las exigencias de una organización como el Opus
Dei, con las características de institución
voraz descritas en el capítulo anterior. Con esta finalidad
acudiremos a la obra de Erich Fromm.
Este autor dedica gran parte de su obra al análisis
y estudio del concepto de libertad. Para poder introducir
este concepto, es necesario en primer lugar recordar que el
hombre, a diferencia de los animales, no está obligado
en sus actos a seguir sólo las líneas de conducta
instintiva que fijan al ser vivo en un medio cerrado a los
estímulos específicos. Sino todo lo contrario:
el hombre es un ser abierto a un mundo de cosas que le son
situadas a distancia; en este mundo tiene que orientarse y
crear su propio comportamiento de acuerdo con su libre decisión;
sólo el hombre puede conducirse, mientras que el animal
es llevado por las fuerzas de su biología. La libertad
es, pues, la raíz de la conducta humana y la base propia
de nuestra existencia.
Si avanzamos un poco más en esta línea, descubriremos
que el concepto de libertad incluye dos momentos complementarios:
por una lado, la libertad es la liberación respecto
de unas fuerzas o trabas que limitan su acción, pero,
por otro lado, la libertad es la urgencia de una determinación
propia en vistas a situaciones ya sean presentes o futuras.
Entre ellos se encuentra una distancia que el sujeto debe
salvar mediante la fuerza de su decisión y el peso
de su responsabilidad. "Es tan fuerte la angustia de
esta misión en la simple soledad individual que, de
buen grado, abandonaríamos el riesgo creador que nos
promueve, en beneficio de formas de conducta donde poder renunciar
a nuestra alta dignidad, aunque por eso mismo sean maneras
desviadas de comportamiento." [Ibid., 6-8] Bajo
esta perspectiva la libertad se presenta como una carga difícil
de llevar, que sitúa al individuo en una posición,
al mismo tiempo, privilegiada y sometida a la incertidumbre.
Hemos definido al Opus Dei como una institución voraz;
su voracidad viene expresada por la manera en que obliga a
sus miembros a participar, en las diferentes áreas
en las que el individuo se relaciona, bajo unas pautas de
comportamiento muy rígidas que les acaba aglutinando
en una sola categoría: la de ser miembro del Opus Dei.
Conferimos así al individuo que participa en este tipo
de institución, un alto grado de cesión de libertad
debido a su total consonancia con las pautas prescritas por
la misma institución voraz, sin cuestionarlas. En estas
situaciones el individuo delega en la institución el
ejercicio de actuar libremente, a cambio de la seguridad que
le proporciona habitar en un mundo lleno de coherencias; todo
se encuentra pautado y todo está prescrito. Así,
se intercambia libertad por seguridad; la libertad de decidir
por la seguridad que da el saber "cómo se tiene
que actuar."
Le herramienta interpretativa que puede explicar con mayor
precisión la razón por la que un determinado
grupo social acepta, voluntariamente, pertenecer a una institución
voraz, la encontramos expresada en el concepto frommiano de
carácter receptivo. Pero antes de entrar en la descripción
de carácter receptivo, tenemos que definir lo que Fromm
entiende por carácter social.
1. El carácter social
"Para mí -dice Fromm- el concepto [carácter
social] se refiere al núcleo de la estructura
caracterológica compartido por la mayoría de
los miembros de una misma cultura en contraposición
al carácter individual, que distingue a las personas
pertenecientes a una misma cultura." [Erich Fromm,
Marx y Freud (Barcelona: Ediciones 62, 1976), 93-94] Esta
definición no nos debe inducir a pensar que el concepto
de carácter social es un concepto estadístico,
en el sentido de suma de rasgos del carácter que se
puede observar en la mayoría de personas de una cultura
determinada. Sólo se puede entender si lo referimos
a la función del carácter social, que consiste
en moldear las energías de los miembros de la sociedad
"de manera que su conducta no sea una cuestión
de decisión consciente sobre la conveniencia o no conveniencia
de seguir la pauta social, sino de querer actuar como tienen
que actuar, encontrándose, al mismo tiempo, satisfacción
y recompensa en el hecho de actuar tal como lo exige la cultura."
[Loc.cit.] En otras palabras: la función del
carácter social consiste en canalizar de tal forma
la energía humana dentro de una sociedad determinada
que la continuidad del funcionamiento de esta sociedad quede
asegurada.
