El día 28 de abril, B. vino a verme a mi trabajo
muy preocupada y yo, que la conozco, sé que estaba
temerosa sobre lo que podía suceder en la entrevista
que un sacerdote de la Obra (a la que ella había
pertenecido) le había solicitado para ese día.
Me pidió que le acompañara como testigo,
ya que conociendo el sistema de estas personas, son capaces
de decir las cosas y luego desmentirlas si eso ya no les
parece conveniente para ellos.
Dados y comprendidos los temores que ella sentía
a la entrevista con ese sacerdote de la Obra, ya que hacía
siete años que no tenía ninguna noticia de
ellos, me ofrecí voluntariamente a ser testigo de
la entrevista, advirtiéndome que nunca ese señor
diría realmente el motivo de su visita si estaba
yo presente. Por lo tanto le propuse, ya que la cita era
en su casa a las 3,30 de la tarde, que un momento antes
estuviéramos las dos en su casa y yo me quedara en
la habitación de al lado por si mi presencia se necesitaba,
dado el tema incógnito que se preveía.
No pudo ser así ya que a las 3,20 de la tarde, cuando
llegábamos a la casa de B. nos encontramos, no con
un sacerdote como esperábamos, sino con dos, que
al ver que mi amiga llegaba acompañada por mí,
no pudieron ocultar su mal humor y el fallo de sus planes;
para mí, el ver sus rostros me pareció incomprensible.
Creo que actué de la forma más diplomática
que en esos momentos pude, y después de las presentaciones
-los dos sacerdotes eran D. Emilio Navarro Rubio y D. Juan
García Llovet-, dije o lo intenté con la mayor
naturalidad, como si fuera algo que hiciera cada día,
les pedí me disculparan y me marché a la habitación
contigua del salón que ellos ocupaban, alegando tenía
que hacer algo en esos momentos, dejando la puerta entreabierta
y dispuesta totalmente a la escucha y preparada a intervenir
si la situación lo requería.
Quiero intentar reflejaren este escrito las mismas palabras
que oí; por lo tanto, pasaré a relatarles
lo que oí y juro por Dios, en el que creo firmemente,
que lo que diga es la verdad de lo que se expuso en el salón;
yo prestaba oído.
Mi amiga les preguntó el motivo de su visita, ya
que le tenía bastante desconcertada, puesto que,
como he dicho antes, hacía siete años que
no tenía noticia de nadie que estuviera en la Obra.
Le contestaron que, dado que había pertenecido a
la Obra, y que por lo tanto le seguían teniendo gran
respeto, le venían a advertir que había obrado
mal firmando un escrito en el que se difamaba a la Obra.
Ella contestó que no había difamación
en ese libro, que ella había apoyado, si era a eso
a lo que se referían.
Le contestaron "como si fueran gallegos", que
si realmente sabía ella lo que era difamación.
Al responderles que sí, ellos le dijeron que estaba
totalmente engañada ya que difamación era
decir algún hecho aunque fuera totalmente cierto
para la gente, para que ésta se enterara y le restara
fama, y le expusieron el ejemplo de que si ellos estuvieran
enterados de algún "lío" personal
de ella y lo contasen, eso, aunque fuera totalmente verdad,
sería difamación. Mi amiga les volvió
a repetir (creo que varias veces) que la "verdad"
nunca era difamación y lo que había apoyado
en el texto del libro aludido era verdad, ya que ella lo
había vivido en sí misma durante quince años.
Entonces esos sacerdotes asombrosamente (al menos para
mí), pasaron a decirle que todo lo que dijera o escribiera
María Angustias Moreno no era nunca válido,
ya que sabían y tenían pruebas de antes, en
y después de su estancia en la Obra de que era una
persona totalmente corrompida, ya que se trataba de una
mujer con desviaciones sexuales, y lesbiana.
