LA OTRA CARA DEL OPUS DEI
Autora: María Angustias Moreno
DRESPRESTIGIO COMO
ESTILO DE DEFENSA (I)
Los socios del Opus Dei se jactan de su elección divina,
en palabras de lo que es el prólogo de su Catecismo
(resumen muy peculiar de sus Constituciones), hacen suyas,
de cada uno, y aprendidas de memoria, palabras de su Padre
en las que les cifra toda su felicidad, en "la alegría
de haber sido elegidos por el Padre del cielo, para hacer
el Opus Dei en la tierra".
En palabras del evangelio tendríamos que decir, tendríamos
que centrar la verdadera felicidad, fidelidad como dicen ellos,
en la realidad de una fe, insertada en Cristo, con la cual
"viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre,
que está en los cielos".
Obras son amores y no buenas razones. A sus obras voy a referirme:
las obras realizadas por unos sacerdotes del Opus Dei, "en
cumplimiento (según les han leído en nota de
gobierno interna, a sus miembros, haciendo referencia al caso)
de su misión sacerdotal".
Unas obras (misión de esos señores), con las
que no sólo no quisiera desmerecer del sacerdocio,
sino evidenciar lo radicalmente ajenas que le son a éste.
Alusiones proféticas dicen en la Sagrada Escritura:
"Escuchad la palabra de Yahvé, hijos de Israel,
pues Yahvé tiene una querella con los hijos del país,
porque no hay sinceridad, ni piedad, ni conocimiento de Dios
entre ellos, sino mentira y perjurio, muerte y robo, adulterio
y violencia, asesinato sobre asesinato (...)
Entre tanto nadie protesta, nadie reprende, contra ti, sacerdote,
me querello. Tropiezas noche y día. Y contigo tropieza
el profeta y haces perecer a tu pueblo." (Oseas, 4.)
Cuando las obras no son consecuentes con la verdad y con
la justicia, con la caridad, no pueden ser obra de Dios. No
pueden ser obra de ningún miembro del cuerpo místico
de Cristo en razón de su sacerdocio común, menos
aún en razón de un sacerdocio ministerial.
Un Cristo al antojo de intereses personales, o de prejuicios
y deformaciones con miras egoístas, o egolátricas
(de culto a cualquier cosa que no sea Dios), es el peor atropello
que católicos o sacerdotes, sacerdotes o católicos,
podemos ofrecer sobre la verdadera imagen de nuestra fe y
de nuestra misión de apóstoles.
¡Qué difícil es creer cuando los "buenos"
muestran esas imágenes! ¿Nos damos cuenta de
lo difícil que se hace la fe a los que ven en "los
buenos" una imagen así? Una imagen que repele,
provoca rechazo, desagrada, desconcierta, rompe... y aleja.
¡Qué difíciles...!
Durante veinte siglos, desaprensiones y bajezas en nuestra
conducta, en la de los católicos (en la de eclesiásticos
igual, a pesar de su compromiso, por decisión vocacional
personal, de ir por delante como maestros) han incidido en
la Iglesia católica como el látigo en el mártir.
La Iglesia tiene, y siempre las ha tenido, sus peores dificultades
en las infidelidades de los suyos. Dificultades que a la vez
no dejan de ser el gran desafío: la prueba mayor de
su divinidad. ¿Qué sociedad humana es capaz
de subsistir a pesar de... siglo tras siglo? ¿Qué
sociedad anónima no quiebra a la vuelta de muy pocos
años si los suyos no son competentes? La Iglesia subsiste
a pesar de nuestras miserias.
Muy a pesar de tantas variadas argumentaciones como se esgrimen
ahora para justificar lo injustificable, hay quienes, sin
querer dejar de llamarse católicos, dicen que creen
en Dios pero no en la Iglesia; contradicción tan tremenda
como la de estar concibiendo que se puede creer en Dios sin
hacerlo en su Palabra hecha carne: Cristo o cabeza precisamente
de esa Iglesia en la que dicen no creer. Hoy por hoy se dice
de todo. Éste es el problema.
El problema que bajo jactancias opuestas, pero de la misma
inconsecuencia, ha llevado a estos señores a llamar
"misión sacerdotal" a una serie de visitas
programadas, sin otro motivo que desprestigiar, injuriar y
calumniar.
En diciembre del 76 publiqué el libro (primera parte
de éste) titulado "El
Opus Dei. Anexo a una historia", cuyo contenido han
ido comentando las cartas que han salido a colación.
En enero del 77 publica la prensa (Diario de Barcelona) una
carta en la que veintitantas personas, antes pertenecientes
a la Obra, se solidarizan con dicho contenido. Carta que siguió
saltando a la opinión pública en distintas revistas
nacionales, durante los meses posteriores.