Antes de continuar con la definición de carácter
social, debemos acudir a la distinción que Fromm establece
entre dos tipos de adaptación de la persona a la ida
social: estática y dinámica. La
primera afecta sólo a los hábitos externos,
sin alterar la estructura del carácter central de la
personal. La segunda, en cambio, desencadena tendencias nuevas
en el individuo, las cuales modifican el dinamismo interno.
Como que las condiciones sociales externas a las que hay que
adaptarse son comunes a una clase social o a un grupo entero,
en virtud de la adaptación dinámica aparecen
nuevas modalidades de existencia, muy extendidas, que se traducen
en conflictos psicológicos que piden normas e ideales
de vida inéditos para resolverlos.
Una vez presentas estas dos formas de adaptación,
podemos afirmar que el carácter social nace de la adaptación
dinámica de la naturaleza humana a las estructuras
de la sociedad. Las transformaciones de las condiciones sociales
provocan transformaciones del carácter social, es decir,
nuevas necesidades y nuevos deseos. Estas nuevas necesidades
hacen surgir ideas nuevas y preparan a los hombres para su
recepción. Estas nuevas ideas, a su vez, tienden a
estabilizar y consolidar el nuevo carácter social y
a determinar las acciones del hombre. Dicho de otra manera:
"las condiciones sociales influyen sobre los fenómenos
ideológicos a través del carácter; el
carácter, por otro lado, no es el resultado de una
adaptación pasiva a las condiciones sociales, sino
una adaptación dinámica sobre la base de elementos
que son biológicamente inherentes a la naturaleza humana
o se han convertido en inherentes como consecuencia de la
evolución histórica." [Eric Fromm, La
por a la llibertat (Barcelona: Edicions 62, 1979), 267-268]
Y es precisamente esta distinción entre adaptación
dinámica y adaptación estática la que
nos permite diferenciar el carácter de otro concepto
que, al tiempo que lo diferencia, también lo complementa:
el temperamento. Si entendemos por personalidad la
totalidad de las cualidades psíquicas, heredadas y
adquiridas, que son características de un individuo
y que le hacen ser único, "la diferencia entre
cualidad heredada y cualidades adquiridas es equivalente,
en conjunto, a la diferencia entre el temperamento, los dones
y todas las cualidades psíquicas constitucionalmente
dadas, por un lado, y, por el otro, al carácter."
[Fromm, Per una ética humanística, 55]
Pero el sistema del carácter no se puede contemplar
sólo como un rasgo individual, que permite a una persona
actuar de forma consecuente y "razonable". El carácter
del niño es moldeado por el de sus padres, en cuya
respuesta el niño se desarrolla; y los padres y sus
métodos de educación están determinados,
a su vez, por la estructura social de su civilización,
cultura, grupo social,... Así, Fromm define la familia
como "la fuerza psíquica de la sociedad",
porque el niño, al adaptarse a su familia, adquiere
el carácter que, más adelante, hará que
se ajuste a las tareas que deberá hacer en la vida
social. De esta manera el niño adquiere el carácter
que le inspira el deseo de hacer lo que le es necesario hacer,
cuyo núcleo comparte con la mayoría de miembros
de su misma clase social o cultura. "El hecho de que
la mayoría de estos miembros compartan elementos significativos
del carácter, y que se pueda hablar de un carácter
social representante del núcleo de una estructura de
carácter común a la mayoría de las personas
de una cultura determinada, muestra hasta qué grado
el carácter se forma mediante moldes sociales y culturales."
[Ibid., 61-63]
2. El papel de la educación respecto de la formación
del carácter social
Para Fromm, la función social de la educación
consiste en capacitar al individuo para actuar en el papel
que, posteriormente, habrá de ejercer en la sociedad;
es decir: "manipular su carácter de manera que
se ajuste al carácter social, que sus deseos coincidan
con las necesidades de su misión social." [Fromm,
La por a la llibertat, 257] El sistema educativo de cualquier
sociedad está determinado por esta función.
