EL
OPUS DEI: Integrismo católico
Urs Von Balthasar, cardenal y teólogo católico.
Co-autor con Joseph Ratzinger (actual Benedicto XVI) de varios
libros
Neue Zürcher Nachrichten-Christliche Kultur
23 de Noviembre de 1963.
Los protestantes nos envidian muchas veces a nosotros los
católicos el que gracias a Roma no existen en nuestra
Iglesia fracciones incompatibles como en el caso de las trágicas
divisiones que ellos padecen. Sin embargo, aunque esto es
verdad por lo que se refiere a nuestras fronteras dogmáticas,
no lo es con respecto a los distintos espacios de la espiritualidad,
llegando a este punto a un cuadro semejante al de los protestantes.
El primero que como pensador cristiano miró profundamente
alarmado el fenómeno de lo que hoy se llama integrismo,
y dio de él el más seguro diagnóstico
no superado aún, fue Maurice Blondel.
La más fuerte manifestación integrista es sin
duda el Opus Dei de origen español, un
instituto secular con millares de miembros, principalmente
en el mundo académico y con una gran extensión
internacional; posee numerosas residencias para estudiantes
en todo el mundo y una Universidad en Pamplona. Estrechamente
ligado al régimen español de Franco, posee altos
puestos en el gobierno, bancos, editoriales, revistas, periódicos
(fundados por él o comprados), y desarrolla en todas
partes incluso en Alemania, Francia, Austria, Suiza
una discreta y celosa actividad de propaganda. La pertenencia
a la Obra está concebida de una manera múltiple
y complicada: desde unos amplios círculos exteriores
hasta grupos íntimos secretos y células. Nos
reducimos a investigar su espiritualidad y tomamos para ello
el libro Camino del fundador y presidente José M..
Escrivá, y preguntamos: ¿Piensa realmente el
autor desarrollar aquí una auténtica espiritualidad
que baste para nutrir cristianamente a un tan poderoso cuerpo
selecto? ¿Es un pequeño manual español
para los altos exploradores? Pero española es también
la auténtica mística de Raimundo Lulio, Juan
de la Cruz e Ignacio de Loyola, cargada de resonancias evangélicas
y con validez para siglos. También aquí será
útil entresacar algunos párrafos para captar
el nuevo tono de este camino.
¿Adocenarte? Tú, ¿del montón?
¡Si has nacido para caudillo! Entre nosotros no caben
los tibios; ¡Energía! Sin ella Iñigo
no se hubiera convertido en Ignacio. ¡Dios y audacia!
Sé fuerte y viril. Así serás señor
de ti mismo en primer lugar. Y, después, guía,
jefe, ¡caudillo!... que obligues, que empujes, que arrastres
con tu ejempIo, y con tu palabra, y con tu ciencia, y con
tu imperio; El matrimonio es para la clase de tropa,
no para el estado mayor de Cristo; ¿Ansia de
hijos?... Hijos, muchos hijos y un rastro imborrable de luz
dejaremos si sacrificamos el egoísmo de la carne;
No me gusta tanto eufemismo: la cobardía la llamais
prudencia y vuestra prudencia es ocasión
de que los enemigos de Dios, vacíos de ideas el cerebro,
se den tonos de sabios y escalen puestos que nunca deberían
escalar; Y después, ¡camino arriba, con
santa desvergüenza, sin detenerte hasta que subas del
todo la cuesta del cumplimiento del deber!; Poco recio
es tu carácter; Cállate, no seas niñoide;
Hombre: sé un poco menos ingenuo; ¡Caudillos!...
viriliza tu voluntad para que Dios te haga caudillo. ¿No
ves cómo proceden las malditas sociedades secretas?
Mucha obediencia hace falta; Cuando un seglar se erige
en maestro de moral se equivoca fácilmente: los seglares
sólo pueden ser discípulos; El sacerdote,
quien sea, es siempre otro Cristo; Amar a Dios y no
venerar al sacerdote... no es posible.
