RELACIONES
ENFERMIZAS CON LA INSTITUCIÓN
MARIA CRISTINA, 13 de octubre de 2004
Puede parecer una frase trillada o muy repetida pero llevo
alrededor de seis meses leyéndoles, sin animarme a
meter bocado. En parte se debió a que en cada anécdota
que leía aprendía algo nuevo, y además
porque comencé a entender muchas cosas relacionadas
con algo de mi pasado.
Siempre me llamó la atención José Carlos
y su cosecha de antipatías; pero conforme iba leyendo
sus mensajes (luego me vi obligada a buscar los de sus inicios
como participante) más iba entendiendo el tipo de persona
que era (o que es) y tras el esperado relato de su salida,
no pude evitar relacionarlo con ese pasado mío que
mencionaba más arriba.
Espero que el gentil y diplomático José Carlos
no tome a mal mis referencias y lo que le relataré
a posteriori; pero si he de hacerle una recomendación:
es dejar definitivamente el pasado y dedicarse de lleno a
su trabajo, a su mujer y a su futuro.
Voy a lo concreto: yo estuve casada con un José
Carlos y nos acabamos divorciando por su imposibilidad
de superar el pasado opusino. La historia va en adjunto porque
es larguita.
No es fácil de entender por qué mientras unos
quisieron irse por las buenas, hasta con una despedida emotiva
y compromisos de visitas a futuro; resultaron bastardeados
de mil formas, ofendidos, insultados, maltratados y desprestigiados.
En cambio los otros, esos intachables josecarlos
que tenían la vocación del porte de un rascacielos,
que eran los más consecuentes con normas, obediencias,
mortificaciones y reglas por doquier; fueron empujados a la
puerta de calle con pocas o ninguna explicación, o
bien con alguna petición imposible de cumplir como
para que se fueran. Un elegante y bien estudiado mobbing
para sacarse el problema de encima, y de paso quedar con la
conciencia limpia de no haber echado injustamente a nadie
sino que se fue solo y en buen plan. A nivel de
personas me parece de una bajeza indecible y a nivel institucional
me parece sucio, deplorable y patético.
Tomando distancia y recientemente leyendo los mensajes del
cuestionado amigo virtual, SIN DEFENDERLO yo me he preguntado
¿alguien se dio cuenta que este hombre escribe a esta
página porque en el fondo sigue sangrando por la herida?
¿es alguien conciente que José Carlos sufre
todavía las heridas de esa salida no querida por él?
¿alguien pudo leer entre líneas que en todos
sus mensajes está subliminalmente el sabor amargo de
un fracaso?
Y algo que desde fuera nunca pude entender ¿por qué
hay personas que establecen ese tipo de relaciones enfermizas
con una institución? Groucho Marx dijo en un filme
de su época Jamás sería socio de
un club que me aceptara como tal en referencia a la
baja autoestima e inseguridad de algunos seres humanos. ¿Cuánto
hay de Groucho en algunos josecarlos que escriben
a estas páginas? ¿cuánto de baja está
su autoestima que necesitan seguir aunque sea mentalmente
perteneciendo a... y a su régimen cuadriculado?
¿cuánta inseguridad y cuanto menosprecio por
sí mismos tienen que llegan a decir si no fuera
por el opus, quien sabe que sería de mi hoy día?
Con estos interrogantes, a continuación paso a compartirles
mi historia de vida:
Quiero dejar bien en claro que no guardo rencor hacia quien
fuera mi cónyuge durante cuatro años, sino una
profunda pena ya que por defender un ideal religioso cayó
en la agresividad y en un comportamiento obsesivo, correspondiente
a una persona enferma y no a alguien con ideales de santidad.
Hoy día estoy felizmente casada con un hombre maravilloso,
tengo dos hijas gemelas preciosas y considero que tal vez
ese hecho del pasado constituyó una prueba para que
no me encandilara con espejitos de colores y viera
realmente el fondo de las personas y sus valores.
La historia es un poco larga y desde ya pido disculpas, pero
prefiero escribirlo todo de una sola vez, sin entregas. No
he cambiado los nombres pero me abstendré de dar algunas
precisiones sobre tiempos, lugares y apellidos.
Jorge y yo nos conocimos hace poco más de quince años
atrás, yo tenía 23 años y él 26.
Estaba yo finalizando mi carrera de arquitectura y él
era odontólogo. Confieso que me deslumbré, era
a diferencia de mis compañeros algo bohemios y sin
un centavo en el bolsillo, un verdadero príncipe. Era
súper buen mozo, galante y cortés, tenía
su profesión bien encaminada, venía de una familia
muy bien posicionada, tenía auto y departamento propios,
consultorio instalado a full ¡y estaba soltero sin compromiso!
¿qué más podría soñar una
chica a esa edad?
Nos presentaron en un cumpleaños de un compañero
de estudios, cuyo hermano era supernumerario tras casamiento
con una supernumeraria, prima hermana de Jorge. Supongo que
a mi compañero de estudios le habré parecido
lo ideal para su amigo, dado que yo daba catequesis los fines
de semana en una parroquia e iba con mi madre todos los domingos
a misa; lo expreso así porque lo primero que me dijo
fue Cristina, encontré el candidato perfecto
para vos... otro santulón igual que mi hermano César
antes de llevarme donde estaban ellos para hacer las presentaciones.
Yo no conocía lo que era el opus más que por
algunos medios de comunicación donde se les criticaba
mucho: se decía que hacían pastoral de
elites, que hacían negocios con la política
y buscaban puestos de poder. Durante un buen tiempo cualquier
persona pública de práctica religiosa frecuente
o ferviente era catalogada como opusiano; era
casi un insulto pero en realidad nadie sabía bien (ni
lo saben hoy día los propios miembros) lo que realmente
era y es el opus dei. De todos modos como nunca fui de las
personas que se creen a pies juntillas todo lo que le dicen
o lee, cuando conocí a Jorge y posteriormente supe
que era miembro cooperador del opus con participación
muy activa, me atrajo también ese halo de misterio
y de discreción que los caracterizaba.
