DE CÓMO ENTRÉ
EN EL OPUS DEI
(y otras tribulaciones)
Autora: HALMA
3. LA SANTA COACCIÓN
Salí tan horrorizada aquel día de aquella larga
y horrible charla que juré no volver más al
club ni verle el careto a María.
Así que decidí desaparecer, y sencillamente,
no me presenté a hacer la charla la semana siguiente.
Cuando llamaban por teléfono a mi casa tenía
el corazón en un puño por si fuera María...
buscándome. Así que, cuando yo estaba por allí,
lo descolgaba, sin que mis padres se enteraran.
Un día, al salir de clase, me tropecé con el
coche del club en la puerta de mi instituto y con María...
¡dentro!. Quería que la tierra se me tragara.
Me iba el corazón a mil por hora. Ella me vio y enseguida
vino hacia mí con una sonrisa de oreja a oreja:
-¡Halma!, ¿qué ha pasado que no hay
manera de localizarte? Nunca estás en casa... ¿Por
qué no te presentaste a la charla el otro día?"
-Mira, -respondí secamente y con cara de pocos
amigos- porque no te quiero ver, porque quiero que me dejes
en paz, porque estoy cansada de tus historias y porque no
soy " hija del demonio" : Soy " hija de Dios."
Y, antes de darle tiempo a esbozar palabra alguna, ya me
había ido corriendo sin parar. Los pies me daban en
el trasero a una velocidad inusitada. Cuando llegué
a mi casa me metí en mi habitación y me encerré.
Le dije a mi madre que no me molestaran, que tenía
un examen y que estaría estudiando. Me pasé
toda la tarde llorando y atemorizada.
Durante las semanas siguientes, cuando sonaba el timbre de
salida de clase, se me encogía el corazón: "¿Estará
el coche esperándome fuera? ¿Qué hago
si está? ¿Qué me puede pasar ahora?..."
Así que, al salir, escondida tras los alumnos que
salían en tropel, escrutaba la calle, donde muchos
días veía el coche terrible y siniestro y a
María dentro, esperando que saliera...
Entonces, para evitar toparme con ella, salía por
un hueco en la verja lateral de mi Instituto Graduado Mixto
y me iba a casa lo más rápido que podía.
Al cabo de bastante tiempo jugando al ratón y al gato
decidieron cambiar de estrategia.
RECONCILIACIÓN
La directora del club, Lola, que debía estar enterada
de la situación, llamó a mis padres y les dijo
que "había dejado de ir al club" y
que "no sabía si es que me había pasado
algo ni el motivo de mi ausencia total", que "debía
haber habido un malentendido por algún motivo que ella
desconocía" y que "si podía
venir a nuestra casa para hablar conmigo..."
Mis padres, que no sabían nada, no vieron inconveniente
y le dijeron que sí.
Cuando me comunicaron su conversación con la directora
les dije que preferiría que no viniera. Pero que no
me había pasado nada.
-Hija, , no pasa nada porque venga Lola a casa y habléis,
además, ya le hemos dicho que podía venir. Pero
si no quieres volver al club, pues no vuelves y ¡santas
pascuas! Pero ahora no le puedes hacer el feo de decirle que
no venga.
En realidad mis padres preferían que estuviéramos
en el club antes que por la calle. Y, ya que a mi hermana
no la habían podido convencer, no querían que
a mi me pasara igual. Por eso, no pusieron pegas a que viniera
la directora ni sospecharon nada de lo que me había
pasado.
Así que vino.
Yo la recibí fríamente.
Me dijo que le enseñara mi habitación y mi
madre me animó. Lola me cogió del brazo, de
forma cariñosa pero firme y empezó a curiosear
los libros que tenía en la estantería, haciendo
comentarios sobre cada uno de ellos en voz alta -supongo que
también sería una situación incómoda
para ella... y supongo también que, de paso, se enteraba
de lo que me metía en la cabeza con esos libros...-
Pronto me quedé sola con ella porque mi madre tenía
que ir no sé dónde con mis tres hermanos. Entonces
Lola sacó "el tema candente".
