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MI PEREGRINACIÓN HACIA LA SALIDA

C.C., 9 de septiembre de 2003


Me tiene impresionada confirmar las similitudes en el proceso de salida de tantos (y afortunadamente no todos). Sinceramente me creía un caso -si no único-bastante particular.

Pensaba que el sufrimiento, la angustia, la incertidumbre, la duda, la presión psicológica y los conflictos morales que padecí eran personalísimos. Ahora por desgracia corroboro lo contrario.

Veo que, independientemente del país, muchos testimonios coinciden. Con ello confirmo nuevamente que la INSTITUCIONALIZACIÓN del Opus Dei incide y daña a las personas hasta en eso, su despedida... ¡y eso que las puertas están abiertas para salir!

Algún día narraré mi experiencia completa (intentando describir el proceso interior). Por el momento sólo daré unas pinceladas (aunque extensas), por si pueden servir a quienes están padeciendo tan amarga situación. Por si llego a enrollarme, sólo dejo claro el mensaje: A pesar de que el proceso de salida suele ser doloroso, lo que viene después tiene un valor incuestionable: la capacidad de regir nuestro propio destino.

Duré 10 y medio años en la Obra. Desde los 8 meses me di cuenta de que ser numeraria no era para mí. Le comuniqué a mi subdirectora mis pensamientos, al tiempo que hice la petición de ser supernumeraria (dado que yo quería mucho a la Obra). Su respuesta fue que con esa decisión estaba traicionando mi vocación, y que, como Dios me había "pensado" para el Opus Dei, lo que estaba a punto de hacer le quitaría el sentido a mi existencia. A los 20 años (y con muy poco tiempo de haber comenzado a practicar mi religión), en una situación de inmadurez, con el miedo al sinsentido existencial, mi personal aferramiento al deber y a la palabra dada, mis deseos de amar a Dios, y mi cariño a la Obra, confluyeron para que continuara.

Dos años después, en el Centro de Estudios, volví a caer en lo que denominan "crisis de vocación". Estaba conciente de que el modo de vida de las numerarias, ni era lo que me habían dicho, ni era lo que deseaba para mí. Volví a plantear mi salida a la directora en turno. Ahora 2 cosas me lo impidieron. La primera, la confusión que me generó el hecho de haber salido algunas veces -tres- con un amigo (mi amor platónico de adolescente). Obviamente me gustaba, y en la última salida hasta un beso (muy corto y decente) nos dimos. ¡Error!, me cargué la conciencia como la peor de las pecadoras (incluso más que Magdalena), y ello me hizo dudar sobre mi propia capacidad para ser "fiel". El segundo problema vino al plantearle a la directora que debía salir, ya que me jugó rudo con 2 cosas: mi "traición e infidelidad", manejadas como "espejismo" (hasta me obligó a hablarle a mi amigo por teléfono en frente de ella, para decirle que jamás lo volvería a ver -y así fue-), y también jugó con mi "cariño a la Obra". Yo tan sólo deseaba ser supernumeraria, pero me salió con el argumento (que era mentira hasta ese momento), de que tendrían que pasar MUUUUUCHOOOSSSS años, antes de poder "volver". Me lo planteó casi como un imposible. Me quedé.

Otro factor que me detuvo, fue el cariño que le tenía a mi subdirectora, quien de continuo me repetía que "a pesar de como era, a pesar de mis miserias, en la Obra me necesitaban" (misma idea que me manejó mi confesor de esa época: ¡te necesitamos!).

El sentirme pecadora infiel, y el no querer dejar lo que sí valoraba de la Obra, junto con toda la indoctrinación que se imparte en el Centro de Estudios (p.ej. "la fidelidad es felicidad"; "quien se va de la Obra nunca vuelve a ser feliz"; "ustedes son las personas más afortunadas del mundo -y más queridas por Dios- al estar entregándole su juventud"; "iniciar es de muchos, perseverar es de santos"; "hay que morir en la Obra, exprimidos como un limón"; etc.), adormecieron nuevamente mi conciencia.

A los 4 años dentro volví a plantear mis dudas, ahora en un nuevo centro. Lo que se hizo para que me olvidara del asunto fue que me cambiaron de casa. Con ello se abrieron nuevos horizontes de ilusión -dado que me enviaron a un Colegio Mayor o Residencia Universitaria-, en la que conviviría también con personas que NO eran de "Casa", situación que me ayudó a mantener cierto equilibrio, y a estar más cerca de una vida "en medio del mundo" -al menos gracias a lo que me contaban y compartía con las personas que no eran de la Obra-. Dicho acontecimiento me ayudó por 3 años más (tiempo hacia cuyo final además hice la "fidelidad" -con sinceros deseos de llegar a querer mi vocación, porque se la ofrecí a Dios, a pesar de mis dudas-).