Por eso, Fromm opina que no se pueden explicar las estructuras
de una sociedad o la personalidad de sus miembros por el proceso
pedagógico, sino que el proceso educativo ha de ser
explicado por las necesidades nacidas de las estructuras sociales
y económicas de una sociedad determinada. Ahora bien,
"los métodos de educación son extraordinariamente
importantes pues son los mecanismos que dan al individuo la
forma exigida." [Loc.cit.] Así, pueden
ser considerados como los medios gracias a los que las exigencias
sociales son transformadas en cualidades personales. Y aunque
las técnicas educativas no son la causa de un tipo
particular de carácter social, constituyen uno de los
mecanismos -quizá el más importante- en la formación
del carácter. En este sentido, el conocimiento y la
comprensión de los métodos de educación
constituyen una parte importante del análisis total
del funcionamiento de una sociedad.
Sin embargo, el agente que más participa en el desarrollo
del carácter del niño es la familia. Con el
psicoanálisis, Freud demostró que las primeras
experiencias del niño tienen una influencia decisiva
en la formación de su psicología. Si esto es
cierto -se pregunta Fromm-, ¿cómo podemos comprender
que el niño, que tiene un escaso contacto con la vida
de la sociedad, sea conformado por ella?
"La respuesta no es sólo que los padres apliquen
los módulos educativos de la sociedad en la que viven,
sino también que en su propia personalidad representan
el carácter social de su sociedad o de su clase.
Transmiten al niño lo que se podría denominar
la atmósfera psicológica o el espíritu
de una sociedad, precisamente por el hecho de ser lo que
son, es decir, los presentantes de este mismo espíritu.
La familia puede ser, pues, considerada como el agente
psicológico de la sociedad." [Ibid.,
258]
Puede parecer que la frase "la estructura del carácter
está formulada por la función que el individuo
tiene que cumplir en su cultura" entra en contradicción
con la idea "el carácter de una persona se forma
en la infancia". El mismo Fromm se pregunta si pueden
ser correctas ambas concepciones, considerando que, en los
primeros años de vida, el niño tiene un contacto
relativamente escaso con la sociedad como tal. La respuesta
es fácil de encontrar si antes diferenciamos entre
los factores responsables del contenido del carácter
social y los métodos con los que el carácter
social se produce:
"Se puede considerar que la estructura de la sociedad
y la función del individuo en la estructura de la
sociedad determinan el contenido del carácter social.
Además, la familia se puede considerar como la agencia
psíquica de la sociedad, la institución que
tiene la función de transmitir al niño las
exigencias de la sociedad. La familia cumple esta función
de dos maneras: 1) con la influencia del carácter
de los padres en la formación del carácter
del niño; debido a que el carácter de la mayoría
de los padres es una expresión del carácter
social, transmiten de esta manera al niño los rasgos
esenciales de la estructura del carácter socialmente
deseable; 2) además del carácter de los padres,
los métodos de la educación infantil utilizados
habitualmente en una cultura tienen también la función
de orientar el carácter del niño hacia una
dirección socialmente deseable. Hay diversos métodos
y técnicas de educación que pueden conseguir
el mismo objetivo y, por el contrario, hay métodos
que parecen idénticos pero que, sin embargo, son
diferentes debido a la estructura del carácter de
quienes los practican. Si sólo observamos los métodos
educativos, nunca podremos explicar el carácter social.
Los métodos educativos sólo tienen significación
como mecanismo de transmisión; sólo
pueden ser entendidos correctamente si entendemos antes
cuáles son los tipos de personalidad deseables y
necesarios en una determinada cultura." [Fromm,
Marx y Freud, 97-98]
3. El carácter receptivo
Hemos iniciado este capítulo preguntándonos
por el tipo de personalidad deseable y necesaria para los
miembros de un tipo de organización caracterizada por
su "voracidad". Pues bien, encontramos una primera
aproximación en el desarrollo que del concepto freudiano
de carácter oral-receptivo hace el mismo Fromm, en
su intento de construir un sistema social caracterológico.
En el libro Grandezas y limitaciones del pensamiento
de Freud, Erich Fromm analiza el significado del concepto
de carácter bajo la perspectiva freudiana. Destaca,
en primer lugar, el acierto de Freud de otorgar a este concepto
un sentido dinámico, y recuerda que su estructura caracterológica
ha de ser entendida como un conjunto de estadios. Así,
la persona que evoluciona de una manera normal pasará
por las diferentes fases de la estructura caracterológica.
