LO
QUE NO FUNCIONA
EDU
8-5-2004
-Introducción
-El proselitismo
-Las incoherencias
-La importancia de lo relativo
-Conclusión
Introducción
Desde la perspectiva (poca) que dan unos cuantos meses alejado
de la Obra después de más de veinte años
de numerario, me animo a poner por escrito algunas consideraciones
aunque ninguna de ellas es novedosa y nada nuevo voy a aportar
a lo ya dicho en esta web. He de aclarar que toda generalización
es mala y evidentemente en la Obra hay gente estupenda, santa,
de gran nivel intelectual y con un conocimiento profundo de
Dios y del ser humano.
Uno de los temas que con frecuencia salen aquí es
si el Opus Dei puede cambiar su modus operandi, cosa
que muchos deseamos. La experiencia demuestra que es muy difícil
ya que San Josemaría dejó todo "atado y
bien atado" y así las cosas, no caben muchas alternativas.
Sin embargo, por muy sobrenatural que sea "la empresa",
el paso del tiempo debe pulir aristas y deshacerse del polvo
que se levanta al andar. La Iglesia también ha evolucionado
salvando baches humanamente insuperables, como la extendida
corrupción en su seno durante el Siglo de Hierro y
el Renacimiento. Al final no fueron los supuestos guardianes
de la ortodoxia ni la jerarquía -salvo excepciones-
los que dieron el golpe de timón necesario (estaban
muy cómodos con sus riquezas y privilegios) sino la
gente sencilla y santa los que aportaron oxígeno para
que la palabra de Dios llegara limpia y pura a todos. El inmovilismo
es malo porque no tiene en cuenta el devenir del tiempo que
necesariamente produce cambios; y del inmovilismo al fundamentalismo
no hay más que un paso.
Algo llama poderosamente la atención: el sorprendente
número de personas que se van del Opus Dei desencantadas
cuando no absolutamente quemadas. Los "ex-combatientes"
-por lo general malheridos- se cuentan por miles. Es una realidad
que desde dentro no se quiere reconocer, pero es evidente
que la Obra está pasando por una crisis de primer orden.
Escrivá utilizó una frase contundente ("el
espíritu de la Obra no está solo dibujado, sino
esculpido") que, mal interpretada, puede llevar al traste
el propio espíritu de la Obra que, si es sobrenatural,
debe mantenerse joven con el paso de los años al igual
que sucede con el Evangelio, que tiene "palabras de
vida eterna" y se acomoda perfectamente a cualquier
tiempo y circunstancia. Permanece lo substancial y cambia
lo accidental. Pero el espíritu del Opus Dei está
siendo constreñido por la letra; una letra que al igual
que puede suceder con los árboles, éstos nos
impiden ver el bosque. Se aferran a unos modos de hacer y
decir que, sin ser fundamentales, se toman como dogma inmutable
atrincherándose así en procedimientos caducos.
Personalmente, cuando era miembro del Consejo Local y llevaba
confidencias, en ocasiones me faltaban argumentos convincentes
para rebatir en la dirección espiritual (!) planteamientos
que la gente no entendía, y yo en cierta medida compartía,
por falsos y obsoletos.
Parece como si la Obra se hubiera anquilosado. Está
muy volcada en sí misma, ajena al mundo que le rodea
y pretende recristianizar; muy cerrada y endogámica
(la inmensa mayoría de los numerarios que pitan son
hijos/as de supernumerarios). Pienso que, a grandes rasgos,
hay tres temas importantísimos que crujen y amenazan
con llevar al traste a la institución: el feroz proselitismo
(sobre todo con adolescentes), las frecuentes incoherencias
rayanas en la mentira y la agobiante trascendencia de lo
relativo. Hay otros, sin duda, pero ya han sido ampliamente
tratados en esta web.
El proselitismo
Todo el mundo sabe que desde hace muchos años toda
la labor del Opus Dei, tanto en San Rafael como en San Gabriel,
está encaminada exclusivamente a la obtención
de vocaciones. Y las cosas no cambian ya que ahora el Prelado
pide 500 vocaciones de numerario/a a cada región. (¡Qué
pena da ver cómo se frivoliza e instrumentaliza el
concepto de vocación!) No hace falta ser profeta para
darse cuenta que el batacazo va a ser de pronóstico.
