TRAS EL UMBRAL, UNA VIDA EN EL OPUS DEI.
Carmen Tapia
CAPITULO IV: CÓMO
SE LLEGA AL FANATISMO (Fin de capítulo IV)
Personalmente albergaba un lejano temor, y ello era de que a
alguna superiora mayor se le ocurriera enviarme a Roma. La figura
de monseñor Escrivá, como me la habían
mostrado, me daba temor. Por supuesto que rechazaba esta idea
pensando que seguramente así es como serían los
santos, pero no obstante no dejaba de sentir un cierto temor
a la persona de monseñor Escrivá. Comprendí,
sin embargo, que mi amor al Fundador tendría que basarse:
en el terreno sobrenatural, de saber que había sido escogido
por Dios para hacer el Opus Dei del cual yo era miembro; y,
en el terreno práctico, de vivir la perfección
en el trabajo ordinario, para poder vivir la vida de santidad
que el Padre quería viviéramos para ser santas.
El curso anual en "Molinoviejo" marcó en
mi vida un nuevo paso hacia el fanatismo del Opus Dei, porque
fue el aceptar la persona del fundador del Opus Dei como un
santo reconocido, y cuyo amor a él tendría que
ser superior a cualquier amor humano, ya que monseñor
Escrivá nos había "engendrado en el Señor".
Muy curiosamente esta idea queda reflejada textualmente así
para las generaciones futuras: "...Dios os pedirá
cuenta de haber estado con aquel pobre sacerdote que estaba
con vosotros y que os quería tanto, tanto, ¡más
que vuestras madres!" "Yo pasaré, y los que
vengan después os mirarán con envidia, como
si fuerais una reliquia: no por mí, que soy -insisto-
un pobre hombre, un pecador que ama a Jesucristo con locura;
sino por haber aprendido el espíritu de la Obra de
labios del Fundador." (Cuadernos-3. Vivir en Cristo,
p. 86)
Barcelona: "Monterols"
Barcelona me recibió con un sol precioso, típico
de sus mañanas del mes de junio. De la estación
de Francia tomé un taxi y fui a la administración
de la residencia "Monterols", ubicada en la parte
alta de la calle de Balmes, hacia donde toda la ampliación
de Barcelona estaba prevista.
Mi estancia en la administración de "Monterols"
refleja una administración más del Opus Dei
y también reacciones de una numeraria que ya no es
tan novata en la Institución y que "habla desde
dentro"; quiero decir con ello: el encontrarse con personas
conocidas, con trabajos que se conocen. Son pocas las sorpresas,
aunque las expectativas siguen enfocándose hacia el
proselitismo. No quiero, sin embargo, saltarme este escalón
de mi vida en el Opus Dei porque refleja facetas que pueden
brindar al lector luces sobre la vida de una numeraria, de
varios años ya, dentro del Opus Dei.
La directora de la administración de "Monterols"
era Maruja Jiménez, una de las primeras numerarías
del Opus Dei y con quien no había coincidido antes
porque generalmente ella estaba en administraciones fuera
de Madrid. Era Maruja una persona alta, morena, de Zaragoza.
Sin parecerse exactamente, tenía un aire físicamente
a Guadalupe Ortiz de Landázuri. Era muy maternal y
las numerarias todas la querían mucho. Al llegar a
"Monterols" me dio una gran alegría encontrarme
con Anina Mouriz, que estaba allí destinada y a quien
no veía desde que hicimos el curso de "Los Rosales".
Contrariamente a lo que algunas personas opinaban, Anina era
una persona de una delicadeza enorme y de un gran sentido
de perfección en el trabajo. Tenía, eso sí,
un humor muy madrileño y quizás esto, por lo
que encierra de irónico, irritaba a algunas personas.
Pero de hecho, era muy agradable vivir con ella. A las demás
numerarias de esta casa no las conocía más que
de nombre.
La administración de "Monterols" estaba
formada entonces por unas ocho numerarias. La casa era muy
grande, de varios pisos, y la misma administración
era enorme; por supuesto había ascensores. Nuestras
habitaciones, individuales, con armario, ducha y lavabo eran
también de un soberano tamaño. La ventana, amplia,
de nuestros cuartos, daba a la parte de atrás de la
residencia y enfrentaba otra serie de edificios modernos cuyas
ventanas alcanzaba a ver incluso desde mi cama en las noches
de verano.
"Monterols" fue la primera residencia de planta
hecha por el Opus Dei. Y se notaba. Sirvió para corregir
muchos errores posteriormente en otras residencias edificadas
de planta también, pero en sí y tras las administraciones
conocidas, era una felicidad poder vivir en esa casa, que
incluso tenía junto al cuarto de estar una terracita
de buenas dimensiones.
La residencia, aunque externamente figuraba como tal, en
realidad era un centro de estudios de los varones del Opus
Dei. El hecho de ser verano y que la mayoría de los
numerarios asistían a los cursos anuales, hacía
que la casa administrada estuviera casi vacía, pero,
sin embargo, había que limpiarla.
Efectivamente me encargaron de la labor de san Rafael y asimismo
de la limpieza de la residencia a donde pasábamos tres
de nosotras con una serie de sirvientas, un grupo muy grande,
que no eran del Opus Dei.
La primera persona que me presentaron en Barcelona fue la
señora Mercedes Roig, que tenía un hijo numerario,
Barto Roig, quien precisamente acababa de irse a la residencia
del Opus Dei en Bilbao. Barto Roig, ingeniero industrial,
estuvo viviendo más tarde muchos años en Caracas.
Luego, el Opus Dei lo mandó de nuevo a Barcelona. Según
tengo entendido dejó el Opus Dei porque parece ser
que enfermó mentalmete. No sé si es esto verídico.
Mercedes Roig tenía otra hija, Merceditas, como se
la conocía en la Obra; era numeraria y hacía
el curso del centro de estudios aquel verano precisamente.
Mercedes Roig era una mujer encantadora; viuda, más
bien joven, venía todos los días a la administración
y ayudaba en cualquier cosa que hiciera falta. Me dijo la
directora de la casa que a Mercedes Roig la quería
mucho monseñor Escrivá porque había sido
siempre muy generosa con la Obra. Me sorprendí, por
ejemplo, de que las "Preces", oración oficial
de la Obra como dije anteriormente, las rezara ella también
con nosotras. Maruja Jiménez me explicó que,
así que el Padre lo permitiera, Mercedes Roig sería
la primera supernumeraria del Opus Dei en Barcelona y, posiblemente,
la primera de España.
Fue entonces cuando por primera vez uní la teoría
aprendida en el "Catecismo" del Opus Dei sobre los
miembros supernumerarios con una persona. Me explicó
la directora que precisamente el caso de Mercedes Roig era
muy único, ya que el ser viuda y tener dos hijos numerarios
le daba mayor libertad para poder ayudar a la Obra.
En la casa, como era verano, no había charlas para
las chicas de san Rafael, pero sí tertulias a las que
acudían algunas universitarias que habían sido
alumnas de don Francisco Botella, uno de los primeros sacerdotes
numerarios del Opus Dei y catedrático de Matemáticas
en la Universidad de Barcelona. Eran chicas simpáticas,
aunque muy diferentes por carácter y estilo de las
universitarias madrileñas. Roger Torrens, con sus 15
años flamantes, acababa de pedir la admisión
como numeraria. Y sus padres estaban felices. Su padre solía
traerla y llevarla a la residencia. Era una criatura encantadora.
Y me asombraba que tan jovencita la hubieran dejado ya ser
numeraria. Luego, al cabo de los años, la mandaron
a Colombia donde coincidí con ella y tuve la alegría
de ver también a sus padres en Caracas y poderles atender
personalmente.
Concha Campá fue una de las numerarias que pidió
la admisión también estando yo en Barcelona
y precisamente también años más tarde
la destinaron a Colombia, donde la volví a ver al cabo
del tiempo.
Las superioras mayores de Madrid enviaron varios encargos
para que los hiciera yo concretamente en Barcelona. Uno de
ellos me fascinó: se trataba de ir a Montjuich y de
copiar dibujos románicos de ese museo para algunas
casullas que querían confeccionar en "Los Rosales".
Por dicho motivo tuve la ocasión de visitar este bellísimo
museo varias veces.
Por otra parte, después de la limpieza solía
salir frecuentemente con alguna de las chicas recién
admitidas en el Opus Dei o con futuras vocaciones y recorríamos
Barcelona. Quede claro que cuando digo recorrer Barcelona
era eso: visitar la ciudad a pie. Como miembros numerarios
del Opus Dei no podíamos almorzar en ningún
restaurante o cafetería a excepción de las universitarias
quienes por horario han de hacerlo hoy día algunas
veces. Tampoco las numerarias del Opus Dei asistíamos
nunca a espectáculos públicos de tipo alguno.
