¡QUÉ
SANTIDAD TAN POBRE Y ARTIFICIAL!
Alf., 12 de noviembre de 2003
He sido numerario durante seis años y dejé
la obra al acabar el centro de estudios. (Dichoso tu que saltaste
del barco a tiempo dirán algunos-). En principio,
ellos no me veían como para continuar aunque yo me
empeñaba en seguir. Cuando lo dejé, llegué
a plantearme algo evidente: ¿Cómo EL
me lo hace ver tan claro un día y luego ellos
me dicen que no puede ser lo mío? ¿No es algo
tan personal la vocación, algo tan ad hoc?
Les confieso que he llegado a pensar que Jesús me había
engañado. Pero, bueno, creo que hice lo mejor: no mirar
para atrás nunca más. No me costó mucho
hacerlo.
De mi estancia en la obra me quedo con algunas cosas buenas
y algunas cosas malas. Subrayaré los aspectos más
criticables de la institución, y que creo que recogen
el sentir general de los que aquí escriben, a saber:
- Una notable disociación entre el mundo y la obra.
La obra, pese a que su fundador diga que no tiene un estilo
propio, y que, a la vista está, sí lo tiene,
me parece poco laica, no está ni mucho menos al corriente
del mundo. Sirva un pobre ejemplo. El otro día acabé
un examen, llamé a un amigo, cogí mi coche y
nos fuimos a la playa. Cualquiera sabe la burocracia que ha
de soportar un numerario para hacer esto. Aun pudiendo, debería
consultarlo, atender a la disponibilidad de un coche, procurar
ir con alguien, bien de la obra o bien algún amigo
para hacer apostolado, cuidar que el lugar sea
de buen ambiente, etc...Y digo, ¿esto es
propio de personas corrientes? ¿Esta parafernalia es
requisito para santidad? No, radicalmente no. El ejemplo,
aunque rancio, es tanto más fuerte cuanto más
simple.
- La conciencia queda en muchos aspectos anulada. Por no
decir los sentimientos. Los sentimientos son como las ráfagas
de viento, no hay que desprenderse de ellas sino aprovecharlas,
conducirlas, sacarles partido.
- La criteriología excesiva, en muchos casos, contraria
al sentido común. (Viva el sentido común)
- La confidencia y la confidencialidad: la primera, no tiene
una base donde sustentarse, no se puede acatar lo que se te
diga en la charla sabiendo que viene de Dios... etc
si no hay una amistad. Con el que yo hacía la charla
apenas lo veía durante la semana... ¿y a ese,
le tengo que contar mi vida? Sencillamente inhumano. Primero
seamos amigos en el sentido más natural y auténtico
de la palabra y luego hablaremos. El resto es el mundo al
revés. Y es que había que tener visión
sobrenatural... ya. Las cosas no se sustentan en el
aire!. Necesitan una base. Confidencialidad: lo que yo le
cuento a alguien no se debe comentar con otras personas, ¿y
si es para ayudarme?, no se preocupen, prefiero hacer
una rueda de prensa. Lo del correo, ¿qué le
importa al director si mi amigo ha dejado a su novia y está
destrozado?
- El proselitismo. ¿queremos que los demás
sean felices? Primero hemos de entender como entiende cada
uno la felicidad. Luego, no podemos proyectar sobre ellos
nuestra regla e tres: como soy feliz con mi vocación
(a veces se duda) quiero para él o ella lo que yo tengo
(vocación) para que sea feliz como yo. Inverosímil.
Cuantas veces habré oido dentro que, las convivencias,
los campos de trabajo, planes deportivos, etc, no son mas
que una excusa para traer vocaciones. Insisto en que nos preguntemos
¿realmente nos interesaba la felicidad de las personas?
Creo que el punto de mira estaba en otro sitio. Y a propósito,
imagínense por un momento que gracias a ese proselitismo
el centro se llena, rebosa. ¿Creen honradamente que
tal fenómeno se haría sentir (a modo de crecimiento
en la catolicidad, o bienestar, o felicidad, como quieran
llamarlo) en esa ciudad donde estuviera, o en esa parroquia,
o en ese barrio o en tal provincia? Me consta que no es así.
Los beneficios en este sentido no afectan directamente
a la sociedad en general, no se externalizan.
- La pobreza, lo cierto es que el término se las trae,
pero sin echar mano de la filosofía del lenguaje y
de índices o parámetros económicos, uno
puede observar como, en general, en la obra hay más
de lo necesario, aunque puede que haya no pocos lugares,
centros o familias en situaciones mas delicadas.
