VIDA Y MILAGROS DE MONSEÑOR ESCRIVÁ,
FUNDADOR DEL OPUS DEI
BAÑOS DE MULTITUD
Uno de los pocos y breves biógrafos que ha tenido
el padre Escrivá de Balaguer, don Florentino Pérez
Embid, dice de él estas palabras llenas de significación:
"Cualquiera que le hable, aunque no sea por vez
primera, tendrá una sensación inolvidable
de impresionante fuerza, de sobrehumana energía."
He aquí una afirmación con la que parecen estar
contestes muchas personas que han conocido o visto de cerca
al fundador del Opus Dei. "Un hombre extraordinario",
"irradia bondad", "emana santidad", "es
un santo", son las frases con que se le define. "Quien
se le acerque -sigue diciendo don Florentino- siempre alcanzará
a oír una palabra amable y esperanzadora, estimulante,
firme, alegre, llena de sentido sobrenatural." Y si en
privado monseñor cautiva a aquellos a quienes les ha
sido dado conocerle, en publico electriza a las masas. Esta
es al menos la experiencia que puede recogerse en sus escasas,
si fulgurantes, apariciones ante esa "muchedumbre"
de que él mismo habla en la máxima 32 de Camino:
Tú no serás caudillo si en la masa sólo
ves el escabel para alcanzar altura. -Tu serás caudillo
si tienes ambición de salvar todas las almas.
No puedes vivir de espaldas a la muchedumbre; es menester
que tengas ansias de hacerla feliz.
La muchedumbre sabe que don Josemaría está
llamado a hacerla feliz y se le entrega sin condiciones. Monseñor
tiene, en efecto, unas dotes poco corrientes de hombre publico,
un sentido especial de la "mise en scéne"
del personaje que él sabe que representa: el personaje
del padre bueno y comprensivo, no por ello menos riguroso
y autoritario, en cuya energía encuentran sus hijos
el apoyo que necesitan para atravesar las tempestades de la
vida, en cuya firmeza de pensamiento se disipan todas las
dudas que puedan asaltarles. La aparición de este Gran
Padre ante sus hijos se rodea siempre de una aureola de misterio
en la cual resalta con innumerables matices la confianza paterna
que él inspira, el clima de intimidad familiar que
sabe crear en torno suyo. Su "llaneza", que a veces
explota en frases caseras y prosaicas, se acompaña
siempre de una cierta "distancia" que le hace vagamente
inaccesible y que valora todavía más las concesiones
de su corazón magnánimo. No es en modo alguno
el cura bonachón, de película italiana, que
aspira a ser un vecino más entre los vecinos ni tampoco
el sacerdote eminente, gran predicador en el púlpito,
pero hombre frío en los contactos personales. Monseñor
Escrivá de Balaguer no dilapida su campechanía
como el primero ni, como el segundo, la niega. Ha sabido encontrar
un perfecto equilibrio, "es" el equilibrio mismo,
entre la simplicidad del cura rural español y el empaque
del preboste romano. Así, es capaz de pronunciar, en
"petit comité" con sus discípulos,
frases como la que le oyó un día un hijo suyo
cuando explicaba que la avaricia y la lujuria son los dos
grandes vicios que tienen encadenada a la humanidad: "Los
pecados del hombre se resumen en un palmo. El palmo que va
del bolsillo a la bragueta."
He aquí, por contraste con esta frase de hondas resonancias
carpetovetónicas, el relato que otro hijo suyo, el
mismo que me contaba la manera única que tiene monseñor
de bajar las escaleras, me hacía de su llegada a una
concentración de socios del Opus Dei:
"Estábamos todos situados en semicírculo
a ambos lados de la gran puerta de entrada esperando la
llegada del padre. De pronto, tras una fila de coches, apareció
el cadillac negro de monseñor. Aplausos, vítores,
cantos de bienvenida. El automóvil se colocó
frente a la puerta. Descendió el chófer uniformado,
dio la vuelta al vehículo y abrió la portezuela.
