REFLEXIONES
SOBRE UNA VIDA PASADA
Por Thomas Cook
1. Reescribir la historia 9-1-2004
2. Sobre la dirección espiritual
10-1-2004
3. Sobre la actuación política
de los miembros 12-1-2004
4. Thomas Cook y las mujeres
19-1-2004
Reescribir la historia
Entre los temas que se han tratado hasta el momento echo
de menos uno que considero una grave falta por parte del Opus
Dei. Es la afición que tiene por presentar de manera
falsa la realidad institucional o incluso reescribir la historia
Trataré de explicarme con ejemplos de cosas que he
vivido personalmente.
Soy español y al poco tiempo de pitar como numerario
me fui a vivir a una región X. En dicha región,
la oficina de información de la prelatura, en la que
yo también trabajaba, afirmó durante décadas
que el Opus Dei tenía unos mil miembros en el país,
mientras que la realidad es que no eran ni 600.
Cuando le pregunté a uno de los encargados de aop
cómo se había acordado ese número como
cifra oficial, me dijo que nunca llegó a haber mil
miembros en ese país. Sin embargo, a finales de los
años setenta, la labor era tan floreciente que se pensó
que en poco tiempo se podía alcanzar el millar de miembros.
Así, al imprimir un folleto, en lugar de poner la cifra
real, se emitió una previsión errónea,
y de esta manera la región se quedó oficialmente
con sus mil miembros soñados.
Hace dos años, cuando yo ya me había ido de
la Obra, una agencia de noticias local sacó a relucir
el tema y la Comisión emitió un comunicado en
el que admitió que sí, que la región
X tiene 600 miembros. Sin embargo, al mismo tiempo, señaló
que en la cifra de mil se encontraban incluidos también
los cooperadores. Mentira como una casa para salir al paso.
Me consta que los cooperadores eran más, entre otras
cosas porque yo mismo cuidaba la base de datos.
Es muy posible por eso que en la cifra oficial de miembros
de la prelatura que difunde el Anuario Pontificio no sólo
se encuentren el Padre y Federico Trillo, sino también
todavía Satur, Galileo, el Crítico Constructivo,
yo y hasta el Oreja de Turno. Me lo podría imaginar,
aunque bueno, es mera especulación.
Otro ejemplo pequeño que me marcó. En una ocasión
la oficina redactó un comunicado de prensa sobre una
misa del 26 de junio en una parroquia de la ciudad y en él
varios numerarios estimaron que habían asistido más
de 200 personas, lo cual, para el país pagano que era,
podía considerarse ya un éxito. En esas, vino
el consiliario tachó la cifra, puso encima 500 y dijo:
"Eso lo responsabilizo yo". Me quedé perplejo.
Qué quería responsabilizar? Una mentira.
Por otro lado, el que alguna vez haya escrito algún
artículo para "Crónica" se dará
cuenta de la manipulación a la que puede llegar a ser
sometido el texto original. Cuando hice el servicio militar,
escribí un par de folios sobre la gente a la que me
encontraba en misa en un templo próximo al cuartel
y las conversaciones que luego surgían a raíz
de ello. Sin embargo, al verlo publicado en la revista, no
me podía reconocer en absoluto. No parecía la
vida de un numerario de veintialgo años. Eran más
bien las historias del superhéroe Numerator que a las
cuatro semanas de empezar la mili ya había conocido
a trescientos mil tíos de los que la mitad más
o menos tenían vocación.
Pregunté qué había pasado con el texto
y me dijeron que el corresponsal de "Crónica"
de la delegación había recibido otro artículo
de otro numerarío que había comenzado el servicio
militar a la vez que yo. Entonces, como en la misma edición
sólo se podía publicar un artículo sobre
la mili de alguien, en lugar de descartar uno de los dos textos,
se decidió por fusionar los dos en uno y así
es que surgió la fantástica historia de San
Numerator, soldado, superhéroe y apóstol.
En el caso de la revista "Obras" he llegado a ver
cosas más graciosas. Por ejemplo, que las mujeres han
organizado un congreso o un seminario y que luego todo ha
sido traducido al masculino y publicado en la revista como
si hubiera sido una actividad de los hombres. Lógicamente,
después de estos dos ejemplos dejé de tomarme
en serio las publicaciones internas y me tomé como
un deporte encontrar más casos similares.
En una ocasión salí muy cabreado del entierro
de un numerario. Este trabajaba para una fundación
eclesiástica que enviaba ayuda al Tercer Mundo. Es
muy poco común que un numerario laico trabaje en servicio
eclesiástico, aunque hay muchas excepciones. En las
charlas en el centro de estudios y en muchas otras ocasiones
se nos dijo que en el caso de este hombre el obispo encargado
de esa fundación le había pedido al Opus Dei
un abogado bien formado y por eso la Obra lo había
cedido. Es algo que me extrañó sobremanera,
entre otras cosas porque al miembro en concreto le hicieron
la vida imposible en el trabajo por ser del Opus Dei. Total,
se muere el numerario y uno de sus compañeros de trabajo
en el entierro va y lee el primer documento que encontró
sobre él en el archivo del personal de la fundación:
una carta del tío del numerario al obispo diciendo
que tiene un sobrino muy buen católico al que le encantaría
servir a la Iglesia a los pobres trabajando para él.
¿Pero no era el obispo el que se había puesto
en contacto con la Obra para que le cedieran un abogado? ¿Por
qué necesitaba una carta de recomendación
Con la duda me fui echando chispas a un sacerdote de la Comisión
y le pedí que me aclarara el tema. Resultó ser
que como esa fundación envía cada año
muchos millones para fomentar proyectos católicos en
todo el mundo, Escrivá consideró que ahí
tenía que trabajar uno de sus hijos, para que el dinero
fuera a parar también a proyectos de la Obra. "Es
una cuestión de justicia", dijo Escrivá,
según ese sacerdote.
