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OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?

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CANONIZANDO A MONS. ESCRIVÁ,
¿QUÉ ES LO QUE SE CANONIZA?

IGLESIA VIVA, nº 209, ene-mar 2002, pgs. 144-149
Por María Angustias Moreno (*)

(*) Autora de los libros “El Opus Dei-Anexo a una historia” (1976) y “Entresijos de un proceso” (1993) en Edt. Libertarias Prodhufi

 

El día 9 de Enero de 1902 nació en Barbastro (Huesca) José Mª Escriba, luego Escrivá de Balaguer, que más adelante adquiriría el título de Marques de Peralta, por lo que en este año 2002 Monseñor cumpliría 100 años. Fecha prevista por los suyos para su canonización. Ahora el Vaticano ya ha anunciada que será el domingo 6 de octubre del 2002.

Evidentemente ni la rapidez ni los modos son ninguna sorpresa, más aún si se cuenta con la experiencia de cómo llevaron a cabo su beatificación. Vimos entonces cómo “pasaron” sin el menor escrúpulo del Edicto que el 12-5-81 iniciaba de forma preceptiva dicha beatificación (en el que se ordenaba que todo el que tuviera alguna noticia al respeto tenía deber de darla), cómo eliminaron testigos a su antojo por medio de calumnias que los hiciera desestimables, cómo corrigieron e inventaron escritos del propio Escrivá, cambiaron historias, etc, etc... Pero, aunque no sorprenda, no quiere decir que no sea un aldabonazo a la responsabilidad de quienes, sintiéndonos Iglesia, hemos tenido que ver con el tema.

Durante todos estos años, desde que salí del Opus, además de recuperar mi vida de familia, de amistades, profesional y social, he cursado estudios superiores de teología en el C.E.T. de mi ciudad, Sevilla, y trabajo asiduamente en la profundización y difusión del conocimiento del mensaje bíblico. Mi perspectiva por tanto y mi opinión es la de alguien que cree, que practica (o que vive comprometida con lo que cree), que es precisamente lo que me motiva. Ahora ya gracias a Dios desde la serenidad y la libertad de quien se siente “al otro lado” de la movida, aunque de una movida, y esa es la cuestión, que se da en el seno de una Iglesia que es también la mía

Mi experiencia personal tanto de la Obra fundada por dicho señor, a la que pertenecí durante catorce años en vida de Monseñor, como de él mismo, quedó ya aportada en los dos libros que en su día publiqué “sobre” el tema (y no “contra” como algunos se empeñan en decir). Por lo que no me propongo ninguna clase de “cruzada” para desmontar nada, sino la más elemental llamada de atención a la reflexión que conlleva la responsabilidad a que antes aludía.

Me había planteado que convenía ya que fuesen “otros”, que hayan dejado la institución más recientemente, los que hablasen y lo hicieran con mayor actualidad. Pero me permito volver a salir a la palestra por entender que los realmente implicados en el problemas somos los de mi época, época de vida del fundador y por tanto fundacional. Como de esa época son también los que por parte de la Obra siguen protagonizando todo lo que este nuevo proceso conlleva.

Un proceso nuevo y a la vez, a mi entender, bastante más serio que el anterior pues una beatificación no es sino la propuesta al discernimiento público respecto a la santidad de alguien, mientras que la canonización supone una “definición” pontificia, con todas las correspondientes repercusiones.

Dicen que cuando lo que se canoniza es un fundador, más que a la persona lo que se canoniza es el “espíritu” de su obra. Algo que en éste caso complica aún más las cosas. Pues si nos atenemos a la reiteración con que la institución plantea que si se les cuestiona u ofende a ellos -a la Obra- es a la misma Iglesia a la que se ataca, etc., considerándose por tanto no una organización más de la Iglesia sino algo así como la misma Iglesia (o una iglesia dentro de la Iglesia) ¿de que espíritu hablamos? Es evidente que en la Iglesia existen, y es bueno que existan, grupos distintos, con misiones diferentes, como consecuencia de la diversidad de carismas, mejor o peor identificados con el Espíritu del Evangelio y, por tanto, susceptibles de ser criticados como tales, sin más problema que la superación que de ello debe derivarse. La propia Iglesia, en definición del Vaticano II (L.G.8), ”esta llamada a avanzar por la senda la de penitencia y de la conversión”. Algo que el Opus en absoluto admite ni nunca admitió respecto a sí mismo, porque están convencidos de que no tienen nada de que convertirse.

Por eso, aunque de hecho se trate de una canonización más, o una de tantas, las connotaciones concretas son a la vez específicas. Pues dadas las características apuntadas es la misma Iglesia (y no ya la Obra) la que de alguna manera (y por imposición de la Obra) resulta especialmente afectada. Pues de la misma manera que la Obra se apropia de la santidad de la Iglesia, todo escándalo que pueda tener que ver con la Obra acaba resultando achacable de una manera especial a la Iglesia. Con el consiguiente rechazo que esto supone para no pocos respecto a la misma. Por lo que si mala puede ser la utilización que la Obra hace de la Iglesia para amparar en ella una bondad que no es la suya propia, no menos malo resulta que nos quedemos indiferentes ante quienes por la misma razón revierten sobre la Iglesia los descalificativos que la Obra les merece.

