Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

La otra cara del Opus Dei

La otra cara del Opus Dei
María Angustias Moreno
Índice del libro
1. Se hace camino...
2. Desprestigio como estilo de defensa (I)
Desprestigio como estilo de defensa (y II)
3. Una querella ¿por qué?
FIN DEL LIBRO
 
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LA OTRA CARA DEL OPUS DEI

Autora: María Angustias Moreno

SE HACE CAMINO...

 

Dice el poeta que "se hace camino al andar". Una frase que me ha venido a recordar algo que es para los del Opus Dei su propio "credo"; ellos lo cifran en hacer exactamente lo que el Padre les ha determinado, lo cual proclaman, codificado, en su Camino.

Se hace camino al andar, sí. Se hace con las obras de cada día. Lo hacen ellos, lo hago yo, lo hacemos todos.

Sigue siendo un anexo (segunda parte) de esta historia de una Obra que tan tergiversada quedaría si sólo se contara como ellos (sus propios forofos) pretenden.

No me propongo ninguna cruzada ni para hundir, ni para salvar a la Obra. Dice Bernanos que escribir es gritar lo que uno lleva dentro. Y eso sí: éste es mi grito. Un "grito" tenue, pequeño (como la capacidad de mi corto alcance) con el que sólo pretendo, sigo pretendiendo, aportar la parte con que esta Obra, que no duda en apellidarse de Dios, se ha dignado "complicarme".

Podríamos seguir diciendo que no hay caminos ni senderos; no los hay en la mar. En este mar revuelto de nuestros días: entre el oleaje y la fuerza de la tempestad con que los servidores de la Obra se defienden y arremeten contra toda barca que no "ampare" a la suya.

Es difícil, en la abundancia reivindicativa de nuestra época, plantear temas como éste sin que, para muchos, esa misma abundancia diluya su objetividad.

Pero muy a pesar de ello hay que reaccionar. Y hacerlo de una manera proporcional a los propios hechos.

Ante situaciones complejas y difíciles, el conformismo materialista lleva a muchos a pensar que "total ¿para qué?" "Allá ellos." Amén de los que se rasgan las vestiduras haciendo del escándalo una postura defensiva, que sustituya todo tipo de diálogo comprometido o razonador. Yo sigo pensando con el poeta que "se hace camino al andar".

Un camino que para los del Opus se ha quedado esculpido (como les decía su fundador) en la doctrina (herencia para ellos) tan específica y propia (personal) de monseñor Escrivá. Un "camino" que ellos (sus hijos) siguen marcando a golpe de sus pisadas, de su hechos...

Camino sin embargo en el que cada uno hemos de aceptar el reto que la propia historia nos tiende. El reto de una aportación consecuente con esos hechos en que la vida nos implica.

No hacen falta ni resentimientos, ni despechos, ni afanes vengativos. Basta con sentirse persona; un elemento más de todos los que componen la historia; uno más de los que la historia necesita para poder clarificarse y ser más real y completa. Es absurdo pensar en revanchismo contra la Obra por parte de alguien que si de algo se alegra extraordinariamente es de estar fuera de ella. A muchas, que se han salido después de bastantes años, les he oído decir que de lo único que se arrepienten es de no haberlo hecho antes. La carta citada de A.P.T. es un testimonio de ello.

Escribo por un deber moral. Por la única y sencilla razón de que creo en la aportación que la vida necesita de cada uno, para que esa vida pueda ser cada día más humana, más amable, más justa, más noble, más leal. Muy a pesar de que sean los del Opus, que se precian de ser los mejores moralistas, los más empeñados en no entenderlo.

Hay quien dice que "total, qué importancia puede tener hoy las anomalías de esta institución, cuando todas las instituciones tienen tantas. A qué defender semejantes cuestiones si de hecho el problema es tan general que difícilmente llevará a nada".

A mí me lleva precisamente a cumplir con ese compromiso moral e histórico a que he venido aludiendo. Me lleva a ser consecuente con la convicción de que si queremos que las cosas funcionen mejor, cada uno tenemos que aportar, en el manejo de las que directamente nos afecten, nuestro más decidido empeño.

Cuento con que todas las instituciones, por el hecho de que están compuestas por hombres, tienen defectos. Sé que existe la debilidad humana y no me asusta. Los defectos de los demás no son, ni mucho menos, mi tema. Sé también que tendremos que contar con ellos toda la vida (con los propios y con los ajenos). Que nada tiene que ver, ni en nada justifica, la confusión o el engaño como sistema.

No se trata de pretender que nadie sea perfecto (otra cosa es intentar serlo). Lo que sí hay que pedir y reclamar es que a las cosas se las llame por su nombre. Se puede fallar y caer en la vida en toda clase de bajezas y aun en ellas las personas serán dignas de comprensión; lo que no se puede es implicar a Dios en la "legalidad" o "legitimación" de esas miserias, para de ellas sacar un triunfo interesado.

Por eso me importa. Por eso creo que sí tiene objeto el que yo escriba. Que escribamos y aportemos cada uno aquello que realmente puede contribuir a una mayor objetividad en el concepto de valores de las cosas que nos rodean.