Como vieran que B. no cedía, ya que según
su criterio el que una persona fuera como fuera (y siempre
alegó que no conocía la vida de María
Angustias ni le interesaba), sólo quería defender
un escrito que ella había vivido y sufrido dentro
de la Obra, estos sacerdotes pasaron a la postura de "aconsejarle"
que como eran conscientes de que ella trataba y podía
llegar a gente muy importante y relacionada, tuviera mucho,
mucho cuidado de lo que estaba apoyando, ya que podía
costarle muy caro.
Ni a pesar de esas amenazas (al menos para mí clarísimas),
B. cedió en su postura de defensa, sobre todo de
la "verdad", y ante su insistencia de juzgar increíble
que unos sacerdotes del Opus Dei que nunca en siete años
que había dejado de pertenecer a la Obra, se hubieran
preocupado de ella o de alguna otra persona como ella, le
vinieran a visitar con esas pretensiones; pasaron a la postura,
para mí todavía más miserable, de que
la comprendían y sabían de su injusticia en
la Obra y de su salida sin la devolución (al menos
entrega de su patrimonio), y que este problema se lo solucionarían
sólo con que ella cambiase de forma de pensar y de
apoyar su verdad, y entonces estaban dispuestos a escucharla
a cualquier hora del día o de la noche, y uno de
los sacerdotes (para mí el más bajo de estatura,
D. Juan García Llovet) le dijo que si él no
le solucionaba el problema, colgaba el hábito que
llevaba puesto.
Creo que debo dejar de decir que más o menos a la
mitad de esta entrevista, B., para asegurarse de que yo
estaba escuchando, me llamó y cuando aparecí
repitió en voz bien alta: "Por favor, I., quiero
que sepas que estos sacerdotes sólo han venido a
verme para decirme que María Angustias Moreno es
una persona corrompida y una lesbiana."
Ellos respondieron: "úsalo como quieras, pero
ya te hemos advertido". Me preguntaron a mí
si pertenecía, o había pertenecido a la Obra,
y al responderles que no, pero que había leído
el libro y que conocía a gente y cosas escritas sobre
el Opus Dei, me gritaron y miraron con odio en sus ojos
y sus actos (ya que se pusieron de pie y se marcharon, diciéndole
a B. que sólo querían y pretendían
hablar con ella como elemento que había sido del
Opus Dei), que como creo he dicho anteriormente actué
de forma diplomática y les pedí disculpas
por mi presencia y me volví a mi lugar de escucha,
ya que alegué que tenía algo que hacer allí
dentro.
Quiero firmar este escrito para donde hubiera lugar en
defensa de un hecho y una verdad que oí y presencié,
por si lamentablemente esos señores se atrevieran
en uso de sus hábitos y en nombre de lo que representan,
a negar que fue tal cual los relato.
Fdo. SRA. DE R. Madrid.
Barcelona, 29 de abril de 1977
El pasado 27 de abril, miércoles, sobre las 17,15,
el telefonista de mi empresa me llamó para comunicarme
que tenía una llamada exterior de don Benito Badrinas
Amat, a quien yo conocía como sacerdote del Opus
Dei, el cual deseaba hablar conmigo. Dado que mi relación
personal con dicho sacerdote había sido -y es- nula,
indiqué al telefonista que le interrogara sobre si
deseaba tratar algún asunto comercial; contestó
que no, que era un asunto personal. Ante esa respuesta,
me negué a que el telefonista me pasara la comunicación,
indicándole que respondiera a don Benito Badrinas
Amat que tengo por norma no atender llamadas personales
en mis horas de trabajo.
A las 21 de ese mismo día don Benito Badrinas llamó
por teléfono al domicilio de mi madre y preguntó
por mí. Mi madre le contestó que yo acababa
de salir de su casa y añadió que, si deseaba
hablar conmigo, me localizaría mejor en mi despacho.
