MI
HISTORIA COMPLETA
(ex numeraria auxiliar)
MERCY
1. Breve introducción
2. Corría el año 1988
3. Primer año
4. Y llegó la hora de crecer...
(3-11-04)
5. Sé doblemente fiel...
(5-11-04)
6. Nunca tuve mucha suerte con las numerarias
(7-11-04)
6. Por fin llegó el cambio
(10-11-04)
7. El principio del fin (14-11-04)
8. Un año de luchar, de rezar
y de llorar (17-11-04)
9. Es difícil crecer
(24-11-04)
10. Conclusión (3-12-04)
Fin del testimonio
BREVE INTRODUCCIÓN
Ahora que ya me he presentado con un
resumen de mi paso por la Obra quiero contarles la
historia completa, lo tendré que hacer por episodios
como en las novelas, para dejarlos en suspenso y para que
no se aburran con relatos largos ¿están de acuerdo?.
Bien, comencemos.
Corría el año 1988
Corría el año 1988 y yo estaba a punto de terminar
mi educación secundaria y como todas mis compañeras
tenía que decidir dónde estudiaría la
preparatoria, yo no tenía que pensar nada, para mi
la preparatoria pública era mi única opción
(eso era lo que yo pensaba) pero mi papá tenía
otros planes ¡¡UN COLEGIO DE MONJAS!! ¡auxilio!
¡sálvese quien pueda!!, mi salvación llegó
al lunes siguente, mientras esperábamos en el patio
central para hacer los honores a la bandera. Mi mejor amiga
me contó muy entusiasmada que existía una escuela
de Hoteleria... ¡lo máximo!, ¡es preciosa!,
¡te va a encantar!, no la conozco pero vamos juntas
a verla (¿¿¡¡). Por supuesto que
acepté, ¡lo que sea menos con monjas!, y para
allá voy. Ni tarda ni perezosa le dije a mi papá
que ya sabía lo que quería estudiar, ese fué
el momento en el que su envidiable cabellera comenzó
a perder su color negro.
Total que después de muchos estira y afloja, lágrimas
y chantajes lo logré, me fuí a inscribir para
hacer una convivencia de selección con una duración
de dos semanas. A los tres dias ya tenía la total y
absoluta seguridad de que no me quedaría en ese lugar
ni aunque me quedara sin estudiar. Mira que levantarme a la
6:00 a.m. para ir a meterme al Oratorio media hora antes de
la Misa??, yo que para lo único que pisaba la Iglesia
todos los dias era para acortar camino para llegar a mi casa.
Y después a limpiar toda es casototota inmensa (era
una casa de retiros), correle a desayunar y a seguir limpiando,
termina, vete a dormir en el Rosario, corre a tu zona de trabajo
(cocina, lavadero, planchero, comedor, etc.) a comer, regresa
a tu zona, deja todo impecable y en su lugar y a las aulas
a estudiar hasta la hora de la cena, una vez más a
tu zona, termina y vete a tertulia?! al final, ya como cucaracha
fumigada y con pies de plomo al exámen de conciencia,
últimas oraciones y por fin ¡¡A LA CAMAAA!!!.
Y así piensan que voy a querer quedarme en este lugar
dos largos años, ni de broma.
Pero no contaba con mi yo interno que me torturaba por las
noches: ¿Vas a permitir que se diga de ti que te equivocaste?,
tus hermanos se van a burlar de ti y con razón, ¿No
que muy valiente?... Y caí, ya lo hice y ahora me agüanto.
He aquí mi primer error.
Llegué a primer año con catorce añitos
(casi quince) y temblando de miedo, nunca se lo demostré
a mis padres es mas ellos desde ese momento comenzaron a creer
que yo no los quería. Si ellos hubieran sabido el dolor
que yo sentí al verlos perderse en el camino, dejándome
en ese inmenso lugar. Si ellos y mis hermanos hubieran sabido
que también lo hacía por superarme profesionalmente
(ilusa de mi) para algún día poder serles de
ayuda, si ellos hubieran podido escuchar el llanto que casi
todas las noches visitaba mi cuarto, llanto provocado por
las ganas locas de regresar a su lado... Y que no se por qué
pero desde ese momento yo tenia una seguridad rara de que
ese sentimiento ya no se marcharía nunca...
Primer año.
Todo era nuevo para mi. Aunque recibí de mis padres
las bases de la fe, ellos nunca me obligaron a practicarla.
Yo era libre.
Pero en ese primer año comencé a estudiar el
catecismo y por fin pude hacer mi primera comunión;
nadie supo que la estaba haciendo, solo el sacerdote y yo.
Fue algo muy intimo y grandioso.
El trabajo era pesadísimo para chicas de nuestra edad
pero todas queriamos ser la mejor. Participaba en todas las
tertulias especiales que se organizaban: teatro, baile, juegos,
todo. Era una esponja al 100%.
Cada alumna tenia asignada una preceptora (numeraria) y una
"amiga" (numeraria auxiliar). Con la primera se
tocaban temas academicos, con la segunda todo lo demás:
plan de vida, asuntos personales, vida diaria etc.
En mi caso no sé si conciderarlo virtud o defecto
pero sucede que me encariño rapidísimo con las
personas, pero no solo entrego el corazón sino toda
mi confianza y eso hice con estas dos personas.
Comenzó el segundo año ¡¡ya soy
grande!! ahora tengo que dar ejemplo a las de nuevo ingreso
y no solo eso ya podía enseñar el catecismo
a los niños de los pueblitos cercanos y ya podía
pasar a servir el comedor de LA RESIDENCIA!!... Ya podía
y debía pedir la admisión...
Para entonces ya lo habían hecho otras tres compañeras
de grupo y comenzaron a perseguirme por todos lados, al final
y con 16 años lo hice; escribí mi famosa carta.
Todo era felicidad.