Estoy de acuerdo en que las instituciones tienen derecho
a mantener ciertos temas de manera confidencial. Para explicarlo,
en la Obra se utiliza esa odiosa formulación de que
"en una familia, no todo lo que saben los padres tienen
por qué saberlo también los hijos". De
todas maneras, creo que eso no autoriza a mentir. Además,
esas mentiras constituyen a mi parecer una falta de lealtad
y de confianza por parte de la Obra frente a sus miembros.
Personalmente, me encantaría que alguno de los antiguos
de la Obra, sea todavía miembro o no, escriba alguna
vez la verdadera historia del Opus Dei. Me resulta por ejemplo
flipante el hecho de que la Obra haya conseguido borrar completamente
de su historia oficial al que fue su primer consiliario en
España, que colgó la sotana y huyó al
extranjero, donde se casó. Además, luego va
Pilar Urbano en su libro y te hace una historia preciosa de
cuando Escrivá se fue a Roma, reunió a sus hijas
en Madrid y les presentó al que dejaba al frente de
la Obra en España. Lógicamente, le cambia el
nombre.
O por ejemplo no paras de oír el comentario que hacía
el fundador de que en la primera residencia de estudiantes,
en Moncloa, sus primeras hijas de la administración
no habían comprendido el espíritu de la Obra
y se le convirtieron en una especie de monjas. Y luego vas,
pones a un cura histórico contra las cuerdas, y te
cuenta que la administración acabó con la mitad
de residentes en el cuartel de la Guardia Civil por promiscuidad,
que por aquel entonces era delito.
O también, mientras en la historia oficial parece
como si a Escrivá le hubieran perseverado todos sus
hijos de las primeras horas, luego te pones a contar nombres
de curas que se fueron de la Obra y te das cuenta de que de
hay hornada de curas en las que han llegado a quedarse sólamente
dos.
Lo dicho, ojalá pudieramos leer algún día
un libro sobre la historia de la Obra en el que se cuente
la verdad. Seguramente, ensalzaría las cualidades humanas
de mucha gente fiel dentro de la Obra que tuvo que hacer frente
a esos percances, encubrirlos por órdenes supremas
y sacrificarse todavía más para ocupar el puesto
de los que se fueron.
Sobre la dirección espiritual
En numerosos escritos publicados hasta el momento en Opuslibros.com
se ha hecho refencia a la en ocasiones desastrosa dirección
espiritual por parte de miembros de la Obra. En muchos de
los textos se trata de explicar los desatinos en este terreno
con la juventud de algunos numerarios a los que a los pocos
años de pitar se les encomienda labores de atención
de almas. De todas maneras, también gente con mucha
experiencia y décadas en el Opus Dei puede pegarse
unas patinadas impresionantes. En mi opinión no es
exclusivamente responsabilidad suya, sino que entran más
aspectos institucionales en juego. Como es sabido, la dirección
espiritual de los miembros de la prelatura es ejercida de
manera colegial, por lo que muchas de las indicaciones que
un numerario recibe en la charla y otras ocasiones no son
atribuibles sólo a quien la recibe "en nombre
del Padre", sino a todas las personas en el consejo local,
en la delegación o la comisión que han sido
consultadas al respecto.
Me pongo a escribir partiendo de esa base, de que un error
en la dirección espiritual, no es un error cometido
por un numerario inexperto concreto, sino por la Obra en sí.
Y por ello, permitidme por favor que deje esta aburrida introducción
teórica y descienda a un terreno personal, os relate
algunas experiencias y realice algunos comentarios al respecto.
Aunque sea el ejemplo de un ex miembro concreto, estoy seguro
de que no soy el único que ha tenido vivencias similares.
Al poco de pitar como numerario, cuando todavía era
un joven bachiller que aún no vivía en un centro,
iba siempre como loco de un lado para otro. El tiempo era
para mí verdaderamente un bien muy preciado. Me levantaba
muy pronto por la mañana para ir al centro a hacer
la oración antes de ir al colegio, que estaba a unos
15 kilómetros de la ciudad y me hacía perder
mucho tiempo en transporte. Por la tarde iba al centro, donde
tenía que ocuparme de varios encargos que requerían
mucho tiempo, asistía a medios de formación,
hacía las normas, trataba de estudiar, quedaba con
algún amigo y se me hacían las tantas de la
noche, me volvía a casa, dormía unas horas y
al día siguiente lo mismo. La situación no cambiaba
mucho los fines de semana.
Total, viendo que iba siempre completamente acelerado, el
numerario con el que hacía la charla va y me dice:
"Thomas Cook, cálmate y haz como nuestro Padre:
pídele al Señor que te dé la gravedad
de un sacerdote de 80 años". Tal vez, el numerario
en cuestión, hoy por cierto cura, no sabía que
el fundador le pidió eso a Dios, pero sólo para
la hora de la misa. Bueno, me tomé en serio el consejo
y se convirtió en una especie de propósito especial.
"Señor, dame la gravedad de un sacerdote de 80
años", le pedía. Y así, me puse
por ejemplo como mortificación especial andar más
lento y subir los escalones de uno en uno. No sé, tal
vez mis oraciones hicieron efecto. Me acuerdo de una convivencia
de adscritos de la delegación en la que nadie se creía
que tuviera 16 años.
Cuando ya casi había alcanzado la gravedad de ese
anciano presbítero me fui a vivir al centro de estudios,
donde el director hizo saltar enseguida la señal de
alarma: "Thomas Cook, tienes sólo 17 años
y actuas como alguien de 80!". Le preocupaba mucho el
hecho de que siempre trataba de apurar al máximo las
horas de sueño y si algún día existía
la posibilidad de dormir más, pues lo hacía.