Hay que ser transigentes con las personas, pero no con el error.

Nuestra cultura, nuestra sociedad no son la sociedad ni la cultura de la Edad Media, por ejemplo. En aquella época había convencionalismos que hoy no sirven. Convencionalismos o errores que surgían de la misma mentalidad de la época, imponiendo sus propios condicionamientos.

La época que nos ha tocado vivir tiene sus inconvenientes, así como sus ventajas; no le faltan tampoco condicionamientos; pero es evidente su imperativa necesidad de clarificación.

Nuestro mundo, enormemente complicado y confuso, necesita conceptos básicos y profundos, pero amplios y comunes.

Nuestra sociedad, dentro de esas exigencias, necesita informaciones exactas que le ayuden a su descomplicación.

Respecto a la postura del Opus en esta sociedad nuestra, entiendo que se aferren con fidelidad y entusiasmo a unas ideas, las suyas. Lo que no me es tan fácil entender es que lleguen a estar tan convencidos de cosas tan anacrónicas e incoherentes como resultan estarlo.

Comprendo que luchen por sus convicciones, aun con todo lo discutibles que puedan ser; como luchan muchos otros por los más diversos ideales; pero no entiendo, y creo que a muchos puede desconcertarlos enormemente, cómo pueden concebir esa lucha en sentido cristiano (sentido de amor y de unidad), arrollando y maltratando, injuriando a los que simplemente difieren de su "incuestionable" verdad.

Como decía Beaumarchais, "sin la libertad de la crítica, el elogio no es válido".

Con respecto al Opus pasa, indudablemente, como pasa con todo en la vida. El que quiere lo toma y el que no, lo deja. Y me sigue pareciendo muy razonable. Pero continúo sin entender, y creo que todos necesitamos que se tome conciencia de ellos, por qué (cuando dejar el Opus es consecuencia de evidentes incoherencias, y éstas se reivindican) adoptan ellos posturas como la que en mi caso han adoptado. ¿Por qué?

Debo contarlo. Creo que precisamente por eso debo contarlo. No estamos en épocas en las que hacer dejación de derechos que son deberes sea constructivo. Y necesitamos construir. Seguir construyendo una historia (una sociedad y un cristianismo) sincera y coherente. No podemos pensar que esconder la cabeza debajo del ala sea humano ni cristiano. La sociedad que va a heredar nuestra civilización merece que se la demos lo más elaborada posible. Como católicos, nuestro testimonio es aún más comprometido, y no creo que debamos quedamos en eufemismos simplistas. La Iglesia del silencio suele ser la Iglesia sometida a opresión; en una sociedad libre no debe ser el caso. La humildad, por otra parte, base y realidad de una identificación con Cristo, no es sino la verdad.

Una verdad que a nadie que se precie de defenderla, de vivirla, tiene por qué irritarle o sorprenderle ni siquiera que ésta sea controvertida, porque su fuerza se basa precisamente en su propia consistencia.

Quizá el mayor problema del Opus esté ahí. ¿Por qué atacan para defenderse?, ¿por qué les resulta tan insultante toda voz que se alce en interrogantes frente a actuaciones de las que ellos comenten, simplemente pidiendo explicación, coherencia?

Hay cosas que son comprensibles en un sentido laicista de la vida, que no lo son en el sentido católico y espiritual que la Obra pretende arrogarse. De ahí que, la prudencia, el respeto, la delicadeza en el juicio, y en su caso el silencio, deban ser extremados cuando se trata de temas personales (en su más estricta individualidad) o cuando se refiere a algo sobre lo que no tenemos suficientes elementos de juicio. Obviamente no es el caso. Se trata de una tergiversación de valores a nivel institucionalizado (colectivo); y puesto que los hechos que cuento son corroborados por el personal testimonio de quien se ha visto afectado por ellos, y no precisamente por interés personal, ninguna de las dos premisas anteriores se dan en este caso.

Un ex numerario me escribía (desde un país de América) encantado de vivir su sacerdocio en un mundo como el real de fuera (fuera de la Obra); y me comentaba que pretender arreglar las cosas desde dentro es desangrarse, pretenderlo desde fuera (después de corroborar mi libro) es inútil. Él, entre otras cosas, no contaba su experiencia (y me decía que impresionantemente igual a la mía, aunque con toda la variedad de sus numerosas vivencias, lógicamente más que las mías), porque quería vivir tranquilo.

Quizá leyendo lo que voy a exponer en estos capítulos se comprenda el porqué de esta postura: la fuerza defensiva con que atacan es muy seria; es todo un atentado contra la tranquilidad personal de cualquiera.

Publicando los acontecimientos que sobre mí están recayendo sé que no hago más que aumentar esa furia.

Además de que lo que he de publicar es precisamente la propia basura que ellos han arrojado contra mí, con todo lo que de negativo para mí lleva esto consigo.

Lo hago porque, por encima de mi propio prestigio personal, entiendo que debe estar la realidad de esa Obra con que nos enfrentamos, con la que se comparten a veces (aunque sólo sea teóricamente) ideales muy serios y trascendentes, sobre los que habrá que ir delimitando cuáles pueden ser y cuáles no auténticamente nobles y serios.