Con lo que no conté fué con mis hermanos mayores
que decidieron que se me había safado un tornillo y
era necesario tomar medidas. Y un domingo de visita me avisaron
que mis papás habian llegado a verme, ¡yupiii!!;
bajé las escaleras corriendo y saludé a mis
papás dentro del coche como siempre, pero, de pronto
se encendió el motor y mi papá comenzó
a avanzar por el camino que conducía fuera del territorio
de la casa de retiros, ¿Que haces papá? pregunté
yo. -Vamos a la casa hija, respondió muy tranquilo
y seguro, ¡¡¡QUEEEE!!! ¡Pero eso es
imposible! ¡No debo, me van a expulsar si se enteran!
¡¿Que te pasa!?. Y de repente como en pelicula
de vaqueros, por ambos lados del camino de terracería
y de entre los matorrales saltaron dos hombres que se metieron
en el coche... Eran mis hermanos.
Ya se podrán imaginar mi cara de asombro y de consternación.
Habló el valentón de mi hermano: estás
mal y te vamos a ayudar, tu no te vas a quedar aquí
ni muerta. Acto seguido comencé a despotricar y a argumentar
todo lo que se me venía a la mente en ese momento pero
el coche no se detenía. Pero... Sucedió lo que
yo creía era mi milagro; entre la nube de polvo y como
mi Angel de la guarda apareció la camioneta de la escuela,
llena de alumnas que regresaban de paseo.
Yo comencé a agitar las manos para que me vieran,
¡que lindas!! ¡me devolvieron el saludo y siguieron
de largo!.
Y tuve que rrecurrir al último e infalible de los
chantajes, me puse a llorar como loca; lo más tierno
y lastímero que pude y de repente se hizo el milagro,
mi papá detuvo el coche, me miró y dijo: así
no te quiero en la casa. Acto seguido dió media vuelta
y regresamos al internado.
Yo pude respirar aliviada y entonces fueron mis hermanos
los que comenzaron a despotricar y a tratar de convencer a
mi papá de que no me hiciera caso, pero mi papá
ya no los escuchaba; volvió a hablar mi hermano: Pase
lo que pase contigo, no quiero volver a saber nada, absolutamente
nada de ti. Y se bajó del coche. Lo cumplió,
pasaron seis largos años para que volviera a dirigirme
la palabra.
Y ustedes que pensaron, que ya había ganado yo?, pues
no, esa batalla había sido con los dos mayores; me
faltaban los otros tres...
La segunda batalla se estaba preparando...
Y llegó la hora de crecer
Mi relato continúa el día en que tengo que abandonar
el internado, terminaron los estudios y llegó el momento
de crecer. Mi primer centro de la Obra sería la administración
de la comisión regional y del centro de estudios de
numerarios.
Antes de irme debía despedirme de mi familia, y es
en este momento cuando se lleva a cabo la segunda batalla.
Llegué a mi casa con toda naturalidad a avisarles
que me marchaba a vivir al Distrito Federal, primer impacto;
la no tan buena fama que, por desgracia, tiene este tan hermoso
lugar puso a mis padres y hermanos con los nervios de punta.
Como es natural yo les dije que no se preocuparan, todo iba
a estar muy bien. Comenzaron las miradas sospechosas, esas
que a mi me ponían un poco nerviosa, seguimos platicando,
consejos y otras cosas, y cuando yo pensé que era hora
de retirarme ¡sorpresa! la puerta estaba cerrada con
llave; nadie decía nada, hasta que mis dos hermanas
mayores se me acercaron con cara de madres adoptivas rodeándome
con sus brazos muy cariñosamente y tratando de convencerme
nuevamente de mi estado de locura y perdición; yo,
como era natural en alguien recién iniciado en su vocación,
me negué a escuchar semejantes voces tentadoras y comencé
a buscar la manera de salirme de mi casa.
Nunca fui una adolescente muy femenina que digamos, solía
trepar bardas con cierta frecuencia, principalmente la de
mi casa y estaba a punto de hacerlo cuando otra sorpresa me
lo impidió, mi hermano Eduardo (se ganó el derecho
de ser nombrado) sacando valor de no sé donde ya que
el es mayor que yo por solo dos años, se enfrentó
a mis papás y hermanas se fue a la puerta con mi mochila
en la mano la abrió y me dijo: vamos, te llevo a tu
casa. Por supuesto que no lo pensé dos veces y me salí
corriendo, aprovechando el momento de confusión.
Mi hermano tampoco entendía lo que yo estaba haciendo
pero siempre ha sido un defensor incansable de la libertad
y del derecho de los demás a vivir su propia vida y
ese era el motivo por el que me estaba ayudando, nunca olvidaría
lo que me dijo de camino en el autobús: Siempre vas
a contar conmigo, yo te apoyo en cada cosa que decidas, y
si algún día te arrepientes y quieres regresar
siempre encontrarás a tu hermano para ayudarte.
Y quien me iba a decir que solo unos meses después
sería a él al que le llamaría llorando
para pedirle que me ayudara a regresar...
Pero con lágrimas y todo regresé al internado
solo para terminar de hacer mi maleta, al día siguiente
saldría hacia mi primer destino. Sería en este
centro donde por primera vez vería a personas irse
de casa, sufriría mi primera humillación a cargo
de una numeraria que me enseñaría cuál
era mi posición dentro de la obra y vería por
primera vez reflejada en la mirada de otras numerarias auxiliares
esa compasión hacia una nueva vocación que no
sabia en lo que se estaba metiendo.
Sé doblemente fiel...
Cuando llegué a vivir a este centro también
era centro de estudios de numerarias axiliares, el año
siguiente dejaría de serlo. Un buen día desapareció
una auxiliar que por lo menos tendría unos 15 años
en casa, pregunté por ella y me respondieron que fuera
a preguntar a la directora, así lo hice y ella solo
me dijo que rezara mucho para que Dios la iluminara y siguiera
un buen camino. Esta auxiliar regresó unos días
después pero ya estaba decidida a marcharse solo pasaron
dos semanas y se fue. La directora me llamó para decírmelo,
para que yo no hiciera preguntas por otro lado y añadió
que ahora yo tenía que ser doblemente fiel para desagraviar
al Señor por esta vocación que ya no quiso serle
fiel.