Es algo a lo que me había acostumbrado en mis tiempos
de adscrito, en los que casi no dormía. Si podía,
dormía más. Sin embargo, el director me dijo
que no era compatible con mi edad, pues la gente joven trata
siempre de dormir lo menos posible, y si en el centro se decía
de ver una película a las 12 de la madrugada, pues
tenía que quedarme despierto y verla también.
De todas maneras, lo que más le preocupaba era que
en el desayuno me ponía todos los días una taza
de leche con un par de cucharadas de azucar (!). "Costumbres
así son sólo de gente muy mayor. Así,
cómo vas a querer hacer apostolado con gente de tu
edad? Imagínate qué diría un chico de
17 años que no te conozca, se siente a tu lado un par
de días en el desayuno y vea que siempre bebes lo mismo.
Pensaría: 'Qué tío más senil!'".
Os juro que es textual y que mi director no era otro que el
vocal de San Miguel de la región, con más de
30 años en la Obra. Total, que dejé de beber
leche, empecé a variar tipos de café y té
y cambié mi estrategia espiritual. Por orden del director,
empecé esta vez a pedirle a Dios que me diera una apariencia
más joven, volví a subir los escalones de dos
en dos, etc.
Una cosa que me molestaba mucho en el Opus Dei era que los
directores en ocasiones hacían de un problema algo
que no lo era o daban una gran importancia a algo que, según
dictaba el sentido común, no la tenía. Me acuerdo
de una soleada tarde de junio en la que todavía no
había salido del centro y en la que se me ocurrió
ir a hacer la oración, de manera excepcional, a un
gran parque que había muy cerca de la casa. Total,
que cuando estoy a punto de salir del centro, otro residente
me pregunta qué voy a hacer, le gusta la idea y se
me une. Hicimos la oración al lado de un lago y el
numerario que me acompañaba, una mole de 120 kilos,
me hace la gracia, me agarra y me pone al borde de la orilla
amenazando con tirarme al agua. Total, que acabamos los dos
dentro del lago, llenos de mierda hasta arriba. El cabreo
me duró dos minutos, pero luego la verdad es que acabamos
riéndonos a carcajadas. Después de aquello,
me vino a la cabeza aquel punto de "Camino" que
tengo como lema vital de "Eso que te preocupa importa
más o menos. Lo importante es que seas feliz, que te
salves" y saqué el propósito inmediato
de hacerle una corrección fraterna al que me tiró
al agua, pues una conducta así no me parecía
del todo propia de un aristócrata de la inteligencia
de 25 años. Por cierto, que ese punto de "Camino"
me trajo también algún que otro cabreo. Se lo
sueltas a alguien en el Opus, no identifica la fuente, y te
cae una corrección fraterna de alucine.
La verdad es que la mole y yo tuvimos mucha mala pata, porque
al llegar al centro estaba el consiliario justo en la puerta,
quien nos vio venir empapados y puso en marcha inmediatamente
al director. Así fue que al día siguiente, cuando
fui a consultar esa corrección fraterna, el director
ya tenía el discurso preparado:
- Me puedes decir qué estabais haciendo en el parque?
- preguntó.
- La oración - contesté.
- Ves, es un ejemplo de que las cosas tontas siempre vienen
por otras cosas tontas. Un parque no es un lugar para hacer
la oración. Tú imagínate qué pensaría
la gente que pasara por allí y se viera a dos chicos
jóvenes sentados en un banco sin hablar. Pensarían:
'Qué gente más rara!' (os juro, de nuevo algo
textual). Estoy muy preocupado porque has necesitado casi
un día para venir a contármelo y cosas así
hay que contarlas inmediatamente.
Caerse a un lago no es algo que vaya en contra del Decálogo.
No es "materia de confesión", ni siquera
un tema que se pueda considerar "espiritual". De
todas maneras, parece que al percance acuático los
directores le dieron otra dimensión. A los dos días
fui a hacer la charla con el secretario del centro, le conté
como anécdota graciosa lo ocurrido, y surgió
de manera "espontánea" el siguiente diálogo,
espero que os suene:
- Y me puedes decir qué estabais haciendo en el parque?
- preguntó.
- La oración - contesté.
- Ves, es un ejemplo de que las cosas tontas siempre vienen
por otras cosas tontas. Un parque no es un lugar para hacer
la oración. Tú imagínate qué pensaría
la gente que pasara por allí y se viera a dos chicos
jóvenes sentados en un banco sin hablar. Pensarían:
'Qué gente más rara!'
Verdaderamente, si lo que quería era imitar al director,
le faltaban la pipa y las gafas.
La cuestión es que la cosa no quedó ahí
y ese mismo comentario de la oración en el parque lo
volví a recibir del sacerdote del centro y de otro
sacerdote de la Comisión. En total, cuatro veces. El
tema me pareció tan absurdo que no repliqué.
Creo que en muchas ocasiones el ahorrarse un "es que,
pensé que, crei que, se me olvidó" puede
ayudar a crecer interiormente y sobre todo a ahorrarse pérdidas
de tiempo que te ven quemando todavía más.
Aquella intervención coordinada de los directores
del centro y de la comisión por algo que era una verdadera
parida que no tenía más repercusiones que ropa
que dar a lavar me hizo preguntarme cómo es que la
gente de la Obra con encargos de dirección tiene tanto
tiempo para sentarse, ponerse a analizar sucesos como el citado
y llegar a conclusiones como la que os acabo de presentar.
He de confesaros que ese proceder de parte del Opus, el contar
una cosa y que en seguida te dieras cuenta de que lo sabe
medio mundo, me sentaba como una patada en el estómago.