En el cumpleaños de mi amigo charlamos largo rato,
se mostró amable y sonriente, y al final de la fiesta
se ofreció llevarme de regreso a casa en su auto. Así
conoció mi sencillo domicilio de clase media, un edificio
donde teníamos un departamento mi madre viuda, mi hermano
y yo. Cuando me pidió el teléfono pensé
que lo hacía por cortesía y que todo quedaría
allí, así que se lo di e ingresé al edificio
para tomar el ascensor hacia mi casa.
Días después llamó y yo no estaba, mi
madre había quedado sorprendida por la cortesía
y delicadeza con que se había dirigido a ella; y recuerdo
que me dijo no lo conozco pero por la forma en que me
habló y preguntó por vos, algo me dice que este
chico quiere algo serio. No quería ilusionarme
demasiado: era muy buen mozo y tendría pretendientas
a montones, era de posición social mucho más
elevada que la mía, yo debía finalizar mi carrera
y él ya estaba encaminado con éxito en su profesión.
Pero se me dieron todas: me llamó, comenzamos a salir
primero como amigos y luego formalmente, sin paso previo me
pidió que me casara con él después de
mi graduación. Yo estaba feliz, creí haber tocado
el cielo con las manos.
En esas salidas conocí su historia y su pasado como
numerario del opus; había estado desde los quince años
hasta pocos meses después de recibirse, en que según
me dijo se le habían puesto las cosas complicadas
y tras forzarlo hacer una elección de vida, tuvo que
salirse. Como yo no entendía bien lo de la elección
de vida me explicó cómo se desarrollaban
las cosas dentro de la obra, los distintos tipos de miembros,
los deberes y compromisos que cada uno tenía; lo relató
todo con mucho entusiasmo, emoción y en reiteradas
oportunidades me dijo que para él la obra era uno de
los pasos mas importantes que había dado en la vida;
que no se arrepentía de los casi nueve años
pasados a pesar de la partida en cierta forma forzada.
No obstante tanta charla y explicación de su parte,
yo seguía sin entender los motivos de su salida y de
la alternativa que le habían puesto sus superiores;
entonces me explicó con algunas lágrimas en
los ojos que durante los últimos años de carrera
se hacían prácticas de consultorio tanto en
la facultad como en hospitales y él había comenzado
a trabar amistad allí con otros dentistas, con médicos
y enfermeras; además que tras su graduación
permanentemente le llegaban invitaciones a congresos, charlas,
ateneos profesionales, etc. Los directores comenzaron a cuestionarle
su apego a esas amistades, a las jornadas y congresos
profesionales; actividades donde nada malo había para
cualquier mortal pero parecía que para ellos sí
lo había. Le habían dicho tu problema
es el apego Jorge... vas a tener que elegir entre ser un buen
numerario o un prestigioso odontólogo con una intensa
vida social. Eso lo destrozó anímicamente,
había hecho una carrera brillante, veloz y con verdadera
vocación profesional; desde los quince años
había abrazado el ideal de santificarse en medio del
mundo como un cristiano corriente... y le salían con
este planteo justo unos meses antes de profesar su fidelidad.
Por otra parte sabía de otros lugares donde odontólogos
numerarios hacían felizmente su vida y sus normas sin
problemas, y no entendía por qué justo a él
se le ponía una prueba tan dura en el camino de la
santidad.
Me contó que lloró mucho, a solas y también
delante de su director que le consolaba diciendo que sabían
de su vocación y su entrega pero que la única
posibilidad de quedarse con ellos para vencer ese apego
era haciendo labores internas, como profesor en alguno de
los colegios, organizando charlas para padres en materia de
salud, dando charlas o cursos de ética para profesionales
de la obra pero ninguna actividad fuera. Decirle eso fue como
decirle: te prohibimos ejercer la profesión y tu brillante
estudio no ha servido de nada. Le dolió mucho salir
de esa casa donde había sido feliz y vivido toda su
carrera universitaria.
Tras asistir a un retiro de fin de semana decidió
salir y comunicó su decisión a los directores,
quienes le dieron mucho aliento, le dijeron que se casara
pronto y que mas adelante podría pedir su admisión
como supernumerario. Le ofrecieron ser cooperador y aceptó
gustoso sabiendo que eso le permitiría seguir en contacto
con la obra, asistir a charlas con el sacerdote, a charlas
de formación espiritual y eventualmente a algún
retiro. Como era costumbre de la casa, no se le permitió
despedirse de los compañeros y debió salir en
un horario donde no le vieran partir con las valijas a cuestas.
Su familia lo recibió con mucho cariño y su
papá le ayudó inmediatamente a montar su consultorio
en un hermoso semipiso céntrico, donde también
a posteriori estableceríamos nuestro hogar. Según
él, la pena de haber salido de la obra se vio ahogada
en medio de mucho trabajo e intensa oración. Tiempo
después algunos numerarios le hicieron llegar notas
de felicitación por su nuevo consultorio, le daban
aliento y le auguraban un buen futuro, de vez en cuando alguno
llegaba hasta la consulta para atenderse o bien para saludarle
unos minutos.
Cuando me conoció a mi había recordado el consejo
de su director respecto de casarse pronto y así fue
como había llegado la súbita propuesta de matrimonio.
Según sus palabras: si Dios había dispuesto
que su camino no era el celibato apostólico, lógicamente
la consecuencia era formar una familia por medio del matrimonio.