Y luchaba por serlo, de verdad que sí, nunca me quejaba
de nada y mi entrega al trabajo era incondicional y lo seguiría
siendo mientras estuviera en casa.
Vivía en este centro una numeraria que todo mundo admiraba
solo por el hecho de haber vivido en Roma, a mí eso
siempre me pareció una exageración, eso no los
hacía ni mejores ni distintos, pero tampoco me importaba
mucho. Cada quien era libre de admirar a quien quisiera.
Pues bien un buen día le asignaron la misma área
de limpieza en la que yo me encontraba y al llegar comenzó
a hacer una serie de indicaciones totalmente ilógicas
para quienes sabíamos cómo se hace una limpieza,
las dos auxiliares que en ese momento estábamos ahí
intercambiamos miradas de ¿queee?, y yo tuve el atrevimiento
de decirle que ordinariamente las cosas no se hacían
así y estaba por explicarle cuando me calló
en seco y me dijo: a mi nadie me da indicaciones y mucho menos
usted. ¿Qué quiso decir con ese mucho menos?,
¿acaso yo era diferente?; en ese momento ya no dije
nada y continué con mi trabajo. Al regresar a la administración
me fui a mi habitación para tratar de ordenar mi cabeza
y acabar de pasar ese mal momento cuando alguien tocó
mi puerta.
Abrí y para mi sorpresa era la subdirectora, quien
ya había sido puesta al tanto de cómo habían
ocurrido las cosas por boca de la ejemplar numeraria en cuestión
y sin importarle mucho mi versión de las cosas me dijo
que tenía que aprender a obedecer aun cuando lo que
se me mandara me pareciera que no era lo mas indicado, lo
acepté y me hice el propósito de no volver a
pensar en eso. Pero era imposible, era como si ese hecho insignificante
me hubiera quitado un velo de los ojos y comencé a
ver cosas que antes no veía o no quería ver.
Las diferencias entre numerarias y numerarias auxiliares,
en el vestir, en los comedores, en los festejos de cumpleaños,
en el trato con las enfermas, todo era distinto y yo no estaba
dispuesta a continuar en un lugar donde se predicaba una cosa
y se vivía otra así que decidí marcharme.
Llamé por teléfono a mi hermano, ya saben a
quien me refiero, y le dije: ven por mi ya no puedo estar
mas tiempo. Nuevamente me sorprendió ya que sin pedirme
ninguna explicación me dijo: en tres horas estoy por
ti.
Para mi desgracia ese día había amanecido con
un cólico como de caballo y me sentía fatal
pero con todo y eso fui con la numeraria que estaba en ese
momento de encargada y le dije sin mas preámbulo que
me iba. Poco le faltó para colgarse de la lámpara
y comenzó a soltarme un sermón casi sin respirar
y cuando le dije además que si me podía dar
algo para mi malestar me dijo que seguramente eso era un castigo
de Dios por serle infiel, y sin darme ni un mejoralito siquiera
me mando a la recepción del centro de estudios, obedecí
pero la otra auxiliar que estaba en recepción de la
comisión me mando a la cama y me dijo: no me importa
si me regañan tu estás muy mal y necesitas descansar.
Acababa de llegar a mi habitación cuando llegaron a
avisarme que mi hermano había llegado, el subió
a verme y platicamos de lo que me estaba pasando, el comprendió
que yo tenía razón pero que en ese momento no
me podía ir, se despidió de mi con la promesa
de que regresaría en cuanto me pusiera mejor para hacer
el viaje.
Solo que ninguno de los dos sabíamos que ese viaje
se haría muchos años después...
Nunca tuve mucha suerte con las numerarias
Llegó el momento de mi centro de estudios que fue
mas o menos igual al de todos me imagino. Con sinsabores y
un poco de todo, lo interesante comenzó al final, cuando
llegó el momento de darnos nuestros respectivos destinos
y no sé porqué para mi buena suerte el mío
era el que menos me esperaba. La noticia me la daría
mi directora y de la mejor manera que lo podía hacer:
"oiga por cierto, aprovechando que la veo le digo
que usted se queda aquí en la plantilla de la administración,
pero no crea que se queda por ser la mejor, se queda por otros
motivos". Se dio la media vuelta y se fue dejándome
como perrito sin dueño en un lugar extraño,
y esto duraría otros largos dos años y medio.
Como es un poco difícil contar todo lo sucedido en
dos años solo compartiré aquellas cosas que
seguían separándome cada vez mas de la Obra.
Comenzó mi vida como instructora del centro de estudios,
era encargada de una zona daba algunas clases prácticas
a las de primer año y en todo momento debía
dar el mejor ejemplo posible.
Un buen día llegó a vivir una numeraria a la
que le asignaron la zona donde yo estaba (como verán
mi suerte con las numerarias no era muy buena) como yo tenía
un poco de más experiencia tanto ella como las alumnas
me consultaban todas sus dudas, pero a mi me parecía
que las alumnas tenían que empezar a acudir a ella
para las cosas que le correspondían, permisos para
salir, escuchar música, bajar a la escuela con las
de la labor de San Rafael etc. Y comencé a dirigir
a las alumnas a ella cuando venían conmigo a consultarme
esas cosas. Sin pensar, claro está, en que esto me
traería consecuencias en el afecto de esta numeraria,
aunque les parezca gracioso, ella se sintió mas que
halagada por mi, según ella nadie le había dado
su lugar de esa manera y pensaba que yo era algo así
como la niña de sus ojos ya que comenzó a volverse
como mi sombra, lugar al que yo iba ella llegaba.
Al principio me pareció coincidencia, y no le di importancia
pero después me empecé a preocupar no era algo
normal: se sentaba justo detrás de mi en el Oratorio,
se anotaba a la misma excursión que yo y no solo eso
dentro de la excursión hacia lo que yo estuviera haciendo,
si yo me metía a nadar ella también, si jugaba
básquet ella también, si me sentaba a escuchar
música y a leer ella también.