El 27 de abril del mismo año, y en menos de una semana,
seis sacerdotes del Opus Dei: dos en Madrid (don Emilio Navarro
Rubio y don Juan García Llovet), dos en Barcelona (don
Benito Badrinas Amat y don Severino Monzón) y dos en
Andalucía (don Ernesto Peñacoba Muñoz-Chapuli
y don Antonio del Vals), todo ellos con años, muchos
años, de vuelo en la institución, en la cual
han desempeñado y desempeñan cargos de responsabilidad,
previa cita con carácter urgente y para una visita
rápida (así lo fueron advirtiendo a las interesadas),
recorrieron las casas de una serie de personas firmantes de
la carta antes mencionada.
Se trataba de que yo era persona peligrosa, y se consideraban
en el deber de advertirlas contra mí. Durante cuatro
años que llevaba fuera de la Obra, nadie había
tenido nada que decir. A nadie le había parecido mala.
Hasta que salió el libro, y más aún cuando
resultó ser merecedor de solidaridad por parte de personas
que habían vivido la misma experiencia que yo.
¿Qué los movió a actuar como lo hicieron?
No lo sé. Quizá su afán de autodefensa
(prestigio del Padre y de la Obra) a ultranza, en el que el
fin justifica los medios, unos medios que pueden ser cualesquiera,
y que se buscan (en ese caso lo prueba la evidencia de los
hechos) entre los más destructivos.
¿Movidos por la necesidad de acallar testimonios (los
propios de esas personas visitadas) que se fortalecen, o se
hacen más posibles, en la fuerza del grupo?
¿Convencidos de que la escabrosidad del tema nos anonadaría,
nos dejaría agobiadas, acobardadas y hundidas, deshechas,
y psíquicamente incapaces de volver a levantar la voz?
¿Para desunir lo que ni siquiera estaba unido (la
mayoría no me habían visto en su vida ni me
conocían), y con ello evitar la fuerza de la unión?
No lo sé. Únicamente sé, y esto sí
que creo resulta constatable, que sí existía
la clara necesidad de que destruyendo la propia honra y el
prestigio de la autora el libro queda desmerecido. Algo así
como una especie de terrorismo psicológico.
Durante el transcurso de las visitas alegaban, según
los textos que van a quedar expuestos por las propias interesadas,
el deseo de "velar por ellas". De velar expresamente
por las que se habían solidarizado con mi libro, no
por otras. Mientras durante años, cuatro o cinco por
el lado más corto, habían ignorado toda clase
de necesidades (espirituales, morales o materiales) en esas
mismas personas. Entre ellas las hay con problemas de todas
clases. Las hay que han tenido que buscar trabajo viviendo
de mala manera por no tener lo suficiente para pagarse una
residencia en condiciones, y no les ha importado. Las hay
con un hijo enfermo (una operación detrás de
otra), un hermano que se queda progresivamente paralítico
a los 30 años y con cinco hijos, y nadie se ha dignado
ofrecerle el más elemental consuelo. Las hay que durante
ese tiempo se les murió su padre, y no fueron a visitarlas.
Las hay de todas clases. Y en ninguna de esas necesidades
ha creído oportuna la Obra acordarse de ellas.
Otras muchas (de las que han salido de la Obra), se han vito
también abocadas a descalabros serios, como consecuencia
de la utilización que hacen de la fe y de los más
elementales sentimientos, junto con la soledad en que dejan.
Y nada de eso ha despertado en ellos, los de la Obra, ninguna
actitud de ayuda. Sé de una numeraria, que dejó
de serlo ya bastante mayor (hace unos 5 ó 6 años),
que se encontró sin familia, sin profesión,
y sin tan siquiera fuerzas para luchar en la difícil
tarea de conseguir el sustento de cada día (después
de haber agotado sus energías al servicio de la Obra),
y que le "permitieron" vivir en una casa de vecinos
con derecho a cocina, en un barrio extremo de Madrid, porque
la Obra no estaba dispuesta a pasarle cantidad para más;
muy a pesar de las exquisiteces que se viven dentro. Sin que
esto tampoco fuese para ellos ninguna exigencia o deber de
caridad. De justicia, diría yo.
Pero ahora sí, ahora "hay que velar" por
las que podemos dar un testimonio demasiado claro y constatable.
"Venimos a hablarte de María Angustias Moreno":
era el preámbulo con el que iniciaban sus entrevistas.
"¿De su libro?", contestaban las interlocutoras,
como aceptando la razón más lógica dentro
de la inesperada y sorprendente visita. "No -fue la contestación
tajante-, de su libro no, de ella." El libro no querían
ni mencionarlo; les constaba que lo conocían bien,
y sabían igual de bien la incapacidad o imposibilidad
de rebatirlo a personas tan experimentadas en la materia.
Quizá por eso tampoco se plantearon nunca querellarse
con el libro en sí; ello podía provocar "defensas",
y no les interesan.
No deja de ser inaudito, desconcertante. ¿A santo
de qué?, se preguntaban las visitadas. No voy a ser
yo la que lo cuenta, lo van a contar ellas, cada una. Como
cada una, luego, localizando mi teléfono (algunas de
ellas a través de la Editorial), me fueron llamando
para ofrecerme su ayuda. Aproveché para pedirles una
redacción de lo ocurrido, lo más extensa posible,
legitimada ante notario.