En el Opus Dei la superabundancia de vida interior, cuando
se logra, no va orientada a evangelizar el ambiente sino a
conseguir pitajes con lo que se trastoca el fin último
de una vida entregada a Dios, cuyo lema debe ser "amarle
sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo"
sin esperar recompensa alguna por el esfuerzo realizado. Es
el famoso afán por la eficacia tan magistralmente tratado
por E.B.E. en su escrito
del 13 de enero y posteriores. La gente no sabe hacer
apostolado, pues el planteamiento inicial viene condicionado
por la obligación imperiosa de hacer proselitismo que
-se recuerda hasta la saciedad- es sinónimo de apostolado.
Son ellos mismos los que a priori cierran muchas puertas
al amplio y extenso campo apostólico. Los retiros,
círculos y cursos básicos están por lo
general orientados a descubrir vocaciones y poco más.
Es de cajón y parece una perogrullada, pero el apostolado
de todo cristiano (y más de quien tiene una vocación
específica) es acercar almas a Dios para que sea Él
quien llame y no un director de la delegación que tiene
que enviar cartas a Roma para cumplir objetivos. ¿Quién
llama, Dios o un director? ¿Les falta fe en el hecho
de que Dios puede seguir llamando?
"Por sus obras los conoceréis". Y
sus obras no son dar a conocer a Cristo sino simple y llanamente
lograr vocaciones. La misión de la Obra no puede reducirse
a "alimentar la organización". Ese puede
ser el fin de una empresa, club o asociación, pero
no de una institución sobrenatural que debe crecer
por los frutos de santidad de sus miembros.
En los centros de las distintas ciudades en los que he vivido,
la preocupación casi exclusiva de los directores era
-y es- el proselitismo, sin que importara realmente la difusión
del Evangelio que por sí mismo atrae porque es palabra
de Dios. El "compelle intrare" es necesario,
qué duda cabe, y es legítimo meterse en las
almas para removerlas pero no como pauta sistemática
con todos. Y en cualquier caso teniendo siempre un respeto
reverencial por la libertad, que en el Opus se pisotea. Sólo
así se entiende el porqué del bajo nivel de
pitajes por una parte, y de perseverancia actual por
otra. Se puede "meter" a mucha gente con argumentos
derivados de la necesidad de disponer de brazos para extender
la labor, pero apenas se da oportunidad a que escuchen la
verdadera llamada del Señor pues desde las delegaciones
se "exigen" frutos con rapidez. Pitan con
buena voluntad pero empujados por entusiasmos pasajeros y
superficiales; sin entender plenamente (porque no se explica)
lo que significa la palabra "entrega". ¿No
se estará prostituyendo el concepto de vocación
al ser ellos los que llaman con una peligrosa insistencia
fomentada "desde arriba"?
El apostolado debe estar encaminado a persuadir a la gente
de que lo verdaderamente importante es -repito- "amar
a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti
mismo". Es decir, vivir la caridad que es el primer
y más importante de todos los mandamientos. Cuando
uno se vuelca con los demás por amor a Cristo, sobre
todo con los más necesitados, la gente se siente interpelada
como lo fueron los primeros cristianos, que se amaban unos
a otros y se preocupaban de los más desfavorecidos.
Por mucho que se estrujen la cabeza en la Obra para pretender
acomodar las palabras del Señor a su conveniencia,
no hay más remedio que dar de comer al hambriento,
enseñar al que no sabe, dar un vaso de agua al sediento
y vendar, como el Buen Samaritano, las cicatrices de los abundantes
"heridos" que hay en el camino de la vida. Todos
entendemos que no hay que caer en la interpretación
textual de las Escrituras, pero tampoco pasar de puntillas
por lo que dicen.
Si se vive bien el primer y más importante de todos
los mandamientos -dando cariño, luz, ejemplo, enseñando
de palabra de Dios, viviendo la solidaridad, la comprensión,
el amor al prójimo, etc.- las almas acudirán
atraídas por la verdad. "Por sus obras los
conoceréis" sí, pero la obra más
conocida (y temida) del Opus Dei no son las obras de caridad,
sino hacer que la gente pite a toda costa. Hasta el
concepto último de las "visitas de pobres"
está viciado de raíz -cosa grave- ya que no
pretenden ayudar al necesitado, sino remover al chico de San
Rafael para que, emocionado, escriba la carta al Prelado.
