SECTAS
CATOLICAS. EL OPUS DEI
ALBERTO MONCADA Sociólogo
Ponencia presentada al XII Congreso Mundial de Sociología,
Julio 90
Revista Internacional de Sociología Tercera Época
- n.º 3 - Septiembre-Diciembre 1992
1. IGLESIA CATOLICA Y SECTAS NO CATOLICAS.
A finales de 1989, la Iglesia católica española
elaboró un comunicado, poniendo en guardia a sus fíeles
contra las sectas, los nuevos movimientos religiosos de corte
oriental, que empiezan a proliferar en España. Dos
años antes, en noviembre de 1987, se había celebrado
en Barcelona el primer Congreso Internacional sobre sectas
y sociedad, cuyas actas reflejan el estado actual de la cuestión,
a juicio de expertos de varias procedencias, en especial Norteamérica,
donde parece que el fundamentalismo religioso y político
y la peculiar estructura de desintegración social,
con su modelo religioso "de mercado", entre otras
causas, han hecho proliferar estos fenómenos.
La importación a Europa de tales modas provocó,
en 1984, una resolución del Parlamento Europeo, animando
a los Gobiernos a tomar medidas de identificación de
esos grupos y de protección de sus clientelas inermes,
especialmente niños y jóvenes. El propio Gobierno
español creó, en 1988, una Comisión parlamentaria
al efecto, cuyo dictamen, aprobado por el pleno del Congreso
de los Diputados, propone una serie de actuaciones, en línea
con la resolución del Parlamento Europeo.
La reciente declaración de la Iglesia española,
parecida a la que hicieron en 1983 los obispos del Oeste de
Irlanda, y que recoge anteriores documentos eclesiásticos,
tiene tres aspectos principales. Por una parte, asume la doctrina
sociológica común respecto a la naturaleza y
peligros de las sectas. Por otra, se duele de que sea, en
ocasiones, su propia incompetencia, la que lleve a tantos
católicos a buscar en las sectas lo que la propia Iglesia
les debería proporcionar y, finalmente, trata de poner
distancia entre ella y esos nuevos movimientos religiosos,
como les llama, sin duda, para escapar de la más difamatoria
calificación de secta.
La especulación sobre la raíz cristiana del
sectarismo contemporáneo ha producido algún
análisis europeo, como el reciente de Massimo Introvigne:
"La sétte cristiane" (Mondadori, 1989), que
complementa los realizados mayoritariamente por autores norteamericanos,
en relación al sincretismo cristiano oriental de estos
fenómenos y su conexión con las circunstancias
sociales de la época y, en especial, con los movimientos
nostálgicos, "revivalistas", de los nuevos
fundamentalismos occidentales.
En el texto eclesiástico español se aprecia
también una preocupación estratégica.
En España, como en otros países tradicionalmente
católicos, la Iglesia asiste a un desarrollo creciente
de cultos, más o menos cristianos, frecuentemente sincréticos,
que practican un apostolado populista, sobre todo entre sus
fieles del mundo rural. Es algo que siempre ha existido, en
el Caribe, en Brasil, pero que ahora tiene una connotación
más norteamericana, más protestante. El ejemplo
podría ser lo que ocurre en México y, en menor
medida en Centroamérica, donde los Testigos de Jehová
y otras organizaciones parecidas, captan clientelas importantes
del catolicismo rural, apostando a las ansias de piedad emocional,
de pertenencia comunitaria, de esas gentes. La Iglesia Católica
se dirigió en su día al Gobierno mexicano para
que reprimiera esas actividades, aunque dicho Gobierno, tradicionalmente
anticlerical, estaba más interesado en impedir las
tendencias antinacionalistas de la indoctrinación sectaria,
que en obstaculizar su función compasiva. Incluso el
último viaje del Papa a México se ha interpretado
en esa clave de "marketing" confesional.
De hecho, lo que ocurre es que la Iglesia católica
oficial ya no tiene tanta influencia rural, por la escasez
de sacerdotes y otras causas, entre ellas, especialmente,
la obsesión doctrinal del Vaticano contra los teólogos
de la liberación, comprometidos políticamente
con los pobres.
Justamente esa es la distinción que hacen algunos
sociólogos de la religión entre los nuevos movimientos
religiosos, entre unas y otras sectas (Vid. C. Coulter. Are
religious cults dangerous?, Mercier Press, 1986). Las de base
protestante se dirigen principalmente a clientelas pobres.
Las de base católica, aunque comparten con las anteriores
algunos trazos, como un pietismo de corte sentimental, tienden
a fortalecer las querencias clasistas y tradicionalistas de
sus miembros.
2. SECTARISMO CATOLICO. EL OPUS DEI
Ni la Iglesia española ni la sede romana han abordado
el sectarismo intraeclesial. Hay una cierta literatura teológica,
cercana a la sociológica, que contempla la fenomenología
grupal intraeclesial, a partir de la conocida tesis weberiana
que contrapone iglesia a secta. Recientemente, el canadiense
Turcotte ha tratado de profundizar en el análisis de
Ernst Troeltsch sobre la dinámica grupal eclesiástica
(Paul André Turcotte, C. S. V, L'Eglise, la secte,
la mystique et l'ordre religieux, en Eglise et Théologie,
20, 1989). Pero una cosa es la especulación y otra
el gobierno. El centralismo vaticano no permite disidencias
grupales, los fundamentalismos y grupos radicales de derecha
son tolerados si son fieles a Roma, y los movimientos contestatarios,
como el reciente de Lefebvre, más fundamentalista que
sectario, o son reconducidos o apartados de la comunión
apostólica. En ello juegan también razones de
política eclesiástica que, hoy, por ejemplo,
tiende a proteger a instituciones que, como el Opus Dei, presentan,
en su evolución histórica, un carácter
crecientemente sectario. Cuando obispos católicos,
como el de Londres, testigos y críticos del sectarismo
opusdeista, han tratado de influir en Roma para controlarlo,
no han encontrado interlocutores propicios más que
en privado.
Hay que reconocer, además, que sociedades como la
española, donde el propio Opus Dei nació y se
ha desarrollado principalmente, no parecen muy dispuestas
a encararse con esos fenómenos castizos de la misma
manera que lo hacen con las sectas de importación.
Los propios analistas españoles del fenómeno
muestran esa especie de timidez inducida por las circunstancias.
De los dos últimos libros aparecidos en el mercado
(Pilar Salarrullana. Las sectas. Un testimonio vivo sobre
los mesías del terror en España, Ediciones Temas
de Hoy, 1990, y Pep Rodríguez. El poder de las sectas,
Ediciones B. Zeta, 1989) sólo el segundo caracteriza,
muy de pasada, actividades de la Obra como sectarias.
Pero lo cierto es que, con cualquiera de los criterios científicos
en uso, e incluso con la propia definición de la Iglesia
española ("Grupos sin voluntad de diálogo,
que hacen proselitismo sin escrúpulos y se resguardan
en la ambigüedad y el misterio"), el Opus Dei es
perfectamente incorporable a esa lista de sectas peligrosas
que figura en los libros publicados y que, en algunos países,
sirve de referencia para la actuación del poder civil
en ayuda de sus victimas.
Bien es verdad que el carácter sectario de la institución,
que estaba de forma germinal en el diseño fundacional,
se ha ido acentuando con el tiempo, especialmente en el proselitismo
infantil. (Vid. Alberto Moncada. Historia
oral del Opus Dei, Plaza & Janés, 1986)
3. LA EVOLUCION DEL OPUS DEI
En el Opus de la primera hora, años treinta y cuarenta,
la oferta de Escrivá, ejemplificada doctrinalmente
en el libro del fundador, "Camino", y traducida
a táctica apostólica, consistía en invitar
a jóvenes universitarios a recristianizar la ciencia
y la cultura españolas, castigadas, a su juicio, por
el europeismo y la modernidad intelectual que se convirtieron
en objetivo fundamental de ataque del bando vencedor en la
guerra civil. En ese sentido, los prosélitos de Escrivá
eran principalmente varones jóvenes con estudios universitarios
completados o iniciados, que se dedicaban, mayoritariamente,
a la actividad académica y que competían, a
veces ásperamente, por las cátedras y las plazas
de investigación de la enseñanza superior española.