Lógicamente no me es posible asegurar que fueran sólo
las que han dado señales de vida las entrevistadas.
De hecho me llegaron por diversos conductos argumentos en
la misma línea, como la "más natural explicación"
por parte de miembros de la Obra, ante la necesidad de cortar
cualquier conversación, comentario o pregunta acerca
del libro.
A mí también me visitaron, pero antes de verme
a mí habían estado ya en casa de una en Sevilla,
y de varias en Madrid y en Barcelona.
A los pocos días fue mi madre, con mi hermano, a visitar
a los sacerdotes de Andalucía, esperando recibir de
ellos alguna explicación. No hubo medio.
Los textos escritos sobre la marcha el día mismo de
los sucesos van a ser la más exacta y veraz explicación.
Copio sólo unos cuantos, correspondientes a las distintas
ciudades en que se efectuaron las visitas, lo suficientemente
significados, a la vez que no demasiado repetidos (son todos
los demás similares). Quince son las personas citadas
de las que yo he sabido; entre ellas un sacerdote.
Reproduzco primero la visita que me hicieron a mí;
luego la de mi madre y hermano, para a continuación
hacerlo de otras seis más.
Día 27 de abril, sobre las siete de la tarde.
Dos sacerdotes del Opus Dei: Don Ernesto Peñacoba
Muñoz-Chapullo y Don Antonio del Vals, pasaron por
casa de mi madre buscándome. Esta, con ellos delante,
llamó a mi piso para ver si estaba; me dijo que esos
señores querían verme, y yo les dije que les
recibía en mi casa. En menos de cinco minutos, encontrándome
yo sola en el piso, se produjo la entrevista siguiente:
-Venimos a decirte que estás haciendo cosas muy graves.
-La gravedad -les argumenté- no deja de ser un problema
personal, mío, de mi conciencia y según la
ley.
-Tu ley -me contestaron ellos.
-No, la ley objetiva de la Iglesia -les respondí.
- No venimos a discutir. Sólo hemos venido a decirte
que tenemos cosas muy graves que decir contra ti, con datos
y pruebas, y que pensamos usarlas.
-Ustedes sabrán -les contesté-. No tengo nada
que temer, acepto lo que quieran inventarse; allá
ustedes.
-La Obra no ha dicho nada contra ti y tú lo estás
diciendo de la Obra.
-Perdonen -les interrumpí-. Si quieren les cuento
el último comentario que personas de la Obra han
difundido entre un grupo de señoras de Sevilla. (Ya
había empezado la campaña.)
-Eso no es la Obra, eso son las personas -dicen ellos.
-Delimitemos -les interrumpo-. ¿Qué es la
Obra y qué son las personas?
-Te hemos dicho que no venimos a discutir. Queremos sólo
decirte que vamos a usar contra ti acusaciones muy serias.
-De todas maneras (les insisto), permítanme que les
diga que ustedes, los sacerdotes del Opus Dei, con la mano
en el corazón, saben mejor que nadie que nada de
lo que yo he dicho de la Obra hasta ahora es mentira. Y
si no, díganme.
Callan, se levantan y se van diciendo que ya sé a
lo que han venido.
Y yo, detrás de ellos, que salían, les dije:
-Lo de siempre. Ustedes lo único que saben es condenar
sin dialogar.
A pesar de que la advertencia era de que "iban a decir",
nada más salir ellos de casa, me cuentan telefónicamente
de cuatro personas que ya habían estado a decirles
lo que ellas mismas podrán declarar.
Sevilla, 27 de abril de 1977.- Fdo. MARÍA ANGUSTIAS
MORENO CEREIJO.
* * * * * * * * * *
El día 30 de abril de 1977, María Luisa Cereijo,
Vda. de Moreno (madre de María Angustias) después
de solicitar una visita por teléfono a don Antonio
del Vals, ésta le fue concedida, y acudió
a ella acompañada de su hijo, Rafael Moreno Cereijo,
a Río de la Plata, 7, Sevilla, sobre la una del mediodía.
En resumen, la conversación, se desarrolló
de la siguiente manera:
María Luisa Cereijo expresó el motivo de
su visita solicitando una explicación a la entrevista
mantenida el día 27 anterior entre ellos y María
Angustias. Don Antonio del Vals contestó diciendo
que había que rezar mucho por María Angustias.
Intervino Rafael y le dijo que no habían ido a pedir
rezos, sino una explicación.
La explicación no se producía; la actitud
de don Antonio del Vals era pasiva, de gesto, anodina; sin
negar nada de lo que se le fue diciendo y sin explicar nada
tampoco.
