"MI
COMPAÑERO JOSÉ Mª ESCRIBÁ"
Autor: D. Manuel Mindán Manero,
compañero de seminario del fundador del Opus Dei
Del libro "Testigo de noventa años de historia.
Conversaciones con un amigo en el último recodo del
camino", de D. Manuel Mindán Manero. Zaragoza
1995, editado por el autor e impreso por la Librería
General. En el capítulo V, "Los últimos
cursos en el seminario" dedica el apartado 4, a "Mi
compañero José María Escribá"
(pp. 115-120)
Capítulo V, apartado 4:
-A propósito de José Mª Escribá,
y puesto que fuistéis compañeros, ¿me
podrías decir algo de su personalidad de entonces?
-Sí; vino a Zaragoza a estudiar segundo curso de Teología,
procedente de Logroño, en cuyo Seminario había
estudiado como externo los cursos anteriores, y donde su padre
era empleado de un comercio de tejidos. Era sobrino carnal
de Don Carlos Albás, canónigo-arcediano del
Cabildo de Zaragoza. El no residía en mi Seminario,
sino en el de San Francisco de Paula, y lo mismo que sus compañeros
de residencia, tenían que venir diariamente, mañana
y tarde, a las clases que se daban en el que yo vivía,
que era el Pontificio. Y aunque él era algo mayor que
yo, por lo menos un curso, coincidíamos en algunas
clases y charlábamos fuera de ellas con frecuencia
y hasta bromeábamos algunas veces.
Acerca de su personalidad, te puedo decir que era un poco
más alto que yo, de facciones redondeadas y blancas,
de manos gordezuelas y suaves; le gustaba ir no sólo
limpio, sino perfumado; era un poco afectado en su porte,
blando en sus movimientos, aunque a veces pretendía
manifestarse enérgico. Era bueno y cumplidor en su
comportamiento; era también piadoso, aunque su piedad
tenía un cierto aire feminoide, por lo cual le llamaban
de mote: la "Rosa Mística". En las clases
lograba buenas notas aunque no los primeros puestos. Apenas
intervino en manifestaciones culturales fuera de las clases,
ni tampoco en actividades apostólicas, como las obras
misionales, las organizaciones catequísticas, etc.
No obtuvo ningún grado académico, ni en Filosofía
ni en Teología ni en Derecho Canónico, en nuestra
Universidad Pontificia, pero en los últimos años
se examinó de algunas asignaturas en la Facultad Civil
de Derecho, pero no de todas.
Con el objeto de que te des cuenta más exacta de su
modo de ser, te voy a contar dos anécdotas.
Para preparamos a las Órdenes, él de presbítero
y yo de sub-diácono, a que me he referido antes, hicimos
los ejercicios espirituales preparatorios, internos en el
Seminario de San Carlos. Los actos religiosos comunes, (meditaciones,
pláticas, rezos, etc.) tenían lugar, no en la
iglesia principal pública, sino en un oratorio privado
que había en uno de los pisos superiores. Escribá
solía ocupar en los bancos, un lugar junto al pasillo
central, precisamente delante de mí; en cierta ocasión,
al finalizar un acto en el que habíamos estado de rodillas,
yo seguí de rodillas con las manos juntas apoyadas
sobre el respaldo del banco de delante. Escribá se
sentó, y al sentarse rozó su espalda con mis
manos. Se volvió y me dijo: "Por favor, quita
las manos que me deshaces". Quité las manos y
no quise contestar. Pero al salir, le esperé junto
a la puerta y le dije: "pero, qué te pasa, José
Mª, que te derrumbas de puro blandengue que eres?".
Respuesta suya, "¿y qué voy hacer, si Dios
me ha hecho blando y dulce como la miel de la Alcarria?".
Este hecho reflejaba bien un aspecto de su temperamento.