El modelo de numerario era un intelectual de buenos modales.
Para subrayarlo, y de acuerdo a las primeras Constituciones,
hacía falta tener título universitario para
incorporarse a la Obra. Las mujeres, destinadas a la intendencia
doméstica, sólo debían poseer esa suma
de virtudes burguesas, que Escrivá resumía en:
"Basta que sean discretas".
A mediados de los años cincuenta aquello cambió
por razones conocidas. Escrivá necesitaba poder y dinero,
tanto para alimentar su expansión apostólica,
como para responder con fuerza a los grupos antagónicos
y, sobre todo, para luchar, desde una plataforma más
contundente, por la aprobación vaticana. A tal fin,
los superiores organizaron la promoción de gentes de
confianza, numerarios solteros y, también, supernumerarios
casados, a zonas de la economía y de la política
española y, más adelante, italiana, portuguesa,
francesa, latinoamericana.
El socio paradigmático, entonces, ya no es el intelectual
académico sino el ejecutivo mercantil, el gestor. La
transformación coincide con el relativo fracaso de
la operación intelectual, al acentuarse las censuras
doctrinales al pensamiento de los socios y carecer éstos,
también por las urgencias de la labor apostólica,
de un ambiente propicio a la investigación creadora.
El cambio de arquetipo rompe, también, el esquema
de observancia diseñado por Escrivá para los
solteros. El numerario del Opus está obligado a observar
unos preceptos, unas prácticas, calcadas de la vida
de perfección de instituciones religiosas, como la
Compañía de Jesús. No en balde Escrivá
se había dirigido espiritualmente con los jesuitas.
El numerario del Opus Dei tenía, tiene, que llevar
una extensa e intensa vida de rezos y otras observancias,
con votos muy estrictos de pobreza -entrega de ingresos y
control de gastos-, castidad y obediencia- intelectual, en
la aceptación de la indoctrinación ideológica,
y práctica, en la manera de organizar su vida, su profesión.
Aquello no era muy difícil de conseguir cuando se trataba
de estudiantes o profesores, pero comenzó a serlo con
comerciantes y políticos.
Ahí empezaron las dificultades internas, de solución
de conflictos de observancia y contabilidad, y externas, de
atribución a los superiores de los compromisos políticos
y comerciales de los socios. Esa es la sustancia de la crítica
generalizada contra la Obra, en los años sesenta, que,
acusada de complicidad con el franquismo político y
de solidaridad con el capitalismo de la época, ve en
peligro su status canónico y su imagen social.
Por ello, y también por razones de oportunidad, en
los años setenta, el Opus abandona la actividad comercial
directa -las llamadas obras comunes o sociedades auxiliares-
trata de reconducir su régimen externo, y se concentra
en dos nuevas actividades: la educación de los menores,
que era nueva en el sentido de que Escrivá no la contemplaba
en su fundación, aunque terminó estimulándola,
y la apología del catolicismo tradicional.
La asunción de estas nuevas metas coincide con una
cierta retirada de congregaciones, como los propios jesuitas,
de la educación de las clases acomodadas, donde el
Opus los reemplaza, y con la llegada a la sede romana, ya
muerto Escrivá, de un Papa favorable, que concede el
deseado status de autonomía eclesiástica y utiliza
el Opus, junto al novísimo movimiento populista, Comunión
y Liberación, como puntas de lanza de su neoconservadurismo
doctrinal.
4. EDUCACION Y SECTARISMO
Precisamente un subproducto de su dedicación a la
enseñanza es la oportunidad que se abre a los opusdeistas
de hacer proselitismo en sus colegios, con niños y
niñas, compensando así la pérdida o disminución
de la clientela universitaria, menos proclive hoy a entrar
en el Opus o en cualesquiera otra organización parecida.
A los niños, cuya educación se les confía
por padres y madres más o menos conservadores, amigos
de la vieja disciplina pedagógica, cuando no ellos
mismos miembros del Opus, se les puede influir así,
desde pequeños y acercarlos a la vocación, en
la tradición de otros tutores eclesiásticos,
cuya estrategia era mal vista por el Opus de la primera época.
La expectativa de una mayor eficacia revoca, por tanto, las
primeras normas precautorias del proselitismo, que hoy se
produce, mayoritariamente, no entre universitarios, ni siquiera
entre bachilleres, sino con alumnos de primaria, a los que
poco a poco se les va preparando para su incorporación
definitiva al status de célibe opusdeista. Y aunque
es verdad que esta incorporación no puede oficializarse
hasta los dieciocho años, de acuerdo a criterios canónicos
y civiles de carácter general, la praxis opusdeista
sabe combinar, en éste como en otros aspectos de su
actividad, un respeto externo por las normas con un pragmatismo
operativo que permite, por ejemplo, enganchar a los menores
en una complicidad emocional con su propia dependencia, a
la vez que mantener, frente a los padres preocupados por la
precoz decisión, una afirmación de neutralidad
y buen hacer, en favor de la libertad de los afectados.
"Para ello, se ha producido, incluso, un pequeño
cambio jurídico-cuenta Javier R, un universitario,
que entró en la Obra a los dieciséis años
y salió cinco años después- Ahora existe
el status de numerario aspirante, en el que se entra a los
dieciséis años, pero, en realidad, el lazo es
el mismo".
En el escenario, y a partir de la expansión escolar
de los años ochenta, se produce el caldo de cultivo
del sectarismo de menores, que tiene también una versión
adulta, al recoger el Opus parte de esa clientela católica
remisa a abrirse a las enseñanzas del Concilio Vaticano
II y más cercana a los esquemas de fidelidad emocional
y catolicismo militante, que parecían descartados por
la Iglesia anterior al Papa polaco, pero que hoy han sido
asumidos por éste.
Los vaivenes de la estrategia opusdeista desconciertan incluso
a sus viejos militantes. "El padre nos dijo explícitamente
que la Obra no tendría colegios ni empresas propias
y, a poco de morir él, lo único notorio del
apostolado es la dedicación a la enseñanza,
y lo más llamativo de la imagen pública, la
cantidad de gente reunida en tomo a las aventuras comerciales
y políticas que se montaron en los años cincuenta",
confiesa uno de esos socios de la primera hora, apartados
voluntariamente del nuevo espectáculo.
Porque, a la luz de la primera experiencia, tan chocante
resulta contemplar a viejos catedráticos, dispuestos
en su día a la redención intelectual de España,
persiguiendo hoy a jovencitos que pueden ser sus nietos, en
un curioso ejercicio de pederastía espiritual, como
ver ocupada la patronal bancaria española por esos
numerarios solteros, cuyos votos de pobreza y de castidad,
por no hablar del de obediencia, terminan siendo funcionales
a la buena salud del sistema financiero.
Cualquiera sean los meandros de la historia opusdeista, el
carácter sectario de su ejecutoria se destaca, por
observadores de dentro y fuera de la Iglesia, como la principal
definición de la nueva etapa.
5. PERFILES DEL SECTARISMO OPUSDEISTA
Como se puso de manifiesto en el Congreso de Barcelona, el
principal peligro del sectarismo reside en que, en puridad,
representa un reduccionismo de tendencias muy profundas de
la naturaleza humana, como la necesidad de pertenecer, y también
que, de una u otra forma, casi todas las agrupaciones sociales
contienen ciertos atributos de connotación sectaria.
Y cuando el sectarismo tiene base religiosa, las posibilidades
de su implantación en mentes, no necesariamente débiles,
son mucho mayores. La especial situación psicológica
de los menores, por su falta de experiencia, credulidad más
explotable e idealismo sin madurar, acrecienta ese riesgo
y, aunque el paso del tiempo y la lucidez sobrevenida, pueden
resolver los bloqueos y los conflictos producidos por la temprana
afiliación al Opus Dei, el saldo resultante para muchos
puede ser costoso, y, en algún caso, irreparable.
Como es el caso con las demás sectas, los directivos
del Opus apuestan a esa necesidad de pertenecer que, para
la mayoría de las personas, se evacúa de modos
normales, como la familia natural, los amores, las amistades,
la filiación política, las asociaciones voluntarias.