Conocí a toda la familia: papá industrial, mamá
dueña de casa y madre de cinco hijos. De ellos eran
opusianos solo la madre y una de las hermanas, que estaba
casada con un supernumerario; aún así el resto
compartía el ideario de la obra y la devoción
a Josemaria. Me trataron estupendamente bien y quisieron conocer
a mi mamá, nos llevaron a una casa quinta en las afueras
de Buenos Aires para comer un asado y pasar el día
juntos todas las familias. Mi madre quedó encantada
con la hospitalidad brindada pero mi hermano y su novia notaron
cierto acartonamiento en ellos. Ya de regreso
en casa mi hermano dijo: me parecen tan... tan perfectos
que me hacen desconfiar, dicen todo lo que hay que decir,
hacen todo lo que hay que hacer, sonríen todo el tiempo,
parecen una familia de ficción, pero mamá
le dijo que no dijera pavadas, que era gente encantadora,
abierta y simpática.
Pasaron los meses, me recibí de arquitecta y comencé
a trabajar en un estudio muy importante gracias a una pasantía
que había realizado el último año y me
habían tenido en cuenta para incorporarme a la planta
permanente. Estaba feliz: tenía un novio respetuoso,
sincero y profesionalmente exitoso, íbamos a casarnos
y teníamos casi todo. Los demás nos envidiaban
y nos veían como una pareja destinada al éxito.
Unos meses antes del casamiento, el dueño del estudio
donde trabajaba me dijo que contaba conmigo para una obra
que se haría en la ciudad de Rosario y que junto a
otros miembros del equipo yo debería viajar con frecuencia
a esa ciudad para la puesta en marcha del proyecto. Me sentí
muy halagada por ser la elegida y además porque se
me pagaría un plus por la actividad fuera del estudio
que me vendría bien para mi nuevo hogar.
Dada la intensa actividad que se venía, le dije a
Jorge que de inmediato no deberíamos tener hijos sino
esperar por lo menos un año, le expliqué lo
que deseaba mi jefe y lo de los viajes a Rosario. Puso mala
cara, me dio un largo discurso acerca del matrimonio y la
procreación, le dije que la procreación debía
ser responsable y no como los animalitos ¡hasta que
le gané por cansancio! No obstante me advirtió
que él solo aceptaría cuidarnos con los
métodos naturales recomendados por el magisterio de
la iglesia y solamente por el tiempo que durara esa obra en
Rosario. Estaba tan enamorada y convencida que acepté
sin problemas; al fin y al cabo era lo que siempre aconsejaban
los sacerdotes.
Nos casamos con toda la pompa que le gustaba a su familia:
misa de esponsales, coro, muchas flores blancas, una hermosa
fiesta y viaje de luna de miel. Nuestro viaje de novios duró
dos semanas y allí sufrí mi primera pequeña
desilusión con el matrimonio. He leído acerca
el tema del pijama en los hombres casados de la obra y doy
fe que es así; nuestra noche de bodas fue algo tan
desagradable y tan árido, sin romanticismo ni ternura.
Fue un acto carnal bastante a lo bruto, con el pijamas puesto
y un ya está al final de todo, que me hizo
sentir una cosa y no una mujer amada. Durante mucho tiempo
tendría que escuchar ese odioso ya está
como señal de que la función fisiológica
se había cumplido y era hora de dormir.
De regreso a mi nueva casa conocí de cerca la rutina
de mi marido: levantarse a las seis de la mañana, afeitarse
y tomar una ducha, salir corriendo a la parroquia mas cercana
para la misa de siete y al regreso despertarme para desayunar
juntos en silencio puesto que para Jorge eran importantes
las noticias de la radio. Según correspondiera el día,
a eso de las ocho y media comenzaban a llegar los pacientes
o bien él salía presuroso hacia el hospital.
Por mi parte yo sacudía el polvo de la habitación
y tendía la cama, ordenaba mis cosas y me iba a trabajar
al estudio hasta las cinco de la tarde. En esas horas de oficina
disfrutaba realmente mucho y me gustaba la profesión
que había elegido; éramos un grupo de cinco
profesionales y dos chicas que atendían la oficina
y la recepción. Lo pasábamos realmente de maravillas,
hacíamos lo que nos gustaba y como si fuera poco: nos
pagaban bastante bien. De camino de regreso a casa programaba
la cena, compraba lo que hiciera falta y ya en casa me daba
una ducha tibia para descansar.
Generalmente Jorge no estaba a mi regreso, sea porque había
ido al laboratorista o bien a alguna reunión del colegio
de odontólogos. Algunos días estaba en el consultorio
atendiendo pacientes hasta las ocho o nueve de la noche en
que cerraba todo y venía a cenar conmigo. Como estaba
cansado y con dolor de espaldas, no quería conversar,
ni que estuviera la televisión encendida porque solo
había basura ni mucho menos escuchar música
en la radio. Yo le pedía hablar de algo, que me contara
como había sido su día y él me decía
que yo tenía que ofrecerle mi silencio a Dios y comprender
que él estaba cansado.
Hice obligados votos de silencio durante tres
meses, como estarían mis nervios que un día
una de las chicas del trabajo me preguntó si yo estaba
bien o tenía algún problema en casa porque notaba
que yo llegaba por las mañanas exaltada, desesperada
por hablarlo todo y que se me veía con mucha ansiedad.
Sentí vergüenza y dije que no pasaba nada. Pero
ese mismo día no me aguanté a la hora de la
cena y le dije a Jorge que estaba harta de sus silencios impuestos,
que me sentía angustiada, bloqueada y que no veía
nada de malo en conversar un rato como cualquier otro matrimonio.
Entonces él me explicó que lo de hacer silencio
venía de sus años en el opus, donde se guardaba
silencio después de la cena hasta el día siguiente
y que para él era algo muy gratificante estar callado;
que yo estaba muy acostumbrada a hablar hasta por los
codos y que ese sacrificio me haría mucho bien.
Yo no quería ningún sacrificio ni ningún
bien en silencio, yo estaba recién casada y quería
un marido como las demás chicas; alguien que me mimara,
que me dijera que me amaba ¡y quería hablar con
él!.
