JOSEMARÍA
Avui, 9 de enero de 2002
Autor: JOAN ESTRUCH. (traducción: redacción
de eclesalia)
Joan Estruch. Catedrático de sociologia de la UAB.
Autor de "L'Opus
Dei i
les seves paradoxes: un estudi sociològic"
(Edicions 62, Barcelona 1993).
Hoy hace cien años que nació el fundador del
Opus Dei, Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer.
Alrededor del mundo donde tienen implantación, los
miembros del Opus lo celebrarán. En Barcelona, por
ejemplo, lo harán con una misa solemne presidida por
el arzobispo -aquello que un cura menorquín amigo solía
decir un missot- en Santa Maria del Mar. ¡Felicidades!
Felicitades también, y sobre todo, porque este año
del centenario de Mons. Escrivá (con permiso del Real
Madrid) coincidirá previsiblemente con el de su canonización.
Pero no es a propósito de la gente del Opus de quién
querría hablar básicamente, sino más
bien de aquellos cristianos que no son (que no somos) del
Opus. Porque alrededor de la noticia de la canonización
del ahora beato Escrivá han surgido en los ambientes
de Iglesia una serie de comentarios que denotan, en mi opinión,
una clara incoherencia y casi una cierta hipocresía.
Son muchos, en efecto, los que hacen aspavientos por la rapidez
con la cual está a punto de culminar el proceso: Escrivá
murió en el año 1975, fue beatificado en el
año 1992, y será probablemente canonizado en
el año 2002. Quienes se quejan son los mismos, por
lo demás, que no dejan de reconocer que el Opus es
un grupo muy bien organizado, que tiene poder, dinero y influencia,
y con muchos miembros estratégicamente colocados en
el aparato burocrático de la curia vaticana. Y pues,
¿qué queréis? ¿Que todos ellos
se pasen el día en el despacho haciendo los crucigramas
del Osservatore Romano? Veneran a su fundador, y han trabajado
con celeridad y con eficacia por conseguir el objetivo que
se habían propuesto. Quienes se quejan salen entonces,
pero, con el argumento aparentemente definitivo: ¡es
que Mons. Escrivá será canonizado antes de que
Juan XXIII y antes de que el obispo Óscar Romero! Y
claro está que sí: ¡es elemental, estimado
Watson! Y no hace falta explicarlo con el recurso a los argumentos
del juego sucio. También jugando limpio el resultado
tenía que ser exactamente el mismo.
Por ser bien claro, lo diré en primera persona: por
razones tanto generacionales como ideológicas, soy
un ferviente admirador de Juan XXIII, a quien considero un
santo independientemente de cualquiera certificación
oficial. Pero por razones ideológicas más que
generacionales, si a un amigo o pariente le diagnosticaran
un cáncer, la última cosa que se me ocurriría
sería darle una estampita de Juan XXIII a fin que se
la pusiera encima la barriga a la hora de dormir rezando por
la realización del milagro. Me parece que aquí
raya la incoherencia radical de quienes ahora se lamentan:
querrían que declararan santos Roncallis y Romeros
sin tener que jugar el juego que hoy por hoy es necesario
jugar en la Iglesia católica por acceder oficialmente
a la santidad. Dicho de otro modo: no se trata de criticar
la canonización de Escrivá ni la celeridad del
proceso; aquello que en todo caso era necesario criticar es
el procedimiento en vigor, hecho a base de trámites
burocráticos y de certificaciones de milagros. No se
trata de dirimir si Escrivá es más o menos milagroso
que Juan XXIII; se trata de tomar conciencia que el uno recibe
muchas más solicitudes que el otro. Me parece que cualquier
funcionario de la Congregación Vaticana para las Causas
de los Santos estaría en consonancia: con el sistema
actual, tienen objetivamente muchas más probabilidades
de llegar a santos personas como ahora Mons. Escrivá,
el Padre Pío o la Madre Teresa de Calcuta, que arrastran
masas fervorosas, que no un personaje como el papa Roncalli,
que tiene sus defensores más encarnizados en una gente
poco propensa a la clase de expresiones de la religiosidad
que la canonización oficial exige.
