Las
redes de la 'barca' del Opus Dei
Autor: E.B.E.
31 de diciembre de 2003
Así como el Opus Dei es una barca en palabras
de su fundador-, una barca que sale de pesca, necesariamente
ha de tener redes. Las redes para la pesca.
Las redes no solamente están para pescar peces sino
también para retener los «pescados».
Es interesante ver cómo el fundador se «adelantó»
a todo, o al menos a muchas cosas. Fue una característica
que dejó deslumbrado a más de uno.
Al principio, al menos, yo veía al fundador como un
adelantado en el sentido vanguardista: como ejemplo, un adelantado
al Vaticano II. Luego entendí que había sido
un adelantado en otro sentido, mucho más importante
para mi vida y la de muchos.
«Tenéis por delante tanto camino recorrido,
que ya no os podéis equivocar. Con lo que hemos hecho
en el terreno teológico -una teología nueva,
queridos míos, y de la buena- y en el terreno jurídico;
con lo que hemos hecho con la gracia del Señor y de
su Madre, con la providencia de nuestro Padre y Señor
San José, con la ayuda de los Ángeles Custodios,
ya no podéis equivocaros, a no ser que seáis
unos malvados» (de nuestro Padre, Tertulia, 19-III-1975).
La formación que recibimos, en muchos aspectos, fue
todo «un adelantarse» por parte del fundador.
Nos adelantó un camino. Y también se adelantó
él mismo, a nuestras reacciones y a nuestras reflexiones.
Nos adelantó un camino, que terminó siendo una
red.
El fundador armó su red y se lanzó a la pesca
y muchos caímos en ella sin darnos cuenta (es el modo
de que una red sea efectiva). Sin darnos cuenta de adónde
caíamos. Una red, donde una vez «enganchado»,
era difícil zafar. Una red tejida principalmente de
ideas, porque «a los hombres como a los peces-
se los pesca por la cabeza». Una compleja red.
En concreto, muchas cosas el fundador las dijo para que así
estuvieran devaluadas o descalificadas de entrada. Antes de
tener ciertos pensamientos, uno ya los negaba porque el fundador
los había «desautorizado» por adelantado.
Si el fundador dijo tal cosa, no puede suceder tal otra,
es imposible, es impensable. La red de ideas nos conducía
por un camino «ya pensado» y digerido.
Otras veces, las afirmaciones del fundador tenían
el carácter casi de una definición de fe. El
verbo «tener» (la frase «tener que»
o su sinónimo) y el verbo «ser» eran los
protagonistas de esos enunciados. Lo mismo las palabras «siempre»
y «nunca». En muchos casos la afirmación
consistía en negar algo rotundamente.
Desde otra perspectiva, el fundador dijo muchas cosas que
en realidad nunca se cumplirían. La frase que mejor
expresa este tipo de comportamiento viene precisamente de
él: «conceder sin ceder con ánimo de
recuperar», que si bien se refería a lo jurídico
en realidad fue un principio que aplicó ampliamente.
Concedió muchos derechos a sus miembros (que no terminó
de ceder nunca) pero los «recuperó» ampliamente
y con intereses mediante deberes que fue imponiendo a su vez.
Si hablamos de redes también podemos hablar de «carnadas»
y «anzuelos». ¿Señuelos?
Pienso que es una frase poco feliz aún aplicada al
camino jurídico, porque expresa el juego engañoso
con la Santa Sede, donde finalmente la Obra ganaría
la partida. Se trataba de estar «dispuestos a ceder
en las palabras, siempre que en el mismo documento se afirme,
de manera precisa, la verdadera substancia de nuestro camino»
(de nuestro Padre, carta, 14-II-1944, n. 11) y es lo que de
alguna manera sucede con muchos aspectos en la Obra, no sólo
el jurídico, donde se concede en las palabras («sois
libérrimos», por ejemplo) pero en lo concreto
se gobierna con la rienda bien corta.
El problema de ese tipo de frases o textos no es tanto su
interpretación aislada (que podría tener justificaciones
válidas) sino el sentido «colectivo» que,
con tantas otras frases, se termina por formar. La «red»
compleja de frases que se entrelazan entre sí. Una
red para el pensamiento y la conciencia.
El problema no es «una frase» sino muchas frases
tomadas en conjunto, donde la justificación aislada
y «ad casum» no tiene validez. La excepción
es siempre minoría y nunca puede ser la norma interpretativa.
Del mismo modo, una frase aislada no hace buena una doctrina
en su conjunto: «La vida de los miembros del Opus
Dei por vocación divina, es apostolado (
) De
ahí nace también su preocupación por
hacer que desaparezca cualquier forma de intolerancia, de
coacción y de violencia en el trato de unos hombres
con otros» (de nuestro Padre, Carta. 31-V-1954,
n. 19). En base a este enunciado no debería existir
coacción alguna ni intolerancia en la Obra. El Opus
Dei debería ser maravilloso. ¿Entonces?
Lo importante, en definitiva, no es tanto la interpretación
teórica que se le quiera dar a estos textos sino el
efecto histórico concreto que tuvieron sobre sus miembros
y que hoy siguen teniendo. Un buen defensor de la Obra podrá
encontrar un sentido «santo» a todas las palabras
del fundador, pero no podrá cambiar los efectos históricos
que tuvieron y tienen. Por esos efectos, el sentido es puesto
en evidencia y descubierto por sí mismo. Hablar de
esos textos «al margen de la historia» resulta
demasiado teórico e irrespetuoso para quienes fueron
sus víctimas. Aunque tengan fecha, esos textos son
repetidos dentro de la Obra una y otra vez cada año.
No tienen «vencimiento», son parte del «espíritu
de la Obra».
La discreción que se nos pedía tenía
el sentido de no hablar de «estas cosas» fuera
de «contexto». Sólo alguien que ya estaba
«convencido» -pescado- podía aceptar como
única e inequívoca la interpretación
que de esos textos daba la Obra. Tomar la «pecera»
por el mar. Los de «afuera» no podrían
nunca «entender» esto, se les haría «un
daño» a ellos y también a la
Pecera.
Por eso la supuesta discreción para con los padres,
el no contarles nada. Lo que tenía que quedar claro
era que «de esto» no se hablara «allá
afuera». Había que negar y renegar de todo diálogo
con el «afuera» y ser totalmente sinceros con
el «adentro». Una secuela de esto es el hecho
de que tantos que dejaron la Obra no quieran hablar de «eso».
Tienen la prohibición tan viva como cuando estaban
adentro. Por eso OpusLibros significa un triunfo y una liberación
de las conciencias.
Una parte importante de la fuerza de «las redes»
del Opus Dei consiste en su capacidad de negar. La negación
es posiblemente el material más fuerte para formar
una red resistente y con capacidad de arrastre.
El Opus Dei se afirma en la negación, desde allí
se hace fuerte: reemplazando fotos, páginas, personas,
rechazando incoherencias evidentes, haciéndose pasar
por «víctima permanente» de ataques, siendo
indiferente al dolor y a los sentimientos personales, considerando
inaceptable cualquier tipo de autocrítica y afirmando
al mismo tiempo su carácter divino. Por eso ir «contra»
el Opus Dei puede resultar frustrante. No está en sus
principios prácticos el reconocer errores y pecados.