Lo hago porque, después de mi publicación anterior, completar una experiencia y una opinión -la mía- es la única manera de que mi propia versión no quede a medias, que sería tanto como deformada o equívoca.

Voy a hacerlo muy a pesar del handicap que para mí supone el no ser lo bastante agresiva para los avanzados, ni lo bastante sumisa para los conservadores. Contando con los que pretenderán proyectar, confundir, la propia acritud del tema con una pretendida amargura en mí, que no distinga, o no quiera distinguir, entre lo que es el continente y el contenido. Que harán, que van a seguir haciendo (es el evidente camino ya emprendido) del desmerecimiento de mi persona, baluarte en defensa del prestigio de su Obra.

Por mucho menos creí un deber de lealtad a la verdad misma denunciar el tema, que por colectivo e institucionalizado exigía una llamada de atención, una toma de conciencia, lo suficientemente pública, como para poder (granito a granito de cada uno) constituirse en solicitud de coherencia. Coherencia que ellos deberían aceptar a cara descubierta, y sin temores de que "se cuente o se diga", si de una Obra de Dios, como ellos la denominan, se trata.

Ahora que mi primer libro me ha hecho posible conocer y conectar con elementos de juicio mucho más amplios, ahora.., la Obra ha pasado a ser para mí algo muy distinto, es totalmente otra cosa, nada de lo que yo creía, de lo que yo entendí cuando la concebí como un ideal de vida. Porque ¿no era así y luego ha ido cambiando? No lo sé. Hay quien dice que, efectivamente, ha habido una evolución de más coherente a menos y cada vez menos. Hay quien opina que esa evolución no ha sido el desarrollo de su propio planteamiento.

La única evidencia real es que siempre se presentó y se presenta equívoca.

Y ahí sí, es donde creo que vale la pena, que es un deber, poner todos los medios para defender posibles ingenuidades de otros, o lo que es más exacto: para que nadie se engañe (penosa y devastadora confusión), por lo mucho que incide en lo psíquico, en la moral y hasta en la fe de los que, acosados por ella, no acaban de situarla.

Ahora ya no puedo creer en la Obra, en esa Obra que aparenta ser de Dios y en la que creía antes. La evidencia me lo impone. Y esa evidencia es la única que pretendo aportar, seguir aportando, al libre razonamiento y utilización del que quiera, del que le sirva; del que realmente desee estar informado de las cosas, sin miedo a los más profundos recovecos de una verdad que si lo es, en ninguno de ellos tendrá problemas.

Ojalá yo hubiera contado con ello. Alguna vez he dicho que no me arrepentía de haber sido de la Obra, ni de haber dejado de serlo. De alguna manera, por las razones que di en mi otro libro, lo mantengo, creo que todo en la vida deja aportaciones, experiencias aprovechables, válidas. Lo que quizá deba añadir para dar mayor exactitud a mi postura, a esta actitud mía, es que si hubiese sabido de qué se trataba, si hubiese conocido de la Obra lo que conozco ahora, no hubiera pertenecido a ella nunca, porque nunca me habría sentido atraída por semejante asociación.

Como tampoco me siento obsesionada por el tema. Yo diría que al revés: porque aporto a los demás con toda libertad mi experiencia, porque con una, creo que total, extroversión, hago de esa experiencia mía ocasión de servicio a la verdad (no a mi verdad, sino a la verdad de unos hechos comprobables), estoy más liberada que muchos. Porque lo he hecho tema hacia afuera, ha dejado totalmente de afectarme. Ni me ata, ni repercute en mí, ni incide en mi vida diaria más allá del lógico dolor que produce el hecho de que en nombre de Dios se comentan semejantes atropellos y del compromiso que eso conlleva.

La Obra, esa Obra que tan "magnífica y espléndidamente" define y cuenta su fundación, inmersa en inspiraciones celestes recibidas por su fundador, que van encuadrando en días precisos y muy significativos los comienzos de sus distintas facetas (2 de octubre, 14 de febrero), siempre adornados de acontecimientos extraordinarios, emotivos y subyugantes, ha nacido sin embargo de una manera mucho más prosaica y ordinaria, a lo que (según cuentan los propios que participaron de aquellos comienzos) se iban añadiendo entusiasmos y fantasías, más o menos comprensibles, pero no siempre aceptables.

La Obra nace en el preciso momento (en la época), de unos desarrollados ardores bélicos, que cara al nacimiento de un nacional catolicismo, impulsa a la juventud a apretar filas frente a "líderes" con capacidad de organizarles y ofrecerles metas idealistas. El Padre Escrivá, indudablemente, supo vivir el momento. Y surge la Obra, por ello, inmersa en esa amalgama de política y religión, de religión y política. ¿A qué negarlo? Son hechos históricos que no tendrían por qué concebírselos desmerecedores de nada ni de nadie. Son hechos y situaciones con sus más y sus menos, con sus aciertos y sus errores, con sus ventajas y sus inconvenientes. Pero no se trata de renegar, sino de superar, de evolucionar, de corregir y mejorar lo mejorable.