Una de las muchachas que venían casi a diario por
la administración de "Monterols" era María
Josefa Planell. Era una chica joven, muy linda y encantadora,
con una enfermedad en la columna vertebral que la hacía
tener grandes dolores y por lo mismo tener régimen
especial de descanso. A mí me encantaba María
Josefa como persona y congeniamos mucho. Tenía dos
hermanos numerarios, uno de ellos, Quico, formaba parte entonces
del consejo local de "Monterols" y fue años
más tarde ordenado sacerdote del Opus Dei. María
Josefa solía ir a San Quirico, un pueblecito pequeño
en la montaña, y había conocido a monseñor
Escrivá y su hermana Carmen en alguna ocasión.
Yo deseaba que María Josefa Planell fuera numeraria,
pero la directora me dijo que, por cuestión de salud,
no podría serlo, pero que seguramente, andando el tiempo,
sería oblata del Opus Dei. El término de "oblato"
lo había aprendido en el "Catecismo" del
Opus Dei como una de las clases de miembros de la Obra, pero
no tenía ideas claras de cómo eran estos miembros
en la vida práctica, diaria. Creo que finalmente pidió
la admisión como oblata, pero no estoy segura de ello
porque yo salí de Barcelona al poco tiempo. Sí
sé, desgraciadamente, que hace pocos años, posiblemente
producto de una depresión, se suicidó. La verdad
es que la noticia me impresionó profundamente.
En aquella época de 1951, Barcelona y en realidad
Cataluña, tenía la quemazón política
de que Franco no permitía que el catalán se
considerase como idioma oficial. Pero esto no era óbice
para que se hablase catalán entre los miembros de la
propia familia y especialmente en los pueblos o con el servicio.
El punto era que el catalán no era idioma reconocido
en España sino dialecto. Claro que, incluso hoy día
que Franco murió hace tantos años y que el catalán
está reconocido como idioma, es aún un punto
que origina fácilmente querellas entre catalanes y
no catalanes. Como a mí siempre me encantaron los idiomas,
yo trataba de aprender cuanto podía de catalán.
Me encantaba acompañar a las que iban a hacer la compra
al mercado grande de Barcelona y volver a la casa con una
serie de palabras más, aprendidas de las vendedoras,
para enriquecer mi vocabulario. Roger Torrens era la que me
corregía y se entusiasmaba de que me gustase el catalán.
Al hablar de los primeros tiempos del Opus Dei en Barcelona,
hacia el año 1940, se hablaba del "Palau",
nombre que a propósito dieron pomposamente a un pequeño
piso que tenían los varones, los pocos que había
entonces. Hasta oídos de la sección de mujeres
llegaron las anécdotas sucedidas en aquel "Palau".
Pero hablando de estos primeros tiempos dejaban siempre ver,
lo mismo las superioras que los sacerdotes del Opus Dei, que
monseñor Escrivá sufrió mucho en Barcelona
porque había habido ataques oficiales contra el entonces
naciente Opus Dei y que uno de los más escépticos
era el abad de Montserrat, en aquella época reverendo
José María Escarré. Aunque en las biografías
oficiales del Opus Dei sobre Escrivá no mencionan de
modo claro que fueran los jesuitas también quienes
más atacaron, dentro de las casas de la Obra, de una
manera u otra, nos lo dejaban saber que habían sido
ellos.
Me enteré igualmente en Barcelona de que, por toda
la "contradicción" sufrida en esta ciudad,
había dicho monseñor Escrivá que no regresaría
a Barcelona en muchos años hasta que esta ciudad lo
recibiera como se merecía. Éste era una especie
dc punto negro que nunca conseguí esclarecer durante
mi estancia en Barcelona: qué era lo que exactamente
había ocurrido. Hablaban también, y esto muy
casi en secreto, de que el Padre en su viaje a Roma embarcó
en junio del 1946 en el "J. J. Sister" y que "el
diablo casi lo hizo naufragar porque no quería que
fuera a Roma". Pero como digo, todo esto muy en tono
confidencial. Personalmente me llamó la atención
el que monseñor Escrivá viajase a Génova
en ese barco porque precisamente en él mi padre hizo
el trayecto contrario, Génova-Barcelona a renglón
seguido de que monseñor Escrivá llegase a Génova.
Yo había ido a Barcelona con mi madre y mi hermano
el pequeño a esperar a mi padre y precisamente había
tomado una fotografía del barco. Cuando yo no era ya
del Opus Dei le pregunté a mi padre sobre "la
terrible borrasca" del "J.J Sister" en el viaje
a Génova anterior a su regreso y mi padre me dijo que
no se había mencionado como algo "extraordinario",
sino como la cosa más ordinaria en esa época
del año.
Y de hecho, oficialmente, monseñor Escrivá
regresó a Barcelona en 1964 cuando el Ayuntamiento
de Barcelona, cuyo alcalde era muy adicto al Opus Dei, lo
nombró "hijo adoptivo de Barcelona".
En las tertulias se cantaban canciones catalanas, que suelen
ser muy lindas y había muchas personas que se empeñaban
en hacerme aprender la sardana, el baile regional, pero ahí
se estrellaron conmigo porque los bailes folklóricos
no han sido nunca mi pasión dominante.
Aunque en Barcelona la vida en la administración era
amable, el plan de vida era tan rígido como en cualquier
otra casa y esas costumbres de que no teníamos tiempo
para leer o de que la lectura del periódico no se hacía,
eran idénticas a las casas anteriores donde había
vivido.
Se hablaba de que en Barcelona como apostolado futuro del
Opus Dei, abrirían las mujeres una Escuela de Arte
y Hogar, donde se impartirían clases de cocina, artesanía,
pintura, etc., a muchachas que no fueran universitarias pero,
donde principalmente pudieran venirnos a visitar, también
participando en muchas de esas clases, señoras. Había
mucho interés en el Opus Dei por Barcelona, porque
era una ciudad con medios económicos fuertes que podría
contribuir al desarrollo de las futuras labores de la Obra.
Durante mi estancia en Barcelona pude comprobar una vez más
que nuestra vida, la vida de una numeraria, nada tenía
que ver con el apostolado entre la gente pobre, aunque se
recomendaba a las muchachas de san Rafael que hicieran, generalmente
los sábados, una visita a los pobres. Cuando alguna
vez hablaba con la directora sobre este apostolado con personas
pobres, dijeron que de eso se encargaban otras congregaciones
religiosas, pero que "lo nuestro" era hacer el apostolado
"entre los intelectuales", es decir, los dirigentes
dc la sociedad. Y esto se lo oí decir años más
tarde directamente a monseñor Escrivá, aunque
recomendaba que las chicas que venían por nuestras
casas hicieran, sin embargo, visitas a los pobres, acompañadas
por alguna vocación joven de la Obra, para así
acercarse al Opus Dei. Es decir, las visitas a los pobres
era una ocasión más de hacer proselitismo con
las muchachas que venían por nuestras casas, más
que un genuino apostolado con estas personas necesitadas de
nuestra sociedad.
Por otra parte en más de una ocasión repetí
en mi confidencia a la directora que este no estar en verdadero
contacto con las cosas que sucedían en la ciudad, en
la nación, este no leer ni siquiera el periódico
local, nos hacía estar, como hubiera dicho una amiga
mía hoy, "dentro de una burbuja", aisladas,
sin contacto real con la vida.
Hacia el mes de septiembre me dijeron que dejaría
Barcelona porque me habían destinado de "modo
permanente" a Bilbao, y a la administración de
la residencia de varones "Abando", donde me quedaría
definitivamente sin mayores cambios futuros. Me dijeron igualmente
que llevaría allí la labor de san Rafael. Concretamente
me indicaron que había que "elevar el tono social
de las vocaciones de numerarias en esa ciudad porque era muy
bajo".
Y como de costumbre en el Opus Dei, cuando a uno le anuncian
estos cambios, a los tres días va ya camino del nuevo
destino.