Le recordé que su condición era la de hombre
casado y no la de numerario del opus; y que una cosa era su
misa de siete por la mañana y otra cosa era que hiciera
de nuestra casa una prolongación de su antigua vida
imponiéndome normas que me hastiaban y me parecían
absurdas. Por primera vez lo vi reaccionar mal, dio un golpe
de puño sobre la mesa y me dijo que yo era una mujer
demasiado mundana y frívola, que por mucha catequesis
que hubiera dado no entendía las cosas de Dios, porque
era soberbia y me faltaba sentido de lo sobrenatural. No pude
soportar y me largué a llorar desconsoladamente, eso
pareció dulcificarlo un poco y me dijo que yo debía
entender que el camino era duro, que un matrimonio cristiano
no era como los demás que se basaban en un placer
egoísta y me prometió que reflexionaría
acerca del silencio, que lo perdonara pero que tras salir
del opus él había vivido solo en el departamento
y que había seguido las normas de piedad como algo
natural, que tal vez necesitaba tiempo para amoldarse a la
vida de casado.
El incidente quedó superado al día siguiente
en que volvió de misa con masas para el desayuno y
conversó conmigo alegremente; y lo mismo a la hora
de la cena. Los fines de semana por lo general hacíamos
compras en el supermercado, poníamos la casa en orden,
visitábamos a nuestros padres, él asistía
a alguna reunión o charla con los de la obra, a veces
cenábamos con amigos o programábamos alguna
salida al teatro o cine.
Aunque las cosas habían cambiado y mejorado, yo no
me sentía completamente feliz. El sexo para mi era
lisa y llanamente asqueroso, vivía asustada todos los
meses esperando que viniera la regla y apelando a cuanta cuenta,
cartoncito reactivo y temperatura existieran, para no quedar
embarazada. Mi marido era una buena persona pero había
demostrado ser muy imponente y lo del golpe de puño
en la mesa me había servido de llamado de atención;
y a decir verdad: no soportaba verlo hacer esas normas de
piedad a toda hora. Para que se entienda: no me molestaba
que rece y yo también lo hacía, pero no me gustaba
que lo hiciera a toda hora y que su vida estuviera bordeando
el fanatismo religioso.
Si bien había dejado de lado el tema del silencio,
Jorge rezaba todo el tiempo en voz baja y permanentemente
llevaba el rosario en el bolsillo de su guardapolvo o ambo.
Varias veces entré al consultorio y lo encontré
lavando su instrumental para ponerlo en el esterilizador,
o preparando la bolsa de residuos tóxicos para entregar
a la empresa que hacía depuración ¡rezando
jaculatorias o siguiendo el rosario! Yo no rechazaba la religión
y de hecho yo era católica practicante pero una cosa
era rezar para agradecer a Dios, para pedir por alguien o
por la familia, ir a misa los domingos, hacer labores para
los necesitados... otra cosa era VIVIR rezando, meditando,
misa diaria, comunión diaria, confesión y charla
semanal con el cura, que una misa por fulano, que una celebración
litúrgica por tal o cual cosa.
Un sábado por la noche salimos a cenar y le dije lo
que me pasaba con respecto a su forma de practicar la religión,
que cada día se me hacía más difícil
de sobrellevar. Ni se inmutó, sonrió levemente
y con aires de autosuficiencia me dijo que yo no entendía
nada, que el problema estaba en mi falta de entendimiento
de lo sobrenatural y de la santificación en la vida
cotidiana (parecía un robot repitiendo eso de ser santo),
que me faltaba vida espiritual y que si bien él no
había querido entrometerse en mi relación personal
con Dios sería bueno que pensara en mejorar y enriquecer
mi vida interior. Que eso contribuiría a mejorar mucho
también nuestro matrimonio cristiano. Vueltas más,
vueltas menos; muy sutilmente me reveló su intención:
quería que yo comenzara a asistir a las charlas para
señoras del opus.
Acepté por darle el gusto, no porque la idea me atrajera
demasiado. El solo hecho de convertirme en una persona como
él con esas normas de piedad asfixiantes, me hacía
sentir rechazo a todo lo que viniera del opus y su gente.
Fui a varias charlas acompañada de la esposa de su
hermano y no puedo quejarme de lo bien que me trataron. Todas
señoras muy elegantes, sonrientes y cálidas.
Sin embargo, no me atrajo para nada todo lo que allí
se conversaba y donde se ponía énfasis. Era
como que se daba mucha importancia a la piedad, a rezar mucho,
a cumplir con los preceptos pero poco y nada a lo que eran
cosas concretas, los hechos. Recuerdo que tras una reunión
volvíamos con mi cuñada al estacionamiento y
le pregunté si estaban haciendo labores sociales en
algún barrio pobre, si anualmente se hacía colecta
de ropa o juguetes para los niños, si había
visitas a los pobres o a los enfermos en los hospitales...
me miró como si yo fuese una infradotada y me dijo:
algo se hace de vez en cuando con los pobres; pero las
colectas y las donaciones son para la obra que está
llena de necesidades... no somos misioneros de la caridad
ni nada de eso, ya hay muchas ordenes religiosas que se ocupan
de los necesitados. Como yo quedé mirándola
algo perpleja me dijo me parece que a vos te han llenado
la cabeza los zurdos de la facultad y los curas tercermundistas
y riéndose subió a su auto sin decir palabra
más. Subí a mi auto y volví a casa con
un sentir amargo, me sentí humillada y en cierta forma
burlada por el ex abrupto de mi cuñada ¿así
que yo era zurda y tercermundista por preguntar
por la labor con los pobres? ¿así que ESA era
la forma del opus de vivir a la luz del Evangelio?
Me desilusioné mucho y sin decirle nada a Jorge resolví
que no volvería nunca más a esas reuniones ni
a tener trato con la gente del opus. Coincidió con
el comienzo de las obras de edificación en Rosario
y yo viajaba los miércoles para regresar los viernes
por la noche. Tuve la excusa perfecta para no asistir más
a esas charlas: el cansancio y las obligaciones laborales.