El padre estaba impecablemente sentado, con una finísima
manta de lana sobre las rodillas. El chófer, entrando
con medio cuerpo en el interior del coche, le quitó
la manta haciéndola suavemente a un lado y se colocó
de nuevo junto a la portezuela abierta. Monseñor
entonces, apoyándose en el brazo del chófer,
salió del coche pausadamente entre las aclamaciones
de sus hijos."
La aparición de Escrivá de Balaguer en público
está perfectamente calculada para producir el máximo
impacto en los circunstantes. Monseñor está
siempre en escena y sabe muy bien cuándo tiene que
permanecer en un actitud grave y en qué momento resultará
más eficaz golpear la conciencia de su auditorio con
una frase casera o incluso pedestre. Es en este choque entre
el misterio y el dicharacho, entre la sublimidad y la ramplonería,
entre la Teología y el Refranero, donde reside gran
parte del secreto de su éxito. Ver actuar a monseñor
Escrivá de Balaguer en un acto público como
el que se celebró por ejemplo en el teatro Gayarre
de Pamplona con ocasión de la Asamblea de Amigos de
la Universidad de Navarra, es al parecer una experiencia tan
apasionante como la de asistir a una plática suya en
un oratorio o en una pequeña sala de conferencias con
motivo, por ejemplo, de unos ejercicios espirituales. En seguida
veremos cómo, en el primer tipo de manifestaciones
públicas, monseñor hace gala dc un dominio de
las masas que para sí quisieran muchos que se llaman
políticos. En la intimidad del oratorio su preocupación
se dirige a crear un clima de honda vibración espiritual.
Por influencia del fundador, el Opus Dei ha estereotipado
este clima misterioso, de penumbra sobrecogedora, en la celebración
de los ejercicios. He aquí cómo el biógrafo
de Albareda, Gutiérrez Ríos, describe el oratorio
donde su biografiado escuché por primera vez, hacia
1934, una plática del padre Escrivá:
Un oratorio pequeño con lámpara grande
de sagrario; tres hachones de cera a cada lado del altar.
En el centro, en la pared frontal, sobre fondo de tela roja,
una escultura de santa María. Apenas cabían
dos bancos y un reclinatorio a la derecha, al lado de la
ventana de cristales cubiertos con "papel vidriera",
que filtraban una luz tenue. Antes de la misa, don Josemaría
Escrivá de Balaguer pronunció una plática.
Estaba sentado ante una mesita con tapete granate, a un
lado del altar. Una pequeña lámpara de pantalla
opaca ponía un círculo de luz sobre la mesa;
allí había un crucifijo, que sacó del
bolsillo, y su reloj; a un lado, un pequeño tomo
de los Evangelios; delante, en medias cuartillas, el guión
de la plática.
Luz de dos cirios a los lados del sagrario. El resto, en
penumbra.
Teniendo en cuenta que la plática de que habla aquí
Gutiérrez Ríos tuvo lugar en 1934, el ex rector
de la universidad de Madrid se equivoca al transcribir el
nombre y el apellido del padre Escrivá, que entonces
no se llamaba Josemaría, sino José María,
ni Escrivá de Balaguer, sino Escrivá a secas.
Por lo demás, el ambiente de medieval penumbra es muy
parecido al que puede encontrarse hoy en cualquier oratorio
del Opus Dei, exceptuando tal vez el hecho de que, en la actualidad,
la Obra ya no se ve obligada a imitar las vidrieras con papeles
pintados. Puede comprarse vidrieras de verdad.
Un amigo mío barcelonés que fue invitado en
su juventud a asistir a una plática del padre cuando
éste residía aún en Madrid, me contaba
que el fundador del Opus Dei tiene costumbre de personalizar
al dirigirse a su auditorio. Mirando, por ejemplo, a un muchacho
que le escucha sobrecogido, el padre grita:
-¡Tú!
Sigue un momento de silencio que aparece eterno. Luego:
-¡Y tú, y tú, y tú!
-señalando con el dedo a los aludidos.