Más allá de la anécdota, y de la posible
conveniencia de modificar el sistema que hace de los milagros
el requisito indispensable para la culminación de los
procesos de beatificación y de canonización,
veto aquí en definitiva la cuestión esencial:
es una cuestión de estilos de creencia.
En el seno de la Iglesia católica del siglo XXI coexisten
estilos de creencia diferentes: no todo el mundo reza el rosario,
hay quién va a misa cada domingo y hay quién
va de vez en cuando, los unos organizan procesiones de Semana
Santa, los otros celebran jornadas diocesanas, y los hay que
se encuentran a gusto con su grupo de neocatecumenales o en
su comunidad de base. De hecho este fenómeno de la
pluralidad interna no es nuevo: el estilo de creencia de un
cartujo, de un jesuita y de un franciscano han estado siempre
suficientemente diferenciados. Pero antiguamente esta diversidad
se hacía sobre todo visible entre los virtuosos de
la religión, entre pequeñas minorías
espiritualmente privilegiadas. Aquello que es nuevo es que
hoy la diversidad afecta todo el mundo, incluidos los que
Mons. Escrivá nominaba "clase de tropa" y
cristianos "del montón". Creo que buena parte
del futuro de la Iglesia católica en la primera mitad
del siglo XXI se jugará en función de la respuesta
que se acabe dando a este dilema: el hecho que el otro sea
católico como yo, pero con un estilo de creencia muy
diverso de mi, ¿me es un estorbo o bien me es una riqueza?
Lo que me parece evidente es que en esta Iglesia católica
del siglo XXI un movimiento como el del Opus Dei continuará
existiendo, y continuará pesando. Y seríamos
hipócritas sino hiciéramos ver que somos tan
abiertos y tan liberales que reivindiquemos que el estilo
de religiosidad representado por las estampitas, las devociones
particulares o los rosarios tenga cabida dentro la Iglesia.
La verdad es que, si acaso, todavía habremos de acabar
pidiendo la intercesión de san Josemaría Escrivá
para que dentro la Iglesia tengamos cabida ¡los otros!
Bienvenida sea, pues, la canonización de Mons. Escrivá
si a los unos los hace felices, y a los otros los hace darse
cuenta de que el procedimiento actualmente en vigor necesita
ser revisado a fondo.
Y para acabar una petición, esta sí, dirigida
a los dirigentes de la Obra, y que hacía ya en mi libro
"el Opus
Dei y sus paradojas": una vez finalizado el proceso
en el cual habéis estado trabajando desde el momento
de la muerte del fundador, ahora hace veinticinco años,
mostradnos al fin con seriedad y con rigor el verdadero rostro
de este hombre. A partir de los materiales que tenéis
en vuestros archivos, desmitificadlo, sacadle esta apariencia
de cromo que tiene ahora y revelad toda la complejidad, la
riqueza y el carácter paradójico del personaje
de verdad. A un obispo amigo que le mostraba un papel dónde
era duramente atacado, Escrivá le replicó que
si lo conocieran más "quizás hubieran podido
decir cosas peores". El estudio riguroso que Escrivá
se merece, y que por ahora no se ha escrito, no tendría
que servir para poder decir de él "cosas peores",
sino para entenderlo mejor, para adentrarse en su personalidad
rica y complicada. Un Escrivá que en otra ocasión,
y equivocándose de medio a medio, exclamó: "No
té hagas ilusiones, no soy de madera de santo".
Un Josemaría Escrivá de Balaguer, en fin, que
cuando lo bautizaron ahora hace cien años no se decía
ni Josemaría, todo junto, ni de Balaguer y, según
algunos documentos, ni siquiera se decía Escrivá.
Recuperado de
http://www.ciberiglesia.net/eclesalia/05-02enero.htm#7
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