Para el socio célibe del Opus, la organización
cumple todas esas funciones y ello está especialmente
caracterizado por la definición habitual que de la
Obra hacen sus corifeos.
"La Obra es, sobre todo y ante todo, una familia".
La aplicación de los lazos y las lealtades familiares
a otros grupos sociales no es un invento de Escrivá.
Es una manera, simplificada, de inducir a la cohesión
grupal que ha sido utilizada, tanto por organizaciones que
tratan de explotar la adhesión incondicional de sus
miembros, como por las subculturas privadas de dominación.
La mafia italiana, por ejemplo, ha servido, tanto para sustituir
a los poderes políticos en el subdesarrollado Sur,
como para montar un ejército secreto que garantizara
el suministro de bienes y servicios ilegales a la Norteamérica
urbana.
La hipótesis de la familia es básica para entender
la ideología y el funcionamiento del Opus. El jefe
máximo es el Padre y, después de muerto, así
se llaman los que le sucedan. En el fondo de las razones para
hacer lo que hacen, los socios aluden a esa ligazón
primaria, y la consecuencia principal de ello es disminuir
la racionalidad, la juridicidad, de los pactos internos y
de las actividades externas. "Lo ha dicho el Padre, el
Padre lo quiere", son argumentos legitimadores de gestiones
más que cuestionables moralmente.
Como al Padre, y a los que están en su lugar vicariamente,
hay que prestarles acatamiento, hasta "la rendición
del juicio", la negación de los derechos individuales
es obvia. "El único derecho de los socios de la
Obra es cumplir con su deber", reza una de las máximas
de Escrivá, en la que combina el diseño familiar
con la connotación castrense, que le era también
muy cercana. "Los militares, por el sólo hecho
de serlo, tienen ya la mitad de nuestra vocación",
solía decir.
El doble juego del paradigma familiar y militar se traduce
en el establecimiento de un sistema organizativo, a la vez
informal y férreamente jerárquico. Los procesos
de adopción de decisiones, de creación de la
opinión interna, la naturaleza del lazo entre jefe
y el súbdito, etc, son claramente autoritarios y monodimensionales.
Como en el Ejército, "el conducto reglamentario"
es el modelo de comunicación.
La estructura familiar, de corte burgués, de la Obra,
se pone también de manifiesto en las circunstancias
cotidianas de la convivencia, derivadas de la obligatoriedad
de la "vida de familia" para los numerarios. Por
ejemplo, al no haber resuelto la gestión de las tareas
domésticas en la forma tradicional de las organizaciones
religiosas de varones, con frailes y legos, ni tampoco inculcar
a sus socios masculinos los rasgos de la autosuficiencia inevitable
en la vida moderna, Escrivá trató de canonizar
el servicio doméstico femenino, al escribir en las
primeras Constituciones que las mujeres de humilde condición
que hacen las faenas domésticas en las casas de los
numerarios, "son y se llaman sirvientas", como en
una especie de estado de perfección servil. Y, aunque
el término ha desaparecido, la forma de tratar a las
criadas, mezclando el paternalismo con la negación
de derechos, especialmente económicos, persiste. (Véase
declaraciones de María del Carmen Tapia, en Historia
oral, citada)
La utilización del concepto de familia identifica
también al Opus Dei con las organizaciones fundamentalistas
occidentales, que parecen aspirar a sustituir la trama de
la sociedad moderna, compuesta por individuos, por la negociación
entre familias y clanes. Es, en último término,
la nostalgia del viejo orden, de la Cristiandad medieval,
que late también en la afirmación orgánica
de tantas otras sectas.
Desde otra perspectiva, la hipótesis de la familia
como agencia económica y social forma parte de la actual
campaña conservadora por la disminución del
papel de los poderes públicos. E igualmente esa hipótesis
de que el hombre es funcional a su recinto doméstico
explica la doble moral de tantos fundamentalistas, ignorantes
o ilustrados, implacables censores de los vicios privados,
aunque caigan con frecuencia en ellos, y tolerantes con los
públicos. "¡Cuantas veces me he escandalizado-cuenta
un ex-confesor del Opus- de que los supernumerarios justifiquen
sus inmoralidades profesionales, su agresividad mercantil,
sus delitos fiscales, con la necesidad de alimentar y mantener
el nivel de vida de su numerosa familia!".
En parecida actitud, algún obispo se ha quejado de
que en esas audiencias multitudinarias en las que el Papa
polaco exhibe sus buenas dotes de actor, la "misse en
scene" consista en cantos y llamadas de exaltación
a la familia, a las tradiciones, ante una audiencia juvenil
enfervorizada y con frecuencia aglutinada por gentes del Opus.
Es una especie de cultivo de la puerilidad que, justamente,
y como en las demás sectas, está en el núcleo
de la indoctrinación opusdeista, con el nombre de "infancia
espiritual" (Escrivá, Camino, n° 859 y sgtes).
Pero la puerilidad de los adultos, que suele formar parte
de la dinámica emocional de los totalitarismos, termina
siendo cómica, mientras que la corrupción de
los menores resulta, a veces, trágica.
Como explican tantos que han abandonado la Obra, los directivos
de ésta tienen el mismo concepto reduccionista, autoritario,
de la estructura interna de las otras sectas. Basta llevarle
la contraria al mando o tener una opinión personal
sobre el apostolado, o poner en cuestión doctrinas
o tácticas, para que los que hasta entonces se llamaban
tus hermanos se conviertan en tus delatores o incluso en tus
enemigos, cuando no en indiferentes hacia quien había
sido su compañero por años. En la obra, las
lealtades sólo funcionan en sentido vertical y las
conversaciones entre "hermanos" deben dejar siempre
a salvo la hegemonía del mando. Los comentarios críticos
son "de mal espíritu" e incluso, las afinidades,
originales o sobrevenidas, deben suprimirse, evitando hasta
la apariencia de las "amistades particulares". Ello
engendra, como en tantos conventos de frailes y monjas, en
tantas organizaciones formalizadas de solteros, hipocresías,
fingimientos y duplicidades constantes.
En el régimen de vida de los numerarios del Opus hay
todo un rosario de prescripciones y costumbres parecidas a
las de las demás sectas. Desde la disciplina doméstica,
hasta el ahogo, al control externo, hasta la vigilancia policíaca.
Muchas de las normas, como la prohibición de tener
secretaria los varones, o de frecuentar lugares públicos
de ocio, incluso estadios deportivos, o de fumar o llevar
pantalones las mujeres, no dejan de ser pintorescas aplicaciones
al hombre, a la mujer opusdeista, de los prejuicios culturales
del Fundador, de sus obsesiones. Más graves son las
que afectan a la dependencia económica y espiritual.
Los numerarios del Opus entregan todos sus ingresos, incluyendo
el patrimonio heredado, a la organización, y ésta
autoriza y controla sus gastos. Y, aunque, por la presión
de las circunstancias, se aceptan ciertas corruptelas, en
beneficio de los socios comerciantes o profesionales, la gran
mayoría vive un régimen de escrupulosa contabilidad
y control por los superiores, que incluye la prohibición
de disponer de cuentas bancarias propias y la obligación
de hacer testamento a favor de la Obra, por fiduciario interpuesto.
La obligación de testar a favor de otro numerario,
que acompaña a la ceremonia de la fidelidad, o votos
perpetuos, produce algunos resultados chuscos. Como se suele
testar a favor de numerarios mayores y seguros, algunos socios,
como por ejemplo, Rafael Termes, expresidente de la patronal
bancaria española, resulta beneficiario de una parte
importante de los testamentos opusdeistas.
Cualquier parecido entre esta situación y la de "fieles
corrientes", con libertad y autonomía absolutas,
que aseguran gozar sus miembros, es risiblemente insultante.
"¿Cómo puede presumir de libertad quien
acepta incluso que sus jefes lean antes que él las
cartas que recibe?", se extrañaba recientemente
el padre de un numerario, enfadado al ser informado de tan
peculiar costumbre.