Este nuevo cambio de destino, a los pocos meses de estar
en Barcelona, fue una pincelada más en el carácter
de mi vida en el Opus Dei: tenía que aceptar que nunca
más habría ya nada permanente en mi vida. Una
frase mía se quedó como un dicho en el Opus
Dei y ella era que "uno sabía dónde se
levantaba, pero nunca dónde se acostaba". Y era
cierto. Desde que llegué a Barcelona, por ejemplo,
empecé a preparar los planes para el nuevo curso y
me quedé justo a la mitad. Mi estancia en Barcelona
me hizo vislumbrar los nuevos miembros supernumerarios y oblatos
del Opus Dei, pero sobre todo me hizo ver muy claro que como
"definitivo" no habría ya nada en mi vida
y me daba cuenta de que enseguida que me habituaba a un lugar,
recibía una orden de cambio. Al ser tan diferente nuestra
vida como Instituto Secular, de la vida de las religiosas,
yo nunca pensé que en este punto de "cambios"
era sin embargo casi idéntica a la de ellas. Y éste
fue mi nuevo punto de entrega al Opus Dei y hacia el fanatismo
de mi vida en la Institución: que estaría dispuesta
a cambiar de lugar tantas veces como hiciera falta para el
bien de la Obra y para el apostolado sin tener en cuenta mis
propios sentimientos.
Estos cambios son un auténtico desapego de todas las
personas a quienes se trataba y, repito, que en esto siempre
consideré una incongruencia que "para hacer apostolado
y proselitismo teníamos que ser amigas auténticas
de las personas". No obstante, acepté ciegamente
la incongruencia como forma de alcanzar ese "buen espíritu"
del Opus Dei que tan "necesario" era para nuestra
santidad en medio del mundo.
Me iba de Barcelona, pues, dejando un grupo pequeño,
pero muy selecto, de nuevas vocaciones con las que, según
la costumbre del Opus Dei, tampoco podría continuar
la menor amistad.
La verdad es que las numerarias de Barcelona, excepto una,
que era de Bilbao, no me envidiaron mi nuevo destino.
Bilbao: "Abando"
No hay hechos asombrosos durante mi estancia en Bilbao, sino
la exposición de la vida de una numeraria del Opus
Dei en la administración de una residencia de estudiantes.
Relación de un trabajo constante en una vida rutinaria,
oscura, escondida y, por supuesto, ajena a las vicisitudes
de cualquier cristiano corriente, inmersa únicamente
en la vida del Opus Dei y ajena al mundo que nos rodeaba;
pendiente solamente de hacer proselitismo con la "elite"
de esta ciudad, pero no apostolado con la gente pobre. Todo
ello, pasos necesarios para formar en mí aquella numeraria
"con buen espíritu", o sea, visto a la distancia,
el punto final en la transformación de una mujer con
carácter y personalidad como considero era yo, en una
pieza más de ese "puzzle" llamado Opus Dei,
una fanática que, a semejanza de un títere,
se movía a los impulsos del hilo que tiraba de ella.
Cuando yo llegué a la estación de ferrocarril
de Bilbao, tomé un taxi y llegué a la administración
de la residencia "Abando", bastante cansada, por
cierto, después del largo viaje desde Barcelona. No
tenía mucha idea de la ciudad, pero me la imaginaba,
por lo que me habían contado, muy gris, como efectivamente
resultó ser, aunque, en el verano, los días
de sol brillante eran angustiosos por la tremenda humedad.
Llegué a la casa y me recibió Dorita Calvo,
la directora de la administración. Su sonrisa bondadosa
fue una alentadora bienvenida. Luego, en el trato con ella,
me llevé muy bien. Era una persona que no imponía
su autoridad, pero su conocimiento y dominio como directora
era tan claro que uno la seguía a ciegas. Mi trato
con ella fue muy normal. Dorita era una persona que se hacía
querer. En el trabajo que desempeñé en la administración,
siempre me dio confianza, dentro, naturalmente, del espíritu
del Opus Dei. Pero, por ejemplo, en la forma de arreglo personal
de las numerarias, nos alentaba a que, si queríamos,
nos cortásemos el pelo, cosa que Rosario Orbegozo,
la directora central, cuando una vez me cortaron el pelo en
"Los Rosales", me puso de vuelta y media.
Estaba de subdirectora Mercedes Morado y de secretaria, Tere
Morán. Se esperaba mi llegada para que Dorita y Tere
pudieran hacer el curso anual, curso que se celebraba ahí
mismo, en la residencia "Abando" y en la parte dedicada
a los varones, aprovechando que la casa estaba vacía,
porque los estudiantes estaban de vacaciones y los numerarios
del consejo local hacían su curso anual fuera de Bilbao.
O sea, que nos quedamos solamente en la administración
por tres semanas: Mercedes Morado como directora, Loli Mouriz,
hermana de Anina, que también hizo el curso de formación
conmigo en "Los Rosales" y yo.
Este curso anual en "Abando" lo hacían las
numerarias que formaban parte de la Asesoría Central
y Regional y algunas directoras de las casas de mujeres del
Opus Dei, las cuales, en esa época, septiembre de 1951,
eran solamente administraciones, y de la residencia de "Zurbarán"
en Madrid. En el Opus Dei hay un sentido jerárquico
militar. Con ello quiero decir que un curso anual de formación,
unos ejercicios espirituales, etc., están organizados
de forma que las numerarias que participan sean homogéneas,
es decir, curso de directoras, curso para superioras mayores,
cursos para vocaciones recientes, etc., etc., y se evita la
"mezcla" a toda costa.
Monseñor Escrivá, en los primeros tiempos del
Opus Dei y en sus visitas a Bilbao, se quedó prendado
de la casa, de las costumbres, del estilo y de la elegancia
de la señora Carito Mac Mahon. Tanto así que
procuró copiar para el Opus Dei ese estilo: desde los
uniformes de las sirvientas, hasta la forma de servir la mesa.
En la administración, Loli Mouriz se ocupaba de la
cocina y a mí me encargaron de la ropa, limpieza y
office. Como digo, a Loli Mouriz la conocía porque
hicimos el curso de "Los Rosales" juntas. Dentro
del Opus Dei, las Mouriz -eran varias hermanas numerarias-
tenían fama de ser muy peculiares, si por esta palabra
se entiende tener una personalidad definida. Expliqué
anteriormente mi impresión sobre Anina. Con Loli, que
estaba en Bilbao, siempre me llevé bien. Acepté
su carácter fuerte, como ella sabía también
que era el mío, pero ambas nos domeñábamos
por adquirir el espíritu del Opus Dei. Con Loli, mis
conversaciones eran sobre el trabajo, puesto que ella estaba
en la cocina y yo en el office, y ambas éramos muy
respetuosas en la forma que cada una desempeñaba su
trabajo. Loli era más joven que yo, como su hermana
Anina, muy bien educada y cultivada. Había leído
bastante. Era muy sensible a los detalles. Pero, sobre todo,
tanto Anina como Loli eran francas y directas, y simplemente
mirándolas a los ojos se sabía lo que pensaban,
lo cual, para mi manera de ser, era muy agradable porque por
carácter soy directa y todo lo que es esquivo me repele.
En resumen, la convivencia con ella no me fue difícil
en absoluto.
Por el contrario, Mercedes Morado, la subdirectora de la
administración, que hacía las veces de directora
esas semanas, no era una persona directa. Siempre parecía
que estaba esperando el error de uno para corregírselo,
no con cariño, sino con sentido disciplinario. Yo la
conocía, no solamente de "Zurbarán",
cuando hizo los mismos ejercicios espirituales que yo y pidió
en ellos su admisión como numeraria, sino también
de cuando yo trabajaba en el Consejo de Investigaciones Científicas
con el doctor Panikkar, ya que ella iba a menudo a hablar
con él cuando aún estudiaba la carrera de Filosofía,
en la rama de Pedagogía. Y, yendo aún más
allá, yo conocía también a Mercedes de
Segovia, porque su familia conocía a la mía.
Curiosamente, verla de directora me alegró, y pensé
que todo iría bien, puesto que ambas estábamos
dentro del mismo "espíritu". Mercedes había
hecho el curso de formación de "Los Rosales",
el último que, como centro de estudios, se celebró
en el verano. Durante las semanas que Mercedes Morado hizo
las veces de directora en la administración de "Abando",
me di cuenta de que era muy rígida. Por ejemplo, si
pasaba yo un día sin hacer una corrección fraterna
a Loli o a ella, ella misma me hacía la corrección
fraterna a mí por mi falta de sensibilidad en no haberme
dado cuenta de tal o cual pequeño detalle. Resultaba
agobiante, puesto que siempre se nos dijo en las clases que
la corrección fraterna había que hacerla para
corregir algún error en la conducta o en el espíritu,
que nos llamara la atención, pero que no consistía
en tener espíritu policíaco y "buscar"
los motivos más nimios para ser corregidos. Siempre
me dio la impresión, y quizá sea esto una acepción
personal mía, de que Mercedes Morado sentía
frente a mí una especie de complejo social, quizá
motivado por niveles sociales diferentes. Elia sabía
que mi familia era socialmente conocida en España,
como yo conocía que la suya no lo era. Y esto, que
no tiene en sí la menor importancia, le creaba, indiscutiblemente,
una tensión sutil en este campo. Y siempre me dio la
impresión de que usaba la jerarquía como directora
para evitar que yo me saltara ningún escalón.