A pesar del cansancio, de la incomodidad del polvo y las oficinas
rudimentarias en medio de la construcción (luego alquilaríamos
un saloncito en el centro de la ciudad) en Rosario estaba
feliz, realizada y llena de alegría junto a mis compañeras
de trabajo. Sentía libertad de hablar cualquier tema,
de ver en televisión lo que yo quería en el
cuarto del hotel, de tomar un café o una copa con las
chicas al salir de trabajar ¡y comencé a tener
pensamientos recurrentes que tal vez me había equivocado
con el matrimonio!
La primera persona que supo de mi desilusión fue mi
madre y le causó un gran disgusto puesto que ella quería
mucho a Jorge. Lo quería mucho por lo que externamente
veía en él: su cortesía, su afectividad,
su delicadeza en el trato, su éxito profesional, su
familia tan distinguida... De todos modos mamá me dijo
que un hogar cristiano no debía deshacerse, que eso
era como último recurso y en casos de extrema gravedad,
que debía agotar todas las instancias de diálogo
con Jorge e incluso buscar la asesoría de un sacerdote.
Y así, la segunda persona que supo de mi desilusión
matrimonial fue el Padre Fernando, en cuya parroquia yo diera
catequesis antes de casarme. Me recibió con mucho cariño
y me dijo lo mismo que mi madre, que buscara dialogar y que
ni remotamente pensara en separarme. Le conté toda
la historia de Jorge en el opus, su modo de vida y sus normas
de piedad, su interés en que yo asistiera a las reuniones
para señoras, mi sorpresa ante la actitud de mi cuñada
¡se lo dije todo, incluso el tema de la intimidad!
En un momento se rió largamente y me dijo Pero
este muchacho que te ha tocado... hace más normas que
yo que soy cura; la verdad que no me alcanzaría el
tiempo para todo eso, con todo lo que hay que hacer aquí
con esta gente tan humilde en la parroquia. Pero me
aconsejó prudencia y dialogo, incluso se ofreció
para conversar con Jorge en algún momento que quisiera
visitarlo. Le dije que sí, que le transmitiría
su invitación a conversar; pero en mi fuero interno
sabía que nunca jamás Jorge iría a hablar
con un cura de parroquia; ya que su confesor y asesor espiritual
era el cura del opus y nadie lo sacaba de eso.
Así comenzó un tire y afloje que duró
dos años más en que no quedé embarazada
porque logré convencerle nuevamente esperar a terminar
las obras de Rosario; yo intentaba dialogar y Jorge constantemente
me ponía justificación a todo: que los santos
había tenido una vida plena de oración y que
para alcanzar la santidad había que ser ascético
y piadoso. Yo le ponía de ejemplo a San Francisco,
a San Martín de Porres, a San Juan de la Cruz como
personas que habían dejado todos sus bienes materiales
y renunciado a todos los honores para amar a Dios sin condicionamientos...
y él me ponía de ejemplo a San Luis Rey de Francia,
a los amigos de Jesús que habían sido ricos
pero desprendidos de alma. Siempre tenía
a mano alguna anécdota de un rico bondadoso
para sacar de la galera y sostener sus argumentos. Y hablábamos
horas y horas como nunca antes habíamos hecho; cuando
parecía que lo tenía un poco más flexible
y comprensivo ¡volvía a la carga con sus cuestiones
con más fuerza que antes! Era como que se desenrollaba
y se volvía a enrollar más fuerte en sus ideas.
Un buen día, ya exhausta de tanto discutir esos temas
le pregunté ¿y para qué querés
ser santo, no te basta con ser buena persona, buen cristiano?
¿o acaso vos pensás que siendo como sos te van
a canonizar y van a poner tu estatuita en los altares? ¡qué
asco, qué soberbia! ¿Cómo podés
ser tan presuntuoso? Nuevamente la consabida frase: vos no
entendés nada. Como mi sangre estaba ya haciendo ebullición
dentro de mi, llegó el punto en que le dije que me
tenía ciertas cosas llenas con el argumento
que yo no entendía nada.
- ¡Tenés razón! No entiendo ¿y
qué? le desafié casi llorando- ¡no
entiendo, soy lela, no me da el cacúmen y no entiendo!
¿Y ahora qué vas a hacer?
Como si yo fuese una niña irrespetuosa con su papá,
me tomó de una oreja con fuerza y me dijo a mi
no me faltes el respeto porque tengo mucha mas autoridad moral
para cuestionarte. Me sentí tan humillada y tan
herida, llorando con la oreja dolorida le dije que lo odiaba,
que era un bruto y un desgraciado. Y en el colmo de la ira
le dije que se metiera su ascetismo, sus normas, su piedad
y su obra en el cu... Por toda reacción, pateó
con fuerza una de las sillas del comedor y se fue a dormir
en el sofá cama que había en la sala. Yo me
preparé un te de tilo y me acosté también
llorando.
Fue el principio del fin, hubo varios intentos de mi parte
y también suyos por reconciliarnos. Él no estaba
dispuesto a ceder y yo tampoco estaba dispuesta a sufrir con
una persona que constantemente me rebajaba, maltrataba y humillaba
por no pensar como él. Pedí a la empresa constructora
que me asignaran tareas extras en Rosario, de ese modo viajaba
los lunes y volvía los viernes; tratando que la distancia
pusiera paños fríos y que de algún modo
le hiciera reaccionar. Fue peor, aprovechó mi ausencia
para cargar baterías con el cura de la
obra que le insuflaba ideas en mi contra, le aconsejaba rezar
mucho por mi y ser más exigente como marido ya que
le había tocado una esposa frívola, inmadura
y caprichosa.