Pero el padre Escrivá no se dirige solamente a los
que le están escuchando, sino que también mira
frecuentemente hacia el altar, hacia el sagrario, "con
miradas encendidas", al decir de Gutiérrez Ríos,
y habla a la Divinidad ante el religioso estremecimiento de
los circunstantes. Hay una anécdota muy reveladora
a este propósito. Personalidades del séquito
de don Juan de Borbón han contado en Madrid que cuando,
no hace muchos años, el conde de Barcelona visitó
a don Josemaría Escrivá de Balaguer en su residencia
romana, el fundador le acompañó, como suele
hacerlo con los visitantes ilustres, a recorrer la casa. Cuando
entró la comitiva en la espléndida basílica
construida en el recinto con todo el lujo que la Obra sabe
poner en sus cosas, sucedió algo que, según
dicen, dejó mudo de asombro al hijo de don Alfonso
XIII. Don Josemaría Escrivá de Balaguer se acercó
al coro de madera noble tallada y, sentándose en el
sillón que le está reservado, y que aparece
algo más adelantado que los demás, empezó
a explicar a don Juan de Borbón que él se sentaba
todos los días allí y hablaba con Dios de esta
manera:
-Señor, Josemaría ha hecho mucho por la
Iglesia. Y hará todavía mucho más...
Pero la especialidad de monseñor es su aparición
ante las masas. Ahí es donde se manifiesta con todos
sus matices su verdadera personalidad. La presencia del fundador
entre la muchedumbre de sus hijos -que yo sepa no se ha enfrentado
nunca con ninguna otra muchedumbre- provoca escenas entrañables.
Se trata, claro está, de un tipo especial de muchedumbre.
El pensamiento de monseñor en este punto aparece claramente
en la máxima 914 del tan repetido Camino, cuyo breve
análisis puede resultar ilustrativo. Dice el padre
Escrivá:
¡Qué pena dan esas muchedumbres
-altas, bajas y de en medio- sin ideal!
No hace distingos aquí, como se ve, entre las clases
"altas, bajas y de en medio" de su peculiar concepción
sociológica. Todas son igualmente "muchedumbres".
Y a continuación, monseñor define:
Causan la impresión de que no saben que tienen
alma:
son.., manada, rebaño... piara.
Obsérvese la intencionada colocación de los
puntos suspensivos hasta llegar al clímax final. Pero
el autor tiene la solución. "Nosotros" (el
Opus Dei), con la ayuda de Dios,
convertiremos la manada en mesnada, el rebaño
en ejército... y de la piara extraeremos, purificados,
a los que ya no quieren ser inmundos.
La multitud de los hijos de monseñor no es por tanto
"muchedumbre" ni "manada", ni "rebaño"
ni, mucho menos, "piara". Es si acaso "mesnada"
o "ejército" pero nunca "piara".
Han dejado de ser "inmundos" y manifiestan al fundador,
de mil maneras, su agradecimiento. Alguien me decía
que los miembros del Opus Dei tienen la costumbre de llevar
la foto del padre en la cartera, de la misma manera que el
buen hijo lleva consigo la de su progenitor en la carne. No
he podido comprobar este extremo que, sin embargo, parece
estar muy en consonancia con el tipo de sentimientos que suscita
el fundador en sus discípulos. La multitudinaria devoción
con que saben acogerle se puso de relieve en el curso de la
ya mencionada Asamblea de Amigos de la Universidad de Navarra
que tuvo lugar en Pamplona a fines de 1964. No asistí
personalmente a aquella magna concentración por lo
que me limitaré a recoger episodios narrados por los
periodistas en publicaciones ligadas a la Obra, así
como algunos testimonios de personas que estaban presentes.
Durante aquellos días, monseñor "dio muestras
de su incansable vitalidad y capacidad de trabajo". Presidió
los actos académicos y religiosos, pronunció
discursos y homilías y se sometió en varias
ocasiones durante horas a las preguntas que quisieron hacerle
los doce mil "Amigos" que se habían trasladado
a Pamplona "desde todos los rincones de España"
y también "desde el extranjero".
