La
polémica vida de Monseñor Escrivá
Por: S. Rincón
Calle22.com
Milagros, flagelación y mucha plata rondan al Opus
Dei, una de las organizaciones católicas más
importantes e influyentes de la actualidad. La vida de su
polémico fundador y los vericuetos de una fe que mueve
a miles de personas.
Sor Concepción parecía un cadáver. Esa
noche, la peor de su vida, le dijeron que no valía
la pena operarla, que de todas formas e inminentemente iba
a morirse de cualquiera de sus tantas enfermedades. "Será
la voluntad de Dios", se resignó la monja.
Pero al amanecer el milagro se había consumado. Tres
tumores -uno del tamaño de una naranja-, una hernia
de hiato y una úlcera gástrica que causaba abundantes
hemorragias habían desaparecido. Y eso, junto con las
cartas de 69 Cardenales y de cerca de 1.300 Obispos (más
de un tercio del episcopado mundial) le sirvieron al Papa
para beatificar en 1992 a Josmaría Escrivá de
Balaguer, el fundador de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus
Dei.
Se acaba de cumplir el primer cuarto de siglo de la muerte
de Josemaría. Pero su obra sigue moviendo los corazones
y bolsillos de miles en todo el mundo. La historia comenzó
en Huesca, España, mientras Panamá se separaba
de Colombia: el tercer hijo de José y Dolores llegaba
al mundo.
No se sabe mucho de la infancia de Josemaría. En 1915,
a los trece años, el viejo José quiebra y la
familia se desplaza a Logroño. Allí, unas huellas
en la nieve le indican al joven Josemaría el camino
que Dios le había asignado: el sacerdocio. Cura a los
23 se traslada a Madrid, y doctor en Derecho a los 27, funda
la Prelatura que lo haría famoso.
El episodio de la monja ocurrió en 1976. Lo curioso
es que Josemaría no estaba presente durante el milagro
y que la monja jamás había cruzado palabra con
él. De hecho Josémaría llevaba un año
de muerto. Sin embargo, después de un examen
exhaustivo de su vida y obra El Vaticano, en cabeza
de Juan Pablo II. lo beatificó en el 92 con la Plaza
de San Pedro repleta de cardenales, obispos y fervientes seguidores
de las ideas del cura.
De la obra de Dios al látigo
De acuerdo con sus miembros, el Opus Dei es una prelatura
personal de la Iglesia católica. La misión del
Opus Dei -en latín, "Obra de Dios"- es ayudar
a los fieles cristianos de toda condición a vivir coherentemente
con la fe en medio del mundo y contribuir así a la
evangelización de todos los ambientes de la sociedad,
especialmente a través del trabajo ordinario.
El Beato Josemaría Escrivá, fundador del Opus
Dei, abrió nuevos caminos de santidad en la Iglesia
Católica, recordando que todos los hombres y mujeres
pueden alcanzar la santidad realizando su trabajo y sus actividades
diarias con un espíritu cristiano.
Sin embargo, algunos críticos de Josemaría
Escrivá se atraven a decir que el hombre no vivía
de acuerdo con lo que promulgaba. Afirman que no comía
en cubiertos que no fueran de oro y que era despectivo hacia
el género femenino. Tanto, que se aseguran que llegó
a ordenar que las mujeres durmieran sobre tablas desnudas
(las tablas) y que solamente una vez a la semana pudieran
utilizar a manera de almohada un ladrillo o un directorio
telefónico.
De la misma manera, se dice que Josemaría tenía
un trato discriminatorio hacia las clases sociales menos favorecidas
y que debía tener siempre varios criados y sirvientes
a su disposición. Y es precisamente esa una de las
mayores críticas que todavía hoy se le hace
al Opus Dei. Incluso miembros de la obra aseguran que el Opus
Dei es clasista y excluyente.
Al interior del Opus hay varios niveles o castas.
La dirección está a cargo de sacerdotes y solamente
ellos pueden acceder a las esferas más altas. Los Colaboradores,
Supernumerarios y Agregados son laicos (no sacerdotes) que
dependiendo de su antigüedad y aportes van ascendiendo.