Más que para «demostrarle al Opus Dei»
que está equivocado, estos textos sirven para la reconstrucción
personal. Más que pelearse con el cadáver de
la Obra, es mejor ayudarse uno mismo para salir definitivamente
adelante con la propia vida.
Sobre «las redes» se podría escribir páginas
y páginas, porque son extensas y complejas. Lo que
sigue es una muestra.
Algunos ejemplos de la primera red, con la cual fuimos
pescados (afirmaciones «adelantadas»). Lo impensable
resultó ser real.
- «Somos gente de la calle» (de nuestro
Padre. Carta. 19-III-1954, n. 27); «una sola cosa
ha de distinguirnos: que no nos distinguimos» (de
nuestro Padre, Carta, 24-III-1930. n. 8). «No somos
plantas de invernadero» (de nuestro Padre, Meditación
El licor de la sabiduría, junio 1972). Por lo cual
resultaba impensable que la vida del numerario medio pudiera
ser un modo de vivir distanciado de la realidad y sobreprotegido.
Porque el fundador «lo adelantó», no cabía
la duda: la vida del numerario no tendría nada que
ve con el encierro.
- «No somos una institución cerrada, en la
que todos parecen obligados a pensar lo mismo, a ir como en
manada, sino una peculiar organización divina, [en
la] que se potencia la personalidad de cada uno»
(de nuestro Padre, Instrucción, 8.XII-1941, nota 12),
por lo cual, era impensable que la Obra pudiera ser «cerrada»
y contraria al desarrollo personal. Resultaba imposible que
la Obra ahogara mi libertad y mi propia forma de ser. Por
eso intentaría por todos los medios creer aun
contra la evidencia- que había un cielo abierto e infinito
aunque estaba experimentando mi propio The Truman Show.
- «Precisamente porque los miembros del Opus Dei
están de ordinario lejos de todo control, obran con
más celo y exactitud en la obediencia» (de
nuestro Padre, Instrucción, mayo-1935, 14-IX-1950,
n. 61). Al principio creía ser realmente libre. Con
el tiempo, se hacía evidente que estaba «todo
pensado» y estudiado y si algo abundaba en la Obra era
el control. Pero como el fundador desde un principio se me
«adelantó», me llevó años
darle «alcance» y experimentar por cuenta propia
que no había nada para esperar o que estuviera por
venir. Ese «adelanto» había sido un señuelo.
- «Os he dicho innumerables veces que nadie pierde
su personalidad al venir a la Obra; que la diversidad, el
sano pluralismo, es manifestación de buen espíritu.
Pues haced por vuestra cuenta, que nadie os lo impedirá»
(de nuestro Padre, Meditación El licor de la sabiduría,
junio 1972), por lo cual me resultaba impensable aceptar la
evidencia del recorte de las diferencias y el uniformismo
que los directores practicaban. Serían en todo caso
«cuidados maternales» que la Obra tenía
con nosotros.
- «Hace ya muchísimos años, en 1931,
os escribía: nuestra diversidad no es, para la Obra,
un problema: por el contrario, es una manifestación
de buen espíritu, de vida corporativa limpia, de respeto
a la legítima libertad de cada uno (
). El Opus
Dei no ha tenido, ni tiene, ni tendrá jamás
una opinión propia en cuestiones temporales, políticas,
etc.; ni en las culturales, ni en las teológicas. Sus
miembros podrán sostener, y sostendrán en la
medida de sus personales preferencias, estudios e inclinaciones,
todas las opiniones compatibles con la fe católica»
(de nuestro Padre, Carta. 24-X-1965, n. 53). Por lo cual,
era esperable que el Opus Dei fomentara e impulsara un gran
respeto por la libertad personal. Faltaría mucho tiempo
para que me diera cuenta y «pudiera ver» que existe
una libertad o pluralismo «hacia fuera» pero no
hacia adentro (y además de manera muy limitada). «Somos
libérrimos y tenéis derecho a pensar y a actuar
como os dé la gana. Cada uno hace lo que quiere en
lo temporal, siempre que no se aparte de la fe católica.
Hay un abanico de opiniones muy grande para escoger. Jamás
nadie os dirá nada contra esa noble libertad, y esto
lo hemos vivido desde 1928 (
). Vivimos en un mundo de
tiranías, más o menos disfrazadas, y esta maravillosa
libertad nuestra, la de cada uno, con su consiguiente responsabilidad
personal, no cabe en la cabeza de algunos» (de nuestro
Padre, Tertulia, 10.XI-1969). Con estas palabras uno podía
suponer (gran error el de «suponer»
porque
el Opus Dei «supone» también, pero otra
cosa muy distinta) que se confirmaría aún más
la libertad total «adentro» de la Obra.
Sin embargo, fue imposible hacer compatible este «derecho»
con otros tantos deberes de obediencia y con el anonadamiento
que se mandaba. En la confrontación siempre salía
vencedora la obediencia. Se terminaba cediendo en lo que no
se puede ceder sin altos costos para la conciencia.
Muchos significados espirituales, en la Obra son traducidos
como disciplinales y de gobierno, en definitiva (caso de la
obediencia, la parábola de la vid y los sarmientos,
el sometimiento del corazón a la Voluntad de Dios,
etc.).
- «He dicho alguna vez que la Obra es como una organización
desorganizada, en la que cada Región, cada casa, actúa
con plena autonomía» (de nuestro Padre, Crónica
VII-1966, p. 58), lo que me llevaba a confiar erróneamente-
en mi director como si de él dependieran las decisiones
que se tomaban en el Centro. Jamás aceptaría
hasta que pasaran años- que las delegaciones
intervienen en los Centros como si fueran los mismos consejos
locales, cuando lo consideran necesario, y que el director
local tiene el poder que la delegación le permite.
Darme cuenta de que esa autonomía no existe y de que
el gobierno de la Obra es fundamentalmente verticalísimo
me llevaría años.
- «Nunca he tenido secretos, ni los tengo ni los
tendré. Tampoco los tiene la Obra» (de nuestro
Padre, Carta, 11-III-1940, n. 58). Resultaba impensable que
los directores no fueran sinceros conmigo o que la Obra se
reservara el derecho a dar explicaciones al mismo tiempo que
daba órdenes sin dar razones. Pero era significativo
que nos prohibieran tomar nota literal de las palabras del
fundador, fueran las que fueran (salvo las que ya habían
sido publicadas «para todos» en forma de libro
comercial).
Si la Obra no tiene secretos así, tan tajante
afirmación-, entonces no ha de ir contra el secreto
de la Obra si no lo tiene- el citar textos del fundador
y el hablar con libertad de lo que vivimos dentro.
Curiosamente hay una prohibición tácita de
hablar sobre el Opus Dei como si fuera todo él un «tema
de conciencia», como si la pertenencia a la Obra por
sí sola- hubiera significado un «cargo de gobierno».
Pareciera ser que el Opus Dei quisiera regirse con los códigos
de la CIA y dar al mismo tiempo la apariencia de una organización
abierta y sin secretos.
- «Vosotros no sabéis que por muchos años
hemos sufrido la persecución, también de los
buenos. No lo sabéis, porque el Padre ha prohibido
que se hable o se escriba de esas cosas. Fue una persecución
como la que sufrió Jesús de parte de los sacerdotes
y de los príncipes del pueblo: calumnias, mentiras,
trapisondas, insultos; en la prensa, en las conversaciones...