Yo estaba a la defensiva y agresiva así que empecé
a soltar por mi boca todo lo que me carcomía. Yo pensaba
que iba a hacerse eco de las palabras de María, que
iba a corroborar sus acusaciones, sus hirientes palabras.
Sin embargo, Lola, lejos de eso, me escucho, me comprendió
y, como buena conocedora de la psicología humana, me
dio la razón.
Ahora creo que pensó para sus adentros: "es
recuperable, iremos despacio"
- ...No eres del demonio, claro que no... eso es una tontería.
Mira, eres libre, puedes hacer lo que quieras, me sabe mal
que te quedes así de dolida. María se ha equivocado
contigo porque, aunque con buena voluntad y por supuesto,
sin intención ninguna de herirte, te ha dirigido mal.
Tu no sabes lo que ella ha llorado estas últimas semanas...
Te esperaba a la puerta del instituto para disculparse...Era
la 1ª vez que llevaba charlas espirituales. Mi única
intención viniendo a verte es que tu te quedes tranquila,
que tengas paz y que no te devanes los sesos. Tu no tienes
la culpa de nada, es más, yo creo que también
hubiera actuado como tú en tu lugar...
Con esas y otras palabras de comprensión fue como,
durante nuestro encuentro rompió la coraza que me había
forjado.
Al despedirse, me dijo que podíamos hablar siempre
que lo necesitara.
De cuando en cuando, aunque yo no se lo pedía, se
desplazaba hasta mi pueblo si era necesario "para
ver que tal estaba..." pues yo seguía sin
ir por el club.
Poco a poco, se fue ganando mi confianza de nuevo -cosa que
le costó su esfuerzo, he de decirlo- Pero, con encanto,
mano izquierda y pericia, lo iba consiguiendo, entre otras
cosas porque tuvo la suerte de que yo no fuera -ni soy aún
en día- una persona rencorosa.
Al finalizar el curso académico, como yo ya no estaba
tan temerosa hacia ella, me dijo que por qué no iba
con ella a una convivencia con otras chicas de mi edad, que
íbamos a hacer deporte, que había piscina y
pista de tenis, que se iban a organizar excursiones y actividades
lúdicas, que me iba a hacer bien después de
la tensión provocada por el curso académico
y "por todo lo demás", que íbamos
a divertirnos, a relajarnos y a pasárnoslo bien.
Me lo decía siempre sin agobiarme y, por supuesto,
se cuidaba mucho de no hablarme de vocación ni mencionarme
volver al Opus Dei. Sabía que, si tenía el más
mínimo fallo, si yo veía la más mínima
sombra de abierta manipulación me echaría atrás
inmediatamente.
Mis padres no querían que me fuera. Me había
caído la química para septiembre y me habían
apuntado a una academia de verano. (lo que no sé es
¡cómo no me quedaron más asignaturas pendientes¡)
Lola habló con ellos:
- No os preocupéis que nosotros le ponemos allí
un profesor particular.
- Si pero nosotros ahora mismo no disponemos de suficiente
dinero para pagarle la convivencia.
- No os preocupéis tampoco por el dinero, si acaso
pagáis lo que podáis este mes y el resto también
cuando podáis, poco a poco."
...Y a mí me iba comiendo el coco con las actividades
tan maravillosas que íbamos a tener y con lo bien que
nos lo íbamos a pasar para que yo también presionara
en casa...
DE VUELTA AL REDIL
Para qué decir que en aquella convivencia, lejos de
mis padres, entre meditaciones, sesiones de deporte, charlas
formativas, baños en la piscina y estudio yo era "presionada",
de forma delicada, casi subliminal, a volverme a hacer del
Opus.
Ni yo misma sé muy bien cómo fue realmente
pero, si- como dicen en esta página web- tus problemas
e interioridades personales son aireados y sabidos por terceros,
el cura estaba compinchado, así como todas las que
dirigían la formación.
