LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO
A UNA HISTORIA
AUTORA: María Angustias
Moreno
ALEGRÍA
¿Cabe en la Obra estar contentos? ¿Es real
esa alegría de que tanto se alardea? ¿Qué
pasa con la alegría?... Con la alegría pasa
como con todo. Es una alegría que existe, que podría
ser real, pero que no lo es. Es muy difícil ser feliz
en la Obra, aunque sea muy fácil vivir en ella alegremente.
Es real, porque es real la felicidad que supone haber encontrado
aquello que abre la esperanza de llenar la vida de algo que
enamora y convence; de haber encontrado cauce a unos ideales
grandes. Es real la felicidad de entrever que se puede convivir
y contar con personas que hablan -diríamos en sentido
figurado- el mismo idioma. Es maravillosa la posibilidad de
formarse unas iniciativas ambiciosas y exigentes, generosas,
y contar con medios para ello, con apoyo, con posibilidades...
Es posible sentir toda esa alegría. Y es la causa de
tantos años y tantas energías, de tanta vida
gastada, entregada, empeñada en aras de esa convicción.
Tan real y tan posible como el dolor y la pena, la desilusión,
que lleva consigo el encontrarse, el tener que aceptar (porque
la evidencia se impone por sí misma) que todo ello
se queda en pura teoría, en algo ficticio, en una necesidad
representativa, mucho más que en una consecuencia de
vida.
En la Obra hay que estar alegres igual que hay que tener
los zapatos limpios o que poner una silla derecha si se ve
torcida. La alegría en la Obra es una obligación,
"una norma del plan de vida" pase lo que pase. Hay
que estar alegres porque nadie tiene por qué saber
nada de tus dificultades o de tus penas. Hay que vivirla especialmente
por el hecho de considerar "la maravilla" que es
haber sido elegida por Dios para servirle en su Obra; motivo
necesario de visión sobrenatural, de gratitud incondicional
al Padre además de a Dios.
"No importa que a veces te parezca que estás
representando una comedia." No importa porque "esa
comedia la están presenciando la Trinidad Santísima
y los Ángeles del Cielo, y vale la pena ser cómicos
de Dios", argumenta Monseñor Escrivá.
Y es que en la Obra "no importa la comedia". No
importa que la sencillez tenga que ser establecida y estereotipada;
ni que la naturalidad venga dada en fórmulas; o que
la espontaneidad tenga que ser la exacta repetición
de las enseñanzas recibidas. Una vida llena de costumbres,
la llaman "Costumbres de Casa" (casa con mayúscula
porque se refiere a la Obra). Costumbres intocables, únicas;
es problema de fidelidad velar para que permanezcan intactas.
En el afán de que nadie se invente o cambie nada, una
de las razones que dan en la Obra, en defensa de su devoción
al uso del latín, es la de que todo lo que el Padre
enseña se conserve en su texto invariable; sin el deterioro
que cualquier lengua viva -con el cambio de léxico
de las distintas épocas- podría suponer.
Oraciones de la Obra, notas de gobiernos, exámenes
de conciencia...
No me imagino yo a toda una Santa Teresa, con respecto a
su obra, a sus escritos en genuino castellano, con semejante
preocupación.
La sencillez, la naturalidad -causas y condición de
felicidad- son en la Obra algo tan curioso que deben de ser
resultado tanto de las indicaciones que prescriben la convivencia
entre los socios "llena de espontaneidad y sencillez",
como de otras que "regulan" la forma de tener las
tertulias. Único rato de convivencia familiar -aparte
del trabajo y de las normas de piedad- para el que se establece
que se hagan "preparando de antemano un tema determinado
que sea de interés para la Obra, dirigidas por la persona
que encabeza, y en estilo de conversación adecuado".
Más de una vez, numerarias mayores y formadas nos hemos
planteado -perplejas- cómo coordinar en la práctica
semejantes incoherencias, sin posibilidad de solución.
Hay que estar alegre, y hay que estarlo consiguiendo que
si algo cuesta no trascienda; que si algo resulta menos alentador
no se sepa. No hay -insisten- que preocuparse de nada, basta
con ocuparse.
La alegría de los que permanecen fieles es la que
exige esa enorme lejanía con los que se van, con los
desvinculados, porque el hecho de que los problemas de los
segundos pudieran de alguna manera empañar la alegría
de los de dentro (preocuparlos), en la Obra se considera un
peligro para el alma, una tentación diabólica.
Por eso es por lo que aseguran que los que dejaron la Obra
son unos desgraciados, que no supieron corresponder a la gracia.
La alegría de los que permanecen fieles exige evitarles
cualquier sentido de culpabilidad -conocimiento o participación-
sobre la dimisión de los que se fueron. Exige, frente
a las necesidades o dificultades de otros -de dentro y de
fuera-, estar alegres a costa de evitar, de eludir, todo lo
que no sea "fácil y amable", so pretexto
de "santidad alegre y positiva".