María Luisa expuso el desconcierto que le producía
que sacerdotes católicos actuaran como ellos lo estaban
haciendo. Le dijo que si ellos veían mal el libro
que procedieran contra éste; pero que cómo
siendo sacerdotes, cuya misión es confesar, convertir
y perdonar, se dedicaban a acusar, de forma organizada como
lo estaban haciendo y en ciudades distintas. Le comentó
el pasaje del Evangelio en el que le llevaron a Jesús
a una mujer pecadora. "Jesús -comenta María
Luisa- ni aplaudió la actitud de quienes la denunciaban
ni se lo agradeció siquiera." María Luisa
siguió argumentando que cómo era posible que
actuaran así ahora si a ella, Don Antonio (director
de la delegación de Sevilla, sacerdote con el que
ella se confesaba) cuando María Angustias se salió
de la Obra, le dijo que no se preocupara, que si ella quería
volver, la recibirían con los brazos abiertos. Don
Antonio del Vals no contestó a nada, dijo únicamente
que él no tenía nada que decir.
Rafael Moreno intervino diciendo que si él creía
que en nombre de Dios, por la salvación o defensa
de cualquier tipo de "cosa", se podía utilizar
la injuria; a lo que el sacerdote contestó con un
encogimiento de hombros: .."depende... " Ante
el desconcierto que aquella actitud les producía
y la insistencia de María Luisa de que ella no podía
pensar que como sacerdotes actuaran así por el perjuicio
que a la Iglesia le podían ocasionar, Rafael le contestó
que no se preocupara porque la Iglesia había sobrevivido
a Papas corrompidos. Siguió Rafael haciendo una breve
síntesis de la manera de ser de María Angustias,
la cual había escrito el libro escogiendo la postura
más incómoda, la de no pensar en ella misma
(en su comodidad), por honradez, no por soberbia, por un
amor a la Obra mucho más profundo que el que los
mismos de dentro estaban demostrando; ella, le dijo, la
cree salvable, y se juega su comodidad para que sea posible;
y lo cree a pesar de que hace tiempo hay mucha gente que
no lo cree.
Nosotros -siguió Rafael- respondemos de que mi hermana,
cuando se fue a la Obra, era una persona totalmente normal;
si luego lo que ustedes andan diciendo es verdad, lo primero
que habrá que hacer es someter a revisión
la vida que ustedes les hacen llevar en las casas de la
Obra.
Mi hermana es muy pequeña al lado de ustedes; esto
ha pasado a ser un problema familiar, y realmente como familia
también somos insignificantes al lado del poderío
de ustedes, pero si quieren escándalo se va a producir.
Ante lo de "poderío" Don Antonio del Vals
contestó con fuerza por primera vez en toda la entrevista,
diciendo que ellos no eran poderosos. Rafael le dijo que
le diese el nombre que quisiera, pero que se trataba de
que, a pesar de todo, María Angustias tendría
que defenderse, e iba a hacerlo.
Don Antonio del Vals mantuvo su postura pasiva, sin razones,
sin opción al diálogo, sin argumentar nada
en contra de lo que se le iba diciendo; cerrado en una actitud
de incógnita, de intriga, extraña e inconsciente,
ante lo cual María Luisa y Rafael dieron por terminada
la entrevista. Don Antonio por la escalera se permitió
insistir a María Luisa en que "no se preocupara",
que rezara. Ella le dijo que sí se preocupaba, y
que rezaba, rezaba mucho por la Iglesia, por sus hijos y
por el Opus Dei.
Sevilla, 30 de abril de 1977.- Fdo. María Luisa
Cereijo Juárez, Rafael Moreno Cereijo.
* * * * * * * * * *
Día 27 de abril de mil novecientos setenta y siete,
a las 6,30 de la tarde.
Vinieron a visitarme dos señores que decían
ser sacerdotes del Opus Dei: Don Ernesto Peñacoba
Muñoz-Chapuli y Don Antonio del Vals.
A las seis de la tarde me había llamado por teléfono
el primero de ellos, para solicitar la entrevista. Le pedí
que me explicara el motivo de la visita a lo cual se negó
debido a que era por teléfono, pidiéndome
que por favor esperase un momento que iban para mi casa.
Sobre las 6,30 llegaron los dos arriba citados. Les advertí
que había quedado citada con Teresa Vázquez
y que podía ser una situación violenta para
ellos. Ella llegó nada más iniciada la conversación.
La pasé a la habitación de al lado, y ellos
me advirtieron que cerrara la puerta porque podía
oír. El piso es un apartamento y se oye todo en todas
partes.
La conversación fue la siguiente:
Les pregunté el motivo de la visita.
-Venimos -dijeron- a hablarte de María Angustias
Moreno.
-Conozco su libro -les contesté.
-No venimos a hablar del libro, sino de ella. Queremos advertirte
de que es lesbiana, es decir que ha tenido trato camal y
tenemos pruebas de corrupción dentro de la Obra.
Les pregunté si se daban cuenta de la difamación
que eso suponía, de la gravedad de lo que estaban
diciendo. Les dije que la conocía y me parecía
suficientemente adulta, además de que su labor me
parecía positiva incluso respecto a la Obra. Con
su libro -insistí- desde luego me identifico.
