Introducción
al Opus Dei
Cuadernos de Ruedo ibérico
París, octubre-noviembre 1965 número 3 páginas
87-96
Eugenio Nieto
Allá por los años treinta, se empezaba a conocer
a un sacerdote llamado José María Escrivá
de Balaguer. Aquel hombre pío, de origen navarro, había
asentado sus reales en Madrid con el laudable objeto de hacer
apostolado entre las clases populares. Tan arriesgado proyecto
no pudo llevarse a cabo debido a que, «las clases populares»
no eran demasiado adictas a la religiosidad propugnada por
el clérigo. Ni corto ni perezoso, Escrivá de
Balaguer decidió trasladar su apostolado a otros niveles
sociales más fáciles y simpatizantes. El perfumado
pastor pronto fue el centro del cuidado y los mimos de muchos
aristócratas. Aquel joven sacerdote iba a hacer carrera.
De eso, incluso él, estaba seguro. Pasaron los años.
El apostolado de Escrivá era apacible, y monótono.
Las duquesas y los banqueros estimaban que la bondad de la
religión se basaba, ante todo, en el tanto por ciento
de inmunidad que podía proporcionar a sus enjuagues.
Eso lo vio también con indudable sagacidad el padre
Escrivá. A medida que la turbulenta historia española
avanzaba, él escribía meditaciones y aforismos
en un cuadernillo que dio a leer a sus íntimos. Sus
íntimos que eran señores importantes pero de
escasa formación literaria estimaron que aquella obra
merecía publicarse. Escrivá adivinó las
intenciones de aquellos señorones y no se opuso. La
obra se llamaría Camino. Vio la luz por primera vez
en Valencia durante el año de gracia de 1939.
Camino tuvo un éxito notable. En aquel año de
1939 muy pocos libros salieron a la luz, y de ellos, Camino
fue el más insignificante, aunque probablemente el
que mayor venta alcanzó. Los amigos de Escrivá
subvencionaron la edición que fue lujosísima
en relación con el nivel editorial reinante. Los amigos
de Escrivá sabían, desde luego, donde metían
los cuartos y por qué. Los amigos de Escrivá
advirtieron en las primeras lecturas que aquel libro, que
se componía de 999 aforismos (incluso el número
cabalístico es significativo), era una «nueva»
fórmula de espiritualidad, deficientemente escrito
y que ayudaba a «entender» lo que el momento español
estaba brindando a ciertos españoles. Desde un punto
de vista exclusivamente dogmático era muy posible que
Camino tuviese un número bastante elevado de dislates
teológicos. Pero aquello no parecía interesarle
mucho al primado Gomá, tan ocupado como estaba en la
redacción de caritativas pastorales donde se atacaba
sin piedad a los «marxistas, judíos y heterodoxos».
Al cardenal Gomá la teología le tenía
sin cuidado, lo cual, si bien se mira, no es un disparate
tan grande.
El padre Escrivá de Balaguer tras la «Cruzada»
siguió al pie del cañón. Su fama corría
por los salones y las iglesias elegantes. Muchos hombres públicos
solicitaron su consejo como director espiritual. Algunos jovencitos
inquietos y ambiciosos le hicieron coro. Se llamaban siguen
llamándose Calvo Serer, Pérez Embid, Antonio
Pérez... Fue por aquellos años cuando la mente
de Escrivá imaginó un proyecto formidable. Su
labor debería concretarse en una nueva «orden»
o institución religiosa que uniera a sacerdotes y seglares.
Escrivá sería el fundador y mentor. Sus importantes
amigos, los colaboradores. Fue a Roma con la idea de presentar
al papa Pío XII su proyecto, pero no fue ni recibido.
Con cierta dosis de escepticismo el padre Escrivá regresó
a España. No volvería a Roma hasta que fuese
llamado y conocido, hasta que el Vaticano «necesitase»
de su concurso. Continuó su labor apostólica
entre los miembros de la alta burguesía española,
dentro de la cual comenzó a ser el hombre clave. Escrivá
interpretaba los Evangelios con su libro Camino en la mano.
