SAN
JOSEMARIA Y SU TRENECITO
DIOGNETO, 22 de octubre de 2004
Muchas veces me lo pregunto ¿Qué pensará
Dios de semejante Obra? Me lo preguntaba hace ya muchos años
en un oratorio barroco, barroquiano, barojiano, cuando yo
era aún más pardillo que ahora. El caso es que
me sigue intrigando ese tema.
Decía San Justino, allá por el siglo II: "El
Padre inefable y Señor de todas las cosas, ni viaja
a parte alguna. Ni se pasea, ni duerme, ni se levanta, sino
que permanece siempre en su sitio, sea el que fuere, con mirada
penetrante y con oído agudo, pero no con ojos ni orejas,
sino con su poder inexpresable. Todo lo ve, todo lo conoce;
ninguno de nosotros se le escapa, sin que para ello haya de
moverse el que no cabe en lugar alguno ni en el mundo entero,
el que existía antes de que el mundo fuera hecho".
¿Será penetrante la mirada de Dios hacia el
farsante que le pone el brazo sobre el hombro de un niño
de 15 años mientras le dice con meliflua sonrisa: "Dios
te llama, ¿por qué no pitas?" ¿Cómo
miraba el Señor al dire que yo tenía cuando
me decía con un entusiasmo infantil que yo tenía
vocación, que él lo había visto en la
oración, que pa eso tenía él gracia de
estado? ¡Gracia, la que le faltó a este ínclito
enajenado cuando se escapó con una numeraria más
fea que pegar a Cristo con un cirio pascual! Más de
treinta años tardó este cretino en darse cuenta
que Dios no lo había llamado a él, que era a
su prima
. la sorda ¿Gracia de estado? ¡que
gracia! Lo dicho, un gracioso.
Las locomotoras pitan, nunca se salen de sus vías,
nada les aparta de su camino, van con paso firme, bien orientadas,
se llevan por delante todo lo que se interpone en su camino,
a veces a familias enteras; detrás de ellas van los
vagones, sin ver el camino, sin saber que hay delante, eso
sí, siguiendo el camino. Ni ellas ni los vagones saben
a donde van, ni como van, ni porqué van
ni nada;
si un vagón rueda mal, la locomotora sigue su marcha,
como si tal cosa, ¡pobres vagones! Las personas no somos
ni locomotoras ni vagones, esto es gracias a Dios, se lo debemos
a Él. Si el tren en cada curva pierde un vagón,
o más, la locomotora aligera su peso y corre más,
a ninguna parte, pero corre insensatamente sin corregir su
marcha. De esta manera siguen descarrilando vagones, muchos,
sin saber quien es ya el farolillo rojo. Si la locomotora
reconociese sus errores correría mejor suerte ¡que
lástima que la locomotora no sepa pensar! Ya veremos
lo que le dice el jefe de estación cuando llegue a
su destino con cuatro tristes vagones.
No consigo imaginarme al bueno de San Josemaría en
el cielo y eso que no me falta imaginación, pero no
puedo. Si, por la infinita misericordia y compasión
de Dios, anda por esos lares, estará sentado, con sus
manitas entrelazadas, descansando, complacido, jugando con
su tren eléctrico, ese tren eléctrico que no
tuvo de niño, un trenecito celestial que se para en
las estaciones en su momento y que, al oír los pitidos
del santo de lo ordinario, sale prontamente a reiniciar su
recorrido por las diminutas vías, una y otra vez, como
un borrico de noria. Eso sí, como Dios es, además,
infinitamente justo, seguro que, haciendo corro, estará
bastante gente, mirándolo complacidos, viendo como
juega, ya más tranquilos, más relajados, porque
la locomotora y los vagones son de juguete, no de carne y
hueso. Porque, para desgracia de muchos, hay también
vagones y locomotoras de carne y hueso, material rodante que
sí siente y que padece. ¡Que pena que el santo
de lo ordinario no tuviese un trenecito eléctrico cuando
era niño! Seguramente nos habríamos ahorrado
muchos barruntos.
Y es que, las locomotoras son muy grandes, enormes y se sienten
poderosas, sin embargo, al final del siglo I, Clemente Romano
dejó dicho: Aprended a someteros, deponiendo la
arrogancia jactanciosa y altanera de vuestra lengua; pues
más os vale encontraros pequeños pero escogidos
dentro del rebaño de Cristo, que ser excluidos de su
esperanza a causa de la excesiva estimación de vosotros
mismos.
Que agradable es ver a otros cristianos, que viven a gusto,
con sus creencias, sus oraciones, caminando tranquilamente,
sin extraños complejos, sanamente, como las monjitas
de la orden del Cister del monasterio de Nuestra Señora
de Vico que menciona Carmen
Charo (20-10-04) en su escrito. ¿No les dará
vergüenza a esos "santos de lo ordinario" al
leer el relato de cómo viven y piensan esas monjas?
¿No se van a dar nunca cuenta que sus centros son lo
más parecido al palo de un gallinero? Debe de ser que
hay quien disfruta encaramado al palo de un gallinero, bien
encaramado
bien encogido, bien a gusto, tan ricamente.
Otros no:
Entre nosotros fácilmente podréis encontrar
gentes sencillas, artesanos y viejezuelas, que si de palabra
no son capaces de mostrar con razones la utilidad de su religión,
muestran con las obras que han hecho una elección buena.
Porque no se dedican a aprender discursos de memoria, sino
que manifiestan buenas acciones: no hieren al que los hiere,
no llevan a los tribunales al que les despoja, dan a todo
el que pide y aman al prójimo como a sí mismos.
Esto lo dejó escrito Atenágoras hace algunos
años, en el 177 d.C.
Eso si, para completarlo, para rematar, al bueno de Teófilo
de Antioquia se le ocurrió decir en el 180 d.C.: Me
dirás - ¿Es que Dios puede estar airado?- Ya
lo creo: está airado contra los que obran el mal, y
es benigno, bondadoso y misericordioso con los que le aman
y le temen. Porque él es el educador de los piadosos,
el Padre de los justos, el juez y castigador de los impíos.
Pii, piiiiiiiii
¡Señores viajeros,
próxima parada!: ¡Santa Puebla de los Engañados!
Ora pro nobis y
.. ¡todo el mundo abajo!.
Arriba
Volver a Tus escritos
Ir a la página
principal
|