LAS
MENTIRAS
MIGUEL ANGEL
1. Las mentiras (I). El control
de la correspondencia (24.11.04)
2. Las mentiras (II). La confidencialidad
de la charla fraterna (26.11.04)
3. Las mentiras (III). El control
de las personas (29.11.04)
LAS MENTIRAS (I). El control de la correspondencia
En mi anterior
escrito, publicado el 19 de noviembre, decía
que iba a dar mi testimonio particular en tres temas. Empezaré
por el control de la correspondencia. De los casos que tengo
ya redactados para contar, este es quizá el menos jugoso
en cuanto a detalles, pero es contundente, no admite discusión.
En la obra se empeñan en decir que no leen la correspondencia
de sus miembros. Así lo escriben en sus páginas
afiliadas, oficiales, amigas, etc.
Cada vez que lo leo, me sonrojo. Esta afirmación es
rigurosamente falsa. Todas las cartas que recibí, me
las entregaron abiertas, y todas las que enviaba debía
dejarlas con el sobre sin cerrar en la mesa del director.
La única excepción, las felicitaciones de Navidad,
que no hacía falta someterlas a censura en el envío.
Es posible, eso sí, que algún director, con
un mínimo de lo que hay que tener, no leyera las cartas,
limitándose a cumplir con abrir los sobres o cerrarlos.
Y también, por supuesto, uno podía enviar las
cartas por su cuenta, a escondidas. O también se podía
abrir un apartado de correos para recibirlas. O conseguir
una copia de la llave del buzón, y abrirlo todos los
días antes que el director. Muchas perrerías
eran posibles, pero todas, claro está, de mal espíritu.
Estoy hablando de mi experiencia de hace 20 años, entonces
no existían más que el correo ordinario y los
telegramas. Hoy tenemos además el correo electrónico,
el internet, los mensajes a móviles, el mesenger, ...
Se complica el control, tanto que quizá lo hayan dado
por imposible. De ahí que puedan afirmar que no leen
la correspondencia. Me gustaría que alguien que haya
dejado la obra hace poco nos contara cómo son estos
temas últimamente, cómo se controlan las comunicaciones.
¿A qué fin esa vigilancia de todo lo que uno
envía o recibe?. ¿Evitar lecturas inconvenientes?.
¿Información dañina?. ¡Anda ya!.
Si hay mil cosas más peligrosas que una carta. Aparte
del puro alcahueteo, todo obedece a un afán desmesurado
de dominio sobre las personas. El control fundamental se ejerce,
obviamente, en el correo recibido, ya que en el enviado pocas
cosas se pueden pescar. No creo que a ninguna numeraria o
numerario se le ocurriera mantener una relación epistolar
amorosa a sabiendas de que se lee todo. O si alguien tenía
un secreto inconfesable reflejado en sus cartas, ya se buscaría
un medio seguro para la correspondencia. Y no me refiero con
secreto inconfesable a nada en particular, no vayáis
a pensar mal: puede ser cualquier cosa, por ejemplo, cartas
pidiendo consejos sobre las inquietudes de la vocación.
El próximo capítulo va sobre la confidencialidad
de la vida personal, muy en línea con los últimos
escritos relativos a los informes (traslado
y fidelidad), de dos numerarios.
Las mentiras (II). La confidencialidad
de la charla fraterna
Continuando con mis testimonios, ahora le toca el turno al
muchas veces mencionado tema de la confidencialidad de la
vida espiritual y personal de cada uno. Como tal, para el
que no lo sepa, me refiero a los temas que se tratan con el
director espiritual en la charla fraterna semanal.
Precisamente, el pasado 19 de Noviembre se publicaron en
esta web los informes de dos numerarios (traslado
y fidelidad), y que están
estrechamente relacionados con este escrito.
En la obra siempre dicen que todo lo que se cuenta en confidencia
entre el sacerdote o el director y el dirigido, queda entre
ellos. Y por supuesto, lo contado en la confesión está
sujeto al sigilo sacramental.