En las meditaciones y charlas salía a menudo "providencialmente"
el tema que me incumbía personalmente. Se me decía,
a través de las meditaciones y charlas, que "esas
frases que te llegan al corazón son del mismo Espíritu
Santo" que "es la forma delicada en que Dios
se dirige a las almas": "¿qué quería?
¿que viniera Dios en persona a decírmelo cara
a cara?".
Los primeros días se decían frases aquí
y allá, que "sorprendentemente" ¡daban
en el clavo!, "leves comentarios" en las
charlas y en las meditaciones que parecían "fortuitas",
"obra de la divina providencia" "susurros
delicados que el Espíritu Santo te hace al oído".
Sin embargo, a pesar de todo, viendo que no reaccionaba,
que no decía ni pío sobre la idea de volver,
cuando casi había pasado ya la mitad de la convivencia,
Lola me cogió a parte de nuevo "para charlar
un ratito y ver que tal me iba".
Durante la conversación me sacó otra vez el
tema de la vocación, ya abiertamente.
Me dijo que "a los que Dios más quería
les hacía pasar las pruebas más duras"
y que yo había obrado valientemente y con nobleza
pero que "podía dar más". Que
"no hiciera como el joven rico de la Biblia, quien,
tras pedirle Jesús que le siguiera, se marcho triste
con la cabeza gacha porque había dicho no a su vocación".
Entonces me bombardearon y bombardearon con toda su artillería
pesada, Lola me dedicaba horas y horas, y me parecía
que el tema salía hasta en la sopa: Dios me lo decía
claramente, sin susurrar.
Puede resultar inverosímil, pero, cuanto más
te repiten la misma mentira una y otra vez, más verdad
te parece.
Así que, olvidando todo lo que hubo y fue -no me preguntéis
cómo- después de mucho esfuerzo por parte de
ellas, del cura y "del Espíritu Santo",
dije que sí, que volvía a pitar.
Entonces Lola me dijo que "NO tenía que escribir
otra carta". Que "todas las que había
en la convivencia eran "de casa" y que aquello era
el Curso Anual", un curso de formación que
todas las numerarias hacen cada año.
Así es como suelen actuar en el Opus: diciendo verdades
a medias y ocultando otras, según convenga y sin tener
remordimiento alguno porque eso no es pecado.
Yo supongo que algo debieron decirles a todas sobre mi situación
pues delante de mi nadie se saludó con el famoso "pax",
al menos hasta después de que volviera a entrar en
el redil. Pero no había caído en eso hasta ahora...
La alegría de la oveja descarriada que vuelve al redil
o del hijo pródigo que vuelve junto a su padre, fue
el resultado de jugar con la inocencia y juventud de alguien
que, no niña, no mujer, casi nunca solía pensar
mal de los demás.
NUEVOS CAMBIOS
A la vuelta de la convivencia Lola era mi directora espiritual.
Para sorpresa mía María, mi primera directora
espiritual, ya no vivía en el club: se había
tenido que ir a otro centro "por motivos personales
y familiares."
Lola también me dijo que ocultara mi pertenencia al
Opus Dei a mis padres.
También decidió que el instituto público,
donde había estado yendo hasta entonces, no me convenía.
Me encomendó la tarea de convencer a mis padres para
que me metieran en un colegio del Opus Dei.
Como mis padres no tenían dinero para costearlo Lola
les dijo que no se preocuparan, que vería lo que se
podía hacer. Unos días más tarde, Lola
dijo a mis padres que el colegio había concedido media
beca, por tanto los gastos se reducirían la mitad.
A mis padres les pareció bien ya que la empresa de
mi padre debía subvencionar, por convenio, la otra
mitad y, de esta forma, el colegio le salía gratuito.
Así me tenían bien cogida: en un colegio del
Opus Dei. Al abrigo de tentaciones mundanas. Alejada de los
chicos. Donde podía fácilmente ir a Misa todos
los días. Bajo la tutela de profesores afines a la
Obra. Era el lugar perfecto, un lugar donde no tenía
que ir contracorriente. Allí seguiría los estudios
de lo que entonces era 2º de BUP, 3º de BUP y COU.