Oigamos ahora una instrucción en la que se determina
cuál ha de ser el contenido de la oración a
Dios: Me has escrito: Orar es hablar con Dios.
Pero, ¿de qué? De Él, de ti: alegrías
y tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles,
preocupaciones diarias... ¡flaquezas!. Esto quiere
decir que esta oración se mueve casi exclusivamente
en el círculo estrecho del yo, de un yo que debe ser
grande y fuerte, equipado de virtudes paganas, apostólico
y napoleónico. Lo que ante todo es necesario, o sea
el arraigo contemplativo de la Palabra en buena tierra"(Mt.
13, 8); lo que constituiría el blanco de la oración
de los santos, de los grandes fundadores, la oración
de un Foucauld, lo buscará uno inútilmente aquí.
Así, pues, es de esperar que el Opus Dei posea en su
propio subsuelo unas reservas espirituales completamente distintas
de esta muestra mezquina, que ofrece a la luz del día.
Cuando el caudillo espiritual, al terminar la recolección
de flores, se lleva un par de rosas de Lisieux para su ramillete,
ya están casi marchitas, no crecen y no podrán
mantenerse mucho tiempo en el florero. Me dijiste que
querías ser caudillo, dice la sugestiva pregunta
del nº 931. ¡Ah, no, Monseñor, yo no creo
que hubiese dicho esto! A pesar de sus afirmaciones de que
los miembros de la obra son libres en sus opciones políticas
(J. Herranz, El Opus Dei y la política), es innegable
que su fundación está marcada por el franquismo,
ésta es la ley en que ha sido formado.
Aquí surgen igualmente graves problemas que
no trataremos a fondo acerca de la táctica
apostólica de la Obra de Dios; en
primer lugar la relación entre dinero y espíritu.
Pongamos un ejemplo: ¿Se puede comprar un periódico,
hasta entonces libre, con todo su equipo hasta entonces
libre de redacción y colaboración, dejándoles
que sigan escribiendo como antes con la sola condición
de hacer en cada número un poco de propaganda del Opus
Dei? Así sucedió con la revista parisina La
Table Ronde, que primeramente estaba tan llena de espíritu
y tan estimulante; y así sucederá con otras
publicaciones. Recordemos que las más bellas revistas
son las que fueron escritas (La Antorcha, Péguy Cahiers)
o dirigidas por una personalidad relevante ("Hochland",
Muth y Schöningh; Esprit, Mounier y Béqguin) o
al menos reflejan el espíritu de un grupo libre (Testimonianze,
ll Gallo), de una Orden (Vie intellectuelle).
Comprar un espíritu es una contradicción en
sí misma. ¿Y qué decir finalmente del
método de reclutamiento, que preferentemente consiste
en mandar por delante académicos bien intencionados,
influyentes y acaudalados, reunir después grandes grupos
de estudiantes y gente culta, frecuentemente sin cuajar aún,
para terminar escogiendo de la red lo más útil?
Desearíamos mejor las cartas boca arriba; quisiéramos
oir, en vez de tratados de derecho eclesiástico, el
lenguaje sencillo y colombino del Evangelio.
Podríamos escribir muchas formas del integrismo nacionales
o extranjeras, muchas gradaciones desde el margen eclesial
hacia los instrumentos eclesiásticos. Las posibles
combinaciones entre tradicionalismo, monarquismo, juridicismo
y espíritu militar, política y altas finanzas,
son interminables. El problema queda en pié, siempre
que estas esferas de valores (de muy variadas formas) pueden
ponerse al servicio de Jesucristo, que ha llevado los pecados
del mundo como cordero y no como tigre, que ha
proclamado la doctrina de su Padre desde el madero de la Cruz
y no en Ias cátedras universitarias, que ha amado al
prójimo con espíritu de servicio y de humildad,
sencillo y sin táctica apostólica,
y que, sobre todo, no miraba a su propia integridad, sino
que, como el samaritano, penetraba las fronteras enemigas.
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