Éramos la burla de todo el mundo. Todos se sentían
con derecho a escupir encima. Y éramos felices en aquella
soledad. Sabíamos encontrar a Cristo, y nos sentíamos
tan acompañados. Callábamos, y sonreíamos,
y trabajábamos, y rezábamos. Yo no hice ninguna
defensa hasta que recibí una indicación de la
Santa Sede» (de nuestro Padre, Meditación,
29-III-1959), por lo cual cualquier crítica que alguien
levante ha de ser «una contradicción» que
«nos» santificará pero nunca imaginaré
que tenga un fundamento real, porque además la Obra
es perfecta. El fundador ya anticipó que habrá
críticas. Si desde los inicios «sufrimos»
la «contradicción de los buenos» entonces,
qué habrá que esperar de «los malos».
Las críticas confirmarán «la divinidad»
de la Obra. Estaré más que nunca convencido
de que voy por el recto camino. OpusLibros será entonces
una «nueva persecución» contra la Obra,
siempre víctima. Necesitaré llegar a la depresión
para darme cuenta de que la Obra es un signo de contradicción
pero no precisamente en el sentido evangélico si no
más bien por el escándalo que implica su cinismo
y cómo niega todo aquello que no sea una alabanza al
mismo tiempo que dice ser una institución inspirada
por Dios.
Tardíamente experimentaré cómo el poder
jerárquico ejerce su cinismo detrás de la barrera
que forman la inocencia y la buena voluntad de sus miembros
no jerárquicos.
- «Si hablamos, no pasa nada» (de nuestro
Padre, Meditación El licor de la sabiduría,
junio 1972), por lo cual jamás se me ocurrirá
pensar que si hablo puede llegar a «pasar algo»
o que los directores usen esa confianza que deposité
en la palabra del fundador para decidir «qué
hacer conmigo», decidir «si no va a pasarme nada»
o si va a pasarme «todo». Hoy sabemos que los
directores están exentos del deber de ser sinceros
«hacia abajo» y tienen en cambio el derecho de
exigir la sinceridad total «hacia arriba».
- «Hemos de decirnos las cosas noble y limpiamente,
con motivo sobrenatural, cara a cara, sin escondernos tras
el anonimato. Es un criterio de lealtad humana -y divina-
que el que acusa cuente con que el acusado deberá saber
su nombre, y que la acusación deberá ser probada:
aborrecemos de la delación y del secreto infame»
(de nuestro Padre, Carta, 29-IX-1957, n. 48), nuevamente renovaré
mi confianza en las palabras del fundador
si es que
se cumplen. Porque el paso del tiempo me llevará a
otras conclusiones.
Si hay algo que caracteriza al gobierno de la Obra es el
anonimato, donde uno no sabe quién se hace responsable
por las decisiones: la Comisión Regional o la Delegación
son entes abstractos. Comunican decisiones pero no dan a conocer
sus razones ni a los responsables. Dan explicaciones generales
que ocultan los verdaderos pensamientos. Muchas veces el interesado
ha sido acusado y juzgado por la Obra sin posibilidad de defenderse
(no sabe que ha sido acusado y condenado sino cuando ya es
tarde). Además, la corrección fraterna en un
sistema de mando altamente jerarquizado funciona inevitablemente
como un sistema de coacción y delación. Es paradójico
a su vez- que sea un deber la corrección fraterna
y también lo sea no hablar de temas personales con
otros miembros. La corrección fraterna no tiene fines
fraternos sino de control.
Algunos ejemplos de la segunda red, por la cual fuimos
retenidos (afirmaciones destructivas):
Lo más traumático de todo esto es que el fundador
pretendía que nos convenciéramos e hiciéramos
compatibles ideas que eran excluyentes, como la de que éramos
«libérrimos» al tiempo que «debíamos»
someternos y anonadarnos frente a su autoridad y a su mandato.
Sólo mediante la anulación de la propia conciencia
es posible hacer compatibles ideas excluyentes. Pero esta
segunda red se entiende sólo si se tiene en cuenta
la primera red, por la cual uno abrió su confianza.
Cada afirmación tenía su coherencia y su contexto,
la cuestión era hacer «un careo» entre
esas frases excluyentes y ver cómo se contradecían.
Esta segunda red está conformada por negaciones y
prohibiciones, muchas veces. Las afirmaciones positivas son
para «atraer» a los peces, están en la
primera red. Las afirmaciones negativas son para evitar que
se vayan, para resistir su huída.
Posiblemente de esta red procedan los contenidos de las pesadillas
que muchos ex miembros tienen aún habiendo pasado años
desde su salida. En cambio, los contenidos de los sueños
que idealizan un pasado en la Obra, proceden de la primera
red y de las propias vivencias consideradas positivas.
Pienso que otra de las causas de la «duración»
en la Obra fue el deseo de vivir tanto mi caso como
muchas personas que me rodearon- según los ideales
(primera red), construyendo un Opus Dei al margen del poder
jerárquico ya que éste era un impedimento
continuo-, la utopía de un Opus Dei más relacionado
con la espontaneidad y lo mejor que tienen las personas. La
importancia de esta causa reside en su sentido positivo: era
un «querer» y no un «deber» lo que
nos mantenía adentro. La confrontación que venía
«desde arriba» fue haciendo imposible esas iniciativas
de vida y ahogando los «quereres» hasta generar
las crisis de salida. La duración muchas veces es una
lucha por impedir la realidad del fraude que implica la Obra.
Ahora, los ejemplos.
- «Los Numerarios, los Agregados y los Supernumerarios
no tienen por qué alardear de que pertenecen a la Obra,
ni dar a conocer inconsideradamente los nombres de sus hermanos.
Esta norma, que obliga de modo especial a los recién
incorporados, no es sino vivir con naturalidad y sencillez»
(Meditaciones, V, pág. 203), por lo cual siendo un
«recién pitado» me parecerá una
«obligación» ocultarle a mis padres todo
este asunto y una falta de discreción, de naturalidad
y sencillez no hacerlo. Jamás pensaré que lo
natural sea todo lo contrario.
- «Los que están más alto ven mejor
las cosas (
) desde arriba se ve todo, y nos pueden ir
dirigiendo (
) hay más luz, por gracia de Dios,
en los que gobiernan» (de nuestro Padre, Noticias,
1973. p. 861), entonces confiar en los directores sería
lo mejor. Necesitaba decirme a mí mismo que eso que
veía desde mi posición «era equivocado»
si no coincidía con lo que veían los directores
desde arriba.
- «En el Opus Dei no está coaccionado nadie.
La perseverancia depende de cada uno de nosotros»
(de nuestro Padre, Meditación, 4-III-1960), por lo
cual no me cabe en la cabeza que la Obra coaccione a alguien;
si alguien se siente coaccionado, la última sospechosa
en ser interrogada será la Obra y nunca se llegará
a ese momento, «antes se hallará al culpable».
- «en la Obra no se le encorseta la vida a nadie»
(no tengo la cita exacta, pero era una frase muy difundida).