La falta de vocaciones tiene una explicación sencilla
que pocos se atreven a articular. La vocación al Opus
Dei ha dejado de atraer fundamentalmente porque no se vive
de acuerdo con lo que se predica. Se ofrece un modelo de entrega
lleno de contradicciones con respecto a la misión apostólica,
la pobreza, la obediencia, la libertad e incluso la fraternidad,
como han evidenciado innumerables testimonios de esta web.
Creo que se emplea un lenguaje desfasado de tiempos pretéritos,
y se aferran a unos cuantos tópicos vacíos de
contenido real y auténtico. Aunque sea un detalle nimio
y ciertamente nada importante, pero ¿es atractivo desde
el punto de vista humano y sobrenatural, plantear a un joven
de 14 años y medio que su entrega pasa necesariamente
por ponerse chaqueta y corbata cada dos por tres, asistir
a Misa y rezar unas oraciones en un latín que no entiende,
ó recortarle los periódicos para que no tenga
tentaciones? ¿O machacar con insistencia en la malicia
del cuerpo humano que hay que despreciar y castigar a base
de cilicios y disciplinas? ¿O animar a entregar la
conciencia -sí, la conciencia- para que sean otros
los que decidan por uno mismo? ¿O tener a miles de
mujeres pendientes de la llegada de una nota de Roma permitiendo
el uso de pantalones?
Las incoherencias
El segundo tema, que acabo de enunciar, hace referencia a
las graves incoherencias, muchas de las cuales pueden considerarse
simple y llanamente mentiras. A la gente se le anima y estimula
con frases hechas y afirmaciones gratuitas que en la práctica
de poco sirven o suscitan serias contradicciones. En ocasiones
es difícil creer lo que se predica pues falta coherencia:
insisten en la gravedad de hacer proselitismo personas que
nunca han conseguido pitajes; habla de pobreza quien
se queja porque el aperitivo sale tarde o la presentación
de la comida no está suficientemente "cuidada";
te predica sobre fraternidad un sacerdote que te echa de la
habitación con insultos cuando le haces una corrección
fraterna (me ha pasado a mí); con algunos se hace la
vista gorda en ciertos temas y a otros se les mira con lupa
y no se les pasa ni una. No pretendo caer en una casuística
muy particular, pero con frecuencia se oyen frases como:
"Somos padres de familia numerosa y pobre".
Pero la realidad es que pocas familias de ese tipo tienen
los medios materiales y económicos que disponen los
numerarios, ni -por ejemplo- tienen gente que les sirva la
mesa, lave la ropa o limpie la casa. El peligro, claro está,
reside en las disposiciones de cada uno, pero el tema de la
pobreza plantea unas contradicciones tan manifiestas y serias,
que si no se vive con exigencia, acaba tomando posición
el aburguesamiento. A ningún numerario le falta nunca
nada. Una cosa es el desprendimiento (no tener el corazón
apegado a las cosas materiales) y otra la pobreza. ¿Tener
o no tener? ¿Usar o no usar? ¿Dónde está
el límite? Se me contestará que en el corazón
y en la entrega de cada uno, pero cuando es tan patente que
esa exigencia la viven unos y otros no, algo cruje por dentro,
sobre todo cuando se convive bajo el mismo techo. No llamemos
pobreza a lo que no es.
¿Se puede ser pobre cuando nunca se pasa frío
o calor porque hay calefacción o aire acondicionado
en el centro, y uno se queja cuando falta alguna de esas dos
comodidades? ¿Se puede ser pobre y no saber usar una
fregona, o no haber lavado y planchado una camisa nunca? ¿Se
puede decir que uno es pobre cuando día tras día
tiene la mesa puesta y servida por una administración
admirable, y al mismo tiempo quejarse de la presentación
de los platos, o de que las sobras se aprovechen para hacer
otros guisos? ¿Se puede ser pobre teniendo siempre
los últimos best-sellers en la biblioteca o los más
recientes CDs aparecidos en el mercado? ¿Se puede decir
que uno es pobre con un armario repleto de ropa, toda ella
de marca? ¿Se puede ser pobre haciendo el curso anual
en una casa estupenda con un servicio impecable y playa a
20 kms de distancia, a la que se acude casi a diario (en mi
caso iba con gente de la Comisión) cuando una semana
antes se ha sugerido a los supernumerarios que no veraneen
en la costa?