Ya tenían la arcilla sobre la mesa y los instrumentos
de modelar preparados.
INSENSIBLE, FRÍA Y CRUÉL
Así pasó el tiempo. Estando en casa de mis
padres vivía como una numeraria adscrita convencida
de que estaba haciendo lo correcto. Lo que quería Dios.
No tuve problemas en cumplir los 18 años perteneciendo
a la Obra de Dios. En cuanto faltaron unas semanas para cumplirlos
Lola me dijo que era el momento de descubrir la vocación
a mis padres -engañados, ajenos por completo a todo-.
- Papá, mamá. Soy numeraria del Opus Dei
desde los 15 años. En cuanto cumpla los 18 me voy a
vivir al club con las otras numerarias.
Creo que mis padres se sintieron como si un jarro de agua
fría les hubiera caído por la espalda, como
si una apisonadora los hubiera atropellado.
Mi madre estaba destrozada, mi padre estaba desolado, mi
hermana estaba sorprendida y mis otros dos hermanos eran pequeños
- 10 y 12 años- y no entendían muy bien qué
mosca me había picado para irme.
Mi padre me dijo que él mismo era del Opus Dei y que
consideraba que era todavía muy joven e inexperta para
levantar el vuelo.
He de decir, en honor a la verdad, que mi padre se fue del
Opus Dei en cuanto yo me fui de mi casa para vivir en el club.
No es que no me importara que mis padres sufrieran, no es
que fuera fría e insensible pero me tragaba mi pena,
sin dar muestras de blandenguería ni de la menor sensibilidad.
Me mostraba distante, fría y cruel. Casi sin escrúpulos.
Eso, a los ojos de mi madre, era sobretodo despiadado.
Me habían aleccionado bien durante todos aquellos
años de lavado de cerebro: No iba a responder al dolor
de mis padres "por que la Obra de Dios es lo primero".
Creo y confieso que, en aquel momento, si hubiera tenido
que arrancarles el corazón de cuajo y comerme sus entrañas,
por amor a Dios y a la Obra, por mi vocación, por mucho
que yo misma lo sintiera y me repugnara, lo habría
hecho.
La Obra crea mentes despiadadas, que no piensan ni sienten,
el proceso lo explican muy bien en alguno de los documentos
que podéis encontrar en esta web pero siento deciros
que no me acuerdo del título (quizás los amigos
"orejas" puedan servirme de apuntador). Bien, pues
esa "transformación" yo la sufrí
en mis carnes.
DESCUBRIENDO NUEVAS NORMAS
Cuando me fui al club, seguí descubriendo "normas
nuevas".
Hasta entonces Lola me había conducido bien, pero
sin pedirme que comprendiera "demasiadas cosas".
Si en cualquier orden religiosa te informan de todos las
normas que vas a tener que vivir, en la "Obra de Dios",
te informan "a medida que estás preparada para
ello".
Así es como la tuerca llega a introducirse en el tornillo,
poco a poco, con pequeñas vueltas, hasta que esta lo
abraza de tal modo que es difícil que este se libere,
ni siquiera que se mueva ni un milímetro sin permiso
de la tuerca.
En mi primera noche allí, fui informada de que las
numerarias dormían con tabla y una sencilla manta doblada
encima de la misma haciendo las veces de colchón. También
que una vez a la semana se dormía sin almohada y se
ofrecía ese sacrificio por las demás "de
casa", era lo que llamaban estar "de guardia".
Además, no podía tener foto alguna de los miembros
de mi familia de sangre "porque eso sólo me
haría daño".
Más adelante Lola me dio una bolsita con un cilicio
y las disciplinas.