Me repiten que no quieren hablar del libro, y que no han
tomado ninguna medida contra él para que pudiera
decir lo que quisiera, pero que se había pasado,
por lo que ahora actuaban. Sólo venían a advertirme
en contra de ella, de su labor de corrupción dentro
y fuera de la Obra.
Vuelvo a exponer mi desconcierto. Les digo que a ellos
no los conozco de nada y que María Angustias sí,
por lo que les pido que me lo demuestren con pruebas.
Dicen que si eso (tocándose la sotana) no es suficiente
motivo de crédito.
Les argumento que conozco a María Angustias a través
del libro especialmente, y que la sotana no me es suficiente.
Insisto en que me den pruebas para creer lo que me están
diciendo.
Contestan que no quieren involucrar a personas, pero que
me advierten del daño que María Angustias
podía hacerme.
No tenemos más que decir. Se levantan y se van.
Sólo desde la puerta pude repetirles que si se daban
cuenta de la gravedad de lo que acababan de decir, sin darme
además ninguna prueba.
Sevilla, 27 de abril de 1977.- Fdo. L. H.
Cordoba, 28 de abril de 1977
* * * * * * * * * *
Querida Marian:
Quiero que tengas noticias de una visita sorpresa que he
tenido esta mañana y a la que todavía no he
sabido reaccionar.
Sobre las doce de la mañana me llamó por teléfono
D. Ernesto... diciendo que era sacerdote del Opus Dei, y
que quería hablar conmigo unos minutos, llegando
a mi casa seguidamente, acompañado de otro sacerdote
también de la Obra: D. Antonio del Vals.
En resumen, lo que ellos me han planteado se puede sintetizar
así:
1° Me plantearon que habían visto mi firma en
varias cartas publicadas en diversas revistas, solidarizándome
con el contenido de tu libro "Anexo a una Historia.
El Opus Dei", y advirtiéndome que "debía
tener cuidado con lo que firmaba".
Al responderles que soy responsable de lo que firmo y que
participo plenamente con lo que en el libro se dice, les
indiqué que si algo en él había que
no fuese cierto, existen unos medios legales para rebatirlo,
y que están en su perfecto derecho de llevarlo a
cabo.
Me respondieron: "que no venían para hablar
del libro", pasando entonces a lo siguiente.
2° Querían hablarme de ti como persona, porque
lo consideraban un deber de justicia el preocuparse por
la salvación de mi alma, y tal deber les obligaba
a decirme que tenías "desvíos sexuales"
y, concretamente, que eres homosexual.
Ante mi sorpresa e incredibilidad, no pudieron explicarme
desde cuándo tienes tú ese famoso "desvío",
y sólo me contestaron que "hasta ahora no habían
querido hablar".
3° Como último tema, ellos justificaban que el
hecho de tú haber escrito el libro era para encubrir
el "defecto" que ahora dicen que tienes.
Como puedes comprobar de nuevo vuelven al primer planteamiento
sobre el libro, de tal manera que en el curso de la conversación
les dije si es que les daba miedo que los que nos hemos
salido de la Obra pudiéramos escribir un nuevo libro.
Por supuesto, respondieron que no.
Marian, te puedes imaginar que me encuentro totalmente
deprimida, no por ti, sino por ellos, ya que te he tratado
lo suficiente como para no creérmelo, y en el último
caso de admitirlo, me parece un chantaje demasiado bajo.
Esperando verte muy pronto, recibe un abrazo.
Fdo. E. P. G. Madrid, 29-4 -77
* * * * * * * * * *
Querida María Angustias:
Sólo dos letras; no quiero volver a contarte la
repugnante historia que creo ya conoces de los curas que
se dedican a ir de casa en casa para decir majaderías.
Soy una más de las firmantes de esa carta que tan
nerviosos los ha puesto; como cuando se presentaron en mi
casa me dejaron estupefacta con el planteamiento, y no pude
ni responder, hoy mismo les he escrito para darles mi contestación
al tema y te mando una copia de la carta para que conozcas
mi actitud.
Puedes estar segura de que nadie de las que en Madrid ha
firmado esa carta va a echarse para atrás y que a
ninguna han conseguido impresionar con sus planteamientos;
estuvimos reunidas ayer y el tema quedó bastante
claro, puedes contar con todas para lo que haga falta.
Hasta cuando quieras, un abrazo muy fuerte.
Fdo. M. V.
La entrevista con M. V., totalmente semejante a las expuestas,
abordaba el tema bajo la disculpa de defenderla de su ingenuidad.
Madrid, 29 de abril de 1977
Sr. D. Juan García Llovet
Diego de León, 14.
No estoy muy segura, pero es posible que mi reacción
del miércoles, después de su visita, les haya
parecido positiva; voy a explicarles la realidad de lo que
su repugnante actitud me ha parecido.
El que yo no tuviera nada que decirles en aquel momento
se debe, sobre todo, a lo increíble que me pareció
lo que estaba viendo y oyendo: dos personas que, hasta ese
momento, podían parecerme de cierta categoría,
se presentan en mi casa, jugando a sorprender para calumniar
a otra tercera. Y mis buenas maneras se deben, simplemente,
a que me considero una persona educada y a la presencia
de mi madre en casa. Una vez aclarado esto, voy a decirle
cuál es mi postura ante este tema, para que todos
sepamos a qué atenemos.