Por lo general se trata de personas corrientes pero con profunda
convicción católica y que donan un porcentaje
de sus ingresos a la obra.
El rango más alto al que pueden aspirar los laicos
es el de Numerarios. Estas personas habitan residencias (masculinas
o femeninas) de la congregación, no se pueden casar
y prácticamente viven en función de Dios y de
la obra. Si quieren por ejemplo comprar zapatos o ropa deben
pasar una cotización a sus superiores quienes finalmente
deciden si se hace la compra o no.
Carlos Millán (nombre ficticio) quien hasta hace pocos
años era miembro supernumerario, afirma que se salió
de la obra porque debido a la condición socioeconómica
de mi familia no tenía posibilidades de ocupar jamás
un cargo relevante dentro de la organización. Por más
posgrados y especializaciones que uno consiga, si no se es
de una familia bien no hay forma de dejar de ser otro sirviente
de los miembros más poderosos.
Se dice que en las casas para retiros espirituales es prohibido
que los visitantes crucen palabra alguna con la servidumbre;
ni un gracias o un buenos días. No porque se vaya a
cometer una distracción en las meditaciones sino porque
simplemente no es debido hablar con los sirvientes.
Millán asegura que a pesar de haberse beneficiado
con educación, yo pagué de sobra con mi
trabajo las becas que me dieron. Cree que el Opus Dei
tiene tantas cosas buenas como malas: lo positivo es
la convicción y entrega de sus miembros, y se podría
aprovechar mucho mejor para llevarle aún más
bienestar a la comunidad. Pero lo verdareramente malo es el
fanatismo de algunos de sus miembros que se creen más
santos que el mismo Jesucristo; y por consiguiente con esos
derechos.
La flagelación con látigos aparentemente es
una práctica bastante común para algunos miembros
del Opus Dei. De acuerdo con un sacerdote de la obra, flagelarse
sirve para mitigar el arrepentimiento y para ganar puntos
ante Dios: el dolor de la carne como remedio del dolor del
alma. No obstante, críticos de estas prácticas
aseguran que los flagelantes atentan contra su propio cuerpo
al igual que lo hace un drogadicto. Y que en consecuencia,
el Opus Dei no tiene nada qué opinar frente a la inmoralidad
del consumo de drogas, tema en el que sostiene una posición
férrea.
La prelatura se ha caracterizado por ser la extrema
derecha de la Iglesia Católica y mantiene convicciones
inquebrantables en torno a ciertos temas. Hace pocos días,
por ejemplo, el Consejo Pontificio para Textos Legislativos,
presidido por un arzobispo del Opus Dei, prohibió el
sacramento de la comunión a los divorciados casados
nuevamente. Ni siquiera el Papa puede alterar esta decisión
que afecta directamente a miles de católicos en todo
el mundo.
El homosexualismo también es considerado como una
conducta inmoral que atenta contra de la naturaleza humana
y contra Dios. Las relaciones sexuales sólo son vistas
con buenos ojos si tienen una función reprodutiva y
al interior del matrimonio cristiano. Y hasta hace apenas
pocos años era prácticamente prohibido en una
Universidad de la obra mencionar a autores como García
Márquez debido a su filiación política
comunista.
Se ha dicho repetidas veces que el Opus Dei es el poder detrás
del poder y que por ese motivo ha tenido serios conflictos
con otros miembros de la Iglesia, por ejemplo con los Jesuitas.
Durante la presidecia del conservador Belisario Betancur en
Colombia (1982-1986) el capellán del Palacio era del
Opus Dei y aparentemente tuvo una influencia exagerada en
las decisiones del presidente. Lo mismo ocurrió durante
varios años en el Ministerio de la Cultura español.
Pero todas estas críticas palidecen en comparación
con los resultados que ha logrado el Opus en sus 62 años.
Ha fundado colegios y universidades en medio mundo, ha llevado
bienestar a millones y ha confortado espiritualmente a otros
tantos.
La idea de santificarse a través del trabajo, -lema
central y piedra angular de la organización- mueve
a sus miembros tanto en lo laboral y profesional como en lo
espiritual. Y paralelamente sigue engordando a la obra.
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