Los sufrimientos, las desigualdades, la realidad cruda y
difícil de cada día, de tantos que tienen menos
facilidades... ¡allá cada uno las averigüe!
En la Obra y a los de la Obra lo que tiene que importarles
y lo que les importa es vivir lo que dice el Padre. Es su
alegría; pobrecitos los demás (piensan); para
continuar diciendo "qué suerte la nuestra, cuánto
le debemos al Padre". Desentendiéndose de todo
lo que pueda sonar a dificultades, por si en ello pudiera
quedar menospreciada la alegría de la Obra.
Cuando a alguno de los que se han desvinculado les pasa algo
-enfermedad, desgracia, etc.-, entienden que le pasó
"porque no supo corresponder". ¿Y las dificultades
de la propia Obra, y sus primeros tiempos en cada país
tan difíciles? ¿Y los que se ponen enfermos
o mueren dentro? De accidente también y jóvenes,
y de cáncer, ¿todo eso también puede
ser castigo de Dios? Porque pasar, pasan cosas en todas partes,
pasan fuera como pasan dentro, y pasan dentro como pasan fuera.
Las cosas pasan "para que la gloria de Dios se manifieste";
"no pecó ni él ni sus padres", dice
el Evangelio. Contundente aclaración del Maestro, al
parecer tan necesaria antes como ahora, ahora como antes.
Y así ¿es verdad que se puede ser feliz?, ¿son
felices como "dicen", como parece que se los ve,
como cuentan? Yo diría que unos sí y otros no.
Muchos, muchísimos, no. Suelen ser más felices
los más ingenuos y conformistas, lo son también
los que se fanatizan; de alguna manera pueden serlo los que
se petrifican. Pero hay un montón enorme -yo los conozco,
los he tratado-, las razones son obvias, hay muchos que sufren,
y no son felices, y lo pasan muy mal. Y lo dicen, y se sabe.
Lo saben los directores como lo sé yo; siempre he pensado
que deberían saberlo mucho mejor que yo, aunque tantas
veces se hagan los sorprendidos.
A la Obra se va a servir, dicen. Y es así realmente.
Pero no en su sentido positivo de darse y entregarse; parece
que es lo que se pretende decir, pero a lo que se va es a
una clase de servicio realmente implícito en su significado
de utilidad.
Los motivos de alegría en la Obra irán siempre
marcados por la desproporción de la anécdota
graciosa y positiva, la trascendencia de lo intrascendente,
la carcajada y la algarabía de una vida de infancia
ingenua y despreocupada, la acogida entusiasta a la más
vulgar noticia, que siendo de la Obra siempre debe parecer
importante. Frente a la más total ignorancia de todo
lo que caiga fuera de la Asociación, o dentro de la
Obra misma sean motivos personales y no colectivos.
"El 99 % de las veces, los problemas personales os los
inventáis", asegura el Padre. ¡Qué
bien poder dar de lado a tantas cosas! ¡Qué fácil
y qué bien si fuese humano! Yo creo que es nuestra
condición humana la que no nos lo permite. Para un
padre, para una madre, ante cualquier solicitud, necesidad
o dificultad de un hijo suyo (problema de salud, de amistades,
de estudios, de carácter, etc.), qué fácil
sería contestar siempre con el "no te preocupes",
"no pasa nada", y a otra cosa; sin más necesidad
de solución. ¡Qué fácil y qué
tremendo! Pues en la Obra así es como hay que ser felices,
así es como se entiende la felicidad. Teniendo que
admitir esa postura tan particular como "acogida",
"cariño" y solicitud tanto fraternal como
paterna. "Contentos, seguros, porque en la voluntad del
Padre está la voluntad de Dios, está la más
ortodoxa manera de conocer y amar los planes del Altísimo",
argumentan.
Y cuando no se es así, cuando no es ese convencimiento
el que mueve y lleva a comportarse amable pero fríamente,
ocupada pero despreocupada, cariñosa, feliz y alegre,
pero indiferente; entonces, se está haciendo daño;
entonces se están buscando compensaciones humanas y
entonces se está faltando al "espíritu
recibido del fundador".
En la Obra, aseguran, nunca nadie tiene por qué encontrarse
solo. Si alguno lo siente es porque quiere, y esa sensación
siempre se remedia acudiendo a las directoras. Aunque la mayor
soledad se produzca precisamente cuando se acude a esos directores;
se produzca al tener que acudir a una persona preestablecida,
en tantas ocasiones ajena, distante, y metodificada.
Yo he oído a Monseñor pedir a los suyos, en
son de queja, que no le dejasen solo: "No me dejéis
solo, hijos míos." Necesita que los demás
colaboren con él, que le entiendan, que le acojan.