Recuerdo por ejemplo una ocasión en la que el vocal
de San Rafael de la comisión, alguien con quien nunca
había hablado en mi vida, me pilla en medio de una
merienda en un curso anual y, como si él me conociera
mejor que yo, me dice algo que me habían dicho ya textualmente
en la charla una semana antes: "Thomas Cook, tienes que
tener más valentía e invitar a más gente
a los medios de formación. Eres de los pocos que están
en la universidad. Invitarlos puedes a todos, aunque no los
conozcas. Cuentas con la gracia de Dios". No sabeis cuánto
me molestaba que utilizaran siempre la misma formulación
y todo. Gracias a eso, por lo menos me fui dando cuenta de
que la charla fraterna no se hace sólo con una persona,
sino con todo el grupo que está detrás de esa
persona.
El problema es que eso no es algo que esté claro desde
el principio. En el ciclo de formación no se explica
qué es lo que pasa con lo que alguien cuenta en la
charla, qué proceso sigue la información, quién
se entera de eso, etc. Me fui y todavía no me lo había
explicado nadie. Es que por no contarte ni te dicen que te
han asignado una sigla como miembro de la prelatura, como
una especie de DNI opusino compuesto de una manera similar
a los cógidos que se utilizan en las actas de sociedades
mercantiles (por ejemplo, n84/I sts o s90/II mpr, o algo así),
y que luego, cuando en la charla cuentas que has cometido
una falta grave, ésta va incluso con tu sigla por mensaje
codificado a Roma. Cosas que, cuando te enteras, no animan
que se diga a vivir la virtud absoluta de la sinceridad.
Estoy seguro de que la gente implicada en la dirección
espiritual de los demás miembros preferiría
dedicarse a hacer otras cosas y sin embargo se ocupa de ello
con la mejor voluntad del mundo. De todas maneras, pese a
esa buena voluntad, a mí concretamente muchos de los
consejos recibidos de los directores me han traído
grandes quebraderos de cabeza y estoy seguro de que no he
sido el único numerario del Opus Dei que ha vivido
casos tan desarmantes como el de la leche con azucar en el
desayuno relatado anteriomente. Está claro que todos
somos humanos y cometemos errores. Pero por más que
me pregunto, no consigo explicarme cómo se puede atentar
tan manifiestamente contra la lógica y el sentido común
y luego hacer pensar a alguien a pensar que tiene que cambiar
al café porque se lo pide el mismo Espíritu
Santo. Lo dicho, parece que a muchos directores les sobra
el tiempo para pararse a buscarle al gato más patas
de las que tiene. Si no, no me explico cómo se puede
llegar a conclusiones así.
3. Sobre la actuación política
de los miembros
Un tema que siempre da de qué hablar en torno la Obra
es la actuación política de sus miembros. Cada
vez que a algún prominente miembro de la prelatura
le dan un cargo público relevante, siempre hay algún
medio de comunicación que saca un gran titular sobre
la "Santa Mafia" o el "Octopus Dei" que
trata con sus tentáculos de agarrar todo lo que puede
y de ganar posiciones en el mundo político, religioso,
económico y bla bla bla. Seguro que todos habreis leído
alguna vez algún artículo similar. Viene ocurriendo
así desde hace décadas, desde que nuestros queridos
hermanos tecnócratas ocuparan ministerios durante el
franquismo, y la prelatura siempre contesta lo mismo, que
sus fines son exclusivamente espirituales y que sus fieles
gozan de libertad política. Este último punto
es verdad. Hay libertad de voto y afiliación política,
no lo cuestiono. Pero no es verdad también que en ocasiones
en el día a día en los centros cuesta un poco
vivirla? Por lo menos en las casas por las que yo pasé
no se podía defender con naturalidad una postura política
diferente a la de la mayoría de los residentes. Te
miraban como un bicho raro y por poco te hacían una
corrección fraterna.
En los dos países en los que viví como numerario
se produjeron cambios políticos mientras yo era de
la Obra. En uno, al que he llamado X en un escrito anterior,
un largamente afincado partido conservador dejó paso
a un gobierno algo más a la izquierda. Ya desde la
campaña electoral, cuando se iba perfilando el relevo,
en mi centro el ambiente era verdaderamente catastrofista.
Algunos se pensaban lo peor, que los futuros dirigentes iban
a perseguir a la Iglesia, iniciar una campaña contra
la moral etc.etc. Por aquel entonces no me consideraba ni
de izquierdas ni de derechas, pero cada vez que abría
la boca en la tertulia para tratar de llamar a alguien al
sentido común y explicar que el mundo no se acababa
por tener un jefe de gobierno socialista, que en España
habíamos tenido uno mucho tiempo y continuábamos
respirando, me caía una buena. En alguna ocasión
el debate alcanzó tal tono que estuve a punto de salirme
de una tertulia después de que, como si de una corrección
fraterna instantánea y pública se tratara, me
llegaran a decir de manera seria y personal que como numerario
no podía en serio defender a una cúpula política
así. Con el paso del tiempo se lo tomaron con mayor
tranquilidad y cuando hablábamos de política
alguno decía en broma "mira, Thomas Cook, nuestro
extremista de izquierdas". Y eso que soy el ser más
apolítico del mundo y que luego el gobierno -con el
que no tengo nada, pero nada que ver, jolines- salió
de lo más moderado.
Lógicamente, si en un centro se te juntan muchos numerarios
conservadores, hay que aceptarlo -es su libertad- sin pensar
por ello que la Obra sea conservadora. De todas maneras, la
conducta de algún que otro director que conocí
me dio mucho que desear. Todavía recuerdo aquella noche
electoral de 1996 en España en la que consiguió
la mayoría el Partido Popular y cómo el director
del centro en el que era adscrito llamó personalmente
el día antes a los agregados e incluso a algún
chico de San Rafael para que vinieran a "celebrar"
(lo dijo así) el previsible resultado con tertulión
y cena fría.
Y ya el colmo.