Estas fases son cuatro: a) el carácter oral-receptivo;
b) el carácter sádico; c) el carácter
anal; d) el carácter genital. Este último es,
para Freud, el plenamente evolucionado y maduro; sin embargo,
y en comparación con las orientaciones "neuróticas"
del carácter, es el que el autor describe de una manera
más tenue. En opinión de Fromm, "lo que
Freud quiere entender como carácter genital, es simplemente
el hombre burgués, es decir, el individuo cuya capacidad
de querer está muy restringida, y su trabajo es el
esfuerzo que representa organizar y aprovechar el trabajo
de los demás, siendo el dirigente y no el trabajador."
[Erich Fromm, Grandeza y limitaciones del pensamiento de
Freud (Méjico: Siglo XXI, 1986, 6ª ed.), 75]
Las otras tres orientaciones -"pregenitales", como
diría Freud- son las que constituyen la clave para
comprender el carácter humano. La razón: que
no se refieren a un rasgo único sino a la totalidad
del sistema caracterológico.
"Por carácter oral receptivo Freud se refiere
a la persona que espera ser alimentada, tanto de manera material,
como emocional e intelectual. Se trata de la persona con la
"boca abierta", básicamente pasiva y dependiente,
que espera que le den lo que necesita, ya sea porque se lo
merece por ser tan bueno, o tan obediente, o por un narcisismo
elevadamente desarrollado que hace que la persona se sienta
maravillosa, que pueda pretender que sean otros quienes cuiden
de ella." [Ibid., 75-76]. Son las personas que
aguardan la llegada de todas las satisfacciones sin ofrecer
nada a cambio.
La segunda estructura caracterológica corresponde
a la persona de carácter sádico oral. Este tipo
de individuo también cree que todo lo que necesita
proviene del exterior y no de su propio trabajo. Pero, a diferencia
del carácter oral receptivo, "no espera que nadie
le dé voluntariamente lo que necesita, sino que trata
de quitárselo a los demás por la fuerza; se
trata de un carácter rapaz, explotador." [Ibid.75]
El tercer tipo de carácter es el sádico anal.
"Ésta es la estructura que caracteriza a las personas
que sienten que nunca se puede hacer algo nuevo, que la única
manera de obtener cosas es ahorrando lo que uno tiene. Se
consideran una especie de fortaleza, de la que nada puede
salir. Su seguridad radica en el aislamiento. Freud encontró
en ellos las tres características siguientes: ordenados,
tacaños y obstinados." [Loc.cit.]
Fromm sigue en ciertos puntos la caracterología freudiana,
como la afirmación que los hechos caracterológicos
son subyacentes a la conducta, tienen que ser inferidos, y
constituyen unas fuerzas de las que, a pesar de ser muy poderosas,
el hombre puede no ser consciente de ellas. También
coincide en la suposición que la entidad básica
del carácter no es el rasgo de carácter aislado,
sino la organización total del carácter, de
la que se derivan cierto número de rasgos. La teoría
del carácter que propone Fromm se distingue básicamente
de la freudiana en que la líbido no es la base de su
caracterología, "sino los modos de relación
social en el sentido marxista, es decir, los modos de producción,
que a su vez determinan los modos de satisfacer las necesidades
existenciales y el tipo de relaciones interpersonales."
[Florentina Moreno, Hombre y sociedad en el pensamiento
de Fromm (Méjico: Fondo de Cultura Económica,
1981), 298]
Así, Fromm distingue en su análisis entre orientaciones
productivas y orientaciones improductivas, advirtiendo
que "estos conceptos son "tipos-ideales" y
no descripciones del carácter de un individuo determinado.
Además, a pesar de estudiarlas por separado [...],
resulta que el carácter de cada persona suele ser una
mezcla de todas o bien algunas de estas orientaciones, en
las que una de ellas domina sobre las otras." [Fromm,
Per una ètica humanística, 63-64] Dentro
de las improductivas Fromm sitúa: a) Receptiva (aceptar);
b) Explotadora (quitar); c) Atesoradora (conservar); d) Comercial
(intercambiar). Atendiendo a nuestros intereses, nos centraremos
sólo en la primera: la orientación receptiva.