Al Padre le horroriza, al parecer, la soledad. Y sin embargo
la soledad es la única consecuencia de todo el actuar
que en la Obra se sigue; de la exclusividad de un Padre que
se reserva toda posibilidad de compañía no peligrosa,
egoísta o degenerativa. La soledad de lo rígido,
de lo impersonal, de la incomunicabilidad obligada como condición
de unidad. Una soledad acompañada, rodeada más
bien, multitudinaria, sonriente, una aparente compañía
grande ¡enormemente sola!
¿Qué sería de toda la felicidad del
Padre, con miles de personas adivinándole el pensamiento,
con todas las atenciones y deferencias concebibles, feliz
en un encumbramiento indiscutible e indestructible por mítico;
feliz porque con todo ello consiguió la meta de su
vida; qué sería si le pidieran que se adaptase
a alguien (por grande y santo que fuese ese alguien), que
se encasillara en lo que otro le diera pensado y determinado?
¿Qué quedaría de su felicidad? Ante cosas
tan simples como el cambio litúrgico de la celebración
de la misa, por ejemplo, el Padre ha necesitado permiso expreso
para seguir él celebrando a la antigua usanza, como
a él le parece mejor; no suele irle lo que otros le
proponen. Mientras, a sus hijos ha de irles, aun a costa (en
este caso también) de su secularidad, un tipo de entusiasta
conformidad, de acogida incondicional y manifiestamente alegre,
a todo lo que se le ocurra al Padre.
Sigue siendo el secreto, el secreto de la alegría
de la Obra, como lo es de su filiación, o de su acción
apostólica, o de su unidad. El secreto de una fidelidad
que no admite sino como tentación, como diabólica,
cualquier tipo de actitud que no sea de acogida incondicionalmente
alegre.
Llegar a tales planteamientos o conclusiones, estando dentro,
es inconcebible; diferir del Padre, manejarse con pensamientos
o reacciones distintas, dicen que es soberbia, es una fatal
osadía que cierra las puertas a la gracia. No hay caminos,
no hay soluciones; eso es lo tremendo. Hay que estar alegres,
pero sin que la alegría tenga por qué ser el
resultado natural ni lógico de nada realmente consecuente.
Hay que ser felices, obligadamente felices. "Porque
si no estás alegre -insiste el Padre- es porque hay
un obstáculo entre Dios y tú." "Felicidad
que es fidelidad" (o a la inversa), son palabras del
fundador. Si algo de la Obra no acomoda, si no entusiasma
es porque no se sabe ser fiel.
Alegres, encantados, suficientes ¡porque son los escogidos!,
los selectos. Así lo aseguran, así se lo creen,
así lo entienden; porque así lo enseñan
y lo fomentan entre ellos sin cesar.
Una alegría puede ser (de hecho así se lo proponen)
virtud. Pero puede ser también sueño, el sueño
de seguir creyendo, esperando, vagando en la fantasía
componente de esa clase de alegría. Y cabe que sea
-para bastantes lo es- careta, refugio, defensa y protección,
de una tristeza grande y honda, de la que nadie quiere saber
nada, para la que ni siquiera se puede pedir ayuda, porque
"dice" mal el simple hecho de tenerla.
Es la alegría en la Obra tan posible (figurativa)
como imposible (íntima); es.:. sobrenaturalista sin
ser humana; necesaria sin ser auténtica. Pocas, muy
pocas personas hay en la Obra felices. Contenticas sí.
Algunas más o menos instaladas. Como las hay esforzadamente
crédulas -alegres- para ser fieles; alegres para ser
la alegría del Padre.
Sobre la alegría, sobre la acogida y necesidad de
hacer la vida fácil y amable los unos a los otros,
sobre ese no dejar que nadie eche de menos nada, que a todos
se les atienda, etc., hay también notas, escritos internos,
praxis abundantes; que no impiden prescribir a la vez prevenciones
y prohibiciones sobre todo aquello que podría ser,
que debería ser, y que de hecho sería lo único
capaz de paliar o solucionar la soledad a la que en principio
abocan.
Fuera se sabe bastante de la alegría de la Obra. De
los sufrimientos de la Obra sabemos únicamente los
que los hemos vivido, compartido... ¡cuántos
enfermos, agotados, tarados, en tan difícil lucha!
Hacia fuera hay que representar la comedia. Una comedia que
quiere ser, con buena voluntad, no lo dudo, aliciente de vida
cristiana. Que sería maravilloso que lo fuera, que
podría serlo la alegría, enfocadas y encauzadas
las cosas debidamente: no la comedia.
Pero se queda la alegría en un enorme mito, en el
que, al parecer, tienen más seguridad que en ninguna
otra clase de felicidad auténtica. Felices, ayudados,
comprendidos... no mas allá de lo puramente representativo,
no más allá de una teoría que mentaliza,
pero que obstaculiza: que habla de comprensión y de
acogida, a la vez que la arrolla y la desprestigia.
Es muy necesario en la Obra creerse feliz, hablar de felicidad,
sentirse "sembrador de paz y alegría". Pero
es enormemente difícil conciliar en la práctica
la realidad diaria con ninguna clase auténtica de alegría.
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