Mi trato con Mercedes era estrictamente protocolario, ya que
ella no daba pie para otra cosa: se mostraba habitualmente
con una cierta reserva que uno no sabía exactamente
qué era lo que pensaba por dentro. Por otra parte su
trato hacia mí era correcto, pero siempre estableciendo,
como dije, la distancia jerárquica de que ella era
la directora.
Al cabo de los años y según relataré
a su debido tiempo, Mercedes Morado fue nombrada directora
de la Asesoría Central, y me encontré con ella
en Roma, durante mi última etapa en el Opus Dei.
El horario en la casa se vivía a rajatabla. Entre
nosotras tres no había conversación de tipo
alguno durante el día, a excepción de la media
hora que duraba el almuerzo o la cena y la media hora de tertulia.
Del resto, cada una tenía su pequeña parcela
que atender en la administración e incluso, físicamente,
trabajábamos en lugares diferentes.
Actuábamos totalmente como administración considerando
a la residencia o casa administrada como independiente. Sin
embargo, recuerdo un detalle muy cariñoso de María
Jesús Hereza, superiora mayor en aquella época,
de la que también hablé cuando narré
mi estancia en Córdoba. Hacía María Jesús
este curso anual y un buen día pasó a la administración
para que yo la enseñara a hacer "suizos",
esos bollos típicos de la merienda en España.
Y, con este motivo, pretexto justificado, indiscutiblemente,
estuvo con Loli y conmigo en la cocina, hablándonos
y haciéndonos pasar unas horas muy agradables.
Recuerdo, por el contrario, un detalle, negativo a mi entender,
de María Teresa Arnau, directora regional de la Asesoría
de España: un día, mientras yo hacía
la limpieza en la casa administrada con las sirvientas, me
mandó llamar a su despacho y me dijo que escribiera
a "Arbor", la revista del Consejo de Investigaciones
Científicas, donde yo había trabajado, para
decirles que no me volvieran a mandar más ningún
ejemplar de dicha revista, porque mi vida estaba envuelta
ahora en otras cosas y no tenía tiempo para leerla.
La verdad es que, desde que yo dejé de trabajar en
el Consejo de Investigaciones para entrar al Opus Dei, la
revista "Arbor" llegaba a la casa donde yo viviera,
pero la directora no me la entregaba nunca, simplemente en
mi confidencia, me decía que había llegado y
me solía enseñar la portada.
Desde que llegué a Bilbao, estuve totalmente concentrada
en la limpieza de la casa y en el planchero, como encargada
de la ropa, además de atender el office. Como éramos
solamente tres en la administración, materialmente
no teníamos tiempo ni de respirar. La única
salida que hice en varias semanas fue para unirme con las
del curso anual e ir con ellas al santuario de la Virgen de
Begoña, en las afueras de Bilbao. Por el camino pude
echar un vistazo a la ciudad, que personalmente no me gustó:
era una ciudad muy gris, con razón llamada "el
bocho", porque es un auténtico hoyo. Cubierta
de humo de los altos hornos y con un calor húmedo en
verano, muy desagradable. Además, en aquella época,
no existía aún el DDT y las pulgas eran frecuentes
por limpias que se tuvieran las casas.
Cuando terminó el curso anual de estas numerarias,
Dorita regresó a la administración como directora,
Mercedes como subdirectora y Tere de secretaria. Tere era
una persona muy delicada. Tratar con ella era de lo más
agradable y siempre procuraba, con su ayuda, hacerle a uno
la vida fácil.
Nuestra rutina en la administración de "Abando"
seguía el ritmo del ascetismo clásico en el
Opus Dei. No teníamos distracción de tipo alguno
y, por supuesto, tampoco se leía el periódico
ni ningún libro ajeno al de la lectura espiritual,
que cada una tenía designado. Se solía salir
muy poco. Exclusivamente, Tere, que estaba encargada de hacer
las compras, era quien salía a diario, pero las demás
sólo salíamos algunas veces con las sirvientas
a dar un paseo hasta Las Arenas o Algorta; más que
un paseo, era una excursión por la distancia a recorrer
a pie y esto sucedía cada mes o mes y medio; pero,
naturalmente, servía para tomar el aire.
Las sirvientas que teníamos no eran del Opus Dei y
ellas sí salían los domingos por la tarde y
también, algunas veces, un día entre semana,
si es que tenían que comprarse algo.
La casa de la administración de "Abando"
era bonita y agradable. Estaba puesta con gusto. Nos dijeron
que la había decorado don Pedro Casciaro, el sacerdote
numerario del Opus Dei que, en esa época, estaba ya
de consiliario en México. En la primera planta estaba
la salita de visitas y en la segunda el dormitorio-despacho
de la directora y las habitaciones de las numerarias, todas
individuales, con armario y lavabo. Había solamente
un cuarto de baño, lo que hacía que muchas veces,
bien Tere o yo, nos alternásemos y usáramos
la ducha de las sirvientas para no dedicar más de media
hora al arreglo personal y poder llegar puntuales a la oración
de la mañana en el oratorio.
Las ventanas de los dormitorios de la administración
estaban medio condenadas, porque daban a un patio común,
donde también daban las ventanas de los residentes.
El oratorio, al ser una administración, era de celosía.
El tamaño era bueno, pero, por supuesto, se guardaban
todas las reglas que a este respecto expliqué hablando
de Córdoba: la cortina de terciopelo rojo corrida durante
el día, excepto la parte justa para ver el sagrario.
Durante la misa se descorría la cortina, pero teníamos
las luces en los reclinatorios para poder leer el misal sin
ser vistas por la residencia. La comunión la recibíamos
por la ventanita que abría la directora en ese momento,
cuya llave guardaba ella celosamente en su despacho.
Una de nosotras, con algunas sirvientas, solíamos
alternarnos para ir a misa fuera, a una iglesia pública.
De esta forma, mientras los residentes estaban en el oratorio,
se podían preparar los desayunos y se permitía
el que las otras numerarias oyeran la misa en la casa. Había
unas ocho o diez sirvientas, no recuerdo el número
exacto. Cada una tenía su habitación ("camarilla"
se llaman en el Opus Dei a sus cuartos) individual, con lavabo
y armario. Había un cuarto de baño con varias
duchas. Estas camarillas estaban en el sótano de la
casa.
La cocina, también en el sótano, tenía
muy mala ventilación. Era grande, antigua de estilo.
Un recodo de la misma es lo que se llamaba el office, desde
donde se daban las bandejas a las doncellas que servían
el comedor de los residentes. Por supuesto, durante las comidas,
el silencio en la administración era total. Se hablaba
exactamente lo imprescindible y esto en tono muy bajo.
El planchero estaba formado por dos habitaciones grandes;
en la interior había una máquina ancestral de
lavar ropa y dos pilas de piedra donde las sirvientas lavaban
la ropa a mano. En la habitación de fuera, había
dos grandes mesas de plancha, y en ellas, habitualmente planchaban
cuatro sirvientas. Aunque las planchas eran de hierro, generalmente,
y teníamos allí mismo un hornillo para ellas,
había también un par de planchas eléctricas
para los lienzos de oratorio y para los trajes de los residentes.
Estaban además los casilleros con los números
de los residentes. El planchero daba la impresión de
claustrofobia. No ya el hecho de que estuviera en el sótano,
sino el que los ventanales por donde entraba la única
luz directa estaban cerrados casi hasta el techo y además
los cristales eran esmerilados. Este ventanal, que daba a
un patio rectangular con cuerdas para tender la ropa, sólo
se abría parcialmente, cuando dos sirvientas salían
a tenderla. Como la mayoría de los días llovía
o había un grado de humedad altísimo, teníamos
también cuerdas dentro de las dos habitaciones del
planchero, donde siempre por la noche, y muchísimas
veces durante el día, se dejaba la ropa tendida para
que se secara; lo que ambientalmente no daba ningún
grado de belleza al lugar.
Mi misión, como encargada de la ropa, consistía
en lo siguiente: los lunes, al final de la limpieza, recogíamos
las bolsas de ropa sucia de los residentes y se ponían
todas en un montón en el planchero. Yo era la única
persona que podía abrir cada bolsa y comprobar que
cada pieza de ropa sucia coincidiera con el número
de la hoja que estaba dentro de la bolsa. A semejanza de lo
que narraba en "Los Rosales", había igualmente
que marcar cada pieza que no estaba marcada, con el número
de la bolsa. El número de residentes no bajaba de sesenta.
