VIDA Y MILAGROS DE MONSEÑOR ESCRIVÁ,
FUNDADOR DEL OPUS DEI
EDUCADOR DE TECNÓCRATAS
"Tenemos que conquistar a las locomotoras porque son
las que tiran de los vagones", decía hace años
el padre Escrivá a sus discípulos. He aquí
una frase que el padre Escrivá no diría ahora,
cuando su Obra pretende destinarse "a todas las clases
sociales", pero que era entonces la forma que el joven
sacerdote tenía de expresar una idea que otros líderes
católicos de su tiempo habían expuesto con mayor
altura. Don Angel Herrera Oria, presidente de la Asociación
Católica Nacional de Propagandistas que luego se hizo
sacerdote y murió siendo obispo de Málaga y
cardenal, había dicho que "aquel que dentro de
una misma sociedad llegue a alcanzar el dominio de la cumbre,
al fin y a la postre, es dueño de la sociedad entera".
El tema de la influencia que la Asociación Católica
Nacional de Propagandistas, fundada a principios del siglo
por el jesuita padre Angel Ayala, pudo ejercer sobre don José
María Escrivá ha sido estudiado sobre todo por
Daniel Artigues en su libro "El Opus Dei en España".
El autor se encuentra, claro está, con una carencia
casi total de datos respecto de las actividades de Escrivá
en esa época que sus seguidores llaman de "vida
oculta" de la Obra. Tiene que recurrir entonces a hacer
una interpretación psicológica tratando de descubrir
cuáles podían ser los pensamientos de un sacerdote
provinciano llegado a Madrid en esa época ante la situación
del catolicismo español y sus reacciones ante las ideas
propuestas por otros grupos católicos que en aquel
momento se encontraban en primer plano. En su estudio, de
gran interés de todos modos, Artigues da un dato revelador:
el sacerdote francés Pierre Jobit, que se encuentra
en Madrid en los años 1934-35 realizando un estudio
sobre la Acción Católica española, siendo
como era un gran observador y habiendo estado en contacto
con todos los grupos católicos madrileños, no
hace alusión alguna en su trabajo, sin embargo, al
padre Escrivá ni a sus seguidores, lo que sugiere la
muy escasa importancia que entonces debía tener este
grupo.
La Obra gusta de decir en su propaganda que el fundador fue
antes de la guerra profesor de la escuela de periodismo que
tenía establecida el diario católico "El
Debate", órgano de la Confederación de
Derechas Autónomas (CEDA). Ignoro cuál fue el
grado de participación de Escrivá, pero un profesor
que la tuvo muy activa, el periodista don Vicente Gállego,
no puede recordar haberle visto. Todo induce a pensar que
el padre Escrivá, que desde su adolescencia fue siempre
muy reservado, muy distante, muy "suyo", como suele
decirse, se mantuvo alejado de las organizaciones católicas,
teniendo con ellas solamente los contactos imprescindibles.
Si, por las breves noticias que de él tenemos, le vemos
bullir dirigiendo estudiantes, creando academias y escribiendo
libritos de máximas, es siempre en una esfera muy personal,
muy privada, y no en el marco de los movimientos católicos
de la época.
Esto no quiere decir, naturalmente, que Escrivá no
conociera esos movimientos o no participara de las inquietudes
de los católicos de su tiempo. La figura del padre
Ayala, fundador de la ACNP, como hemos dicho, tiene que haber
suscitado indudablemente el interés del joven sacerdote
llegado a Madrid desde Zaragoza con vocación de fundador.
Desde 1904, el padre Ayala estuvo al frente de las Congregaciones
Marianas creadas por la Compañía de Jesús,
a cuyos miembros se conocía con el nombre de "los
Luises", porque estaban bajo la advocación del
santo jesuita Luis Gonzaga. Es al dejar la dirección
de los Luises en 1909 cuando el padre Ayala hace un llamamiento
a los congregantes a quienes había dirigido y crea
la ACNP. Los antiguos Luises se transforman así en
acenepistas y sobre la base de una asociación piadosa
se construye una organización que va a tener, por sí
misma y a través del partido político que de
ella nace, la CEDA, un papel de primera importancia en la
vida española.
