LA
FIESTA DE 'MONSE'
Por Incitatus
Recuperado de El
confidencial.com
05/10/2002
Mi hijo mayor, César, que me ha salido un cachondo
mental de los de no te menees y que vive a una distancia muy
variable, pero que jamás baja de los 500 kilómetros
de la casa en que lo quisimos y lo queremos tanto, me llama
por sorpresa, como siempre.
-Papi, ¿no vas a ir a la fiesta que Susan le ha preparado
a Monse? ¿No te han invitado? Venga, seguro que sí
vas.
- ¿Se puede saber de qué me estás hablando?
-Padre, jolines, ¡qué mayor estás! ¡Qué
falta de reflejos! ¡De la fiesta de este domingo! ¡En
Roma!
Ahí caigo del guindo y me da la carcajada. César
llama "Monse" a Monse-ñor Escrivá
de Balaguer desde que tenía catorce años y,
listo y brillante como ha sido siempre, lo quisieron atrapar
los del Opus ¡ya en el colegio!, en una tremenda y larguísima
maniobra de acoso y derribo absolutamente abochornante; yo
tuve que intervenir, personal y casi violentamente (faltó
el canto de un duro para que hubiese de liarme a guantazos),
para que dejaran en paz al chico aquellos jarecrisnas de la
"santa desvergüenza" y la "santa coacción",
la madre que los parió, no había forma de sacárselos
de encima. Y 'Susan' es, para César, Susan-tidad el
Papa Juan Pablo II. No, claro, no voy a ir a Roma. Qué
hago yo allí.
-Pero papi, anda, reconócelo, ¡si estuviste
en la otra fiesta, la de hace diez años, y te lo pasaste
pipa!
Este canallazo de primogénito mío adolece de
una excelente memoria. No deja de ser eso un inconveniente.
Sí, es verdad. Estuve en la beatificación de
Monse, pero bien es cierto que enviado por el medio de comunicación
en el que yo trabajaba entonces. Tengo disculpa. Fui a trabajar.
Yo no soy Pilar Urbano ni ninguna de sus fidelísimas
numerarias de la Obra, a las que les preguntas, por ejemplo,
"¿Qué te parece el último modelo
que han sacado los de Tampax?" Y te contestan: "In
aeternum".
(Nota para no iniciados: lo anterior es un chiste. Sé
que no hay nada más abyecto que explicar un chiste,
pero en esta ocasión no queda otro remedio. Los miembros
del Opus Dei tienen una especie de contraseña secreta
para identificarse entre ellos. Llega uno y dice: "Pax";
y el otro, si es de la Obra, sabe lo que tiene que contestar:
"In aeternum". ¿Se entiende ahora el chiste
opusdeístico o no se entiende? ¿Eeeeh?)
Ustedes se estarán preguntando qué rayos tiene
que ver todo esto de la fiesta grande de Monse con los comentarios
culturales que suelen hallarse en este rinconcito remoto de
elconfidencial.com. Pues se lo explico: el otro día
asistí a la presentación de un libro verdaderamente
heroico, Ser mujer en el Opus Dei. Tiempo de recordar, que
ha escrito una mujer ya mayor, valerosísima, con aspecto
de infinito cansancio y de haber llevado una vida durísima,
que se llama Isabel de Armas. Salí de allí,
se lo juro, conmovido.
Lo presentaban dos personajes igualmente memorables: Alberto
Moncada, sociólogo, y María Angustias Moreno,
funcionaria. Ambos ex miembros del Opus Dei (Moncada fue nada
menos que el fundador de la Universidad de Piura, en Perú,
la importantísima cabeza de puente del Opus en Latinoamérica;
de allí ha salido Juan Luis Cipriani, el primer cardenal
explícitamente miembro del Opus y el más joven
de todos los cardenales actuales), ambos autores de libros
inolvidables sobre la Obra de Monse, ambos valentísimos
también. El último interviniente era Javier
Ortiz, articulista en el periódico de Pedro José
R. Codina y responsable de la editorial FOCA, que es la que
edita el libro de Isabel de Armas.
Veamos, ¿por qué este libro es heroico? Por
una razón tan simple como siniestra. Hoy, en España,
es prácticamente imposible publicar, decir o escribir
algo crítico contra el Opus Dei. Es así. Para
sudar frío, pero es así. Cuando, hace once años,
se preparaba la beatificación de Monse, la Prensa en
España reventaba de indignación. Se estaba elevando
a los altares -se repetía por todas partes- a un paranoico,
a un tipo ensoberbecido, a un megalómano que padecía
tremendos delirios de grandeza, al hijo de un humildísimo
y honrado tendero de Barbastro, que se hizo cambiar los apellidos
porque le sonaban a poco (José María Escriba
Albás se convirtió en Josemaría Escrivá
de Balaguer y Albás), que se hizo condecorar por el
franquismo y que acabó haciéndose titular marqués
(de Peralta: "Una mierda así de alta", se
reía su hermano Santiago) a golpe de talonario porque
no podía soportar la poquita cosa de sus orígenes.
