ADIÓS
ROGANDO
La tortura de vivir en el Opus Dei
Por XIMENA SINAY. Fotos: Martín Felipe
TXT Revista textual
Año 2 Número 57
Buenos Aires
16 de abril de 2004
Por primera vez, ex integrantes de la orden religiosa más
poderosa de la Iglesia relatan cómo hicieron para irse,
tras haber sufrido tormentos físicos y psicológicos
durante años.
Su primera cita fue casi a los 30. Era la primera vez que
un hombre la invitaba al cine y tuvo que llamar a una amiga
para preguntarle quién era ese Woody Allen. Nunca había
salido con nadie del sexo opuesto, tampoco había oído
hablar de ese director y mucho menos había visto sus
películas. Nunca antes había ido al cine sin
pedir permiso. Inés fue durante 13 años miembro
del Opus Dei, la misteriosa orden católica cuestionada
por su forma de acumular poder y fortuna con el declarado
objetivo de buscar "la santidad en la vida cotidiana".
Después de un mes de conversaciones, Inés y
otros cinco ex miembros de la orden (en rigor, una prelatura
personal) en Argentina, España y Estados Unidos aceparon
contar por primera vez cómo es la vida en esos centros
que funcionan casi como réplicas de los monasterios
medievales y donde la autoflagelación, por ejemplo,
es una práctica diaria. La Obra, como la llaman desde
dentro, es una de las instituciones más poderosas de
la Iglesia, con una estructura férrea, inquisidora.
Muchas meces se habló de su poder y de sus vinculaciones
políticas y empresariales. Muchas veces se la analizó
desde afuera. Esta vez, Inés, Gustavo, Alex, Viviana,
Agustina y Mariano cuentan la experiencia de vivir puertas
adentro. Todos ellos hablan de los castigos corporales, la
obligación de entregar sus sueldos, la imposibilidad
de leer lo que querían o prohibiciones tan absurdas
como la de quedarse a solas en un ascensor con alguien del
sexo opuesto, entre muchas reglas insólitas para alguien
de afuera. Y coinciden en que uno de los puntos que más
preocupan a la institución es conseguir gente que esté
dispuesta a cambiar de vida de un día para otro. Una
de las primeras cosas que le hicieron ruido a Gustavo -abogado,
39 años, 10 como numerario- fue que el amigo que lo
había hecho entrar en el Opus Dei se alejara de él
y empezara a hacerse otros amigos. "La amistad se
instrumentaliza para conseguir vocaciones", explica
desde Madrid a TXT Agustina López de los Mozos, una
ex numeraria española. "Intentabas que tus
amigas se hicieran del Opus y si rebotabas, te aconsejaban
que te buscaras otras nuevas", recuerda Inés,
que hoy, con 44 años, es licenciada en Comunicación.
Durante los años que estuvieron adentro, los numerarios
vivieron situaciones que hoy, a la distancia, les parecen
absurdas. Les cuesta creer que aquello hayan sido sus vidas.
Les cuesta creer haber creído tanto.
ÉSTE ES MI AMIGO. Por lo general, los numerarios
llegan a algún centro del Opus a través de un
amigo. Allí van a charlas y distintas actividades.
La admisión se puede pedir a partir de los 14 años
y medio y entonces hay varios caminos. No todos los miembros
son iguales: están los sacerdotes y los laicos. En
esta última categoría -que representa el 98
por ciento de los miembros de la Obra- también hay
varias opciones. Los numerarios son los que viven en los centros
del Opus y se comprometen a ser célibes, pobres y obedientes.
Los supernumerarios pueden casarse, viven con sus familias
y suelen tener muchos hijos. Los agregados son como los numerarios
pero no hacen vida comunitaria y las numerarias auxiliares
son mujeres célibes que se dedican al trabajo doméstico
en los centros; es decir: entran al Opus Dei para ser mucamas
y, si no se van de la Obra, morirán siendo mucamas.
Por último están los cooperadores que, sin ser
miembros, apoyan al Opus desde afuera.