El coloquio que sostuvo con los asistentes al acto del teatro
Gayarre fue quizás el más sonado de los que
se celebraron, pero, durante aquellos días, monseñor
recibió, uno tras otro, a innumerables grupos de hombres
y mujeres "que no querían marcharse de Pamplona
sin verle". Allí había "de todo",
gente "de todas las clases sociales". En su crónica
de "Telva", Pilar Salcedo enumeraba: "Gentes
humildes. Viudas. Labradores llegados en trenes especiales
desde toda España. Mineros, músicos, industriales,
terratenientes, empleados y abuelas, muchas abuelas."
Los mineros habían llegado desde Asturias, "curtidas
y callosas las manos de tanto buscar en el fondo de la tierra",
en una furgoneta que llevaba pintada la inscripción:
"Los licenciados asturianos de la Universidad de la Calle
(mineros y albañiles) saludan a sus colegas científicos
de la Universidad de Navarra." La directora de "Telva",
en una evidente sobreestimacíón del potencial
del Opus Dei en la minería asturiana, decía
que esos mineros (y albañiles) tenían "el
orgullo formidable de representar a los que no pudieron dejar
las galerías para asistir a la Asamblea". Los
músicos se sentían pagados con "la alegría
de haber agradecido, aunque sólo sea con nuestra presencia
aquí y con el ruido que hemos metido por las calles,
la labor que monseñor Escrivá de Balaguer hace
en el mundo". Los labradores miraban enternecidos las
aulas y "era bonito sorprender sus miradas acariciando
los pupitres o la pizarra y llevándose involuntariamente
la mano al bolsillo como diciendo: ¡esto ha salido de
aquí!" Estas "gentes humildes" habían
dado "diez duros, veinte, cincuenta" para sostener
la Universidad de Navarra. De las abuelas, de las viudas,
de los industriales y de los empleados no se daban más
detalles en la crónica, pero dos damas aristócratas
terratenientes se acercaron a monseñor y éste
les dijo: "Tenéis que daros cuenta de que dar
ropa usada o calderilla ya está pasado de moda."
Había asimismo "hispanoamericanos". "Entre
los alumnos de todas las nacionalidades de la Universidad
de Navarra -añadía Pilar Salcedo- destacan por
su número y simpatía los hispanoamericanos."
Una mañana, la cronista sorprendió a los hispanoamericanos
apostados al pie de la gran escalera. "Periodistas al
fin, empezamos a investigar."
-¿Qué hacéis aquí?
-Vamos a saludar todos los hispanoamericanos al Gran Canciller.
Entre la cadencia de sus palabras brilla la alegría
de sus ojos.
Los estudiantes se amontonan en el vestíbulo y en
la escalera.
A la periodista le debió parecer que había
demasiados hispanoamericanos, porque añadía:
"Sospecho que entre ellos hay también muchos españoles
y descubro también rasgos orientales y algunas caras
de color; pero no importa. El ambiente es simpático."
Cuando el Gran Canciller, don Josemaría Escrivá
de Balaguer, descendió por la escalinata, los hispanoamericanos
le aclamaron y un muchacho colombiano que llevaba "el
carriel, ese bolso de piel que se cuelga en bandolera, muy
típico en su país y en toda Hispanoamérica",
le pidió a monseñor que se lo pusiera.
-¿Cómo no, hijo mío?
"Brilla la emoción en los hispanoamericanos.
El Gran Canciller se pone el carriel y todos se sienten
en su patria porque son comprendidos y amados."
Una de las escenas más emocionantes de toda la Asamblea
fue la que tuvo lugar entre monseñor y un negro. La
contaba José Antonio Vidal-Quadras en "La Actualidad
Española". En una de sus intervenciones, el padre
Escrivá aludió a unas monjas navarras que, poco
tiempo antes, habían sido martirizadas en el Congo.
