LIBERTAD
PROFESIONAL
o qué carrera universitaria es 'válida' para
un numerario
Máquina Reparadora, 15 de febrero
de 2004
No es fácil calibrar el alcance de esa práctica
de coaccionar la elección de algo tan personal como
son los estudios que servirán de base para el ejercicio
de la "vocación profesional" que uno ha de
santificar. Lo primero o segundo que a uno se le dice, y con
rotundidad, cuando se le explica qué es la Obra, y
desde luego cuando se está gestionando su "crisis
vocacional", es que "la Obra no saca a nadie saca
de su sitio" y que "cada uno se santifica en el
ejercicio de su vocación profesional". Tratándose
de vocación profesional, es sabido que a un numerario
se le exige tener o cursar una carrera universitaria. Ahora
bien, casi desde el primer momento me sorprendió el
hecho de que no todas las carreras universitarias valiesen
para cumplir ese requisito (no, al menos, en cierta región
de España hace un par de décadas). Recuerdo
varias personas que se "replantearon" su "vocación
de numerario" por esto. Relato un par de casos; si alguien
conoce más, entonces es que no era sólo una
costumbre local lo de añadir, a la desorientación
vocacional en lo religioso, la desorientación vocacional
en lo profesional.
E. solicitó la admisión como numerario en cuanto
cumplió los catorce y medio y dejó de serlo
cuando los directores le dijeron que un numerario no podía
estudiar, como él había manifestado que quería
hacer, Educación Física y Deportes, de hecho
ya entonces carrera universitaria. Los directores le insistieron,
así me lo dijo un par de veces, en que debía
cursar otros estudios más "ortodoxos" si
de verdad se había entregado al 100% a Dios, con el
argumento de que un numerario siempre está dispuesto
a sacrificar su trabajo profesional por el bien de la Obra.
Lo curioso es que él había dicho que esa era
la carrera que quería estudiar antes de que le planteasen
formalmente la "vocación de numerario" y
al parecer nadie le dio entonces importancia al asunto. Lo
consideró y mantuvo su decisión, y creo recordar
que su vocación "de numerario" se había
transmutado en otra "de agregado" para el verano
siguiente (ambos ignorábamos que pudiese ocurrir tal
cosa cuando el verano anterior nos devanábamos el seso
en vano intentando comprender la relación entre llamada
divina a ser "numerario", cursar carrera universitaria
y el sorprendente descubrimiento de que, aun siendo carrera
universitaria, la que había elegido no "valía"
a tales efectos).
F., un compañero de clase, y un ejemplo para mí
en muchos aspectos, había decidido hacer la carrera
militar y estudiar en la Academia Militar. Se trataba de estudios
equiparables en lo académico al primer ciclo de una
carrera universitaria, que él pensaba simultanear con
otra carrera civil, posiblemente Físicas, para alcanzar
el grado superior (en España equivalente a los grados
de licenciado, ingeniero o arquitecto). No tengo todos los
datos, pero, cuando logré hablar con él (tras
haberle buscado con ahínco, queriendo recuperar el
trato con un amigo que prácticamente había desaparecido
del mapa), entre las razones que me manifestó para
dejar la Obra estaban las trabas que le ponían los
directores para seguir lo que él veía que era
su vocación profesional. No tengo más datos
relevantes, así que no añado más.
Siempre ha sido un tema que me ha dejado perplejo: el chantaje
que se hace a alguien con 16-17 años para acabar obligándole
a cursar estudios distintos de los que libremente había
elegido, sin poner todas las cartas sobre la mesa, ocultando
información y deformando las opciones o alternativas
posibles. Como eso de los "sacerdotes cien por cien":
¡como si eso impidiese por definición cultivar
saberes distintos de los teológicos o dedicar tiempo
a algo que no sea la atención pastoral de los fieles
de la Prelatura! Lo expuesto son dos ejemplos, algo desleídos
ya en mi memoria.
Ahí no queda la cosa. El comentario, que más
de una vez oí, sobre lo "extraño"
que sería un numerario ginecólogo, no es tan
anecdótico. Recuerdo bien a M., médico en paro
al terminar el MIR, que a duras penas lograba pagarse la manutención
en el centro, y con una madre a la que atender, que podría
haberse ido a vivir con ella y así "matar dos
pájaros de un tiro", pero que no se le permitió.
Trabajó en lo que le fue saliendo, cambiando varias
veces de provincia, y, con la experiencia adquirida, abrió
una clínica para el tratamiento del resultado de disfunciones
alimentarias. En cuanto empezó a tener clientela le
hicieron la vida imposible entre dimes y diretes de unas y
otras, y unos y otros, sobre qué hacía un numerario
"tocando todo el día carne de mujeres" (también
oí expresiones más groseras). Le recuerdo como
una persona encantadora, muy sensible y afectuosa, con una
voluntad firme, fiel y sonriente. También agotado por
tanta jilipollez, con sensación de haber sido engañado
por los directores y la Obra, que, sin más, le pidieron
cerrar la clínica y dedicarse a otra actividad menos
"escandalosa" y más acorde con su "condición
de numerario". Al final, acabó viéndose
obligado a dejar la Obra. Lloró, antes y después
de dejar la Obra, sumido en la impotencia y la incomprensión.
Lo tengo bien grabado, pese a la discreción con la
que llevó la situación. El comportamiento con
él fue imperdonable, por mucho que hubiese luego acercamientos
de algún director con falsas disculpas. Fui testigo,
entre otras cosas, de cómo dos numerarios de otro centro
cambiaban de acera para no cruzarse con él en una calle
céntrica... apenas un mes después de haber solicitado
la dispensa de compromisos y antes de haberla obtenido.
Conozco a otras cuatro personas que cursaron una carrera
con más "posibilidades apostólicas",
cuando su inclinación inicial era cursar estudios muy
diferentes. Sólo una de ellas sigue en la Obra (y no
se dedica a aquello que estudió, sino a lo que originalmente
pensaba hacer).
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