El último diálogo sereno que tuvimos fue un
viernes por la noche en que me esperó con una cena
preparada por él mismo y una botella de champagne.
Estaba sonriente y amoroso como cuando éramos novios,
puso música y me pidió que antes de cenar bailáramos.
Me sorprendió tanto romanticismo, él no era
así. Me dijo que me amaba, que no soportaba estar solo
pero que yo debía ser una esposa mas complaciente y
entender que él quería lo mejor para mi. Me
agradó el gesto y la cena, pero también tomé
conciencia que no sentía ya mas nada por Jorge. Fue
como que todo hubiera caído en un hueco, como si no
tuviera sentido nada de lo que dijera o hiciera. Con todo,
seguía dentro mío la contradicción: no
sentía nada pero al mismo tiempo no quería separarme
por lo que me habían dicho mamá y el sacerdote.
Comimos escuchando música y hablando de mis trabajos
en Rosario, no toqué el tema matrimonial ni religioso
porque sabía que eso lo arruinaría todo. A la
mañana siguiente esperé levantada que volviera
de misa y le pregunté si veía alguna posibilidad
de que pudiéramos ser un matrimonio normal, sin pelear
por cuestiones religiosas y sin humillarnos el uno al otro.
Tengo grabada en la mente su respuesta y es como si le escuchara:
- Cristina yo soy esto que ves, tengo vocación de santidad
en medio del mundo, tengo un profundo amor por la obra de
Dios y aspiro a que seamos un matrimonio cristiano. Sé
que para vos no es fácil porque te has criado con la
Iglesia mas comprometida, con sacerdotes mas de acción;
pero tenes que entender que cada uno tiene un lugar diferente.
Es cierto y comparto con vos que la Iglesia tiene como misión
evangelizar y misionar preferentemente entre los pobres, pero
hay otras personas que sin ser pobres necesitan también
de Dios y yo aprendí que formando a los líderes
de una sociedad, se llega posteriormente a mejorar la calidad
de vida de la gente humilde. Es otro camino, pero el objetivo
es el mismo.
Eso de formar a los líderes de la sociedad
me hizo recordar a la teoría económica del derrame,
o del goteo. Esta teoría decía que si enriquecían
a las capas más altas de la sociedad, éstos
luego mejorarían la vida de la gente humilde reinvirtiendo
y derramando el bienestar hacia abajo. La teoría
no se cumple ni se cumplió jamás, los ricos
son cada vez mas ricos y los pobres cada vez mas pobres. Y
el mundo se ha vuelto un lugar bastante difícil por
esa brecha que se ha abierto entre unos y otros. Análogamente,
él era de la idea que evangelizando a los líderes
se iba a lograr un ablandamiento en sus corazones para que
se volvieran mas generosos con los pobres ¡iluso, eso
nunca existió! Y menos aún si quienes formaban
a esos líderes no les enseñaban a tomar contacto
codo a codo con la pobreza, sino todo lo contrario.
Volviendo a la conversa con mi ex marido, le pedí que
me dijera concretamente qué esperaba de nosotros, en
qué podíamos ceder el uno y el otro para llevarnos
mejor. Me dijo que si no quería asistir a las reuniones
del opus, ni quería rezar con él o compartir
sus normas de piedad, lo iba a aceptar con pena y dolor pero
lo iba a aceptar. Que esperaba sí, que yo terminara
mis labores profesionales en Rosario, que dejara de trabajar
y que me dedicara al hogar y a tener muchos hijos. Según
él, yo daba mas importancia a mi carrera y no pensaba
en tener familia; además que probablemente el hecho
de trabajar con gente de otras religiones (Simón, mi
jefe y dueño de la empresa era judío) me estaba
llenando la cabeza de frivolidades y materialismos. Me pareció
tan estúpido eso peyorativo de gente de otras
religiones y que pretendiera que dejase mi profesión
¡y él me consideraba inmadura pensando de ese
modo! Como quedaba un tiempo más para terminar el trabajo
en Rosario, no respondí nada y le dije que estaba bien.
Quiso hacer el amor, le dije que no correspondía el
día además que no me gustaba hacerlo por la
mañana.
Esa misma tarde fui a casa de mi hermano, que ya estaba casado
y su señora esperaba un bebé. Me desahogué
con ellos y por primera vez escuché que me aconsejaran
separarme de mi marido. Dialogamos algo así:
- No podés seguir así, Cris dijo mi cuñada-
él no cambia más. Está programado
de esa forma desde muy jovencito, y además se siente
orgulloso de hacer lo que hace. Para él eso es ser
santo. O lo tomás o lo dejás...
- Además de que interiormente no acepta que lo hayan
rechazado en el opus para lo que él quería.-
prosiguió mi hermano.- No te lo va a reconocer ni bajo
tortura pero es así, eso de que se quedaba en silencio
y no te dejaba hablar cuando recién se casaron, eso
de vivir orando casi hasta la obsesión es una forma
implícita de decirse a si mismo sigo dentro con
mi vocación en marcha. Si realmente estás
convencida que no querés más nada con él
y que no estás dispuesta a vivir a su estilo, ni a
llenarte de hijos, ni a dejar tu profesión ¡separate
hermana, no te queda otra!
- Yo pienso lo mismo dijo su esposa es mejor
que te separes ahora. No tenes hijos, vas a cumplir 27 años
y sos joven. Podés rehacer tu vida sin problemas. Es
más, te doy un consejo: divorciate y pedí la
nulidad religiosa.
- Hay que ver si él quiere todo eso... -dijo mi hermano.
Lo dicho por mi hermano fue una premonición: cuando
le dije de divorciarnos y anular religiosamente el matrimonio
fue como si le declarara la guerra. Se puso furioso, se negó
de plano a cualquier separación, me sacudió
por los hombros insultándome y como intenté
defenderme me golpeó varias veces hasta que caí
al suelo llorando y pidiéndole que no me pegara más.