Para el verdadero creyente de hoy, de acuerdo con la misma Constitución del Vaticano II que antes citaba, está ya bastante claro que lo único propiamente Santo de la Iglesia es Cristo como cabeza de la misma y su mensaje. Por lo que no parece que haya que rasgarse las vestiduras porque en esa Iglesia, incluida la Jerarquía, (y sin necesidad de cargársela, puesto que, además de lo que por revelación le corresponde, toda comunidad necesita de estructura) siguiendo con el criterio de la misma Constitución Vaticana, nos encontremos con que entre sus miembros los haya “santos y pecadores”. Santos, coherentes y magníficos, de la misma manera que los hay apáticos, por inercia, por casualidad y hasta por simple profesión (o medio de vida). Entre otras cosas porque los hombres que componen la Iglesia son lo mismo hombres (de humano) que todos los demás hombres. Hay padres que violan a sus hijas y no por ello hay que acabar con la paternidad. Por eso es lógico que también en la Iglesia los problemas y los errores personales existan, y no pasa nada, como no pasó en su día con la negación de Pedro o la tradición de Judas. Lo malo no es que haya problemas, lo malo, lo realmente grave, es que ante los errores, ante los despropósitos, falte la debida reacción. Lo malo es cuando los problemas chocan con clérigos (o cargos dentro de la Jerarquía) que a fuerza de ejercer perdonando lo “imperdonable” (pecados o atropellos de todas clases) acaban “acostumbrados” a no asustarse de nada y como consecuencia insensibilizados para cualquier otro tipo de actuación (tan necesaria como la del propio Jesús ante los fariseos). Y por eso ¡tantas veces! pasan las cosas que pasan. ¿Que tienen que pasar?, ¿que siempre han pasado?, tal vez si. Pero siempre también seguirá siendo necesaria la alerta debida para tratar de evitar lo evitable, de evitar el escándalo, por aquello de que “pobre del que escandaliza” o no contribuye (pudiendo, y sabiendo que existen motivos mas que suficientes) a “aclarar”, a que sea posible distinguir lo que son “errores de las personas”, de lo que realmente supone tergiversar los contenidos.

De la Obra puede ser especialmente preocupante, por ejemplo, la clase de poder que utiliza por medio de las riquezas que acumula (por el marketing que crean, la clase de presión que con todo ello ejercen, etc..); trampa en la que muchos acaban cayendo al no descubrir el montaje de “magnificaciones” que ellos mismos promueven con el fin de ser debidamente considerados o temidos. Preocupante no porque esa forma de actuar no sea frecuente en nuestra sociedad, que lo es. Como es frecuente la mentira, el atropello, la suficiencia, la rentabilidad y el poder a costa del mas elemental respeto a la dignidad de lo propiamente humano. Pero no por frecuente y abundante menos grave. Más aún si se hace en nombre de Dios y no digamos si son esos planteamientos los que en el fondo van a acabar siendo “canonizados” como cristianos.

Pues aunque lo que se canonizara de la Obra fuese “la teoría” de la que alardean, buena como tal(?) , esa que luego no tiene nada que ver con la práctica, seguiría siendo mala tanto la tergiversación como tal de decir una cosa y hacer otra, como “la cuota” de confusión, de deformación, de contravalores, o de mentira, que de esta manera se consigue infiltrar, seguir infiltrando (desde ahora además canonizada) en las familias, en la sociedad, en la mentalidad profesional, en la política, etc.

Hablan de amor a la libertad o respeto a la persona cuando solo actúan por medio de imposiciones. Con ellos y para ellos el dialogo no existe. Ni siquiera la elección para hacerse de la Obra conlleva ninguna clase de libertad en la que pudieran estar justificadas las “imposiciones” posteriores, porque una cosa es lo que te ofrecen y otra muy distinta la que te encuentras. Llaman “consultas” y “consejos” a los mandatos más imperativos. Tanto que incluso tienen establecido el juramento de no criticar nunca ni por ningún motivo a los directores, ni cuestionar sus mandatos en lo mas mínimo. Debidamente aleccionados por su fundador están convencidos de que sólo ellos, los que dirigen la Obra (siempre muy pocos, muy desde arriba y en base a las premisas de sus constituciones que sólo los directores manejan) tienen siempre la verdad

Dicen que son “sembradores de paz y de alegría”, aunque lo que promuevan sea la “angustia” que supone la carga de culpabilidades que constantemente se inventan, dados los métodos y conceptos con los que trabajan; o la derivada del secretismos que imponen a sus socios respecto a cualquier tipo de cambio de impresiones o comentario con padres, amigos, etc.. que pudiera contribuir a sopesar el planteamiento sobre cualquier clase de temas.