Según Fromm, se puede caracterizar la orientación
receptiva diciendo que "es cuando una persona siente
que el origen de las cosas está afuera, y cree que
la única manera de obtener lo que desea (tanto una
cosa material, como afecto, amor, ciencia o placer) es recibirlo
de aquel origen exterior." [Ibid., 64] Así,
en este tipo de orientación el problema del amor consiste
en "ser amado" y no en amar: "Este tipo de
gente tiende a no hacer distinciones en la selección
de los objetos de su amor, ya que, el hecho de alguien les
quiera, es para ellos una experiencia tan extraordinaria que
se "dejan atrapar" por cualquiera que les dé
amor o cualquier cosa parecida. Son excesivamente sensibles
a cualquier distanciamiento o a cualquier mal gesto que reciban
de la persona amada." [Loc.cit.]
Como en el campo del amor, en el del pensamiento encontramos
la misma orientación: si se trata de personas inteligentes,
son los que mejor escuchan, pues su orientación es
la de recibir ideas y no el profundizar en ellas, y, cuando
se les deja a su propio arbitrio, se sienten paralizados.
Es característico de este tipo de individuos que su
primer pensamiento sea el de buscar a alguien que les dé
la información necesaria, sin tener que esforzarse
lo más mínimo. Y, ¿son personas religiosas?
Sí, lo son "[...] tienen un concepto de Dios según
el cual lo esperan todo de Él y nada de su propia actividad;
y, en el supuesto de no serlo, también su relación
con las personas o las instituciones es parecida: siempre
buscan un auxiliador mágico". [Ibid.,
64-65]
En cuanto a la relación con quienes les proporcionan
alimento y sustento, cuando han encontrado la fuente se muestran
leales a ella. Bajo esta lealtad se esconde el agradecimiento
hacia la mano que les alimenta y el temor de poder perderla
algún día. "Y, como que necesitan numerosas
manos para sentirse seguros, tienen que ser leales a mucha
gente. Para ellos es difícil decir "no" y
con facilidad se dejan atrapar entre lealtades y promesas
antagónicas. Por tanto, no pueden decir que "no",
les place decir "sí" a todo y a todos, y
la parálisis resultante de sus capacidades críticas
provoca que cada vez sean más dependientes de los demás."
[Loc.cit.] Esta dependencia, por lo que se refiere
al conocimiento y a la ayuda, no la sienten sólo respecto
de las autoridades, sino también de la gente en general
para cualquier tipo de protección. Así, "este
tipo receptivo se siente perdido si se encuentra solo, pues
se dan cuentan de que no pueden hacer nada sin ayuda."
[Ibid., 65] Esta impotencia es relevante especialmente
en relación son aquellos actos que, por su naturaleza,
sólo pueden realizarse en soledad: tomar decisiones
y asumir responsabilidades.
Resumiendo, podemos caracterizar el carácter social
receptivo en los siguientes puntos: a) percepción de
que todo tiene un origen exterior y que la única forma
de satisfacer lo que se desea es recibirlo; b) dependencia
absoluta hacia la "fuente de provisión" (precisamente
por esta sensación de que todo está afuera)
y si se carece de la ayuda de esa "fuente" el individuo
se siente incapaz de hacer algo; y, c) anquilosamiento de
toda capacidad crítica, consecuencia de esta necesidad
de recibir.
El hecho de atribuir a los miembros del Opus Dei las características
del carácter social receptivo, nos ayuda a comprender
por qué hay individuos que acceden a participar en
instituciones en las que, a cambio de un alto grado de cesión
de libertad, se les ofrece la seguridad de no tener que actuar
según su propio arbitrio. Por otro lado, es fácil
entender que las instituciones que hemos caracterizado por
su actitud voraz necesiten precisamente individuos con una
estructura caracterológica receptiva: individuos que
aceptan de buen grado intercambiar su libertad de tomar decisiones
(y, en consecuencia, de asumir responsabilidades) por la tranquilidad
de saber qué hay que hacer y cuándo hay que
hacerlo, llegando al extremo de querer actuar en conformidad
con el modelo prescrito por la misma institución.
Si en el capítulo anterior concluíamos afirmando
que, puestos a buscar una fórmula capaz de definir
el Opus Dei, ésta era la de institución voraz,
completamos la definición añadiendo que la estructura
del carácter de los miembros del Opus Dei es receptiva.
Este rasgo explicaría por qué hay individuos
que acceden (voluntariamente) a asumir las exigencias de una
institución que pide todo de ellos y en todas
las esferas de la vida.
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