En cierta ocasión habíamos bajado a la clase
de la tarde y estábamos esperando, con relativo silencio
en el Claustro, la llegada del profesor para entrar en el
aula después de él. Entre tanto, llegaron los
compañeros de San Francisco y como de costumbre algunos
de los seminaristas de nuestro Seminario, aprovechaban estos
momentos para charlar un poco con ellos. Aquella tarde uno
de los nuestros, mayor que nosotros, pues era de yocación
tardía, llamado Julio Cortés, que había
estado algún tiempo en Hispano-América, se dirigió
a Escribá a quien conocía de antes, porque era
riojano o por lo menos había vivido en Logroño;
comenzó a hablar con él en conversación
algo viva, creció el tono, se oyeron palabras (p.117)
fuertes e incluso malsonantes, algunas acompañadas
de insultos y luego pasaron a los golpes, se enzarzaron, cayeron
las gafas rotas, y hubo que acudir a separarlos. Fue un pequeño
escándalo que luego, en parte, pagamos todos. Los rectores
de los dos Seminarios acordaron el castigo. Durante un mes
a la salida de las clases de la tarde, tuvimos que reunimos
las dos comunidades en la capilla de nuestro Seminario para
rezar juntos el rosario. Cortés y Escribá, destacados
de los demás y de rodillas, cada uno a cada lado del
altar mayor dirigían el rezo.
-¿He oído decir que el P. Escribá,
antes de ser sacerdote fue Director del Seminario de San Carlos?
-No, eso se funda en dos equívocos. Uno respecto al
Seminario. Ya te hablé en otra ocasión de lo
que era y significaba el Seminario de San Carlos. José-Mª
Escribá no perteneció nunca a dicho Seminario.
Pero en los dos pisos superiores del edificio de San Carlos,
estaba instalado el Seminario que había fundado el
Cardenal Benavides con el nombre de "Seminario de Pobres
de San Francisco de Paula". A este Seminario estuvo vinculado
Escribá; el cual, en cierto modo, estaba incomunicado
con el de San Carlos: tenía escalera distinta, el comedor
y los servicios distintos, etc.
-¿Por qué se llamaba de Pobres? ¿Es
que los que residían en él vivían gratis?
-No sé cuál sería la intención
del Arzobispo fundador, pero en el tiempo a que nos referimos,
la única diferencia económica que existía
era, que mientras en el Pontificio se pagaban seis reales
por la pensión diaria, en el de San Francisco se pagaban
sólo cinco.
El otro equívoco se refiere al cargo de Director.
Ordinariamente llamamos Director a quién dirige una
empresa, una institución o un centro. En nuestro caso
se designaba con este nombre a los auxiliares del Rector,
encargados de vigilar el orden y la disciplina de los alumnos.
En el Seminario de San Francisco había un Rector, que
era nombrado por el Arzobispo y solía haber dos Directores-Vigilantes,
propuestos por el Rector, entre los seminaristas mayores que
ya vestían manteos, y que reunían unas ciertas
condiciones. Este es el cargo que tuvo Escribá.
-También se ha dicho que procedía de familia
noble. ¿Qué me dices de esto?
-A él le gustaba presumir de condición familiar
superior a la de sus compañeros y solía hacerse
el señorito; quizá por esto los demás
le tildaban de "pijaito" (Pijaito: en lenguaje
aragonés significa: señoritingo, petimetre,
que presume afectadamente de posición o de riqueza,
y adopta actitudes y comportamientos que no le corresponden.)
Algunos biógrafos de Escribá han querido explicar
este concepto que se tenía de él, por el hecho
supuesto de que los seminaristas compañeros solían
ser de condición pueblerina y casi todos hijos de labriegos,
y que por lo tanto eran inferiores a él en finura y
modos sociales. Pero esto sólo sería verdad
en algunos casos que no llegarían a formar ambiente.
No todos los estudiantes del Seminario eran aldeanos; había
muchachos de poblaciones importantes como Alcañiz y
Caspe, y de capitales como Pamplona y Zaragoza que no tenían
nada que envidiar a Logroño. Ni todos eran campesinos:
había hijos de comerciantes como él, de maestros
y profesores, de farmacéuticos y médicos. Había
también un grupo de jóvenes navarros y alaveses,
de familias bien acomodadas, que venían a estudiar
para prepararse a recibir los grados.