Lo lógico hubiera sido preguntarse, ¿y entonces
por qué hay necesidad de negarlo? Está claro
que el pensamiento crítico «la Obra encorseta
la vida» queda descartado anticipadamente. Porque de
esta manera, -«adelantándose» así
el fundador-, el pensamiento crítico perdía
espontaneidad: «¿será que realmente me
siento encorsetado, o será una "tentación"
de la cual ya me advirtió el fundador? Debe ser mi
soberbia...»
- si el catecismo de la Obra decía no sé
ahora con la nueva edición- que «solamente los
débiles mentales pueden sentirse coaccionados por el
planteo de la crisis vocacional» (es casi textual),
entonces rechazaré de plano la idea de que en la Obra
exista coacción en el modo de hacer proselitismo y
además ese mismo planteo me dará «respaldo»
para coaccionar a quien los directores consideren conveniente.
- en la Obra «nadie puede sentirse solo» ni «nadie
puede padecer la amargura de la indiferencia» (de
nuestro Padre, Carta, 11-III-1940. n. 7), entonces he de admitir
que la soledad que siento y la marginación que sufro
por parte de los mismos directores «debe ser culpa mía»
o un problema de mi imaginación o que no me estoy dejando
ayudar (necesitaré entonces bajar aún más
mis defensas psicológicas para «dejarme ayudar»).
Si lo dijo el fundador, entonces «nadie se siente solo».
Es imposible, «no puedo» pensar eso
a menos
que quiera iniciar el sendero del «descamino»
porque
¡qué problema si comienzo a poner
en duda al menos «una» de las verdades que dijo
el fundador! ¿Dónde para el derrumbe? Mejor,
ni tocar el «muro firme». La perfección
no admite el menor error, si no, deja de ser perfección.
La fortaleza del Opus Dei consiste en su capacidad de negación,
que ha de ejercitarse continuamente para sobrevivir a tanta
incoherencia.
- «Nunca me avergonzaré de lo que pueda contarme
un hijo mío, e igual les pasa a vuestros hermanos.
Hay que hablar con confianza plena. Si no habláis,
se acabó todo: es el principio del fin. Si sois sinceros,
pase lo que pase seréis fieles y seréis felices»
(de nuestro Padre, tertulia, 2-X-1969), lo que daría
a entender que quien es sincero tendrá todo el respaldo
de la institución. Llevará mucho tiempo darse
cuenta de que esa afirmación «pase lo que pase»
no es cierta, porque «según lo que pase»
uno seguirá siendo fiel de la prelatura o no. Hay una
amenaza («se acabó todo») y una exhortación
a confiar («seréis felices») que están
al servicio de «obtener» información y
control sobre las conciencias. Pero no hay ningún compromiso
real detrás de esas palabras (esto es lo escandalizante):
la prelatura usará esas palabras de sinceridad contra
el interesado si lo considera necesario.
- «He dicho muchas veces, y ahora lo repito, que
no excuso de pecado -que en ocasiones podría llegar
a ser pecado grave- a quienes están cerca de un hermano
suyo, que se encuentra en estas tristes circunstancias, y
no le dan los medios para perseverar» (de nuestro
Padre, Meditación, 28-II-1963), por lo cual es imposible
pensar que la Obra no sea la primera en cuidar de las personas.
Pasarán años hasta que uno se dé cuenta
y pueda permitirse «ver» sin inventar teorías
para encubrir a la Obra- que todo está supeditado al
interés de la institución y a sus decisiones
de gobierno. Será demasiado tarde para la salud personal,
en muchos casos. Para la Obra, los principios morales se adecuan
a los intereses de gobierno.
- «La Iglesia Santa, nuestra Madre -y con la Iglesia
también yo, vuestro Padre, que debo ser para vosotros
a la vez padre y madre-, os concede una libertad plena, para
que podáis (...) ir a confesar con cualquier sacerdote
que tenga las oportunas licencias. Sin embargo, no puedo dejar
de aconsejaros lo que es más conveniente para vuestras
almas, aun respetando absolutamente el derecho que cada uno
de vosotros tiene. Por eso, os repito de nuevo: vosotros,
por ser ovejas fieles, firmes, y porque queréis ser
siempre así, debéis dejaros cuidar por el Buen
Pastor» (de nuestro Padre, Carta, 26-III-1955. n.
22). «Si fuésemos a una persona que sólo
puede curarnos superficialmente la herida... es porque seríamos
cobardes, porque no seríamos buenas ovejas, porque
iríamos a ocultar la verdad (
) buscando a un
médico de ocasión, que no puede dedicarnos más
que unos segundos, que no puede meter el bisturí, y
cauterizar la herida, también estaríamos haciendo
un daño a la Obra. Si tú hicieras esto, tendrías
mal espíritu, serías un desgraciado. Por ese
acto no pecarías, pero ¡ay de ti!, habrías
comenzado a errar, a equivocarte. Habrías comenzado
a oír la voz del mal pastor, al no querer curarte,
al no querer poner los medios» (de nuestro Padre,
Meditación, 12-III-1961). por lo cual, me queda claro
que tengo un derecho, pero a la vez -también- el deber
de actuar en contrario a ese derecho, contradicción
que definitivamente se resolverá a favor del deber
si es que quiero «ser fiel» y no ser un «desgraciado».
Jamás se me pasará por la cabeza acudir «afuera»
sin tener la clara conciencia de estar siendo «infiel».
No estaría pecando pero estaría haciendo algo
peor: ir contra la palabra del fundador (¿peor que
pecar?...). Es un derecho el que tengo, pero lo he de adquirir
con mi infidelidad si lo quiero ejercer. Es un derecho que
no tengo, en realidad.
Lo que termina destruyendo la conciencia es la contradicción
entre unos ideales de libertad asombrosos y unos principios
o mandatos categóricos con un poder tal que llegan
a someter la libertad que dicen defender. La fricción
entre ideales y mandatos corroe la psiquis.
- «La paternidad es el fundamento más sólido
de la unidad de la Obra» (don Alvaro, en Meditaciones
V, pág. 139), por lo cual nadie habrá de atreverse
a poner en duda al fundador ni a ninguna de sus muchas afirmaciones
categóricas y proféticas («esto pasará,
aquello otro no», etc.). Si uno lee y relee esa frase,
queda claro que no era Dios quien le daba unidad a la Obra,
era Escrivá. Pero para llegar a admitir este pensamiento
«herético» habrá que «transgredir»
contenidos tan pesados como este: «el espíritu
de filiación divina, para los hijos de Dios en el Opus
Dei, es inseparable de la filiación al Padre»
y por eso «si no fuerais buenos hijos del Padre,
si no fuéramos todos buenos hijos de nuestro Padre,
no podríamos ser buenos hijos de Dios» (don
Alvaro, Cartas de familia, n. 378). La «filiación»
en la Obra es un peaje demasiado caro para llegar a Dios y,
sobre todo, de una obscenidad escandalosa. Pasar de esto a
darle «culto» al fundador (en vida y mucho antes
de ser canonizado), hay un solo paso. Así la figura
del fundador termina reemplazando espiritualmente a la del
Papa: el «pontifex» -el puente- entre Dios y uno
termina siendo
Escriva, don Alvaro, etc. Con tantos
criterios y normas internas parece adecuada la pregunta evangélica:
¿por qué vosotros quebrantáis el mandamiento
de Dios por vuestra tradición? (Mt. XV, 3).
