Sinceridad
salvaje: peligroso dualismo
Tolorines, 14 de abril de 2004
Se ha hablado mucho en la página de la sinceridad "salvaje"
en la Obra. Últimamente se ha enriquecido la correspondencia
con precisos, concretos y "salvajes" correos en
ese sentido. Todos debemos aprender de Kapo
y de Gregory
P. que han puesto sobre el tapete cuestiones que en
la Obra pasan con cierta frecuencia y que se solapan sistemáticamente
con un confuso aderezo de falta de aptitudes, de "mal
menor", de evitación de riesgos y de evitación
de escándalos que trasciendan más allá
de lo puramente interno.
En la Obra, por lo que recuerdo y por lo que se me ha recordado
desde la página, la sinceridad contiene una doble vertiente;
una que podríamos llamar "obligatoria", que
se manifiesta en la confesión sacramental, y otra que
denominaremos "conveniente y aconsejada" que encuentra
todo su apogeo en la charla fraterna. Mientras la "obligatoria"
es una exigencia intrínseca del sacramento de la penitencia
que determina su validez para el caso de pecados mortales
a la que, desde la Obra, no puede formularse limitación
alguna (no puede prohibirse confesarse con otro sacerdote),
la segunda, es decir, la aconsejada, la charla, no puede imponerse
con la invocación de precepto canónico alguno,
y siendo así, se estimula su práctica (obligatoria
de facto), desde la atalaya de la espontaneidad, de la mejora
del alma y de la vida espiritual, del empeño de realizar
un frente común, de estar instalados en un "mismo
idioma". Esta aparente naturalidad, que aquí sí
se presenta como virtud necesaria para la perseverancia, puede
ser analizada desde varias vertientes, todas, a mi entender,
cojas, estrechas y de no siempre eficacia infalible. Veamos:
1º).- El origen propiamente histórico de la
charla. La charla fraterna, redenominación de la
anterior "confidencia" y que en mi opinión
responde mejor a la praxis actual, puesto que las confidencias
son secretas "per se", nace, según el Fundador
(y así se nos explicó), de una forma espontánea,
no predeterminada, de la bondad de los primeros que acudían
al Padre a contarle sus cosas, porque él no podía
tomar la iniciativa por mor de lo que llamó el "muro
sacramental" (a los sacerdotes que colaboraban con Escrivá
los llamó "mi corona de espinas"). Atendiendo
a su origen, la charla fraterna no se una institución
impuesta por el carisma fundacional, sino que nace de los
mismos miembros de la Obra que necesitaban un lugar e idioma
común. Se trataba de hablar para mejorar, de corregir
lo mal hecho en definitiva. Atendiendo al origen de la charla,
pues, ésta no es una norma de la Obra, sino que se
incardina en esa categoría de etéreos contornos
que se conocen como "costumbres de la Obra". Ahora
bien, la palabra "costumbre", con el tiempo ha devenido
en lo que conocemos los juristas como costumbre, es decir,
una fuente del derecho que genera derechos y obligaciones.
La palabra "costumbre", por tanto, encierra un componente
coercitivo que trasciende a la sinceridad como mera virtud:
"se viene haciendo, se hace, luego es exigible".
2º).- La sinceridad como medio de alcanzar la perseverancia.
Se nos ha repetido hasta la saciedad que el cumplimiento de
las normas y la sinceridad salvaje en la charla son los presupuestos
de la perseverancia. Así formulado ese principio ,
parece indicarse que la sinceridad es exigencia previa para
el conocimiento de actos humanos que, como dice Satur, únicamente
pueden ser conocidos si su autor los revela, y desde ese conocimiento,
aplicar el remedio correspondiente. Los símiles de
medicina utilizados en la Obra no son infrecuentes. Quien
recibe la confidencia, debe situarse en un plano de franca
comprensión pues debe presuponer que quien le cuenta
algún acto desviado del espíritu o intrínsecamente
pecaminoso, lo hace desde el esfuerzo, desde la humildad,
y con el fin de que se le ayude ("contad primero lo que
quisieras que nunca se supiera"). Lógicamente,
contar un acto malo (e incluso muy malo), no convierte al
mismo acto en bueno, pero sí puede concluirse de quien
lo cuenta, desde la humildad, desde la dificultad de la lucha
ascética y desde su propia pequeñez, que estamos
ante alguien que quiere colaborar, que quiere corregirse y
que ha llevado a cabo el primer acto para conseguir erradicar
su tendencia o pecado: contarlo, expulsar el "demonio
mudo" el mismo que Cristo dijo que sólo Él
podía expulsar. No puede concluirse que el hecho de
contarlo (y sobre todo, de saberlo un tercero), implicará
la automática desaparición del problema, como
tampoco puede concluirse que, sabiendo el problema o la tendencia,
el mismo nunca tendrá solución. Ambos planteamientos
son una distorsionada y humana visión de la virtud
teologal de la Esperanza.