De vuelta en X. Cuando apenas quedaban dos semanas para las
elecciones y el resultado ya estaba completamente claro, vino
el Padre de visita a la región y en una tertulia, en
contestación a la pregunta desesperada de un anciano
supernumerario acerca de qué hacer ante el inminente
cambio político, va y dice: "Hijos míos,
no debeis tener miedo de que se os vincule con una tendencia
política concreta". Os lo prometo, tal como lo
entendí en aquel momento sonaba a un "evitad que
se produzca un cambio a la izquierda que haga daño
al país, votad democristiano y no tengais miedo por
ello de que la gente piense que la Obra es democristiana".
Además, a los pocos meses, cuando ya teníamos
el nuevo gobierno, empecé a notar en el centro un activismo
político proselitista por parte de algunos residentes
que me puso los pelos de punta. Los nuevos líderes
políticos habían presentado un proyecto de ley
para permitir la doble nacionalidad de extranjeros naturalizados.
La propuesta desató un fuerte rechazo por parte de
la oposición, que inició una campaña
de firmas que acabó bloqueando la nueva ley. Total,
que un día llego al centro y en una zona pública
de la casa donde se daban círculos, charlas, etc. me
encuentro una de las listas de firmas con el logotipo del
partido y un papel manuscrito encima que pone "por favor,
firmar". Ya había firmado casi todo el centro.
Con las mismas, fui a ver al director y le dije que me parecía
muy mal que se pusiera una lista así en un centro para
respaldar una acción de un partido político
sobre un tema completamente opinable. La retiró, aunque
luego el numerario que la había traído a casa
acabó enfadadísimo conmigo. En fin, se tuvo
que desenfadar.
También me ponía de los nervios cuando en el
curso anual te encontrabas con algún político
venido de España, todo emocionado le pides que cuente
algo en la tertulia y en lugar de relatarte su vida como diputado,
el apostolado que se puede hacer desde un puesto así
etc., el tío se tira una hora contando lo mal que lo
había hecho el anterior gobierno y explicarnos lo necesario
que había sido el cambio, lo santos que son en su partido,
etc. Y todos allí contentísimos con la tertulia-mitin.
Nada que objetar, pero lo que me pregunto es si un numerario
del partido opuesto hubiera podido hacer algo similar.
La verdad es que en los años que estuve dentro, todos
estos temas tampoco eran para mí de importancia vital,
porque no era políticamente activo y porque tampoco
me sentía a gusto con los planteamientos de ningún
partido. De todas maneras, me imagino que hoy en día
ningún numerario militante de algún partido
no conservador -que supongo que los habrá- podría
vivir en ninguno de los centros en los que yo viví.
O acabaría muriéndose de asco, o los demás
acabarían comiéndoselo vivo. Tal como lo veo,
ni siquiera un liberal encajaría en esos centros. Y
estoy evitando generalizar y limitarme sólo a la vida
en esas casas, aunque supongo que en el resto no es muy diferente.
Pasemos a otro aspecto.
Hoy en día, gran parte del mundo vive en una democracia
firme. En el caso de España, uno de los países
que conozco por ser el mío, es de dominio público
que varios miembros de la Obra ocupan cargos de responsabilidad
en altas instituciones políticas, incluso en el gobierno.
Perfecto. Son ciudadanos de pleno derecho y son nombramientos
que se han producido en el marco democrático, en un
proceso transparente. De todas maneras, luego te pones a examinar
los equipos de colaboradores de algunos de ellos y te encuentras
que por una de esas casualidades sus secretarios, jefes de
prensa etc. son también del Opus Dei. Mira tú
por dónde. Es como aquel numerario conocido mío
que era catedrático en una universidad pública
y va y contrata como sus asistentes a dos numerarios (y eso
que lógicamente algo así sólo funciona
con permiso de la delegación). Es uno de esos casos
en los que, cuando sientes curiosidad y preguntas, en la respuesta
oficial te dicen que el que sean los dos numerarios es casualidad,
que si están ahí es por que el catedrático
quería tener a la gente mejor preparada que había
en la universidad. Seguramente, en el caso del político
al que me refiero también seleccionaría a su
gente siguiendo exclusivamente criterios de calidad profesional.
No sé cómo se verán desde Roma las actividades
políticas de los miembros de la Obra. A este respecto,
se suele decir que el Opus Dei lo único que quiere
es que sus miembros sean santos y que un miembro que sea ministro,
si no quiere ser santo, no le sirve. De todas maneras, podría
imaginarme que muchos directores del consejo, si pudieran,
darían órdenes para que la gente del Opus vote
a tal o cual partido o se apoye la candidatura de alguien
concreto o cosas así, con la idea de que con ello se
podría prestar un servicio a las almas. Dejadme que
os explique en base a un caso puntual cómo es que llego
a esta conclusión.
Cuando el actual alcalde de Santiago de Chile, Joaquín
Lavín, supernumerario, se presentó a las elecciones
presidenciales de hace pocos años en las que salió
elegido Ricardo Lagos, el consejo desde Roma envió
a las regiones información bastante parcial sobre el
candidato. Si no recuerdo mal, se incluía una carta
del director de la oficina de información de la prelatura
en Chile al hermano del candidato, consiliario en algún
país del norte, en la que le decía que las elecciones,
debido a Lavín, se habían convertido en una
ocasión excepcional para practicar el apostolado de
la opinión pública. Todo estupendo y precioso,
era el tono de la misiva. Además se enviaban también
numerosos artículos todos de "El Mercurio",
el principal diario del país, en el que se resaltaba
la actuación de Lavín a favor de la familia,
en contra del aborto, etc.