El control de las autoridades opusdeísticas se extendía
también a la mayoría de las empresas en que
trabajaban los socios. "Desde Roma se nos pedían
minuciosas cuentas contables y doctrinales de las empresas
comunes", explica José de Saralegui, un exnumerario
que se ocupaba en la Obra de las empresas de prensa (Vid,
Historia
oral. Citada). A partir de los cambios introducidos en
los años setenta, el control afecta solamente a una
parte, las declaradas corporativas, aunque pocas diferencias
se observan entre un colegio declarado como tal y otro, administrado
por los socios para una dirección y clientela propicias.
"Fue imposible, tanto por las presiones del Padre para
conseguir financiación urgente, como por las propias
ambiciones personales de los protagonistas", confiesa
Antonio Pérez, uno de los más importantes dirigentes
de la primera hora (en Historia
oral. citada). La contribución de los políticos,
profesionales y comerciantes del Opus al fortalecimiento de
la versión más primitiva del capitalismo, consta
en la cercana historia de países como España
o Chile y está en la línea de la vieja colusión
entre el capital y los intereses eclesiásticos denunciada
por el profetismo evangélico. Pero tampoco ello es
demasiado importante, salvo para configurar el perfil profesional
y social del miembro adulto del Opus Dei que, tras su indoctrinación
infantil y juvenil, no suele tener preocupaciones de transformación
de la convivencia ni se incorpora a la lucha sindical, ni
siquiera participa en causas de beneficencia pública,
sino que es más frecuente verle en los consejos de
administración de bancos e industrias, en el trozo
más corporativista de las profesiones y en los partidos
y gobiernos de derechas, además de en cuarteles y escuelas.
Las mujeres, por su parte, solteras o casadas, profesionales
o amas de casa, giran en tomo a ese modelo de fémina
burguesa que ejemplifica la revista española "Telva",
confeccionada por ellas.
Pero lo verdaderamente sectario es la biografía espiritual.
Desde que entra en la Obra, el socio tiene prohibido confesarse
con otros sacerdotes que no sean los de la institución,
habilitados para ese fin. Una larga literatura sobre el "buen
pastor" y la consigna de "lavar los trapos sucios
en casa", legitima el cierre de la conciencia de los
socios hacia afuera y hace más sencillo el control
mental por los superiores. Los sacerdotes del Opus emplean
además la información recibida en el confesionario
para diseñar la estrategia a seguir con los candidatos,
en una peculiar interpretación del secreto de confesión.
Para cerrar aún más el círculo de la
dependencia mental y la lealtad grupal, todos los socios deben
hacer una "confidencia" semanal con el director
de la casa o centro, el "jefe" civil, de naturaleza
análoga a la confesión, en la que se estimula
la sinceridad más detallista hacia personas carentes
de ordenación sacerdotal y, con frecuencia, también
de experiencia.
El culto a la confesión se glorifica en la basílica
de Torreciudad,
(Aragón), donde hay cientos de confesionarios y se
exhorta a todos los que peregrinen a este peculiar lugar de
exaltación del Padre a que la confesión sea
la culminación de esa excursión espiritual.
"Es, en cierto sentido- comenta un psiquiatra conocedor
del tema- consecuencia del clima de culpabilidad que mantiene
los cultos fundamentalistas. Tener mala opinión de
uno mismo, confiar en que sólo la ayuda externa puede
hacer que uno se porte bien, la autohumillación como
táctica grupal, son rasgos típicos del sectarismo
que, en los católicos, influidos por el agustinismo
moral, conduce a esa práctica de la confesión
frecuente como autoinculpación permanente, que termina
convirtiéndose en una adicción de dependencia,
y produce, por una parte, un acusado pesimismo antropológico
y, por otra, un tipo de persona sin escrúpulos morales,
porque todo tiene arreglo con la confesión".
"Por lo que se refiere a exnumerarios del Opus, -continúa
el psiquiatra- yo he tenido en mi consulta a hombres que han
llegado a los treinta años en la creencia de que su
mayor pecado, su mayor infracción del orden moral,
era la masturbación. En ocasiones he tenido que proceder
a una verdadera reconstrucción de la conciencia moral
en personas que no han estado acostumbradas a ejercitar opciones
éticas en un contexto social, de intereses intersubjetivos,
que es donde adquieren relevancia psicológica. Son
gentes cuya entrega absoluta por años al juicio de
sus superiores les dificulta llegar a la madurez. En sus vidas
no habido esa normal "construcción social del
yo", y con frecuencia, por debajo de la entrega, lo que
hay, lo que resta, es un tremendo narcisismo, un infantilismo
ético, con déficits y carencias grandes. Por
otra parte, y aunque hay un sano ascetismo, sobre todo si
se trata de sacrificarse por los demás, las prácticas
ascéticas del Opus, para gentes que, en último
término, no tienen la tranquilidad de la vida conventual,
consisten en una serie de fastidios que, por mucho que se
sublimen, y salvo casos de una fuerte personalidad, terminan
produciendo tipos malhumorados, fácilmente excitables,
desquiciados, a fuerza de llevarse la contraria. Y, con frecuencia,
quienes lo pagan son los demás".
En mayo de 1990, contaba un exnumerario que, después
de largos años, había ido a confesarse con un
sacerdote de la Obra, antiguo amigo suyo. Al terminar, éste
le animó a volver e incluso le dijo: "Me llamas
incluso por la noche, si tienes problemas", aludiendo
a ese estado de ánimo culpable, que obsesiona a tantos
opusdeistas, en tomo a las poluciones nocturnas.
La incapacidad de los numerarios para entender y gestionar
su sexualidad, sus sentimientos, es similar a la de tantos
religiosos o célibes eclesiásticos que, al salir
de su estado, encuentran dificultades importantes para acoplarse
al emparejamiento o a las lealtades emocionales. "Incluso
pasé mucho tiempo hasta familiarizarme con mi cuerpo,
hacia el que tenía la típica reserva que se
nos aconsejaba en la Obra" -relata un exnumerario. ¡Y
esos mismos numerarios, muchas veces muy jóvenes, tienen
que aconsejar a los supernumerarios casados acerca de su vida
conyugal!.
La llegada a los poderes locales, por un inevitable reduccionismo
en la lealtad, de las personas más fanáticas
y más ordenancistas de la Obra, más cuanto más
jóvenes, conduce a auténticas violaciones de
los derechos humanos o, aún peor, a una sistemática
autonegación de tales derechos.
La dirección espiritual, en suma, se convierte en
un mecanismo de explotación de las energías
de los socios en beneficio de la Obra y sólo así
se entiende la expansión e intensidad de las realizaciones
corporativas en tan corta historia del grupo.
El precio es, naturalmente, la progresiva reducción
de las personas a ejecutores autómatas de una estrategia
monodimensional al servicio de los viejos intereses del catolicismo
más tradicional, tantas veces traducidos a los caprichos
y obsesiones del jefe de tumo. En la historia no escrita de
la Obra, hay un extenso inventario de las cosas que Escrivá
y otros superiores forzaron a hacer a tantos miembros de la
Obra, en nombre de la eficacia apostólica, del extenuante
proselitismo, de las urgencias económicas y que, enjuiciadas
con perspectiva histórica, eran puros ejercicios de
masoquismo corporativo.
El perfil del joven opusdeista, especialmente de esa gran
mayoría que, desde pequeños, entra en los circuitos
de indoctrinación y se dedica luego a la enseñanza
o a la burocracia interna, responde a las características
de lo que Hoffer llama "el verdadero creyente" (The
true believer, Harper, 1951). Desde una entrega incondicionada,
tiempo y agenda planificados en la "confidencia",
de los primeros años, el opusdeista va desarrollando
una actitud maniquea y simplificada de la vida, que le conduce,
entre otras obsesiones, a una extremada intolerancia.
En ello influyen también los preceptos internos sobre
adquisición de información. Los órganos
de dirección espiritual de la organización no
cesan de enviar a los centros y casas, documentos, papeles,
con "la buena doctrina" sobre los temas más
variados, para orientación de los socios.
A éstos les está prácticamente prohibido
leer nada, fuera de su especialidad profesional, sin permiso
de los superiores, e incluso lo profesional es matizado ideológicamente.