De allí sacaba fortaleza y sabiduría suficientes
como para inducir al rico estraperlista a una «ayuda»
o al joven calavera a un matrimonio. Mientras tanto, el sacerdote
navarro iba formando un grupo «seleccionado» de
dirigentes: sacerdotes rurales con ganas de medrar, jóvenes
audaces, integristas sin partido y millonarios. Confeccionados
los estatutos de la nueva orden, Escrivá decidió
darle nombre: se llamaría Instituto Secular de la Santa
Cruz y del Opus Dei, y tendría tres «grados»;
a saber: «cooperadores» seglares cotizantes, sin
votos privados ni públicos), «numerarios»
seglares con voto de obediencia y castidad, que viven en comunidad)
y «supernumerarios» (= sacerdotes con todos los
votos). La orden obtuvo por parte del Vaticano consentimiento
tácito de actuación, pero no reconocimiento.
El Vicario Pío XII no quería pillarse los dedos,
y arbitró esta fórmula como garantía
de éxito. El éxito no se hizo esperar: Escrivá
asaltó las más graves y arriesgadas fortalezas,
con ladina intención y gran astucia. La Compañía
de Jesús comenzó a inquietarse por lo que consideraba
«injerencia en sus asuntos». Ello hizo meditar
de nuevo al Pontífice sobre la conveniencia de reconocer
o prohibir la labor de Escrivá. Algo le decía
a Pacelli que aquellos hombres, seguidores de Camino, llevaban
tras de sí el poder aunque no la gloria. La inquietud
de la Compañía de Jesús era buena prueba
de ello. En 1950 la Santa Sede otorgó el permiso de
constitución a la Obra. Escrivá se trasladó
a Roma. Era el momento de la victoria. La Obra había
vencido.
Por el dinero hacia Dios»
«¿Virtud sin orden? Rara virtud»
(Camino, 79)
Los hombres del Opus Dei se revelaron como excelentes estrategas.
La «Obra» poseía desde el principio las
arcas llenas, gracias a los generosos capitalistas y nobles
que querían curar con unas monedas toda su mala conciencia.
Escrivá recogía las monedas y tranquilizaba
las conciencias. Estas monedas se multiplicaron como los panes
y los peces del milagro. El milagro de Escrivá se basaba
en saberse rodear de fieles servidores y de hábiles
mercachifles. El carácter «secreto» de
la Obra proporcionaba el orden necesario para conseguir la
virtud, la preponderancia económica, la hegemonía.
Muchos financieros vieron en el Opus un excelente instrumento
para enmascarar sus negocios. Los hombres del Opus, conscientes
del juego, dejaron a sus mecenas que se confiaran. Cuando
los resortes del poder estuvieron en sus manos, expulsaron
a los financieros y en su lugar colocaron a hombres de toda
confianza. Muy pronto el capitalismo español se dio
cuenta de que había que jugar sin las cartas marcadas
con estos tahúres de la espiritualidad: o todo o nada.
Unos aceptaron el conato de dominación cuando vieron
que en el gobierno habían ingresado tres ministros
pertenecientes a la Obra y otros tantos, simpatizantes de
la misma. Ullastres, Navarro Rubio, Vigón, Alonso Vega,
y Menéndez Tolosa, eran los puntales que había
que admitir como definitivos. Sin prisa pero sin pausa vieja
fórmula falangista el Opus comenzó sus
negocios a gran escala en dos frentes: banca y distribución
de cine. Los negocios proliferaron. Periódicos, empresas
radiofónicas, agencias de publicidad, salas de espectáculos,
editoriales... El emporio de Escrivá crecía
como la espuma. Sin pretensión exhaustiva, y de forma
accidental señalaremos algunos de los negocios que
el Opus posee en el país:
Bancos: Banco Popular Español, Banco Latino, Credit
Andorrá.
Agencias de Publicidad: Clarín, Alas, Hijos de Valeriano
Pérez S.A.
Revistas: Telva, Mundo Cristiano, Nuestro Tiempo, Atlántida,
Actualidad Económica, La Actualidad Española,
Gaceta Universitaria, Ama, La Casa, Ondas.
Editoriales: Cid, Rialp, Universidad de Navarra.
Empresas: SER (Sociedad Española de Radiodifusión),
Distribuidora Hispano-Argentina, SARPE (Sociedad Anónima
de Revistas y Periódicos), Rotopress, Filmófono,
Dipenfa.
Periódicos: El Alcázar, Madrid, Diario Regional
(Valladolid).