Por tanto, desde el punto de vista de la sinceridad como
virtud, se puede concluir que es sincero quien reclama ayuda,
o mejor, quien reclama ayuda no tiene más opción
que ser sincero. Desde esta óptica, y con muchos matices,
sí se puede afirmar que quien opta por no ser sincero
es que en realidad no precisa o menosprecia la ayuda del otro
y, consecuentemente, no perseverará en la Obra.
3º).- La sinceridad como instrumento para la toma
de decisiones. Este tercer aspecto es, tal vez, el más
conflictivo, el de mayor complejidad y el que peor "vende"
la Obra. Es la transformación de la charla como medio
reclamado por el fiel de la Prelatura para su mejora espiritual
en medio de obtención de datos para la toma de decisiones
acerca de la continuidad o no en la Institución. No
estamos ya ante un "aconsejar o recomendar", sino
ante un "juzgar". Y esa instrumentalización
de la charla comienza en su actual reglamentación,
precisa, concreta, espartana: su frecuencia, los temas de
dicción obligatoria, su complementación con
el sacerdote, su duración, el modo en que deben contarse
las cosas. No se habla ya de las bondades de la sinceridad,
del fecundo progreso de las almas sinceras. Ahora se habla
de la sinceridad, no como virtud que ayuda a la perseverancia,
sino obligación a partir de la cual se tomarán
decisiones jurídicas. Esa nueva ola jurídica,
coercitiva, impenitente de la charla fraterna es la que impidió
a Kapo
y seguramente al Alberto que menciona Gregory
P. continuar en la Obra y, quien sabe, si erradicar
por completo sus tendencias, o al menos que dichas tendencias
no se tradujeran en actos concretos. Alguien que cuenta algo
'terrible' y que lo hace para encontrar ayuda y se encuentra
con la puerta de la calle y sin soluciones más allá
de la puerta. Se me podrá decir que en el matrimonio
ocurre algo semejante: el marido arrepentido que le cuenta
a su mujer un "desliz" y que en lugar de comprensión
se encuentra con las maletas en la puerta. No es exactamente
el mismo caso, porque en el matrimonio existen unos derechos
y obligaciones también de carácter contractual
y unas consecuencias previstas para las infidelidades. La
esposa agraviada con el adulterio tiene el derecho a repudiar
a su marido y civilmente el derecho a instar el divorcio.
Pero sobre todo, en el matrimonio el haz de derechos y obligaciones
son EQUIVALENTES, exigibles y ejercitables en un mismo plano
de igualdad. El adúltero sincero y arrepentido ha cercenado
su propio contrato y el agraviado puede romper ese contrato.
En la Prelatura (salvo alguna excepción que, conforme
al derecho interno, sí podría acarrear la expulsión),
si lo contado en la charla no va más allá de
debilidades "ascéticas", aunque sean materia
grave de confesión, no debe encontrarse con una primera
muestra de comprensión y posteriormente señalar
la puerta como única salida. A lo sumo, podrá
sugerirse, indicarse si tal vez no sería mejor PARA
SU ALMA, reordenar su vida en otro lugar, pero siempre desde
la personalidad y libertad de la decisión, por cuanto
se ha cumplido con lo establecido. Y eso es muy importante,
porque el bien del alma debería prevalecer por encima
del bien de la Obra, lo cual, como todos sabemos, no sucede.
¿Quién tiene que perseverar, fulano, mengano,
sutano o la Obra misma?
En definitiva, la charla fraterna ya no es sólo un
medio de ayuda a los fieles de la Prelatura, sino que, además
y muy principalmente, un medio de salvaguarda de los más
"altos intereses" de la Obra. No es un medio de
santificación, sino un medio de "depuración"
de elementos que no interesen. Tal vez por esa razón
es por la que algunos (como ya apunté en otro correo),
"explotan espontáneamente" con otros exmiembros,
colocando sobre el tapete cuestiones (muchas baladís)
que no merecen la atención de sus superiores pero que
seguro les preocupan.
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