La Obra pudo haberlo hecho. Sin embargo algo fallaba en su organización, algo falló al menos, ya que en vez de segur por el camino de adecuar su celo a una clarificación de conceptos y actitudes atentos a las verdaderas necesidades de los católicos, de los hombres de la calle, en su debatirse a tono con las exigencias de su fe en cada avance de la propia historia, prefirió preocuparse del enaltecimiento de un prestigio individualizado, radicando toda la atención de los suyos en el mito doctrinario del Padre, que los abocó y les aboca al imponderable de encallar el barco precisamente en este mito.

A pocos años de su nacimiento, la Obra, una asociación que al parecer deseaba ser progresista y avanzada, pionera en secularidad, deja olvidados conceptos como el de salir al encuentro de las preocupaciones reales de los hombres de cada época, para ocuparse, no ya de servir las necesidades de santidad de los demás, sino de dominar la situación: política, económica, de poder... so pretexto de santidad. A pocos años de nacer la Obra, Escrivá era el primero que tenía ya ideas muy claras de las metas que conseguir y de las "líneas maestras" que en este sentido se proponía trazar. Quizá la seguridad en sí mismo, junto con el ardor propio de la juventud en la época de aquellos comienzos, fueron el secreto de su "éxito". Pero así como no supo, o no quiso, aceptar la lógica evolución y superación de conceptos a que antes aludía, sí evitó que "fuese otra" la imagen de la Obra, que nada de eso pudiera quedar al descubierto; concibiendo en ello (en presentar a la Obra como espiritualista por excelencia) la razón de su éxito.

A los peces se los caza por la cabeza, solía decir. Se los domina y se los controla mucho mejor "sometiendo" esa cabeza, teniéndola absorta y llena, inundada, de malabarismos espiritualistas; mucho mejor que afrontando cada realidad a cara descubierta. Para mí ése es el mayor fraude del Opus Dei; ése su gran "pecado": el camuflaje a que someten a los que a él se acercan o se han acercado. Aprovechándose además de épocas y de circunstancias sociales en las que la capacidad de análisis se encuentra más condicionada.

Por ejemplo, ahora su más importante meta es Latinoamérica. Como anécdota curiosa me contaban hace poco que durante la primavera pasada (1978), en los controles de autopistas de Caracas (Venezuela), se daban junto con el ticket, estampitas de Escrivá.

De Venezuela precisamente me llegaba la siguiente carta.

Querida amiga: Te sorprenderá si te llega a tus manos esta carta y te preguntarás el porqué. O mejor dicho, creo que ya nada te parecerá extraño. Te felicito, por "El Opus Dei. Anexo a una historia". Aquí en Venezuela hay una canción que dice que "mejor es perder el habla que temer a hablar". A medida que leía tu libro (tu verdad y la de muchos) pensé que estabas sola. ¿Lo estás? ¡No! por Dios. Yo y muchas personas como yo estamos contigo. Para los que no es una vergüenza amar, para los que queremos una amistad, una comunicación con todos los seres humanos (y todos por igual).

Soy ex supernumeraria, pertenecí a la Obra durante cinco años; ocho me pasé frecuentándola y... qué vacío, qué hastío, qué soledad... Tengo tres niñas y un marido maravilloso, pero todo era confusión hasta que decidí dejar la Obra. Ahora soy libre, sin "santas coacciones", soy yo misma, y por ello no he dejado de amar a Dios.
Soy pintora y escribo algo. Defiendo a la clase proletaria y hago lo que creo mejor para los demás y para mí. No me rijo ya por un "patrón de vida", de la vida del Opus.
María, no estás sola. Y si algún día vienes a Venezuela, te recibiré en mi casa y hablaremos mucho. Ya que el amor y la amistad para mí no es algo "diabólico" sino divino.
En mis oraciones de ocho años pedía al Señor: haz que la Obra sea la ayuda que los hombres están anhelando, ¡tu verdad, Dios mío!,pero ¡qué lejos está de parecerse!
No podía soportar ver a las empleadas los días de fiesta vestidas de negro, cofia y delantal blanco, sirviendo y atendiendo a las señoritas. Cuánta desigualdad, cuánto clasismo. Y eso que "todos éramos iguales".
Bueno, y tanto... Pero esperaré confiada tu respuesta. Espero si es que milagrosamente te llega esta carta (a través de la editorial) que podamos comunicamos de verdad, no como en las "charlas fraternas"...
(B. M. Venezuela.)


Hay personas que llegan a la Obra con toda su buena voluntad, con ganas sinceras y nobles de ejercitarse en el amor de Dios: pero resulta que en la Obra a Dios hay que encontrarle, encajarle y reducirle a lo que es, quiere y propone el Padre (monseñor Escrivá), con lo cual al fallar, al desmoronarse el mito de éste, y después de unos pocos años sin más "posibilidades" de llegar a Dios que ésa, uno se queda lógicamente sin Dios, sin fe, sin capacidad...