Se estaba haciendo beato al fundador de algo que tiene todas
las características de una secta destructiva, como
los Moon o los Testigos de Jehová, pero bendecida por
la Iglesia católica; una secta que, con el pretexto
de la "santificación por el trabajo cotidiano",
había logrado construir una colosal mafia de intereses
político-económicos sin precedentes, un establishment
de poder que entonces, hace diez años, aún parecía
denunciable.
Hoy ya no lo es. No se puede criticar al Opus Dei. Te juegas
el puesto de trabajo (yo me lo estoy jugando ahora mismo,
con esto que escribo), la carrera, el sueldo, te lo juegas
todo. Su poder es inmenso y alcanza todos los ámbitos
de la vida civil. Cinco ministros son del Opus Dei (ha habido
épocas, como 1969, en que eran muchos más, pero
podían mucho menos).
Prácticamente toda la cúpula militar de este
país pertenece a la Obra. El Poder Judicial en España
está ratoneado por los devotos del inmediato santo,
empezando por el Fiscal General del Estado, Jesús Cardenal.
Los empresarios "de la Obra" ya no son cientos,
como hace diez años. Son ya miles, se han multiplicado
como moscas al calor del Gobierno de Aznar, cuyos hijos -los
de Aznar, no los del Gobierno; aunque muchos también
han estudiado en colegios del Opus. No hay nada que no controlen.
No hay nada, ni nadie, que no puedan destruir. Monse no soñó,
en toda su vida (murió en 1975), con un poder tan omnímodo
como el que ahora ejercen sus fidelísimos "hijos".
Hace diez años se produjo el tremendo escándalo
de la beatificación. Porque en la causa canónica
se llamó a declarar sólo a los "favorables".
Se excluyó sin contemplaciones a los críticos,
entre los cuales había personas de la inmensa talla
moral del arquitecto Miguel Fisac, un personaje de una integridad
moral irreprochable al que el propio Monse debía literalmente
la vida, puesto que fue Fisac, con el dinero de su padre y
con su esfuerzo personal, quien ayudó a aquel curilla
medio histérico y medio visionario a pasar, en la guerra
civil, del lado republicano al lado franquista. Ah, pero eso
no aparece en ninguna de las biografías oficiales de
Monse. ¿Por qué? Pues porque Fisac terminó
saliéndose del Opus en los años 50, ¡cuando
era él quien había contribuido más que
nadie a financiarlo en sus inicios!
Jamás se lo perdonaron. Lo han perseguido siempre,
han tratado de hacerle la vida imposible, quitarle trabajos,
anularle proyectos profesionales, derribarle edificios, arruinarlo...
hasta hoy mismo, cuando Fisac, casi nonagenario ya, católico
a machamartillo, seguidor inexorable de la máxima evangélica
("La verdad os hará libres"), sigue vivo
y con la cabeza clarísima. Pero es que lo borraron
de la historia. Lo eliminaron de la verdad de los hechos.
El nombre de Fisac ni siquiera aparece en las biografías
oficiales (hagiografías, más bien) de Monse.
Cuando en esos libros vergonzosos (Vázquez de Prada,
Inés Sastre, Salvador Bernal, tantos otros) se habla
de quiénes iban con Monse en aquel tremendo viaje,
se hace la relación de todos... y, en el mejor de los
casos, de un estudiante que les acompañaba. Ah, caramba,
pues ése era Fisac. El que ponía el dinero.
El único sin el cual toda aquella epopeya que salvó
la vida de Monse no hubiera sido posible. Y lo borran de la
historia, lo laminan, lo suprimen como si no hubiera existido...
Porque luego se salió del Opus.
Es la traición más miserable, la crueldad mayor,
la bajeza más abyecta, la ruindad peor que se puede
concebir en un historiador o en un biógrafo: que sepa
qué pasó y quién lo hizo, y que no lo
cuente porque no le dejan los canallas inquisidores que dirigen
la secta y que pretenden además dirigir la historia,
determinar qué ocurrió y qué no, según
su santa voluntad... o porque él mismo, sectario, fanático,
cómplice, secuaz, se pliegue a sus "correcciones
fraternas" de todo corazón y con toda su alma
envenenada.
