Rompiendo
el silencio sobre el Opus Dei
Juan José Tamayo-Acosta
Teólogo y autor de "Iglesia profética,
Iglesia de los pobres"
19/08/2001
Sobre el Opus Dei se ha tendido un velo de silencio que
pocos osan desvelar. Parece como si hubiera un pacto, al menos
tácito, para no hablar de él. Y como de lo que
no se habla no existe, se tiene la impresión de que
el Opus Dei se ha diluido o, al menos, se ha recluido en el
mundo de la salvación de las almas para el que, según
los documentos fundacionales, nació. Al final, muchos
terminan por creer las escuetas notas emanadas de la oficina
de prensa opusdeísta, según las cuales la Obra
de monseñor Escrivá de Balaguer se mueve en
el terreno espiritual y no se implica en proyecto temporal
alguno como tal institución.
Hablar en público o escribir sobre el Opus Dei se
ha convertido en algo política y religiosamente incorrecto.
Voy a transgredir aquí el pacto de silencio siendo
consciente de que puedo ser recriminado incluso por algunos
críticos de la Obra.
El Opus Dei sigue vivo y activo, y su poder se extiende a
lo largo y ancho de la Iglesia católica. En la cúspide
cuenta con seguidores y valedores incondicionales.
El primero es Juan Pablo II, quien, antes de entrar en el
cónclave del que salió papa, fue a rezar ante
la tumba de Escrivá en Roma en busca de intercesión
para el cumplimiento de las posibles responsabilidades que
pudieran caerle encima. A su vuelta del primer viaje a Estados
Unidos, el Papa, exultante por el recibimiento multitudinario,
preguntó en el avión a sus más directos
colaboradores qué impresión habían sacado
los norteamericanos de la visita. Le respondieron que había
gustado el cantor, pero no el canto. Juan Pablo II comentó
entonces: Está visto que la única organización
eclesial que me es plenamente fiel es el Opus Dei.
Venciendo la resistencia de cardenales, obispos, teólogos
y movimientos cristianos de todo el mundo, beatificó
en un tiempo récord -sólo 17 años después
de su muerte- al fundador de la Obra, Escrivá de Balaguer,
llamado con aire paternalista no disimulado el Padre.
Eso sucedía en 1992 y fue una de las beatificaciones
más polémicas y contestadas, sólo comparable
en los tiempos recientes con la de Pío IX, el último
papa rey, que durante el largo pontificado de 32 años
(1846-1878) destacó por su militancia antisemita y
antimoderna. De ambos se subrayó el celo por la ortodoxia
y su piedad a la antigua usanza, pero no la opción
por los pobres ni la tolerancia, virtudes que no practicaron.
Esa beatificación nunca se hubiera producido con Pablo
VI, que limitó sobremanera el poder del Opus Dei en
la Iglesia católica.
En el proceso de beatificación de Escrivá se
excluyeron testimonios críticos de personas que convivieron
muy de cerca con el Padre, como el arquitecto
Miguel Fisac, vinculado a la Obra durante 19 años (1936-1955).
El prestigioso arquitecto comunicó al cardenal Tarancón
que creía un deber de conciencia declarar en el proceso.
El cardenal le indicó que se lo diría al secretario
del Tribunal para que lo incluyera en la lista, pero unos
días después le hizo saber que había
sido excluido.
Menos éxito han tenido las teólogas y los teólogos
latinoamericanos de todas las tendencias y los movimientos
cristianos de amplia base popular que vienen pidiendo a Juan
Pablo II la beatificación de los mártires salvadoreños:
monseñor Romero, seis jesuitas y dos mujeres, reconocidos
como santos y venerados como mártires en América
Latina y otros lugares de la cristiandad, y cuya beatificación
sería la ratificación eclesial de lo que ya
es vox populi.
La información en el Vaticano -que es lo mismo que
decir en la Iglesia católica universal- está
en manos del portavoz, Joaquín Navarro Valls, miembro
del Opus Dei. Si la información es poder, quien la
controla en la Iglesia detenta todo el poder. El portavoz
no sólo difunde la información, sino que la
crea, la elabora y la administra pro domo sua, sin someterse
a control democrático alguno. Y una parte fundamental
de la información es ocultar o negar la influencia
de la Obra en el Vaticano.
En la órbita del Opus Dei se encuentran el cardenal
Ángel Sodano, secretario de Estado de la Ciudad del
Vaticano, ex nuncio apostólico de Su Santidad en Chile
y amigo personal de Pinochet, por quien intercedió
ante el Gobierno británico para que no fuera juzgado
en España, y el cardenal español Eduardo Martínez
Somalo, miembro muy influyente de la curia romana, que constituye
un referente fundamental para los obispos españoles.
Desde la cúspide del catolicismo se va conformando,
así, un cristianismo intransigente y poco dialogante
con otras creencias religiosas, según la consigna de
Camino, libro escrito por Escrivá durante la guerra
civil española en Burgos, muy cerca del cuartel general
de Franco: El plano de santidad, que nos pide el Señor,
está determinado por estos tres puntos: la santa intransigencia,
la santa coacción y la santa desvergüenza
(n. 378). Más aún, la transigencia es
señal cierta de no tener verdad (n. 393).
En la Iglesia católica latinoamericana destacan dos
figuras del Opus Dei: el cardenal Cipriani, arzobispo de Lima,
y monseñor Sáenz Lacalle, arzobipo de San Salvador.
Cipriani apoyó hasta el último momento los modos
políticos dictatoriales de Fujimori.
Otro miembro del Opus Dei en ascenso en la Iglesia centroamericana
es el español Fernando Sáenz Lacalle, arzobispo
de San Salvador, que fue capellán castrense del mismo
Ejército que asesinó a seis jesuitas y dos mujeres
salvadoreñas el 16 de noviembre de 1989. Siendo ya
arzobispo de San Salvador, aceptó el nombramiento de
general del Ejército, si bien posteriormente se vio
obligado a renunciar por la protesta popular.
El poder en Roma lo detenta el Opus Dei. Si alguna duda cupiere
todavía al respecto, se disipa con sólo leer
los mensajes papales y episcopales en temas como sexualidad,
familia, mujer, dogma, moral, disciplina eclesiástica,
etcétera. La Obra no sólo conserva su influencia,
sino que está recuperando a miembros relevantes -teólogos
incluidos- que la habían abandonado en décadas
pasadas.
El clima de sumisión vigente hoy en la Iglesia católica
se inspira en una máxima de Camino: Obedecer...,
camino seguro. Obedecer ciegamente al superior..., camino
de santidad. Obedecer en tu apostolado..., el único
camino: porque en una obra de Dios, el espíritu ha
de ser obedecer o marcharse (n. 941).
Recuperado de:
http://ea.el-nuevodia.com/2001/08-agosto/19Agosto2001/Editorial/Agosto/opi010819a.html
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