Como en la universidad de Navarra y en el Opus Dei hay gente
no sólo "de todas las clases sociales", sino
también "de todas las razas", resultó
que había allí cerca un negro africano el cual,
al oír a monseñor relatar con toda la fuerza
de su verbo apostólico el martirio de las religiosas,
empezó a hacer gestos "como indicando al Gran
Canciller que pedía perdón por la conducta de
los de su raza". La situación era apurada pero
monseñor no se arredró. Según Vidal-Quadras,
"tomó al negro de las manos y le dio un apretado
abrazo, diciéndole que no tenía por qué
avergonzarse, que muchos blancos no habían sabido tratarles
a ellos como personas. Y le regaló su crucifijo. El
muchacho se sentó llorando."
El padre Escrivá es un maestro en lo que se refiere
a buscar golpes de efecto para electrizar a las multitudes.
Una persona que estaba presente en los actos de la universidad
de Navarra me contaba una escena en que el dominio de masas
de monseñor alcanza su punto máximo. En un discurso,
cuando hablaba de lo mucho que él quería a la
universidad, tras un período brillantísimo cuyo
estilo oratorio no me atrevo siquiera a remedar aquí,
el Gran Canciller exclamó con toda la potencia de su
voz: "¡Cuando yo muera...!" La multitud viéndose
a pique de perder a quien era su sostén y apoyo, lanzó
un tremendo alarido:
- ¡Noooooooooooooooo!
- "¡Cuando yo muera -repitió el padre
ante el sollozante gentío que le escuchaba- mandaré
que arranquen mi corazón y lo entierren en el campus
de esta Universidad!"
Haría falta un libro entero para dar cuenta de la
polifacética capacidad oratoria de Escrivá de
Balaguer. Este hombre que conmueve a las masas sabe al mismo
tiempo ocupar con dignidad la tribuna académica. En
el acto que tuvo lugar con motivo de la concesión de
los doctorados "honoris causa" por la Universidad
de Navarra a los profesores de la de Zaragoza, don Miguel
Sancho Izquierdo y don Juan Cabrera y Felipe, el Gran Canciller
tuvo períodos de una nada desdeñable elocuencia:
Son dos maestros que han ocupado sucesivamente el sitial
de Rector Magnífico en la Universidad cesaraugustana.
Al nombrar al "alma mater" de mis enérgicas
tierras de Aragón, no puedo dejar de evocar con ternura
los años -nada fáciles para la Iglesia ni
para la Patria- en los que acudí yo también
a las aulas de su antigua casona, para seguir los estudios
de leyes. Más tarde, cuando en mi vida, orientada
por la voluntad de Dios, ha sido preciso en tantas ocasiones
actuar con criterio jurídico, de seguro que ha gravitado
en mi alma, junto a las luces de la teología y de
las otras ciencias sagradas, aquel sentido del derecho que
aprendí en mis tiempos de estudiante universitario
en Zaragoza.
Y al lado de esta docta soltura, monseñor acierta
como nadie en la contestación rápida y brillante,
en el bocadillo afortunado. En su crónica sobre la
Asamblea de Amigos publicada en la revista "Nuestro Tiempo",
Angel Benito daba cuenta de una de estas intervenciones. Uno
de los presentes en el teatro Gayarre preguntó al fundador:
-¿Cuál es la posición de los miembros
del Opus Dei en la vida pública de los diversos países?
La respuesta de monseñor a aquel público necesariamente
traumatizado por la "leyenda negra" de la Obra,
provocó, según Angel Benito, "una entusiasta
ovación" en el teatro. Escrivá gritó:
-¡La que les da la gana!
Al principio del coloquio, monseñor Escrivá
"lleno de una razonada alegría, con su humor y
su sencillez tan destacables en un hombre de su talla",
como decía otro corresponsal, había dicho a
los presentes:
-No voy a hacer un discurso, preguntadme lo que queráis.
Una atronadora ovación acogió sus palabras.
