Una
canonización inoportuna
JUAN JOSÉ TAMAYO-ACOSTA
El País, 9 enero 2002
El 9 de enero de 1902 nacía en Barbastro Escrivá
de Balaguer, fundador del Opus Dei -'por inspiración
divina', según el perfil de monseñor facilitado
por la propia Obra-, la organización católica
más influyente hoy en el Vaticano, extendida por 60
países. Su beatificación, hace 10 años,
estuvo envuelta en una fuerte polémica, que quizá
vuelva a repetirse con motivo de su canonización, anunciada
para este año, centenario de su nacimiento.
Para empezar, sorprende la celeridad con que ha culminado
el proceso: en 1981, seis años después de su
muerte, se introducía el caso de la canonización;
en 1990 se hizo la declaración de la heroicidad de
sus virtudes cristianas; en 1992 fue beatificado; en este
año será canonizado. Tanta celeridad contrasta
con la demora seguida en otros procesos. Juan XXIII falleció
en 1963 con el reconocimiento unánime de santidad por
propios y extraños, tras haber puesto en marcha una
verdadera revolución en la Iglesia con la encíclica
Pacem in terris, que asumía la cultura de los derechos
humanos, y con la celebración del Concilio Vaticano
II, que abría los ventanales del catolicismo a los
valores de la modernidad. Fue beatificado hace poco más
de un año y no está prevista su canonización
a corto plazo.
Más llamativa resulta todavía la demora en
el caso de monseñor Romero, arzobispo de San Salvador,
asesinado en 1980 por los escuadrones de la muerte de su país,
que ni siquiera ha sido beatificado cuando es venerado como
santo y mártir por el pueblo latinoamericano, y de
los jesuitas asesinados en 1989 por miembros del Ejército
salvadoreño. Es bien conocido que monseñor Romero
no contaba con simpatías en el Vaticano. En la audiencia
que, tras varios meses de tediosa espera, le concedió
el papa Juan Pablo II en 1979, éste le despidió
con un mensaje descorazonador para él: 'Trate de estar
de acuerdo con el Gobierno'. El arzobispo de San Salvador
salió llorando de la audiencia y comentó: 'El
Papa no me ha entendido, no puede entender, porque El Salvador
no es Polonia'.
Quizá la respuesta se encuentre en una de las máximas
de Camino, 'evangelio canónico' del Opus Dei, que parece
haber hecho suya la Congregación de los Santos: 'Me
hablas de morir 'heroicamente'. ¿No crees que es más
heroico morir inadvertido en una buena cama, como un burgués
[subrayado mío]..., pero de mal de amor?' (n. 743).
El martirio por mor de la justicia que brota de la fe no parece
contemplarse hoy entre las causas preferentes de canonización.
Hay dos características que parecen definir e incluso
identificar al Opus Dei y que, a mi juicio, deberían
disuadir de la canonización de Escrivá: el paternalismo
y el patriarcalismo. Y no se trata de desviaciones del espíritu
originario de la Obra, sino que se encuentran en los mismos
textos fundacionales. La referencia habitual entre los miembros
al fundador es a través de la palabra 'Padre', y la
relación de éste con ellos fue paternalista
en vida y lo sigue siendo tras su muerte. Buena prueba de
ello es que en la lápida de su tumba aparece tallada
la inscripción 'El Padre'. Este tipo de relación
paternalista choca con la recomendación de Jesús
de Nazaret a sus discípulos: 'No llaméis a nadie
'Padre' vuestro sobre la tierra, porque uno es vuestro Padre,
el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar 'Directores',
porque uno solo es vuestro Director: Cristo. El mayor entre
vosotros sea vuestro servidor' (Mt, 23, 8-10).
En Camino son constantes las referencias a la necesidad de
tener un padre o director espiritual. Hay una tendencia a
mantener a los cristianos en una permanente minoría
de edad. He aquí una de las máximas que lo ponen
de manifiesto: 'Sé pequeño, muy pequeño.
No tengas más que dos años de edad, tres a lo
sumo. Porque los niños mayores son unos pícaros
que ya quieren engañar a sus padres con inverosímiles
mentiras' (n. 868).
Esto contrasta con las experiencias de igualdad y libertad
que definen al movimiento de Jesús y con la conciencia
de adultez que caracteriza al cristianismo. En una comunidad
de hermanos y hermanas iguales no deben dominar los padres.
Otra característica que constituye casi una segunda
naturaleza en el Opus Dei es su pertinaz patriarcalismo, que
llama todavía más la atención en tiempos
de emancipación de la mujer como los que vivimos actualmente.
La virilidad se convierte en una especie de imperativo categórico:
'Sé recio. Sé viril. Sé hombre. Y después...,
sé ángel', puede leerse en Camino (n, 22). Provocadoramente
machista es una frase de la obra de Escrivá Santo Rosario:
'No se escriben estas líneas para mujercitas. Se escriben
para hombres muy barbados y muy hombres'. Escrivá reproduce
los estereotipos más extendidos sobre la mujer. Considera
como cualidades específicamente femeninas la 'delicada
ternura', la 'generosidad incansable', el 'amor por lo concreto',
la 'piedad profunda y sencilla', la 'discreción', no
así la sabiduría. La consecuencia de este enfoque
sobre la mujer no puede ser otra que su invisibilidad en el
Opus Dei.
No es frecuente, sin embargo, encontrar en Camino referencias
a la opción por los pobres, la virtud evangélica
por excelencia. Escrivá de Balaguer y la Obra por él
fundada no se han destacado precisamente por desarrollar el
apostolado entre los sectores marginados. Sus lugares prioritarios
de presencia y sus ámbitos de influencia han sido los
sectores encaramados en el mundo del saber, del poder y del
tener. De nuevo hay que decir aquí que no estamos ante
una desviación del espíritu originario. La actitud
elitista parece responder a la intención del fundador,
de cuyo sentido de la justicia y de la igualdad hay que dudar
tras la lectura de la siguiente máxima de Camino: '¿No
crees que la igualdad, tal como la entienden, es sinónimo
de injusticia?' (n. 46).
A mi juicio, el fundador del Opus Dei y su obra más
emblemática, Camino, se encuentran más cerca
de la Imitación de Cristo o Menosprecio del mundo,
de Tomás de Kempis, que del Evangelio o Buena Noticia
de Jesús de Nazaret; son más acordes con el
Concilio de Trento que con el Concilio Vaticano II; conservan
una sintonía mayor con la antropología dualista
de san Pablo y la moral sexual represiva de san Agustín
que con la antropología unitaria hebrea. Causa cuando
menos perplejidad, por tanto, que se presente a Escrivá
como ejemplo a imitar por los católicos del siglo XXI,
se recomiende la lectura de Camino sin mediación hermenéutica
alguna cuando es un libro que sirvió para legitimar
el nacionalcatolicismo, y se haga descansar el peso de la
Iglesia o, al menos del Vaticano, sobre una organización
como el Opus Dei, que no ha asumido la reforma puesta en marcha
por el Concilio Vaticano II.
La canonización del fundador del Opus Dei será,
sin duda, una buena noticia para quienes defienden un catolicismo
política y económicamente influyente, religiosamente
preconciliar y culturalmente premoderno. No lo es, sin embargo,
para quienes trabajamos por un cristianismo plural, tolerante,
crítico, comprometido con los sectores excluidos y
en diálogo multilateral con las culturas y las religiones
de nuestro tiempo.
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