- «Tienes vocación y la tendrás siempre,
aseguraba nuestro Padre, en cierta ocasión a una hija
suya. Nunca dudes de esta verdad, porque se recibe una vez
y después no se pierde; si acaso, se tira por la ventana.
Si alguna vez una hermana tuya te dice que no tiene vocación,
se lo explicas así, y evitas que haga esa barbaridad»
(citado en don Alvaro, Carta, 19-III-1992), por lo cual me
resultaba muy difícil pensar que la Obra se hubiera
equivocado y -por lo tanto- «dudar» o tener sentimientos
contrarios a la perseverancia indiscutida eran siempre culpables.
Me llevaría años poner en duda una afirmación
tan fuerte en boca del fundador y posiblemente aún
con una dosis de culpa importante.
Es una característica de la Obra: casi siempre se
«explica» de esta manera todo lo que uno pregunta:
mediante una afirmación tautológica (tienes
vocación porque la tienes) o mediante una afirmación
de autoridad (es así porque lo dice el Padre). Las
explicaciones son las grandes ausentes en el Opus Dei. Le
son negadas a quien las pide.
- «No pierdas la confianza en los Directores o en
las Directoras, que ellos nunca la pierden en ti; no permitas
que te domine la susceptibilidad» (don Alvaro, Carta,
19-III-1992), ¿cómo es posible hacer semejante
afirmación «a futuro» sobre algo que es
imposible asegurar? Porque la idea de fondo es: la Obra es
perfecta, tú eres el imperfecto, el susceptible.
- «Sé fiel, y más adelante descubrirás
la Providencia de Dios en aquello que te contrariaba»
(don Alvaro, Carta, 19-III-1992), o sea, si hay un problema,
siempre estará en ti, nunca en la Obra. En el discurso
oficial, la Obra es impenetrable frente al error. En los hechos,
la Obra es impenetrable a la autocrítica. Y el recurso
al «más adelante» es un modo de «estirar»
la perseverancia.
- «No actúes entonces como quien está
dispuesto a obedecer sólo cuando entiende; no te rebeles
si no comprendes la respuesta que recibas» (don
Alvaro, Carta, 19-III-1992). «Hijos míos:
muy unidos a la cepa, pegadicos a nuestra cepa que es Jesucristo,
por la obediencia rendida a los Directores» (de
nuestro Padre, Meditación, 9-III-1962). Cómo
es esto compatible con la «obediencia inteligente»,
no lo sé. «Es lo mas fuerte que tenemos para
mandar: por favor. Mandar con delicadeza, respetando la libertad,
respetando la inteligencia y la voluntad del que obedece.
De otra manera, es pretender una obediencia perinde ac cadaver,
y, como os he dicho, yo con cadáveres no voy a ninguna
parte. Somos seres vivos, hijos de Dios: a los muertos los
sepultamos piadosamente» (de nuestro Padre, Crónica,
VII-1966, p. 12). Es realmente esquizofrénico.
- «El corazón y los sentimientos pueden ayudarnos
a ser generosos con Dios, pero no deben constituir el único
ni el principal motor de nuestra fidelidad, porque eso sería
sentimentalismo (
). Es preciso -como os acabo de recordar-
someter el corazón al cumplimiento de la Voluntad de
Dios (
). Para alcanzar la verdadera fidelidad es preciso
rendir el corazón y también la cabeza»
(don Alvaro, Carta, 19-III-1992); «el corazón
solo no basta para seguir a Dios en la Obra (...). Lo primero
que hay que poner es la cabeza» (de nuestro Padre,
Tertulia, 2-X-1972, citado en don Alvaro, Carta, 19-III-1992).
En la Obra lo que primero importa es «la conversión
de la cabeza», luego la del corazón, sometiéndolo
a las «nuevas ideas». Es lo opuesto del Evangelio,
que llama a la conversión del corazón. No logro
imaginar un Sermón de la Montaña que hable de
los «bienaventurados que sometan su corazón a
la razón». La conversión de la cabeza
tiene más que ver con un lavado de cerebro.
El Opus Dei es más pasión que razón.
Es una creencia (en el fundador y su institución) que
con el paso del tiempo se da golpes con la razón (pero
para ese entonces, ya ha crecido demasiado tal creencia, se
ha fortalecido tanto esa «fe» que solamente mediante
una crisis profunda es posible volver a la racionalidad).
Por eso es necesaria la conversión de la cabeza para
anularla someterla-, no para desarrollarla. Muchos optan
eligen- por «creer» a costa de su racionalidad.
Es un punto de inflexión, de difícil retorno.
- «Cuando el hijo es ya mayor, los padres no tienen
derecho a imponer nada; lo contrario es un abuso (
).
Tenemos el deber de elegir por nosotros mismos»
(de nuestro Padre, Tertulia, 19-XII-1967, en Meditaciones,
VI, págs. 54-55) ¿no será, en todo caso,
que tenemos «el derecho»? Hay una obsesión
por quitar derechos e imponer deberes, por parte del fundador.
- «Quien venga a la Obra de Dios ha de estar persuadido
de que viene a someterse, a anonadarse: no a imponer su criterio
personal. En una palabra: que ha de decidirse a hacerse santo»
(de nuestro Padre, Instrucción, 1-IV-1934, n. 17).
«Al suscitar el Señor su Obra, nos ha dado
una ascética, un espíritu plenamente secular
y unos medios que no son como una adaptación de los
métodos de las familias religiosas» (de nuestro
Padre, Meditaciones, VI, pág. 345). Cómo es
esto compatible, lo desconozco.
- «Cuando uno no se ha dado por completo, a la primera
dificultad la inteligencia se enreda, y cuesta comprender
lo que entiende una criatura de diez años, y viene
el pensamiento de que no se nos entiende. Hijo, habla, y verás
cómo sí te comprenden. ¿No será
que a ti, por las circunstancias de un momento, porque tu
soberbia quiere saltarse una limitación, no te interesa
que se te entienda?» (de nuestro Padre, Crónica,
1972, pp. 637.639). No existe la más mínima
posibilidad de sentirse incomprendido legítimamente.
La única posibilidad de reconocer «ese derecho»
es pagando el precio de ser un soberbio. Y esto es una trampa,
porque es falso. En el modo de impartir la formación,
la Obra no acepta la posibilidad de equivocarse. La sospecha
siempre recae sobre la persona, la institución es perfecta.
Del mismo modo se enseña que la Obra tiene un derecho
pero nunca se habla de los derechos que los miembros tienen
frente a la Obra (salvo el de recibir formación = adoctrinamiento).
- «Hijo mío, no te hablo para ahora... te
hablo por si alguna vez sientes que tu corazón vacila.
Entonces yo te pido fidelidad; fidelidad, que se tiene que
manifestar en el aprovechamiento del tiempo, en tu empeño
por sujetar la imaginación y en dominar la soberbia,
en tu decisión de obedecer ciegamente, para no salir
nunca del terreno en que el Señor quiere que trabajes»
(Meditación, 9-I-1956), por lo cual en los momentos
de crisis será muy difícil cuestionar nada (hasta
que la crisis sea irreversible) porque justamente se pide
«obedecer ciegamente» en los momentos de mayor
vulnerabilidad. Hay además, una obsesión por
no tener tiempo libre, lo cual vuelve la vida muy ritualizada,
algo que se torna contradictorio con vivir en medio del mundo.