"Hay que tener muchos amigos". La vida de
un numerario, por su propia naturaleza, tiene como resultado
que el número de amigos sea limitado. La verdadera
amistad se consolida compartiendo el tiempo, y es habitual
que los numerarios no puedan salir con sus amigos al no frecuentar
los mismos lugares (lugares sanos): cine, teatro, cenas, viajes,
etc. Los numerarios acaban por ser unos bichos raros que sólo
salen "a dar una vuelta". No siempre es fácil
propiciar un ambiente de verdadera amistad y confidencia,
sobre todo cuando muchas de esas amistades son postizas y
accidentales que se instrumentalizan para poder decir en la
charla que uno "hace apostolado". De los cientos
de numerarios que conozco, los que tienen más amigos
y hacen más apostolado son los que -lógicamente-
llevan una vida social más activa, cosa mal vista por
los directores. En el caso de los supernumerarios, además,
apenas disponen de tiempo para nada que no sea trabajar y
atender a sus familias numerosas. Muchos desconocen desde
hace tiempo lo que significa la palabra descanso, y se ríen
a mandíbula batiente cuando se les habla del paseo
semanal y la excursión mensual.
"No nos interesan las estadísticas".
Los que han estado en cargos de dirección sabrán
que la Comisión solicita datos de manera constante
y agotadora. Desde gente que acude a los medios de formación,
hasta el nombramiento de cooperadores y -ojo al dato- el número
de confesiones, pasando por todo tipo de estadísticas
semanales, mensuales y anuales, que hay que rellenar puntual
y sistemáticamente. También hay que enviar cada
dos por tres listas con nombres de posibles candidatos.
"La auténtica familia es la Obra, nuestra
madre guapa". El alejamiento familiar que se fomenta
es inhumano, artificial y en ocasiones cruel. Se crean personas
desarraigadas, psicológicamente muy vulnerables, sin
otro apoyo en el mundo que la gente de la propia institución.
Cuando una organización sustituye a algo tan natural
y "bueno" como la familia, dicha organización
puede acabar convirtiéndose -sin saberlo- en una secta.
Además, a los que dejan la Obra y ya no tienen familia
en la tierra, se les abandona y desprecia de forma impenitente,
sean cuales sean los motivos, actitud que difiere mucho de
la del progenitor del Hijo Pródigo, modelo de auténtico
padre.
"La voluntad de Dios nos llega a través de
los directores". Dicha afirmación es muy delicada
porque puede dar pie -como de hecho ocurre- a graves abusos
de conciencia. Es peligroso otorgar a las personas competencias
reservadas a Dios. Sólo el Papa es infalible cuando
habla "ex catedra". Los directores dirigen de acuerdo
con unas normas y una praxis, y los miembros de la Obra suelen
obedecer con docilidad ya que están ahí porque
quieren; porque están convencidos de que Dios les ha
llamado, no una persona concreta. No se puede, por tanto,
identificar la labor de dirección con algo tan sagrado
como es la VOLUNTAD de Dios.
"No somos como los demás; somos los demás".
La falsedad es tan obvia, que no se me ocurre comentario alguno.
Quien se crea esa aseveración está loco de remate.
La importancia de lo relativo
Por último, la trascendental importancia que se concede
a lo objetivamente relativo. Parece una tontería pero
no lo es porque, a la larga, se acaba desfigurando la cara
del verdadero cristianismo. Es muy difícil mantener
el equilibrio psíquico en un ambiente sofocante donde
decenas de ojos vigilan el cumplimiento de la letra más
pequeña. Es imposible vivir el ingente número
de normativas e indicaciones que se generan constantemente.
