Tabaco,
tertulias, tonterías y vida en familia
Enviado por fede el 7 de noviembre de 2003
No sé si ahora será distinto, si habrá
más respeto hacia los que no fuman, si habrá
o no centros distintos para fumadores y no fumadores. Supongo
que, como con tantas cosas, poco a poco irá imponiéndose
el sentido común. Que se imponga el sentido común
es algo que lleva su tiempo, porque antes de ser "común"
no es tal, sino sentido "particular" de unos u otros.
Si hay suerte (Dios lo quiere, la naturaleza colabora y los
presentes no lo impiden), algunos "unos", que quizá
sufren una situación sin resignarse a ello, acaban
haciendo ver a otros la lógica de su posición
y eso se acaba reflejando también en normas legales
y reglamentarias, como en la prohibición legal de fumar
en determinados lugares y circunstancias. En cambio, algunos
"otros", a quienes domina o ciega su adicción
al tabaco (tabaquismo), pueden llegar a considerar que es
el no fumador el agresor, el que viene atacando y violentando
con su pretensión de que no se fume en determinados
lugares y circunstancias.
(Excurso con hipótesis: si cada vez que alguien encendiese
un pitillo, otro diese un bocinazo, y siguiera dando bocinazos
mientras el fumador siguiera fumando, ¿quién
molestaría o provocaría a quién? ¿Por
qué uno sí y el otro no? ¿Es que la contaminación
por gases es menos molesta o menos qué que la acústica?
Hipótesis osada: ¿y si en vez de dar bocinazos,
el otro se tirase pedos? ¿Quién molestaría
a quién? En serio, ¿cuál es la diferencia?
¿Existe alguna distinta de la composición de
los gases? Llevo años formulándome la pregunta
y sin encontrar respuesta.)
En la sociedad política podrá ser sancionable
fumar en determinados lugares y circunstancias, pero en la
Obra, al no existir (al menos antes) un "criterio interno"
al respecto (salvo que las numerarias no fumen), la incivilidad
de los fumadores empedernidos puede llegar a alcanzar cotas
muy altas. En la Obra, el tabaquismo ha sido un vicio tolerado
y hasta fomentado (lo del reparto de tabaco "gratis"
los "días de fiesta", ¡manda huevos!;
ni Philip Morris, hoy Altria, se atrevería a tanto).
Y ha sido un vicio tolerado a costa del padecimiento de quienes
no fumamos. En mi caso, padezco sinusitis crónica alérgica
inducida por el producto de la combustión de algunos
componentes del papel de los cigarrillos (los puros no me
afectan, pues). Una tontería, vamos, en comparación
con enfermedades "serias", que hace que me dé
cierta vergüenza contar mi historia. Pero, como creo
que algo puede aportar, la contaré.
Al llegar al "centro de estudios", mi vida cambió
drásticamente. Y lo hizo porque tuve que empezar a
soportar dos tertulias diarias en una habitación de
apenas 10 metros cuadrados, en la que nos hacinábamos
malamente 15-18 personas. Más de la mitad de los numerarios
de mi grupo fumaba; algunos, como cosacos. Por el clima del
lugar, lo habitual era que "no dejasen" abrir la
ventana (la puerta, en ningún caso, porque había
otra tertulia en la habitación de al lado y podíamos
"molestar"). Mayoritariamente, los fumadores se
quejaban de que, si se abría la ventana, entraba frío
(o, según la estación, calor). Y siempre estaba
el que no fumaba pero toleraba bien el humo y abrir la ventana,
en su caso, también le "condenaba" a pasar
frío o calor. El ambiente se hacía absolutamente
irrespirable y la visibilidad se reducía notablemente
por la densidad del humo. El olor que impregnaba permanentemente
los cojines, el sofá, las cortinas y los libros de
esa habitación, apestoso y repelente. Lo peor, claro,
la ropa y la propia piel. La reacción (quien prefiera
no leer por qué soy un filón para las farmacias,
puede pasar al párrafo siguiente; no, tranquilos, no
hice quebrar la caja del centro: las medicinas me las compraron
casi siempre mis padres); la reacción, digo, aparte
prurito por todo el cuerpo (y "todo" quiere decir
"todo"), era una combinación de dermatitis
varias, pitiriasis, psoriasis y todo tipo de micosis, pues
mi piel estaba fisiológicamente destrozada y era pasto
de oportunistas. Además, sufría recurrente inflamación
de los senos nasales, intensa exudación, dolor de cabeza,
fotofobia y fiebre alta; sangraba por la nariz muchas noches,
etc.