De esta lista, que no puede considerarse definitiva ni mucho
menos completa puesto que los financieros del Opus extienden
sus tentáculos continuamente hacia nuevos campos, pueden
destacarse dos sectores, hacia los que se dedican afanes y
desvelos: el bancario y el editorial. El primero sirve para
sostener al segundo que a su vez sostiene ideológicamente
a la Obra. En este sentido la disciplina que los cooperadores
derrochan es admirable. Un buen miembro de la Obra debe estar
suscrito a dos o tres publicaciones, por lo menos, para enterarse
de las nuevas orientaciones que emanan de Roma. Porque después
nos ocuparemos de ello la política seguida por
el Opus ni es ni ha sido uniforme, aunque puede calificarse
en todas sus manifestaciones como de extrema derecha.
Un sector indiscriminado de hombres de empresa han pretendido
luchar contra el poderío económico del Instituto
Secular Opus Dei. Veían que su poder vacilaba ante
las embestidas furibundas de la «nueva espiritualidad».
A esta maniobra pretendió dársele cierto contenido
político, aprovechando la salida de los ministros falangistas
del gobierno (Arrese y Cía) y la entrada de los «tecnócratas»
del Opus. Uno de los «voceros» de la campaña
fue el conocido periodista pronazi Rodrigo Royo que por aquellos
tiempos era director de Arriba. El mencionado periodista escribió
un editorial, titulado «Por el dinero hacia Dios»,
en el que atacaba al Opus, siguiendo los consejos de sus «amos»
capitalistas que le habían regalado un saneado negocio:
la revista SP. El artículo, como era de esperar, fue
prohibido por la censura y durante una temporada corrió
en copias mecanografiadas de mano en mano como si se tratara
de un documento arriesgado y valioso. Y aquí terminó
la hostilidad falangista. Royo fue despedido como director
del diario y el asunto no pasó a mayores, aunque demostró
a los timoratos que el Opus no se andaba con bromas y que
su poder en las altas esferas era inmenso.
La «libertad» de enseñanza
Durante mucho tiempo el caballo de batalla del Opus Dei fue
la «libertad» de enseñanza. Escrivá
desde el principio otorgó gran importancia al problema
universitario. Muchos profesores ambiciosos y otros que se
arrimaban al sol que más calienta engrosaron las filas
de la institución. Había comenzado el «adueñamiento»
de la institución universitaria por parte de la Obra.
Este asalto al poder fue largo y laborioso. No se ahorraron
esfuerzos. No se escatimaron monedas. Quien no se vendía
por dinero, podía venderse con promesas u honores.
El Opus compraba y aquellos respetables vates, «maestros»
de la juventud universitaria española, se vendían
como prostitutas. Muy pronto, sobre todo en ciertos sectores,
para ser catedrático de Universidad era necesario contar
con el apoyo o beneplácito del Opus Dei. Hace seis
años, el profesor Carlos París, ilustre escritor
y filósofo, se presentó a la cátedra
de Filosofía de la Naturaleza de Madrid. Su oponente
era un miembro de la Obra, Roberto Saumells, catalán
confuso y maestrillo por tierras de Iberoamérica. Las
oposiciones fueron «movidas». El tribunal no se
preocupó en absoluto por la preparación de los
dos contrincantes. París era un excelente profesor,
un intelectual de pro. Saumells era es un aprendiz
poco despejado. Ni que decir tiene que la cátedra le
fue otorgada a Saumells que reparte sabiduría desde
tan alta tarima. Ad maiorem Dei gloriam. Lo mismo ocurrió
con el profesor Manuel Sacristán de la Universidad
de Barcelona que tuvo que medir sus armas contra el profesor
Garrido, protegido del inefable Leopoldo Eulogio Palacios,
miembro también de la Obra, junto con Millán
Puelles. Ambos catedráticos consiguieron descalificar
al profesor Sacristán, recurriendo a las tretas más
repugnantes, recordando, por ejemplo, el carácter «heterodoxo»
de sus escritos sobre lógica matemática.
Pero a los hombres del Opus Dei no les llegaba para sus magnos
planes la Universidad estatal. Convenía que ellos contasen
con una Universidad particular en la que podrían formar
los cuadros dirigentes del país: algo parecido a lo
que los jesuitas pretendieron con la Universidad de Deusto.
