SERÉIS
EFICACES...
Enviado por E.B.E. el 13 de enero de 2004
Leyendo días pasados el escrito de Jacinto
Choza y comentándolo con un amigo, recordábamos
cómo en la Obra el principio de la eficacia es fundamental:
quien no es eficaz está en problemas. De alguna manera
la idea es: quien tiene vocación será eficaz
y quien no es eficaz difícilmente tenga vocación
(algo parecido, de alguna manera, a lo que afirmaba Calvino).
Entendí mejor la Obra cuando leí dos frases
particularmente significativas: «las instituciones existen
para la eficacia» y en consecuencia (citando a Weber)
«una de las condiciones del éxito es el empobrecimiento
espiritual».
Recuerdo tantas frases del tipo «sólo seremos
eficaces si
», «hagamos propósitos
eficaces de», «tengamos deseos eficaces de»,
«seamos instrumentos eficaces», «servir
a Dios con eficacia», «es condición de
eficacia», «hacer una oración eficaz»,
como si se tratara de una condición fundamental para
algo fundamental: ¿la salvación? Así
parecería ser. Esto también se podía
percibid desde otro lado, el lado negativo: «ser ineficaz»
era toda una advertencia, todo un destino desgraciado. Era
sinónimo de no dar fruto: ser un fracasado, en definitiva.
Ni hablar si se trataba del proselitismo, donde era fundamentalísimo
ser eficaces. Ahí debíamos poner «medios
para ser eficaces» y tener «eficacia apostólica».
Mucho se hablaba de la «Unidad» como garantía
de eficacia y razón para la docilidad y el sometimiento.
En bien de la unidad y su eficacia debíamos ceder nuestros
derechos.
***
La idea de eficacia es una obsesión en la Obra y está
unida a una cierta idea de predestinación. Esta seguridad
psicológica pretende garantizar la perseverancia y
acrecentar el número de vocaciones. Pero no tiene otro
fundamento que el voluntarismo y el esfuerzo (otro tópico
en el cual se insistía tanto: «esforzarse»,
presionarse, funcionar a presión).
Reconocer la propia «ineficacia» era el camino
para la humildad y para luego volverse eficaz.
¿Por qué era tan importante ser eficaces? ¿Quería
yo ser eficaz? ¿Sería feliz siendo eficaz? ¿Era
mi misión la eficacia? ¿Cuál era la necesidad
de definir mi vida en términos de eficacia? ¿Debía
mi trabajo ser eficaz, mi oración ser eficaz, mi apostolado
ser eficaz, mi mortificación ser eficaz, mi aprovechamiento
del tiempo ser eficaz, mi obediencia ser eficaz, mi caridad
ser eficaz, mi descanso ser eficaz, mis fracasos ser eficaces,
debía ser «todo» eficaz? Sí para
la Obra. Qué agobio producía tanta eficacia.
Cuánto «utilitarismo» e instrumentalización
de la amistad y las relaciones humanas. ¿Era acaso
uno de los mandamientos «ser eficaz»? Al menos
el fundador pensaba que era un mandato: «¿qué
nos recuerda el Señor? Que seamos eficaces»
(Meditación, 28-V-1964).
Frases tan oídas como aquella de que «nosotros
no fracasamos nunca» unidas a la idea de «eficacia
para todo», provocaban irremediablemente sentimientos
excitistas, muy alejados de la «humildad colectiva».
Es importante en la Obra que el sitio que uno ocupa esté
justificado en términos de eficacia y de necesidad.
Si por alguna razón los directores consideran que uno
no está siendo eficaz, peligro. Si hay algún
trabajo que no les parece eficaz, peligro. Si alguien ha dejado
de ser eficaz por alguna enfermedad o está en una situación
que no es posible homologar en términos de eficacia,
peligro. Es cierto, los enfermos son el tesoro de la Obra
-se dice. Pero también es cierto que si alguien está
deprimido y no puede ser eficaz de alguna manera especialmente
desde el punto de vista apostólico y tangible-, peligro.
