Así funciona el grupo más
controvertido de la Iglesia Católica
LOS
ENTRESIJOS DEL OPUS DEI
Revista MUY INTERESANTE
Marzo-2003
Por Luis Otero
Para sus adeptos, la Obra de Dios sólo es el camino
hacia la santidad que marcó su fundador, Escrivá
de Balaguer. Para sus críticos, es una secta integrista
y mafiosa.
El pasado 6 de octubre de 2002, el papa Juan Pablo II canonizaba
en Roma a José María Escrivá de Balaguer,
fundador del Opus dei, antes 100.000 devotos católicos
y miembros de la Obra, entre ellos varios ministros del Gobierno
español. Tras su "beatificación exprés",
llevada a cabo en 1992, llegaba la "turbosantidad",
en palabras de Jesús Ynfante, escritor y biógrafo
de Escrivá, por la celeridad empleada en el proceso
de canonización, el más rápido de la
historia.
No cabe duda de que corren buenos tiempos para el Opus, cuya
influencia en el seno de la Iglesia no ha parado de crecer
desde que Karol Wojtyla asumiera el papado en 1978 y otorgara
en 1982 a la organización el estatuto de Prelatura
Personal. Esta categoría jurídica, que Escrivá
solicitó durante años y que le había
sido negada por los dos papas anteriores, implica que el Opus,
como organización dirigida por un prelado nombrado
directamente por la Santa Sede, goza de total independencia
en el seno de la Iglesia y no está sometida a la jurisdicción
territorial de las diócesis. Todas las decisiones de
la Prelatura son secretas y el prelado únicamente debe
dar cuentas al Papa en persona.
Este creciente aumento de poder ha coincidido con la aparición
de varios libros sobre el grupo, algunos a favor y otros en
contra. Mientras sus partidarios se esfuerzan por difundir
la filosofía de la Obra, basada en la búsqueda
de la santidad en la vida diaria, especialmente mediante el
trabajo, sus críticos, muchos ex opusianos, tachan
al Opus de secta integrista que persigue dinero y poder y
anula la voluntad de sus miembros a base de ejercer un control
total sobre sus vidas y una disciplina en la que no faltan
los castigos corporales. En el Opus desprecian estos testimonios
aduciendo que proceden de personas débiles y resentidas
con la organización. Pero, por otro lado, ¿no
es elocuente que todos los rebotados de la Obra cuenten
lo mismo?
Los datos fríos dicen que el Opus Dei fue fundado
en 1928 por el aragonés José María Escrivá
de Balaguer, por entonces un sacerdote de 26 años,
cuya ideología básica está contenida
en un libro de máximas titulado Camino. La prelatura
tiene su sede en Roma y el actual prelado -cargo vitalicio-
es el obispo madrileño Javier Echevarría, apoyado
por un consejo de mujeres, la Asesoría Central, y otro
de hombres, el Consejo General.
Según datos de la Oficina de Información del
Opus, la organización cuenta en todo el mundo, con
84.000 miembros, mitad hombres y mitad mujeres, cuyo compromiso
es buscar la santidad y hacer apostolado para ayudar a otros
a alcalnzarla. Por continentes, en Europa hay 48.700 opusianos
(33.000 en España y 4.000 en Italia); en América,
29.000; en Asia y Oceanía, 4.700 y en África,
1.600. Por categorías se dividen en sacerdotes (la
minoría, unos 1.800 en total), numerarios (26 por 100)
y supernumerarios (73 por 100). Además, hay simpatizantes
y colaboradores.
Los numerarios dan todo su salario a su director
Los supernumerarios suelen estar casados y vivir con sus
familias, mientras que la condición de numerario implica
un grado especial de compromiso con la organización.
Normalmente viven en centros del Opus, sexualmente segregados,
en los que entran, tras un período de prueba de un
año, con un contrato permanente llamado "fidelidad"
(equivalente a los votos), que implican obligación
de pobreza, castidad y obediencia. Estos miembros suelen tener
empleos en el mundo profesional (hay médicos, abogados,
catedráticos, diputados...), donan su salario íntegro
al director de su centro, hacen heredero de todos sus bienes
al Opus y reciben una pequeña remuneración a
cambio. Casi todas las mujeres, incluso las que poseen título
universitario, trabajan en la administración doméstica
de las comunidades masculinas. Las numerarias sin ninguna
titulación, llamdas auxiliares, están dedicadas
de lleno a la cocina y a la limpieza.