Entre el padre Ayala y el padre Escrivá existen paralelismos
que, en muchos aspectos, podrían explicarse por la
influencia que, presumiblemente, el primero ejerció
sobre el segundo. La lectura de las obras del jesuita, que
llevan títulos tales como "Formación de
selectos" o "Consejos a los universitarios"
recuerda bastante el estilo de Camino. Es una prosa labrada
a martillazos, entrecortada, sincopada, tosca, con tosquedad
sacerdotal. Escrivá es más lacónico que
Ayala:
Si no eres señor de ti mismo, aunque seas poderoso,
me causa risa tu señorío.
Ayala tiene un estilo más torrencial, más abundante,
pero sabe ser también lapidario:
Qué pocos son los luchadores por la victoria
de la verdad sobre el error, de la justicia sobre la iniquidad,
del obrero contra su explotador, de la Iglesia contra sus
enemigos.
¡Qué pocos!
El joven apóstol, ¿puede ser comodón?
No.
.....................
El que no se sabe sacrificar no sirve para santificar a
los demás.
Sería enormemente interesante hacer un estudio comparativo
del pensamiento de ambos fundadores. Tal estudio, que exigiría
un análisis detenido de las obras del padre Ayala,
arrojaría mucha luz acerca de la elaboración
de las ideas de Escrivá durante la década que
transcurre entre su llegada a Madrid y
el estallido de la guerra civil, es decir, los años
de gestación de lo que iba a ser el Opus Dei, en que
Escrivá redacta las máximas de "Consideraciones
espirituales" que constituirán el núcleo
de Camino. El padre Ayala es un autor prolífico cuya
obra se extiende desde principios de siglo hasta la década
de los cincuenta en que, ya anciano de ochenta años,
sigue escribiendo con la misma vitalidad, con el mismo ardor
que a veces parece juvenil, de los primeros tiempos. Apenas
se hojean las obras de Ayala y de Escrivá se ve claramente
que es al primero al que debe atribuirse la originalidad en
la concepción relativa al papel de los laicos en la
Iglesia y a la exigencia de que los católicos, a través
de organizaciones seglares y no clericales, influyan en la
vida social y pública de las naciones.
La deuda que el Opus Dei tiene con la Compañía
de Jesús es inmensa, de tal manera que se puede afirmar
que sin la existencia de la Compañía no habría
sido posible el nacimiento de la Obra. La estructura interna
del Opus Dei, sus Constituciones, el mismo libro fundamental,
Camino, que en muchos aspectos no es más que un mediocre
remedo de los "Ejercicios" de san Ignacio, los objetivos
que el Instituto persigue revelan la omnipresente influencia
de los jesuitas sobre la Obra. Se nos aparece ésta,
más bien, como una rama desgajada del tronco de la
Compañía, como una desviación de su naturaleza
histórica. No es en vano que la más firme oposición
que el Opus Dei encontró en sus comienzos en el seno
de la Iglesia partiera precisamente de la Compañía
de Jesús. [Las relaciones de Escrivá con
los jesuitas siempre fueron malas. Una ex-numeraria que fue
directora de una de las casas de la sección femenina
del Opus cuenta que a un jesuita que tenía una hermana
en la casa no le dejaban entrar y los dos hermanos se veían
obligados a pasear por la calle durante el tiempo que duraba
la visita.]
El padre Escrivá hace también una aportación
original a las ideas sobre el papel de los laicos que el jesuita
Ayala, a sugerencia de Roma, había puesto ya en práctica
en 1909 con la creación de la ACNP. En tres aspectos
es original Escrivá y esta originalidad hará
del Opus Dei una institución muy diferente de la fundación
del padre Ayala. En primer lugar, como hemos visto, Escrivá
afirma que el Opus Dei surgió en su mente una buena
mañana de 1928 como un producto completo, acabado,
que no es susceptible de perfeccionarse o de evolucionar.