Gracias a todo esto. Gracias a la eficacia de las presiones. Gracias en algunos casos también a la desidia, a la cobardía, a la pereza o a lo que quiera. Gracias incluso a estados o posiciones sociales alcanzados por algunos, precisamente como consecuencia y gracias a su pertenencia a la Obra... la gente habla poco, prefiere no hablar; los que podían hacerlo, no quieren problemas.

Y no los quieren, entre otras razones, porque el deterioro, el cansancio, el desequilibrio incluso psíquico, ya se encargaron y se encargan dentro (no sé si queriendo o sin querer) de que sea tal que "a pocos les queden ganas de hablar".

Dicen que ahora, por imperativo de los tiempos, de los cambios políticos (?), etc., las presiones son menos. Sin embargo siguen existiendo y existen presiones muy fuertes, espléndidamente llevadas a cabo por los "fieles" hijos del Padre.

La carta que viene a continuación me llegaba cuando ya todo el proceso siguiente estaba casi concluido, pero pienso que bien puede servir para abrir el acontecer de cosas que los socios o directores de la Obra llevaron a cabo para "salvar" su prestigio...


Querida María-Angustias:
Acabo de recibir un recorte de un periódico de Madrid relativo a ti y a tu libro de hechos, que considero serios. No sé de qué periódico se trata. Sólo sé que la noticia se publicó el día 22 de octubre de 1977. Te envío la fotocopia para que tú puedas localizarlo fácilmente.

Esta carta, que hace meses pensaba haberte escrito sobre tu libro "El Opus Dei. Anexo a una historia" en un tono muy diverso y a altura más bien personal (como la de aquilatar más algunos datos por ejemplo, para tus próximas ediciones), puede transformarse en carta pública, ya que como tal te permito que hagas con ella lo que quieras: que la guardes o que la envíes a la prensa; que se la entregues a tus abogados o que se la copies a los amigos. En fin, lo que quieras. Que te sientas libre par hacer de ella el uso que consideres más oportuno, ya que lo que te digo en ella no lo podría decir de manera diferente frente a Dios.

En diciembre de 1976 leí cuidadosamente tu libro. Lo "trabajé", diría, puesto que lo he leído muchas más veces. En él relatas cosas que conozco y reconozco por haber sido yo misma también asociada Numeraria del Opus Dei; en mi caso de 1948 a 1966, fecha en que tuve "el honor" de ser expulsada. Pero eso es otra historia diferente. El caso es que el plazo de once años me ha dado perspectiva lógica y objetividad concurriendo además el hecho real de haber doblado los cincuenta años, lo que me permite contemplar la vida en sus dos vertientes desde un ángulo equidistante, diría. Te cuento esto porque viene hilado hacia tu libro y aun hecho muy concreto que me sucedió a mí en agosto de 1977, en Madrid. Como sabes, cuando se deja el Opus Dei, o te echan del Opus Dei, quedas convertida automáticamente en a nonperson, que dirían aquí.

Pues bien, este verano fui de vacaciones a España. Y tuve que ir a Salamanca un día. Me enteré de que allí estaba actualmente una persona del Opus Dei, Numeraria -Ana María Gibert- con la que conviví en Venezuela -en Caracas- en la misma casa del Opus Dei, por espacio de casi diez años. La llamé por teléfono desde Madrid y quedamos en que si por fin yo iba a Salamanca nos veríamos. Como sabes, Ana-María con toda su brillante carrera de Filosofía y Letras y su inteligencia nada corriente ha quedado relegada a "hacer labor con señoras" ahora en Salamanca. Y eso lo sé no porque me lo dijera ella sino porque se sabe por fuera.

A punto de salir de Madrid hacia Salamanca, recibí una llamada telefónica de Ana-María diciéndome que no nos podíamos ver porque aquella misma tarde ella salía para Valladolid... Naturalmente yo no me tragué el cuento y lo dejé, aunque lo sentí.

Pero como Salamanca es precisamente pequeña, me encontré a Ana-María por la calle. Con una simple pregunta mía socarrona de con que en Valladolid, ¿eh? pasamos a hablar de muchas cosas de todo tipo: de política, de la ciudad, de diferentes libros y entre ellos de uno muy concreto, "Le Pape a disparu", que ha sido traducido al español por las ediciones "Sígueme" en Salamanca. De repente y sin malicia de ningún tipo le pregunté:

- Y qué piensas del libro de María-Angustias Moreno sobre "la Obra". ¿Lo has leído?
Su respuesta de rechazo con el gesto y con la palabra fue:
- ¿Yo ese libro? ¡No, por Dios!
- ¡No, por Dios! ¿Por qué? le pregunté. Y le añadí: Lo deberías leer, Ana. El libro, le seguí diciendo, aunque no tiene mi estilo literario favorito y resulta algo monótono a veces, es auténtico y no dice ninguna mentira. Es más: esta chica (por ti) no dice ni la mitad de las cosas de "la Obra", entre otras porque su horizonte ha sido solamente España. Y eso le hace quedarse corta. Lo deberías leer, Ana, porque una persona como tú no puede esconder la cabeza debajo del ala.

Ella, silenciosa y delicadamente, soslayó la conversación con una frase más o menos de "déjalo estar". No recuerdo exactamente.