Se pensó entonces en el Estudio General de Navarra,
que debía asentarse en la cuna del tradicionalismo
español, Pamplona. Los jerarcas metidos en el asunto
se encargaron de conseguir el permiso estatal para el establecimiento
del centro universitario. Hubo airadas protestas estudiantiles.
Varios estudiantes fueron a la cárcel por hacer pública
su disconformidad contra la «libertad» de enseñanza
solicitada por el Opus. Algunos catedráticos muy
pocos, por desgracia protestaron. Entre ellos el profesor
J. L. Aranguren que desde aquellos momentos se convirtió
en la bestia negra de la Obra. «El Opus Dei, dijo Aranguren,
desde su disparadero católico, al frustarse su empeño
de adueñamiento espiritual de la Universidad, se separa
de ella, se traslada a Navarra, sede del carlismo, y se fortifica
allí, para a modo de «intelectual requeté»
(términos que, tal vez por vez primera se juntan aquí),
iniciar desde Pamplona la reconquista espiritual de España»
(El futuro de la Universidad, p. 15).
Al tiempo que se conseguían los permisos oficiales
para la instauración del Estudio General de Navarra,
la Santa Sede otorgaba las necesarias licencias para convertir
en Universidad de la Iglesia al centro fundado por el Opus.
La política vaticana con respecto al Instituto Secular
continuaba siendo confusa y resbaladiza. Sin condenar sus
excesos y su auténtico colonialismo económico,
se desentiende de la institución hasta que necesita
financieramente de ella. A partir de este momento se le hacen
ciertas concesiones, que alternan con graves admoniciones
realizadas de forma particular por el Pontífice.
El Estudio General de Navarra cuenta, además de las
ayudas estatales y de ciertas instituciones culturales yanquis,
con el concurso precioso de una asociación llamada
«Amigos del Estudio General» que agrupa a cientos
de personas, generalmente adineradas, que subvencionan las
necesidades de la Obra en materia universitaria. Esta asociación
que preside el doctor Jiménez Díaz y de la que
forman parte personalidades como Ángel González
Álvarez (director general de enseñanza media),
el doctor López Ibor (conocido siquiatra), la duquesa
de Alba, &c., puede considerarse como el soporte más
importante con el que cuenta el Instituto en la vida civil.
La importancia de este soporte quedó cumplidamente
demostrada en la reunión plenaria en la que intervinieron
cinco mil miembros de la asociación celebrada en Pamplona
bajo la presidencia de Escrivá, y en la que se decidieron
las directrices a seguir durante los años venideros.
Escrivá pronunció un discurso que pudo ser considerado
heterodoxo por algunos viejos integristas. Dijo: «Nosotros
no somos de derechas. Nuestro único dogmatismo es el
de la libertad». Los más sagaces observadores
dieron a estas palabras significado propio. Pablo VI había
amenazado seriamente a Escrivá con disolver el Instituto
si persistían sus miembros en una colaboración
estrecha con el franquismo, del que el propio Pontífice
asegura que está dando las boqueadas. La censura prohibió
algunos fragmentos del discurso y los cinco mil miembros de
la asamblea quedaron contentos con la audacia del «padre».
El Estudio General de Navarra está presidido por un
sacerdote catedrático, el padre Albareda. Se
agrupan en torno suyo los más conspicuos representantes
del integrismo español tales como Alvaro D'Ors, Federico
Suárez, Leonardo Polo, y el norteamericano Wilhemsen,
único caso en la historia del tradicionalismo español
en que un habitante de la próspera América sea
monárquico carlista. Este abigarrado retablo de carcamales
puede mover al jolgorio, pero, en verdad, la cosa es más
seria de lo que parece. El Estudio General de Navarra se constituye
como centro universitario donde el clasismo más desproporcionado,
el reaccionarismo, el integrismo y el maniqueísmo tienen
su sede. Pero no se limitan los hombres del Opus a realizar
«apostolado» entre jóvenes ricos españoles.
Un grupo bastante elevado de katangueños han sido enviados
por el «demócrata» Tshombé a Pamplona
para que «aprendan» y puedan dar mejor fruto en
el Congo. Hay también bastantes becarios hispanoamericanos.
El deseo de los dirigentes del Instituto es el de substituir
la conocida Universidad de la Amistad asentada en Moscú
por el Estudio General de Navarra. Un proyecto un tanto ambicioso...
