La
vida en el Opus y después del Opus
El País, 13 enero 2002
L. M. L. | Madrid
Cuando se entra en contacto con antiguos miembros del Opus
Dei, todos reconocen que tiene muchas cosas que contar, pero
casi nadie se atreve a hacerlo. La prudencia se lo impide,
incluso con la garantía de anonimato. La mano de la
Obra, dicen, es muy larga. Uno te cuenta que perdió
su trabajo. Otro, que teme perderlo. Otro, que le ponen zancadillas
laborales. Otro, que le acosan.
Pero, una vez que se deciden a hablar, lo hacen a tumba abierta.
La razón, dice Julián M. (incluso la inicial
es ficticia), que estuvo más de 30 años en la
Obra, es muy simple: 'Durante más de media vida, no
he podido expresar lo que sentía, mis preocupaciones
más íntimas, ni siquiera a mis supuestos amigos
dentro de la Obra, ya que estaban obligados a comentar cualquier
síntoma preocupante a nuestro director'.
Desde la Obra, se dice que quienes la critican son una minoría
de resentidos a los que hay que ignorar. Pero los críticos
no están sólo entre quienes hablan, sino también
entre los que callan.
Para la realización de este reportaje se ha contactado,
más bien, con gente normal, en su mayoría con
formación universitaria, que relatan los traumas que
les llevaron a abandonar el Opus Dei.
Julián M. fue un agregado durante más de 30
años. Este grupo de miembros son célibes que
viven con su familia.
Entre un cúmulo de vivencias, Julián relata,
por ejemplo, cómo, de forma simultánea a la
fidelidad (el compromiso formal con el Opus Dei), hay que
hacer testamento, con la recomendación de legar los
bienes a una institución vinculada a la Obra, como
la Universidad de Navarra. El portavoz oficial, Rafael Ramonet,
lo niega y sostiene que se trata tan sólo de aplicar
el espíritu ascético de la Obra, pero que se
puede nombrar heredero a quien se quiera, con toda libertad.
En realidad, casi todo cuanto dicen los ex miembros, o la
interpretación que éstos dan a los hechos, es
negado por Ramonet.
Cuenta Julián M. que, como todos, tenía que
entregar su sueldo y que sólo se le facilitaba semanalmente
una pequeña cantidad ('nunca más de 7.000 pesetas'),
de la que tenía que rendir cuentas anotando incluso
los gastos más nimios como la compra de un periódico.
Hasta para comprarse una chaqueta había que pedir permiso
y fondos. La recomendación era que fuese discreta y
que se adquiriese en compañía de otro miembro
de la Obra.
El cine estaba estrictamente prohibido. No fue ni una vez
en 30 años, aunque sí vio películas 'no
peligrosas' en los centros de la Obra, con frecuencia cortadas.
Tampoco se podía leer cualquier libro o periódico.
No sólo se prohibía leer EL PAÍS, indica,
sino incluso las revistas del corazón. Se recordaba
que el fundador de la Obra decía que no va uno a la
farmacia y dice: '¡Qué medicamento más
bonito! Me lo tomo'. Estaba proscrito, añade, en el
grado máximo de peligrosidad, cuanto tuviera que ver
con el sexo. 'La obsesión con el sexo, y no digamos
con la homosexualidad era enfermiza'.
Por su parte, Enrique L. (nombre también ficticio),
que fue agregado unos 30 años, señala: 'A mí
me ganaron primero por el corazón y luego por la cabeza,
y de la misma forma me perdieron. El corazón me lo
quemaron enseguida, cuando comprendí que la amabilidad
y la bondad con que me trataban cuando querían captarme
no eran sino hipocresía en estado puro. Pero la cabeza
tardó más en convencerse. El revulsivo fue la
compra prohibida y la posterior lectura de un libro de Steven
Hassan, Cómo combatir las técnicas de control
mental de las sectas. Ahí se hablaba de cuatro controles:
de pensamiento, de sentimiento, de la conducta y de la información.
Los cuatro los sufrí en el Opus. Fue entonces cuando
decidí irme'. Eso, afirma, le costó perder su
trabajo y una difícil reconversión profesional.
En el camino, quedó su fe en la Iglesia, aunque cree
en un Dios que ve como 'entidad organizadora del universo'.
Elena P. , que fue numeraria durante 15 años, resume
su experiencia en lo que le dijo al consiliario de la Obra
cuando la llamó a capítulo e intentó
disuadirla de que se fuera: 'Nací persona. Como persona,
soy mujer. Después soy cristiana, y además católica.
Y, como católica, soy de la Obra. Pero, por ser de
la Obra, pierdo catolicidad y no soy cristiana en un sentido
amplio; como mujer me siento maltratada y como persona se
asaltan mis derechos. Así que me voy'.
En todo momento, Elena, dedicada entonces y ahora a una profesión
liberal, se sintió agredida como mujer. Pese a que
su trabajo la obligaba a una relación constante con
hombres, no podía hablar con ninguno sin que la puerta
de la habitación estuviese abierta, y ni siquiera se
le permitía que un amigo la llevara en coche a su casa
(la de ella). El tiempo, dice, ha curado sus heridas, y hoy,
tras crear una familia, conserva su fe católica y no
se considera marcada por el Opus.
Arriba
Volver a Recortes
de prensa
Ir a la página
principal
|