Eso se tenía que terminar, fui con la directora y se
lo dije pero para sorpresa mía la respuesta no era
la que yo esperaba: usted tiene la culpa, siempre anda haciéndose
la graciosa y con su carita de tierna para llamar la atención,
tiene que aprender a no hacer esas cosas. !QUE YO TENGO QUE
QUÉ! Pero si la del problema es ella, ¡¡ella
es la que me persigue no yo!!
Pero ella era numeraria y yo auxiliar, por lo tanto ella merecía
mas crédito que yo. Y me parece que este es el momento
de decir que así como sabia callar y obedecer también
sabía marcar mis límites y nadie por muy numeraria
que fuera me iba a arruinar la existencia, no me considero
para nada una persona sumisa y apocada, al contrario tengo
un carácter bastante difícil, y cuando algo
me molesta lo sé hacer notar.
Y comencé a escaparme de ella todo lo que podía.
De lo que no podía hacerlo era de la charla fraterna,
la hacía con ella.
Esta situación duró bastante tiempo. Yo me cansaba
cada vez mas y llegué a mi límite.
Un buen día le dije que ya me había cansado
y quería irme de casa. Creo que fue lo mejor que pude
hacer porque unos días después me llamó
la directora para decirme que mi querida numeraria por fin
había dicho que todo lo que yo decía era cierto,
pero ella no lo hacia con mala intención ¡ERA
PORQUE YO LE INSPIRABA SENTIMIENTOS MATERNALES Y DE TERNURA!!!!.
Quería que yo me sintiera cuidada y querida. Vaya manera
de hacerlo. Y no solo eso, le admiraba que siendo yo tan chiquita
tuviera tantas responsabilidades. En ese entonces tuve que
hacerme cargo de dos zonas al mismo tiempo, que al final eran
la misma, pero el trabajo y la gente a cargo se duplicaba
y lo hacía un poco difícil.
Para mi buena suerte resulta que ella estaba en una etapa
complicada (la menopausia) y me pidieron que la comprendiera
y pasara por alto sus detalles conmigo.
Si, claro, mientras se pensaba que era yo me llovían
correcciones fraternas para que la dejara en paz y pusiera
mi corazón en Dios, pero cuando se invierten los papeles
entonces hay que ser comprensiva y dejar que la paciencia
y la medicina hicieran su trabajo. Una vez mas la diferencia
entre numerarias y auxiliares...
Y la historia sigue...
Por fin llegó el cambio
Y llegó el cambio final.
Por fin llegó el cambio que yo tanto esperaba para
darle un nuevo impulso a mi vocación.
Me avisaron que me regresaría a vivir al Distrito
Federal. Se estaba abriendo un nuevo centro de varones y necesitaban
a cuatro auxiliares yo sería una de ellas. Mi estado
de ánimo mejoró notablemente me moría
de ganas de volver a empezar, estaba llena de deseos de que
mi vocación volviera a ser fuerte, alegre, entregada
y apostólica.
Pero antes de pasar a este nuevo y último capitulo
quisiera compartir con ustedes un suceso más.
Mi salud nunca ha sido la mejor del mundo y desgraciadamente
en el mismo tiempo que duró mi problemita con la numeraria,
mis achaques se agudizaron, bajé notablemente de peso
y tenía una anemia grave, mi presión arterial
andaba por los suelos y esto me provocaba mareos y falta de
fuerza que en ocasiones me obligaba a sentarme para recuperarme
y poder continuar con mi trabajo. Un día de mucho trabajo
en el lavadero (teníamos que lavar la ropa de 130 personas)
me puse bastante mal tanto que ni siquiera podía caminar
a mi habitación para tomar mi medicamento y la alumna
del centro de estudios que estaba conmigo corrió por
el, me lo tomé y seguimos trabajando como si nada hubiera
pasado.
Después me enteré que ella, como es lógico
le había informado a la directora de lo ocurrido, y
lo supe porque unas horas mas tarde nos encontramos en un
pasillo y me dijo: Oiga por cierto me dijeron que se había
sentido mal- sí, le respondí- pues no se preocupe
que si Dios quiere que se muera de pie, trabajando, así
será.
Realmente no supe si lo que me dijo me ayudó o no.
La fortaleza ante la enfermedad ya la había aprendido
en el ejemplo de mi padre, algún día les contaré
de él.
Lo que realmente me dolió en ese momento fue su falta
de interés y de cariño verdadero, ese cariño
que tanto se predica y nunca o casi nunca se vive.
Pero si, pensándolo bien, si me ayudó. Creo
que fue en ese momento en el que yo decidí que de mi
parte jamás ninguna enferma sentiría esa indiferencia,
yo no estaba dispuesta a vivir la fría caridad que
se vive en la obra.
Y llegué a mi nuevo centro. Era un centro de auxiliares
desde el que se administraban otros cinco centros de aproximadamente
15 personas cada uno. En tres de ellos que eran de numerarios
la administración era fija, es decir las auxiliares
dormían ahí. A uno de esos era al que yo llegaba.
Un dato curioso y que no se si era correcto que sucediera,
de las cuatro auxiliares que llegamos solo una tenía
hecha la fidelidad y la acababa de hacer un año atrás.
En consecuencia ya se podrán imaginar el grado de madurez
y experiencia que teníamos todas y las consecuencias
que esto tuvo en la vida diaria.
Todo comenzó el día en que conocí a
la última numeraria que tendría un papel importante
en el derrumbe de mi vida en el Opus Dei.
El principio del fin
La convivencia encerrada entre cuatro personas, por mucho
amor de Dios que exista, es sumamente difícil. Las
primeras semanas tienes mil temas de conversación tanto
para las comidas como para las tertulias y todo es alegre
y el tiempo se pasa rápido, pero a los dos meses los
temas se van reduciendo cada vez más, más y
más y comienzan las comidas en silencio, las tertulias
en las que lo mejor y más sano es poner un poco de
música y hacer alguna labor de costura. Todo eso se
refleja en los roces las discusiones y los desacuerdos cada
vez más fuertes y más personales...