Habitualmente había unas seis sirvientas en el planchero:
dos lavando y cuatro planchando. Las que planchaban eran las
doncellas que servían al comedor y las que también
pasaban a la limpieza de la residencia. Mi misión como
encargada de la ropa, implicaba, además, el estar a
cargo de las sirvientas, tanto en lo material (cuidar que
los uniformes fueran impecables, de su aseo personal, etc.,
etc.) como en su vida espiritual. Como la mayoría de
las sirvientas pasaban muchas horas en el planchero, especialmente
por las tardes, mi tarea era entretenerlas para hacerles ameno
el trabajo. Para ello solíamos cantar unas veces, otras,
les contaba cosas de algún país, costumbres
de alguna región y también cosas del espíritu
de la Obra, como, por ejemplo, el amor a las cosas pequeñas.
Diariamente rezaba el Rosario con ellas en el planchero y
les hacía también algún comentario del
Evangelio o de algún tema espiritual, etc., mientras
merendaban. Y, desde luego, mi principal misión era
ganarme su confianza, ayudarlas y, especialmente, ver si alguna
podía llegar a ser numeraria sirvienta del Opus Dei,
ya que estas sirvientas, como dije, no eran de la Obra.
En general, las sirvientas en las casas del Opus Dei llevan
para las faenas una bata de color, ordinariamente azul, y
un delantal blanco. En aquella época también
llevaban unos gorros blancos, cubriéndoles el pelo.
Las doncellas que servían la mesa, llevaban uniformes
negros con delantales pequeños blancos y cofia blanca,
y los días festivos, servían la mesa con guantes
blancos. En el planchero iban todas con batas azules y delantales
blancos, excepto una que se quedaba con el uniforme negro
y era la encargada de abrir la puerta.
Teníamos en el planchero el cuadro de timbres y según
el número sabíamos si era la puerta o la directora
quien llamaba. Había también telefonillos internos
en el cuarto de la directora, en la cocina, en el planchero
y en el cuarto de la secretaria.
Mi responsabilidad en el planchero no era planchar, sino
hacer que todo funcionara en punto y también repasar
la ropa para que no se entregara algo, por ejemplo, faltándole
un botón.
Muchísimas horas de mi vida fueron las que pasé
en este planchero de "Abando". Los viernes era un
día especialmente atareado, ya que tenía yo
que distribuir la ropa en los casilleros y comprobar que cada
pieza planchada correspondiera al número del respectivo
casillero. Si una pieza de ropa no aparecía, era un
problema serio, porque había que recontar de nuevo
cada pieza en cada casillero hasta que la pieza perdida apareciera.
Generalmente, la directora bajaba al planchero los viernes
para saber cómo iban las cosas, ya que la lluvia en
Bilbao era un soberano azote en lo que a secar la ropa se
trataba.
Los sábados por la noche, y mientras los residentes
cenaban, entraba yo con dos sirvientas a la residencia y se
distribuían las bolsas con la ropa limpia encima de
la cama de cada residente, ya que en la hoja que entregaban
con la ropa sucia indicaban también la habitación.
Personalmente, me dediqué en cuerpo y alma a esta
labor y ofrecía todo mi esfuerzo y repugnancia muchas
veces a Dios.
Un detalle curioso que me costaba en Bilbao era el dar cera
a los pisos. Todos los suelos de la residencia y de la casa
administrada eran de parquet, y, además de la cera
ordinaria, había que dar la cera llamada "de palo".
Esto era un palo terminado en forma de horquilla, que aprisionaba
un pedazo de cera dura. Este palo había que moverlo
en la dirección de izquierda a derecha y de derecha
a izquierda, siguiendo la raya de la madera. No había
máquinas eléctricas de sacar brillo al piso
y con unos cepillos que se ataban con correas a los pies y
luego con bayetas de fieltro en cada pie, había que
"brochar" y "bailar" la cera. Era un trabajo
brutal del que acababa uno medio muerto. Esta forma de sacar
brillo al suelo, trajo, al cabo de los años, el que
muchas numerarias desarrollaran problemas de matriz que acababan
en operación, generalmente, como fue mi caso también.
Se tuviera o no el período había que brochar
igual y, por supuesto, había que ir a la cabeza de
las sirvientas para darles ejemplo.
Al poco tiempo de estar en Bilbao nos dijeron que se abriría
un colegio para niños en Las Arenas, llamado "Gaztelueta",
pero que esto "sería una excepción en el
Opus Dei porque nuestra misión no era llevar colegios
a la manera de los religiosos", había dicho monseñor
Escrivá. Sabíamos que don Antonio Pérez,
como secretario general del Opus Dei, era la persona que más
se había ocupado de esta labor.
"Gaztelueta"
Como la apertura del colegio parecía inmediata y los
numerarios del consejo local de "Gaztelueta" vivirían
en la casa antes de Navidad, nos dijeron las superioras en
Madrid que se abriría también una administración
en "Gaztelueta", desde la que no se haría
absolutamente ninguna labor externa. Nombraron de directora
a Mercedes Morado, de subdirectora a María Ampuero,
con cuya hermana María Paz, yo había estudiado
en la Escuela de Comercio, y de secretaria iba Pina Revilla.
Tanto María Ampuero como Pina habían venido
a vivir a "Abando" unas semanas antes. Con este
motivo, se rehizo el consejo local de la administración
de "Abando". Dorita Calvo siguió de directora,
Tere de subdirectora y a mí me nombraron secretaria
de ese consejo local. Loli Mouriz siguió también
viviendo en "Abando".
Este cambio trajo consigo un cambio también de habitación:
la secretaria tenía un cuarto algo mayor que las demás
y un "bureau" donde se guardaban todos los libros
de contabilidad y también el dinero de la casa. Esta
habitación era muy agradable y además estaba
junto al oratorio precisamente.
Me dijeron también, sería ya noviembre de 1951,
que me haría cargo de lleno de la labor de san Rafael,
que temporalmente había llevado María Ampuero.
Esto trajo consigo el que las tardes que yo tenía que
dar el círculo de san Rafael y quedarme hablando con
las muchachas que venían a él, unas veces Pina
al principio y luego Tere, me suplían en el planchero.
La labor de san Rafael estaba bien organizada. Existía
un fichero con nombres de las chicas que habían venido
por la casa y con detalles acerca de su vida, su carácter,
etc., además de su dirección y teléfono.
En la administración teníamos teléfono,
lo que facilitaba el estar en contacto con estas muchachas.
Y de nuevo me vi entre un grupo de chicas muy buenas.
Estando yo en Bilbao, pidió su admisión como
numeraria, Begoña Elejalde, que era muy jovencita entonces.
Begoña fue, años más tarde, una de las
fundadoras de la sección de mujeres del Opus Dei en
Venezuela. Estuve precisamente en ese país con ella
y además dio la coincidencia de que siempre estuvimos
viviendo en la misma casa. Como Begoña era tan joven,
yo siempre la animaba mucho a que fuera generosa hasta el
final y que procurase hacer proselitismo con sus hermanas.
Prácticamente repetía yo a Begoña lo
que me dijeron a mí, pero es cierto que procuraba ser
muy cariñosa con ella y muy comprensiva, haciéndole
su vida interior cuesta abajo para que las cosas no le resultaran
tan duras como lo fueron para mí. Begoña era
una persona inteligente y muy buena artista. Tenía
muy buen gusto y un sentido innato de la decoración.
De hecho, en Venezuela llevaba en la Escuela de Arte y Hogar
"Etame" las clases de decoración y en las
casas del Opus Dei en Caracas dejó huellas de su arte.
Cuando estas muchachas venían a la casa, hablaban
conmigo con gran confianza. Me explicaban lo que habían
hecho aquellos días y también el ambiente familiar
de sus casas que ellas procuraban ir preparando para decirles
cuanto antes que querían venirse a vivir al Opus Dei.
Está claro que cuando una muchacha escribía
la carta a monseñor Escrivá empezaba a vivir,
en la medida de lo posible, absolutamente todo el plan de
vida de cualquiera de las numerarias que estábamos
ya viviendo permanentemente en las casas de la Obra. Por ejemplo,
para usar el cilicio y la disciplina, mortificación
corporal, aprovechaban el rato que estaban en nuestra casa,
ya que hubiera sido una imprudencia que sus familias descubrieran
que usaban dicha mortificacion corporal. Otras veces, antes
de venir a vivir fijas a la Obra, tenían que dejar
resuelto el problema financiero, el cómo iban a aportar
a la Obra la cantidad estipulada para los dos primeros años,
llamados de formación.