Pues bien, todos los asuntos tratados en las charlas con el
director o el sacerdote se guardan, además por escrito,
en algún sitio. Sobre si son aireados en los consejos
locales, no hablo, pues no he estado en ninguno, pero a los
testimonios aquí expresados sobre el particular me
remito. Sin embargo, sí es cierto que todo se refleja
en algo parecido a lo que podríamos llamar ficha
personal, y que es transferida a los sucesivos directores
espirituales que a uno le van tocando en suerte. Cuento mis
casos.
En el primer año de centro de estudios, tuve un problema
económico. Llamado al orden por el director, le confesé
que el motivo era una afición mía, que compartía
con otros amigos de la facultad. He de reconocer que este
director, que hasta entonces no me caía nada bien,
tuvo un comportamiento cariñoso y comprensivo en esa
situación. Quizá fuera por haberse formado otra
idea sobre el tema. El caso es que esa afición de la
que hablo es una afición rara, lo digo para enfatizar
la singularidad del hecho. No se trata de nada pecaminoso
o ilegal, que va. Es simplemente un deporte, minoritario,
que para practicarlo hay que alquilar una pista, y eso cuesta
un dinero, que lo poníamos a escote entre mis amigos
y yo. El tema quedó aclarado, e incluso se le dio cierta
orientación apostólica, con la que yo ya contaba
desde el principio.
Pasados más de cuatro años, haciendo la charla
con el director que tenía asignado, y hablando de uno
de esos amigos míos implicados en el affaire, me suelta
de sopetón:
- ¿Oye, por cierto, ahora que hablamos de fulanito,
ya no te ha vuelto a pasar aquello de ... (historia que conté)?.
Como puse cara de póker, siguió:
- Si, hombre, aquél problema económico que tuviste
hace años jugando a (aquello).
Ahora, la cara era de repóker, no por no saber de qué
iba el tema, sino que de repente las dos neuronas que me quedaban
libres se pusieron en contacto, y lo vi todo muy claro, en
una sola imagen. Supongo que como al santo en su día
con la fundación de la obra. Así que pregunté:
- Y tú, ¿cómo sabes eso?.
- Me lo habrás contado. Vamos, digo yo.
- No, yo no te lo he contado.
- ¡Bah, olvídalo!, supongo que me habré
equivocado de persona.
No, no se había equivocado de persona, que ya sería
mucha casualidad que a otro le hubiera ocurrido exactamente
lo mismo, lo contara exactamente igual, y además practicara
ese extraño deporte precisamente con mi amigo.
Yo, personalmente, no llegué a notar violaciones del
sigilo sacramental de la confesión. Sin embargo, sí
que caí en ese ruin consejo que daban: lo que
cuentes al cura en confesión, una vez absuelto, te
sientas un rato con él y se lo vuelves a contar en
confidencia. Y ya se sabe como son los consejos en casa,
sí o sí. Dar ese consejo, dando por supuesto
que se seguirá por obediencia, me parece de una vileza
supina.
No sé si a alguno de vosotros os ha pasado la historia
esa del sapo que se ha podido llevar dentro. En mis primeros
años llevaba una doble vida, no me importa decirlo,
una dentro y otra fuera, ésta más relacionada
con lo que he contado un poco más arriba. Hasta que
un día, en el centro de estudios, decidí soltarlo
y empezar todo de nuevo, el corazón contrito y esas
cosas. Se lo conté al director espiritual. Éste
me dijo que también se lo contara al cura. Y al director
del grupo. Y al... Jopé, ¿a cuánta más
gente se lo tengo que contar?. Tal era la obsesión
de esa pregunta que me planteaba, que en el curso de retiro
de ese año, ya estaba con guión preparado para
contarlo al director de turno. Aunque éste era el director
del centro de estudios, con él no había hablado
nunca en confidencia. En cuanto me llegó la vez de
hablar con él, me dijo:
- Lo tuyo no hace falta que me lo cuentes, háblame
de los propósitos que te vas a llevar de aquí.