Sucedió que el día que venía la subdirectora
a recibir nuestras charlas fraternas. Las cuatro tuvimos una
discusión bastante fuerte, todas quedamos afectadas
por el incidente y yo no supe desahogarme de otra manera y
me fui a llorar como Magdalena al Oratorio. Estaba realmente
dolida y arrepentida, eran mis hermanas y no era posible que
nos lastimáramos así y fracturáramos
de esa manera la caridad.
Cuando llegó la numeraria recibió primero a
la cocinera y, como era lógico, ella la puso al tanto
de lo que había sucedido así que cuando me recibió
y yo comencé por decirle lo que más me afligía
en ese momento, yo esperaba todo de ella menos lo que me respondió:
Eso no es importante y mucho menos para que desperdicie su
tiempo, su oración y sus lágrimas, hay otras
cosas que sí lo son (hizo una breve pausa en la que
yo no pude emitir palabra y continuó) mi hermano numerario
está pensando abandonar su vocación eso si es
importante y le pido que me ayude a rezar por él. ¿Eso
si es importante? ¿y el que nos peleáramos entre
nosotras no? ¿y por qué me tenía que
enterar de la situación de su hermano?, ¿dónde
quedaban los miles de kilómetros de separación?.
Ahora si ya no entendí, esa clase del centro de estudios
me la debí de haber pasado dormida.
Mi mala suerte nunca me abandona y a causa de una tifoidea
me quitaron de esa administración y casualmente fui
designada a otra en donde la administradora era ella misma.
Con lo que ahora mi relación con ella era lo más
estrecha que se podía. Ella era mi subdirectora, la
persona que recibía mi charla y mi jefa en el trabajo,
¿Qué tal? Tengo o no tengo buena suerte.
Como ya se habrán imaginado los problemas no tardaron
en aparecer. Aquellos que pertenecieron a consejos locales
sabrán que eso no debía ser por obvias razones,
no sé cómo esperaban que dijera en la charla
que tenía problemas con mi administradora ¡si
eran la misma!. Y tal vez no hubiera sido tan difícil
si ella no hubiera sido la bola de nervios y escrúpulos
que era: si se le hacía una sugerencia de trabajo,
lo tomaba como agresión o como un insulto a su gran
experiencia y pobre de aquella que hacía algo sin consultarle
aunque fuera mover una maceta. No sabía tener un momento
de relajación. Si alguien empezaba a platicar inmediatamente
sugería rezar una parte del Rosario o una novena al
fundador, o Acordaos a la Virgen por cada una de las del centro(
y si nos dejábamos era capaz de hacerlo por cada una
de las de la región) rezaba lo que fuera con tal de
no permitir que nuestras cabezas se distrajeran del trabajo.
Lo peor era cuando llegaba la hora de la charla fraterna,
imposible hablarle de pureza, ¿Cómo le vas a
plantear un problema de pureza a alguien que se cubre la cara
con ambas manos al pasar por un anuncio de las spice girls?
(su manera indecente de vestir era demasiado para una casta
mirada). Estoy segura que si yo le decía que había
tenido una tentación o un pensamiento pecaminoso me
mandaba a la hoguera.
Para mi no hay mejor remedio que darle a las cosas su justo
valor y lugar, las cosas que nos alejan de Dios son como un
chicle que pisas en la calle, se te pega y no hay manera de
quitártelo rápido, pero no por eso vas a ir
mirando al piso buscándolos para no pisarlos. Es tonto
dejar de mirar al cielo para buscar en el suelo. y las cosas
de pureza son así, cuanto más piensas en no
caer más caes. Pero en fin cada cabeza es un mundo
y yo decidí cortar por lo sano y tratar de tocar este
punto lo menos posible.
Ella fue también la que me dijo aquello de mi papá
que les conté en mi primer escrito. Y ella sería
la que se encargaría de escuchar mis conversaciones
telefónicas.
Acepto que yo soy una mujer como cualquiera, con defectos,
con miserias y que cometí muchos errores, mismos por
los que hasta la fecha le sigo pidiendo perdón a Dios.
Pero con todo y eso yo quería luchar, mis motivos cada
vez se iban muriendo uno por uno, pero aun así yo no
estaba dispuesta a marcharme sin agotar antes todos los medios.
Me pesaban las almas de los seres que más he amado
en mi vida, mis padres, ellos necesitaban que su hija rezara
y se sacrificara por ellos, yo deseaba ayudarles a llegar
al cielo con mi entrega, mi oración y mi vida entera.
Y por eso me decidí por primera vez en casi nueve
años a pedir hablar con alguien de la Asesoría,
antes no había tenido necesidad de hacerlo o al menos
eso pensaba (hay otras que tienen problemas más importantes
que los míos) y lo hice en mi penúltimo curso
anual, cuando la idea de marcharme ya había subido
a la tercera opción. Fui totalmente sincera y le dije
que en mi charla fraterna no estaba pudiendo ser sincera.
Le di los motivos, le hable de los problemas que yo veía
en el centro y en la administración y que si eso no
cambiaba yo no iba a aguantar mucho tiempo más.
Desgraciadamente como nunca me había quejado de nada
la directora con la que hablé pensó que estaba
exagerando y que no era necesario hacer tanto (le pedí
que me cambiara de centro o por lo menos ya no tener nada
que ver con la numeraria en cuestión) pero me aseguró
que hablaría con mi consejo local para pensar en una
solución.
Y sucedió que me cambiaron de persona para hacer la
charla, una numeraria mayor y me quitaron de la administración
para que me quedara en la casa, ya no iba a salir.
Borrón y cuenta nueva, pensé, pero era imposible.
Dentro de mi ya había mucha desilusión y decepción.
Pero me propuse hacer un último esfuerzo.
Mi último esfuerzo no funcionó. Para mi ya
todo estaba muerto. Entre auxiliares me criticaban, sabían
que yo no estaba bien pero en lugar de ayudarme les servía
de tema de conversación, la caridad fría y falsa
me daba asco y coraje, el servilismo con el que vivían
algunas auxiliares, estaban solo para atender cualquier necesidad
de las numerarias, estaba harta de escoger entre la ropa usada
de numerarias y supernumerarias lo que yo necesitaba y si
por lo que fuera no lo encontraba entonces me lo podía
comprar siempre y cuando fuera extremadamente necesario. Pero
sobre todo estaba cansada de tanta soledad acompañada.