Todo era bonito hasta que en una de éstas se pasa
por la oficina de información en X, en la que yo trabajaba,
un supernumerario chileno y va y nos cuenta para sorpresa
nuestra que Lavín había sido alguien promovido
por Pinochet, que durante la dictadura había ejercido
un puesto similar al de secretario de Estado y que precisamente
había sido directivo de "El Mercurio", nuestra
única fuente de información al respecto. Pasó
lo que tenía que pasar. Llega el día de la primera
ronda electoral y todos los diarios en X tienen el titular
"Miembro del Opus Dei ahijado de Pinochet podría
tomar el poder en Chile". Al no entender cómo
no se nos había avisado de un dato tan clave en el
tema (en X tal vez lo único que podía interesar
con respecto a Chile era si los candidatos tenían relación
o no con Pinochet), escribimos a Roma y preguntamos al respecto
y la única respuesta fue "En Chile es conocido
que Joaquín colaboró con la dictadura, como
muchos otros católicos". Toma ya! Se quedan tan
panchos y te lo dicen como quitándole importancia cuando
ya te has comido el dichoso titular, sin amnestesia ni advertencia
previa.
No puedo evitar especular después de algo así,
después de que en Roma le resten importacia a un dato
tan destacado como que el candidato tenía relación
con Pinochet, líder de un régimen criminal desprestigiado
mundialmente. Puede ser que me equivoque, pero lo sucedido
me lleva a pensar que posiblemente más de un director
soñaba con tener un presidente chileno supernumerario.
Tal vez pensaban que así se contribuiría a mantener
la cultura cristiana del país, en vista de que la campaña
electoral acabó muy polarizada por temas como el aborto,
por ejemplo, en los que los católicos deben mostrar
una postura clara.
Si llego a una conclusión así es también
después de ver el proceder de la Obra en otros terrenos.
En principio, la gente de la Obra trata de evitar meterse
en iniciativas empresariales particulares con otros miembros
y cualquier operación al respecto -cuando uno monta
una empresa con otro miembro o quiere contratar a alguien
del Opus Dei- precisa de un permiso especial. En una ciudad
vi cómo varios numerarios montaron empresas. Uno de
ellos quiso contratar a un chico de San Rafael, pero no le
dieron permiso aludiendo a viejos criterios y principios.
Sin embargo, como los otros fundaron empresas de comunicación,
campo en el que la Obra quiere que sus miembros estén
cada vez más presentes, no tuvieron ningún obstáculo.
Uno de ellos empezó con otro numerario como empleado
e incluso con varios supernumerarios como socios inversores,
y más adelante llegó hasta a conseguir contratos
con ayuda de otros miembros. O sea, que si montas una gestoría
no puedes contratar ni a un chico del club para que te haga
de mensajero en verano, pero si te embarcas en una productora
de televisión, algo que puede influir en la opinión
pública, pues casi hasta te dan un cheque en blanco.
En fin, la Obra puede afirmar una y otra vez que no es un
grupo organizado con fines temporales y presentar miles de
criterios al respecto. De todas maneras, actuaciones concretas
me hacen dudar de ello. Aunque no sea un comportamiento generalizado,
los criterios se echan por tierra cuando la institución
lo considera oportuno, cuando algún fin lo justifica.
4. Thomas Cook y las mujeres
Si algo se me hacía raro durante mi paso por el Opus
Dei era el trato con las mujeres. Ante ninguna me quedaba
indiferente. Cada vez que hablaba con alguna que no fuera
mi familiar, o me ponía muy nervioso, o perdía
la voz, o enrojecía, o tenía la sensación
de estar haciendo algo prohibido y me sentía muy mal
o, si sabía que la otra era de la Obra, se me ablandaba
el corazón y pensaba que estaba ante una de esas burritas
que "tiran del carro en la misma dirección"
que yo aunque no nos viéramos. Y eso que en el mundo
hay más mujeres que hombres pero, si me pongo a recordar,
hubo años al principio de mi vocación en los
que como mucho la única mujer con la que intercambiaba
de vez en cuando alguna frase era mi hermana y era para decirle
cosas como "no, hoy tampoco voy a cenar" o "lo
siento, no te acompaño al cine". En fin, jamás
le expliqué que los numerarios no van al cine "porque
tienen mejores cosas que hacer". Se hubiera muerto del
susto.
Durante aquellos años, cuando era adscrito de un centro
de San Rafael, vivía en un entorno libre de mujeres.
En el colegio, de Fomento, como mucho había una mujer
que atendía el teléfono. Pero es que, claro,
en el centro al que iba a estudiar por la tarde ni eso y a
casa no iba casi ni a dormir y por ello no veía ni
a las amigas de mi hermana ni a las hijas de las vecinas.
Y así me fui acostumbrando a no tener nada que ver
con las mujeres y crecía en cierto modo feliz, mientras
los medios de formación de la Obra tan sólo
me llevaban a sacar un propósito: huye y no mires atrás.
En las charlas de formación, meditaciones y los círculos
oías las historias de cómo nuestro Padre tiró
a la alcantarilla las llaves de un piso que le habían
dejado como refugio durante la guerra después de que
se enterara de que en él vivía una mujer. O
el santo -lo siento es de madrugada y no me acuerdo del nombre-
que se tiró en momentos de tentación a una zarza.
O te repetían la historia megagaláctica de aquel
agregado que tuvo "la valentía de huir" y
que a una que se le insinuó le contestó tan
educadamente "a las 'pencas' las elijo yo". O cuando
el fundador mandó poner en el pedestal de la imagen
de Sancta Maria Mater Pulchrae Dilectionis en Villa Tevere
una vela eterna con una placa en la que aparecía la
fecha en la que alguien había perdido la vocación
por un tema de pureza.
Mientras, aprendía a ir por la calle y "cuidar
la vista" (anda que la frase se las trae), aunque de
vez en cuando iba a la charla fraterna y contaba cosas como
que en el autobús le había visto la nuca a una
chica y me recomendaban que le rezara jaculatorias a la Madre
del Amor Hermoso. Y recibía consejos como el de, cada
vez que veía a una tía que molaba, pensar que
también tiene ventosidades y defeca sentada (utilizo
tecnicismos, que queda más fino).