Entiendo que si por algo se me puede llamar ingenua no
es precisamente por haber firmado la famosa carta, sino
por haberles escuchado a ustedes y por haberme dejado sorprender
con sus procedimientos, ya conocidos por mí desde
hace tiempo. Resulta que me llaman para "un asunto
urgente", urgente sobre todo para usted, no para mí,
que ya hasta se me había olvidado, y sin ninguna
consideración aparece en mi casa acompañado
de otro individuo, experto en la materia, pura y sencillamente
para calumniar (digo "calumniar" perfectamente
consciente de lo que eso significa) a otra persona que yo
ni siquiera conocía. Efectivamente soy una ingenua
y debía haberme imaginado con su sola llamada cualquier
bajeza de este tipo.
Además, tuvieron la deferencia conmigo a modo de
lealtad, ¿lealtad con quién?, me pregunto
yo. Conmigo no, desde luego; con la Obra, que para ustedes
está por encima de todo (y esto no van a negarlo
ahora), por encima, por supuesto, de las personas, a las
que se puede importunar, maltratar, calumniar y hasta deshacer,
si fuere preciso, con tal que su Obra resulte triunfante.
Ya se imagina que no tengo nada que agradecerles, el favor
no iba para mí. Yo a usted le importo bien poco,
y la prueba es que no se interesó por mí directamente
ni una sola vez desde que yo me marché de la Obra
y el miércoles tampoco ninguno de los comentarios
tuvo que ver conmigo.
Usted, D. Juan, acudía a mi buena voluntad porque
"conociéndome como me conoce" le había
sorprendido mi adhesión al libro de María
Angustias. Y yo sigo preguntándome ¿cómo
me conoce? Jamás había hablado, hasta el otro
día, personalmente conmigo; me imagino que su profundo
conocimiento de mi persona se debe, sobre todo, a ese cotilleo
continuo que se traen en la Obra y que hace que lleguen
siempre, a través de terceros, los rasgos de la personalidad
de cada uno hasta los directores, que son capaces con esos
datos, obtenidos con intermediarios en el 90% de los casos,
de juzgar y disponer de la vida de todas esas personas que
"ingenuamente" siguen creyendo que están
ahí haciendo de su vida una entrega continua a Dios
y a los demás. Usted, don Juan, no me conoce en absoluto
y lo ha demostrado con su ridículo comportamiento,
que ha conseguido unos efectos exactamente contrarios de
los que pretendía.
La afirmación que me hizo sobre la desviación
patológica de María Angustias, es algo que
de ninguna manera venía a cuento y que. además,
no me interesa en absoluto. En el libro no se vislumbra
ningún síntoma de semejante cosa, solamente
usted y los que como usted miran todo a través de
un filtro enfermizo, son capaces de llegar a semejantes
conclusiones, nadie más-y son muchos los que lo han
leído, no olvide que el libro está ahora entre
los best-sellers- ha llegado a esas conclusiones. Por lo
tanto, creo que si del libro se trataba, lo normal hubiera
sido que me hubiesen demostrado de alguna manera que, cualquiera
de las afirmaciones que en él se hacen no es cierta.
Lejos de eso, dejan sin negar, porque no lo pueden negar,
claro está, nada de lo que dice el famoso libro y,
sin embargo, se dedican a meterse en la vida privada de
la persona que lo ha escrito y a calumniarla impunemente.
Si tanto les preocupa el comportamiento sexual de la gente.
dedíquense a investigar dentro, que tiene material
suficiente.
Me parece que, de momento, no tengo más cosas que
decirle; quede bien claro que volvería a firmar la
carta que tanto les preocupa y que, con su comportamiento,
lo único que han conseguido ha sido que, además
de poyar el libro y cooperar, a partir de ahora, a su difusión,
apoye desde este momento a María Angustias, a quien,
en contra de lo que usted afirma, yo ni siquiera conocía
y quien, por supuesto no ha intentado en ningún momento
ponerse en contacto conmigo ni para que firmara la carta
ni para ninguna otra cosa.
Un último detalle: no quiero volver a tener relación
ni con usted ni con nadie que se dedique a chismorrear,
y mucho menos a calumniar, con lo cual ni intente prepararme
otra encerrona como la del otro día, porque mi "ingenuidad"
han conseguido curármela; eso es lo único
que tengo que agradecerle.
Fdo. M.V.
* * * * * * * * * *
El día 27 de abril, alrededor de las nueve de la
noche, al volver del trabajo, sonó el teléfono
y cuando contesté me dijeron: Soy D. Emilio Navarro.