Se da al mismo tiempo la paradoja: «el deber de descansar»,
de tal modo que ni siquiera descansar sea un derecho sino
también un deber más de la larga lista.
- «La Obra os está dando una doctrina maravillosa,
de modo que el que no recibe la formación debida es
porque no quiere; medios no le faltan. Hijos, en el Opus Dei
no hay nadie que se niegue descaradamente a aprovechar los
medios de formación, pero podría suceder que
alguno, por soberbia, no entendiera la bondad de un determinado
criterio. Si dejamos que el yo enrede, es más fácil
que nuestra cabeza vea limitaciones donde se nos pide que
pongamos amor. Pero con un poco de buena voluntad, y la gracia
de Dios que no nos falta, la inteligencia se vuelve más
clara y todo se arregla. Y habremos vencido una batalla mas»,
(de nuestro Padre, Crónica, 1972, págs. 634
y ss.) por lo cual toda la formación de la Obra ha
de ser buena y los problemas en todo caso estarán únicamente
en mi cabeza, lo que me llevará a evitar por todos
los medios a tener una posición crítica ya que
sería un soberbio. Mi soberbia es el único origen
de la no adecuación de los criterios a mi intelecto.
Y si el problema es mi corazón, habré de «someterlo».
Mi inteligencia se volverá más clara en la medida
en que cesen mis críticas. No se me pasará por
la cabeza que la Obra pueda estar equivocada. Es infalible.
Es lógico, entonces, que comience un proceso de asfixia
de la conciencia, porque solamente se le permite respirar
el denso aire de la Obra y comienza a faltar el oxígeno.
- «Hijo, no pienses nunca en ti» (Meditación,
Vivir para la gloria de Dios, 21-XI-1954), por lo cual veré
como una cosa buena alienar mi conciencia y mi capacidad reflexiva
para sólo pensar hacia fuera y, en concreto, en las
cosas de la Obra. La última cosa que haga será
pensar en mi, ya que el mismo fundador me advirtió:
«si caes en este defecto, cuando te digan que eres soberbio,
no te lo creerás» (Ibidem). Pensar en mí
es un defecto «siempre».
- «Cuando -en contra de lo que os dice quien tiene
gracia especial de Dios para aconsejaros- penséis que
tenéis razón, sabed que no tenéis razón
ninguna.» (de nuestro Padre, nro. 72), o sea, no
la tienes nunca y los directores la tienen siempre-
porque cuando no la crees tener es difícil creer que
la tienes... de este modo se te facilita enormemente la «obediencia».
Jamás osaré tener la razón, no vaya a
ser que la pierda... y renuncio de entrada a tenerla... a
pensar por mí mismo y de esta manera estaré
en el «camino correcto».
- «Hay algunas personas para quienes todo es ocasión
de disquisiciones: si pueden mandar los superiores esto, si
pueden mandar lo otro, si pueden mandar aquí, si pueden
mandar allá
En el Opus Dei sabemos esto: se puede
mandar todo, -con el máximo respeto a la libertad personal
en materias políticas y profesionales» (de
nuestro Padre, Meditación Que se vea que eres Tú.
l-IV-1962). Pero también tenemos esta otra versión:
«Honra, dinero, progreso profesional, aptitudes,
posibilidades de influencia en el ambiente, lazos de sangre;
en una palabra, todo lo que suele acompañar la carrera
de un hombre en su madurez, todo ha de someterse -así,
someterse- a un interés superior: la gloria de Dios
y la salvación de las almas» (de nuestro
Padre, Carta, 14-II-1974, n. 3). Todos sabíamos que
«la gloria de Dios» era el Opus Dei y que «la
salvación de las almas» el proselitismo.
Si firmas un contrato con el supuesto de la primera cita
y luego el contrato se rige por la segunda, tenemos problemas.
Si por alguna razón la Obra considera que la profesión
de un miembro «se ha vuelto un obstáculo»,
ese trabajo profesional pierde su autonomía e ingresa
a la órbita del «se puede mandar todo».
En la Obra se pide «un entregamiento sin condiciones»
(de nuestro Padre, Carta, 14-II-1974, n. 3). Quien tenga objeciones
será calificado de «poco entregado». La
Obra no se equivoca, el miembro «rebelde» se equivoca.
- «Con buen sentido, sabréis no usar de ciertos
derechos, para en cambio tener mayor eficacia en la labor
de vuestra propia santificación» (de nuestro
Padre, Meditación, 12-III-1961), por lo cual me queda
claro que reclamar «ciertos derechos» no es conveniente
para mi santidad y que pensar en mis derechos es pensar en
mí y eso no es bueno («el que es verdaderamente
humilde (
) no pide derechos», palabras de
Meditaciones, IV, pág. 57). Sin embargo habré
de ejercer mis derechos de ciudadano hacia fuera («hemos
de exigir nuestros derechos, sin permitir que se merme en
lo más mínimo nuestra libertad de actuación
en la vida profesional y civil» Meditaciones, V,
pág. 460), ya que en la Obra los seglares son como
el testaferro civil de un ordenamiento clerical. Hacia adentro,
en cambio, habré de pensar en mis deberes, pues «los
derechos se han convertido, con la llamada, en deberes de
mayor generosidad, de entrega más plena, de definitiva
renuncia a nuestro yo» (palabras del libro Meditaciones,
IV, pág. 583).
- «Esta entrega, esta comprensión, esta caridad,
olvidándonos de nuestros derechos, nos hace ceder en
todo lo que sea nuestro, en todas nuestras cosas personales»
(de nuestro Padre, Carta, 9-I-1932, n. 7), por lo cual la
entrega implicará ceder mis derechos y mi libertad,
en definitiva («le diste a Jesús tu libertad»
Meditación, Vivir para la gloria de Dios) sabiendo
que así soy al mismo tiempo libérrimo («nuestra
perseverancia es fruto de nuestra libertad», ibídem).
Recuerdo, paradójicamente, una enseñanza totalmente
contraria, predicada en una meditación: «lo que
nos diferencia de los religiosos es que nosotros no entregamos
nuestra libertad». No nos diferenciaba nada, entonces.
Este «ceder en todo lo que sea nuestro» es el
fundamento teórico y de autoridad para violentar la
conciencia de cada uno. Meterse en la vida ajena sin respetar
la intimidad. Poner freno a ese avance será signo de
«mal espíritu». No existe el «derecho»
a la propia intimidad sino el «deber» de ser sinceros
(los derechos se han convertido en deberes) y de ceder todos
los derechos personales para que los directores dispongan
de las personas según las necesidades de la corporación.
«No hemos de olvidar que el lugar, en el que somos
más eficaces, es aquel en el que nos han puesto los
Directores Mayores: ésa es la voluntad de Dios»
(de nuestro Padre, Instrucción, 31-V-1936. n. 10).
«En la Obra, si alguno tiene disgusto o vive con
tristeza, es por culpa suya: porque los medios para servir
in laetitia están al alcance de todos» (de
nuestro Padre, Crónica, 1973. pp. 644). Es una afirmación
que no deja espacio para la apelación. Ciertamente
se puede tratar de una expresión oral del momento,
pero también es cierto que fue transformada en «doctrina»
cuando pasó al formato escrito, «más allá
del momento» y que los directores repiten como dogma.