Se muestran más devotos del Papa que nadie, para conseguir tenerlo a su favor y siempre y cuando lo tengan, ya que si el Papa no “coincide” con ellos lo que hay que hacer es rezar para que cambie. Como tuvimos que hacerlo con Pablo VI los que entonces estábamos dentro de la Obra

Dicen, dicen ... y mienten y calumnian, y niegan la más elemental conciencia personal. Y lo hacen, no a titulo personal, sino de forma corporativa y como consecuencia de planteamientos fundacionales.

Por eso no es que en la Obra, como dejé claro en mis libros, no haya gente estupenda, que la hay. Gente que sabe cosas que no quiere “creerlas”, y otros que acaban creyéndoselas todas....

Hace poco, sin que la noticia de la canonización hubiera saltado a la opinión pública, yo misma intentaba explicarme la proliferación de canonizaciones del Papa actual como una manera de aportar al mundo secularista en el que vivimos testimonios de hombres y mujeres que supieron vivir por encima del materialismo en el que hoy nos novemos, con la misma proliferación y abundancia que lo contrario. En una Iglesia, no obstante en la que el apelativo de santo fue desde sus orígenes denominación ordinaria entre los hermanos. En la que hasta el siglo X y mas propiamente el XIV no hubo la menor necesidad de canonizar a nadie, y que si se empezó a hacer no fue sino para evitar que fanatismos interesados que acabaran enalteciendo santidades de quienes carecían de la suficiente ejemplaridad

Por eso ante la clase de “métodos” y de “valores” que la canonización que nos ocupa conlleva, hay que seguir preguntándose ¿canonizando a Escrivá (y sin entrar en juicio de intenciones personales) que es lo que se canoniza?

Honestamente y en consecuencia con mis propias vivencias, hoy por hoy ratificadas ya por muchos, publicadas, como decía, sin más réplica o desmentido que la calumnia y el ensañamiento con la persona que de ellos difiere, lo que en principio y fundamentalmente se canoniza, porque son los pilares sobre los que se mueven, creo que sin contar con algo tan básico en moral cristiana como lo es que ningún fin, por bueno que sea, justifica los medios, sería:

- Un desmedido culto al fundador. Potenciado por la canonización

- La mentira como sistema (para el prestigio que se proponen, proselitismo, etc.).

- La despersonalización y manipulación de la mente de los que con ellos se forman; negando con ello la más elemental libertad.

Canonización por tanto que difícilmente se puede entender si no es como consecuencia de la argucia de unos, la mentira de muchos, la cobardía de otros, y la irresponsabilidad o frivolidad de no pocos.

En principio y para empezar no deja de ser significativo que en una época en la que la teología más cualificada se esfuerza por dar al milagro, a los milagros de la revelación, el contenido y el sentido debido (y no estoy ni mucho menos en la línea de quienes pretenden reducirlos a puro lenguaje simbólico), es curioso que en base a testimonios no siempre imparciales que califican “algo” de milagro (en el caso de que lo fuese) se pretenda fundamentar sin más una canonización. Creo que ni el mismo Cristo, con todos los milagros que hizo, si no hubiera sido por el testimonio de su vida y el contenido de su mensaje, hubiera sido el que es.

Canonización que, por los motivos expuesto, y dado que se trata de una declaración solemne desde la cátedra de Pedro, habrá quienes además se la tengan que cuestionar ahora como materia de fe. ¿Ex cathedra?

En principio y de forma esquemática, según enseña tanto el Vaticano I como el Vaticano II, definición ex cathedra es la que se hace por quien tiene autoridad para ello respecto a algo que necesariamente debe estar contenido en la revelación. Por lo que si bien es verdad que en la revelación podemos encontrar las connotaciones necesarias para la santidad cristiana, lo que nunca encontraremos serán “casos concretos”, como por ejemplo y ahora el de Escrivá. Revelación es, por ejemplo, el mandato de “proclamar” el Evangelio, pero no con los modos o maneras de las cruzadas, o la inquisición, por mucho que en su día también contaran con el beneplácito de papas y comunidades religiosas. Errores ó deformaciones de mentalidades propias de las distintas épocas en las que se dieron. Épocas que tuvieron, como las tienen todas, sus peculiaridades, sus errores, sus crisis, en las que la Iglesia, como toda entidad formada por hombres, participa y vive inmersa.¿Que hace posible que hoy existan éstos otros como consecuencia del enaltecimiento con que en la nuestra se prodiga “la mentira”?.

Hoy como ayer. Por aquello de que nos encontramos en lo que San Pablo llamaba “tiempo de la paciencia de Dios”, o de la necesidad de que aunque tenga que ser metiendo la pata aprendamos donde están los agujeros. Hasta conseguir que la autenticidad de las cosas, pueda (con la colaboración de todos) abrirse camino, y sobren los atropellos, sean de la clase que sea, y vengan de donde vengan.

Esa es mi esperanza.

 

 

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