No sé si te acordarás de mí, pero nos
vimos un día en casa de Pilarín, mi hermana,
que estaba enferma; yo estaba allí y tú fuiste
a visitarla. Le contesté que sí me acordaba,
y entonces él dijo: Tengo que verte urgentemente
para hablarte de un tema muy grave; yo al principio dudé,
ya que hacía siete años que no sabía
nada de ningún sacerdote del Opus Dei, a partir de
una salida mía de la obra muy desagradable, en cuyos
momentos se portaron muy mal, me calumniaron, se quedaron
con mi dinero, que pertenecía a mi patrimonio, y
como no hubo forma de dialogar, ellos adoptaron la postura
de que había difamado a la Obra -cuando lo único
que había hecho es contar la verdad a las personas
que me lo preguntaron-, y declararon que no querían
saber nada, incluso negándome el saludo, etc.
Pero al insistir y por tratarse del hermano de Pilar Navarro,
de la cual soy amiga y también salió de la
Obra en unas condiciones similares a la mía, pensé
que deseaba hablarme de algún problema familiar,
por lo cual repuse que de acuerdo. Don Emilio dijo que tenía
que ser al día siguiente; yo le expuse mi horario
de trabajo, ante lo cual quedamos en mi casa a las 3.30.
A las 3.20 en punto veníamos Isabel y yo -I. M.
de R., trabajamos en la misma Empresa y ella es la encargada
general- nos encontramos justo en la puerta del apartamento.
A don Emilio Navarro le acompañaba otro sacerdote,
que nos presentó en ese momento: Don Juan García
Llovet.
Entramos en el apartamento e Isabel se fue a la habitación
de al lado dejando la puerta entreabierta. Nos sentamos
los tres e inmediatamente dijo don Emilio que venía
para hablar conmigo, que era algo muy privado, etc. Yo le
dije que de acuerdo y que por eso Isabel se había
quedado en la otra habitación descansando.
YO: Ustedes me dirán.
D. EMILIO: Se trata de una cosa delicada, grave. ¿Tú
sabes lo que es la difamación?
YO: Sí.
D. EMILIO: Si yo supiera algo de ti -algún lío
personal-, y lo dijera, sería difamarte aunque fuera
verdad, y eso es lo que ha hecho María Angustias
con su libro y tú firmaste la carta aprobando semejante
actuación.
YO: Desgraciadamente sé perfectamente lo que es.
Firmé la carta porque todo lo que dice es verdad
y estoy de acuerdo con ella.
D. EMILIO: Del asunto que vamos a hablarte sólo hemos
querido hacerlo con las personas que están implicadas
directamene, ya que algo tan grave no nos parece se pueda
difundir. Mira, B.: es sobre María Angustias Moreno.
Hemos venido a advertirte sobre esta persona. María
Angustias es una desviada sexual, una lesbiana.
D. JUAN: Sí, está totalmente corrompida, es
espantoso.
YO: ¿Qué pruebas tienen para decir semejante
cosa?
D. EMILIO: Muchas, muchísimas.
YO: Sí, claro, de personas de dentro.
D. EMILIO: No, de antes de ser de la Obra, de cuando era
de la Obra y de después; nos parece que tú
como has firmado una carta que se ha publicado es muy peligroso,
además quedas involucrada con la vida espantosa de
esta persona, etc.
YO: Primero no me lo creo, pero aunque fuera verdad, la
vida privada e íntima de una persona es algo que
siempre he respetado y que nunca me he atrevido a juzgar.
D. EMILIO: Sí, pero en este caso es distinto; date
cuenta que tú tratas con gente conocida, respetable
y sería lamentable que te encontraras mezclada en
semejante corrupción.
D. JUAN: Sí, es una cosa increíble, son casos
que podríamos contarte que te quedarías asustada...
YO: Miren, a mí todo esto me parece increíble
y no admito que sigan ustedes hablando de esto. Yo efectivamente
firmé una carta apoyando el libro, el cual me parece
totalmente verdad, y desaprobando el boicot que ustedes
estaban haciéndole al libro; pero yo en esa carta
no he dicho nada sobre la persona de María Angustias
y me parece que nadie tiene derecho a decirlo, así
es que no me interesa seguir esta conversación, que
por cierto me parece muy mal por parte de ustedes.
D. EMILIO: Sí, pero ten en cuenta que nosotros hasta
ahora no hemos hecho nada, pero si las cosas siguen así,
tendremos que tomar medidas contra María Angustias
y las personas que colaboran con ella sabiendo el mal que
está haciendo, para que lo piensen en conciencia.
En ese momento yo levanté la voz y llamé
a Isabel:
-Isabel, ¿puedes venir un momento?
Los dos sacerdotes se levantaron furiosos y dijeron: Te
hemos dicho que esto que hemos venido a decirte es sólo
para ti, y luego tú haces el uso que te parezca,
y yo les contesté: Por supuesto.
Isabel apareció y los dos la miraron indignados
y dijeron: no, nosotros ya nos vamos, y yo repuse: esperen
un momento porque yo también tengo cosas que decir.
Me dirigí a Isabel y le dije: Estos dos sacerdotes
vienen a decirme que María Angustias Moreno, la autora
del libro sobre el Opus Dei que leíste, es lesbiana.