Al siguiente año me volvió a carcomer la duda. Y, además, volví a caer en el error de buscar apoyo fuera, con otro amigo (y con otro beso muy apasionado en una de las salidas -pero sólo eso, no se imaginen NADA más-). Obviamente la circunstancia me puso en una situación muy dura: me sentía pecadora infiel reincidente (cuando lo ocurrido fue un desfogue momentáneo, en una situación pasajera). De hecho hablé con este amigo, le pedí perdón, le expliqué que por mi vocación de numeraria todo había sido una terrible equivocación, reconocí mi error y me alejé totalmente de él. A partir de ahí no lo volví a ver). Dos directoras (gracias a Dios otras fueron muy buenas consejeras) se encargaron de hacerme sentir la peor mujer del mundo (cuando en realidad no había motivos para tal cosa). Una (de la Asesoría) prácticamente me insinuó que era una seductora, y que sólo faltaba que me "metiera" con un numerario.

Afortunadamente un sacerdote de la Obra me descomplicó, y el asunto -para mí- obtuvo su dimensión real (aunque obviamente siempre que tenía dudas de vocación, las directoras -las que conocían el caso- me remitían a los hechos pasados, y me cuestionaban continuamente si dudaba porque tuviera algo que ver con algún hombre... situación que NADA tenía -ni tuvo- que ver con mis motivos para salir de la Obra).

Llevaba así ya 8 años dentro, más de 7 deseando salir, con la fidelidad hecha por amor a Dios, y pidiéndole todos los días: "Señor, hazme querer esto"; "Señor, si tú lo quieres, yo también lo quiero"; "Señor, que las cosas cambien en la Obra por favor, para que se pueda vivir lo que me prometieron cuando pité"; "Señor, hazme fiel -al estilo de la Obra-"; "Señor, quítame la inteligencia para que ya no vea tantas contradicciones, para que no "falte a la unidad" con mis juicios, para que ya no "critique" nada de lo que veo mal"; "Señor, quítame lo "soberbia" y hazme dócil para seguir rendidamente y sin cuestionar las indicaciones de las directoras"; "Señor, quítame la voluntad para ya no desear otro camino, porque este no es el mío"; "Señor ¿por qué no puedo hacer proselitismo? ¿por qué no me parecen normales las manifestaciones de "cariño al Padre"? ¿Por qué no entiendo x, y, z, a, b, c...?; "Señor, haz un milagro extraordinario con el que vea que esto no es para mí?", etc.

Y mi "lucha espiritual", mi juventud y esfuerzo, se iban por ahí. De todas formas fui una numeraria apostólica (no proselitista, aclaro), y procuraba vivir bien las cosas. No daba mayor problema y me gustaba mi trabajo profesional. Intentaba aprender lo bueno que se puede aprender en la Obra, y evitar las cosas que van enrareciendo el carácter (en la medida en que podía, pero correcciones fraternas no me faltaron). Mis principales problemas eran cuando cuestionaba (casi siempre mediante los cauces indicados: en la charla fraterna, en el confesionario, o con las directoras superiores) el proselitismo, la forma tan desequilibrada de vivir la pobreza (porque no me cuadraban las diferencias entre los miembros), la falsa fraternidad que se vivía (sobre todo en relación con las numerarias auxiliares), la farsa de la "libertad intelectual" (que supuestamente teníamos), el fanático culto al fundador y a "el padre"; las pérdidas de tiempo que suponían muchas tertulias, y las incongruencias vividas al interior de la obra corporativa en que trabajaba.

Todo lo anterior me hizo estallar un año antes de la salida. Los detonantes fueron situaciones muy tontas: un injusticia de pobreza (misma que, aunque me costaba -igual que a cualquiera-, nunca me supuso mayor sacrificio). Resultó que no me permitieron comprar un automóvil, y para justificarse me dieron un motivo absurdo: ¡no lo había metido en el presupuesto y por tanto debía esperar un año más! Eso no hubiera importado, a no ser que realmente lo necesitaba para trabajar -debía ir de un lado a otro de la ciudad como parte de mi trabajo-, ganaba muy bien -ya durante algunos años recibía un sueldo que me permitía adquirir un auto a plazos-, y no había hecho ese dichoso presupuesto porque justo me cambiaron de centro el mes en que se entregaba -y yo lo había dejado en el otro centro-.

La incomprensión que me mostraron (anteponiendo "criterios institucionales" a mi situación particular), me llevó a "pelearme" con la subdirectora del nuevo centro (que llevaba mi charla). Una persona a la que le agradezco su rectitud, ya que ella misma me dijo con claridad que "o aceptaba vivir las cosas de la Obra como eran, o que mejor me fuera" (¡bendita claridad en sus palabras!).