Por esos días a una auxiliar la tuvieron que operar
y cuando llegó del hospital en la tertulia de la noche
se hizo la lista para su cuidado, normas, tertulia, aseo,
etc. Pero eso era un decir porque en la realidad siempre era
yo la que terminaba haciendo casi todo con ella, le ayudaba
a bañarse, le hacía su curación, la lectura,
el rosario, cubría algunas guardias nocturnas y le
ayudaba a llegar al baño cuando lo necesitaba y no
lo enumero todo por 'presumir'. Simplemente es la verdad.
Y todo lo hacía por el motivo mas sobrenatural, por
que me daba mi real gana de hacerlo, por puro cariño,
y digo cariño no caridad. Pero un buen día llegó
mi adorada subdirectora a decirme que ya no era conveniente
que siguiera haciéndole tanto caso a la enfermita para
que no se prestara a una amistad particular. Ya se podrán
imaginar el entripado que hice pero le dije que muy bien y
obedecí, solo por un día porque en cuanto me
volví a presentar en enfermería ella me reclamó
mi abandono y me pidió que no lo volviera a hacer ya
que el día anterior le había dado un cólico
horrible porque nadie le había ayudado a llegar al
baño y que tampoco le habían puesto su vendaje.
Decidí que me dijeran lo que me dijeran yo seguiría
atendiéndola siempre que me necesitara.
Se pueden imaginar a qué grado estaba el cariño
fraterno en mi centro que durante una tertulia de la noche
sonó el timbre de enfermería y al levantarme
rápidamente una auxiliar mayor me dijo: corre que ya
te está chillando tu bebé. Lo tomé como
un comentario tonto y salí sin responder nada, pero
esta persona no terminaba ahí su burla ya que cuando
regresé de atender a la enferma y pasé cerca
de ella me preguntó: y qué ¿ya le cambiaste
el pañal? con una sonrisa burlona que hasta la fecha
me sigue causando mucho coraje.
No dije ni hice nada. Ya había decidido marcharme
y dedicar el poco o mucho tiempo que me quedaba a hacerles
la vida agradable a las que se lo merecían y lo demás
simplemente ignorarlo, ya no tenía caso querer rescatar
lo que no valía la pena y personas como ella que se
burlaban de esa manera de algo tan serio y noble a mi ya no
me importaban ni para bien ni para mal.
Estoy a punto de dar por terminado este relato y en este
último tramo no puedo evitar que mis ojos se nublen
y en mi alma ese sentimiento de dolor de hace cuatro años
se vuelva a sentir. Lo que sigue es lo más triste para
mi, porque pude soportar injusticias, burlas, algunas humillaciones,
pero no el comprobar que en ese lugar nadie me quiso de verdad
y a nadie le importó lo que sucediera con mi vida desde
el momento en que hice mis maletas...
Un año de luchar, de rezar
y de llorar.
Tardé un año en salirme de casa. Un año
de luchar, de rezar y de llorar.
Cuando por fin me decidí y lo dije en mi charla fraterna,
la numeraria me dio un vago consejo y dio por terminada la
charla, pero al día siguiente me llamó la directora
para decirme que estaban preocupadas por mi, por lo que había
comentado en mi charla. Le dije que sí, que era cierto,
ya no quería seguir en la Obra.
Lo que siguió después ya es historia más
que sabida, para empezar me tenía que tranquilizar,
tal vez lo que necesitaba era descansar y rezar mucho. No,
lo que necesitaba era salir de ese mundo irreal, donde se
predica perfección en las virtudes, heroísmo,
y con frecuencia no se viven ni las mínimas muestras
de sincero cariño y de interés por las demás.
y se comenzaron a poner los medios para mi rescate.
Se preocuparon por la salud de mi papá. Le encargaron
a una numeraria que me acompañara a hacer los trámites
para ingresarlo al instituto de neurología, todo salió
bien, aunque no muy rápido, y mi papá pudo comenzar
a asistir a consulta en ese lugar, aunque el viaje lo tenía
que hacer de provincia en un trayecto de dos horas, pero con
tal que se recuperara no importaba.
Aquí es donde debo decir que mi papá no llevaba
un mes enfermo, llevaba una buena y larga temporada en la
que solo me decían que mi deber era rezar por el y
ofrecer todo lo que pudiera, que la Obra también tenía
muchas necesidades y las ayudas a las familias eran muy especiales.
Ahora si me autorizaron a viajar las veces que fueran necesarias
para ver a mi familia y ayudarlos en lo que se pudiera, y
otra buena noticia, ya habían pedido la ayuda económica
para mi papá. Esta ayuda llegaría unos tres
meses antes de que yo me fuera. Y perdón que abra otro
paréntesis pero tengo que hacerlo. El tratamiento que
llevaba mi papá era un poco raro y caro, solo una de
sus medicinas costaba $400. pesos la caja y yo solo los podía
ayudar con $300. pesos mensuales. Deduzcan ustedes cómo
me sentía yo de generosa con la gran ayuda.
Y como les ocurrió a muchos, si no es que a todos,
mi salud que de por si no era muy buena, se puso peor. Y aquí
entró un recurso mas para hacer que me quedara, de
hecho ya lo conté en mi primer
relato. Me llevaron con una doctora supernumeraria
para que me revisara y su gran diagnóstico fue que
tenía un problema en la espalda, pero que Dios era
muy bueno conmigo al darme mi vocación de auxiliar
porque de lo contrario si me hubiera casado no habría
podido jamás embarazarme, mi espalda no hubiera soportado
eso y habría puesto en peligro mi veda y la del bebe.
Esto me causa especial tristeza, ¿prefieren retener
a la gente, aunque sea por miedo o por desilusión antes
que dejarla intentar buscar su felicidad? ¿Y dónde
queda la ética de ésta supernumeraria que se
santifica por medio de su trabajo? Qué triste que puedan
montar teatros tan bajos de sentimientos y de respeto por
la vida de los demás. Pero como yo no me marchaba porque
quisiera tener hijos, no me afectó en lo mas mínimo.