Al principio, me sentí aliviado, pues no tenía
que contar otra vez más la historia. Pero pasado el
tiempo ese "lo tuyo no hace falta que me lo cuentes",
me empezó a mosquear. ¿Qué sabía
esa persona sobre lo mío?. Y si lo sabía, ¿cómo
lo había conocido?.
En otro correo dije que siempre he intentado poner algo positivo
en mis escritos. Ni en este ni en el anterior he podido.
Las mentiras III. El control de la
personas
No sé si debiera llamarlo así, control de las
personas, si a alguien se le ocurre un título mejor,
se admiten sugerencias.
En esta mi tercera carta explicando mi experiencia personal
en determinadas situaciones en la obra, toca hablar del dominio
físico y espiritual. Supongo que más adelante,
haciendo memoria, me acordaré de alguna más,
pero de momento, es la última. Francamente, he de reconocer
que alguna de estas mentiras las he descubierto ahora, muchos
años después, tras leer algunos de vuestros
testimonios.
Dicen en la obra que los miembros son totalmente libres y
no son sometidos a control en modo alguno.
Lo que voy a contar podría encajar también en
mi carta anterior, pero lo cuento
aquí. Los hechos fueron los siguientes, ocurridos también
durante el periodo de formación en el centro de estudios.
Invité a un amigo al centro para que lo conociera y,
cómo no, lo conocieran. Había sobrado merienda,
pues lo normal, nos la zampamos, ¿algún problema?.
Como era ya tarde, y vive lejos de la zona, él se fue
para su casa pronto, aunque quedamos citados para la mañana
siguiente en la facultad. Como yo no había estado en
Misa aún, acudí a la parroquia próxima,
pero no pude comulgar por no haber pasado aún la hora
que, nunca mejor dicho, mandan los cánones. En cuanto
volví al centro, busqué a uno de los curas que
había allí, le pedí la comunión,
y tan contento. Hasta el director me decía, venga,
que encomiendo para mañana. Al día siguiente,
cuando ya me iba a la cita con este amigo, empezó el
follón.
Ya con el abrigo puesto, mi director me prohíbe, así
como suena, salir de la casa, argumentando que era una pérdida
de tiempo, y allí me quedé, muy obediente aun
sin entender. ¡Ah, la obediencia inteligente!. ¿Qué
demonios habrá cambiado en tan solo unas horas?. Al
rato, pensé: pobre amigo, hacerle venir desde su casa
al lugar de la cita, que son 30 kilómetros, para luego
no presentarme yo. Además ya era tarde para avisarle,
pues estaría de camino. Hoy en día, con los
teléfonos móviles, habría sido otra cosa,
pero estoy hablando de hace más de 20 años.
Busqué de nuevo a mi director, y le expliqué
esto, lo que él debió interpretar como una insubordinación,
y me recordó que tenía prohibido salir de la
casa, y que dejara de una vez de perder el tiempo con este
tema. Pues nada, más obediencia inteligente, y a estudiar.
Esta rebeldía se la debió de contar
al director del grupo. Quizá lo tendría que
haber explicado antes; en el centro de estudios, como éramos
muchos, estábamos divididos en tres grupos, cada uno
con su director, su subdirector, su cura y su secretario.
Por encima de todos ellos, estaban el director, subdirector
cura y secretario del centro de estudios. Este personaje,
el director del grupo, me llamó y me echó una
bronca de narices, nunca me había pasado nada parecido
en la obra. Por supuesto, yo sin entender ni papa. Entre otras
lindezas, me dijo:
- Que me amenazaba con quitarme la dirección espiritual.
- Que había cometido vaya usted a saber qué
pecados gravísimos.
- Que estos pecados no se los había contado a mi director.
- Que, para colmo de males, estos pecados los había
confesado con un cura de fuera.
- Que seguía castigado sin poder salir de la casa hasta
nuevo aviso.
- Que me conminaba, en ese preciso instante y allí
mismo, a contarle con pelos y señales esos hechos que
estaba ocultando.
Ojo, el director mencionaba la palabra pecados en su sentido
estricto, de ofensas a Dios, y además graves, o mortales.