De todos ellos el peor, sin duda, es Andrés Vázquez
de Prada. Incitatus le puede perdonar casi todo: sus mentiras,
sus manipulaciones, sus tergiversaciones, sus inicuos casos
de damnatio memoriae (suprimir de la historia de Francia a
Napoleón porque te cae mal, por ejemplo) y sus bajezas,
sus faltas a la verdad histórica. Lo que ya es imposible
perdonarle es que escriba tan mal. Eso sí que no. Su
prosa casposa, grasienta, con halitosis a chorizo revenido
que se ingiere justo antes de decir misa, eso sí que
no tiene el menor perdón de Dios. Ni de nadie que sepa
escribir. Aquello que dice, por ejemplo, página 218:
"El diablo jaranero, que sabe lo que se pesca, y que,
como solía decir Monseñor Escrivá de
Balaguer? 'nunca se toma vacaciones', levantó por aquella
época una buena tolvanera. Dejó sus dengues
de perro mañero y zorrastrón para desenvainar
el colmillo. Claro es que Dios sabe más y que..."
Incitatus prefiere no añadir nada. Caridad cristiana
se llama eso. ("Dengues de perro mañero y zorrastrón."
¡Jodeeeer!)
Hablaba de Fisac, Miguel Fisac. No lo dejaron declarar en
la causa de beatificación porque iba a decir la verdad,
¡y había conocido a Monse como casi nadie! Ni
a él ni a tantos otros. Por lo mismo. No le interesaba
al Opus la verdad. Le interesaba el resultado. La beatificación-canonización,
esto es, la oficialización casi irreversible de su
poder tremendo. Dentro de la Iglesia y fuera de ella.
Hace diez años, la prensa hervía. Sólo
en la revista Tiempo se publicaron nada menos que doce reportajes,
desde enero de 1992 hasta junio (la ceremonia de beatificación
fue el 17 de mayo), sacando los colores de la secta de Monse.
Salieron a la luz, entre nuevos títulos y reediciones,
docena y media de libros críticos con El Padre (que
así se hacía llamar, como Dios), desde el insuperable
trabajo de Luis Carandell (Vida
y milagros de monseñor Escrivá de Balaguer)
hasta obras tremendas de María
Angustias Moreno, Alberto
Moncada, Carlos
Albás (sobrino de Monse), María
del Carmen Tapia, yo qué sé... En el
fenecido diario El Independiente, un jovencísimo Luis
Algorri, todavía delgado, publicó un tremendo
serial de 30 capítulos (30 dobles páginas centrales
del periódico, día tras día, que se dice
pronto) durante todo el mes de julio de 1991, con el título
Un altar para Escrivá; fue un trabajo que sacó
de sus casillas, literalmente, a los jerifaltes de la Obra
de Monse en España.
¿Y hoy?
Nada.
La Prensa está callada... por la cuenta que le tiene.
Los presidentes, líderes y dueños de los grandes
grupos de comunicación de este país; los más
poderosos empresarios de la comunicación de España,
han recibido las oportunas llamadas telefónicas. No
les llamaban los siniestros y bien amaestrados responsables
de Prensa del Opus, desde el anciano Luis Gordon al eficaz
Antonio Hernández Deus. No. Al teléfono estaban
poderosísimos banqueros de la Obra, como Luis Valls
Taberner, del Banco Popular.
Incitatus sabe esto de primerísima mano. "Convendría
que..." "Sería mejor si vosotros..."
"En bien de todos, deberíais..." Es como
el chiste del dentista: el paciente se tumba en el sillón
y, cuando el estomatólogo pone en marcha el torno fatídico,
el paciente agarra firmísimamente al doctor por sus
partes más queridas, que tiene tan a mano, y le dice:
"No nos vamos a hacer daño, ¿verdad que
no?"
La Prensa se ha doblegado pecuariamente ante el tremendo
poder de los chicos de Monse. Ha sido terrible ver esto. La
excelente pero poco exitosa revista La Clave, que dirige Manuel
Soriano (bueno, el director de nombre es José Luis
Balbín, pero estamos hablando en serio, ya conocemos
todos las capacidades periodísticas de Balbín,
ese director de Comunicación del Museo del Prado que
pasa por su despacho tan sólo cada vez que se aproxima
a la Tierra el cometa Halley), publicó un trabajo de
seis páginas, con honores de portada, que firmaba nada
menos que ¡Alberto Moncada! El gran crítico,
el gran flagelador, se mandó un texto de una suavidad
y de una corrección política que daba pena leerlo.
No podía hacer más... ¡No le dejaban!
Tiempo, la más importante revista de información
política y económica de España, bastión
tradicional de los defensores de la libertad de expresión
contra las insidias de la "santa mafia", despachó
el asunto con tres páginas de lo más florentino
en las que, eso sí, se anunciaba algo sensacional:
la intención de la Obra de que este tiberio mediático-político-económico
no acabe con la canonización de Monse. Quieren ir más
allá.
Quieren hacer a Monse nada menos que Doctor de la Iglesia.