Por cierto, ignoro cómo consiguió don Benito
Badrinas mi teléfono profesional y el de mi domicilio
familiar, pues yo no se los había dado nunca.
Sobre las 10,30 del 28 de abril, el telefonista de mi empresa
me comunicó que tenía nuevamente una llamada
de don Benito Badrinas para mí. Ante tanta insistencia,
accedí a que me pasara la comunicación. Don
Benito Badrinas me pidió si podía recibirlo
aquella mañana. Contesté afirmativamente y
quedé citada con él para las 11,30.
A esa hora mi secretaria, Elena de Diego Oriol me avisó
de que habían llegado dos sacerdotes, uno vestido
de clergyman y el otro con sotana, y que habían dicho
que yo los esperaba. Me extrañó que vinieran
dos personas, pues yo sólo había citado a
don Benito Badrinas. Mientras ellos esperaban en la sala
de visitas, conecté en presencia de mi secretaria
el magnetófono que tenía en mi despacho y
le pedí que dijera algo para comprobar el funcionamiento
del mismo. Hecho esto, y ya con la grabación en marcha,
le indiqué que hiciera pasar a mis visitantes, a
los cuales, previamente, mi secretaria había preguntado
sus nombres. Sólo dio su nombre don Benito Badrinas.
Mi despacho tiene un amplio ventanal de cristal transparente
que comunica con otro despacho más amplio, donde
trabajan varias personas. Allí se encontraban en
aquel momento, a petición mía, mi hermano,
F. J. C. J., y uno de mis colaboradores, P. M. A. Ellos
fueron testigos de la entrada de esos dos sacerdotes y de
su entrevista conmigo, si bien no escucharon el diálogo,
pues la puerta de comunicación entre ambos despachos
estaba cerrada.
Los sacerdotes que se entrevistaron conmigo fueron don
Benito Badrinas Amat, sacerdote numerario del Opus Dei,
antiguo rector de la Iglesia de Santa María de Montalegre
de Barcelona, y que en la actualidad trabaja en los trámites
del proceso de beatificación de don José María
Escrivá, fundador del Opus Dei, y don Severino Monzó
Romualdo, sacerdote numerario del Opus Dei, que era, en
los últimos años de mi pertenencia a dicho
Instituto Secular, sacerdote secretario de la delegación
del Opus Dei en Barcelona. Por razón del cargo que
ocupaba, don Severino Monzó era superior interno
mío, con autoridad real y moral sobre mi persona.
Ignoro si sigue ocupando actualmente dicho cargo.
Resumo a continuación la entrevista que sostuve
con ellos:
En primer lugar, manifesté mi extrañeza por
el hecho de que se presentaran dos personas, cuando yo sólo
había quedado citada con una, y les indiqué
la conveniencia de llamar a otra persona más para
que fuera mi testigo. Me dijeron que no tuviera ningún
miedo, que sólo venían a darme información,
y que yo, si así lo quería, podía no
decir nada.
Seguidamente les pregunté el motivo de su visita.
Don Benito Badrinas, con voz bastante entrecortada, me repitió
que yo no necesitaba decir nada, que no pretendían
de mí ningún cambio de conducta ni rectificación.
Le pregunté si podía actuar según mi
conciencia, y él me contestó que eso era lo
que él quería pedirme. Le respondí
que yo actuaba así.
A continuación, y siempre en este estilo entrecortado
y confuso, se refirió a "esas cosas que habéis
hecho". Le pregunté qué cosas eran ésas,
y él me contestó que publicar una carta, que
yo también había firmado. Le recordé
que yo era la primera firmante de la misma. Don Benito Badrinas
siguió diciendo entonces que con esa carta les habíamos
hecho daño, que "posiblemente era lo que se
pretendía". Le aseguré que no habíamos
pretendido hacer daño a nadie, sino dar un testimonio
de justicia y de verdad. Se refirió entonces, quejoso,
al hecho de sacarlos en la prensa, públicamente,
cuando yo sabía que ellos jamás utilizarían
nada de nadie, que "absolutamente nunca nosotros diremos
nada de ti". (Esta última frase me produjo cierta
hilaridad interna, pues me consta lo contrario.)