Al menos no en ese momento.
Vino después el desfile de sacerdotes con los que
me recomendaban que hablara. Con lo que no contaban era que
desde unos meses atrás y después de una pequeña
discusión con el confesor del centro él mismo
me había dicho que era libre de confesarme con quien
se me diera la gana, si lo quería hacer con el cura
de la parroquia lo podía hacer. Creo que no pensó
que le iba a tomar la palabra y fue lo mejor que pude hacer,
si tuve un par de intentos mas para salir adelante fue gracias
a mi cura de la parroquia.
Para que se den una idea de ello les cuento que una vez tuve
que confesarme de una falta de pureza y me quedé esperando
el consejo o regaño respectivo pero en lugar de eso
el me preguntó: y porqué no me hablas de las
cosas importantes? dime cómo vives la caridad con tus
compañeras de trabajo, cuánto las ayudas a estar
cerca de Dios, eso si es importante, ponle atención
a eso y lo demás se pondrá en su sitio solo.
Y agradecí infinitamente su consejo, porque es el
que hasta la fecha me sigue funcionando de maravilla.
Pero con todo y eso acepté en dos ocasiones hablar
con el sacerdote, el primero que era un sacerdote suplente
del centro, no me dijo nada que me ayudara, como siempre yo
estaba juzgando de más a mis directoras y exageraba
en mis observaciones. El segundo era el sacerdote secretario
de la delegación. Desde que entré al confesionario
y comencé a hablar y hasta que terminé su pluma
no dejó de escribir, cuando terminé se hizo
un pequeño silencio y me dijo, creo que tienes razón
en mucho de lo que dices y en nombre de la Obra te pido perdón
por lo que has pasado, te aseguro que se van a poner los medios
para que las cosas en tu centro mejoren y en cuanto a tu vocación
eso depende solo de ti, reza, habla con Dios y decide lo que
sea mejor para ti. Me dio la bendición y ya.
Agradecí tanto que tomara esa actitud, no porque me
pidiera disculpas, eso no solucionaba nada, sino que fuera
el primero que me creyera, no dudó de lo que yo le
dije y vaya que tomó cartas en el asunto. Unas semanas
después la subdirectora cambió de centro y la
directora lo haría unos meses después de que
me fui. Por una auxiliar que me llama de vez en cuando me
enteré que en el centro de estudios habían vendido
toda la ropa usada del almacén de auxiliares y lo habían
repuesto con ropa nueva de todas las tallas. Eso me alegró
mucho, valió la pena no quedarse callada.
Mientras esperaba la respuesta a mi carta de dimisión
trataba de hacerme un tiempo para buscar un lugar donde vivir
y algo en que trabajar, ya sabemos que en casa no importa
cuál sea tu situación personal, no se te puede
ayudar con absolutamente nada.
Gracias a Dios una chica que un tiempo frecuentó el
centro me ofreció vivir en su casa, hasta fue por mi
al centro para ayudarme con mis maletas. Me dieron la dispensa
de la vida en familia y me fui a vivir con esta chica y su
familia.
El día que me marchaba me atreví a despedirme
de las que estaban en la casa en ese momento pero sin decirles
que me iba de casa, salí y me fui al Oratorio para
despedirme del Señor. Las numerarias estaban rezando
la visita al Santísimo y me acerqué a la directora
para decirle que ya me iba, ni siquiera se levantó
para acompañarme a la puerta por lo menos, lo único
que dijo fue: sí, que le vaya bien.
Salí con mis maletas sola. Sola llegué, sola
viví y sola me marché. Cerré la puerta
dejando tras de mi diez años de mi vida, buenos, malos,
alegres, tristes y sobre todo inolvidables, es de lo único
que si puedo estar segura jamás lo voy a olvidar.
Es difícil crecer
Esta parte de mi vida me es especialmente difícil
contarla, ya verán porqué.
Obviamente salí de la obra sin trabajo, sin dinero
y sin tener ni idea de por donde empezar. Gracias a Dios existe
gente muy buena en el mundo (y que no son de la Obra) la persona
que me ofreció su casa me daba un poco de dinero para
poder trasladarme por la ciudad en busca de trabajo. Mi primer
problema surgió cuando quise trabajar en la rama hotelera,
según los estudios cursados en el internado, en eso
me podía desempeñar. Pero con lo que no contaba
era que esos estudios no tenían validez oficial, al
menos no cuando yo estudié y después de diez
años menos, eso no me servia para nada. Toqué
muchas puertas, pero sin respuesta.
Como ya saben yo tenía una situación familiar
un poco complicada, la salud de mi papá cada vez se
veía mas difícil de recuperar y yo tenía
que ayudar como fuera.
Acepté un trabajo en seguridad de la embajada de Estado
Unidos. No era lo que yo quería ni lo mas apropiado
pero lo necesitaba con urgencia. Yo salía de la casa
donde vivía a las 4:00 a.m. para estar en mi trabajo
a las 5:50 a.m. la hora de entrada era a las 6:00 a.m. Terminaba
el trabajo, en principio, a las 6:00 p.m. siempre y cuando
el relevo llegara a tiempo o no necesitaran que cubrieras
algún tiempo extra. Con esto yo venía regresando
a la casa entre 9 y 10 de la noche más o menos, y si
me apresuraba a las 11.00 ó a las 11:30 p.m. ya podía
estar en la cama para al día siguiente volver a empezar.
Por estos días me comunicaron que oficialmente ya no
pertenecía a la Obra. Enero del 2001.
¿Cómo me sentía? No lo sé. Acababa
de dejar la Obra, mis padres estaban enfermos, mi trabajo
no era muy bueno pero estaba viviendo MI vida y Dios ya me
había dado uno de mis más grandes regalos en
la vida: Me puso en mi camino al hombre que me haría
la mujer más feliz del mundo, mi esposo. Ese hombre
que se apareció en mi vida en el momento en el que
yo más lo necesitaba y que ya no me dejaría
sola nunca más.