También pidió su admisión como numeraria
Mirufa Zuloaga. Con Mirufa se estableció una gran corriente
de simpatía recíproca. Tenía mi edad
y hablábamos un lenguaje muy común entre las
dos. Su forma de vivir, de haber salido, de divertirse era
común con la mía. En cierta forma con Mirufa
fui más exigente, pero siempre fui cariñosa
con todas las que pedían la admisión, porque
por experiencia propia sabía lo mucho que se sufría
en dejar cosas que, si bien parecen comunes, han formado la
trama de la vida de una muchacha joven. La familia de Mirufa
eran artistas en su gran mayoría y curiosamente yo
conocía a un tío suyo, pintor, porque era muy
amigo de mi propia familia. Estas coincidencias parecen tontas,
pero en un ambiente de proselitismo en el Opus Dei son muy
importantes. Años más tarde Mirufa estuvo en
Roma cuando yo vivía allí. Cuando regresó
a España se hizo periodista y aún sigue ejerciendo
como tal. Colaboró y supongo que sigue haciéndolo
aún en la revista "Telva", cuya dirección
está confiada a las mujeres del Opus Dei. Tere González
fue otra de las muchachas que también pidió
la admisión como numeraria en esa época. Tere
era el colmo de la bondad: aceptaba todo con gran docilidad
y consideraba que cuanto yo le decía era como venido
de Dios.
Indiscutiblemente tanto Mirufa Zuloaga, como Begoña
Elejalde y Tere me preguntaban cosas de la Obra y del Padre.
Yo había asumido ya de tal manera el adoctrinamiento
del Opus Dei que les hablaba a estas nuevas vocaciones con
la mayor naturalidad de "las primeras", de la "misión
que Dios había dado al Padre", de "Molinoviejo",
de "la felicidad de entregarlo todo sin recibir nada
a cambio", con tal fuerza y entusiasmo que iba prendiendo
la llama de este amor al Opus Dei por encima a todos los otros
amores, incluidos el debido a los propios padres, con la misma
manipulación que hicieron conmigo. Lo curioso del cuento
es que cuando uno se ha convertido en un fanático total,
ejerce un cierto magnetismo que puede arrastrar incluso a
aquellas personas que se consideran con mayor personalidad.
Ésta es la terrible fuerza del fanatismo existente
en las sectas: la gente de fuera no se explica que una persona
pueda "cambiar tanto" en tan poco tiempo. La fe
que estas muchachas, y pongo por ejemplo a estas tres, tenían
en mí era infinita. Yo me daba cuenta, por otra parte,
de mi responsabilidad de ser este "instrumento en manos
de Dios a través de su Obra". Así me lo
decían las superioras y así lo consideraba yo
plenamente.
Las muchachas de Bilbao eran muy diferentes a las de Córdoba.
Tan diferentes como las mismas ciudades lo son. Cada una con
sus características especiales. La gente de Bilbao
tiene fama en España entera de ser personas muy exquisitas.
Efectivamente no es que fueran mejores que las muchachas andaluzas,
pero sí tenían un sello muy especial. La sociedad
bilbaína y la andaluza son dos tipos muy diferentes
de sociedades en España, y difícilmente se podría
señalar a la una como mejor que la otra. Sencillamente
son distintas.
Yo apenas salía a la calle, pero estas muchachas venían
casi todos los días por la tarde y un rato más
el día del círculo. Cuando ellas llegaban, me
avisaban y yo subía a la salita para hablar con unas
u otras, como explicaba antes, sobre la vida que hacían,
espiritual y material, y los problemas que en aquel entonces
pudieran enfrentar. Mi misión era alentarlas para que
sobrepasaran esa época de separación de las
familias y de cuánto hasta ese momento había
sido parte esencial de sus vidas, y se lanzaran dentro del
Opus Dei sin la menor duda: con todas las fuerzas de su alma
y entusiasmo de sus años jóvenes.
Mi vida en la administración de "Abando",
diría en general, fue muy profesional. Por una parte,
la directora, Dorita Calvo, era una mujer muy comprensiva,
muy educada y muy sencilla. Tenía el carisma de haber
pasado los primerísimos años de la Obra en Roma
en la casa de monseñor Escrivá. Siempre le pedíamos
que nos contara cosas de él y me doy cuenta ahora,
al cabo de los años, de que las cosas que Dorita contaba
eran más bien anécdotas amenas de la vida de
familia en la casa del Opus Dei, pero nada esencialmente relativo
a la manera de ser de monseñor Escrivá. Únicamente
nos repetía el que "al Padre le gustaban las cosas
bien hechas".
Mis confidencias con Dorita Calvo eran muy sinceras, y ella
trataba de ayudarme mucho en todo aquello que podría
acercarme a Dios. Indiscutiblemente los tres puntos básicos
de la confidencia, como apunté en algún lugar
anteriormente, eran los de fe, pureza y camino. En mi caso,
gracias a Dios, nunca tuve dudas de fe y mi confianza en Dios
siempre fue y es infinita; respecto a pureza había
que detallar si uno había sentido cualquier impulso
sexual del tipo que fuera, detallarlo y explicar cómo
se venció; respecto al "camino" o sea la
vocación, yo tampoco tuve dudas.
A grandes rasgos, y a título de ejemplo de confidencia,
pienso en una de las mías cuando estuve en Bilbao,
podría ser ésta:
Usando la agenda -la típica "Luxindex" española
que pertenece a una de tantas empresas llevadas por gente
del Opus Dei y que en definitiva es el Opus Dei- donde se
anotaban celosamente los puntos/fallos para hablar de ellos
en la confidencia, yo empezaba a hablarle del cumplimiento
de las normas del plan de vida. Por ejemplo, si había
sentido pereza al levantarme o me había detenido un
instante antes de pegar un brinco de la cama y besar el suelo
diciendo "Serviam!"; si la lectura espiritual me
servía después como puntos para llevar a mi
meditación personal y en qué forma había
aplicado esos puntos a mi propia vida; si me había
distraído o adormilado en la oración; si había
practicado o no la corrección fraterna si había
rezado rutinariamente o con sentido las tres partes del Santo
Rosario; si en mi mortificación corporal había
sido "generosa" (esto quería decir si el
cilicio lo había llevado apretado al máximo
o no, o si había usado las disciplinas con fuerza o
con indulgencia).
A todos estos puntos la directora me hacía ver cómo
el "sentir" no era importante, sino el "rechazar"
o en caso contrario el "consentir". Los consejos
ascéticamente eran sanos y encauzados a formar una
voluntad férrea, como una coraza, que alejase sentimientos
-"sensiblerías" es la palabra que el Opus
Dei usa a mansalva-. Hasta aquí y desde un punto de
vista estricto, todo es correcto según un espíritu
ascético cristiano. Hasta aquí lo llamaría
la parte "A" de la confidencia que, en cierto sentido,
era un detallar con mayor amplitud la confesión semanal.
La parte "B" que yo llamaría "manipulación"
es cuando en la confidencia, y haciendo uso de ella, la directora
agregaba que "eso" (relativo a lo ascético)
no tenía en sí tanta importancia como lo tenía
la forma en la que yo había vivido mi "filiación
al Padre". Es decir, cuanto trabajo hubiera hecho, cuanto
en mi vida interior hubiera desarrollado, todo, tenía
que estar encauzado en función dc monseñor Escrivá.
Entre el Opus Dei y monseñor Escrivá no había
fronteras, eran lo mismo, puesto que el Padre "engendraba"
al Opus Dei. No se nos preguntaba en la confidencia por nuestro
amor al Papa, a la Iglesia, a los pobres, sino por nuestro
"amor al Padre".
Se nos hacía sentir por él una veneración
rayana en el culto puesto que se suponía que desde
cuánto uno había rezado hasta cuánto
uno se había mortificado, todo, absolutamente todo,
tenía que estar orientado hacia "las cosas que
llevaba el Padre en la cabeza por encima de cualquier pensamiento
personal o de la Iglesia". La frase del Opus Dei de que
"nosotros no nos preocupamos, sino que nos ocupamos de
las cosas" tenía todo el sentido de que nada,
absolutamente nada en nuestras vidas tenía la menor
importancia. Sólo el Padre era importante y por consecuencia
teníamos que considerar las cosas del Padre por encima
de cualquier otra cosa. Debe tenerse en cuenta también
el que todas las numerarias debíamos escribir a monseñor
Escrivá, al Padre, "al menos" una vez al
mes, no hacerlo reflejaba "mal espíritu"
o "falta de espíritu de filiación>.