Una de las críticas más extendidas hacia el
Opus, que cuenta con ministros y banqueros en sus filas, es
que se trata de un grupo elitista que se nutre de personas
con influencia política y social. En su Oficina de
Información niegan estos términos aduciendo
que cualquier persona puede pertenecer a la Obra, independientemente
de sus talentos o estrato social; y que los que se involucran
en política lo hacen sin representar al Opus, sino
como ciudadanos libres, siguiendo sus propios criterios. Los
términos como lobby o grupo de presión
para referirse a la Obra sólo son "clichés",
según la periodista Pilar Urbano, miembro del Opus
y autora de una biografía de Escrivá titulada
El hombre de Villa Tevere. Sin embargo, este teórico
desinterés de la institución hacia la política
choca con el entusiasmo de Escrivá cuando en los años
60 Franco incluyó por primera vez en el Gobierno a
varios socios del Opus: "¡Nos han hecho ministros!",
gritó eufórico el fundador a sus fieles, según
cuenta Luis Carandell en Vida
y milagros de monseñor Escrivá de Balaguer.
Pero más allá de sus implicaciones en la política
o en las finanzas, lo que exaspera a los disidentes del Opus
es la forma manipuladora en que, según ellos, capta
a la gente y controla hasta los aspectos más nimios
de su vida cotidiana. En la web Gracias
a Dios, ¡nos fuimos! Opus Dei, un camino a ninguna parte,
varios ex miembros cuentan cómo la Obra usa la trampa
de la vocación con chavales jóvenes ("has
sido elegido por Dios") para separarles de su familia
y amigos.
Algunas "ex" denuncian el trato vejatorio a
la mujer
Se les hace creer que la salvación es imposible fuera
del Opus, que pasa a llenar todas las facetas de su vida excepto
el trabajo y, en el caso de muchas mujeres, también
éste. Y cuando se desengañan, el impacto emocional
es durísimo. Resulta estremecedor el testimonio de
las ex numerarias que han escrito libros al respecto -La
otra cara del Opus Dei, de María Angustias
Moreno, Tras
el umbral, de Carmen Tapia; o el más reciente
Ser mujer en el
Opus Dei, de Isabel de Armas-. Todas coinciden en
señalar el desprecio que Escrivá mostraba hacia
las mujeres, a las que consideraba esclavas, llevando a obligarlas
a fregar el suelo de rodillas por considerar inmoral el uso
de la fregona.
Las tres dan cuenta del exhaustivo control psicológico
que se realiza a través de la llamada confidencia semanal,
en la que las numerarias de base tienen que contar
los detalles más íntimos de su alma a su director
espiritual. Todo funciona según la estructura piramidal.
Las iguales no pueden comunicarse entre sí ni hacerse
confidencias: sólo pueden desahogarse con sus superiorres,
a quienes deben obediencia ciega. Toda crítica está
prohibida, dicen, y la divinización del líder
Escrivá se entiende a todas las facetas de su persona.
Rezar, sufrir y pagar es el camino hacia la santidad
En Camino se invita a los fieles a "hacerse niños
delante de Dios", idea atractiva para las personas que
desean delegar en manos ajenas las responsabilidades y las
cargas diarias. Según el historiador Michael Wlash,
estudioso del Opus, "así trabajan las sectas:
ofrecen un marco simple donde resguardarse de un mundo complejo.
Sólo debes rezar mucho, hablarlo todo con tu director
espiritual, llevar el cilicio y darles tu dinero. Si lo haces,
estás en el camino de santidad".
La autopenitencia y el uso de castigos corporales -"mortificación
de los sentidos" (Camino, 181)- son prácticas
habituales en los centros de la Obra. Otra numeraria arrepentida,
Agustina López de los Mozos, escribió en un
artículo publicado en la revista Marie
Claire en diciembre de 1988 que llevaba puesto
el cilicio -un cinturón con pinchos- ceñido
al muslo durante dos horas diarias, cada día en una
pierna. Y que una vez a la semana, los sábados, usaba
la llamada disciplina, un látigo de cuerda con varias
puntas: "entras al baño te bajas la ropa interior
y te azotas las nalgas el tiempo que dura una Salve",
contaba.
Podría pensarse que estas prácticas propias
de la España medieval ya estarían desterradas,
pero un reportaje de la revista alemana Focus de marzo
de 2002 revela cómo un médico de 44 años,
numerario en un centro del Opus Dei en Múnich, usa
el cilicio a diario y se fustiga con la disciplina cada sábado.
"Entre la abstinencia total y el conejismo procreador"
En general, todo lo relacionado con el sexo -"quítame,
Jesús, esa corteza roñosa de podredumbre sensual
que recubre mi corazón", dice Escrivá (Camino,
130)- se considera tabú en el Opus, aunque más
bien parece obsesión morbosa.