Pasamos a otro tema y fue el de preguntarle por una numeraria venezolana que ahora está en España: Elsa Anselmi. Era la Procuradora de la Sección Femenina del Opus Dei en Venezuela cuando yo era Directora de la Sección Femenina del Opus Dei, en Venezuela también, durante los años de 1956 a 1965. Le pregunté si sabía dónde estaba Elsa y me contestó que estaba en Valencia y que no sabía su teléfono. No insistí. Repito que me dio pena comprobar, una vez más, que seguramente tendría que reportar esa conversación, como es costumbre, a su directora o a quien fuera superior suyo dentro del Opus Dei. Y porque tanto a Ana-María como a Elsa las quiero mucho y de verdad.

No habían pasado ni cuatro días de este hecho, yo estaba ya en Madrid y en vísperas de mi viaje a Santa Bárbara, cuando recibo la siguiente llamada de teléfono que trato de relatarte a continuación con la mayor exactitud posible:
-¿María del Carmen Tapia?
-Sí, ¿quién es?
-Soy don Tomás Gutiérrez, un sacerdote del Opus Dei.
-Quisiera tener una conversación contigo.
-Pues muy bien, cuando quiera -fue mi inmediata respuesta-. ¿Le viene bien dentro de una hora? (Serían las seis de la tarde y en aquel momento tenía una visita en mi casa.)
-No, no me viene bien.
-¿Quiere venir ahora?
-No, ahora tampoco puedo.
-Pues entonces, el único tiempo que tengo disponible -dije- sería mañana a las nueve, ya que estoy en vísperas de viaje.
-¡Ah, pues muy bien! Mañana a las nueve voy a tu casa.

Colgué y pensé: Pero ¿dónde viene a verme? Si no me ha pedido mi dirección ni me ha dicho dónde puedo avisarle en caso de cualquier imprevisto que haga imposible la visita.
Pensé en la entrevista del día siguiente y desde luego llamé a un sacerdote amigo mío, Profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca: don Luis Maldonado.
Le conté que me habían pedido una entrevista por primera vez en once años y le pedí que si quería hacer el favor de acompañarme. Vino a mi casa unos minutos antes de las nueve y me dijo:

-Oye ¿pero por qué hablas en plural? ¿Por qué dices que "vienen" cuando el sacerdote que te llamó no te anunció su visita con otra persona?

Ante su inocencia me sonreí y le dije: "Mira, en el Opus Dei, cuando tiene que hacer una visita especial, los sacerdotes van como la Guardia Civil: de uniforme y por parejas." (Quiero establecer aquí una clara diferencia: al expresarme así no quiero ni es mi intención decir nada peyorativo hacia la Guardia Civil: ellos cumplen sumisión y van en misión. En el Opus Dei, en cambio, presumen de su libertad personal y de criterio sólo reglamentado por la Iglesia de Roma. O por las leyes de cada país.)

A las nueve menos dos minutos llegaron dos sacerdotes (con la sotana, por supuesto): uno de ellos, don Tomás Gutiérrez, quien dijo (a lo largo de la conversación) que él estaba en la Sección Femenina del Opus Dei desde hacía catorce años. El otro sacerdote era un jovencito de unos veintitantos años, rubito y bajito. Dijeron el nombre, pero no lo recuerdo, aunque a él como persona lo reconocería de inmediato. Los recibí en el salón que para las visitas existe en el edificio donde yo vivo.

-¿Cómo estás? -me dijo Tomás Gutiérrez.
-Bien ¿y tú? -le contesté. (Naturalmente les di el tú al dármelo ellos a mí primero.)
-Yo vengo a expresarte un ruego -me dijo Tomás Gutiérrez (el otro sacerdote fue testigo absolutamente mudo, como lo fue Luis Maldonado durante toda la conversación).
-¿Y ello es?
-Que no llames ni veas ni vuelvas a hablar con Ana-María Gibert.
-¿Que le pasa? ¿Está enferma mental?
-¡No, qué va a estar!
- ¿Es usted su tutor?
-No, yo no soy su tutor.
-Pues entonces no lo entiendo, no entiendo esa libertad. Pero está bien, siga adelante.

Él siguió:

-Ana estuvo hablando conmigo ayer. Vino de Salamanca para hablar conmigo y me dijo que la habías llamado sin identificarte y que por eso ella habló contigo.

Yo me volví a sonreír y le dije: "No fue exactamente así." (La realidad fue que ella contestó al teléfono cuando yo llamé y no hubo necesidad de identificaciones porque nos reconocimos por la voz.) Pero comprendí que ése no era el nervio de la conversación, no insistí.

-Sí, Ana me dijo también que tú la habías llamado para hablarle de ese libro.
-¿De qué libro? Porque hablamos de muchos libros.
-Sí, tú ya sabes: del libro de esa chica.
-¿De qué chica, qué libro?
-Sí, de María-Angustias -me dijo casi silbando tu nombre.
-¡Ah! -le dije yo-, de María Angustias Moreno. Sí, es verdad. Le hablé del libro.
-Pero es que -dijo Tomás Gutiérrez- ese libro es un libelo y está lleno de calumnias.