Volvió a referirse a la carta y dijo que la encontraba
muy genérica. Yo la saqué de uno de los cajones
de mi mesa y le leí los párrafos en los que
corroboramos con nuestra experiencia "los complicados
entresijos de esta asociación -el Opus Dei-, su autoritarismo
llevado a extremos aniquiladores de la personalidad, su
radical integrismo religioso". Don Severino Monzó
intervino por primera vez en la conversación y dijo
que esto era muy vago. Le contesté que eran cuestiones
de fondo. No insistieron en el tema, quizá fuera
que los convencí...
Don Benito Badrinas volvió a repetirme entonces
que les habíamos hecho daño, y yo me reafirmé
en mi postura de que decir la verdad nunca es hacer daño
a nadie. Me insistió en que lo pensáramos
bien. Respondí que pensado estaba, que la carta no
era una improvisación, sino una cosa muy meditada.
Se refirió entonces a las posturas de las personas
firmantes, y dijo que era dudoso que todas pensáramos
del mismo modo. Le hice ver que él mismo podría
comprobar, si hablaba con ellas, que ninguna firmó
con inconsciencia, engaño o desconocimiento. Ante
esta respuesta me contestó que él no iba a
preguntar a las personas por qué habían firmado,
y que eso tampoco le interesaba. He de decir que sus palabras,
entrecortadas y deshilvanadas, me iban dejando cada vez
más sorprendida. Daba la impresión de estar
muy nervioso.
Seguidamente me dijo que en la carta había una serie
de cosas evidentemente peyorativas, y que si él supiera
algo de mi vida -"que no sé nada", se apresuró
a añadir- no andaría publicándolo.
Y dijo textualmente esta frase: "Sí, sabemos
de otras personas, o sea, quiero decir, sabemos, pero vamos,
sin entrar en detalles, por ejemplo, que María Angustias
no tuvo, es decir, una situación ¡hombre! moralmente..,
y los motivos de salida, pues moralmente no son los motivos
de salida, es decir, que como pueden ser los tuyos, es decir,
un problema que esto no es lo mío y me voy."
Le pregunté qué pretendía decirme
con eso. Respondió: "¡Hombre! quiero decir..,
ya te puedes imaginar.., bueno, moralmente quiere decir
que ella, a pesar de que después en el libro, eh,
con una exageración a que se guarden unas precauciones
en una serie de cosas en las que ella cayó. ¿Comprendes?"
Le confesé que no entendía nada; que me dijera
a qué página del libro se refería.
Me contestó que no se refería al libro, sino
a la vida suya; que ella en el libro hablaba de la guarda
de la castidad de manera que a los ojos del público
quedaba como algo peyorativo, siendo así que era
natural que se guardaran una serie de precauciones. Y que,
además de eso, lo escribía "una persona
que a pesar de esas precauciones, no ha vivido bien la castidad".
Le interrogué sobre qué quería decir
no vivir bien la castidad. Me contestó: "Bueno,
pues que ha tenido relaciones con otras chicas."
Dirigiéndome entonces a don Benito Badrinas y a
don Severino Monzó les pregunté: "¿Eso
les consta?" Don Benito Badrinas dijo: "Sí."
Don Severino Monzó añadió: "Hay
una documentación bastante abundante..." Don
Benito Badrinas concluyó: "¡Hombre! No
todo debía ser acostarse con otras chicas."
Ante la gravedad de estas palabras, les pedí si
podían asegurarme bajo juramento lo que acababan
de decirme. Don Benito Badrinas pronunció un "Sí"
en voz bastante baja, pero perfectamente audible. Seguí
insistiendo: "Aquí delante, ahora mismo."