Me quitó la llave de la casa y salió dejándome
encerrada por tres horas. No sé lo que hizo pero volvió
y me dijo que ni soñara con obtener el divorcio y mucho
menos la nulidad, que lo iba a tener que aguantar hasta el
día que se muriese. Estaba tan conmocionada y muerta
de miedo que no le contestaba nada. Quiso acostarse a dormir
a mi lado y yo abandoné el dormitorio para ir a dormir
a la sala. A la mañana siguiente él no estaba
en casa y aproveché para juntar algunas cosas e irme
a casa de mi madre. Ella no podía creer lo que veía:
mi cara hinchada por el llanto y por los golpes que me había
dado. Hicimos una denuncia a la policía por los golpes
pero no tuvo efectos porque yo no tenía testigos, y
habían pasado más de ocho horas de la agresión.
Solo quedó como una exposición asentada como
precedente... ¡a veces me hace gracia la forma en que
las autoridades enfocan el problema de la violencia intrafamiliar!
Quedaba el precedente por si había una próxima
vez que me golpeara y yo pudiera llevar testigos, además
de no demorar muchas horas en hacer la denuncia.
Nunca más volví al departamento, quedó
allí casi toda mi ropa, libros, cuadernos de apuntes
y material de trabajo que él jamás permitió
que se retirara. Ni mi hermano y su señora pudieron
convencerlo de sacar mis pertenencias.
Cuando advirtió que los días pasaban y yo no
regresaba se presentó en casa de mi madre increpándola
de muy mal modo, acusándola de ser una mala influencia
para mi por permitir que yo abandonara el hogar conyugal.
Mamá le dijo que ella siempre lo había querido
como un hijo pero que nunca podría imaginar en él
un hombre golpeador. Como podría esperarse, me echó
la culpa de todo al punto de poner en duda mi salud mental,
mi fidelidad como esposa y mi honestidad.
En mi trabajo yo había dejado constancia del problema
y en cierta forma me sentía segura permaneciendo en
Rosario de lunes a viernes; hasta que un día viajó
hasta allá y delante de todos hizo un escándalo
gritándome que ya estaba bueno, que me dejara de caprichos
adolescentes y volviera a mi casa como una señora decente.
Que él no se iba a quedar de brazos cruzados permitiendo
que su mujer lo dejara como un pelele delante de todo el mundo.
Le pedí que se retirara inmediatamente de allí
y sufrí una descompensación por lo que mis compañeros
me llevaron a una clínica y posteriormente me acompañaron
al hotel para que descansara tranquila. Inmediatamente llamaron
por teléfono a mi hermano y horas después, siendo
ya de madrugada me vino a buscar.
Esa fue una de tantas que me hizo, era tal su persecución
que yo no podía salir sola a la calle porque temía
encontrarlo, no podía trabajar ni leer porque los pensamientos
no me dejaban. Llegué a un punto en que me planteé
seriamente volver a su lado para acabar con esa obsesión
suya y luego ya dentro del hogar buscar una salida decorosa,
sin violencia. De todos modos, nadie me garantizaba que el
episodio de los golpes no se repetiría y por miedo
no volví.
La familia de él no se había entrometido para
nada, pero tras el incidente en Rosario llegaron a casa de
mi mamá para hablar conmigo y pedirme de buenas maneras
que regresara; que Jorge estaba enfermo, que estaba desatendiendo
su trabajo y que todo lo que había hecho era por el
gran amor que me tenía. Mi suegro se comprometió
personalmente a hablar con su hijo para que nunca más
se comportara conmigo de forma violenta y a ayudarnos para
que hiciéramos una terapia juntos con un psicólogo
de confianza. Por respeto los dejé hablar todo lo que
me tenían que decir, les agradecí su preocupación
y les dije que me dieran unos días para pensar en la
propuesta de volver a casa y asistir a terapia con un psicólogo.
En realidad no quise ser descortés, yo tenía
más claro que nunca que no habría terapia de
pareja ni cura ni nada que nos volviera a unir porque sencillamente
el amor se había acabado. No tuve valor para decírselos
personalmente y días después les mandé
una carta de agradecimiento diciéndoles que yo no sentía
nada por Jorge y que los sentimientos no se fabricaban ni
se podían exigir. La madre de Jorge y mi madre hablaron
por teléfono casi tres horas, pero ya nada había
por hacer.
Cuando quise tramitar el divorcio me encontré con el
obstáculo de su resistencia, para Jorge el matrimonio
era indisoluble y nunca accedería a firmar un divorcio,
ni una nulidad canónica. Mientras en Argentina un proceso
de divorcio no contradictorio era cuestión de meses,
lo mío duró dos años porque él
se negaba a concedérmelo invocando el tema religioso.
Se comportó tan caprichoso y obsesivo que el mismo
juez le hizo callar varias veces diciéndole que allí
se estaba administrando justicia sobre un contrato de orden
civil y que sus cuestiones religiosas debía plantearlas
ante un tribunal eclesiástico. Hubo dos audiencias
de conciliación y por consejo de mi abogada no abrí
la boca, me mantuve en mi sitio y dejé hacer a los
profesionales. Mi abogada habló con los abogados de
él y llegaron a un acuerdo puesto que no tenía
sentido trabar el proceso siendo que yo no quería nada
de él ni quería obtener dinero o bienes. Finalmente
la sentencia salió y quedamos legalmente divorciados;
me costó carísimo el pago de honorarios al punto
que mi madre debió vender unas alhajas que papá
le había regalado para terminar de pagar a la abogada.
Quedaba el proceso canónico pero contra mis suposiciones,
no hubo tantas complicaciones porque no puso pegas al asunto:
lisa y llanamente él me acusó de negarme a tener
hijos y de falta de discernimiento para comprender los deberes
del matrimonio. Dije a todo que sí, que tenía
razón y acepté todos los cargos pensando que
allanaría el camino pero el fallo de nulidad salió
en mi contra con la prohibición canónica de
contraer nuevo matrimonio religioso debido a mi grave
falla de discernimiento. No fui excomulgada ni se me
prohibió nada, solo volver a casarme en una iglesia.