En el seno de la Obra se acepta esta idea de que el fundador
haya tenido en algún momento una comunicación
directa con la divinidad, aunque se habla de ella de una forma
vaga. Como dice el ex miembro del Opus Dei, Alberto Moncada,
"una historia interna susurrada por lo bajo hace mención
de apariciones, de mensajes divinos que nunca terminan de
explicarse bien". Así, el Opus Dei no es una obra
humana, sino, como su mismo nombre pretende indicar, una Obra
de Dios que es intemporal, que está al margen de la
historia y no está sometida a influencias o cambios
de ningún tipo. Todo el comentario que la celebración
del concilio Vaticano II mereció al padre Escrivá
fue proclamar (y decirle personalmente al Papa en una entrevista)
que él, con la fundación del Opus Dei, se había
anticipado en varias décadas a las ideas formuladas
por el concilio.
La segunda aportación original de Escrivá radica
en el hecho de haber fundado su Instituto sobre los cimientos
de la célula familiar. Esta "gran familia"
que los socios o "hijos" pasan a engrosar a medida
que entran a formar parte de la Obra va a regirse por los
principios paternalistas que le impone el concepto que de
la institución de la familia tiene la pequeña
burguesía provinciana a la que Escrivá pertenece.
El principio de obediencia, el principio de disciplina cobrarán
así en el Opus Dei una rigidez que no han tenido nunca
en la Compañía de Jesús y se acompañarán
de un culto a la personalidad del padre. Con lo cual no tiene
nada de extraño que, mientras vemos a jesuitas colocarse
en la vanguardia del pensamiento católico, el Opus
Dei permanezca anquilosado en ideas que se quieren eternas
pero que han sido claramente rebasadas por el Vaticano II
y por la evolución posterior de la Iglesia. Los obstáculos
al "aggiornamento" del Opus Dei son insuperables
o, por mejor decir, la idea misma del "aggiornamento"
es inaceptable para este Instituto, que cree haber nacido
perfecto en la mente fundacional.
Hay una tercera aportación original de Escrivá
a la cuestión del papel de los laicos en la obra de
la Iglesia. Me refiero a la idea de la santificación
del trabajo y de la santificación del mundo por el
trabajo. No es que se trate de una idea exclusiva de Escrivá.
Responde a la filosofía utilitarista de la época.
Pero es Escrivá quien, en el marco del catolicismo
español, la formula más explícitamente.
Contestando a una pregunta en una entrevista incluida en el
libro de "Conversaciones"..., el padre Escrivá
dice que:
El objetivo, la razón de ser de la Obra no ha
cambiado ni cambiará por mucho que pueda mudar la
sociedad, porque el mensaje del Opus Dei es que se puede
santificar cualquier trabajo honesto, sean cuales fueren
las circunstancias en que se desarrolla.
Camino nos ofrece en este aspecto una filosofía estimulante
que parece inspirarse más en Benjamin Franklin que
en Jesucristo. "Aprovéchame el tiempo", "No
me explico que te llames cristiano y tengas esa vida de vago
inútil", "¡El ocio mismo ya debe ser
un pecado!". La máxima 359 expresa claramente
la idea:
Pon un motivo sobrenatural a tu ordinaria labor profesional
y habrás santificado el trabajo.
Sobre esta concepción, los moralistas del Opus Dei
han construido la doctrina del "deber de estado".
El cristiano, sin abandonar por eso la práctica de
la oración y del apostolado, debe encontrar su camino
de perfección en el trabajo. Dice José María
Hernández de Garnica, uno de los más directos
discípulos de Escrivá, en su libro "Perfecci6n
y laicado":
La intervención de los seglares en el mundo se
traduce en gran parte en una palabra: trabajo. Trabajo que
es intrínsecamente humano, que se dirige a un objetivo
próximo terreno, pero que el cristiano lo lleva a
cabo con visión sobrenatural, entendiéndolo
como voluntad de Dios y dirigiéndolo a su propio
perfeccionamiento y a la santificación ajena.
Este ha sido el aspecto más visible y llamativo del
proceder del Opus Dei, sobre todo para los españoles,
que hemos visto actuar a sus socios desde una posición
de poder político. En 1969, con la designación
del gobierno llamado homogéneo, se completa la labor
de "opusdeistización" de la política
española iniciada años antes. Una oleada de
energetismo desarrollista basado en la santa eficacia escrivaniana
a su vez derivada de las tres virtudes cardinales propuestas
en las máximas de Camino: la Santa Intransigencia,
la Santa Coacción y la Santa Desvergüenza, invade
el indefenso país. Vemos a ministros subiendo de cuatro
en cuatro las escaleras de raudos aviones en que darán
la vuelta al planeta, a atildados financieros santificando
el mundo mediante la construcción de autopistas de
peaje, a acartonados directores generales concediendo créditos
sin límite para la promoción ecuménica
de telares sin lanzadera.