La Obra tendrá paciencia por un tiempo, pero a largo
plazo resolverá la situación «eficazmente».
En la Obra uno tiene que saber dar razón de su eficacia,
necesita «justificarse» en términos de
eficacia. De lo contrario, la Obra se encargará de
expulsar el cuerpo extraño por ineficaz. En este sentido,
la Obra es muy materialista. Se nos decía que con sólo
hacer las normas del plan de vida ya éramos eficaces,
pero con una eficacia necesaria aunque no suficiente.
***
La Obra busca y exige la eficacia de sus miembros porque
busca como institución ser eficaz. Si no, veamos los
ejemplos más patentes de eficacia:
- 1982 la Prelatura
- 1992 la Beatificación del fundador
- 2002 la Canonización del fundador
No hay más que reconocer que como institución,
cumple con el principal requisito: ser eficaz, lograr los
objetivos propuestos. Tanta eficacia ha despertado más
de un interrogante, y uno de ellos es el que sigue.
Hay una cosa altamente llamativa en la ausencia -durante
nuestros años de formación, en tantas frases
escuchadas- de la palabra eficiencia. Si uno lo piensa detenidamente,
es impresionante.
Pero más impresionante aún es un dato (lo reconozco,
los datos no siempre son los más indicados para dar
una interpretación definitiva, a veces son efectistas
y nada más; pero otras
producen conmoción).
Y el dato es el siguiente: tomando los textos de Amigos de
Dios, Es Cristo que pasa, Conversaciones y algún otro
más, la palabra «eficiente» aparece 1 (una)
vez (incluyendo sus derivados, como eficiencia); en cambio
la palabra «eficacia» y sus derivados (eficaz,
etc.) aparece 178 (ciento setenta y ocho). No quiero imaginar
si este mismo trabajo se hiciera con las publicaciones internas
Es un dato, pero escalofriante, y que me convence cada vez
más de que no vale la pena discutir con los que dirigen
la Obra o con algunos de sus defensores acérrimos:
hay demasiada evidencia de las grietas morales de la Obra
como para gastar energía y tiempo en demostrarles algo
a quienes no quieren ver. Mejor es, me parece, gastar esa
energía en sanarse comprendiendo qué pasó-
y en advertir a otros para que, con más elementos,
decidan libremente qué quieren hacer de sus vidas,
y como dijo Satur, que no digan «yo no lo sabía»
o «nadie me lo dijo».
***
Con hacer un poco de memoria, cada uno se dará cuenta
de que la eficiencia no era un elemento que al fundador le
preocupara obsesivamente como la eficacia. Nunca oí
la frase «eficiencia apostólica», por ejemplo.
Y tiene su lógica.
La eficacia que la Obra exige tiene un problema: no es eficiente.
Sus costos en vidas humanas son demasiado grandes. Pero de
eso el fundador no dijo nada, o tal vez dijo algo: «se
gasta lo que se deba aunque se deba lo que se gaste».
Qué significativo, ¿no?
O sea, vía libre para el gasto -en vidas humanas,
por poner el caso- que requiera la eficacia de la Obra. La
eficacia es un mandato y la eficiencia está dispensada.
Esto no es una interpretación arbitraria de la frase
de Camino: es una lectura histórica, es la devolución
que la historia interna de la Obra ofrece como consecuencia
de la puesta en marcha de una doctrina basada en la irresponsabilidad.
Es otra de las razones por la cual la Obra no hace autocrítica
alguna acerca de el alto número de personas que abandonan
la institución: es condición de eficacia.
La Obra es eficaz, pero es deficiente. Tiene déficit,
contra lo que nos enseñaba y exigía: que nadie
debía en la Obra ser deficitario. Sin embargo, la Obra
estaba dispensada para endeudarse y no pagar.
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