El, el fundador del Opus Dei, Gran Canciller de la Universidad
de Navarra, prelado de Su Santidad, Gran Cruz de Isabel la
Católica, futuro marqués de Peralta, se sometía
voluntariamente a las preguntas de las gentes humildes, de
las viudas, de los labradores, de los mineros y albañiles,
de los músicos, industriales, terratenientes, profesores
universitarios, empleados y abuelas. El entusiasmo era indescriptible.
-¿En qué tenemos que soñar, monseñor?
-preguntó un profesor universitario.
-Sueña -fue su respuesta- con hacer mucho bien
a toda la humanidad.
Después de todas sus contestaciones -es una costumbre
en él- el padre Escrivá añadía:
-¿Está claro? ¿Está claro?
Una señora le preguntó:
-Esta mañana nos habló con cariño
del Papa. ¿Podría decirnos algo más?
-Sí -repuso el fundador-. En 1946, cuando acudí
enfermo y cargado de cosas al Papa Pío XII, la primera
persona que me atendió en aquel momento fue monseñor
Montini. Desde entonces, la relación y el cariño
han sido constantes. ¿Está claro? ¿Está
claro? [La versión oficial del Opus Dei ha sido
y es que "Monseñor amaba mucho al Papa".
Consta, sin embargo, por muchas personas que le trataron,
que en las épocas en que el Opus Dei tenía
dificultades para obtener el reconocimiento de la Iglesia,
Escrivá hablaba en tono despectivo del Pontífice
reinante en aquel momento. Criticaba duramente a Pío
XII, se reía de Juan XXIII y de Pablo VI llegó
a decir, según varios ex-miembros de la Obra me han
contado, que "Dudo de su salvación". Una
ex-numeraria me contó que cuando invitaba a comer
a un cardenal, se mandaba servir él primero y solía
decirles a sus "hijas": "Papas y Cardenales
hay muchos. Fundador del Opus Dei hay sólo uno".]
-¡Viva el Papa! ¡Viva monseñor Escrivá
de Balaguer! -vociferó la masa.
-¿Por qué habla con tanta insistencia
de la libertad? -preguntó un señor desde la
platea.
-Porque respeto firmemente todas las opiniones y,
además, venero a las autoridades de los países
que visito. ¿Está claro? ¿Está
claro?
No es sólo su palabra incisiva. Es también
su gesto, su movimiento corporal lo que acredita su condición
de hombre público. José Antonio Vidal-Quadras
describía en "La Actualidad Española"
una muestra elocuente de este rasgo suyo que le convierte,
podríamos decir, en el Mussolini de la espiritualidad.
Escribía el periodista:
El espíritu de amor a la libertad y de comprensión
de monseñor Escrivá de Balaguer se manifestó
de mil maneras, con agudeza de expresión, acompañado
a veces con el gesto, ante todos los grupos que le escuchaban.
Y contaba que, en uno de los coloquios, el padre Escrivá
afirmó dirigiéndose al público:
Tenemos los brazos abiertos para todos, un amor muy
grande por todas las criaturas. No podemos ser ni así
-decía extendiendo sólo el brazo derecho-,
ni así -extendía sólo el izquierdo-,
¡así!! -y ponía los brazos en cruz-,
¡para que quepan todos!
La gente se arremolina alrededor de él, trata de aproximarse
a él para besarle la mano, para tocarle el borde de
la sotana. Entre los vítores se oye la voz de una muchacha
que exclama: "¡Le he tocado! ¡Le he tocado!"
Caen de rodillas sesudos varones a su paso. Alguien me contó
que durante la Asamblea de Pamplona, a la salida de los diversos
actos celebrados en aquellos días, cuando ya el cadillac
negro de monseñor se disponía a partir con su
ilustre viajero, la presión de la masa era tan fuerte
que los profesores de la Universidad de Navarra miembros de
la Obra se veían obligados a rodear el coche haciendo
una cadena humana, a fin de proteger la seguridad personal
del fundador. Y que cuando el automóvil arrancaba,
los más jóvenes de sus hijos corrían
tras él a lo largo de un kilómetro gritando:
"¡Pa-dre, pa-dre, pa-dre!"
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