Sin embargo, no escribir a nuestras familias en un mes no
tenía la menor importancia... La directora -el Opus
Dei en esencia- usa el gran instrumento de la confidencia
para adoctrinar, aseverar, insistir en tales y tales puntos
de la vida de una numeraria, con el objeto de hacerle asumir
la doctrina dcl Opus Dei primero, y luego, todo lo que ello
lleva consigo. La confidencia, en el Opus Dei, es la forma
de control más absoluto de la libertad humana de sus
miembros y una forma también muy clara de lavado de
cerebro, que, aun sin llamarlo tal y bajo capa de "buen
espíritu" o de "formación", se
lleva a cabo con todos los miembros del Opus Dei.
En esa época también había que hacer
fichas con nombres de personas que pudieran ayudar económicamente
a la construcción de las obras de Roma, el Colegio
Romano de la Santa Cruz. Esto también era tema de confidencia.
Y por supuesto el cómo llevaba uno el proselitismo.
En este punto yo le hacía una relación detallada
de todas y cuantas muchachas de san Rafael habían hablado
conmigo, de sus problemas, de sus confidencias. Y muchas veces
la directora me indicaba aquí y allí lo que
debía decirles o si tenía que corregir algo
que no era correcto sobre el espíritu dc la Obra. Comprendo
hoy día que, en estas confidencias, se manoseaban las
almas de otras personas, puesto que cosas íntimas que
estas muchachas de san Rafael, por ejemplo, me habían
dicho en función de que creían en mi amistad,
yo, en este caso, las repetía a la directora, a una
superiora mayor si preguntaba o a cualquier otra persona que
"por cargo" quisiera saber algo acerca de tal o
cual muchacha. Y aquí tendría yo que entonar
un "mea culpa", puesto que también yo repetí
la historia cuando ocupé cargos de gobierno y específicamente
en Roma. Es decir, lo más importante en la confidencia
era relatar cómo se había vivido el espíritu
del Opus Dei y específicamente "el amor al Padre".
He de confesar que cuando yo llegué a manos de Dorita
muchas otras personas habían manipulado ya mi conciencia
y mi alma. Es decir, estas confidencias en el Opus Dei son
el mejor medio de aherrojar la libertad de la conciencia humana
y de manipular, como digo, las fibras más íntimas
de las personas.
Es interesante recordar aquí que según el derecho
canónico los miembros de las instituciones religiosas
tienen libertad para abrir su alma confiadamente a sus superiores
(Código de Derecho Canónico), pero no
hay punto en el código de Derecho Canónico que
"obligue y considere un deber", una regla de vida
básica, el hablar con el superior. En cambio, en el
Opus Dei, el hablar con la directora semanalmente, "la
charla fraterna", llamada anteriormente "confidencia",
es una norma obligatoria y está marcado -por monseñor
Escrivá- que hay que hablar en ella incluso con mayor
claridad que con la que pudiera hablarse con el mismo sacerdote
en el confesonario.
Para monseñor Escrivá la "confidencia"
era mas importante esencialmente que la confesión ("La
charla fraterna", Cuadernos-3, 17,, pp. 142).
Mis normas, mi plan de vida, los cumplía lo mejor
que sabía. Interiormente en mi oración ofrecía
mi trabajo por aquellas almas que trataba, y fue, en resumen,
como si mi vida interior se hubiera profundizado, ya que hacer
cuanto en el Opus Dei se me indicaba era prueba -según
el espíritu de esta institución- de que estaba
cumpliendo la voluntad de Dios y, por tanto, Dios estaba contento
con uno. En el Opus Dei se cultiva la fe a través de
la piedad.
Quiero decir con ello que se cultiva la piedad para que las
personas no se formen interrogantes de clase alguna, cuya
resolución las llevaría a la fe verdadera. En
dos planos: en el Opus Dei se infantiliza a las personas,
no se las hace madurar.
Este crear el espíritu infantil, de abandono en manos
de los superiores, no es sino un evadir los hechos reales
de la vida cotidiana que afronta cualquier fiel cristiano
corriente. Me daba cuenta de que le había dado a Dios
cuanto me pidió a través del Opus Dei, y que
mi entrega al Opus Dei era absoluta, total. Había llegado
ese momento en mi vida en que de una manera fría aceptaba
lo que fuera sin que ello despertara ningún oleaje
en mi vida espiritual. Era un fiel instrumento en las manos
de los superiores: era una fanática perfecta y, por
tanto, una numeraria sin problemas, dentro del Opus Dei. Por
ello tenía la felicidad que puede tenerse en una vida
de entrega en la Obra: la persona del Padre, el proselitismo
eran lo primero para mí, después del trabajo,
naturalmente.
Durante un tiempo las numerarias que iban a "Gaztelueta"
vivieron en "Abando", pero las Navidades del año
1951 ya las pasaron en la nueva casa.
Era complicado llegar a la casa de la administración
de "Gaztelueta", porque había que dar mucha
vuelta y para complemento tenían un timbre que no se
oía en parte alguna de la casa. El día de Navidad
me dijo Dorita que, para que no estuvieran tan solas las de
"Gaztelueta", fuera yo allá a almorzar con
ellas.
Fui y creo que por primera vez saqué, desde hacía
mucho tiempo, mi genio fuerte: caminando desde Las Arenas
me costó trabajo encontrar la entrada a la administración
lo primero, y, lo segundo, estuve más de cuarenta minutos
llamando al timbre, bajo la lluvia, sin que me oyeran, con
lo cual tuve que bajar de nuevo al pueblo y llamarlas por
teléfono para que me abrieran la puerta.
Por la tarde, pasaban en esa administración a hacer
la limpieza de la casa administrada, del colegio. Aunque no
había clases en Navidad, la administración pasaba
igualmente a dar una vuelta. La directora de la administración
de "Gaztelueta", Mercedes Morado, me dijo que me
pusiera una bata blanca y que las acompañara y así
podría conocer el colegio de niños, el primero
y el "único que el Opus Dei tendría en
el mundo", según palabras de monseñor Escrivá.
"Gaztelueta" como colegio empezó a funcionar,
como digo, en 1951 y fue el resultado de los esfuerzos hechos
por Antonio Pérez Tenessa, en aquella época
secretario general del Opus Dei. Le ayudó en la empresa
Tomás Alvira, miembro del Opus Dei que había
participado activamente en el Instituto Escuela, la proyección
educativa de mayor importancia de la Institución Libre
de Enseñanza.
Habiendo sido mi primer colegio el Instituto Escuela y yo
precisamente de las alumnas que inauguraron el edificio recién
construido en la calle de Serrano de Madrid y en el año
1931, no puedo describir apropiadamente mi asombro al visitar
aquella tarde con la administración, siendo como era
numeraria del Opus Dei, "Gaztelueta". Ante mis ojos
veía la copia -una mala copia- incluso en detalles
ínfimos, como podría ser la forma de los casilleros
de los alumnos en la clase, las mesitas, en vez de pupitres,
el número de alumnos en cada clase, etc. A mí
me disgustó que se hubieran copiado las cosas materiales
del Instituto Escuela para "Gaztelueta", haciendo
creer a la gente, por supuesto la esfera social alta de Las
Arenas, la "originalidad" del colegio del Opus Dei.
Me daba cuenta de que la copia era mala porque se habían
omitido cosas esenciales.
De regreso a Bilbao, aquella noche pensaba en el porqué
de ese enfado mío al ver "Gaztelueta" como
una copia del Instituto Escuela. Y creo ahora, a la distancia
de los años, que mi desagrado tan grande era porque
para mí el Instituto Escuela tenía un carisma
especial: había sido mi primer colegio y todo su sistema
era precioso. Cualquier alumna del "Insti", como
lo llamábamos, se sentía orgullosa de pertenecer
a él. Fue como si una ráfaga de luz me trajera
de repente un fantasma de un pasado feliz, muy feliz, de mi
niñez. Ante mis ojos veía "Gaztelueta"
como algo degradado, sin indicación alguna dcl espíritu
que animaba al Instituto Escuela. Era eso: se habían
copiado el cascarón, pero no podían captar el
espíritu: la libertad que se disfrutaba en el Instituto
Escuela, el hecho de que era un colegio mixto, los deportes
a gran escala, nada de eso podía vivirse en "Gaztelueta",
que en sí era sólo un colegio para niños
ricos de Las Arenas, ubicado en un hotelito de una familia
conocida, donde incluso en el vestíbulo como decoración
había una silla de manos. En la pared y sobre la escalinata
de mármol había un gran repostero con el lema
del colegio: "Sea vuestro sí, sí; sea vuestro
no, no."
En el Instituto Escuela, pensé, el decir la verdad
estaba tan imbuido en cualquier alumno que no necesitábamos
de reposteros para recordarnos que la verdad era preciosa.
Creo que mi enfado me vino al ver una mala copia, una falsa
copia, de algo muy bueno que viví y recordaba siempre.