Otra cosa que detonó mi explosión fue un viaje al extranjero (por motivos profesionales), en el que el cambio de rutina (aunque me quedaba en un centro de ese país), me ayudó a ver que "el mundo sigue girando aún fuera del Opus Dei. Rompí la rutina y me dediqué a observar "gente normal", gente en medio de la calle, y nuevamente me pregunté ¿por qué yo no?

Al regresar del viaje, y a los 10 años de ser de la Obra, fui a la Delegación a plantear mi decisión (que no era novedad. Como había comentado, permanentemente procuré hablar con claridad a las directoras, y por años conocían mis dudas, mis errores, mi lucha, mis críticas y mis propuestas).

Hice el planteamiento de la salida y comenzó la "peregrinación" de 9 meses -muy dolorosa, por supuesto- hasta conseguir la dispensa. El principal problema es que lo hice en el año del "Centenario", el mismísimo año de la "Canonización". Fue el peor momento.

Por mi cariño a la Obra (a pesar de los pesares), quería ir a la Canonización. Obviamente de incongruente no me bajaron (espero ustedes no lo hagan... es tan interna esa cuestión en mi vida, que sólo Dios podrá juzgarme en mi día).

Pedí la dispensa, pero me prohibieron el viaje. Retiré la carta y me dejaron ir (como siempre, tenían la esperanza de un milagro: "mi perseverancia". Ojalá y más personas ahí dentro pidieran por el milagro que hace falta: "la reforma del Opus Dei").

Fui a Roma y fui muy feliz: porque le pude dar gracias a Dios por todas las bendiciones recibidas en la Obra -lo bueno que sí tiene-; porque le pude pedir perdón por todos mis pecados y errores (incluido el de la falta de fortaleza para irme antes de la Obra); y porque ahí VI que ES MÁS IMPORTANTE SEGUIR LOS DICTADOS DE LA PROPIA CONCIENCIA, que las imposiciones, incomprensiones o abusos impersonales que se dan al interior de una institución que en muchas cosas no puede ser "de Dios".

En Roma comprendí que sólo uno es capaz de saber qué le pide Dios en cada momento, y que "institucionalmente" no se tiene el derecho ni se puede pasar por encima de la libertad de las personas, ni aunque se "crean" que lo hacen con un fin bueno.

Regresé y reiteré mi petición de salir. Me pidieron que lo pensara (y eso hice). Pedí la dispensa de vida en familia (me dieron largas por semanas, hasta que se les antojó, y mientras tanto yo sufría angustiada y con incertidumbre). Al fin regresé con mis padres. Por un tiempo continué asistiendo a círculos.

Seguía con dudas profundas, pero al mismo tiempo el estar alejada del "ambientillo de Casa" me ayudo a descubrir la grandeza de la vida ordinaria:

Afuera había "gente de todo" (no una elite de personas convencidas colectivamente de la santidad de su propio camino); había pecadores (miles de esos "publicanos en el templo", miles de "magdalenas"; miles de "mujeres por apedrear", miles de "Zaqueos" ... cuyas circunstancias de vida eran tan difíciles, que sus acciones son un clamor permanente de lucha, afán por Vivir y búsqueda de Dios -igual y sin que lo sepan-, y de los cuales hay mucho que aprender); había ¡cultura! (múltiples manifestaciones del espíritu humano materializadas en literatura, arte, actividades sociales de lo más variadas y enriquecedoras); había Amor (tenía una familia que, a pesar de mi alejamiento y mutismo de una década, me recibió con los brazos abiertos, sin siquiera una pregunta, sin recriminarme nada, sin pedirme nada, ¡sólo dándose a mí!, sin exigirme o limitarme con incómodas indicaciones sobre a quien querer o no, y cómo hacerlo. ¡Tenía una familia de verdad!); había amistad ( recibí mucho apoyo de esas amistades que en el pasado me había resistido a manipular con fines proselitistas); y había... ¡todo un mundo por conquistar!: No tenía trabajo (porque tuve que renunciar a la obra corporativa en la que trabajaba), no tenía dinero; sabía que "moriría" para algunas personas en la Obra (situación que a nivel afectivo me dolía, sobre todo al comprobar que es más fuerte su "institucionalización" que el cariño que pudiera unirnos)... pero ¡había un mundo por conquistar, LIBREMENTE, en esos y en más terrenos! Y había también otro mundo por conquistar: ¡a mi misma!