La «nueva» espiritualidad
«¡Caudillos...! Viriliza tu voluntad para que
Dios te haga caudillo»
(Camino, 883)
La labor apostólica y de proselitismo realizada hasta
estos momentos por el Opus puede ser calificada de monumental.
En todas las ciudades españolas existen como mínimo
dos organizaciones una femenina y otra masculina
asentadas generalmente en un piso coquetón y lujoso.
Los «promotores» se dirigen siempre a personas
importantes, comerciantes, médicos, farmacéuticos,
gente de formación media y que se hallan comprometidos
con la situación. Bajo la máscara de una «nueva
espiritualidad», estos hombres y mujeres se reúnen
periódicamente en retiros durante los cuales un sacerdote
de la Obra les dirige la palabra, da orientaciones y comunica
la marcha del Instituto en todo el mundo. Las colectas son
numerosas. Y las reuniones tienen cierto matiz secreto, no
explícito.
Durante mucho tiempo el hombre de la calle consideró
al Opus como una «nueva masonería». En
efecto, el miembro de la Obra jamás declara abiertamente
su pertenencia a la misma. Según sus dirigentes porque
«de este modo el efecto del apostolado es mayor».
Y no solamente del apostolado, añadimos nosotros. Para
el hombre del Opus no existen ciertos valores que son generalmente
aceptados. Con resabios masoquistas prescinde, por ejemplo,
de la sensualidad y considera la amistad como una superestructura.
Hay solamente una disciplina, la de la Obra, y todo lo demás
son minucias «Acostúmbrate a decir que no»,
aconseja Escrivá (Camino, 5). De aquí se deriva
un misticismo de derviches, ni demasiado apasionado, ni excesivamente
irracional. Un misticismo frío parece una paradoja
que permite al que lo sustenta meditar sobre lo útil
y lo inútil. Al lado de esto debemos colocar la gran
flexibilidad que los miembros de la Obra derrochan, sobre
todo con quienes no pertenecen a ella pero que poseen recursos.
Camino es un libro clave para entender el gran proceso de
autosatisfacción y justificación en el que la
alta burguesía española está metida hasta
los hocicos. La riqueza, según Escrivá, es esencialmente
buena, con tal de que esté al servicio de una obra
buena. La obra buena a la que se refiere es su Obra. Está
permitido un sinfín de cosas bastante poco recomendables
prevaricación, márgenes elevados de beneficios,
dominación violenta con tal de que sean útiles,
buenas y beneficiosas para la Obra. El pragmatismo del Opus
contrasta con sus formulaciones teóricas de recio sabor
ascético. El movimiento seglarista es rechazado por
el Instituto. El Opus tiene un regustillo clerical que no
puede enmascarar. Los seglares son «gentes de tropa».
Los sacerdotes deben ser los conductores.
¿Cuál ha sido la reacción del mundo católico
ante la aparición del Opus Dei? Hubo reacciones para
todos los gustos. Desde el integrismo «católico
y español» (más español que católico)
que saludó en la Obra a la «nueva cristiandad»
hasta algunos teólogos entre ellos Von Balthasar
que muy pronto advirtieron el cariz reaccionario, dogmático
y derechista del nuevo movimiento. Grupos bien calificados
como «progresistas» dentro del catolicismo español
como la JOC, la HOAC y el grupo de la revista Signo (cristianos
avanzados), opusieron serias objeciones a la Obra desde el
principio, probablemente inspirados por la Compañía
de Jesús y algunos seglares.
Las relaciones del Instituto Secular Opus Dei con la Compañía
de Jesús fueron desde el principio tormentosas. Los
jesuitas durante mucho tiempo gozaron en nuestro país
de una inmunidad notable para realizar actos de propaganda.
La propia Universidad de Deusto se constituye como el nudo
gordiano de los dirigentes espirituales católicos del
país, así como el lugar del cual han salido
los mejores políticos «loyolistas» (Ruiz
Jiménez, Castiella, Martín Artajo, &c.).
La instauración del Estudio General de Navarra por
parte del Opus significó ante todo un duro golpe al
monopolio jesuítico. Por otra parte, los padres de
la orden de Loyola habían presionado desde antiguo
sobre el Vaticano para que el Pontífice se negara a
conceder a los grupos del Opus la categoría de Instituto
Secular. Las razones de los padres eran exclusivamente «canónicas».
