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LA DISOCIACIÓN: UN MEDIO DE DE-FORMACIÓN

E.B.E., 4 de mayo de 2004

 

Una de las funciones más importante de OpusLibros –me parece- es nuestra reconstrucción a través de asociar nuevamente tantos fragmentos esparcidos por todo el mundo. Reconstruir nuestra identidad fragmentada y que la Obra deje de ser nuestra referencia.

Quienes vienen a criticar este sitio, tratan por sobre todas las cosas de disociar la Obra de los testimonios que por aquí pasan continuamente, como si fueran dos cosas distintas y que no se relacionan para nada entre sí.

Que OpusLibros sea un lugar de encuentro y un lugar para relacionar experiencias y darles una unidad. Un lugar para curar tanta disociación, que de suyo es psicológicamente muy destructiva.

Pienso que uno de los mecanismos que se ponen en práctica en la Obra, con la formación teórica y práctica que se imparte, es la disociación.

Es decir, lo que normalmente uno asocia, en la Obra se disocia.

La disociación es uno de los «medios de deformación» más eficaces de la Obra para falsear la conciencia. Apunta a debilitar el «yo» hasta llegar al «holocausto del yo», como gustaba llamarlo el fundador.

Es una de las formas de negación, tal vez la más “positiva”, porque no se trata sólo de «resistir» sino de dar vuelta el significado y seguir adelante como si no pasara nada. La disociación, entonces, parece una “instancia superadora”. Uno se siente “superior” disociando, porque ya no hay obstáculo que se le resista. No hay discusión que no se pueda ganar ni argumento que nos pueda vencer si disociamos adecuadamente. Por eso es muy difícil dialogar con la Obra.

La esquizofrenia de la Obra en realidad es una disociación premeditada.

La Obra asocia santidad y éxito, al mismo tiempo que disocia «Opus Dei» de «intereses temporales». La Obra disocia fines espirituales de fines sociales pero sus Obras corporativas tienen un vínculo jerárquico definitivo con las autoridades de la Prelatura. Cuando se dice que la Obra sólo se encarga de la dirección espiritual de una obra corporativa, es una mentira de amplias dimensiones: la Obra nombra al decano y al rector, pero eso no hay que decirlo, esto es, eso hay que disociarlo.

La Obra disocia cuando crea asociaciones civiles que funcionan como testaferros económicos y como testaferros de autoridad (en el caso de nombramientos de decanos y rectores, por ejemplo).

No contar públicamente cómo funciona la Obra o no revelar que alguien es numerario o supernumerario salvo hablando en clave delante de terceros («es amigo de Miguel o de Gabriel» ¿por qué usar estas formas extrañas? –pregunta al margen: ¿las numerarias decían es amiga de Miguel o de Miguelita?) no tiene nada que ver con algo fuera de lo normal ni con el secreto, porque esa conducta ha sido disociada, esto es, está legitimada.

La Obra no tiene secretos porque está prohibido asociar el concepto «secreto» con el concepto «Opus Dei». Esta es la sencilla razón.

O dicho de otra forma, el fundador ya se «adelantó» -como en tantos otros casos- a disociar la palabra «secreto» de las palabras «Opus Dei». Y no hay forma de asociarlos sin paga el precio de la herejía y -si se insiste- a la larga la expulsión.

El gobierno está disociado de la dirección espiritual, en el peor de los sentidos: se gobierna sin tener en cuenta los fines espirituales y al margen de la salud de las personas. Lo que cuenta son las metas de gobierno y los objetivos proselitistas e influencias ideológicas sobre la sociedad.

La disociación me permite no sentir culpa, fundamentalmente.

La disociación permite gobernar sin tener en cuenta la moral o a las personas de carne y hueso. La disociación me evita la angustia. Me permite estar delante de un muerto y pensar que está durmiendo. Se ve que la culpa en la Obra puede llegar a ser muy grande porque la disociación así lo es.

La disociación me permite tener una mirada optimista a ultranza y ser un “fanático” de la Obra sin tener en cuenta las críticas que, justamente, serán rápidamente asociadas a un odio enemigo. Permite que en la Obra haya lo que algunos llaman “el esclavo feliz”: personas que no sólo soportan el sistema sino que lo defienden y hacen de la disociación un recurso para negar lo evidente.

En la Obra, para perseverar hay que disociar.

Creo que gran parte de la eficacia de “las redes” con las que pesca la Obra reside justamente en su carácter desarticulador, y el hecho de volver a ver esos mismos conceptos, pero confrontando la disociación que contienen, puede resultar altamente curativo.

La Obra no es contradictoria: arma su discurso sobre las contradicciones para obtener nuevos significados. Lleva a cabo una labor fragmentadora y reelaboradota de sentido. Aunque no tiene una coherencia discursiva sino simples asociaciones basadas en la lógica del mandato: esto es así porque es así. Obedecer o marcharse. Por eso la Obra no puede abundar en explicaciones, porque se quedaría sin palabras.