Este afán de presumir de apellido y de familia le
duró, toda la vida; llegó un momento que comenzó
a hacerse llamar Josemaría Escrivá de Balaguer,
juntando sus dos nombres de pila y añadiéndose
de Balaguer, que da un cierto sabor de nobleza. Han dicho
que tenía derecho a hacerlo; pero lo cierto es que
ni sus padres ni sus abuelos lo usaron. Más aún,
luego le buscan y le encuentran un título nobiliario:
el de marqués de Peralta, que tampoco utilizaron sus
abuelos ni sus bisabuelos, pero él lo asume y lo ostenta
(El título de marqués de Peralta fue concedido
según unos por el Archiduque Carlos, pretendiente a
la Corona de España en la Guerra de Sucesión,
según otros por el Rey Felipe V a D. Tomás Peralta,
Secretario de Estado, Justicia y Guerra del Reino de Nápoles.
Lo rehabilita en 1968 D. José Mª Escribá.
Creo que hay en Aragón varias docenas de personas vinculadas
al apellido Peralta que hubieran gozado de mayor derecho para
la rehabilitación. Ninguno de los ascendiente de José
Mª lo ostentó).
Y me pregunto, ¿por qué asumirlo y ostentarlo?
Se me hace duro creer que tratándose de un sacerdote,
obedeciese a una tentación de vanidad social. No sé
de ningún sacerdote que aun teniendo claro derecho,
haya hecho cosa semejante. Debió haber otros fines
que yo no acierto a comprender. Pero para el que pretenda
hacer obras mundanas, tal vez le vayan bien condiciones y
títulos nobiliarios, pero para el que intenta hacer
"Obra de Dios", no sólo sobran sino que entorpecen
y escandalizan. Me acuerdo, a propósito, de San Francisco
de Borja y de tantos otros Santos, que no sólo descendían
de nobles, sino que ejercieron brillantemente la nobleza;
pero en cuanto se convirtieron a la llamada del Señor,
abandonaron toda sombra de vanidad, para abrazarse, despojándose
de todo, a la cruz desnuda de Cristo. Quizá por eso
varios años después, mejor aconsejado, renunció
al título en favor de su hermano; pero el daño
estaba ya hecho.
-Como sabrás, Escribá está en camino
de ser beatificado.
-Lo sé, pero eso no hace que deje de ser verdad todo
lo que te he dicho. Desde luego, Escribá no era un
malvado, como algunos han pensado; pero también creo
que las cosas que de él te he contado son incompatibles
con la virtud heróica que, al menos antes, se exigía
para iniciar el proceso de beatificación. Creo más
bien que era un buen sacerdote sujeto a dos pasiones dominantes:
la de presumir de alta alcurnia y la de dominio y mando sobre
los demás.
-Entonces, ¿crees que la Iglesia se precipita al
dar este paso, como han pensado ya algunos ilustres eclesiásticos?
-Yo no diría que la Iglesia se precipita, sino que
está apremiada y acosada por la impaciencia de los
partidarios del P. Escribá, que quieren ver oficialmente
santificado a su fundador, aun a costa de que no se hagan
las minuciosas investigaciones que aseguren totalmente una
perfecta santidad. Hay que admitir, y yo lo admito, lo que
disponga la Iglesia. Pocas beatificaciones ha habido, en que
tantas personas respetables hayan expresado su extrañeza
frente a dicha precipitación (En la revista ÉPOCA
-Núm. 363, 10 de febrero de 1992, pág. 20-,el
padre Rafael Pérez, agustino, presidente o promotor
de la causa de beatificación de José Mª
Escribá, dice: "el título de marqués
de Peralta pertenecía a su padre". Lo cierto es
que ni su padre ni ninguno de sus antepasados directos lo
usó ni probablemente supieron nada de ese título.
Desde el primer titular nadie lo ostentó, hasta que
lo rehabilitó José María. También
dice que "A las 24 horas lo había traspasado (el
título) a su hermano pequeño". Esto es
francamente falso; todos sabemos y somos testigos de que José
Mª ostentó el título de marqués
durante unos cuatro años. Otra cosa es que a posteriori
se hayan hecho documentos con fechas convenientes. Ahora,
que un hombre que desdibuja de este modo la verdad sea el
promotor o presidente de la causa, da que pensar). Por
mi parte debo decir que nada tengo contra el que fue mi compañero
de Seminario, pero, desde luego el Josemaría Escrivá
de Balaguer, ex-marqués de Peralta, poco tiene que
ver con el José María Escribá y Albas
que yo entonces conocí.
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