Pero, ojo, que el libre albedrío no existe. "Siempre
son ellos los que te eligen y deciden", reconoce
Alex, un ex numerario de 33 años. "A los 14
me dijeron que tenía vocación para ser numerario
del Opus Dei y que Dios me estaba llamando para servirle.
Pensé que si no aceptaba le estaría dando la
espalda", recuerda Mariano Curat, un argentino de
36 años que estuvo ocho dentro del Opus Dei, fue numerario
y hoy trabaja como abogado en un estudio jurídico en
Estados Unidos.
A esta altura vale una aclaración. O mejor dicho,
dos.
La primera. En esta nota faltan los apellidos de los ex numerarios
que viven en Argentina porque tienen miedo. Que el Opus Dei
es poderoso, que hablar mal de ellos puede ser perjudicial
para una carrera, que puede obstaculizar la entrada a un trabajo
o la permanencia en otro, son algunas de las explicaciones
que dieron. "No tengo ganas de que empiecen a llamarme
a mi casa; quiero vivir tranquila", explica Inés.
La segunda aclaración es que al promediar la investigación
solicité por escrito una entrevista con una autoridad
del Opus Dei, Javier Alonso. Desde la Oficina de Información
de la Obra en Buenos Aires, tuvo siempre un tono llamativamente
amable y aclaró que el único que podía
entrevistarse conmigo era el director de Comunicaciones, Esteban
López del Pino. Primero, Alonso dijo que la nota no
parecía muy "alentadora" y que no
entendían las motivaciones. Pidieron, entonces, algunas
preguntas por escrito. Dijeron que eran "muy interesantes
y pertinentes" pero que López del Pino se
iba de viaje al día siguiente. A cambio, enviaron un
sobre a la dirección de TXT con los tres libros que,
según dijeron, contestaban todas las preguntas. Cuando
López del Pino regresó, insistí con el
pedido, y quedaron en que ellos se comunicarían para
dar una respuesta. Nunca llamaron.
Josemaría Escrivá de Balaguer fundó
el Opus Dei en 1928 con el declarado fin de buscar "la
santidad en la vida cotidiana". En 1992 Juan Pablo II
lo beatificó y el 6 de octubre de 2002 le canonizó.
Hoy la Obra tiene 84.000 miembros en todo el mundo; la mayor
parte está en Europa (48.700) y América (29.000).
No hay datos precisos de Argentina, pero se estima que tiene
unos mil numerarios y auxiliares, unos 5-000 supernumerarios
y más de 100.000 cooperadores.
ENTREGADO. Cuando entran en el Opus Dei los numerarios
no saben qué implica esa decisión. "Yo
sabía lo del celibato y no mucho más. Fue como
firmar un cheque en blanco", dice Inés, todavía
con cierto enojo a pesar de que desde hace 15 años
no pertenece a la Obra. "A mí nadie me dijo
que había varias clases de miembros y pensé
que sólo podía ser numeraria. Hubiera preferido
que me dijeran las cosas de entrada", señala
Viviana, que hoy dirige una consultora. ¿Qué
cosas no les dijeron?
No les dijeron que iban a tener que entregar todo el sueldo
al secretario del centro. En un sobre, si cobraban en efectivo;
o la tarjeta de débito y la clave correspondiente.
Para moverse les dan una suma pequeña que deben rendir
a fin de mes. "Tenía que presentar un detalle,
día a día, de lo que había gastado y
en qué", recuerda Curat. Tampoco les dijeron
que no iban a poder elegir qué estudiar o dónde
trabajar. "Todo el tiempo están torciendo tu
vocación si a ellos les viene mejor que estudies otra
cosa", se indigna Inés. Los numerarios tampoco
pueden tener contacto con el sexo opuesto: no aceptan subir
a un auto ni viajan a solas en un ascensor. "¿Y
qué hacés si se está por cerrar la puerta
y sólo hay una mujer dentro? ¿Salís corriendo?,
le pregunto a Alex como si fuera una ridiculez. "Sí",
contesta con la vista perdida y absoluta seriedad. Pero enseguida
sonríe y agrega: "Son cosas que ahora, a la
distancia, parecen re-locas. Creen que la mina te va a coger
en el ascensor". Ahora sí, se ríe con
ganas.