El colmo. Desde Cristo, hay 33 Doctores de la Iglesia, como
ha investigado excelentemente Tiempo. Son personalidades como
Santa Teresa de Jesús, Santo Tomás de Aquino,
San León Magno, San Juan de la Cruz, San Isidoro de
Sevilla, San Agustín... De lograr esa barbaridad, nombrar
Doctor de la Iglesia a Monse, el fundador del Opus Dei -la
más poderosa mafia eclesial desde la Contrarreforma-
estaría, en el ránking cristiano, por encima
nada menos que de San Francisco de Asís, de San Ignacio
de Loyola, de Santo Domingo de Guzmán, de San Benito
de Nursia, de San Francisco de Sales.
Esto es, por encima de los fundadores de las más egregias
y venerables órdenes religiosas de la historia: franciscanos,
jesuitas, dominicos, benedictinos, salesianos...
¿Se imaginan qué poder irreversible y definitivo
tendría el Opus en todos los ámbitos de la vida
pública cuando, además de santo, Monse pasase
a ser el 34º Doctor de la Iglesia, esto es, uno de los
referentes esenciales, y oficiales, de la doctrina cristiana
de todos los tiempos?
¿Comprenden ahora contra qué tremendo enemigo
luchaban los cuatro animosos presentadores del libro Ser mujer
en el Opus Dei, de Isabel de Armas? Un libro escrito como
una conversación, o como una confesión, que
sangra por todos los poros. Una mujer que perdió nueve
años de su vida encelada en una secta en la que las
mujeres estaban destinadas sólo a ser carne de cocina,
de plancha, de servicio y muy poco más: "Ellas
no hace falta que sean sabias; basta con que sean discretas",
decía Monse en su inolvidable manual de fascismo religioso,
Camino. El santo que, cuando paseaba por Roma y veía
una estatua antigua destrozada, irreconocible, sentenciaba:
"Es una mujer". Le preguntaban cómo era capaz
de saberlo y concluía: "Pues porque no tiene cabeza".
A este tipo impresentable, a Monse, le va a hacer una fiesta
tremenda Susan este domingo. Lo va a hacer santo de altar,
oficial, clamoroso e irreversible. Susan lo va a canonizar,
manipulado, manejado, teledirigido como está por el
Opus al que él creyó poder pilotar, cuando era
más joven; y que ha acabado manejándolo a él,
ahora que está tan mayor que ya no sabe ni lo que dice.
Yo sólo les recomiendo que se lean despacio el libro
de Isabel de Armas. Por cierto, ¿saben una cosa? La
presentación del libro, en el Círculo de Bellas
Artes, reunió a una verdadera multitud. Impresionante.
Casi no cabían en la sala. Y sobre todo eran señoras,
mujeres mayores, de entre 50 y 70 años. Iban a por
la croqueta, como siempre, dirán ustedes.
Pues no. No había croqueta. No había nada,
es la primera vez en años que voy a una presentación
de un libro y no te dan ni un vaso de agua. Nada de canapés,
de vino español ni de croquetas. Nada de nada. Aquella
tonelada y media de señoras estaban allí por
otro motivo. Por la libertad, supongo. Por la verdad. Por
dar testimonio del espantoso sufrimiento que muchas de ellas
habrán pasado siendo "tan sólo discretas",
ya que no les dejaban (ni les dejan) ser "sabias"
en la hoy canonizada secta de Monse. Era impresionante ver
a todas aquellas sexagenarias manifestar con su presencia,
con su indestructible silencio y sus caras llenas de arrugas,
que la verdad es la verdad, que lo que pasó fue lo
que pasó, porque les pasó a ellas en carne viva.
Y que la mentira, el engaño, el negocio, la manipulación,
la mafia, el tráfico indecente de influencias y la
ignominia tienen precisamente esos nombres, y no otros, les
ponga o no el Papa el título de San antes del acursilizado
nombre de pila, "Josemaría", tan bobo en
su apócope que ha terminado por sonar casi como una
canción de David Bisbal.
No, César, hijo, deja de tomarme el pelo, no voy a
ir a Roma a la fiesta de Monse. Ni de coña. Dentro
de algún tiempo te contaré si tu padre tiene
o no que buscarse otro trabajo después de escribir
lo que acaba de escribir en elconfidencial.com. Porque los
tentáculos de la "santa mafia" son ahora
mismo larguísimos y más poderosos que nunca.
Si llegan a tantos sitios como Incitatus ha comprobado que
llegan, ¿por qué no iban a estrujar también
este espacio delicioso de libertad? Recemos, hijo, para que
eso no llegue a ocurrir.
Pero no recemos a este nuevo santo del dinero y del poder
y de la manipulación, ¿eh? Recemos a algún
santo de verdad. Que hay muchos.
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