Mi respuesta fue: "Bueno, bueno: el estilo literario que usa María-Angustias no es el mío favorito, pero el libro no dice una sola mentira, ni una sola mentira. Todo lo que dice es verdad y se queda corta." A lo que él respondió:

-Vamos, vamos. El libro es una infamia. Esto, acompañado con gestos en que subrayaba su desprecio y me atrevería a decir "asco" (aunque él no lo dijo, yo lo interpreté así).

También usó Tomás Gutiérrez como argumento una alusión a algo personal mío que no concretó, aunque yo le dije que lo hiciera público, si quería, puesto que Luis Maldonado conocía mi alma perfectamente. Yo le alenté a que concretase los hechos por los cuales yo no debería volver a hablar con Ana-María Gibert ni con Elsa Anselmi, porque incluso, caso de haber existido esos hechos él no estaba en Venezuela durante el tiempo que "esos hechos" (que no sé cuáles son) sucedieron. Y por tanto ¿cómo estaba él enterado de algo que yo no le dije ni él presenció? ¿Y cuáles fueron esos hechos?

La conversación, por si te interesa, quedó concretada en tres puntos:
a) que no volviera a ver ni a llamar a Ana-María Gibert ni a ponerme en contacto con ella;
b) que lo mismo respecto de Elsa Anselmi, quien según él, le había dicho que no quería .......
c) que me quedara claro que tu libro es un libelo lleno de calumnias.

Le dije que me lo pensaría y le sugerí que me diera estos tres puntos por escrito para que los tuviera presente y me dijo que: "¡Ni hablar! Que yo tenía muy buena memoria."

De pie, cuando se iban, el jovencito, dirigiéndose a Luis Maldonado le preguntó: "¿Usted es Luis Maldonado el jesuita?" A lo que él le respondió: "Yo soy Luis Maldonado, sacerdote, pero no soy jesuita."

Esto es todo, María-Angustias, no sé si te interesa saberlo o no, pero al menos no me lo quería dejar en mi tintero.
Espero que algún día nos podamos conocer personalmente.
Hubiera enviado esta carta directamente a algún periódico español, pero me pareció mejor que la leyeses tú primero y que luego actuases en consecuencia.
Un abrazo,
María del Carmen Tapia


Como diría Machado: "Caminantes, no hay caminos, se hace camino al andar." No hay caminos para adoptar una actitud crítica (constructiva) ante el tema del Opus. No hay sino mucha dificultad y muchos riscos; hay acechadores o vigilantes, atentos a problematizar y a deformar, a atacar, a presionar.

No hay caminos, caminantes. Y por eso es difícil. Y por eso muchos prefieren los caminos trillados de siempre: el conformismo, la comodidad, el no complicarse más la vida o el callar.

No hay más camino (respecto a este tema de la Obra) que el muy hecho y trazado por ellos, de su ley y de su verdad: su camino.

Sin embargo, caminantes, se hace camino al andar.

En una ocasión, un miembro también de la Obra acudió a persona competente en la dirección de ésta, exponiéndole la necesidad de una explicación razonable, para unos hechos que entendía los suficientemente graves hasta para incidir o cuestionar su propia vocación. Le contestaron que semejante postura era diabólica; y que la Obra nada tenía que ver en ello, ya que esos sacerdotes habían actuado así como podía haberlo hecho cualquier otro sacerdote secular. ¡Qué osadía!

Para otra, la contestación al desconcierto que lo ocurrido le había producido, y la necesidad de encontrarle una razón lógica, quedó reducida, en palabras de su directora a: "Mira, yo prefiero no saber nada de nada, ya que en la Obra siempre se nos ha enseñado que tenemos que ser pequeños; así es que no necesito entender, allá los de arriba." Esta directora es mayor, y una buena profesional.

Sí, allá ellos, y así van las cosas.

Es verdad que en todas las instituciones hay desviaciones, hay personalismos, y lógicamente los problemas que de ello se derivan. En el caso que nos ocupa es, yo diría, lo contrario. En la Obra lo peor es la "sin razón" a que te someten so pretexto de "contundente razón".

En la Obra cabe que las personas que tengan que realizar misiones como la de los sacerdotes que estoy comentando, lo pasen mal, muy mal; les cueste noches sin dormir, úlceras de estómago, y hasta desequilibrios insuperables. Cabe que acaben confesando, como alguno de ellos ha hecho, que lo que nunca creyeron era que iban a encontrarse con mujeres de tanta categoría (las visitadas). Cabe todo esto, y eso sí: a título personal. Mientras nadie nunca tendrá nada que hacer que no sea lo "indicado por sus directores".

A título personal lo que no puede concebirse es una actuación de seis señores, de dos en dos, en zonas tan dispares de España, llevando a cabo unas visitas con la misma forma, el mismo contenido, y a personas todas ellas perfectamente agrupables en un mismo concepto de solidaridad con el contenido de mi libro. De todo ello sólo se deduce una perfecta organización montada desde una directriz única y con un solo fin. A los de dentro podrán hacerles comulgar con ruedas de molino, recurriendo a las casualidades o a lo que quieran; quizá la costumbre los haya ofuscado hasta creer que fuera iba a pasar igual. Fuera, gracias a Dios, las cosas vuelven a su cauce, y es muy distinto.