Para los que no han sido del Opus ahí va la explicación:
El cilicio es como una especie de collar de perro de presa,
de esos con pinchos, pero no tan basto. Te lo atas en la parte
superior de la pierna, alrededor de la ingle y te sientas
a estudiar o haces lo que tengas que hacer como si no llevaras
nada, poniendo buena cara. Luego, cuando te lo quitas, se
te quedan las marcas de los pinchos en la piel, que sangran
un poquito. Cada vez te lo pones en una pierna para que las
heridas se vayan curando. Por eso las numerarias llevan los
bañadores con faldita o con las perneras bajas. Así
no se les ven las heridas.
Las disciplinas son una especie de flagelo con el que te
azotas una vez por semana, más fuerte o más
flojo, según tu generosidad, mientras rezas una salve.
Cuando Lola me dio eso me escandalicé y le dije que
"¡ni hablar del peluquín! ¡Que
yo no me ponía eso¡, ¡que eso no era ser
cristianos corrientes sino de la Edad Media¡"
Al final, también acabé cediendo...
...Otra pequeña vuelta de tuerca que ahogaba un poco
más mi voluntad y mi entendimiento, otra vuelta que
me anulaba un poco más como persona.
PONER TIERRA POR MEDIO
Con 18 años acabé COU en el colegio de la Obra.
Ya vivía en el Club dejando, en el pueblo de al lado,
a una familia rota y destrozada.
Mis padres no me daban un duro: me seguían pagando
el colegio porque su empresa le daba la mitad correspondiente
pero ni una peseta más. Me dijeron que pensaban que
me equivocaba. Que, si tomaba la decisión de emanciparme,
me las tendría que apañar económicamente.
Sabían que todo dinero que me dieran no iba a ser
para mi, por lo tanto, si me lo negaban, no era para castigarme
por mi decisión. En ningún momento me cerraron
las puertas de su casa, me decían que me querían,
me decían que si los necesitaba ellos estarían
ahí.
Mi padre sabía que oponerse de lleno a mi vocación
sería contraproducente: era la excusa que esperaban
en el Opus Dei para cortar de raíz TODO CONTACTO. -Quizás
esta reflexión ayude a algunas personas-.
Así mis padres estuvieron conmigo en la fiesta de
fin de curso en el colegio y venían a verme cuando
se hacía alguna actividad a la que podían asistir
padres de alumnos.
Cuando acabé COU y pasé la selectividad, Lola
me llamó para hablar de mi futuro profesional. Le dije
que quería hacer filosofía y letras. La especialidad
que yo quería hacer no estaba en la universidad de
Ciudad del Monte sino en otra capital de provincia a unos
180 o 200 km de Cuidad del Monte.
Ello suponía un cambio de ciudad. Eso debió
de gustarles porque me separaba de la posible influencia que
todavía pudieran ejercer mis padres sobre mí.
El Opus Dei tiende a separar a sus miembros de su familia
de sangre porque "los apegos", dicen, "son
malos". Hay que entregarse enteramente al servicio
de la Obra, por eso los únicos retratos que se ven
en los centros son los de la familia consanguínea de
su fundador -en la parte privada, claro está- a los
que todas llamábamos "la abuela" y
"el abuelo", "tía Carmen"...
Porque ahora "mi familia" era otra.
Por eso, si te vas de tu casa y te peleas con tu propia familia
por causa de tu vocación, a los del Opus Dei les tiene
sin cuidado. Es más, creo que lo prefieren porque así
te tienen agarrado por más lados -aunque te pasen la
mano por el hombro y se compadezcan de tu dolor, en el fondo
les da igual-. Si te peleas con tus padres te engañan
diciendo que "es sinónimo de ser más querido
por Dios y de que vas por el camino verdadero."
Mis padres en ese sentido fueron muy avispados y no se opusieron
de lleno a mi vocación sino que, aún diciéndome
que me equivocaba y que no compartían mi opinión,
siempre iba a encontrar la puerta abierta para volver a casa
cuando quisiera.
Así pues, me fui de a vivir a otra ciudad. Allí
es donde empecé mi carrera. Dejé todo atrás,
abandoné padres y hermanos, plenamente convencida de
que lo hacía para servir a la Obra y que mi generoso
ofrecimiento se vería recompensado algún día
por Dios.
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