Entonces ambos se pusieron muy nerviosos y empezaron a hablar
al mismo tiempo, quitándose las palabras el uno al
otro. Dijeron que no lo decían en sentido de acusación,
sino sólo por información.
Yo estaba muy indignada por dentro, pues no entendía
cómo dos sacerdotes, demostrando a las claras su
condición de tales, y de los que me constaba su pertenencia
al Opus Dei, podían pronunciar las palabras que yo
acababa de escuchar. Por eso insistí que les pedía
como sacerdotes, que se comprometieran bajo su palabra delante
de Dios de lo que acababan de decirme de María Angustias
Moreno era cierto. Don Benito Badrinas pronunció
nuevamente "Sí" en voz baja, pero audible.
Repetí nuevamente: "¿Se comprometen bajo
juramento?" Don Severino Monzó insistió
en que no se trataba de ninguna acusación.
Les pedí pruebas, les pedí detalles. Muy
nerviosos, repitieron que no se trataba de ninguna acusación,
que no querían entrar en detalles, que era exclusivamente
para que yo lo supiera.
Seguidamente don Benito Badrinas dijo: "Este tema,
en el momento preciso, se comentará."Yo exclamé:
"Entonces ustedes están dispuestos a. . . "
Don Benito Badrinas acabó la frase diciendo: "Utilizarlo.
"
Le pregunté si a utilizarlo públicamente,
y me contestó que públicamente no. Le interrogué
entonces si lo iban a decir "privadamente" a mil,
a dos mil, a sesenta mil personas. Me contestó que
no, que, de momento, sólo lo iban a decir a las personas
que nos habíamos solidarizado con esto. Les dije
que me constaba que había cooperadoras que lo habían
ido diciendo por ahí. Respondieron que no lo creían,
que no dudaban de mi palabra, pero que se trataría
de personas que se habrían enterado por su cuenta.
Insistí: "¿Una cooperadora del Opus Dei?"
Don Benito Badrinas me dijo que esto no podía ser,
porque, entre otras cosas, la documentación a que
se refería se tenía desde hacía muy
pocos días, porque había costado mucho reunirlo
todo.
Refiriéndose a la documentación, le pregunté
si tenía testigos, si tenía chicas que dijeran
que se habían acostado con María Angustias
Moreno. Dijo que no quería entrar en detalles. Insistí:
"Tienen datos de hechos concretos? ¿O son deseos,
o son suposiciones, o son imaginaciones?" Me contestó:
"Hechos concretos. "
¿Hechos concretos? ¿Y la han tenido durante
catorce años siempre en cargos de gobierno y de formación
de otras personas? Me contestó don Severino Monzó
que no se sabía. Le manifesté mi extrañeza
por "tamaña" ignorancia, pues las tendencias
homosexuales se pueden detectar con facilidad. Nuevamente
don Severino Monzó me respondió que en este
caso no aparecieron hasta ahora. Les pregunté si
las habían descubierto ahora (cuando han pasado ya
más de cuatro años de su salida del Opus Dei)
porque espontáneamente la gente lo ha dicho o bien
si se había fomentado que se dijera. Don Benito Badrinas
me respondió entonces que eso él ya no lo
sabía, que él no había hecho la investigación,
que él había visto la documentación
terminada, pero que no sabía cómo la habían
realizado.
Finalmente, yo les contesté que conocía a
María Angustias Moreno y que me constaba su honradez,
su espíritu cristiano, su veracidad, su sinceridad
y su deseo de llevar una vida entera cara a Dios. Don Benito
Badrinas me dijo: "De acuerdo." Añadí:
"Que quede constancia." "Bueno, que quede
constancia de lo otro", replicó don Benito Badrinas.