Según el Derecho Canónico el Instituto Secular
es un grado intermedio entre la Orden y la organización
seglar, y sus fines son exclusivamente benéficos. Los
padres de la Compañía entendieron que el Opus
Dei no estaba realizando en el país ninguna labor benéfica,
y pidieron a Roma su supresión. El asunto llegó
a oídos del padre Escrivá que cuenta con un
excelente equipo de «informadores» y su cólera
llegaba al cielo, según la frase bíblica. En
la revista jesuítica Razón y Fe comenzaron a
menudear ataques a la Obra, ataques leves, velados, pero eficaces.
El Opus contestó con una agresividad verdaderamente
feroz. En sus revistas no se volvió a publicar la menor
mención a la Compañía. Cuando el Padre
Arrupe llegó al supremo solideo de la orden ninguno
de los periódicos del Opus publicó la noticia,
ni sus declaraciones posteriores. Al contrario, se publicaron
furibundos artículos atacando al progresismo que «algunos»
pretendían deslizar en la Iglesia de Cristo. En este
juego de despropósitos, los progresistas son los jesuitas
y los integristas los hombres del Opus. En el Estudio General
estudiaban tres padres jesuitas en el Instituto de Periodismo.
Sin previas explicaciones fueron expulsados, pese a sus elevadas
calificaciones. Por «razones obvias» eran considerados
personas «non gratas». Así pues, la lucha
entablada entre la Compañía de Jesús
y el Opus Dei traspasa los límites de una simple rivalidad
entre facciones. Lo que se está solventando en estos
momentos es la hegemonía dentro del cotarro político
español. Los jesuitas, bajo el manto del progresismo
que el vasco Padre Arrupe alienta, pretenden recuperar a las
juventudes católicas obreras, mientras que el Opus
se dirige sobre todo a los intelectuales, universitarios y
profesionales. No descuida tampoco el Opus el sector obrero.
Con muchos millones y una torpeza notable, los hombres del
Instituto han creado cerca del barrio de Vallecas un club-institución
llamado «Tajamar» donde se educan más de
mil hijos de obreros. Los hombres de la Obra cultivan este
sector como si se tratara de un delicado invernadero. El acto
más insignificante celebrado en el club Tajamar suele
ser anunciado a bombo y platillo, para demostrar a los «cerriles»
que también la Obra se preocupa de los pobres obreros,
y que la caridad es virtud fundamental en el benéfico
Instituto.
En otros países europeos el Opus avanza igualmente
de forma sorprendente. Francia, Alemania, Inglaterra, Italia
y Holanda, poseen sendas estructuras organizativas. En Francia
la revista La Table Ronde y algunos negocios están
ya en manos de personas de la Obra. Naturalmente que por prudencia
en estos países europeos los hombres del Opus se cubren
con el sayo del liberalismo a ultranza, y niegan cualquier
concomitancia de su institución con el régimen
de Franco. De admitirla quedarían descalificados a
priori. En Oxford, por ejemplo, el Opus cuenta con un importante
college donde se educan los hijos de algunos potentes industriales
ingleses vinculados al catolicismo, pero no católicos.
El cerrilismo mental del Opus asentado en la Pamplona de los
requetés se transforma en «apertura» para
quienes no poseen la «fe verdadera» pero sí
«verdaderos millones de libras». En Hispanoamérica
la infiltración obtiene también éxitos
resonantes (resonantes dentro de la propia Obra, claro está,
ya que los profanos ignoran cuanto ocurre en el interior).
Nicaragua, Costa Rica, la República Dominicana ¡incluso
Cuba! cuentan con residencias del Opus Dei, donde se realiza
una hábil labor de zapa y convencimiento, entre los
jóvenes propietarios, herederos de fortunas, o intelectuales
católicos. Se beca a algunos jóvenes para que
cursen estudios en Pamplona, se subvencionan empresas de importación
y exportación, y se fomentan los «retiros»...
Todo ello con la mayor suspicacia y el menor ruido. Sin hablar
para nada del Opus Dei como institución inspiradora.
Todo ello muy del agrado del Padre Escrivá de Balaguer.
