El
Opus y su santo
Eduardo Blandón
La Hora - Guatemala
10-2-2003
El Opus Dei es para algunos de nosotros paganos el estímulo
infalible de permanecer fuera del redil de la Iglesia católica.
Para las personas que no compartimos la visión conservadora,
prehistórica y por supuesto preconciliar de la
obra de Dios, estar al margen de la Iglesia lejos de
ser una pena es un orgullo. Uno no quisiera ser señalado
como un perteneciente a esa secta de fanáticos, elegidos,
ungidos y salvos, según se consideran ellos.
Pero como uno sí es respetuoso, tolerante y sabe vivir
la vida con serenidad, sin angustias, sin temores, con alegría,
deseamos que la secta de los ciento cuarenta y cuatro mil
la hayan pasado bien en Roma, celebrando la canonización
del señor Escrivá de Balaguer.
Imagino como habrá estado la Ciudad Eterna repleta
de nenes de familias ricas, el objeto de desvelo del Opus,
sus destinatarios preferenciales, sus pobres. Sin duda, los
apellidos más rimbombantes del planeta se dieron cita
en Roma para subir a la gloria de Bernini a don Balaguer.
Imagino que nuestros Opus estuvieron también allí,
al lado de los curas que les fascina dar la vida por los ricos,
por los niños bien perfumados y bienolientes. Habrán
estado también los mismos nenucos marroquinianos, los
very nice de la sociedad, los privilegiados, los
que piensan que también el cielo se puede comprar como
compraron la santidad de su patrono.
Aleluya, que todo el mundo alce su voz y cante vivas al nuevo
santo. Ahora sí, que duda cabe, el Señor ha
hecho maravillas. Por supuesto, es cierto, Dios ha mirado
la bajeza de su siervo. Todas las generaciones, los del Opus,
lo llamarán santo. Es cierto, se puede ser santo siendo
racista, excluyente y explotador. También los cielos
están abiertos para los ricos, Dios los ha marcado,
aunque abominen a los pobres, cuentan con el sello divino.
Aleluya, se ha inaugurado una nueva bienaventuranza: bienaventurado
los ricos porque a ellos pertenece el reino de los cielos.
Bienaventurado tú cuando te rechacen por tu dinero,
no te preocupes, Dios te dará el doble de lo que tienes
ahora.
Ricos de todo el mundo uníos, cantad vítores
al Dios inmortal, gritad jubilosos al Dios de la gloria. Grandes
son sus obras y Dios nos la ha confiado, no dejemos que los
pobres, esos seres desgraciados, inútiles, perezosos
y proclives al mal, a la lujuria y al pecado, quieran despojarnos
de lo que Dios con generosidad nos ha dado. Cuidemos de los
bienes que pertenecen a los privilegiados de su majestad.
Los que no pertenecemos al Opus Dei ese día nos emborrachamos
de júbilo al recordar que no estábamos en Roma,
que no pertenecíamos a ese grupo de iniciados y que
seguramente no compartiremos nunca un lugar físico,
ni sobre la tierra ni en el cielo ni en el infierno. Que felicidad,
ver a los de la Obra de Dios haciendo la señal de la
cruz, con esa cara que Jesús vio repetidamente en el
templo, cuando se sentaba con los fariseos, escribas y doctores
de la ley. Qué felicidad verlos repetir la oración
del fariseo: Señor, te doy gracias porque no
soy como los demás
Como habría gustado que el Papa en su homilía
les hubiera recordado a los selectos miembros del Opus Dei
que los pobres del mundo, de quienes sí es el reino
de los cielos, no les creeremos ni el persignado, ni sus obras
de caridad, ni esa cara hipócrita de seudo oración
cuando están en el templo, mientras no sean capaces
al menos de pagar mejores salarios a sus empleados y por supuesto
también los impuestos. Será mucho pedir.
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