Isabel no contestó nada y se les quedó mirando
y entonces:
D. EMILIO: Pero ¿tú has sido del Opus Dei?
ISABEL: No, pero he leído el libro y me pareció
muy bien, me aclaró muchas cosas que no entendía.
YO: Isabel quería haber firmado la carta que se publicó
y que a ustedes tanto les preocupa, pero no lo hizo porque
en aquella ocasión la carta sólo estaba firmada
por personas que habían pertenecido al Opus Dei.
Los dos seguían de pie y dijeron: Bueno, nosotros
nos vamos, porque éste no es el tema.
YO: Sí que es el tema y me gustaría hablar
un momento. ¿O es que no puedo?
D. EMILIO: No, porque nosotros hemos venido a algo muy concreto
y éste no es tema (repetía una y otra vez).
YO: Sí que es, porque existe un diálogo; por
lo tanto tendrán que escuchar (pero ya estaban casi
al salir).
D. EMILIO: En otra ocasión.
YO: Me extraña mucho si usted sabe en qué
circunstancias salí de la Obra, con un problema económico
que no sé si usted conoce.
D. EMILIO: Lo conozco.
YO: Sí, pero por parte de la Obra, o sea, la verdad
de ustedes que siempre es la verdadera, sin escuchar la
verdad de los demás; como en este momento que quiere
marcharse porque lo que diga yo ya no les interesa.
ISABEL: Bueno si ustedes se van porque estoy yo aquí,
no se preocupen porque me voy.
Y se marchó a la habitación de al lado.
D. EMILIO: Cuando tú quieras nos llamas; y de noche,
de día, cuando quieras, hablamos de todo esto, pero
te vuelvo a repetir que hoy no porque no es el tema.
YO: Me parece que cuando se dialoga los temas van todos
unidos; porque ¿es normal que ustedes no se preocupen
de una persona durante siete años, sin tener ni idea
de los problemas gravísimos que pueda tener, sobre
todo después de haberla dejado en una situación
espantosa, física, moral y económica? Y como
yo miles de personas en las mismas circunstancias y sin
embargo hoy -a pesar de todo esto- como les interesa, todo
lo pasado no cuenta, no importa; lo verdaderamente importante
es su "Tema", y vengan como si fuera lo más
normal del mundo a decirme una cosa tan increíble
de María Angustias porque, según ustedes,
es un deber de conciencia. ¿Qué clase de conciencia?
D. EMILIO: No son miles las que tú dices, son muy
pocas.
YO: Bastantes.
D. EMILIO: Yo lo sé mucho mejor que tú, y
las estadísticas dicen que la mayoría quedan
vinculadas a la Obra y las que tú dices son las menos.
YO: Me parece que con que fuera una sola sería suficiente,
y habría que preocuparse de ella. Además,
el hecho de su visita de hoy lo confirma, ya que han venido
para hablar de una persona, no para ayudarla, sino para
prevenir contra ella sobre algo que como siempre ustedes
afirman -en la posesión de la verdad- que es cierta.
Esta vez sí que ha sido suficientemente importante
una persona para que dijeran las cosas incalificables que
dicen de ella.
D. EMILIO: Pero es para advertirte, para que sepas la verdad,
porque además esa persona agrupa, hace todos los
esfuerzos posibles para reunir a la gente a su alrededor
y eso es lo peligroso. Además en el libro también
se da uno cuenta de su obsesión sexual.
YO:Pues en mi caso en absoluto, porque yo me enteré
de que una chica que había pertenecido al Opus Dei
había escrito un libro, inmediatamente fui a buscarlo,
lo compré, lo leí y después, como sólo
sabía que vivía en Sevilla, me enteré
de su dirección a través de la editorial;
y en cuanto a la obsesión a que usted se refiere
no la he notado en absoluto; pero todo lo que dice es totalmente
verdad.
D. JUAN: Fíjate y veras como sí se refleja
en el libro.
D. EMILIO: Bueno, B., ya te he dicho que estamos a tu disposición
para todo lo que necesites, cuando tú quieras y como
quieras.
D. JUAN: Nosotros te arreglamos con toda seguridad tu problema
personal, así es que te volvemos a repetir que estamos
a tu disposición en cualquier momento para hacerlo.
Si no es así, cuelgo esta sotana (y se agarraba la
sotana).
YO: Ya he sufrido bastante; no tengo nada que hablar con
ustedes. Se habló en su momento, y yo sí que
tengo testigos sobre esto, pero como en todas las actuaciones
de ustedes no existe el diálogo, y la razón
es sólo de la Obra, "caiga quien caiga",
y a costa de lo que sea. "El fin justifica para ustedes
todos los medios".
D. EMILIO: Te volvemos a repetir que estamos a tu disposición.
YO: Buenas tardes.
ELLOS: Buenas tardes.
El portero de la finca vio entrar a los dos sacerdotes,
les preguntó adónde iban y ellos contestaron
que a mi casa.
Fdo. B. E. Madrid.
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