Jesucristo redujo los cientos de preceptos de la antigua ley
de Moisés a dos: amar a Dios y al prójimo. En
la Obra ocurre exactamente al revés: los preceptos
se multiplican, y se veneran con auténtico fervor los
armarios repletos de instrucciones, cartas, notas, reglas,
normas, criterios, directrices, glosas, disposiciones, vademecums,
etc. No es de extrañar que en todos los centros donde
he vivido hubiera siempre personas "empastilladas",
tratando de sobrevivir a tanto despropósito con la
ayuda de medicamentos. El sentido de culpabilidad ante cualquier
nimiedad está muy extendido. Siempre hay algo que haces
mal y para "ayudar" se nos recuerda constantemente
que no valemos nada, no podemos nada, que somos la NADA. En
el Opus Dei hace falta -y con urgencia- oxígeno, pues
la letra está sepultando el espíritu.
Conclusión
Es obvio que muchas personas no saben compaginar la vida
de entrega con la búsqueda de la santidad en medio
del mundo. La vocación de numerario/a (o agregado/a)
es un fenómeno muy novedoso, sin apenas tradición
en la historia de la Iglesia, y compaginar la vida contemplativa
con el ejercicio de la profesión dentro del mundo,
exige no sólo una vida interior sólida, sino
una personalidad muy fuerte que, salta a la vista, no muchos
aguantan. El gran peligro reside en pretender vivir esa vocación
como se hacía en la España de los años
60 -cuando el ambiente social y político (?) favorecían
la piedad ostentosa y forzada- que es lo que está ocurriendo
en la Obra, y así no se va a ningún lado. Desde
Roma, Comisión y las Delegaciones no se entiende bien
lo que está ocurriendo porque esos ambientes son exclusivos,
diferentes del mundo real y bastante extraordinarios (artificiales),
donde la sociedad y el ámbito laboral no afectan. Son
"torres de marfil" inexpugnables.
Claramente, hay modos de hacer que deben cambiar. Seamos
serios: una institución que pregona la santidad en
medio del mundo no puede ser mala, pero pueden convertirse
en perversas las prácticas y costumbres empleadas,
tan ajenas al espíritu de libertad, respeto y caridad
que el Evangelio rezuma. La cuestión es que las palabras
pronunciadas por Don Álvaro en la homilía del
día en que fue elegido sucesor de San Josemaría
maldiciendo a quienes pretendieran ser infieles a la gracia
de Dios y al espíritu de Escrivá (Crónica
SEP 75, pag. 23) han dejado petrificados a muchos, pensando
que las manos deben estar atadas. Pero el hecho es que se
han quedado parados en el tiempo sin atreverse a dar un paso,
viviendo de la inercia del pasado, temerosos de tomar ciertas
medidas por miedo a desvirtuar o cambiar el legado del fundador.
No hacen sino mirarse a sí mismos guardando celosamente
un tesoro que, por otra parte, nadie quiere robar. La temida
palabra "reforma" no tiene por qué ser destructiva.
Al contrario, el inmovilismo casi siempre lo es; todo depende
del espíritu con que se realice. La reforma planteada
por Lutero, nada tiene que ver con la efectuada por Santa
Teresa, que luchó por cambiar los malos hábitos
adquiridos con el paso del tiempo.
En fin, se trata de unas consideraciones nada exhaustivas.
Yo no soy quién para exigir nada a nadie (¡faltaría
más!), pero sería de agradecer que al menos
se escuche a los que con buena intención quieren comentar
lo que, según ellos, no marcha bien en el Opus y hace
auténtico daño al prójimo: daño
material, espiritual y psicológico. Ya en su día
comenté éstas y otras cosas a algunos directores
pero sencillamente no hay voluntad de escuchar. En las famosas
"semanas de trabajo" se anima a que todos presenten
ponencias o testimonios "positivos" y se rechazan
los escritos que ponen el dedo en la llaga aunque sea con
la mejor intención del mundo. Lógicamente, de
nada sirven estas líneas, sobre todo viniendo de alguien
"que ha abandonado la barca" pero al menos, los
que no son del Opus Dei podrán -a través de
esta web- tener acceso y entender (¡que no es fácil!)
el pensamiento de muchos que se han ido desencantados o engañados
por un mensaje cada vez más alejado del espíritu
del Evangelio.
Arriba
Volver
a Libros silenciados
Ir a la página
principal
|