Después de 3 meses en casa de mis padres, escribí la 2ª carta pidiendo mi dispensa nuevamente. Las respuesta a mis preguntas sobre cuándo la obtendría se limitaba a "se está viendo en Roma el asunto"; "es algo tan importante que lleva tiempo"; "es algo que debe resolver el Padre"; "nos tardamos porque es por tu bien"; "¿qué prisa tienes si ya has estado tanto tiempo dentro?"; etc. Incluso llegan a "insinuar" que existen "motivos sospechosos" por los que uno quiere "YA" la dispensa… mientras que lo que uno busca es simplemente su LIBERTAD para actuar como persona NORMAL.

Así estuve aguantando 3 meses más (ya sin pisar un centro, sin querer saber nada, y sólo pidiendo a Dios que el asunto terminara por que sencillamente quería reiniciar mi vida).

Para quienes no son de la Obra puede parecer una tontería lo del tiempo (que parece poco), pero a nivel existencial es sumamente dura la experiencia.

Si una persona desea salir "bien", entra en una lucha interna en la que se debate un sentido del deber (acabar de cumplir adecuadamente con los compromisos que algún día se asumieron), con la evidencia de que en la Obra están abusando de uno (porque lo mantienen en una incertidumbre completa respecto su situación:

a) le exigen seguir "viviendo como numerario" a una persona que ha decidido lo contrario en conciencia, y que requiere reinsertarse a un mundo real que todavía le es ajeno y que debe conocer "viviéndolo", para que la salida no sea traumática;

b) lo presionan psicológicamente porque no le indican un término fijo en su relación con la Obra -lo que suele crear conflictos morales sobre los actos necesarios para reinsertarse a la vida ordinaria-;

c) En muchos casos lo presionan para que "vuelva y persevere" mediante llamadas, visitas, encuentros inesperados, etc.;

d) Si llega a haber "diálogo" con los directores se da el "chantaje" de que "aún es tiempo de rectificar", y vuelven a propiciar dudas "vocacionales" con distintos argumentos).

Todo lo anterior puede llegar a causar tanta presión, que por eso algunas personas salen "dañadas" psicológica, moral, espiritual y emocionalmente de la Obra. Por eso se dan casos de depresión y hasta pérdida de la fe. Además, en muchos casos la gente sale desamparada también económica y familiarmente, situación que nuevamente genera crisis.
Pero en el Opus siguen insistiendo con que "las puertas están abiertas para salir"… Ojalá se dieran cuenta del mal que causan…

Finalmente me harté: me harté del abuso y la presión, me harté de la incertidumbre, me harté del cínico "tu asunto está en Roma", y como ya me había dicho otra exnumeraria que las cosas no podían pasar de 3 meses, hablé a la Delegación. Firmemente les dije que de no darme una respuesta (después de haber hecho las cosas bien, después de evitarles escándalos), no me importaba más. Me estaban generando una crisis moral (porque no podía actuar libremente), y les dije que si no me respondían, esa misma semana comenzaría a actuar ya como si tuviera otorgada la dispensa (por tanto haría una vida social como la de cualquier otra persona). Llamé cada 2 días (por una semana) pidiendo respuestas, hasta que por fin me dijeron que buscara a la directora de mi centro, quién me informó que ya me habían concedido la dichosa dispensa.

A partir de ese momento uno sencillamente es… ¡uno! Con la vida en sus propias manos. "¿Qué hacer con mi existencia ahora?, ¿Qué hacer con tanta libertad?" fueron las primeras preguntas que me hice después de dar gracias a Dios. Quienes hemos vivido la experiencia sabemos lo importante de ese día en nuestra vida.

Muchas veces las presiones para "no irse" (recapitulo: el que no hablan claramente sobre cuándo llegará la dispensa; los "chantajes" sobre nuestra infidelidad -o amenazas de que no seremos felices-; el alargamiento sin sentido del tiempo para dar el permiso para dejar los centros; el "negar" la salida y pedir que se piense de nuevo y se envíe otra solicitud al prelado, etc.), nos meten en situaciones de incertidumbre y angustia espantosas, que dejan marcada la vida. Por ello se corre el riesgo de que, aún fuera, uno quiera MANEJAR VIENDO EL RETROVISOR ( cosa que NO debe hacerse, excepto para asegurarnos que nunca más nos alcanzará el pasado y nos dará un mal golpe)...

MÁS BIEN HAY QUE MANEJAR VIENDO AL FRENTE, TOMANDO DECISIONES SIN MIEDO, PARA ANDAR POR TANTAS MARAVILLOSAS AUTOPISTAS QUE EL MUNDO LIBRE NOS OFRECE.

Ya lo mencionó H.E. -con otras palabras en su escrito "Que pensar cuando se desea dejar la Obra y se siente miedo"-: Si tenemos conciencia de que somos Hijos de Dios, ¿qué podemos temer?

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