Él en cambio quedó libre de hacer con su vida
lo que quisiera. Otra vez a pagar honorarios y encima con
un juicio perdido. De todos modos estaba libre y la sola idea
que me hablaran de matrimonio me producía escozor.
El trabajo en Rosario finalizó pero la empresa tenía
otros emprendimientos y negocios allí en marcha por
lo que mi jefe me ofreció trabajar directamente en
esa ciudad. Con un poco de tristeza por dejar sola a mi madre
nuevamente acepté y alquilé un departamento
a pocas cuadras de la oficina. Tiempo después traje
a mi mamá a vivir conmigo y luego de vender el que
fuera nuestro departamento en Buenos Aires pudimos comprar
otro en el mismo edificio.
Una sola vez volví a ver a Jorge tras la separación,
había pasado poco más de un año del proceso
de nulidad y estábamos con la esposa de mi hermano
y mi sobrino en un café de la calle Florida; se acercó
y sin importarle quien escuchara me dijo que yo había
arruinado su vida, que por mi culpa y mis caprichos ya ni
siquiera podría ser supernumerario (no entendí
nada, supongo que no aceptan como supernumerarios a personas
divorciadas aunque estén anulados), que yo había
sido nefasta y diabólica en su vida y que un día
me iba a arrepentir de todo el daño que había
causado. Dijo todo de un tirón y se fue. No pude terminar
el café y tuve que hacer un enorme esfuerzo para no
echarme a llorar por la humillación vivida. Mi cuñada
trató de ser amable y darme consuelo sin demasiado
resultado.
Estuve absolutamente sola y convencida de no casarme nunca
más durante cinco años, hasta que un día
quise darme un pequeño gusto y viajé con mi
madre a Grecia. Pasamos unos días maravillosos en Atenas
y en Santorini. En el viaje de regreso conocí a Mario
(quien es mi esposo); se sentó a nuestro lado en el
avión y como no sabía si hablábamos castellano
esbozó una sonrisa sin hablar. Luego fue mi madre quien
le preguntó si viajaba a Buenos Aires y él respondió
en castellano bien argentino que sí, que volvía
de visitar unos tíos griegos. No se despegó
más de nuestro lado, mientras tuvimos que hacer trasbordos
almorzó con nosotras, nos contamos la vida entera y
al bajar del avión nos dimos un abrazo grande los tres,
intercambiando teléfonos para contactarnos mas adelante.
Todo hubiera quedado como un contacto casual de un largo viaje
en avión, pero a los pocos días llamó
a mi casa diciendo que vendría a Rosario y quería
pasar a saludarnos. Mi madre pescó de entrada
las intenciones de él y me dijo que no sería
mala idea pensar en una segunda oportunidad, parecía
buena persona y nada perdería con empezar a conocerlo
mejor.
En pocos meses Mario se convirtió en mi novio y un
año después nos casamos en una ceremonia ortodoxa.
La familia de él en principio tenía sus recelos
y desconfianzas, no solo porque yo fuese divorciada sino porque
además no pertenecía a la colectividad griega.
Pero una vez que me conocieron personalmente se acabó
todo y como los griegos son muy frontales me lo dijeron directamente
y me dieron la bienvenida a la familia llenándome de
abrazos y besos.
La diferencia de religiones no fue ni ha sido impedimento
para que nuestra relación personal y familiar se desarrollen
con normalidad. Creemos en el mismo Dios, en la Virgen María,
tenemos los mismos sacramentos y los mismos santos hasta el
año 1054 en que se produjo el gran cisma; pero fundamentalmente
tenemos los mismos valores de la moral cristiana. Si la ciencia
dice que la virginidad se pierde una sola vez, puedo contradecirlo
tranquilamente puesto que a este matrimonio llegué
absolutamente virgen de todo. Conocí el amor en toda
su magnitud y su belleza, disfrutando la piel del otro, sin
pijamas y con la luz encendida, dialogando, consensuando,
compartiendo todo con dulzura y comprensión. ¿Qué
más puedo decir? Soy absolutamente feliz, vivimos en
la ciudad de Rosario donde sigo ejerciendo mi profesión
de arquitecta, mi marido trabaja como abogado en un estudio
junto a otros colegas, hace un año y medio tuve un
par de gemelas preciosas y hasta logré que tras veinte
años de viudez mi madre volviera a casarse con un tío
viudo de mi esposo.
Del pasado no guardo rencor, pero tampoco olvido lo sucedido;
de lo acontecido puedo sacar en limpio que la gente de la
obra es muy especial, que estar casada con un opusiano no
es tarea fácil por muy católica practicante
que uno sea, ni es agradable para un cristiano corriente de
verdad convivir con todas sus normas y sus ideas. Los primeros
tiempos de matrimonio una se calla y tolera por amor, asiste
a reuniones por complacer, adhiere a sus ideas por no desilusionar;
pero por muy cristiana y piadosa que uno sea no puede hacer
votos de obediencia porque cada uno tiene su personalidad,
su sensibilidad y su forma de profesar la fe.
Lo poco que conocí a nivel institucional no me gustó,
debo ser sincera. El hecho que pusieran tanto énfasis
en la piedad y la oración (y en recolectar plata para
ellos) pero nada en los desposeídos; y que además
reconocieran abiertamente que ellos no trabajan con los pobres,
lo de evangelizar a los líderes de la sociedad,
sus fabulosos edificios, su omnipresencia dentro de la Santa
Sede y en todos los puestos claves de poder político
a nivel mundial ¿para qué darle vueltas? ¡Me
parece sumamente desagradable y contrario al espíritu
cristiano!
Es todo, gracias por prestarme vuestras Orejas.
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