Recientemente, a un numerario que, por sus estudios, debía
leer el Manifiesto comunista, se le facilitó una visión
"expurgada" del mismo. El Índice de Libros
Prohibidos de la organización registra más entradas
que el abrogado eclesiástico. Existe un riguroso control
de los periódicos y revistas que entran en las casas
de la Obra ("del ABC para la derecha", comenta un
ex-opusdeista periodista español), los programas de
televisión son previamente censurados por el jefe de
la casa y las amistades fuera de la Obra se valoran, sobre
todo, en función del apostolado.
Estos preceptos obligan especialmente a los socios y asociados
solteros. Los casados, que constituyen esa "longa manus"
en la sociedad con la que Escrivá quería transformarla,
tienen un régimen algo más holgado, aunque,
dada la fisonomía espiritual del Instituto, no hay
entre ellos muchos intelectuales, artistas ni miembros de
profesiones críticas o creativas. Predominan los médicos,
los ingenieros, los abogados, los militares y los comerciantes.
Y al estar los casados dirigidos espiritualmente por los solteros,
terminan participando de sus prejuicios y obsesiones.
6. LOS PELIGROS DEL SECTARISMO
El paso del tiempo, en un escenario tan cerrado, va deteriorando,
hasta la esquizofrenia, la personalidad de quienes, se supone,
han de estar en medio del mundo. A ese respecto es interesante
anotar cómo el jefe de psiquiatría de la Clínica
Universitaria de Navarra en los años sesenta, miembro
del Opus él mismo, abandonó la Universidad y
la Obra por negarse a efectuar tratamientos conformistas y
tranquilizantes de cuantos socios llegaban allí con
una crisis biográfica. Las depresiones, angustias y
conflictos psicológicos y morales, son muy frecuentes
entre numerarios y numerarias, tanto por las represiones de
todo tipo que se administran cuanto por la necesidad de estar
constantemente fingiendo, dentro o fuera de la Obra. En España
hay psiquiatras "de confianza", especializados en
atenderlos y en esos depósitos de biografías
dañadas que son los sanatorios mentales empiezan a
abundar los numerarios y las numerarias del Opus, algún
sacerdote, cuyas fisiologías pasan la factura a una
psique manipulada.
Algunos médicos se asombran del "stress"
que padecen tantos chicos y chicas del Opus, pese a que su
dedicación principal es el estudio, y de que todos
insisten en la alegría de la entrega. "El stress
es una consecuencia, entre otras causas, del fingimiento constante
ante el exterior -acota el mismo universitario recién
salido-. Yo, por ejemplo, en los primeros tiempos, fui aconsejado
por mi jefe a decir a mis padres que por las tardes me iba
a estudiar a una biblioteca, cuando en realidad iba al club
del Opus. Y para hacer la mentira compatible con mi propio
sentido de la honestidad, cada tarde me dirigía a la
biblioteca y estaba allí minutos antes de marcharme
al Club. Esas pequeñas torturas cotidianas te van estresando
y, sólo al salirme, y después de consultar a
un psiquiatra, recuperé mi tranquilidad mental. Hace
poco leí el reciente libro de Steven Hassan: Las técnicas
de control mental de las sectas, y me recordó muchas
de las cosas que pasaban en la Obra".
La vida en común de solteros y solteras, en un modelo
de rigidez disciplinaria de corte conventual y castrense,
aunque con los signos externos de la burguesía, complica
aún más las cosas para quienes, externamente,
deben dar la impresión de ser ciudadanos corrientes.
"No soportaba la idea de hacerme viejo en ese ambiente"
era la razón que dio para su abandono un numerario
cuarentón madrileño. "Fingir estar alegre
y pasarte la vida llorando a solas ha sido uno de mis mayores
tormentos en el Opus Dei", confiesa una numeraria que
dejó la Obra a edad avanzada.
La tentación de suicidio, alguna vez intentado, es
referida por otros protagonistas (declaraciones de Miguel
Fisac, en Historia oral, cit.)
Estos costes psicológicos del sectarismo son la principal
plataforma de autocrítica de los socios solteros, y
se estima que, al menos ocho de cada diez jóvenes opusdeistas,
apenas llegan a una edad lo suficientemente madura como para
poder esclarecer sus propias contradicciones, abandonan la
organización, aunque ni el Opus ni la Iglesia facilitan
estadísticas sobre entradas y salidas ni casi sobre
ningún otro tema, y, menos, abren sus fuentes de datos
al observador externo.
Por otra parte, al estar mal vista la crítica interna,
y evacuarse ésta exclusivamente por la vía individual,
el resultado es la perseverancia de un tipo de persona que
valora más la lealtad que el raciocinio y tiende a
subrayar las facetas emocionales de su dedicación.
Ello se nota también en la calidad de la vida espiritual
opusdeística.
"Nuestra oración se reducía a pensar y
repensar las palabras del Padre, que prácticamente,
en la Obra, toma el lugar de Dios, y a hacer planes de apostolado",
declara una ex numeraria venezolana.
En el Opus hay pocos que destaquen públicamente por
esas virtudes evangélicas de mansedumbre, caridad,
pobreza y altruismo, que caracterizan a los cristianos que
abandonan sus egoísmos personales para darse a los
demás. Su elitismo personal y apostólico es
una explicación para ello, y así lo subraya
el perfil humano de los socios conocidos por el público.
"¿Y tu haces tantos sacrificios y tantos rezos
para terminar pareciéndote a...?", le reprochaba
recientemente un profesor madrileño a su joven numerario,
citándole a un conocido banquero del Opus.
Pero, paradójicamente, esos hombres públicos
del Opus Dei constituyen la coartada institucional contra
la acusación de sectarismo. Aunque la gran mayoría
de numerarios y numerarias están en labores internas
y en la enseñanza, y constituyen el vehículo
fundamental del sectarismo opusdeista, hay algunos hombres
y mujeres conocidos en cada país como socios del Opus,
dedicados a la política, a las finanzas, a las profesiones,
que tienen que aceptar las reglas de juego de su medio ambiente
y parecen normales, dentro de que suelen ser muy conservadores.
Cómo puedan asumir ellos esa doble vida, ese compaginar
preceptos y doctrinas sectarias con un comportamiento adecuado
a la sociedad secular en que actúan, es algo que nunca
explican, aunque puede contabilizarse a la dosis de cinismo
de tantos opusdeistas maduros.
De hecho podría decirse que en el régimen de
los numerarios varones del Opus hay dos fórmulas: una,
la que se aplica a los jóvenes y a los que se dedican
a labores internas o propiamente apostólicas, llena
de rigores, y otra, para esos adultos maduros, que han organizado
su vida profesional fuera de la Obra y que tienen una dispensa
implícita de muchas de las observancias de los primeros,
justificada por razones de naturalidad y eficacia. Los jóvenes
hacen apostolado, los mayores consiguen dinero e influencia,
podría ser el resumen de la división del trabajo.
"En realidad -explica un canonista romano- el Opus ha
fracasado en la creación de un perfil de apostolado
laico. La gran mayoría parecen, en su régimen
de vida, en su actuación, frailes de paisano y los
otros, los maduros no clérigos, apenas dan muestras
externas de haber consagrado su vida a la penetración
del Evangelio en la sociedad civil".
Recientemente, los españoles han asistido al espectáculo
esperpéntico de un banquero, José María
Ruiz Mateos, que el Opus presentaba a sus clientelas como
modelo paradigmático de supernumerario, por su familia
numerosa, sus continuas donaciones a la institución,
su capacidad de recluta laboral de socios y cooperadores,
cuya trayectoria financiera ha sido desbaratada por la ley
y la política y al que sus colegas del Opus, y los
jefes, han terminado repudiando. Con este motivo han surgido
a la luz pública las peculiaridades de la dirección
espiritual, de la fraternidad, los ajustes internos de cuentas,
los secretos de financiación celosamente guardados,
y, para subrayarlo todo, una versión opusdeista de
la colusión tradicional española entre el capital
y el mundo eclesiástico, con ribetes de folklorismo
andaluz.
Las gentes de la Obra no son muy dados tampoco a la contemplación,
a la mística, a los estudios religiosos. En sus centros
de estudio, en sus publicaciones, apenas hay investigación
teológica digna de ese nombre, a juicio de la mayoría
de los expertos. Es un valor entendido entre éstos
que la espiritualidad del Opus produce principalmente ejecutivos
de la política vaticana, repetidores de consignas y
especialistas en derecho canónico.