Al hablar con dedicación especial sobre monseñor
Escrivá explicaré con sumo detalle su gran sueño
de "transformar para Cristo", haciéndolas
suyas las ideas e ideales de la Institución Libre de
Enseñanza. Ahora veo, sin lugar a dudas, que ésta
ha sido siempre la táctica del Opus Dei bajo la dirección
de monseñor Escrivá: copiar y adaptar. Si se
ahonda en el pensamiento de monseñor Escrivá,
no se encuentran muchas ni grandes ideas originales y, materialmente,
su afán de copiarlo todo era notorio. Por ejemplo,
en la decoración de las casas del Opus Dei, en la arquitectura
de muchas de ellas, incluso en los oratorios, galerías,
salas, etc., de la casa central del Opus Dei en Roma, el 99,99
% han sido copias de capillas, palacios, pueblos, muebles
de cualquier sitio de Italia que visitaba monseñor
Escrivá y se lo hacía copiar a uno de los arquitectos.
Incluso cuando veía alguna película en el aula
magna, si había algún detalle de decoración
o de cualquier cosa que le interesara, no tenía el
menor reparo en mandar cortar aquella parte de la película
para luego, como negativo, ampliar aquella foto y copiar lo
que fuera.
Tras mi visita a "Gaztelueta", hablé con
mi directora contándole mi indignado asombro. Dorita
no conocía el Instituto Escuela ni tenía la
menor idea sobre ese colegio en cuestión. Me dijo por
tanto, lo de siempre: que si monseñor Escrivá
hacía una cosa era por inspiración divina. Y
me dejó muy claro que yo no podía dudar nunca
de esta inspiración, ni era quién para juzgar.
Como el aceptar este hecho me era casi imposible, lo que hice
fue rechazarlo, borrarlo de mi mente, no pensar más
en ello.
El sacerdote que teníamos en Bilbao, don Alvaro Calleja,
era muy bueno pero muy recién ordenado, y daba la impresión
de que nos tenía un poco de miedo a las mujeres, impresión
que, por otro lado, es común en los sacerdotes jóvenes
recién ordenados del Opus Dei. No obstante, yo hablaba
en el confesonario algunas veces, tras mi confesión,
de las muchachas de san Rafael, pero en realidad más
que una conversación era un monólogo porque
él hablaba muy poco. Parecía muy enfermizo y
en realidad lo debía de estar porque me enteré
de que murió pocos años después.
Hicimos los ejercicios espirituales con don Alvaro Calleja
todas las numerarias de "Abando" a primeros del
año 1952 y aprovechando las vacaciones de Navidad de
los residentes.
Las relaciones con mi familia seguían igual. No había
discusiones, pero tampoco mejoras.
En el mes de marzo cumplí mis 27 años, en la
administración de "Abando". Pocos días
después, a primeros de abril, Rosario de Orbegozo,
la directora central, anunció su visita a Bilbao. Todas
la esperábamos con gran emoción porque regresaba
de Roma y dijo que nos contaría "muchas cosas
del Padre".
Efectivamente llegó y antes de la tertulia me mandó
llamar a mí, estando Dorita delante. Parecía
muy contenta cuando me empezó a hablar y me dijo que
una de las cosas que le había dicho monseñor
Escrivá era que quería que yo fuera a Roma como
secretaria personal suya para los asuntos de la sección
femenina en el mundo. Conmigo iría también María
Luisa Moreno de Vega, una numeraria que era superiora mayor
y que precisamente había trabajado también en
el Consejo de Investigaciones Científicas con el secretario
general de dicho Consejo, don José María Albareda.
Yo me quedé impresionada, sin reaccionar, tanto así
que Rosario me dijo muy seria si es que no quería ir
o no me daba cuenta del privilegio que la llamada del Padre
suponía.
Le dije que sí, que comprendía el enorme privilegio
de ir a trabajar directamente con el Padre a Roma, pero que
tenía cierto temor al no saber exactamente cómo
era el Padre. A Rosario no le gustó mi reacción
y me dijo que parecía boba si no captaba plenamente
lo que ir a Roma a trabajar directamente con el Padre significaba.
Rosario me dijo también que, aunque era Cuaresma,
época en que no escribíamos ni teníamos
relación alguna con nuestras familias, que llamase
a mi padre por teléfono para anunciarle mi viaje a
Roma y pedirle que me diera un billete Madrid-Barcelona-Roma.
Como puede verse nosotras no dábamos puntada sin hilo.
Es decir, no había jamás contacto con nuestras
familias que no fuera para pedirles algo: desde un billete
a un abrigo, a un vestido, dinero o lo que fuera. Nos decían
en el Opus Dei que siempre teníamos que hacer que nuestros
padres nos dieran cosas, porque de esta forma se unirían
a la Obra. Lo que puede darse uno cuenta clara es que a nuestras
familias no se les brindaba ninguna atención, sino
que se las usaba, se les manipulaba para "sacarles"
algo. Y es curioso, que hoy día he oído también
decir a algunas familias con hijos en el Opus Dei, que si
les dan cosas a sus hijos, la Obra las consideraría
mejor.
Rosario Orbegozo me dijo que María Luisa Moreno de
Vega iría por avión, porque era superiora mayor,
pero que yo iría por tren con una sirvienta y el baúl
que había que llevar a la casa de Roma, con ropas y
una serie de cosas que necesitaban.
Me fui al oratorio a darle gracias a Dios por la elección
que el Padre había hecho al pedir que fuera yo a Roma
para semejante encargo y también le pedí a Dios
con toda mi alma que me ayudara porque tenia temor, quizá
temor de lo desconocido.
Al día siguiente que Rosario se fue a "Gaztelueta",
yo hablé con Dorita y aún recuerdo la pregunta
que le hice:
-Dime, Dorita, ¿cómo es el Padre realmente,
tú que le conoces?
Ella se echó a reír y me dijo:
-Vivir cerca del Padre es duro porque es muy exigente. -Y
siguió-: La que le conoce muy bien es Encarnita Ortega,
que es la directora de la casa allí. Por ejemplo: yo
vi un día que Encarnita le dijo: "Padre, le ha
llegado esta carta." Y junto con la carta Encamita le
entregó unas tijeras y un abridor de cartas para que
el Padre pudiera escoger lo que prefiriera para abrir aquel
correo.
Aquello nunca se me olvidó.
Debí de dejar Bilbao hacia el 8 o 9 de abril, no recuerdo
bien, llegando a Madrid al día siguiente a fin de preparar
mi visado italiano, ya que mi pasaporte lo tenía al
día.
Viendo con la perspectiva de los años aquel momento
en que me anunciaron mi marcha a Roma, comprendo que yo era
más una numeraria del Opus Dei que una persona corriente.
Con esto quiero decir que yo estaba dispuesta a lo que fuera
con tal de no ya cumplir la voluntad de Dios, sino "la
voluntad del Padre". Esto es una de las cosas que cuando
uno se convierte en una fanática del Opus Dei sucede:
la voluntad de Dios no cuenta tanto porque lo que cuenta es
"la voluntad del Padre", lo que "el Padre dice",
lo que al Padre "le da alegría". Es decir,
es como si la adoración debida a Dios, al adquirir
el "buen espíritu del Opus Dei", se cambiara
por "la voluntad de monseñor Escrivá".
Es un identificar al Padre como a alguien semejante a Dios.
La forma de culto al fundador se imprime de tal manera en
las numerarias "con buen espíritu" que sus
almas llegan a moldearse y por tanto a formar la esencia de
su vida interior de esta manera: lo importante es agradar
al Padre porque así se agrada a Dios y no a la inversa.
Esta faceta es idéntica en cualquier secta que podamos
analizar actualmente, desde la triste tragedia de Guayana,
con Jim Jones a la cabeza, hasta la tan discutida de Rajnesh,
cuyo líder murió hace algunos años, o
la secta del reverendo Moon, por enunciar tres ejemplos extremos.
Y ésta es la tragedia del Opus Dei: que si bien esas
sectas, que a modo de ejemplo enuncio, se consideran como
islotes en el mundo de las religiones, sin pertenecer a ninguna
en panicular, el Opus Dei es, ni más ni menos, tenemos
que admitirlo, una secta también, pero nada menos que
en el seno de Nuestra Santa Madre, la Iglesia Católica.
El hecho de que el Opus Dei haya recibido todas las aprobaciones
de la Iglesia: primero como Instituto Secular (2 de febrero
de 1947); luego la aprobación a perpetuidad de sus
Constituciones como tal Instituto Secular (16 de junio de
1950); y el 29 de noviembre de 1981 el cambio jurídico
de Instituto Secular a Prelatura Personal, nada de ello excluye
su carácter netamente sectario.
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