La «nueva» política
«Sé intransigente en la doctrina y en la conducta»
(Camino, 397)
Cuando el Padre Escrivá tuvo que aposentarse definitivamente
en Roma, dejó como supremo mandamás de la Obra
en España al Padre Antonio Pérez, un sacerdote
criado en su regazo y fácil de manejar. Como «auxiliares»
puso a Calvo Serer y a Florentino Pérez Embid, dos
«buenas piezas», dedicados por aquel tiempo al
monarquismo juanista más desaforado. Pero los hombres
se gastan y muy pronto fue J. M. Albareda, actual rector del
Estudio General de Navarra, quien se hizo cargo de la dirección
del Instituto en España. Los nuevos tiempos trajeron
nuevas exigencias y hubo que prescindir también de
Albareda. Otro joven sacerdote, un cura nouvelle vague que
habla por la TV y resulta simpático a las buenas amas
de casa, el Padre Jesús Urteaga, tomó entonces
la batuta. El Padre Urteaga es autor de un libro «clásico»
para las gentes de la Obra: El valor divino de lo humano.
Urteaga une a su fabulosa intransigencia una buena dosis de
misticismo y de cinismo. Puede fingir el entusiasmo más
histriónico para pasar después a la fría
meditación financiera. Es un payaso que se las sabe
todas y que sabe también con quién trata. La
confianza depositada por Escrivá en este «delfín»
es absoluta. Dirige la revista Mundo Cristiano que se produce
como el órgano ideológico de la Obra a nivel
popular (como la revista Atlántida lo es a nivel universitario).
Desde su despacho se organizan ministerios y se nombran directores
generales. Es uno de los hombres clave de la política
española que, como Fernando Martín Sánchez-Juliá
trabaja en la sombra.
Los nuevos vientos que el Concilio Ecuménico y el neofranquismo
están insuflando al país han provocado en los
hombres del Opus Dei algún desconcierto. Ya no se puede
jugar, como lo hacían Ullastres y Navarro Rubio, al
integrismo más feroz. Hay que «aflojar»
un poco la tensión. El discurso de Escrivá ante
los Amigos del Estudio General de Navarra no se entiende sin
este cambio en el rumbo. Como tampoco se entiende que la crisis
ministerial última haya traído un sólo
miembro del Opus (GarcíaMoncó, además
de López Rodó) para substituir a Ullastres y
Navarro Rubio que junto con López Bravo formaban el
triunvirato de los hombres de la Obra en el anterior gobierno.
La «liberalización» del Opus parece ser
cosa cierta. Algunos miembros de la Obra, «particularmente»,
por supuesto, se han atrevido a formular algunas críticas
«constructivas» al Régimen, e incluso hay
quien se proclama de forma pública «antifranquista».
Según los voceros de la Obra, el Opus no tiene color
político, y permite a todos sus miembros escoger el
grupo o partido que les venga en gana con tal de que no ataque
a los principios fundamentales del Instituto y al dogma. Tal
hipótesis es demasiado burda para que nos la creamos.
Una vez que fue expulsada Falange del concierto franquista,
el Opus y los llamados «Propagandistas» se encargaron
de las «cargas más pesadas del gobierno».
El Opus ha conseguido crecer gracias al franquismo como nunca
hubiera podido sospecharlo aquel joven sacerdote navarro llamado
José María Escrivá de Balaguer hace casi
treinta años. Y es ahora, cuando el edificio del franquismo
se tambalea de puro viejo, cuando el propio Franco ha dejado
de ser «franquista» (¡), cuando el ministro
Fraga se proclama defensor de los valores europeos, es ahora,
cuando los «muchachos de Escrivá» con la
fusta del poder todavía en la mano comienzan a ejecutar
de pantomima de una huida vergonzante, una huida más
en esa historia reciente que todos hemos tenido que aguantar
desde que abrimos los ojos a un mundo de infamia y de estrechez.
Demasiado tarde.
El Opus Dei es ya, desde ahora, historia. No seré yo
quien me proponga la ingente tarea de narrar su trayectoria
y su contenido. Pero alguien tendrá que hacerlo. Quede
esta empresa para quien mejor que yo, seguramente, conoce
los caminos de la Obra, que no son, como su fundador pretendía,
ni limpios ni rectos ni únicos. Así sea.
http://www.filosofia.org/hem/dep/cri/ri03087.htm
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