Por contraposición, se asocia lo que normalmente resulta rechazable. La práctica de la coacción y el engaño (las medias verdades) es buena si el fin es apostólico. Es bueno presionar la conciencia si la decisión que busco es para su bien espiritual –según el interesado criterio proselitista de la Obra-.

De hecho está prohibido relacionar o asociar con la Obra cualquier pensamiento que cuestione su moralidad. Por lo cual uno se encuentra indefenso frente a los abusos de autoridad, por ejemplo.

El no poder hablar de la Obra cuando uno la deja es debido a que tenemos prohibido asociar a la Obra con algo innoble, a pesar de que nuestra conciencia presiona por su desintoxicación. Así de fuerte es el mandato de la Obra a disociar.

Y disociar es una forma de sometimiento –promovida por la formación que da la Obra- para permanecer en la Opus Dei sin presentar resistencia. Justamente –cada uno podrá contar su experiencia o ya la ha contado- los problemas de perseverancia comienzan cuando uno empieza a “asociar” y se choca con tanta incoherencia y tanta disociación. Ahí, entonces, la Obra comienza a hablar de falta de fidelidad, de ser dóciles, comienzan las acusaciones de soberbia a cuatro vientos. La Obra comienza a mostrar su resistencia a la verdad. Y ahí es cuando ella comienza a «disociar» a ese miembro «de» la Obra: lo margina y lo va llevando hacia el borde del precipicio.

La Obra disocia cuando habla de Unidad pero no quiere que exista amistad entre los miembros, y que además, esto sea aceptado como algo normal. La Obra disocia separando a los miembros entre sí, para que se asocien como «hijos de un mismo padre» pero nunca como hermanos. Que estén unidos «alrededor de» la Obra/el Padre pero nunca «entre sí».

La Obra disocia cuando habla de dos secciones que caminan juntas como «bueyes» -qué imagen esclavizante- pero que jamás se cruzan entre sí y sin embargo deben estar unidas. La Obra disocia tanto estas dos partes o secciones que cuando se encuentran de una manera natural, pero no permitida, la primera reacción es el rechazo de la otra persona como si fuera un enemigo (en realidad lo es, porque ya está escrito «que el hombre no asocie lo que el fundador ha disociado»).

La disociación también permite a los directores hacer una cosa y pensar otra. Cumplir con órdenes inmorales y al mismo tiempo creer que Dios lo quiere y es su voluntad. Disociar (de Dios) para poder cumplir y luego asociar (a Dios) para poder justificarse. Un mecanismo perverso pero práctico a los fines.

Cuando un director está llevando a cabo una acción de gobierno que es claramente incompatible con la mirada de Dios, lo que está asociando es la mirada de la Obra sobre su persona (y disociando la mirada de Dios, claro). Si no cumple, caerá en desgracia. Está asociando el miedo a su “infidelidad”: si no es fiel a la Obra, sus días en ella están contados y también su salvación eterna, al decir del fundador. Luego cuando haya cumplido con la Obra asociará esa acción como “fidelidad a Dios”.

Jamás se llega a asociar que Dios no puede aprobar lo que la Obra pide y aprueba. Al contrario, la Obra está asociada a Dios de una forma casi «sustancial». Pero al final, uno se da cuenta de que para ciertos directores Dios no es más que una categoría mental –dentro del vocabulario de la Opus Dei- sin ninguna relación con la moral que pueda practicar cualquier otro cristiano. Sólo disociando se pueden cometer brutalidades sin afectar la propia sensibilidad.

Generalmente, cuando un director no tiene respuestas a un planteamiento lógico o sigue adelante a pesar de las graves advertencias del dirigido, está disociando.

Lo de la Obra no es una incoherencia simplemente: en la disociación no hay lugar para la inocencia. La incoherencia es producto de una “falta”, de una falla. La disociación es producto de una decisión.

Por eso pienso que puede costar tanto la reconstrucción personal, “relacionar” luego, al salir de la Obra, lo que ha sucedido con la vida normal de todos los días. ¿Qué me ha pasado? Y la respuesta es: no sé, pero necesito hacer algo con los pedazos que voy recogiendo de mí mismo.

Lo que sucedió es que al disociar desarticulamos muchos principios morales y nos desarticulamos psicológicamente. Nuestro principio «ordenador» pasó a ser la Obra y no nuestro yo-personal.

Nos cuesta sobre todo asociar la Obra con lo deshonesto –hasta nos puede dar culpa-, sentimos una resistencia enorme, a pesar de que nuestra conciencia habla por sí misma y nos recrimina tanta negación, tanto silenciamiento: los años de disociación dejan marca y lleva tiempo el «darse permiso» a sentir lo que el cuerpo y la conciencia nos quieren decir.

 

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