Ustedes se podrán imaginar cómo me sentía.
Gracias a Dios y a mi ahora esposo, ese trabajo no duró
mucho, él me ayudó a buscar uno nuevo y otro
lugar dónde vivir. Ahora tenía un horario mejor
y me podía ir caminando desde la casa donde vivía.
Pero se presentó lo que mis hermanos y yo temíamos
que pasara. Mi papá tuvo que ser internado en Neurología.
Yo era la única que vivía en la ciudad y prácticamente
en mi recayó la responsabilidad de su cuidado. Para
mi mala suerte mi horario de trabajo era por la tarde y coincidía
con el horario de visita, con lo cual yo no podía ir
a verlo mas que los domingos y ¿adivinen quien iba
a visitarlo entre semana?... Así es, mi esposo. No
tenía ninguna obligación de hacerlo pero lo
hacía por un solo motivo: AMOR.
Después de realizarle una serie de estudios y de estar
internado unos meses, los médicos desahuciaron a mi
papá, no supieron explicarnos exactamente qué
era lo que tenía, lo único que nos dijeron fue
que sus músculos se irían endureciendo poco
a poco hasta perder toda movilidad y morir. Teníamos
que estar al pendiente de él todo el tiempo para evitar
un posible problema de asfixia o algo parecido.
Como lo había echo en casa, comencé a pedirle
a Dios me permitiera estar a su lado en el momento de su muerte,
lo amaba y lo amo con todo mi corazón y deseaba poder
quedarme con su último suspiro, su última mirada...
Pero no fue posible.
Mi padre vivió todavía dos años más,
pero la que nos sorprendió fue mi mamá.
Yo había encontrado un trabajo un poco mejor y llevaba
tres meses trabajando. Ya habíamos fijado la fecha
de la boda y hasta había mandado a hacer mi vestido,
de hecho la boda por el civil sería en un par de meses.
Un día martes recibí una llamada de una de
mis hermanas para avisarme que mi mamá se había
puesto mal, yo no podía ir sino hasta el fin de semana
y así se lo expliqué a ella. Al día siguiente
tuvieron que internarla urgente, presentaba una bronconeumonía
y su diabetes estaba complicando la situación. El viernes
por la mañana estaba a punto de salir hacia el trabajo
cuándo me avisaron que mi mamá había
fallecido.
Es imposible intentar plasmar con palabras lo que sentí
en ese momento, solo quien ha sufrido una pérdida semejante
se lo puede imaginar.
Nuevamente el brazo fuerte de mi esposo me ayudó a
levantarme. Tomamos juntos el primer autobús que salía
a mi pueblo y llegamos con mi mamá, lloré hasta
el cansancio y él se me unió después
de ayudar a meter a mi mamá en su ataúd, nunca
pensó que haría eso y antes de terminar de meterla
ya estaba llorando.
A mi papá no se le dio la noticia, el médico
nos aconsejó que no lo hiciéramos, ya tenía
muy pocos momentos de lucidez y era inútil causarle
semejante dolor si de todas maneras no lo iba a retener después.
Un par de semanas después de la muerte de mi mamá
confirmamos una sospecha: estaba embarazada. La noticia nos
alegró y nos preocupó, no teníamos un
sustento bueno y un lugar donde vivir juntos. Pero nos sentíamos
felices.
Luchamos con todas nuestras fuerzas para salir adelante,
ya estábamos casados por el civil pero faltaba la boda
religiosa. Para aumentar la angustia sucedió que en
mi trabajo se enteraron de que yo estaba embarazada y me despidieron.
Pero eso no era lo peor.
Llegó el día de la boda y mi papá no
pudo acompañarme, su estado de salud ya era muy delicado:
ya no se podía mover para nada. Pero mis hermanos estuvieron
conmigo y fue un día maravilloso.
Dos meses después falleció mi papá.
La noticia me dolió mucho pero al mismo tiempo me sentí
tranquila, ya era justo que mi papá descansara. A nadie
le extrañará que les diga que por parte de las
personas de la Obra no recibí ni un solo pésame,
ni una pregunta, ni una palabra de consuelo. Y no era porque
no estuvieran enteradas de lo que me pasaba.
Ahora comprenderán por qué esta parte de mi
relato era un poco difícil para mi...
Conclusión.
Lo que sigue de la historia es el inicio de una vida feliz,
al lado de mi esposo y de mi hija las dos personas mas maravillosas
de mi mundo. Mis dos amores, para los que vivo cada día.
Por ellos trabajo y me esfuerzo con la ilusión de ser
para ellos, lo que ellos son para mi, mi pedacito de cielo.
Mi trato con personas de la Obra es casi nulo, de vez en cuando
recibo alguna llamada de una auxiliar con la que trabajé
los últimos años.
Pero nada mas, de aquellos lazos tan fuertes no queda ni un
pequeño hilo. En mi alma ya no queda rencor, no vale
la pena. Queda, si, el deseo de que las cosas algún
día cambien. El Opus Dei puede hacer más bien
y menos mal del que ahora hace, pero es necesario que las
cosas cambien.
Agradezco a todas aquellas personas que ayudaron a mi formación
humana y espiritual. Pero más agradezco a Dios por
darme esta oportunidad de comenzar una nueva vida, una vida
feliz, normal, al lado de un hombre con defectos y con virtudes
pero que los reconoce y lucha por mejorar y por hacerme feliz.
Por ayudarme a ser mejor...
A su lado he vivido momentos tristes, alegres, tiernos, pero
todos llenos de un profundo y verdadero amor. Un amor que
él se encarga de demostrarme cada segundo.
Gracias Carlos por tu comprensión y tu ayuda, no sé
que sería de mi vida sin ti, esto que escribí
ya es parte del pasado gracias a Dios y a ti.
Traté de hacerlo lo mas breve posible, pero,¡hay
tantas cosas de la vida de las auxiliares para contar!...
Ya saldrán poco a poco. Algunas son muy divertidas.
Un abrazo muy fuerte a todas y todos y gracias por haber compartido
conmigo este relato.
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