Tampoco pueden ir a espectáculos públicos (cine,
teatro, fútbol, recitales) o fiestas (ni siquiera a
los casamientos de los familiares: van a la ceremonia, saludan
y listo). Los numerarios no pueden leer lo que tienen ganas,
tienen que preguntarle al Torquemada de turno si el libro
que les interesa está o no en el Index. Los diarios
y revistas también pasan por el tamiz: llegan recortados
(tanto las noticias como las publicidades). La televisión
es un aparato temible: "Está en un mueble cerrado
con una llave que sólo tiene el director",
recuerda Curat. Los miembros del Opus que viven en los centros
tienen que ducharse con agua fría (aún en invierno),
no pueden comprar golosinas, tienen que volver temprano al
centro porque a determinada hora se cierra con llave, deben
dormir ocho horas diarias (si no, pedir permiso) y la siesta
está prohibida. Tampoco pueden recibir cartas ni regalos
sin que las autoridades del centro revisen los contenidos
y decidan si son pertinentes. Las mujeres no pueden fumar
y tienen que dormir sobre unas tablas, dos exigencias que
no corren para los hombres.
Todas estas prohibiciones -que en el Opus llaman renuncias-
dependen un poco de la rigidez personal y la del director
del centro que a cada uno le toque en suerte. Casi ninguna
tiene una justificación lógica, sino por la
fe y muchas veces los numerarios ni siquiera las cuestionan.
"Hay mucho adoctrinamiento", explica Inés.
"Tu conciencia queda muy formada a la medida que el
Opus Dei desea, hay cosas que están grabadas a fuego",
dice Alex.
Y en toda esta enumeración todavía faltan los
"famosos" castigos corporales. Si bien es
lo que más llama la atención a los de afuera,
para los ex miembros no es lo fundamental: "El dolor
físico es mucho menor que el dolor psicológico
que uno siente cuando se da cuenta por todo lo que pasó",
recapacita Curat. Los elementos de mortificación son
lis cilicios (una especie de tira de alambre con puntas internas
sin limar) y las disciplinas (un látigo de cuerda que
termina en varias puntas). El cilicio se ata a la ingle durante
dos horas diarias (menos los domingos) y se va cambiando de
pierna para intentar que las lastimaduras cicatricen, algo
que casi nunca pasa. Las disciplinas se usan sólo los
sábados: mientras se reza, uno mismo se pega en la
cola. "Debo decir que rezaba a cien por hora porque
los latigazos dejaban la piel en carne viva por mucho que
corriera en recitar la oración", reconoce
Agustina López de los Mozos.
CAMBIO Y FUERA. Aunque no hay datos "oficiales",
se estima que la tasa de deserción en la orden es muy
alta. "En el primer curso anual éramos 30 tipos
y cuando me fui quedaban sólo dos", hace cuentas
Gustavo. Agustina López de los Mozos señala
que en España hace 15 años sólo quedan
uno de cada cinco miembros y asegura que en la actualidad
la situación es más crítica todavía.
Para irse de la orden hay que pedir autorización por
escrito al Prelado -cargo máximo y vitalicio, que hoy
ocupa el obispo madrileño Javier Echevarría-,
quien no deja abandonar el barco así nomás.