¡Qué barbaridad!. ¿Quién se habría
creído que es?. Todo esto, claro está, adornado
con las consabidas referencias a la falta de sinceridad, abuso
de confianza en la obra y en mi director, y toda la pesca.
En aquél entonces sólo me quedaba libre una
neurona, pero ésta despertó a otra y empezaron
entre las dos a descubrir qué composición de
lugar se habían montado en este caso, tan sencillo
como veis. Pues resulta, me imagino, que el cura que me dio
la comunión, fue corre que te corre a contarle al director
mira que fulanito me ha pedido la comunión....
El director, corre que te corre a preguntarle a todos los
curas del centro, cinco creo que había, a ver si me
había confesado con alguno de ellos. Y a la vez, y
corre que te corre a alcahuetearle a mi director espiritual
si le había contado algo especial. Allí, entre
los dos, o los tres tal vez, el cura, el director del grupo
y el espiritual, se dedicaron a montar mi historia:
Miguel Ángel ha pecado gravemente, se ha confesado
por ahí, ha pedido la comunión en casa, y no
le ha contado nada a su director. ¡Menuda desfachatez!.
Queda castigado hasta que desembuche. Hay que ver en
lo que se puede llegar a convertir dentro de una mente ¿enferma,
deformada, malvada? la realidad más simple, como es
un mordisco apostólico a un bocadillo de chorizo. Esto
no es más que una caza de brujas. Y una pandilla de
alcahuetas, también.
La cosa acabó con que le conté a este director
la explicación del tema, mostrándome apesadumbrado
por el mal rato que me estaban haciendo pasar sin saber porqué.
Asombrado se quedó el hombre de su metedura de pata.
Para que me quedara tranquilo y no sospechara,
me dijo que me fuera corriendo a la cita con el amigo, que
aún llegaría a tiempo. Aunque lo de sospechar
en ese momento no iba conmigo, fui al director del centro
de estudios con intención de contarle lo ocurrido.
Por muy comido que tuviera el coco en ese momento, todo esto
me sentó como una bofetada. Uno se deja la piel en
la entrega, su sacrificio le cuesta, y en mi caso mucho, para
que a la mínima cosa que a una mente calenturienta
le pareciera sospechosa, me hiciera semejante montaje. Estuve
en un tris de hacer las maletas, pero ya. Incluso recuerdo
que tenía una foto del padre, en la que estaba escrita
en el reverso la fecha en la que pedí la admisión.
Ya tenía el bolígrafo en la mano, a punto de
añadir Entré en la obra el ..., y gracias
a A.R.A. (el director del grupo) estuve hasta el día
.... Pero ya he dicho que tenía el coco muy comido,
lo dejé pasar, no hice nada, y no hablé con
nadie.
De esa pareja, director del grupo, A.R., y director espiritual,
M.M., tengo otras historietas que contar. Ya intentaré
juntarlas todas, pero aquí va una pequeña perla.
Resulta que un día, comentando la cuenta de gastos
con el director espiritual, me dice:
- Oye, veo que compras los paquetes de tabaco de uno en uno.
Cómpralos en cartones, que es más barato.
- No, M., que vale lo mismo un cartón que diez paquetes
sueltos.
- No, no y no. Los compras en cartones, es más barato,
que hay que vivir la pobreza.
En fin, que me quedé como muchos de vosotros que seáis
empedernidos fumadores, a cuadros. El caso es que minutos
después, me viene el director del grupo, y en un aparte
me echa otra buena bronca, a gritos.
- Mira, Miguel Ángel, no te lo insinuaré más
veces. Cuando el director te diga que es más barato
un cartón, es que es más barato un cartón,
y punto, ¿entendido?.
Sin comentarios.
Estas tres historias que he contado no las ha conocido nadie,
vosotros sois los primeros. En su momento, todas juntas actuaron
como espoleta para marcharme de allí. Pero eso será
otra historia.
Un abrazo. Miguel Ángel.
Arriba
Volver a Tus escritos
Ir a la página
principal
|