El actual prelado Javier Echevarría llegó a
decir públicamente que cuando alguien nace impedido
o con una tara, se debe probablemente a que sus padres cometieron
prácticas sexuales pecaminosas. Isabel de Armas, que
se formó como numeraria en los centros Alcor, de Madrid,
y Dársena, de Barcelona, cuenta que en la sexualidad
femenina sólo cabía "o la abstención
total o el conejismo procreador, aceptando a ciegas las supernumerarias
casadas todos los hijos que mandara la providencia. A éstas
se les recordaba el débito conyugal al marido, cuando
éste lo pida, sin ninguna atención a los deseos
femeninos ni al tempo sexual de la mujer".
Cabe pensar, desde luego, que estas personas hablen así
por resentimiento. El Opus afirma que quien está es
porque quiere y que dentro hay total libertad para informarse
y expresarse. No hay censura, dicen, pero los numerarios reciben
constantes cursos de adoctrinamiento y la lista de libros
que pueden leer mientras están en la Obra la decide
el director de su centro, quien se encarga de evaluarlos del
1 -"recomendable"- al 6 -"gravemente peligroso
para la fe"-. según Isabel de Armas, "libres
de la obligación de pensar, los súbditos llegan
a creer que la mejor libertad es aquella que consiste en obedecer
siempre". El problema surge cuando un súbdito
recobra el espíritu crítico y decide volver
a pensar por sí mismo. En ese caso, Camino también
le da la respuesta: "Obedecer..., camino seguro. Obedecer
ciegamente al superior, camino de santidad. Obedecer en tu
apostolado, el único camino: porque en una obra de
Dios, el espíritu ha de ser obedecer o marcharse".
* * * * * * * * * *
RECUADRO: Luces y sombras de San Josemaría
La historia del fundador del Opus Dei es la de un hombre
convencido de que ha sido elegido directamente por Dios para
ser santo. José María Escriba Albás -así
se llamaba realmente- había nacido en Barbastro (Huesca)
en 1902, en una familia modesta. En 1915 los Escriba se trasladaron
a Logroño, donde el joven José María
siente la llamada divina y se hace sacerdote en 1925. Tras
ejercer en Zaragoza y Madrid, funda en 1928 el Opus Dei, un
movimiento católico que busca la santidad en la vida
cotidiana. En 1946 se traslada a Roma, donde impulsa la creación
de centros del Opus por el mundo. Allí murió
en 26 de junio de 1975, a los 73 años. El papa Juan
Pablo II le beatificó en 1992 y en 2002 le convirtió
en San Josemaría.
La valoración que suscita el personaje no admite término
medio. Para sus seguidores, es un santo universal, un líder
renovador. "Un gigante inconformista, a contracorriente
(...) humilde, empeñadamente ausentado de cualquier
vana notoriedad", le llama Pilar Urbano en su biografía.
En cambio, para el sociólogo Alberto Moncada, ex miembro
del Opus, era un integrista a quien la ola renovadora del
Concilio Vaticano II le daba alergia. Ciertamente, Escrivá
no se llevó bien con los dos papas concialires, Juan
XXIII y Pablo VI, y durante el franquismo acudía al
palacio de El Pardo a dar ejercicios espirituales a la familia
del dictador.
Si era tan humilde, dice Jesús Ynfante, ¿por
qué se tomó tantos desvelos en alterar su identidad?
Se apellidaba Escriba Albás hasta que en 1940 solicitó
que se le reconociera como Escrivá de Balaguer y Albás;
en 1960, pasó de José María a Josémaría
y en 1968 pidió y le fue concedido el título
de marqués de Peralta. Según la ex numeraria
María Angustias Moreno, predicaba la pobreza "pero
no le gustaba su origen, ni su familia, ni su casa natal,
que hizo derribar para construir otra señorial".
Gustaba de las comidas exquisitas con cubiertos de plata en
el comedor de su casa de Roma, un palacio con 24 capillas.
Para Carmen Tapia, que fue colaboradora directa suya, era
una persona de malas maneras: "Podía ser agradable
y amable y, de repente, mostrarse muy enojado. Hablaba despectivamente
de las mujeres y gritaba muy a menudo. Una vez se enfadó
con una numeraria y gritó: 'la tienen que azotar, levantadle
las faldas, bajadle las bragas y azotadle hasta que se arrepienta'.
También decidió que le llamáramos Padre,
escrito con mayúsculas, y que le saludáramos
arrodillándonos con la rodilla izquierda".
Luis Otero
Muy Interesante
Marzo 2003
Arriba
Volver a Recortes
de prensa
Ir a la página
principal
|