- «El noventa y nueve por ciento de los conflictos
que nos planteamos nos los inventamos: son bolas que hacemos
crecer, son razonadas sinrazones, son un engaño para
ocultar nuestra concupiscencia» (de nuestro Padre,
Noticias VIII-1966, p. 8) y si lo dijo el fundador entonces
debo rechazar todo lo que me parezca un «problema personal»
(negarme y afirmar al fundador) sin ponerme a pensar y a sentir
lo que me pueda pasar. Me será muy difícil tener
una mirada inocente o desprejuiciada sobre lo que siento,
ya que el fundador se «adelantó». «¿Y
sabéis, entre estos conflictos, cuál es el origen
más general? La falta de humildad: la soberbia. Porque
no me quieren, porque no se preocupan de mí, porque
no tienen en cuenta mi talento, porque no se dan cuenta de
lo que yo puedo y valgo... Y aquí tenéis a un
alma que podría tener una paz maravillosa, que podría
vivir con una tranquilidad y una alegría inmensa, y
por soberbia, por querer lucir, por querer llamar la atención,
por querer un trato especial, se hace desgraciada e infecunda.
Porque un alma que va por estos caminos, si no abre el corazón
y no se humilla, además de sufrir, hace sufrir a los
demás y no puede, de ninguna manera, ir adelante»
(de nuestro Padre, Meditación, 31-XII-1959). Con textos
«canónicos» como estos, los directores
no necesitan otra fuente de autoridad para descalificar a
quien plantee dudas o interrogantes sobre el cuidado de la
gente en la Obra, por poner un ejemplo. Estas palabras del
fundador no solamente son un «adelantarse» sino
también una «sentencia previa» inapelable.
Esto «es así» y se acabó. El que
no piense como la Obra, es un soberbio. Son palabras inquisitorias,
agresivas. No buscan escuchar sino juzgar, y condenan a priori
(por «adelantado») a la rehabilitación
por medio de la humillación personal. Estas palabras
del fundador son «impermeables», no dejan lugar
al disenso. Bueno, dejan un espacio del uno por ciento. Qué
paradójico, lo contrario al ciento por uno
- «Yo no puedo tener problemas personales, porque
no puedo pensar en mis cosas, porque no tengo tiempo»
(de nuestro Padre, Crónica VII.66, p. 10), palabras
que explican la deshumanización dentro de la Obra.
Ya que no es posible «ser humano», hay que alienarse
y anularse, reprimir los problemas personales que se tengan.
Pero es imposible «no tener» problemas; en todo
caso se los negará. A la Obra no le interesa lo personal
de cada uno. Cómo es esto compatible con la caridad
y la fraternidad, no lo sé.
- «Debéis sentiros muy proselitistas, y perder
cualquier clase de temor. Debéis mataros por el proselitismo,
porque allí está nuestra eficacia»
(de nuestro Padre, Crónica, 1971, pág. 302).
«Ninguno de mis hijos puede estar tranquilo, si no trae
cada año cuatro o cinco vocaciones que sean fieles»
(de nuestro Padre, en Meditaciones, IV, pág. 465).
«El proselitismo es la mejor manifestación
de caridad con las almas. Siempre os he dicho que cada uno
-después de encomendar las cosas al Señor- debe
procurar provocar por lo menos dos vocaciones al año,
siguiendo aquel mandato divino: compelle intrare (Luc. IV,
23), que es una invitación, una ayuda a decidirse,
nunca -ni de lejos- una coacción. Porque es característica
capital de nuestro espíritu el respeto a la libertad
personal de todos, el compelle intrare, que habéis
de vivir en el proselitismo, no es como un empujón
material, sino la abundancia de luz, de doctrina; el estímulo
espiritual de vuestra oración y de vuestro trabajo,
que es testimonio auténtico de la doctrina; el cúmulo
de sacrificios, que sabéis ofrecer; la sonrisa, que
os viene a la boca, porque sois hijos de Dios: filiación,
que os llena de una serena felicidad -aunque en vuestra vida,
a veces, no falten contradicciones-, que los demás
ven y envidian. Añadid, a todo esto, vuestro garbo
y vuestra simpatía humana, y tendremos el contenido
del compelle intrare» (de nuestro Padre, Carta,
24-X-1942). Es muy difícil negar la coacción
cuando se están poniendo metas concretas, números.
El proselitismo podrá ser visto como «caridad»
pero en el fondo no es más que marketing de la vocación
al Opus Dei. Si uno no conseguía las metas numéricas,
no podía «estar tranquilo». Por si quedaran
dudas, uno «debía matarse» para lograrlo.
Si esto no es coacción para coaccionar, entonces qué
es.
- «Hay que saber deshacerse, saber destruirse, saber
olvidarse de uno mismo; hay que saber arder delante de Dios,
por amor a los hombres y por amor a Dios, como esas candelas
que se consumen delante del altar, que se gastan alumbrando
hasta vaciarse del todo» (de nuestro Padre, Meditación,
16-II-1964) Así quedaron muchos: vacíos, sin
medios materiales, sin salud. «Saber destruirse»
es una consigna que va más allá de lo razonable
o excusable. La Obra exhorta constantemente al autosacrificio
como autodestrucción. «Consumirse» en servicio
de la Obra, y para resultar económico, «durar»
el tiempo que más se pueda.
Los que vivimos en la Obra sabemos que esto no es ni de lejos
una metáfora: es un mandato. Lo peor de todo es que
además- hay que ver esta destrucción como
algo bueno y agradable a los ojos de Dios. Es muy difícil
zafar de semejante pinza destructiva. «Hay veces
en que la triple concupiscencia -concupiscencia de la carne,
concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida (1 Juan.
II, 16)- nos ciega, nos ofusca, nos entontece. Y entonces
todo parece mal, y la alegría sentida en tantas ocasiones
de ser holocausto, de quemarnos en el altar de Dios, al que
nos acercamos cada día para fortalecer nuestra juventud,
esa alegría desaparece» (de nuestro Padre,
Crónica, 1974, pp. 914 y ss.).
«Sé que vosotros y yo veremos qué
cosas hay que arrancar, y decididamente las arrancaremos;
qué cosas hay que quemar, y las quemaremos; qué
cosas hay que entregar, y las entregaremos» (de
nuestro Padre, Carta, 24-III-1931, n. 62) «Hay que destruir
las partes malas de uno», podría argumentar alguien
con ingenuidad. ¿Y quien decide qué partes son
malas? Los directores
Además, «saber destruirse»
es una afirmación con sentido global, no de partes.