Últimamente, y como consecuencia de su creciente papel
como apologetas de la doctrina tradicional, los miembros del
Opus se distinguen por la violencia de sus condenas a la teología
de la liberación, a la renovación del mundo
eclesiástico. Es frecuente ver a jóvenes del
Opus en la militancia violenta contra las clínicas
de planificación familiar, porque la guerra contra
el aborto o a favor de la enseñanza confesional les
proporciona estímulos para probar su nueva vocación.
De hecho, el presidente de la campaña antiabortista
española es un médico del Opus Dei.
Algún observador ha manifestado que, en realidad,
las gentes del Opus ven su apostolado como una conquista del
poder en la Iglesia, convencidos de que, cuando manden ellos,
todo va a arreglarse. (Declaraciones de R. Panikkar, en Historia
oral. cit.) Daría la impresión de que el fin
último del sectarismo opusdeista sería controlar
el gobierno eclesiástico. En ese sentido, el Opus,
que se parece mucho, doctrinalmente, al movimiento del cardenal
Lefebvre, se distingue de él porque Lefebvre defiende
la doctrina tradicional a riesgo de enfrentarse con el Vaticano,
mientras que el Opus valora, sobre todo, el gozar del favor
papal.
La concepción del Papado como una monarquía
absoluta, tan propia, por otra parte, de la actual Curia,
es asumida por los teólogos opusdeistas con particular
entusiasmo. Ello explicaría también, en parte,
la creciente incorporación al Opus de gentes de mentalidad
elemental, perteneciente a las clases sociales emergentes,
en contraposición a la relativa distinción de
los primeros. Es, inevitablemente, un tributo a la expansión
de la organización por zonas y espacios que son propicios
a su mensaje.
Esto tendría que ver con la pregunta sobre la posibilidad
de que exista un tipo particular de candidato al sectarismo,
predispuesto a ello por su talante o por su historia. A ello
hay que replicar, con el ejemplo del Opus, que no se trata
tanto de una personalidad especialmente susceptible a la indoctrinación
acrítica, sino de un progresivo clientelismo entre
grupos que van reduciendo sus opciones intelectuales y cuya
opción religiosa termina cuadrando con éstas.
En ese sentido, los miembros de sectas fundamentalistas,
católicas, protestantes u orientales, acaban pareciéndose
entre sí, aunque disientan y aún se contradigan
ásperamente. Los fanáticos de cualquier persuasión
terminan pensando que el fin justifica los medios y que lo
que importa son las intenciones. Con estas dos recetas, la
humanidad ha presenciado amargos episodios de prepotencia,
administrados por quienes se veían a sí mismos,
como se ven hoy los del Opus, como el único grupo verdaderamente
fiable, elegido por Dios para interpretar sus planes y llevarlos
a cabo. Según Intravigne, los psicólogos insisten
en que los sectarios se caracterizan por creerse en posesión
de la verdad, en constituir el único ámbito
de salvación, y ello facilita otras dos características,
el proselitismo agresivo y la dependencia morbosa del jefe,
del "padre" (obra citada).
Algunos sociólogos siguen sosteniendo que la vacuidad
del modelo americano de sociedad, con su materialismo, sus
lazos humanos basados en los grupos primarios o en el dinero,
es el principal detonante de la explosión del asociacionismo
sectario (Vid. Actas del Congreso de Barcelona, publicadas
por la Asociación Pro-Juventud), y que la ausencia
de aventuras morales laicas, como la solidaridad interclasista,
la promoción de la justicia, o la afirmación
de una ética ecológica, propician el éxito
de grupos como el Opus Dei. Pero ello no deja de ser una simplificación
de la complejidad de las sociedades modernas, cuya propia
fragmentación hace difíciles los análisis
omnicomprensivos. En todo caso, la nostalgia, o la prefiguración,
de una sociedad orgánica se percibe en el mensaje sectario,
fabricado como alimento para tantas mentes incapaces de enfrentarse
con los abismos y los interrogantes de la condición
humana.
7. PROTECCION CIVIL CONTRA EL SECTARISMO
Pasando de la sociología a la política social,
la pregunta que se hacen los legisladores y los moralistas
es cómo evitar la proliferación y las prepotencias
de las sectas, incluido el Opus Dei. Hay que reconocer que,
con la protección de los derechos de asociación
y comercio básicos en la sociedad occidental, hay mucho
margen para la explotación de la credulidad y las necesidades
psicológicas. La propia concepción filosófica
de la libertad en esta sociedad implica la responsabilidad
individual sobre la propia biografía y la imposibilidad
de que los poderes anden tutelando constantemente las aventuras
personales o grupales de los ciudadanos.
Por otra parte, la mayoría de los jóvenes que
atraviesan por períodos sectarios pueden salir de ellos,
con sus propias fuerzas, si tienen la oportunidad de madurar
socialmente, de conocer otras realidades, de tener experiencias
variadas. Y si no lo hacen, pueden perfectamente compatibilizar
fanatismo con cinismo y constituir esas inevitables zonas
fundamentalistas de nuestra sociedad que, en realidad, y aunque
confiesen aspirar a implantar una utopía orgánica,
terminan sirviendo al status quo.
Resulta curioso observar cómo opusdeistas o "moonies",
que de hecho viven en comunidades colectivizadas, con estricta
subordinación de los individuos a los jefes, comparten
con los ideólogos capitalistas un odio profundo al
comunismo, al colectivismo, lo que, de paso, les proporciona
buenos contactos y buenos encargos en los centros de decisión
de la política y la economía occidentales. De
hecho, la enseñanza profesional que dispensan con más
éxito los centros del Opus Dei es la gestión
empresarial a la americana. No se explica de otra manera el
gran número de empresas que compiten por contratar
a sus graduados. Es un contraste con tantos religiosos y religiosas,
tantos laicos, que en el Tercer Mundo, o en el Primero, se
dedican a defender los derechos de los pobres, de los perseguidos,
en nombre del Evangelio y son, por ello, mal vistos, perseguidos
o incluso aniquilados, por los poderes fácticos.
Estas y otras contradicciones prueban que, pese a todos los
esfuerzos de estrategia, las gentes del Opus, y en especial
los directivos, tienen un montón de confusiones sobre
su propia actividad, sobre la doctrina de la Iglesia, sobre
el papel de la religión en la sociedad moderna y que,
salvo la insistencia ascética en la entrega incondicionada,
apenas hay otros parámetros doctrinales de la acción
apostólica opusdeista que la contínua, y con
frecuencia inútil, predicación de un sencillo
fundamentalismo.
En todo caso, de esta peculiar manera, consiguen su realización,
su felicidad, los socios del Opus Dei, o, al menos, eso afirman.
Lo malo es que esa felicidad implica el proselitismo, el no
dejar en paz a los demás. Parece cómo si no
estuvieran cómodos aplicándose a su propia andadura
y necesitaran mantener una permanente actitud de recluta,
no solamente para garantizar su supervivencia grupal, sino
incluso para sentirse bien psicológicamente. Es, en
el fondo, como certifican algunos psiquiatras que atienden
a ex opusdeistas en Barcelona, la consecuencia de un estado
de inseguridad básica. "Yo he llegado a la conclusión
-afirma uno de esos profesionales- de que el fin del Opus
es la pura reproducción, que haya más de ellos.
Creen más en la cantidad que en la calidad".
En la vigilancia del engaño institucional y del proselitismo
agresivo es donde los poderes sociales pueden actuar contra
las sectas, en la línea sugerida por el Parlamento
Europeo. La identificación pública de las actividades,
el que el Opus Dei, por ejemplo, no se escude en otras etiquetas
que induzcan a engaño, y la protección de los
menores, en la línea indicada, por ejemplo, por el
Obispo de Londres, son recetas válidas. En algunos
países, como Canadá, la jerarquía eclesiástica
ha obligado ya al Opus a identificar sus actividades, aunque
la fórmula que emplea, "La responsabilidad de
la doctrina y la vida espiritual de tal colegio o centro ha
sido confiada al Opus Dei", sigue siendo ambivalente,
al obviar la cuestión jurídica y empresarial.