- Parece como si la obra no se fiara de sus miembros. Alguien
me dijo una vez que la libertad es, entre poder hacer lo malo
y lo bueno, hacer lo bueno. En la obra no existe tal disyuntiva
y lejos de entrar en planteamientos teológicos profundos
sobre el ascetismo, ¿dónde esta la virtud, el
mérito? Me imagino un numerario del futuro que tenga
en su centro la TV al alcance de la mano y que la enciende
responsablemente para ver lo que le parece oportuno o le que
le guste. Me lo imagino con su propia cuenta corriente y sus
ahorros, siendo solvente con sus gastos, administrando su
dinero según un auténtico criterio cristiano
en función de las prioridades. Me lo imagino, en algún
caso, como ídolo de masas, haciendo el bien. Me lo
imagino saliendo del concierto con sus compañeros de
facultad, y enseñándoles entusiasmado las fotos
a los de su centro y a sus padres y hermanos. En definitiva,
me lo imagino aspirando a ser santo en medio del mundo, en
el sentido mas estricto de las palabras. A Escrivá
le tiraba yo de las orejas y le diría: jose,
¿no te parece que hay que ser mas mundanos?
Y valga aquella consigna decimonónica laissez
faire (para evitar otro latinajo): dejar hacer. Dejar
hacer, libertad, este es el punto de partida para la santidad.
San Agustín no seria San Agustín si tuviera
un director del opus que le prohibiese asistir a aquellos
espectáculos (mejor seria que nunca asistiese de motu
propio). Entonces no habría caído tan bajo hasta
reconocer unas cuantas cosas a las que estaba llamado. Menos
control absurdo e inhumano y más libertad, providencia
y responsabilidad.
Mi visión del conjunto, mas fría y analítica
que sentimental, es que la obra está en crisis. Yo
no se la estadística pero veo que fulano ya no está,
y aquel de mas allá... tampoco! Y que mengano, que
es de la obra, hizo esto y lo otro cuando lo que se esperaba
de él es que hiciera aquello, y no concuerda con las
exigencias de su espíritu, ni que decir tiene de un
cristiano. Con lo que calculo que disminuye la calidad y la
cantidad. Puede que la obra que comenzó Escrivá
un día sea de Dios, pero ese Opus Dei de mil novecientos
poco no se parece a la obra de hoy en día en el siglo
XXI, y apuesto que la obra del futuro no se parecerá
a las anteriores. Creo y confío que habrá cambios.
Y como apuntan algunos, los habrá cuando haya ese recambio
generacional a la vieja guardia. Pero ojo, la vieja guardia
no es mala, sino que no entiende nuestro tiempo y esta anquilosada
en una ortodoxia infecunda. (¿Jóvenes en la
obra que se sienten viejos? No hay más que hablar)
Honestamente pienso que el mensaje del opus es un gran reto
para nuestro tiempo, ser santos en medio del mundo.
Yo me imagino a una persona en medio de la calle con una hoja
en la mano leyendo ese mensaje, ilusionada, como dándole
vueltas, llena de simple felicidad; y al mismo tiempo, cuando
leo toda esta serie de historias que aquí se cuentan
y las que no están, llenas de fatalidad, de desasosiego,
de dolor, de complejísima realidad, me imagino un gran
hecatombe que se cierne sobre esa persona y la destruye. Veo
pasar a los santos, a los mártires, la historia nos
descubre sus vidas, su amor a Dios, los medios que han puesto.
Y cuando me paro a pensar en la dignísima aspiración
a la santidad de un miembro de la obra lo veo todo tan complicado...
un itinerario tan sinuoso, lleno de incertidumbre, de automatismo,
de falta de sentido común, de externalidades, de determinismo,
de complejidad... una persona que para ser santa ponga equis
en un hoja cuando acabe el día, (¿se imaginan
a Santa Teresa con una hoja mecanografiada?... y mira que
pudo hacer una cuadrícula manuscrita, sería
entonces una santa cuadriculada y sistemática
que nunca fue gracias a Dios, la grandeza de su santidad estaba
por encima de eso), o que en una tertulia nada improvisada
cuente que un amigo suyo se confesó, que rara vez hable
con un amigo de sus sentimientos mas íntimos, de sus
propios fallos, de sus alegrías... que para ser santo
tenga que privarse de un vaso de agua, entregue íntegramente
una nómina, haga carteles para un tablón de
anuncios, haga las veces de entrenador de fútbol de
un grupo de niños, toque la guitarra, y lleve a los
padres de excursión a poner belenes. Qué santidad
más pobre y artificial!
En fin, a mi lo único que me interesa es la felicidad.
La mía y la de los demás. Se trata de que cada
uno tenga su lugar en el mundo.
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