- Otro modo de retener era ver la salvación únicamente
dentro de la Obra, porque el resto estaba podrido. Es más,
teníamos la misión de purificarlo. «Cuando
hemos hablado de barcas y de redes, vosotros y yo nos referíamos
siempre a las redes de Cristo, a la barca de Pedro, y a las
almas. Por algo dijo el Señor: venid en pos de mí,
que yo haré que vengáis a ser pescadores de
hombres (Matth. IV, 19). Pues, puede su ceder que alguno de
esos peces, de esos hombres, viendo lo que está sucediendo
en todo el mundo y dentro de la Iglesia de Dios, ante ese
mar que parece cubierto de inmundicia, y ante esos ríos
que están llenos como de babas repugnantes, donde no
encuentran alimento ni oxígeno; si esos peces pensaran
-y estamos hablando de unos peces que piensan, porque tienen
alma-, podría venirles a la cabeza la decisión
de decir: basta, yo doy un salto, y ¡fuera! No vale
la pena vivir así. Me voy a refugiar a la orilla, y
allí daré unas boqueadas, y respiraré
un poquito de oxigeno. ¡Basta! No, hijos míos;
nosotros tenemos que seguir en medio de este mundo podrido»
(de nuestro Padre, Crónica, 1973. pp. 275 y ss.). Si
bien es impensable hablar de «inmundicias» dentro
de la Obra, para el fundador no lo era hablar de inmundicias
dentro de la Iglesia (cuando conviene, la Iglesia y la Obra
son dos cosas totalmente distintas). No se entiende mucho
el «afuera» y el «adentro» (siendo
que el mar es el mundo dentro del cual está la Iglesia,
la orilla ¿qué sería?). Pero si hay inmundicia
dentro de la Iglesia
y no dentro de la barca donde estoy
¿en qué barca estoy, que no tiene mancha alguna?
En la del Opus Dei. «Amo al Papa con toda mi alma,
al actual y a los que vendrán después. De modo
que me arrancaría la lengua antes de pronunciar una
sola palabra de crítica, un juicio con menos amor.
Pero todos tenemos experiencia de elementos que están
a la vista, que se tocan, que se oyen, que huelen a podredumbre,
que disgustan al paladar. Esos elementos, que se perciben
por todos los sentidos, sí que los debemos juzgar,
especialmente yo, hijas e hijos míos, que tengo el
compromiso de llevar mi pusillus grex, mi pequeño rebaño,
hasta la salvación» (de nuestro Padre, Crónica,
1973. pp. 275 y ss.). Después de leer este tipo de
textos no parece incompatible pensar que en la Obra «amamos
al Papa» al mismo tiempo que «nos duele»
ver lo mal que está la Iglesia con tanta podredumbre
y «agradecemos» lo bien que está la Obra,
perfecta y sin podredumbre alguna jamás. De la Obra
siempre se hablaba de lo santa y guapa que era. «Que
a nadie se le ocurra saltar fuera del agua. Quien lo hiciera,
sería un cobarde, y no tendría fe en la Providencia
divina. Se comprende que con un dogma vacilante, con una moral
relajada y sin frenos, con un gobierno sin autoridad, con
una ley que carece de certeza. Se comprende que en esas condiciones
pueda venir la tentación de saltar desde el agua del
mundo, sucia, hasta la hierba de la orilla. Pero ya sabéis
qué es lo que Dios quiere de nosotros. Cada uno hemos
de ser un remanso de agua limpia. Todos juntos, a lograr que
se unan esos remansos, y a traer otros peces que trabajen
a nuestro lado. Y purificaremos el mundo y salvaremos las
almas» (de nuestro Padre, Crónica, 1973.
pp. 277). Cuando anteriormente hablaba de «lo que está
sucediendo en todo el mundo y dentro de la Iglesia de Dios,
ante ese mar que parece cubierto de inmundicia», el
fundador estaba hablando de «un solo mar» que
involucra al mundo y a la Iglesia. No salir de ese mar era
no abandonar la Obra y su misión de purificar el mar
(la Iglesia y el mundo).
Si hubiéramos sabido anticipadamente estas cosas (segunda
red), difícilmente habríamos aceptado las afirmaciones
de la primera red sin una mirada crítica profunda.
Difícilmente hubiéramos aceptado pertenecer
a esta institución.
Reconstrucción del Pasado.
Hay muchos obstáculos para esta reconstrucción:
uno de ellos, importante, es la falta de solidaridad de quienes
no quieren oír ni leer sobre los aspectos inmorales
del Opus Dei. Les molesta que la imagen idealizada de la Obra
se vea comprometida y no están dispuestos al diálogo
sino a lanzar condenas. Muchos todavía están
en medio de «las redes» y son víctimas
del «pensamiento único». Me pasó
a mí y a tantos otros que conocí.
¿Es que en el Opus Dei no hay nada bueno? Justamente
la pregunta es a partir de lo bueno: ¿Cómo es
posible que sucedan cosas tan malas siendo que es tan bueno?
¿Cómo pueden convivir «pacíficamente»
aspectos tan incompatibles entre sí? Yo, al menos,
no parto de la premisa «es todo malo» sino «ya
que es bueno», lo que compromete más aún
a la institución.
***
Pienso que los textos citados y otros del fundador son necesarios
para reconstruir el cuerpo de ese Opus Dei inasible. Tenemos
derecho a esos textos reconstrucción del cuerpo-
para enterrarlos de una buena vez. Porque es terrible irse
sin nada, no solo en el presente (material, afectivo, económico,
etc) ni siquiera el pasado. No puedes reconstruir el pasado:
no tienes «pruebas» para explicar nada ni para
dar razón de lo que fue tu vida. Eres como un agente
secreto que ha de borrar «esa» parte de su vida
si abandona la Agencia.
De alguna manera quien se aparta de la institución
no tiene «derecho a su pasado» (es propiedad del
Opus Dei, al cual le entregó su vida ¿acaso
pensabas que era a Dios a quien te entregabas?, bueno eso
creí yo también). Quien ya no pertenece, no
tiene derecho a esa parte de su historia como así tampoco
a las «publicaciones internar».
En parte esto está reflejado en la tácita prohibición
de «hablar de eso». A veces creemos que el Opus
Dei tiene el copyright del pasado de cada uno y no puedes
«citarte a ti mismo» sin permiso del «dueño»
de esos derechos. Esto, sin embargo, está viciado en
el origen, porque no le vendimos la vida al Opus Dei sino
que lo nuestro fue un compromiso de amor con Dios.
Quien tenga miedo de hablar hablar, más que
hacer campaña en contra- aún bajo un pseudónimo,
en privado, o a los amigos, es que todavía de
alguna manera- sigue bajo la esfera de poder del Opus Dei.
Es como si hubiera sido dispensado de los compromisos, de
muchas cosas, salvo de «hablar».
La carta de dispensa en la que te obligaron a «hablar
bien» hasta último momento, es un gancho psicológico,
un compromiso inconciente «tuerca y contratuerca»-
a futuro para «siempre hablar positivamente» de
la Obra. Inconscientemente has firmado un nuevo compromiso
que «obligaría» bajo pecado firmado
bajo coacción, porque si no firmabas no te daban la
dispensa, una dispensa que no creo sea necesaria moralmente
si el Opus Dei es el protagonista principal de las causas
de ruptura del vínculo-. Más adecuado en todo
caso como me sugirió una vez un amigo-, sería
escribir una carta de repudio y presentarla a una instancia
superior al Opus Dei. Pero pedirle al Opus Dei que te dispense
de compromisos morales que él ha incumplido, no tiene
sentido. Es perverso: cargar uno con la culpa de la Obra.
Por todo esto, creo, es importante encontrar la forma de
enterrar el Opus Dei y así hablar libremente. No hay
cosa peor que haber sufrido dentro y seguir regido afuera
bajo el mismo terror.
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