LA
OBRA QUE YO CONOCÍ
Jorge, ex numerario
Recibido el 10-2-2003
La Obra que yo conocí le pedía a los numerarios
una entrega total a la institución, sin decirles de
antemano todas las implicaciones de esa entrega. Me pregunto
si antes de entrar a la Obra de Escrivá, a Juan Ignacio
le permitieron estudiar las constituciones de la institución
y consultarlas con su abogado y familia, si le informaron
que tendría que firmar un testamento cediendo sus bienes
al momento de la Fidelidad y que tendría que hacer
votos de pobreza, obediencia y castidad. Me pregunto si le
comunicaron, antes de "pitar" desde luego, que no
podría exhibir fotos de sus padres y familia de sangre
en su habitación o lugar de trabajo, que tendría
que usar el cilicio diariamente, que no podría leer
los libros que quisiera, y que los directores de la Obra leerían
y censurarían su correspondencia. Si no fue así,
y le revelaron todo lo anterior después de estar dentro,
entonces la Obra de Escrivá actuó con deshonestidad,
aunque inventen excusas y sigan las instrucciones de su fundador.
La Obra de Escrivá que yo conocí permitía
que menores de edad se convirtiesen en numerarios asociados
sin la expresa autorización de sus padres, para luego
someterlos a lo que ellos llamaban "formación"
y que no era otra cosa que un procesos sistemático
de adoctrinamiento cuyo objetivo era lograr una ciega obediencia
a los directores para que luego ya no les importase lo que
sus padres, sus amigos o el párroco les pudiesen decir.
Formación no implicaba desarrollar el intelecto, la
habilidad de razonar por sí mismo, sino todo lo contrario:
significaba convertirse en un individuo abobado, un burrito
sin criterio propio y sujeto a la voluntad del "Padre"
de turno y sus representantes. Todo lo justificaban con el
argumento de que la Obra era de Dios y Escrivá conocía
perfectamente la voluntad de Dios para todos aquellos que
se acercasen a su Obra. Ni siquiera te aconsejaban confesarte
con sacerdotes que no fuesen de la Obra. Cuando tomabas la
decisión de abandonarles, te amenazaban con el infierno,
te auguraban infelicidad en la tierra, e inclusive te hablaban
de pecado mortal, como si la vocación a la Obra de
Escrivá hubiese suplantado a la vocación Cristiana.
La Obra que yo conocí había falsificado el
concepto de libertad. Tenías libertad para moverte
sólo dentro de la celda física y psicológica
que Escrivá diseño, y que llamó "el
espíritu del Opus Dei." Los juegos psicológicos
eran enfermizos: debes amar a tus padres pero no debes tener
fotos de ellos ni visitarles con mucha frecuencia, puedes
opinar lo que quieras pero consulta siempre con tu director,
puedes escribir lo que quieras pero tenemos que censurarlo,
debes desarrollar tu intelecto pero leer sólo los libros
que te damos, eres un laico ordinario pero vivirás
como monje. Un mundo enfermizo y de juegos mentales donde
ni siquiera 2 más 2 era 4, sino lo que a Escrivá
se le ocurriese.
Yo no conozco los detalles de la historia de Juan Ignacio,
pero todos celebraremos el día en que la Obra de Escrivá
sea totalmente sincera con la Iglesia y con la sociedad, cuando
aprenda el verdadero significado de la amistad y no la utilice
como instrumento para lograr sus propios fines,
cuando respete la libertad (sin chantajes y juegos mentales)
de quienes están dentro y de quienes quieran largarse
a buscar a Dios en otra parte.
Inclusive ese día debemos ser cautelosos porque para
un cristiano la única Obra de Dios fue iniciada por
Cristo hace 2000 años. De ninguna manera se fundó
el 2 de octubre de 1928.
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