Así terminó la conversación. Inmediatamente
después de la marcha de don Benito Badrinas Amat
y de don Severino Monzó Romualdo, entró en
mi despacho mi hermano. En su presencia paré el magnetófono,
desconecté el micro y, juntos ambos, escuchamos el
resultado de la grabación, deficiente por las malas
condiciones acústicas de mi despacho, pero perfectamente
audible. Quisiera que se adjuntara como prueba de mi testimonio.
Así lo manifiesto en Barcelona, fecha ut supra.
Fdo. A. M. C. Barcelona.
Ante todo ello sólo había un camino legal,
dado que la injuria y la difamación son delito. Como
hay un derecho que es obligación, de reivindicar la
fama personal. Aun sabiendo, como sé muy bien, que
la fama es irrecuperable. Pero a la vez que sé también
que como católica, y por el hecho de serlo, no puedo
inhibirme ante unos hechos que implicándome personalmente
a mí, y si no se aclaran, pueden ir en deterioro del
propio concepto de lo que es en la Iglesia una misión
sacerdotal.
Para algunos (de los que pudieran tener esa clase de fe que
se ha venido llamando del carbonero) es verdad que el sacerdote
quizá haya supuesto (en épocas más bien
pasadas) algo así como un símbolo de fe (o una
institución personalizada con prerrogativas dogmáticas).
Las personas de fe de verdad no creemos, sin embargo, en el
sacerdote por el hecho de que lo sea; lo necesitamos, creemos
en ellos y los deseamos como instrumentos de bien, de apostolado,
de acción redentora ministerial. Las personas de fe
de verdad creemos en algo más que en el comportamiento
personal, más o menos problemático, de unos
hombres instrumentos, sin rasgamos las vestiduras porque los
instrumentos a veces estén deteriorados; por lo que
no podemos basar en la "fe" sobre el sacerdote la
propia realidad de nuestra fe. No nos vamos a escandalizar,
no debemos, no podemos, porque haya eclesiásticos a
los que sea difícil "venerar". Si algo tiene
de grande la fe católica es precisamente que trasciende
en la revelación. Nosotros, los católicos, no
creemos en cosas, ni siquiera en personas, creemos en la palabra
hecha carne, en el Verbo de Dios. Por eso no es el concepto
de sacerdote lo que en todo esto vaya a ser discutido. Muy
por el contrario, es precisamente su dignidad y su verdad,
lo que exige evitar equívocos, aceptando como normales
acontecimientos que le son o deben serle ajenos.
Quizá para mejor comprender el asunto en si fuera
conveniente considerar lo ocurrido en abstracto, sin nombres
ni personas: Unos sacerdotes se dedican a visitar a determinadas
personas para contar a éstas los "pecados"
de otra, a título de lo que ellos quieran; pero de
hecho y en rigor, a título de pregonar y acusar a esa
persona; de difamarla por lo tanto.
En el evangelio nos encontramos con un pasaje en el que una
pecadora es conducida delante de Jesús y acusada de
pecados graves. Querían apedrearla, decían los
perfeccionistas: "según mandaba la ley".
Jesús se detiene, se queda como distraído escribiendo
en la tierra y al final les dice: "El que esté
libre de pecado, que tire la primera piedra" (Juan 8).
Sigue contando el evangelio que la mujer se quedó sola
con Jesús. En el evangelio no se envía a nadie
(y menos a sacerdotes) a pregonar los pecados ajenos. Y todo
esto en el caso de que fuesen verdad.
Cuenta también el evangelio (Mateo 15) que se llegaron
a Jesús unos fariseos alegando que sus discípulos
menospreciaban la tradición de los mayores, a lo que
Jesús contestó: "¿Y cómo
vosotros menospreciáis el precepto de Dios para seguir
vuestra tradición (...) hipócritas."
"Sobre la cátedra de Moisés se han sentado
los escribas y fariseos. Practicad y guardad lo que ellos
os dicen, pero no obréis según ellos hacen (...).
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!,
que recorréis la tierra y el mar para hacer un prosélito
y cuando ya lo tenéis lo hacéis digno del infierno.