En fin, no quiero decir que todas estas cosas no sean necesarias
para alguien que ha entregado las famosas cinco "c"
-la cabeza, el corazón, la cartera y los c...-, pero
es que en ocasiones muchas de esas historias me parecían
eso, galácticas, de otro mundo. Y menos mal que no
tenía la costumbre de ir por la calle con mi hermana,
que yo estaba dispuesto también a que no se nos viera
juntos para evitar que alguien se pensara que me había
echado novia y sembrar con ello el escándalo. Por cierto,
que una vez me saludó por la calle y el numerario que
me acompañaba se creyó que era una conquista
mía y noté la preocupación en sus ojos
al preguntarme quién era "la niña".
En fin, con todo, el ambiente cole de Fomento y club de chicos
era una burbuja tranquila que te ayudaba a vivir sin tensión
porque había pocas mujeres de las que huir, pocas santas
de la que separarse con pared de cal y canto. Todas estaban
ya en cierto modo al otro lado del muro.
Aunque bueno, fastidiaba un poco el que, mientras que no
podías ni soñar con coger de la mano a una chica,
sobre todo en el colegio siempre había algún
que otro cabroncete que cuando se enteraba de que eras del
Opus y encima célibe hacía todo lo posible para
que te sintieras incómodo. Y en eso venía uno
y sólo para fastidiar me decía que tenía
una chica que presentarme. Me cabreaba mucho. Y el tío
seguía picándote y preguntándote si ya
habías tenido tu primera vez y te contaba entonces
el chiste ese barato de "en qué se parecen un
arbol de navidad y un numerario?" (en que los dos tienen
las bolas de adorno). Claro, tú o te metías
con su madre, le decías que era un hijo de "penca"
y acabas en las manos, o te ponías plan superhéroe,
rezabas un "Bendita sea tu pureza" para desagraviar
y le decías que una persona normal tiene el sexo como
tema noveno o décimo de conversación y no como
primero y que alguien que actuaba así era un enfermo
mental y tenía que ir a confesarse. Total, que el tío
o los tíos acababan siempre muertos de la risa e iban
contando la escena por ahí hasta la saciedad, y mientras
tú rojo y jodido del cabreo. Pero lo dicho, dentro
de lo que cabe, por aquel entonces todo iba bien.
Las complicaciones llegaron cuando me fui a la universidad.
Y es que podía haber estudiado muchas cosas, pero justo
me metí en Letras, y ahí no había quien
me salvara. Chicas y chicas por todos lados. Y además
era en un país en el que todo lo que tenía que
ver con España o con lo latino estaba muy de moda.
Llegabas a la uni, te identificaban como hispanohablante y
a tu alrededor tenías enseguida un grupito de chicas
rubias que quería quedar contigo para practicar su
español. La verdad es que dentro de lo que cabe tuve
suerte, porque no era ni cubano, ni brasileño, ni argentino.
Esos sí que estaban cotizados. Sí alguna chica
te oía hablar en español en la entrada de clase
se solía repetir una conversación similar:
- Hola, te he visto en clase. De dónde eres? Eres
argentino o chileno?
- No, no, qué va, soy español. (En ese momento,
la verdad es que notabas cómo perdías prestigio).
- Ah, ya, sí! España, me encanta España
-contestaba ella. He estado mil veces en Barcelona. Me encanta
la Barceloneta, el Gótico... Eres catalán, madrileño...?
- No, no, qué va, de Albacete. (La chica te ponía
ya cara rara)
- Y eso qué es?
- No lo conoces, el Harvard de La Mancha?
Y bueno, llegado a este punto, por suerte, ya habías
perdido casi todo el atractivo, no les parecías exótico,
aunque seguías existiendo y las chicas rubias seguían
saludándote y cuando te veían hablando con un
colega venían, se metían en la conversación
y te preguntaban que por qué no quedábamos y
eso. La verdad es que no sé cómo me las arreglé
durante toda la carrera para no quedar con ninguna sin pronunciar
nunca un rotundo "no, no quiero".
Aunque bueno mi caso no era ni mucho menos el peor, pues
sabía por ejemplo de numerarios latinos que hacían
verdaderos malabarismos cuando les venían a pedirles
clases para bailar Salsa. Y por ahí te encontrabas
además a gente muy ingeniosa. Me acuerdo de otro numerario
que durante un viaje de trabajo recayó en un hotel
y tenía muchísimas ganas de utilizar la sauna.
Para evitar que entrara una mujer y se desnudara, colgaba
en la puerta un papel en el que ponía "No entrar,
la sauna está siendo desinfectada". O mejor: "Hoy,
sauna para hombres". En fin, yo como mucho llegaba a
mentir en el número de teléfono.
Recuerdo el primer día de clase. Se sentó a
mi lado una chica, también española, de Sanse,
que tenía una habitación libre en su piso de
estudiante. Estuvo un buen rato intentando convencerme de
que se la alquilara y trató de darme un buen número
de buenas razones para dejar de vivir en una residencia de
estudiantes. Total, que ese mismo día me tocaba la
charla y cuando me preguntaron qué tal mi primer día
de universidad, voy y suelto: "Genial, lo que pasa es
que está todo lleno de chicas y a mi lado se ha sentado
una que incluso ha tratado de convencerme de que me vaya a
vivir con ella". Bueno, el otro me dijo que en mi carrera
tenía que acostumbrarme a esas cosas, que lo contara
y nada, a salir adelante. La cuestión es que a los
pocos minutos el tío con el que hacía la charla
vino y me dijo en nombre del director que dejara de ir a ese
curso. Era una petición un tanto incumplible, pues
hubiera implicado cambiar de carrera y, por lo pronto, no
hacer nada ese año. "Entonces, cada vez que hables
más de un minuto con una chica vienes inmediatamente
y me lo cuentas. Lo oyes, un minuto. Tenemos que hacer todo
para proteger nuestra vocación", dijo.