Los que me tratan y me conocen saben muy bien como soy, y no voy a dejar de serlo porque un grupo de personas, más o menos fanáticas, sean capaces de inventar o de propagar lo que se les antoje. El daño que me están haciendo, porque hay muchos que me conocen menos y otros que sólo me conocen por estas informaciones suyas (de los del Opus), es sin embargo enorme. Todo el daño que cabe concebir en la sucia y escabrosa calumnia que están volcando sobre mí, aunque sólo sea por lo que de degenerativa tiene. Es tremendamente incómodo sentirse cubierta de estiércol, ya que para mí todo lo que no esté dentro de un orden divino natural (como lo es la específica determinación de los sexos), por mucho que los tiempos quieran anarquizar toda ética consecuente con ello, me parece, me sigue pareciendo, denigrante y ofensivo. En el caso de que esto se dijera de otra persona yo tendría que contar con sus circunstancias, las cuales indudablemente delimitarían culpabilidades, etc. En mi caso, como algo que me achacan a mí, no puedo menos de sentirme asqueada ante esta basura con que han pretendido ahogarme.

La escabrosidad y lo sorprendente del tema no deja de estar muy dentro de una clase de prevenciones muy propias y muy usadas en la Obra. Yo misma, en mi anterior libro, abordaba el tema y hacía referencia a lo fácilmente que buscan desviar los problemas que no les convienen, en otros personales que nunca existieron. El tema de los peligros sexuales son para el montaje de la Obra una manera de polarizar las preocupaciones de las personas para evitarles o impedir otra clase de problemas (de coherencia, de justicia, de caridad auténtica...), además de una verdadera obsesión de su fundador. Si algo he sido yo, en este aspecto, es demasiado ingenua: comprendía que hubiera ciertas prevenciones por los casos aislados que pudieran darse; lo que nunca pensé, como al parecer era la realidad, es que considerasen que todas éramos igual de degeneradas. Veía y me oponía a que so pretexto de "puritanismos constructivos" se faltase a la más elemental humanidad o se acogotase a las personas con fantásticos prejuicios o escabrosas posibilidades. Sin embargo, si de algo me tacharon estando dentro fue de cerebral y exigente en la entrega.

Puedo asegurar que a mí no sólo no me echó nadie de la Obra, sino que intentaron retenerme por todos los medios. Me ofrecieron vivir en la casa y ciudad que yo quisiera, elegir trabajo. Se desplazaron distintas directoras desde Madrid a Sevilla para hablar conmigo, como medio de convencerme para que no me fuera. A lo que yo les respondí que para "elegir" no había ido a la Obra, que no quena arreglos cómodos, sino soluciones de fondo, y éstas... fueron las que nunca nadie me ofreció. Porque "no se trata de hacen nada coherente con nada, sino de vivir lo que el Padre diga, porque él lo dice y como él lo diga". La razón no cuenta. Y yo, sin embargo, tenía entendido, y sigo entendiéndolo así, que ni para los misterios de fe la razón es un obstáculo.

Sí, ahora como antes han creído posible problematizamos, así, para desviar lo que a ellos les interesa.

En una conversación suscitada por estas acusaciones, me contaban que hace unos años, en una de esas redadas que se hacían a efectos de evitar la peligrosidad social, cogieron aun grupo de homosexuales, incluyendo entre ellos a uno que no lo era, que de vergüenza se murió. ¿Conocerían los del Opus este caso?

Pero "no tenéis vosotros que temer a los que matan el cuerpo y nada pueden hacer con el alma" (es un consejo de Dios). O lo que es igual: no tenéis que acobardaros ni preocuparos porque los demás os hagan quedar mal ante los hombres cuando nada cambia las cosas ante Dios.

La calumnia que han utilizado puede ser para ellos un medio de defensa. Bajo un fin que justifica los medios, muy a pesar del propio principio moral cristiano que mantiene todo lo contrario. Y sus razones, sus razonadas sinrazones, puede que logren seguir "dominando" algunos que otros grupos de gente que prefieren la "seguridad" que da la Obra a cualquier otra postura más comprometida y más personalmente responsable.

Algunos, sin embargo (de los suyos también), aún son capaces de alegar, como me contaba una que así lo había expuesto en su "charla semanal" (conversación establecida con la directora), quizá un poco salida de madre por entender "algo" de libertad de espíritu (lo cual no admite el buen espíritu de la Obra), le decía: "que si esto hacen con esta chica, quién me garantiza a mí que mis propios defectos, los que estoy contando hoy, no serán aireados y sacados a la calle cuando os convenga".

Se llaman a sí mismos (los socios de la Obra) sembradores de paz y de alegría. ¿De qué clase de paz? Porque la suya es una paz y una alegría realmente peculiar. La paz verdadera, la paz que da el cielo, es "para los hombres de buena voluntad", "para los que son objeto del agrado divino", dicen los textos evangélicos; y difícilmente atropellos como los que ellos comenten pueden estar dentro de conceptos análogos.

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Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?