Si un día, cansado de esperar un permiso que no llega,
uno agarra sus cosas, cruza las puertas del centro y, simplemente
no vuelve, le dicen que se queda en pecado mortal por siempre
jamás. Así de terminante. Desde afuera del Opus
Dei pero desde adentro de la Iglesia, Eduardo de la Serna,
de la parroquia Jesús el Buen Pastor, de Quillmes,
tiene otra explicación: "Nadie, salvo Dios,
puede decir que algo es un pecado mortal. Y creo que Dios
tiene un poco más de autoridad que el Opus Dei",
concluye irónico. El cura explica que para que exista
un pecado mortal tiene que hacer conciencia de pecado: "Si
alguien se va del Opus Dei convencido de que está bien,
nadie puede decirle que está en pecado. A lo sumo son
infieles al Opus Dei, pero cualquier otro cura los podría
absolver. Sin embargo, les han metido tanta culpa que es difícil
que se confiesen con alguien que no es el Opus",
señala De la Serna, a quien con 22 años de sacerdote,
nunca le tocó confesar a nadie que le haya dicho que
es o fue del Opus Dei.
"Cuando querés irte tenés una presión
muy fuerte y te genera mucha culpa: a vos te eligió
Dios y estás rechazando la vocación divina.
Te dicen que te vas como un traidor, que vas a ser infeliz
toda la vida", dice Alex. A Viviana le pasaba algo
parecido: "Pensé varias veces en dejarlo pero
siempre estaba el temor al castigo divino tan anunciado para
los que traicionan a Dios". La situación de
Gustavo tampoco fue muy distinta. Cuando empezó a decir
que quería irse, lo enviaron a un centro de mayores
para que estuviera más tranquilo: "Fue peor,
había cada viejo hecho torta, que lo único que
pensaba era que no quería terminar así. Te dicen
que si te vas te va a agarrar un cáncer... te atoran
tanto que empezás a dudar". Pero un día
no dudó más. Un viernes Gustavo dijo basta y
se fue a la casa de su mamá, el único lugar
al que podía ir: "Una de las primeras cosas
que pensé fue 'por fin me saqué esto de encima',
tenía una sensación de mucha paz". Era
la primera vez que disponía de todo su sueldo: "No
sabía qué hacer con tanta plata. Empecé
a ahorrar y pude comprarme el departamento en el que vivo
ahora".
A VIVIR. Cuando los ex numerarios se van de la orden,
se sienten como bichos raros. En algún lugar de sus
cabezas piensan que los equivocados son ellos. Por eso les
resulta vital tener contacto con otros ex miembros. Para cubrir
esta demanda hay dos sitios de Internet que funcionan como
punto de encuentro. Uno es la página de Odan,
una red de Estados Unidos que se autoproclama como de vigilancia
del Opus Dei. Las otra es la española Opuslibros.
Una de las fundadoras de Opuslibros fue Agustina López
de los Mozos. Hace algo menos de dos años, cuando estaba
viendo por televisión la ceremonia de santificación
de Escrivá, pensó que lo único que podía
hacer, como ex miembro, era "contrarrestar tanta propaganda".
Así fue como fundó este sitio el 27 de diciembre
de 2002. "Son tantos los ex miembros del Opus Dei
que han dejado la institución con traumas, en medio
de una completa soledad, que al tener un punto de encuentro,
entender qué sucedió y qué hicieron con
nosotros, nos reconstruimos", explica esta periodista
española de 47 años que hace ya 22 que abandonó
la Obra.
Muchas veces les resulta complicado cambiar la manera de
pensar. Curat, que estuvo vinculado al Opus Dei durante ocho
años, lo explica así: "Tenía
esquemas mentales muy rígidos: todo era blanco o negro".
Inés tuvo que invertir mucho tiempo en aprender a no
censurarse ni censurar a los demás. Algo le pareció
a Viviana: "Lo que más me costaba fue volver
a decidir por mí misma. En esos primeros mementos me
sentí tan libre que no podía creerlo".
Durante esos años en que estuvieron adentro la opresión
era tan fuerte que las primeras cosas que hicieron los ex
miembros al salir del Opus Dei son de una sencillez que conmueve.
Ahora, dormir hasta las 12 del mediodía, comprarse
cigarrillos, caminar por Corrientes y entrar en todas las
librerías, hacer sobremesas larguísimas, charlas
con amigos o estar en la propia casa descalzo y en pijama
es para ellos un verdadero placer de dioses.
XIMENA SINAY
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