Uuuuuuufffff! Aquella petición sí que se me
hizo cuesta arriba. Después de aquella reacción,
ya en mi primer día de carrera, me veía que
a los pocos meses me pedirían que regresara a mi región
de origen o me enviaban a comenzar la labor a un país
árabe en el que las mujeres vayan tapadas, porque había
que "hacer todo para proteger nuestra vocación".
En fin, tal vez el no cumplir el consejo de acudir al director
cada vez que hablaba con una chica más de un minuto
-algo que pasaba a diario- fue uno de los factores que provocaron
mi renuncia a la vida de numerario. Lo reconozco.
Pero bueno, la verdad es que me las ingenié como pude
durante años para no quedar nunca a solas con chica,
aunque siempre había momentos en los que acababas tomando
un café con alguna en un pasillo o en la cafetería
de la facultad. Y en ocasiones, aunque estabas algo nervioso
porque hablar con una chica no te resultaba nada natural,
te veías a otro de tu centro en una situación
similar y te venía más bien un sentimiento de
"me han pillado", que seguro era compartido por
el colega. Pero había como una especie de pacto de
silencio no expresado, que funcionaba y nadie se enteraba.
Pese a todo con el tiempo empezó a gustarme lo de
provocar a la gente del centro con declaradas sobre mujeres.
Por ejemplo, me acuerdo de una vez en la que surgió
con dos tíos más una conversación pirata
en la sala de estudio. Un numerario dijo que antes de ser
de la Obra soñaba con fundar una familia y tener muchos
hijos y me preguntó si yo también.
- Pues la verdad es que no. Sólo pensaba con tener
muchas mujeres -contesté.
Me cayó una corrección fraterna que no veas.
Otra me cayó también cuando una vez estaba
leyendo el periódico, uno me preguntó si había
visto aquel artículo tan interesante sobre el vuelo
intuitivo de los pájaros y yo dije que no, que sólo
me había fijado en la chica del anuncio de Toyota en
la página tres.
Pero bueno, en el centro no era el único que tenía
puntazos de esos. Recuerdo cuando instalamos la antena a parabólica
y empezamos a ver CNN para mejorar nuestro inglés.
El domingo por la noche emitían el Sport Report, con
Saxon Baines. Y se ve que a dos residentes les gustó
la chica o el nombre y empezaron a decirse el uno al otro
bastante a menudo "Saxon Baines", sin más.
Total, que la gracia les duró un par de semanas. Fue
cortada de seco por otro numerario, aunque más tarde
ellos encontraron otra manera de decirse "Saxon Baines".
Tan sólo se miraban a los ojos, ponían cara
de sorpresa y ellos sabían lo que se querían
decir con ello. Creo que en "De Espiritu" no pone
nada sobre los gestos faciales.
Otra cosa que pasaba era que cuando teníamos alguna
conferencia o ronda de discusión en el centro y la
ponente era una mujer, parecía como si todos la encontraran
genial y se hablaba de ella durante cuatro o cinco días.
Te hacían preguntas como "Y no te parecía
elegante?" o "No crees que se conserva bien pese
a sus cuarentaytantos?". En fin, te dabas cuenta de que
no eras el único al que le resultaba poco natural sentarse
a hablar con una mujer con buena pinta.
Pero con todo, lo que más me asombraba y fascinaba
en torno a la temática de las mujeres es que hubiera
mujeres en la Obra. Pensaba en mundos paralelos que actuaban
de manera similar sin que se les permitiera ningún
contacto. Y tal vez esa separación institucional me
llevó a que las mujeres del Opus Dei se convirtieran
para mí en una especie de seres ideales, cargados de
virtud, ciencia y belleza. No sé si será verdad,
aunque para mí siguen siendo un mito. En fin, permitidme
que reflexione sobre la otra sección en otra ocasión.
La verdad es que años después de dejar la Obra
me doy cuenta de que todavía no me acostumbro al trato
con las mujeres, y eso que he mejorado un montón. Cuando
empecé a trabajar, me sentía como un pulpo en
un garaje al estar todo el día en la oficina rodeado
de mujeres jóvenes. Y la cuestión es que ellas
se daban cuenta. Una llegó a decirme que le parecía
muy raro que no mirara a las mujeres a la cara cuando hablábamos.
Aquella apreciación y otras relativas a mis rarezas
adquiridas llevaron a que le confesara mi pasado célibe,
algo a lo que siguieron noches y noches de terapia con alcohol
y más alcohol. Acabó siendo mi primera amiga,
y también la mejor. En aquellos primeros meses, ya
era de por sí toda una experiencia cuando una chica
me cogía del brazo cuando íbamos por la calle.
Menos mal que he mejorado en ese sentido y ya me he dado cuenta
de que las mujeres no muerden, porque si no no estaría
escribiendo esto: Me hubiera muerto ya del infarto.
Espero que después de leer toda esta colección
de anécdotas y comentarios personales no penseis que
soy un tío raro o carne de psiquiatra, pero os juro
que pese a lo pintoresco y cómico del asunto, el relato
se corresponde con la realidad. Espero que alguno de vosotros
haya compartido algo similar. Pedía todos los días
a Dios que me ayudara a vivir la Santa Pureza que, estaba
convencido, era un "sí gozoso". Pero sea
como fuere, el trato con el otro sexo era para mí algo
forzadísimo. No sé si tendrá que ver
con la condición de numerario en sí o con la
de numerario que ha pasado su infancia y adolescencia en un
cole de chicos, tal como me decía otro de la Obra,
uno al que en la universidad invitaban a bailar Tango. En
fin, con todo, pese a que podría escribir un libro
con el título "Thomas Cook y las mujeres",
estoy feliz de que ya no me den taquicardias cuando alguna
me toma del brazo.
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