Hasta hace muy poco tiempo ha sido prácticamente imposible,
no ya por la gente común, sino incluso por los clérigos,
por tantos Obispos, por la inmensa mayoría de los mismos
socios, conocer las Constituciones, los reglamentos, las reglas
del juego de la asociación. "Todo era una cosa
oral, verbal, de "fiarse", de "entregarse",
en un planteamiento simplista de que "las cosas van a
ir bien", de que "el mando nunca se equivoca".
Y ello, incluso, cuando la letra de los reglamentos ocultos
iba imponiendo, poco a poco, una extremada formalización
de las actividades, una obediencia cada vez más literal"
recuerda un catedrático de Derecho, antiguo socio.
La insistencia en la investigación periodística,
y algún que otro mal modo episcopal, han producido
algunos frutos de aclaración pública, pero aún
es muy difícil saber con precisión la naturaleza
del lazo que une a los socios con los jefes, sus efectos,
los modos de solución de conflictos, etc, teniendo
en cuenta, además, que el Opus ha ido cambiando la
letra de sus reglamentos de acuerdo a la estrategia utilizada
en cada momento para conseguir la aprobación vaticana.
Recientemente, tres miembros del Opus Dei, Fuenmayor, Gómez
Iglesias e Illanes, han publicado "Defensa de un carisma"
(Eunsa, 1989), con el que, aparentemente, tratan de responder
al de G. Rocca "L'Opus Dei. Appunti e documenti per una
storia" (Edizione Pauline, 1985). En el grueso texto,
aparte de no citar a Rocca ni a otros estudiosos del fenómeno
que disientan de ellos, los autores tratan los documentos
canónicos de forma selectiva y se empeñan en
presentar un perfil sobrehumano de Escrivá, como si
éste, desde sus veinte años, hubiera tenido
claros, no solo la naturaleza espiritual y moral de su fundación,
sino también la jurídica. Pero lo importante
a estos efectos es que apenas hay referencias en este libro
al derecho interno, y menos al esclarecimiento de las relaciones
de reciprocidad moral y jurídica entre gobierno y súbditos.
Véase al respecto la Nota crítica sobre el libro,
publicada por Rocca en la Revista Claretianum, vol XXIX, 1989.
El problema de la incertidumbre sobre el régimen del
Opus Dei se agrava en el caso de los menores porque muchas
familias, muchos padres, mandan a sus hijos a colegios y residencias
del Opus, en busca de una educación disciplinada, asumiendo
que no van a ser objeto de presión moral o que, si
lo son, las etapas posteriores de su vida les harán
superar el extremismo.
Hay al respecto numerosas anécdotas, recogidas, entre
otras, por la Asociación Pro-Juventud de Barcelona.
Por ejemplo, cientos de padres y madres se extrañan,
primero, y luego se quejan, de la persecución telefónica
que sufren sus hijos e hijas a manos de sus, para ellos, simples
compañeros de colegio. No saben que éstos, miembros
en probación, en meritoriaje de la Obra, han prometido
ante sus jefes y colegas no dejarlos en paz y deben explicar,
cada semana, cómo realizan esa persecución.
Por otra parte, muchos clientes y usuarios de los servicios
del Opus desconocen los detalles de la indoctrinación
y la praxis opusdeista y otros tantos no son suficientemente
sensibles a los derechos a la intimidad y el respeto a la
personalidad de los menores.
Como se anticipó, muchas organizaciones políticas
y civiles poseen, en mayor o menor grado, rasgos de sectarismo
y, en un momento dado, también estimulan la adhesión
incondicional y la subordinación acrítica. No
pocas pedagogías están basadas en ese esquema.
En tal clima, una organización permitida por la Iglesia,
y aún elogiada por el Papa actual, posee una especie
de licencia incondicional para hacer de las suyas, sólo
criticada en privado por obispos y otros partícipes
del poder eclesiástico, que no suelen arriesgar su
posición en la estructura vaticana por este tipo de
motivos.
Pero, además, durante mucho tiempo, en la cercana
etapa franquista, era casi imposible que salieran en los medios
de información españoles críticas a la
Obra y hoy, con las presiones propias del sistema capitalista
en los medios de comunicación, las cautelas vaticanas
y la dedicación exclusiva de un grupo de opusdeistas
a la manipulación de la información, las cosas
no son tampoco muy fáciles.
La praxis de la dependencia opusdeista aconseja subrayar
sus aspectos económicos. Desde el punto de vista institucional,
las actividades del Opus no suelen autoidentificarse. Sus
colegios, actividades, inmuebles, patrimonio, etc, suelen
estar a nombre de sociedades o fundaciones, regidas o poseídas
por miembros o simpatizantes que, mientras conservan la disciplina
grupal, obedecen a los superiores internos y tienen con ellos
diversos pactos privados de dependencia, como los vendís
firmados de acciones mercantiles. Ello dificulta especialmente
construir una relación procesal directa, de daños
y perjuicios, entre el Opus y sus damnificados.
En términos personales, socios, y especialmente asociados,
que han trabajado para la Obra por muchos años, se
van sin que se les reconozca el derecho a una "cuenta
de resultados", como ya es costumbre en otras organizaciones
apostólicas. "Después de treinta años
de trabajar prácticamente por la comida me vi en la
calle y con una maleta con un par de vestidos por todo patrimonio"
cuenta una numeraria madrileña.
Muchos socios carecen de medios, de información y
aún de energía, para plantear las oportunas
reclamaciones, prefiriendo, incluso, olvidar cuanto antes
esa etapa de su biografía. Con frecuencia, los superiores
sugieren a los que se van que, efectivamente, se olviden "cuanto
antes" de esa etapa de su vida y les hacen insinuaciones
en relación con su futuro profesional, si se atrevieran
a reclamar, a "hablar", engendrando esos miedos
que muchos ex socios confiesan tener en relación a
su pasado.
Otros, por el contrario, temerosos de tener que abrirse paso
en la vida sin miedos económicos, y ya mayores, aceptan
una perseverancia forzosa, como mal menor. "¡Adónde
voy a ir a mis años!", confiaba recientemente
a un amigo un maduro clérigo de la Obra.
Las sirvientas del Opus cogen con una mano el dinero que
reciben del trabajo en casas y centros de la obra y con la
otra lo entregan en la caja interna y, para colmo, no suelen
estar inscritas en la seguridad social, quedando aún
más desvalidas si abandonan su trabajo servil. Para
María Rosa Boladeras, directora de la Asociación
Pro-Juventud, estas mujeres son las más perjudicadas
por el planteamiento opusdeista. "La mayoría entraron
creyendo que iban a tener un título en hostelería
y turismo y terminaron fregando y sirviendo comidas a los
varones del Opus". "Después de once años,
mi mejor cualidad es hacer pastelitos" -comentaba una
de ellas.- "Hacen unos votos, que nadie les aclara jurídicamente
y, cuando vienen a la Asociación -explica Boladeras-
tienen un confusionismo tremendo, especialmente sobre sus
propios derechos. Las tienen engañadas, algo de lo
que suelen darse cuenta sólo al salir".
Son estos temas de derechos humanos internos los que merecen
mayor investigación y protección públicos,
aunque hay que reconocer que la estructura legal y judicial,
en España y en países similares, no permite
albergar muchas esperanzas al respecto. Daría la impresión,
además, de que la cultura española, latina,
es más autoritaria, menos sensible a estas manipulaciones
de las personas por los grupos. Por contra, la cultura anglosajona
tiende a ser más protectora de las personas. Véase,
por ejemplo, las acusaciones y las anécdotas sobre
las relaciones entre los miembros del Opus y sus jefes, de
las que dan testimonio los entrevistados en el reciente libro
del periodista irlandés Fergal Bowers: "The Work.
An investigation into the History of Opus Dei and how it operates
in Ireland Today" (Poobeg Press, 1989). Libros parecidos
se han publicado en Inglaterra y Alemania.
La protección civil, la insistencia en la información,
en la publicidad, una sensibilización del aparato judicial
y de orden público hacia este tipo de violaciones de
los derechos humanos, son, hoy por hoy, la única vía
accesible, el único mecanismo de defensa social contra
el sectarismo opusdeista, al menos mientras la organización
goce del favor del Vaticano, y éste continúe
regido por sus actuales titulares.