Nada grave, cierto. Si sólo hubieran sido dos años,
quizá lo habría sobrellevado estoicamente. Pero
es que fueron 10 años de los casi 15 de numerario,
sin importar en qué centro viviese, incluidas convivencias,
cursos anuales y demás. Muchas veces pedí por
favor a los directores que no se fumase, que se fumase menos,
que permitiesen abrir ventanas o puertas o al menos me permitiesen
sentarme cerca de una ventana o puerta, aunque fuera semiencajada..
En muchos casos, me lo permitieron, aunque no dejaron de advertirme,
asombroso, que "eso podía significar poner barreras
entre yo y mis hermanos" y que podía "hacer
que se resintiese mi vida de familia". Cierto: mis gestos
de malestar y disgusto eran un incordio para otros y fueron
objeto de bastantes "correcciones fraternas" (intolerable,
sí, que la víctima encima se queje...). Alguna
vez, muy rara, cuando ya había pedido la dispensa de
vida en familia (por esta circunstancia y por las "reacciones
de rechazo" que tan bien refleja Aquilina en su testimonio),
me dispensaron de asistir a alguna tertulia o me permitieron
salir cuando yo mismo lo juzgase oportuno. Y he aquí
que el "buen espíritu" que llevaba dentro
hizo que, por mortificación, "aguantase"...
(si es que yo estaba completamente "amamonao", lo
admito).
En todo esto, yo era siempre el "rarito". No uno
de esos enfermos que son "el tesoro de la Obra",
sino el pesado ese que ya está otra vez con que le
molesta el humo y nos quiere fastidiar a los demás
con sus paranoias. Si muchos o pocos sólo se fumaron
en la tertulia cuatro pitillos en vez de cinco, haciendo un
sacrificio después de alguna indicación del
director, no lo sé, pero intuyo fácilmente que
alguna vez debió de ser así. Gracias desde aquí;
lo aprecio. Pero es que, para que se entienda mejor mi situación,
basta, para que se me produzca la reacción, ¡con
el humo que deja un fumador tras utilizar el ascensor sin
haber apagado el pitillo! Más todavía: ¡bastan
los restos de humo que quedan en libros muy expuestos al tabaco
de cigarrillos! Por eso he tenido que buscar un trabajo que
apenas me obligue a salir de casa, porque el "mundo exterior"
puede llegar a ser muy agresivo para mí y puedo acabar
en cama y con cuarenta de fiebre por una tontería de
bocanada de humo o, peor, pero confirmado, por buscar una
palabra en un diccionario.
Prácticamente todas las tertulias de esos 10 años
en los que hice "vida en familia" tuvieron su aspecto
de pequeño calvario. Si se supone que lo habitual es
ir a la tertulia, aparte consideraciones sobrenaturales, para
relajarse, distenderse, pasar un rato agradable..., yo fui
siempre con cierta mezcla de resentimiento y temor por lo
que se me avecinaba en cuanto el primero sacase un pitillo.
En perspectiva, todo esto es una tontería, desde luego,
y quizá motivo (como me espetaron, y ese es el verbo,
en más de una corrección fraterna) para dar
gracias a Dios por tanto "alfilerazo" ("pitillazo")
como ha puesto en mi camino para que me "santificase".
Pero no se lo deseo a nadie, de verdad. Los conceptos de "vida
de familia" y "cariño fraternal" para
mí, en este aspecto, fueron siempre una gran mentira:
nunca he entendido que, a sabiendas de mi enfermedad, comunicada
al director de cada centro en el que viví, me hicieran
a mí las correcciones fraternas por quejarme del humo
y en cambio "mis hermanos" siguiesen fumando aparentemente
tan tranquilos. Suena duro, ya, y anima más bien a
ponerse del lado de los fumadores, pero lo cuento como lo
siento.
En mi último curso anual, la persona con la que "hacía
la charla" llegó a sugerir que quizá yo
no tenía "vocación de numerario",
puesto que, argumento irrebatible, "por la enfermedad
que me cuentas (¡fue el primer director en llamarla
así!), no puedes vivir bien la vida en familia".
Claro, eso, convenientemente transmitido en una ficha, unido
al diagnóstico casi simultáneo que se me hizo
de personalidad anancástica, debió de encender
en alguien una bombillita para, ya al final, facilitarme la
"salida". Lo digo en broma, porque el asunto fue
más serio, como insinué
en otra ocasión, pero no deja de sorprender
que en tantos y tantos casos la "vocación"
pueda depender de tonterías como éstas.
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