(...) ¡ay de vosotros, guías de ciegos! filtráis
un mosquito y os tragáis un camello (...) Sepulcros
blanqueados, serpientes, raza de víboras" (Mateo
23).
Todas estas cosas las dijo Jesús "hablando a
las turbas", en público. Lo dijo abiertamente.
A unos hombres que se consideraban y se hacían considerar
como los más perfectos del judaísmo, de aquella
tradición judía llamada a ser el pueblo de Dios,
pero no supo o no quiso (la parte desviacionista que aquellos
constituían) anteponer a Cristo a sus propios intereses.
Del significado de fariseos dice un vocabulario bíblico
que "eran aquellos que se distinguían por su fervor
religioso; su nombre significaba separatistas, toda vez que
procuraban separarse no sólo de los gentiles, considerados
como totalmente impuros, sino también de aquellos correligionarios
suyos a quienes juzgaban demasiado tibios y mediocres".
Sin embargo, y a pesar de todos estos precedentes, de toda
la evidencia de erros que conllevan acontecimientos como los
promovidos por sus sacerdotes, hombres y mujeres hechos y
derechos, miembros de la Obra, cuando se ven ante la contradicción
que evidencian tener con el propio evangelio, callan y acatan,
y siguen pensando "que por algo lo harán".
Ante lo que una se pregunta: ¿cómo es posible?
¿También era eso lo que yo hacía cuando
estaba dentro? En cierta manera, sí; en cierta manera,
no. La fuerza de la mentalización que en la Obra se
utiliza es enorme. Pero también porque cada cosa de
ésas (y mucho menores que ésas) me impusieron
su propia interrogante, justo por eso, estoy ahora fuera.
Los hay que dicen "que la Obra no hace nada mal, por
lo tanto estos hechos también deben tener sus razones".
Yo entiendo que haya budistas que, convencidos de su budismo
(lo cual me merece todos los respetos), hagan coherentes sus
ideas con sus vidas. Pero ¿cómo puede admitirse
o concebirse un tipo de proceder como éste en coherencia
con una doctrina o una moral católica?
Mentalización. Mentalización es la única
explicación posible. Es indudable que el hipnotismo
existe, y que existe a nivel y en forma colectiva. ¿Existe
en la Obra como medio de cohesión o de "dirección"
de grupo, como única explicación de esa fe ciega
que los mueve, que los "une", y que es capaz de
hacerles admitir lo más inadmisible, lo ilógico
como lógico, lo incorrecto como correcto, etc., aun
a personas aparentemente normales e inteligentes?
Lógicamente todo ello incide en la persona. Todo ello
despersonaliza, llegando a anular (si no se corta a tiempo)
incluso el ejercicio de la propia conciencia o capacidad de
razonar. Se trata de que ofrecen (si se acepta todo lo expuesto)
todo un salvoconducto de santidad. En palabras del Padre:
"Si me cumplís las normas del plan de vida de
la Obra, os prometo que seréis santas." Y las
normas son todo un conjunto de exigencias en el pensar, decir
y hacer, que bajo la más meticulosa contabilización
(número de jaculatorias, número de miradas a
la Virgen, número de correcciones fraternas, numero
de minutos que hice o dejé de hacer...) deben ser sometidas
a consejo en la charla de cada semana con la directora, de
forma que la identificación con"el Padre"
sea cada día mayor.
¿Puede toda esta clase de procesos llevar a un hipnotismo,
o ser causa de la manipulación que en la Obra se da?
Dado que además cuenta con la predisposición
del que con toda su mejor voluntad no ve más allá
de sus buenos deseos y de su afán de entrega y servicio.
De ahí que muchos se sientan escandalizados. Los escandaliza
(dicen) que "yo haya sido capaz". Su fanatismo no
les deja ver más allá del escándalo que
les han dicho que supone mi postura.