8. APENDICE. La información sobre el Opus Dei
El secretismo es una característica que el Opus tiene
en común con las demás sectas, más interesadas
en la propaganda, en la apologética, que en la información
y temerosas de que las "malas noticias" asusten
al fiel rebaño. La estrategia al respecto es muy sencilla.
Por una parte se explica a los socios que las cosas de la
Obra, las buenas y las malas, no deben salir del recinto de
la familia, usando "slogans" como "que los
trapos sucios se lavan en casa", "que no hay que
dar perlas a los cerdos", etc. Los socios que practican
bien esa discreción no explican en público la
naturaleza de sus lazos, ni los datos sobre su apostolado
personal y colectivo, ni siquiera, si pueden evitarlo, reconocen
que son miembros del Opus.
La pretendida intimidad de la vocación convierte en
privados sectores de la vida que las demás personas
no dudan en considerar públicos, o al menos no secretos,
desarrollando la mayoría de los socios una personalidad
extraña y una enfermiza desconfianza hacia quienes
no son de los suyos.
Esta mentalidad es antigua. Viene de la época fundacional,
cuando Escrivá pidió y consiguió del
obispo de Madrid, en 1941, que el Reglamento de la Obra fuese
considerado secreto, por razones tanto de humildad como de
eficacia. Y aún aquello podía explicarse en
el clima político de la postguerra española,
en la mentalidad de un clérigo joven, lleno de temores
hacia sus enemigos potenciales, el secretismo ha acompañado
a la Obra a lo largo de su historia, y le ha proporcionado
uno de sus peores perfiles.
Tras la primera aprobación del Opus Dei, son constantes
las peticiones de sus autoridades a la Santa Sede para preservar
el secreto. Para no informar a los obispos sobre sus actividades
o reglamentos, para no tener que dar nombres ni domicilios.
Las Constituciones de 1950, documentos complementarios, como
la Instrucción de San Gabriel, y tantas notas y avisos
internos, rizan el rizo sobre el secreto en que debe mantenerse
la actividad opusdeista, el celo con que deben custodiarse
los papeles, los juramentos de silencio que deben hacer los
miembros de la burocracia interna, etc. (Vid. Historia oral.
cit).
En 1987 se produjo un debate en el Parlamento italiano, con
ocasión de los temas Banco Ambrosiano, escándalos
Calvi, etc y el Gobierno fue interpelado acerca del secretismo
opusdeista. Como consecuencia de ello, el Vaticano se vio
en la obligación de amonestar a los miembros del Opus
y a imponerles el deber de manifestar su afiliación,
cuando se les preguntara legítimamente, aunque, a juzgar
por hechos posteriores, no parecen hacer mucho caso de ello.
En cierto sentido, para personas simples, el secreto de su
afiliación es otro atractivo más, el placer
de pertenecer a algo misterioso, selecto. Sin embargo, con
demasiada frecuencia, los partidarios del secreto opusdeista
lo son también del secreto bancario, y el secretismo
termina siendo, como en tantas organizaciones, una manera
de hurtar andanzas y pactos de poder al escrutinio público,
incluso a los propios interesados y destinatarios.
"Hay quien podría pensar -confiesa un ex-numerario
hoy psicólogo clínico-, que el secreto en la
Obra sería una manera de preservar fórmulas
especiales de acceso a la unión mística, o recetas
para el ascetismo sonriente o incluso modos de cultivar las
virtudes. Pero cuando uno va comprobando que el secreto sirve
para ocultar donde teníamos el dinero, o quiénes
eran los titulares de las acciones de bolsa, o cómo
dar cumplimiento a los minuciosos recados sobre la gestión
de vidas y haciendas, no se puede menos que sonreir".
La faceta táctica del secreto, el que los demás
no se enteren de lo que vas a hacer o de cómo lo vas
a hacer, es un subproducto de aquellos temores jóvenes
de Escrivá. Él pensó, y sostuvo en confianza
hasta que se murió, "que la gente no nos entiende,
que no hay que fiarse de nadie, que muchos iban tras él",
con una mentalidad conspiratoria, que tiene un fondo de pesimismo
antropológico, cuando no de cazurrería pueblerina.
Pero, en la mentalidad de Escrivá había, como
cuentan algunos de los que le rodeaban, otro factor, de vanidad.
El creía que era muy original en su fundación
y temía que le copiaran.
Otro factor importante en el crecimiento del secreto opusdeista
es, sin duda, la cantidad de cosas comprometedoras que hay
que documentar, como las listas de candidatos a dar dinero,
con sus características, los resúmenes de las
conversaciones con obispos, etc. Ello produjo también
el crecimiento de la burocracia interna, a la que se dedican
actualmente, según estimaciones fiables, uno de cada
tres miembros de la Obra. Pero el secretismo a veces es pueril.
Muchos socios meten en el mismo saco de la discreción,
información apostólica, económica y cotidiana,
hasta convertirse en seres raros para sus familiares y compañeros.
Ello se nota especialmente en la organización del servicio
telefónico en las residencias, del correo, en su manera
de mentir acerca de datos sencillos de domicilio, familia,
etc.
Más grave es que algunos socios, la mayoría
de los jóvenes y de los casados, se enteren en la calle
de cosas que afectan a la Obra, cuando no a ellos mismos,
en virtud de la compartimentación interna de la información,
que practican los superiores, como consecuencia del carácter
agudamente jerárquico de la organización, comentado.
Los documentos y las notas de gobierno, que se intercambian
entre sí los diferentes niveles de poder opusdeistas,
son celosamente custodiados y a ellos tienen acceso pocas
personas, que hacen varios juramentos de silencio al respecto.
En otro sentido, jefes y subordinados rehúsan siempre
la confrontación o discusión públicas
y no suelen acudir a encuentros informativos, salvo que se
les garantice la ausencia de críticas o de críticos.
Y, con un planteamiento sobremanera pueril, los directivos
y relaciones públicas de la Obra asumen que, si ellos
no dan información sobre cosas internas, nadie las
va a conseguir, olvidando que hay muchos antiguos que no tienen
inconveniente en reflexionar en público sobre su propia
andadura, y que ha habido también muchos testigos y
participes de sus actuaciones que no piensan como ellos.
Por eso es ya bastante fácil tener una información
solvente sobre la naturaleza y el funcionamiento del grupo,
basada en declaraciones de unos y otros.
Caracterizar a éstos como mal intencionados, resentidos
o traidores es otro de los rasgos que comparte el Opus con
las demás sectas.
De todas formas, el lector interesado ya puede ilustrarse
suficientemente sin necesidad de tener una experiencia directa.
Después de una etapa en que los libros y artículos
sobre la Obra se podían clasificar en apologéticos,
hay hoy sociólogos y periodistas que están estudiando
el fenómeno con una metodología más empírica,
basada sobre todo en fuentes orales. Estudiosos alemanes,
suizos, franceses, españoles, latinoamericanos, anglosajones,
investigan estas fuentes, se consultan entre sí y comparten
el análisis y las dificultades de investigación
de un grupo que, por otra parte, podría calificarse
como la principal aportación contemporánea del
catolicismo español.
Entre la bibliografía apologética, puede citarse
el libro de Pedro Rodríguez, Monseñor José
María Escrivá de Balaguer y el Opus Dei en el
50 Aniversario de su Fundación, ediciones Universidad
de Navarra, 1985. Para una información más completa,
y menos propagandística, véase la bibliografía
del libro de G. Rocca o la del de M.
Walsh, El
mundo secreto del Opus Dei, Plaza & Janés,
1990.
ALBERTO MONCADA
Doctor en Política y Derecho por la Universidad de
Madrid. Estudió Sociología Económica
en la Universidad de Londres. Ha enseñado en la Universidad
de Madrid, Lima, Stanford, Alcalá e Internacional de
la Florida. Vive y trabaja entre España y Estados Unidos.
Ha escrito 26 libros, entre los cuales están "Sociología
de la Educación", "La americanización
de los hispanos", "Historia
oral del Opus Dei" y el último "La crisis
de la pareja".
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