No es el tema de este libro el análisis o la crítica
de la labor del gobierno que se llamó "del Opus
Dei". Sólo citaré de pasada una frase del
sociólogo José (Pepín) Vidal Beneyto.
Vidal, mirando las cosas desde una perspectiva que parecía
interesante, dijo que, políticamente hablando, el Opus
Dei había representado sobre todo para España
"un intento de legitimación del Sistema por el
Desarrollo".
Dando por supuesto que nuestro tiempo asiste al "crepúsculo
de las ideologías", los tecnócratas se
disponen a hacer lo que en términos familiares a la
burguesía española se llama frecuentemente "comerse
el mundo". Hay una anécdota expresiva en este
sentido. Mucho tiempo antes de la guerra, cuando doña
Dolores se había decidido ya a tomar huéspedes
estudiantes para ayudar al sostenimiento de la casa, sucedió
un día que, mientras la "familia" estaba
comiendo, el pequeño de los Escrivá, Santiago,
le dijo a su madre: "Mamá, los chicos de José
María se lo comen todo." La frase del niño
fue celebradísima por el padre y los primeros discípulos
y mandaron hacer un repostero para colgar en la pared, en
que junto al dibujo de unas manos que sostenían un
pedazo de pan podía leerse: "Se lo comen todo."
La estimulante "doctrina económica" de Escrivá
había de ejercer una indudable atracción sobre
la burguesía española deseosa de hacer compatibles
las creencias tradicionales con la explotación capitalista
del mundo moderno. La idea de la santificación del
trabajo y por el trabajo, la idea, en definitiva, de la equiparación
del triunfo profesional y económico con la perfección
espiritual no brota por generación espontánea
en la mente de Escrivá. Es una idea de raíz
protestante (y aquí es inevitable recordar el libro
de Max Weber, "La ética protestante y el espíritu
del Capitalismo") que le llega no se sabe bien por que
complicados caminos. La verdadera innovación del padre
Escrivá, su verdadero mérito radica en haber
introducido esta idea en el estrecho marco del catolicismo
de la época, cuya concepción de la riqueza,
al menos de puertas afuera, nunca dejó de regirse por
la inquietante imagen del camello intentando pasar por el
ojo de una aguja, que los sacerdotes educadores de la burguesía
procuraban suavizar diciendo que, en tiempos bíblicos,
una aguja era un portillo abierto en la muralla. Con Escrivá,
el dinero se hace católico y esto va a tener consecuencias
incalculables en el desarrollo del capitalismo español
en nuestra época. El hijo del arruinado comerciante
textil de Barbastro ha rehabilitado así a su padre
y ha devuelto a la "familia" Escrivá el crédito
que un día le hiciera perder la quiebra de la razón
social "Escrivá, Mur y Juncosa".
Pero si debemos reconocer como dice Daniel Artigues, el singular
olfato que supone haber predicado ya en los años treinta
"una concepción dinámica, estimulante de
la vida religiosa insistiendo sobre el éxito temporal
y recordando ciertos aspectos del catolicismo norteamericano",
no es menos cierto que esta idea renovadora que con tanta
devoción le agradecen sus hijos, coexiste en su pensamiento
con una concepción totalitaria, casi diríamos,
fascista del hombre y de las relaciones humanas. En lo que
se refiere a la filosofía del éxito, Escrivá
es un Dale Carnegie. Como conductor de hombres, parece más
bien un Hitler. Esa rigidez de su concepto de obediencia,
esa consideración del hombre como instrumento, como
tornillo de la máquina de la Creación, el recelo
que siente ante el espíritu crítico, el lenguaje,
a menudo insultante y despreciativo, que emplea para atacar
a su oponente son indicios de los criterios dictatoriales
por los que se rige la Obra.
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